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Entrevista a Zygmunt Bauman El sociólogo que sacudió a las ciencias sociales con su concepto de "modernidad líquida"

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By Laberintos del Tiempo noviembre 22, 2017



El sociólogo que sacudió a las ciencias sociales con su concepto de "modernidad líquida" advierte, en una entrevista exclusiva, que hay un temible divorcio entre poder y política, socios hasta hoy inseparables en el estado-nación. En todo el mundo, dice, la población se divide en barrios cerrados, villas miseria y quienes luchan por ingresar o no caer en uno de esos guetos. Aún no llegamos al punto de no retorno, dice con un toque de optimismo.

How to spend it.... Cómo gastarlo. Ese es el nombre de un suplemento del diario británico Financial Times. Ricos y poderosos lo leen para saber qué hacer con el dinero que les sobra. Constituyen una pequeña parte de un mundo distanciado por una frontera infranqueable. En ese suplemento alguien escribió que en un mundo en el que "cualquiera" se puede permitir un auto de lujo, aquellos que apuntan realmente alto "no tienen otra opción que ir a por uno mejor..." Esta cosmovisión le sirvió a Zygmunt Bauman para teorizar sobre cuestiones imprescindibles y así intentar comprender esta era. La idea de felicidad, el mundo que está resurgiendo después de la crisis, seguridad versus libertad, son algunas de sus preocupaciones actuales y que explica en sus recientes libros: Múltiples culturas, una sola humanidad (Katz editores) y El arte de la vida (Paidós). "No es posible ser realmente libre si no se tiene seguridad, y la verdadera seguridad implica a su vez la libertad", sostiene desde Inglaterra por escrito. 

Bauman nació en Polonia pero se fue expulsado por el antisemitismo en los 50 y recaló en los 60 en Gran Bretaña. Hoy es profesor emérito de la Universidad de Leeds. Estudió las estratificaciones sociales y las relacionó con el desarrollo del movimiento obrero. Después analizó y criticó la modernidad y dio un diagnóstico pesimista de la sociedad. Ya en los 90 teorizó acerca de un modo diferente de enfocar el debate cuestionador sobre la modernidad. Ya no se trata de modernidad versus posmodernidad sino del pasaje de una modernidad "sólida" hacia otra "líquida". Al mismo tiempo y hasta el presente se ocupó de la convivencia de los "diferentes", los "residuos humanos" de la globalización: emigrantes, refugiados, parias, pobres todos. Sobre este mundo cruel y desigual versó este diálogo con Bauman. 

Uno de sus nuevos libros se llama Múltiples culturas, una sola humanidad. ¿Hay en este concepto una visión "optimista" del mundo de hoy? 

Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria del desafío que enfrentamos en el umbral del siglo XXI. Ahora todos estamos interconectados y somos interdependientes. Lo que pasa en un lugar del globo tiene impacto en todos los demás, pero esa condición que compartimos se traduce y se reprocesa en miles de lenguas, de estilos culturales, de depósitos de memoria. No es probable que nuestra interdependencia redunde en una uniformidad cultural. Es por eso que el desafío que enfrentamos es que estamos todos, por así decirlo, en el mismo barco; tenemos un destino común y nuestra supervivencia depende de si cooperamos o luchamos entre nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos aspectos vitales. Tenemos que desarrollar, aprender y practicar el arte de vivir con diferencias, el arte de cooperar sin que los cooperadores pierdan su identidad, a beneficiarnos unos de otros no a pesar de, sino gracias a nuestras diferencias. 

Es paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión? 

Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa contradicción era algo esperable en un planeta donde las potencias que determinan nuestra vida, condiciones y perspectivas son globales, pueden ignorar las fronteras y las leyes del estado, mientras que la mayor parte de los instrumentos políticos sigue siendo local y de una completa inadecuación para las enormes tareas a abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas, tratar de separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones naturales, si bien desesperadas, a esa discrepancia. Si esas reacciones son tan eficaces como vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoriales van a seguir desgastándose en este mundo en rápida globalización. 

Hay escenas comunes en Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires: de un lado villas miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro. ¿Quiénes quedan en el medio? 

