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Fresas salvajes (Smultronstället, 1957), de Ingmar Bergman.

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Título original
Smultronstället
Año
Duración
90 min.
País
Suecia Suecia
Dirección
Guion
Ingmar Bergman
Música
Erik Nordgren
Fotografía
Gunnar Fischer (B&W)
Reparto
, , , , ,, , , , 
Productora
Svensk Filmindustri
Género
Drama | VejezRoad MoviePelícula de culto
Sinopsis
El profesor Borg, un eminente médico, debe ir a Estocolmo para recibir un homenaje de su universidad. Sobrecogido, tras un sueño en el que contempla su propio cadáver, decide emprender el viaje en coche con su nuera, que acaba de abandonar su casa, tras una discusión con su marido, que se niega a tener hijos. Durante el viaje se detiene en la casa donde pasaba las vacaciones cuando era niño, un lugar donde crecen las fresas salvajes y donde vivió su primer amor. (FILMAFFINITY)
Premios
1959: Nominada al Oscar: Mejor guión original
1959: Globo de Oro: Mejor película extranjera
1959: National Board of Review: Mejor película extranjera, Mejor actor (Sjöström)
1958: Premios BAFTA: Nominada a mejor película y actor extranjero (Sjöström)
1958: Festival de Berlín: Oso de Oro, Premio FIPRESCI
1959: Festival de Mar de Plata: Mejor película
Críticas




Exquisito y agridulce retrato de la vejez

Fresas Salvajes

Smultronstället. Ingmar Bergman. Suecia, 1957.

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Para muchos, Fresas Salvajes es la mejor película de Ingmar Bergman, para otros, una obra muy correcta pero en exceso sobrevalorada De lo que no hay duda es de que, por su profundidad, elegancia y perfección técnica se encuentra entre las películas más relevantes e influyentes del cine europeo.

Ingmar Bergman nos regala un relato complejo pero a la vez de alcance universal, trágico pero con toques de humor, duro y contundente en algunos pasajes pero tierno e inocente en otros, una historia, un viaje que nos atrapa de principio a fin a través de oníricos y exquisitos planos, inolvidables secuencias y una dirección de actores magistral. Con todo ello, Fresas Salvajes constituye una obra maestra de referencia, una joya intimista que brilla por su contención y sobriedad, perfecta recreación agridulce de la espera de la muerte en la que los recuerdos, el pasado y lo olvidado vuelve como las olas a la orilla del mar, sencillamente una obra preciosa.
La historia es bien sencilla, en esta dinámica, peculiar y bella “road movie” nórdica, gélida y muy cálida al mismo tiempo, el protagonsita es Isak Borg (inmenso Victor Sjöstrom, de principio a fin), un veterano y reputado médico de setenta y ocho años al que le comunican que va a ser nombrado Doctor Honoris Causa en la Catedral de Lund por sus cincuenta años dedicados al trabajo y a la investigación en la medicina.
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Esa misma noche sufre un sueño premonitorio en el que, paseando por las solitarias calles de una ciudad, presencia el paso de un coche fúnebre que después de un fuerte choque deja caer un ataúd en el que ve su propio cuerpo, una premonición de su muerte que le empujará a reflexionar y prepararse para el final. A pesar de la larga distancia del trayecto, y en contra de los consejos de su ama de llaves (con la que mantiene una relación de cariño y respeto encubierto por continuos desacuerdos y discusiones, uno de los pocos toques de humor en la película, y en el cine en general de Bergman) decide emprender el viaje por carretera, conduciendo su propio coche.

Junto a él, le acompañará su nuera, Marianne (Ingrid Thulin), en plena crisis matrimonial con su marido Evald (Gunnar Björnstrand),  y que le irá recordando a lo largo del recorrido, muchos de sus errores del pasado. De camino hacia su destino, los protagonistas deciden parar en la casa en la que Isak pasaba los veranos de su infancia con su familia, una casa de campo en la que, como él todavía recuerda, crecen fresas salvajes. En esta parada, los recuerdos de tiempos pasados vendrán a su mente y se fundirán en el presente como parte de la misma realidad en la que el mismo Isak estará físicamente presente en los momentos de su niñez y juventud.
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En esos recuerdos, presentados en forma de flashbacks, aparecerán personajes de su pasado, como el interpretado por una joven Bibi Andersson como su primer amor, distantes pero cercanos, con el mismo estilo narrativo por momentos que el relato de A Christmas Carol, de Charles Dickens.
A través de la fotografía de Gunnar Fisher, el espectador sigue al personaje interpretado pro Victor Sjöstrom en un viaje, exterior pero sobre todo interior, en el que se dan cita multitud de temas y experiencias que Bergman trata con sutil delicadeza y elegancia, tales como el aislamiento de la vejez, la reflexión sobre los errores del pasado, el egoísmo de la indiferencia hacia los problemas de los demás, incluida la propia familia, la frialdad en las relaciones, el distanciamiento provocado y el arrepentimiento, la redención, la pérdida de los recuerdos borrados por una memoria selectiva, la decadencia al fin y al cabo de un hombre frío, que cerca del momento de mayor frialdad de  su vida, su muerte, revive instantes de suma calidez, como su infancia o su primer amor, un primer amor que, con la tragedia como toque distintivo del director sueco, queda manchado por el sabor amargo de la no correspondencia. Bergman sabe y demuestra que por cada cucharada de miel viene otra de hiel.

