Hay acuerdo general: no es lo mismo la posverdad que la mentira. Lo primero es un intento de manipulación de la realidad y supone crédulos voluntarios; lo segundo, una afirmación que contradice los hechos y que busca engañados involuntarios. Hasta hace cuatro días mentir estaba mal visto. La Biblia incluía su prohibición entre los mandamientos y Kant anatemizaba de tal forma la mentira que ni siquiera la admitía para salvar la vida de un inocente. No obstante, se daba por hecho que había mentiras y que entre los grandes mentirosos destacaban los gobernantes. Quizás por eso Miguel Catalán sitúa casi al inicio de su séptimo volumen dedicado al estudio de la mentira
(Mentira y poder político) una afirmación rotunda: “Los políticos mienten más que el resto”. Coincide la aparición de ese libro con
la reedición de dos textos de Hannah Arendt (reunidos en Verdad y mentira en la política). El primero se abre con lo que llama un “lugar común”: “La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y demagogos, sino también del hombre de Estado”. En la misma línea el periodista inglés Matthew d’Ancona afirma: “Mentir ha sido parte integral de la política desde que los humanos se organizaron en tribus”.
Jordi Ibáñez Fanés recuerda en el prólogo a un libro colectivo
(En la era de la posverdad) que la reflexión sobre verdad y mentira no es nueva. En 1943, Alexandre Koyré exclamaba: “Nunca se mintió tanto como en nuestros días”. La diferencia, explica en ese mismo volumen Jaume Andreu, es que la mentira ha dejado de tener que disimularse porque se ha perdido la vergüenza que antes producía ser pillado en falsedad. En el mismo libro, Victoria Camps abunda en la idea: mentir ha dejado de ser reproblable.
Será que las masas imitan a sus dirigentes. Estos, explica Catalán, mienten por necesidad. Las mentiras de los poderosos buscan encubrir el impulso egoísta del mando y ocultar la violencia que está en el origen de las estructuras del poder. Con una definición de “poder” que no deja lugar a dudas: “La capacidad de causar daño impunemente”. Y resulta imprescindible presentar las mentiras como verdades absolutas. Los dirigentes que actúan en beneficio propio vestirán sus razones de una “retórica altruista” porque, cita Catalán a Maquiavelo, “la simulación de la verdad aprovecha; la misma virtud, estorba”. Uno de los puntos culminantes de la mentira al servicio de la dominación es el discurso nacionalista que exalta el “interés nacional”.
De la mano de
Walter Benjamin y frente al contractualismo, defiende Catalán que detrás del origen del Estado está siempre la violencia y no un supuesto consentimiento racional. Una violencia doble que funda el Estado y lo mantiene. En este panorama, la función de la mentira es “legitimar lo conseguido por la fuerza” y elaborar un mito que justifique la dominación. El papel de la mentira política consiste en avalar el presente inventando un pasado que lo justifique y explique, y difundir ese mito a través del sistema educativo, nacional, por supuesto.
Esto exige una división del trabajo: los ociosos y los que trabajan. En tiempos de Séneca, un patricio sugirió que sería bueno diferenciar a los dirigentes de los dirigidos a través del vestido. El filósofo le objetó que eso tenía un inconveniente: que los explotados se dieran cuenta de que eran muchos más que los explotadores y actuaran en consecuencia.
La función de una parte de la clase ociosa consiste en sostener el sistema de explotación: son los guerreros y los magos. Es decir, los que imponen las normas hechas por la clase dirigente y elaboran su justificación teórica. En el lenguaje corriente a los magos se los llama hoy “intelectuales”, expresión que engloba a académicos y periodistas, muchos de los cuales muestran una constante coincidencia con el poder. Si lo que el marxismo llama los aparatos ideológicos de Estado (escuela y medios de comunicación) hace bien su trabajo convenciendo al personal de la “inutilidad del descontento”, es menos necesaria la actuación de los aparatos represivos (jueces, cárcel, policías). De ahí que el poder real mime a los nuevos clérigos con prebendas a cambio de la complicidad abierta o el silencio. Porque la cultura es un arma de doble filo: sirve para perpetuar la dominación, pero puede ser también instrumento de liberación.
Con agudeza se pregunta
Jordi Gracia, en un texto incluido en
En la era de la posverdad, si la virulencia de los nuevos clérigos contra la posverdad no derivará del hecho de que pone en cuestión su monopolio de la mentira. Los intelectuales estaban adscritos a las élites y habían respaldado y tolerado mensajes del poder de “veracidad dudosa, donde la intencionalidad era manifiesta, donde la media verdad prosperaba como verdad entera”.