¿Por qué se limita a las ciudades latinoamericanas? La misma tendencia prevalece en todos los continentes. Se trata de otro intento desesperado de separarse de la vida incierta, desigual, difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas tienen dos lados. Dividen el espacio en un "adentro" y un "afuera", pero el "adentro" para la gente que vive de un lado del cerco es el "afuera" para los que están del otro lado. Cercarse en una "comunidad cerrada" no puede sino significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el espacio se divide en "comunidades cerradas" (guetos voluntarios) y "barrios miserables" (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios. 

¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin precedentes? ¿En otras eras se vivía con mayor seguridad? 

Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro "hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la característica de la sociedad. Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor seguridad. 

Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de seguridad que ella misma produce? 

Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a través de sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante del terror a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrumento es el que proporcionan las llamadas "comunidades cerradas" fortificadas contra extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra autoestima y actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: las estratagemas más extendidas se reducen a la sustitución de preocupaciones sobre la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la seguridad individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales. 

¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los jóvenes? 

El filósofo británico John Gray destacó que "los gobiernos de los estados soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar los mercados (...) Los gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a ciegas." Gray no estima que el futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en el pasado, podemos esperar "una sucesión de contingencias, catástrofes y pasos ocasionales por la paz y la civilización", todos ellos, permítame agregar, inesperados, imprevisibles y por lo general con víctimas y beneficiarios sin conciencia ni preparación. Hay muchos indicios de que, a diferencia de sus padres y abuelos, los jóvenes tienden a abandonar la concepción "cíclica" y "lineal" del tiempo y a volver a un modelo "puntillista": el tiempo se pulveriza en una serie desordenada de "momentos", cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro. Como la fluidez endémica de las condiciones tiene la mala costumbre de cambiar sin previo aviso, la atención tiende a concentrarse en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de preocuparse por sus posibles consecuencias a largo plazo. Cada punto del tiempo, por más efímero que sea, puede resultar otro "big bang", pero no hay forma de saber qué punto con anticipación, de modo que, por las dudas, hay que explorar cada uno a fondo. 

Es una época en la que los miedos tienen un papel destacado. ¿Cuáles son los principales temores que trae este presente? 

Creo que las características más destacadas de los miedos contemporáneos son su naturaleza diseminada, la subdefinición y la subdeterminación, características que tienden a aparecer en los períodos de lo que puede llamarse un "interregno". Antonio Gramsci escribió en Cuadernos de la cárcel lo siguiente: "La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos". Gramsci dio al término "interregno" un significado que abarcó un espectro más amplio del orden social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la situación sociocultural; o más bien, tomando la memorable definición de Lenin de la "situación revolucionaria" como la situación en la que los gobernantes ya no pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados, separó la idea de "interregno" de su habitual asociación con el interludio de la trasmisión (acostumbrada) del poder hereditario o elegido, y lo asoció a las situaciones extraordinarias en las que el marco legal existente del orden social pierde fuerza y ya no puede mantenerse, mientras que un marco nuevo, a la medida de las nuevas condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún en una etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o no tiene la fuerza suficiente para que se lo instale. Propongo reconocer la situación planetaria actual como un caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo viejo está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se basaba en un principio igualmente "trinitario" de territorio, estado y nación como clave de la distribución planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado para siempre a la política del estado-nación territorial como su único agente operativo, ahora está muriendo. La soberanía ya no está ligada a los elementos de las entidades y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más reducidas en dimensiones y contenidos. La presunta unión indisoluble de poder y política, por otro lado, está terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está sin ancla y en flotación libre. Los estados-nación se encuentran en situación de compartir la compañía conflictiva de aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en pugna y competencia, con entidades que evaden con éxito la aplicación del hasta entonces principio trinitario obligatorio de asignación, y con demasiada frecuencia ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva sus objetos designados. Un número cada vez mayor de competidores por la soberanía ya excede, si no de forma individual sin duda de forma colectiva, el poder de un estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales y financieras multinacionales ya constituyen, según Gray, "alrededor de la tercera parte de la producción mundial y los dos tercios del comercio mundial"). 

La "modernidad líquida", como un tiempo donde las relaciones sociales, económicas, discurren como un fluido que no puede conservar la forma adquirida en cada momento, ¿tiene fin? 