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La historia, como bien se ha indicado, es la historia de un viaje, un viaje hacia el reconocimiento y hacia la muerte, y como característica de la “road movie” no podía faltar el habitual elenco de personajes que se van uniendo de forma esporádica a nuestros protagonistas. Por una parte, están los jóvenes con los que se encuentra en la finca donde pasaba la infancia, una chica y dos chicos que sienten respeto y admiración por el entrañable anciano y que connectan su solitaria y distante vejez con la vitalidad y energía de su olvidada juventud, pero además, encontramos a la pareja, marido y mujer, en constante discusión, cansados el uno del otro y a los que Isak se ve obligado a echar de su coche.

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El viaje llega a su final, a la ceremonia en la Universidad de Estocolmo, pero la escena es breve y pasajera, casi, o explícitamente, como un pretexto, un Mcguffin que el director ha incluido para justificar lo verdaderamente importante: el viaje, lo que recuerda al eterno poema de Kavafis, la bellísima y universal composición “Ítaca”, aquello que de verdad importa no es el destino al que llegamos, sino lo que vivimos en el recorrido del trayecto, las experiencias, los recuerdos, las personas a las que conocemos, aprender de nuestros errores, reconocer nuestras faltas y saber pedir perdón, disfrutar del camino y apreciar que al final es más importante dejar huella en nuestro viaje que alcanzar el fin sin saborear cada paso, lo transcendente y profundo del filme queda patente, la reconstrucción de un personaje a través de sus recuerdos en forma de flashbacks, el resto, la entrega del premio, el final y propósito del viaje, no tiene más importancia.

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Esta es una gran película sobre la vejez, pero no es la única que ha retratado este tema en el cine. Así, la exquisita y redonda Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconti, 1971), de Visconti, la enternecedora En el Estanque Dorado (On Golden Pond, Mark Rydell, 1981), con Henry Fonda y Katharine Hepburn, o la más reciente y excelente Nebraska (Alexander Payne, 2013) son sólo algunos ejemplos de cómo esta última etapa de nuestra vida queda inmortalizada en el celuloide. En concreto, Nebraska es un perfecto ejemplo que podría decirse que se ha inspirado directamente en la película de Bergman, no sólo por el uso intencionado del blanco y negro, sino por conferirle el carácter de una road movie, con parada incluso en los sitios de la infancia y la definición de un personaje a través de sus vivencias pasadas, brillante.

En cuanto a las interpretaciones, como hemos comentado, Victor Sjöstrom llena cada plano en el que interviene, con su mirada perdida, sus silencios estratégicamente situados, sus gestos y movimientos, exquisita expresión de una melancolía palpable, sencillamente perfecto.
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La elección de Sjöstrom como protagonista por parte de Bergman tiene algo de símbolico. El que fue, y siempre será, uno de los pioneros y grandes directores del cine mudo, con obras tan maravillosas e imperecederas como El Viento (The Wind, 1928) o La Carreta Fantasma (The Phantom Carriage, 1921), interpreta aquí a un anciano de setenta y ocho años, exactamente los mismos que él tenía en el año del estreno del filme, que espera el momento de su muerte, de un final que pronto llegará, al que se acerca en un viaje, en el que reaparecerán antiguos recuerdos, y no hay que olvidar que Fresas Salvajes fue la última aparición de Victor Sjöstrom en la gran pantalla, su última película, un final profesional y vital perfectamente aunados, a través de una gran película, Isak y Victor se unen en un solo personaje, la muerte cinematográfica traspasa el celuloide y se asienta en la vida real.

Fresas Salvajes es una película que explora la fríaldad humana en un momento vital delicado como es la vejez, a través de un viaje existencial íntimo, con el recurso de la comparación metafórica de la medicina, con ese distanciamiento e indiferencia hacia los sentimientos, el afecto y la calidez. En ese punto el diálogo sobre la extirpación de los recuerdos de Isak como una operación de cirugía perfecta, sin dejar el más mínimo rastro en la memoria, es excelente. Una película necesaria y exquisita como el título que la define.

http://www.elespectadorimaginario.com/fresas-salvajes/

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