El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona dedica una gran exposición al escritor británico que anticipó la abulia consumista de la sociedad posindustrial (entre otros muchos males contemporáneos).
Wednesday, July 23, 2008
El futuro llegó y no es, ni mucho menos, cómo lo esperábamos. No vivimos entre naves espaciales ni hemos conquistado otros planetas. Y los cacharros asombrosos que deslumbraban en las novelas y películas de ciencia ficción, puede que nos faciliten el trabajo pero también esclavizan y provocan soledad a base de una hipertrofia comunicativa. Llegó el imperio tecnológico y el presunto “fin de la historia” y, lejos de instalarnos en una utopía, nos ha convertido en aburridas máquinas de consumir que desfilan en una suerte de imperio global del miedo y el psicofármaco.
A lo largo de las últimas décadas, James Graham Ballard, empezando en la ciencia ficción y, poco a poco, evolucionando hacia un áspero hiperrealismo, ha descrito en su obra una radiografía tristemente certera de nuestro mundo, que dibuja la estampa descrita. ElCCCB abre hoy una gran exposición dedicada a su obra y su capacidad premonitoria. Este escritor nacido en Shanghai de padres británicos será, además, el centro de una serie de actividades del festival de literatura Kosmópolis (del 22 al 26 de octubre), del que esta muestra es un anticipo. Con “J. G. Ballard. Autopsia del nuevo milenio” el centro barcelonés pretende dar a conocer entre el gran público la obra del escritor “que ha sido minoritario durante mucho tiempo”, según nos cuenta su comisario, Jordi Costa. Ese desconocimiento se debe en parte a que “empezó desde la literatura de ciencia ficción, aunque acabaría evolucionando hasta convertirse en un autor fundamental para entender el nuestra época”.
A lo largo de las últimas décadas, James Graham Ballard, empezando en la ciencia ficción y, poco a poco, evolucionando hacia un áspero hiperrealismo, ha descrito en su obra una radiografía tristemente certera de nuestro mundo, que dibuja la estampa descrita. El
Un futuro muy cercano
En sus obras, Ballard anticipó al ascenso de un actor llamado Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos (“Exhibición de atrocidades”) y preconizó la anestesia del afecto en la que vivimos inmersos, compensada por la presencia ubicua de un sexo tecnificado, en “Crash”, novela donde muchos también quieren ver un anticipo de la muerte de la princesa Diana en accidente de coche y la consiguiente autopsia mediática. Sus primeros libros, como “Sequía” o “El mundo inundado” hablan de amenazas medioambientales que apenas se intuían entonces. Mientras que en sus últimas novelas ha descrito con descarnado realismo un mundo alienado de comodidades donde una clase media se entierra en aburrimiento; la seguridad es el valor preeminente en detrimento de la libertad y sólo episodios violentos consiguen despertar alguna emoción. Este familiar panorama se explica con la precisión y frialdad de quien no lee novelas, de un autor que confiesa preferir los artistas visuales (de sus queridos Surrealistas a los hermanos Chapman) y la “literatura invisible” que nos rodea, desde tratados médicos a informes psiquiátricos pasando por catálogos de Ikea (de hecho, los alborotos durante la inauguración de una de sus tienda en Inglaterra, que se saldó con cinco heridos, han alimentado su última novela, donde ataca el consumismo feroz). Esa capacidad anticipatoria y su distanciado análisis del devenir de la sociedad occidental hacen de la obra de Ballard casi un manual de instrucciones del presente.
Claves de los próximos cinco minutos
La muestra llega en un momento en el que Ballard está de triste actualidad: se acaba de publicar su autobiografía (“Miracles of life. Shanghai to Shepperton”) y, recientemente, la prensa se hizo eco de su delicado estado de salud (padece cáncer de próstata incurable). “La idea es anterior a todo esto”, puntualiza Costa, “el proyecto parte de la certeza de que su literatura es la más relevante de la producida recientemente, porque revela las claves que definen nuestro tiempo. Leyendo sus obras podemos conocer el futuro inmediato. Aunque no sólo es importante su componente de pronóstico, es un escritor único con un lenguaje propio”. La exposición, que continúa el formato clásico de este centro de cultura, que ya se experimentó en otras dedicadas a autores como Fernando Pessoa o James Joyce, traza un recorrido a través de las constantes de su trabajo, realizando una traducción visual del universo literario del escritor en un claro afán divulgativo.