Es difícil contestar esa pregunta, no sólo porque el futuro es impredecible, sino debido al "interregno" que mencioné antes, un lapso en el que virtualmente todo puede pasar pero nada puede hacerse con plena seguridad y certeza de éxito. En nuestros tiempos, la gran pregunta no es "¿qué hace falta hacer?", sino "¿quién puede hacerlo?" En la actualidad hay una creciente separación, que se acerca de forma alarmante al divorcio, entre poder y política, los dos socios aparentemente inseparables que durante los dos últimos siglos residieron -o creyeron y exigieron residir- en el estado nación territorial. Esa separación ya derivó en el desajuste entre las instituciones del poder y las de la política. El poder desapareció del nivel del estado nación y se instaló en el "espacio de flujos" libre de política, dejando a la política oculta como antes en la morada que se compartía y que ahora descendió al "espacio de lugares". El creciente volumen de poder que importa ya se hizo global. La política, sin embargo, siguió siendo tan local como antes. Por lo tanto, los poderes más relevantes permanecen fuera del alcance de las instituciones políticas existentes, mientras que el marco de maniobra de la política interna sigue reduciéndose. La situación planetaria enfrenta ahora el desafío de asambleas ad hoc de poderes discordantes que el control político no limita debido a que las instituciones políticas existentes tienen cada vez menos poder. Estas se ven, por lo tanto, obligadas a limitar de forma drástica sus ambiciones y a "transferir" o "tercerizar" la creciente cantidad de funciones que tradicionalmente se confiaba a los gobiernos nacionales a organizaciones no políticas. La reducción de la esfera política se autoalimenta, así como la pérdida de relevancia de los sucesivos segmentos de la política nacional redunda en el desgaste del interés de los ciudadanos por la política institucionalizada y en la extendida tendencia a reemplazarla con una política de "flotación libre", notable por su carácter expeditivo, pero también por su cortoplacismo, reducción a un único tema, fragilidad y resistencia a la institucionalización. 

¿Cree que esta crisis global que estamos padeciendo puede generar un nuevo mundo, o al menos un poco diferente? 

Hasta ahora, la reacción a la "crisis del crédito", si bien impresionante y hasta revolucionaria, es "más de lo mismo", con la vana esperanza de que las posibilidades vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa no estén aún del todo agotadas: un esfuerzo por recapitalizar a quienes prestan dinero y por hacer que sus deudores vuelvan a ser confiables para el crédito, de modo tal que el negocio de prestar y de tomar crédito, de seguir endeudándose, puedan volver a lo "habitual". El estado benefactor para los ricos volvió a los salones de exposición, para lo cual se lo sacó de las dependencias de servicio a las que se había relegado temporalmente sus oficinas para evitar comparaciones envidiosas. 

Pero hay individuos que padecen las consecuencias de esta crisis de los que poco se habla. Los protagonistas visibles son los bancos, las empresas... 

Lo que se olvida alegremente (y de forma estúpida) en esa ocasión es que la naturaleza del sufrimiento humano está determinada por la forma en que las personas viven. El dolor que en la actualidad se lamenta, al igual que todo mal social, tiene profundas raíces en la forma de vida que aprendimos, en nuestro hábito de buscar crédito para el consumo. Vivir del crédito es algo adictivo, más que casi o todas las drogas, y sin duda más adictivo que otros tranquilizantes que se ofrecen, y décadas de generoso suministro de una droga no pueden sino derivar en shock y conmoción cuando la provisión se detiene o disminuye. Ahora nos proponen la salida aparentemente fácil del shock que padecen tanto los drogadictos como los vendedores de drogas: la reanudación del suministro de drogas. Hasta ahora no hay muchos indicios de que nos estemos acercando a las raíces del problema. En el momento en que se lo detuvo ya al borde del precipicio mediante la inyección de "dinero de los contribuyentes", el banco TSB Lloyds empezó a presionar al Tesoro para que destinara parte del paquete de ahorro a los dividendos de los accionistas. A pesar de la indignación oficial, el banco procedió impasible a pagar bonificaciones cuyo monto obsceno llevó al desastre a los bancos y sus clientes. Por más impresionantes que sean las medidas que los gobiernos ya tomaron, planificaron o anunciaron, todas apuntan a "recapitalizar" los bancos y permitirles volver a la "actividad normal": en otras palabras, a la actividad que fue la principal responsable de la crisis actual. Si los deudores no pudieron pagar los intereses de la orgía de consumo que el banco inspiró y alentó, tal vez se los pueda inducir/obligar a hacerlo por medio de impuestos pagados al estado. Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la sustentabilidad de nuestra sociedad de consumo y crédito. La "vuelta a la normalidad" anuncia una vuelta a las vías malas y siempre peligrosas. De todo modos todavía no llegamos al punto en que no hay vuelta atrás; aún hay tiempo (poco) de reflexionar y cambiar de camino; todavía podemos convertir el shock y la conmoción en algo beneficioso para nosotros y para nuestros hijos. 