Los partidarios del optimismo de la voluntad asignan a la cultura el papel de garante de la libertad y la igualdad, pero la cultura ha sido, con frecuencia, un instrumento de dominación. Después de todo, sostiene Catalán, la alta cultura es producto del ocio y del lujo porque el dominio del lenguaje corresponde, al menos en su origen, también a los poderosos. En la misma línea, Domingo Ródenas de Moya sentencia: la verdad es sospechosa de haber sido “configurada, promovida, manipulada y usufructuada por el poder”.
Pero si la mentira engaña, la posverdad exige complacencia. Joaquín Estefanía (La mentira os hará eficaces, en el volumen colectivo citado) señala la indiferencia de algunos economistas frente a los hechos y recupera la expresión de Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, quien calificó a los “economistas hegemónicos” como “mayordomos intelectuales de los poderosos”. No sólo los economistas, también los “periodistas son parte de la élite simbólica que accede al discurso dominante”, añade Jacqueline Fowks.
Quizás haya que volver a Arendt: “La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”, aunque conviene no perder de vista que “cuando el embustero no puede imponer su mentira dice que es su opinión” y con ello pretende “borrar la divisoria entre verdad de hecho y opinión”, lo que no deja de ser “una forma de mentira”.
Tanto D’Ancona como el que fuera directivo de la BBC y de The New York Times Mark Thompson y Victoria Camps vinculan la facilidad con que se ha impuesto la posverdad con el pensamiento débil defendido por no pocos filósofos, sobre todo europeos. “La hermenéutica de la sospecha, el pensamiento débil abrieron la puerta a la posverdad”, escribe Thompson, configurando un mundo en el que “tú eliges tu propia verdad como si fuera un bufet libre” (D’Ancona). Lo sorprendente es la facilidad con la que se abren paso estas falsedades. Porque hasta ahora, escribe Catalán, “para ocultar una realidad universal” había hecho falta “todo un mundo de mentiras”.
Mentira y poder político. Seudología VII.Miguel Catalán. Verbum, 2017. 338 páginas. 21,99 euros
En la era de la posverdad. Ensayos. Jordi Ibáñez Fanés (editor). Calambur, 2017. 198 páginas. 18 euros
Verdad y mentira en la política. Hannah Arendt. Traducción de Roberto Ramos Fontecoba. Página Indómita, 2017. 150 páginas. 17 euros
Post Truth. The new war on truth and how to fight back. Matthew d’Ancona. Ebury Press, 2017. 166 páginas. 7,90 euros
Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Mark Thompson. Traducción de Gabriel Dols Gallardo Debate, 2017. 462 páginas. 23,90 euros
Mecanismos de la posverdad. Jacqueline Fowks. Fondo de Cultura Económica, 2017. 152 páginas. 8,50 euros
www.paginaindomita.com/wp-content/.../12/fragmento-arendt-verdad-y-politica.pdf
de «Verdad y política», Hannah Arendt, 1967, 1968, publicado mediante acuerdo con Penguin Publishing Group, una división de Penguin Random House llc, y
La mentira y el poder político. Una vieja historia.Miguel Catalán. Mentira y poder político. Seudología VII, Madrid: Verbum, 2017.338 páginas.Uno de los principales signos de avance y de progreso en la historia de las civilizacionesha sido, junto a la guerra, los fuertes periodos de crisis que han sufrido loshumanos desde su configuración como sujeto social. La actual crisis económica,iniciada con la caída de Lehman Brothers en 2008, dio al traste con gran parte delos sueños de la sociedad occidental y puso al descubierto el lado oscuro y las grietasde un sistema social y económico apenas apuntalado por medidas neoliberalesque favorecían a una pequeña parte de la sociedad. Los tiempos de crisis suelenalumbrar las grandes reflexiones sobre el presente inmediato. Las dificultades actualessiempre son un incentivo para buscar, en el mundo de las utopías y de losmundos posibles, una respuesta o explicaciones dignas de crédito para un presenteconfuso y cuyas soluciones apenas se vislumbran. A este propósito responde elensayo del filósofo y escritor Miguel Catalán (Valencia, 1958): Mentira y poderpolítico.Miguel Catalán es un hombre de obra extensa, con un avanzado y ambicioso proyectosobre el engaño y la mentira a lo largo de historia de la filosofía política: seisvolúmenes publicados bajo el título genérico de Seudología dedicados a la mentira yla propaganda política en obras como El prestigio de la lejanía, Antropología de lamentira, Anatomía del secreto, La creación burlada o Ética de la verdad y la mentira.El valenciano Miguel Catalán ha sido profesor universitario y, desde su plácidoretiro, dedica su vida a la reflexión filosófica y ensayística sobre la realidad socialcircundante. Experto