Surrealismo y ciencia ficción
La muestra arranca con imágenes de “El Imperio del Sol”, la adaptación cinematográfica que Spielberg hizo de la que quizá sea su novela más conocida, un relato de tintes autobiográficos sobre su infancia en Shanghai que culmina con el estallido de la guerra de China con Japón. “Su familia vivía acomodada en una suerte de burbuja victoriana en la colonia que, de repente, desaparece. Esa paz se rompe al ser llevados al campo de concentración de Lunghua”, cuenta Costa. El equipo responsable de la exposición ha conseguido acuarelas de otros internos del campo japonés. “Con esa experiencia nace el Ballard escritor” según el comisario, que al principio se fija en el psicoanálisis y la pintura surrealista, de la que imitaría estrategias a lo largo de su trayectoria literaria. Una evocación del Surrealismo junto con uno de los cuadros favoritos de Ballard del movimiento ocupan una de las salas de la muestra, a la que le sigue un espacio dedicado a la particular relación del escritor con el género literario en el que se adscribe. “Ballard aboga por una ciencia ficción subjetiva”, por la exploración del “espacio interior” en un momento, los años sesenta, de auténtico delirio espacial entre los autores de esta literatura. En esta zona encontramos una selección de filmes de ciencia ficción realizada por el propio autor y las revistas del género donde publicó sus primeros relatos.
Afilado bisturí
Quizá la sección más documentada e inspirada sea la dedicada a la “tecnología y pornografía”. Una de las experiencias que marcarían la trayectoria de Ballard fue la visión del primer cadáver diseccionado durante sus pocos años como estudiante de medicina. La metáfora de la autopsia, a la que hace referencia el título y que se reproduce en esta sala, no es baladí. En los años que siguieron a la muerte de su esposa, el escritor encontraría su lenguaje e inspiración en tratados médicos y desarrollaría en sus obras más radicales, “Exhibición de atrocidades” y “Crash”, donde la descripción tecnológica se funde con las patologías y la carne en una descripción de “una sociedad mediática donde realidad y ficción se confunden”, de acuerdo con el comisario. Su producción más reciente nos remite a los llamados no-lugares, “los nuevos entornos arquitectónicos, las oficinas, los centros comerciales, en su asepsia nos convierten en psicópatas” El escritor realiza en sus últimas novelas “una radiografía que trasciende a la aparente limpieza de esos lugares, para mostrar su lado más oscuro”.
Voluntariamente ballardianos
El adjetivo “ballardiano” ha entrado en el diccionario Collins para señalar “la modernidad distópica, los desoladores paisajes creados por el hombre y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico” y son muchos los artistas y autores que se declaran seguidores del estilo y postulados del literato. “Aunque los rastros de su obra pueden verse profusamente en las artes visuales, hemos seleccionado una serie de creadores que se confiesan ballardianos”, esta selección de fotografías y videoinstalaciones firmadas por creadores como Ana Barrados, Ann Lislegaard y Michelle Lord cierra esta radiografía de un futuro muerto (probablemente de aburrimiento) antes de nacer.

Las claves del universo ballardiano
Las referencias autobiográficas. Más allá de obras que sólo pueden leerse en clave autobiográfica, como “El imperio del sol”, los diferentes contactos con la muerte a lo largo de su vida, incluyendo la de su esposa, constituyen puntos de inflexión en su obra literaria. Menos macabro, en su última novela,“Bienvenidos a Metro-Centre”, incluye una especie de chiste privado: un personaje describe al protagonista como “más allá de cualquier ayuda psiquiátrica”, descripción con la despacharon uno de sus manuscritos en una editorial.
Ciencia ficción introspectiva y el futuro de dentro de “cinco minutos”. El futuro que estamos creando ahora mismo interesa mucho más que lo que suceda en unos cientos de años. Ballard se vale del género literario para reflejar el presente y los mundos interiores, mediante herramientas como la influencia de su admirado surrealismo o el psicoanálisis. La psicopatología, la mente humana o los delirios surrealistas interesan mucho más al escritor que la conquista de nuevos mundos que parecía fascinar a sus colegas de género.
La catástrofe sin héroes. Ballard predijo algunos de los desastres ecológicos que ahora, si nadie lo remedia, tenemos a la vuelta de la esquina en, por ejemplo “El mundo sumergido” o “La sequía”. Por su parte, obras como “La isla de cemento”, cuyo protagonista queda atrapado en una extensión de cemento entre los carriles de una autopista durante días, se han calificado de “catástrofes urbanas”. Ante estos desastres, los personajes no se erigen como salvadores, simplemente tratan de sobrevivir y adaptarse a los cambios.
El fin de la emoción. En el prólogo a la edición francesa de “Crash” el propio escritor vaticinó “la muerte del afecto”. “La vida en el Occidente próspero tiene algo de desasosegante”, contó Ballard en una entrevista al diario argentino Clarín, “la suburbanización del alma avanza a un ritmo alarmante”, diagnosticó con acierto.
El sexo y la tecnología. En el controvertido grupo compuesto por el relato “Playa terminal” y las novelas “La exhibición de atrocidades” y “Crash”, considerado una suerte de duelo por su prematura viudedad, Ballard se vuelca en un lenguaje técnico, de un fetichismo tecnológico casi pornográfico con el que refleja el fin del afecto que se viven en entornos urbanas.