Entrevista realizada por Héctor Pavón

Traducción de Joaquin Ibarburu (2009)


Bauman, profeta de la posmodernidad

Profeta de una posmodernidad líquida de puro inestable, la azarosa vida de Bauman explica mejor que ningún tratado la deriva de su pensamiento, pues pocos como el pensador polaco fueron conscientes de la disolución incluso de las normas culturales, sustituidas por ofertas y propuestas, por señuelos que sembraron y plantaron en la sociedad contemporánea “nuevos deseos y necesidades en lugar de imponer el deber.”


BERNABÉ SARABIA | 09/01/2017 

Nacido en Poznan en 1925, ha fallecido el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, una de las mentes que mejor ha explicado la sociedad posterior a la Segunda Guerra Mundial. Cuando el ejército alemán invadió Polonia en 1939 sus padres, judíos no practicantes, huyeron al Este buscando refugio en la Unión Soviética. Alistado en el Primer Ejercito Polaco, combatió en la caída de Berlín. En 1945 fue condecorado con la medalla Cruz al Valor. En 1948 conoció a Janina, una joven estudiante de periodismo y ciencias sociales que será su “sólido apoyo para toda la vida” y autora del libro, Winter in the Morning (1986), un estremecedor relato autobiográfico del gueto de Varsovia.

Sin confirmación segura, parece ser que hasta 1953 formó parte de la inteligencia militar de una unidad de combate dedicada a combatir a restos de los ejércitos ucranianos y polacos antiestalinistas. En una entrevista a The Guardian, el pensador lo admitió como un error que achacó a su juventud.

Todavía trabajaba para la inteligencia militar como capitán cuando comenzó a estudiar sociología en Varsovia con maestros de la talla de Ossowski y de Hochfeld. En 1953, su padre fue descubierto tratando de que la embajada de Israel le facilitase el traslado al país. Interpretado este hecho por el gobierno polaco como algo impropio, su hijo fue expulsado del Ejército. La imprevista consecuencia de esta arbitrariedad fue la dedicación total de Bauman a la sociología y su incorporación como docente e investigador a la Universidad de Varsovia.

La Guerra de los Seis Días, entre Israel y Egipto en 1967, desencadenó una virulenta campaña antisemita en Polonia. Bauman y otros cinco profesores fueron expulsados, como se relata en la espléndida biografía de Dennis Smith Zygmunt Bauman: Prophet of Postmodernity (Polity Press, 1999). En 1968, purgado y desposeído de su nacionalidad, encuentra refugio en la Universidad de Tel Aviv (Israel). Atrás quedan los años de plomo del estalinismo y su pertenencia al Partido Comunista Polaco.

En 1971, la Universidad de Leeds (Reino Unido) le ofrece un puesto de profesor permanente. Deja de publicar en polaco y comienza a escribir en inglés. Director del Departamento de Sociología sus textos pasan desapercibido en el difícil y exclusivo contexto académico británico (Otro judío, un gigante intelectual del siglo XX, Norbert Elias (1987-1990), “sólo” pudo ser catedrático de sociología en la Universidad de Leicester, también en la periferia universitaria).