en Ética, Deontología y Pensamiento Político de la Comunicación,es autor también de novelas, libros de relatos y compilaciones de máximasde pensamiento breve. Catalán destaca como especialista en el pragmatismo norteamericano,en especial el de John Dewey, sobre cuya obra ya escribió en libroscomo Pensamiento y acción o Proceso a la guerra. A los márgenes de ese estudiofilosófico se aproximan libros como El sol de medianoche (2001) o La nada griega(2013), colecciones de aforismos y paradojas, y el Diccionario de falsas creencias(2002), compilación que manifiesta por primera vez el interés del autor por los temasde la falsedad y el autoengaño en la realidad cotidiana.El monumental tratado de Miguel Catalán sobre la mentira, Seudología, vacumpliendo etapas a un ritmo regular desde su primera entrega allá por 2004,dedicada al autoengaño y titulada El prestigio de la lejanía. Ilusión, autoengañoy utopía. Desde entonces, los sucesivos tomos, que la editorial Verbum estáreuniendo en su colección Minor, han estudiado respectivamente la dimensiónantropológica, sociológica, metafísica, religiosa y ética del engaño. En el prefaciodel libro que hoy nos ocupa, Catalán nos informa de que este volumen séptimoconstituye a su vez el primero de un conjunto de tomos que va a someter a examenla mentira del poder político. Como primero de ellos, se ocupa de los aspectosmás generales e importantes de tan amplio tema. En efecto, bajo la máxima deMaquiavelo “Gobernar es hacer creer” como divisa del libro, y tras haber dedicadoel anterior volumen a la ética (Ética de la verdad y de la mentira, 2015),Miguel Catalán consagra la presente obra al apasionante tema de la veracidad y lamentira en política. En su prefacio sostiene el autor que este libro ocupa el puestoarquitectónico angular en el conjunto de la obra, porque es la peor de todas lasformas de engaño en la medida en que sostiene y prolonga con las supercheríasdel mando la explotación secular de los fuertes sobre los débiles. La idea de que lafalsedad es la principal arma de la potestad, constituida para mantenerse al mandodel Estado desde los orígenes de la civilización, recorre un trabajo ampliamentedocumentado cuya tesis principal es la necesidad que tiene todo poder estatalconstituido de falsear la realidad.Tras un capítulo primero de carácter introductorio en que se explicitan las principalesfalacias políticas a lo largo de la historia, el segundo capítulo entra ya enmateria teórica al analizar una de las dos características de la vida socializada quedesde el origen del Estado conducen forzosamente a la mentira política: la del egoísmoinherente al gobierno y la mentira necesaria del bien común. Al respecto escribeel autor que el sentido innato de la justicia dentro de los grupos humanos, es decir, lareacción negativa a una diferencia abusiva de trato que sobrepase ciertos límites, yque los primatólogos han detectado ya en los homínidos como una respuesta evolutivaa los riesgos del egoísmo ilimitado, hace necesaria la que llama “retórica del biencomún”. Dado que los electores rechazan la motivación egoísta del elegible, sólo elengaño permite a los gobernantes obtener sus fines de supremacía y sólo el autoengañoayuda a los gobernados a sobrellevar su posición de inferioridad. A tal fin resultapreciso ocultar las motivaciones egoístas de la minoría rectora y racionalizar lasdiferencias injustas que se derivan del ejercicio del dominio: “Ningún prócer puedeprescindir de la retórica altruista de la comunicación o sustituirla por la sinceridadde la motivación hacia el mando. Ningún candidato puede proponer a sus potencialesvotantes “Solicito vuestra confianza con el fin de gratificar mi deseo de influencia ymi propensión a dominar”, pues en tal caso perdería toda autoridad para ejercer elcargo y, por tanto, cualquier opción de conseguirlo”.El capítulo tercero trata sobre la segunda de las características de las sociedadeshumanas que obligan a la falsía constituyente del poder articulado: la que denominael autor la violencia original y su legitimación ulterior por el encubrimiento y en engaño.Catalán establece como factor invariable para las ficciones interesadas del gobiernola “necesidad de ocultar la causa originaria, objetiva y al tiempo inconfesable,del actual dominio de unos hombres sobre otros, a saber, la violencia y la opresión”(p. 51). La tesis de Catalán podría resumirse en la siguiente cita:“El engaño político que a través de la ideología dominante justificará en el futurocon palabras trucadas la nulidad de las provincias vencidas por la capitaldel imperio, la nulidad política de la plebe vencida por los hombres de armasluego transformados en nobleza, o la nulidad política de la mujer a causa deldominio físico del varón, lo hace arguyendo que no hay dos naciones en unsolo territorio, sino una sola nación cuyas diferencias de estatus y fortunaobedecen a causas naturales o racionales; para ello será preciso argumentar lajusticia, naturalidad, conveniencia y necesidad de la sumisión al orden tradiReseñas.An. Sem. His. Filos. 