Hasta 1989 Bauman no comienza a ser reconocido. Ese año aparece Modernity and the Holocaust. La edición en español aparecerá a cargo del sello Sequitur en 1997. Un año después recibe por esa obra el prestigioso Premio Amalfi y es entonces, cumplidos los sesenta y cinco años, cuando comienza a publicar la obra que le ha dado fama y notoriedad mundial. Títulos como Modernidad y ambivalencia (1991), Modernidad liquida (2000), Amor líquido(2003) o Vida de consumo (2007) convierten a Bauman en un intelectual traducido y aclamado en todo el mundo.

Como dejó escrito Bauman, Gramsci me dijo “qué”, Simmel, “cómo” y Janina “para qué”. Su obra está construida de tal modo que cada libro sirve de base al siguiente. Contempla la sociedad actual sumergida en un estado fluido. El paso de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por una profunda crisis que provoca fuertes zozobras institucionales y personales y la sensación de que la vida es un tiempo desperdiciado. El Estado era en el pasado una referencia, una sólida estructura, que ha sido sustituida por unas fuerzas globales que parecen surgidas de lado oscuro de la vida.

Bauman supo adelantarse a su tiempo al plantear conceptos como “modernidad líquida” o “amor líquido”. La realidad social, el “mundo líquido” que presenta en sus textos está caracterizado por la volatilidad, por el cambio rápido. En una sociedad de consumo y fluidez los hábitos estables, las costumbres arraigadas, los marcos cognitivos sólidos o los valores estables, se transforman en impedimentos, en carga pesada que debe abandonarse.

La postmodernidad o en palabras de Bauman, la “modernidad líquida”, se caracteriza por ser una sociedad de consumidores individualizada y con escasas regulaciones. Su ambivalencia deriva de trastocar el orden, la pureza, la disciplina y las regulaciones normativas del viejo orden en procesos de seducción. Procesos cuyo fin es pasar de las políticas públicas a las relaciones públicas.

Indeterminación y contingencia se han apoderado del imaginario social de la “modernidad líquida”. La identidad válida es, para Bauman, aquella que está en un esfuerzo constante de autoconstrucción frente a los demás, utilizando el consumo como herramienta principal de expresión. La vida organizada alrededor del rol productor ha pasado a girar en torno al rol del consumidor y al bienestar de su cuerpo. De ahí que el último estante abierto en las grandes superficies comerciales no sea el del amor sino el del narcisismo.

Descanse en paz un pensador austero y lúcido al que tocó vivir las tragedias del siglo XX y las transformaciones que nos han conducido hasta la actualidad.
 

http://www.elcultural.com/noticias/letras/Bauman-profeta-de-la-posmodernidad/10291