35 (2), 2018: 547-550 549cional. Ese engaño que ha terminado en tantas ocasiones por sepultar la vozde la provincia subyugada o del pueblo indígena invadido, del enemigo vencidotransformado en esclavo o en exiliado, del agricultor capacitado al que seha negado la educación, ya tuvo su emblema en periodos prehistóricos. Así,cuando se advierte un cambio de cultura en un registro arqueológico, ello casisiempre significa la extinción de la sociedad autóctona. La sociedad vieja hasido bien aniquilada por la invasora, bien expulsada del lugar, bien esclavizadao sometida. En estos dos últimos casos, se forma una nueva sociedad estratificada;arriba quedan los vencedores; abajo, los vencidos. Toda autoridad, tododominio y todo poder político del periodo histórico son en última instanciaefectos de la fuerza bruta. Y la mentira política es necesaria porque debe legitimarlo que unos y otros sienten ilegítimo según el principio de beneficencia:el abuso que ocupa el origen del mando, la fractura brutal del poder que rompela sociedad en dos. Víctimas y verdugos olvidan gracias al engaño y el autoengañoese origen y esa causa tan inadmisibles como reales para la conformaciónde la estabilidad social” (p. 74).Los capítulos cuatro y cinco se centran en la división de la sociedad, fundamentadaen los privilegios de los poderosos sobre los oprimidos a partir del parámetrodel trabajo, que es el que supone que la aspiración humana se consolide sobre unavida placentera sin trabajo. Así pues, los poderosos logran su influencia a partir dela obligación de los oprimidos de trabajar para ellos. Unos muchos acaban trabajandopara unos pocos, estableciendo una especie de dependencia social de carácterparásito. En estas circunstancias la persuasión es una de las armas que facilitan eldominio de las minorías sobre las mayorías, cuestión que facilita la construcción deun imaginario encauzado hacia la forja de una sociedad mejor, a partir de ese trabajoque supone el establecimiento de una clase privilegiada en la cúspide de la pirámidesocial. En este sentido, el lenguaje, con un buen número de eufemismos, proporcionaal poder un arma de persuasión para perpetuar su poder y forja una retórica de legitimación.De ese modo, en los capítulos siguientes se observa que la construcción dela historia se convierte en un discurso que propicia el filtrado de los acontecimientosencaminados a la legitimación de los poderosos mediante la sustentación de un estado,en apariencia legítimo, que está completamente dirigido por una clase socialhistóricamente definida.La construcción del Fisco, de la Administración, la Función Pública, el Ejército,o la familia constituye la creación de estamentos que contribuyen al establecimientode una minoría de control social sobre las mayorías silenciosas, las cuales acatandicho dominio. En este sentido, a pesar de los grandes logros que ofrece el libro, desdesu amena lectura a la sabiduría que incluye cada capítulo, sorprende la ausenciade algunos nombres significativos en el análisis del poder. Resulta singular que nohaya una sola mención a pensadores como Althusser y su teoría sobre los aparatosrepresivos del estado y los aparatos ideológicos del estado. No se ve mención algunaen el libro a las teorías y reflexiones de Michel Foucault, el cual considera que todoen el seno social está atravesado y regulado por el poder. Y tampoco aparece ningunade las ideas del teórico Antonio Negri, idolatrado por la izquierda europea y losmovimientos antiglobalización, con sus libros Multitud e Imperio. A pesar de estascuestiones, que el autor conoce bien, pero que no le merecen atención en su disquisición,el libro se presenta como una magnífica muestra de una reflexión inteligente550 Reseñas. An. Sem. His. Filos. 35 (2), 2018: 547-550acerca de la naturaleza del poder en unos tiempos en donde la reflexión merece pocaatención sobre los poderosos y sus instituciones. Se trata, por tanto, de un libro muybien escrito, lleno de información enriquecedora, un ensayo académico que no dejade participar de lo divulgativo y de lo especializado, en donde el hilo dialéctico desus argumentos fluye sin obstáculos pese al apabullante aparato de notas que remitea las copiosas fuentes de donde bebe la obra.Luis VeresLuis.Veres@uv.esUniversidad de Valencia