BAUMAN, LA MODERNIDAD LÍQUIDA Y EL ESPEJISMO DE LAS REDES SOCIALES



bauman
Me ven, luego existo. Así reformula Zygmunt Bauman parte de la teoría cartesiana en el primer capítulo de su libro – junto a Leonidas Donskis – Ceguera moral. Y añade: y cuantas más personas me vean, más existo. El sociólogo y filósofo polaco murió el pasado lunes y, paradojicamente, su muerte se viralizó en un contínuo eco que invadió las redes sociales. Si estuviera al corriente de ello, no creo que su reacción fuera más allá de una simple mueca irónica pero, posiblemente, lo habría interpetado como un eco fugaz, frágil e inestable. Nuestra reacción frente a su muerte, un eco líquido, reflejo de nuestro tiempo y patrón de comportamiento.
Y es que el padre de la modernidad líquida tenía una posición muy clara frente a las redes sociales y a su impacto en los individuos, formalizando así el porvenir ideológico y social de la ciudadanía. Los vínculos humanos vienen debilitándose desde el comienzo de la llamada época moderna y la más clara revelación de esta pérdida de valores la estamos palpando ahora, con la llegada de la posmodernidad y hasta nuestros días. Para Bauman, esta decadencia se traducía en un concepto que acuñó en el año 1999, la modernidad líquida, un modelo social que implica el fin de la era del compromiso mutuo, y donde el espacio público retrocede para dejar paso a un individualismo que conduce a la corrosión y la desafección del concepto de ciudadanía. Una sociedad fragmentada, afirma, en átomos. Y es que ya nada nos aferra unos a otros. Las sociedades posmodernas se han convertido en fábricas de desconfianza que abocan a los individuos a un mercado de competencia y división individualizada. Unos contra otros. Y frente a este individualismo o, mejor dicho, ante esta soledad, Bauman justifica el surgimiento y éxito de plataformas como Facebook. Como el animal depredador, el empresario huele el miedo y crea un espejismo, un salvavidas al que nos aferramos, creándonos una falsa ilusión de comunidad, alimentando superficial e imaginativamente nuestro anhelo de colectividad.
Creemos que formamos parte de algo grande, que va más allá de nuestras fronteras pero que, en realidad, no cruza más allá de nuestras cuatro paredes, nuestra pantalla, nuestra cabeza y nuestro deseo. ¿Estaremos usando las redes sociales como salvavidas? Y lo más importante, las estamos controlando ¿o nos controlan ellas a nosotras? Bauman no está solo en esto. Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III, afirma en un artículo de El País sobre este asunto que el concepto de ciudadano con derechos por el hecho de serlo ha quedado hoy obsoleto. La inseguridad que sentimos es global y su control también. Entonces, ¿es esta inseguridad lo que nos lleva a querer crear una comunidad ficticia en la que sentirnos arrelados y pertenecientes? Lo que construimos, al fin y al cabo, es una zona de confort, donde vernos reflejados a nosotros mismos. Pero Bauman responde a esto de forma rotunda: el diálogo que creamos en las redes sociales no es real. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es muy fácil evitar en ellas la controversia. Y continúa: el diálogo real no es hablar con personas que piensan como tú. Nosotros elegimos lo que entra y lo que sale. Como los caballos, obligados a arrastrar pesados carros de turistas y enamorados, nuestra visión queda alterada y reducida a una parte de la realidad, la que tenemos delante. Mirar hacia los lados ya supone hacer un esfuerzo. De esta forma, solo podemos afirmar que, pese a la falsa ilusión que crean en nuestra mente, las redes sociales no hacen más que limitar nuestras habilidades sociales. Creamos un mundo paralelo donde nosotros elegimos cuántos “amigos” tenemos, qué vemos de ellos o qué ven de nosotros en un solo click.
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Como en la famosa novela de Orwell, se trata de nuevos métodos de control empujados por la seducción de un producto: nosotros mismos. En este caso – tristemente – la vigilancia es voluntaria y autoinflingida. El individuo se vuelve mercancía y, por ello, nos vemos obligados a crear una demanda para nosotros mismos. El filósofo José Antonio Marina lo concibe como una apelación del yo, de nuestra autonomía y nuestro proyecto personal. Un auto marketing que crea a nuestro alrededor un falso sentimiento de pertenencia a ninguna parte. Sin embargo, hay quien puede pensar que Internet ha hecho mucho por el activismo, la solidaridad y la movilización ciudadana. Nos implicamos más, denunciamos más y damos más visibilidad a lo que ocurre en el mundo. Pero, ¿nos movemos de verdad? Bauman se ríe y nos recuerda que esto tiene un nombre, y es activismo de sofá. La apatía pública no desaparece porque, al fin y al cabo, un clic, una firma electrónica no supone ningún esfuerzo. En este punto debemos valorar si ese activismo lo extrapolamos a la vida real: aquello que sucede fuera de nuestra casa, que se puede palpar, que sufre, que siente, que de verdad existe.
Nuestro valor e interés se mide hoy en likes, retwits y en evaluaciones, latigazos y cuchilladas anónimas. Si estás, existes; si no estás, no existes. Y el anonimato, gran escudo del cobarde, nos sirve de almohada donde reposar nuestro veneno, que extrapolamos en odio hacia lo que no somos, lo que no tenemos, lo que queremos, lo que no toleramos, lo que anhelamos poseer. Creemos tener el control de nuestras vidas y caemos en la trampa. Pero a pesar de causarnos dolor, amargura – o una alegría banal e ilusoria – y una esclavitud inconsciente, siempre vamos en busca de más. Porque es nuestra droga, nosotros la hemos creado y nosotros la perpetuaremos hasta que su consumo nos lleve a la creación de una nueva. Oh, tecnología, ¡droga de la posmodernidad! T: Andrea Sánchez.
https://www.lamonomagazine.com/bauman-la-modernidad-liquida-y-el-espejismo-de-las-redes-sociales/

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