Los no-lugares. Ballard vive desde hace décadas en Shepperton, un suburbio londinense, rodeado de la autopista M25 (en una de sus salidas se sitúa el gran centro comercial, de su último libro) y cercano al aeropuerto. Sus novelas se desarrollan en este tipo de áreas urbanas clónicas, que se repiten en los alrededores de las ciudades de todo el mundo, como los aeropuertos, las autovías, los centros de negocios o las comunidades residenciales cerradas.
La violencia como reacción al aburrimiento. En la trilogía falsamente detectivesca de “Noches de cocaína”, “Super-Cannes” y “Milenio negro”, los habitantes de tres entornos contemporáneos condenados al sopor (el suburbio, el centro de negocios y la comunidad residencial) sólo se ven estimulados por explosiones estudiadas de violencia, “es lo único que puede aliviar la conformidad paralizante” de nuestros días, según declaró Ballard en una entrevista.
La clase media como nuevo proletariado. Que el plasma, el chalet adosado y la visita del sábado al museo (o al centro comercial, tanto da) no os engañen, parece advertirnos el autor inglés. La premisa de que las nuevas clases medias urbanas viven igual de atrapadas que los obreros de antaño (entre hipotecas, pagos diversos y compras aspiracionales, eso sí) es el punto de partida de la mencionada, por ejemplo, “Milenio negro”.
La única ideología que nos queda es el consumismo. El consumo se alza como único modo de vida. Los espacios que éste genera; la insatisfacción y nihilismo de los ciudadanos que esta manera de vivir provoca salpican su obra: lo vemos en el centro comercial, germen de un neofascismo consumista, de su última novela o los aburridos ingleses en sus chalets blindados en la costa española de “Noches de cocaína”.
La psicopatología como única forma de libertad. “La decisión moral más importante que podemos tomar”, declaró en una ocasión, “es el color de nuestro próximo coche”. La única autonomía posible está en nuestra mente. En una sociedad alienada esa idea abre la veda para infinitas patologías. “Es lo único que nos queda, la única libertad posible, y eso es un peligroso estado de la cuestión”
Ciencia ficción introspectiva y el futuro de dentro de “cinco minutos”. El futuro que estamos creando ahora mismo interesa mucho más que lo que suceda en unos cientos de años. Ballard se vale del género literario para reflejar el presente y los mundos interiores, mediante herramientas como la influencia de su admirado surrealismo o el psicoanálisis. La psicopatología, la mente humana o los delirios surrealistas interesan mucho más al escritor que la conquista de nuevos mundos que parecía fascinar a sus colegas de género.
La catástrofe sin héroes. Ballard predijo algunos de los desastres ecológicos que ahora, si nadie lo remedia, tenemos a la vuelta de la esquina en, por ejemplo “El mundo sumergido” o “La sequía”. Por su parte, obras como “La isla de cemento”, cuyo protagonista queda atrapado en una extensión de cemento entre los carriles de una autopista durante días, se han calificado de “catástrofes urbanas”. Ante estos desastres, los personajes no se erigen como salvadores, simplemente tratan de sobrevivir y adaptarse a los cambios.
El fin de la emoción. En el prólogo a la edición francesa de “Crash” el propio escritor vaticinó “la muerte del afecto”. “La vida en el Occidente próspero tiene algo de desasosegante”, contó Ballard en una entrevista al diario argentino Clarín, “la suburbanización del alma avanza a un ritmo alarmante”, diagnosticó con acierto.
El sexo y la tecnología. En el controvertido grupo compuesto por el relato “Playa terminal” y las novelas “La exhibición de atrocidades” y “Crash”, considerado una suerte de duelo por su prematura viudedad, Ballard se vuelca en un lenguaje técnico, de un fetichismo tecnológico casi pornográfico con el que refleja el fin del afecto que se viven en entornos urbanas.
Los no-lugares. Ballard vive desde hace décadas en Shepperton, un suburbio londinense, rodeado de la autopista M25 (en una de sus salidas se sitúa el gran centro comercial, de su último libro) y cercano al aeropuerto. Sus novelas se desarrollan en este tipo de áreas urbanas clónicas, que se repiten en los alrededores de las ciudades de todo el mundo, como los aeropuertos, las autovías, los centros de negocios o las comunidades residenciales cerradas.
La violencia como reacción al aburrimiento. En la trilogía falsamente detectivesca de “Noches de cocaína”, “Super-Cannes” y “Milenio negro”, los habitantes de tres entornos contemporáneos condenados al sopor (el suburbio, el centro de negocios y la comunidad residencial) sólo se ven estimulados por explosiones estudiadas de violencia, “es lo único que puede aliviar la conformidad paralizante” de nuestros días, según declaró Ballard en una entrevista.
La clase media como nuevo proletariado. Que el plasma, el chalet adosado y la visita del sábado al museo (o al centro comercial, tanto da) no os engañen, parece advertirnos el autor inglés. La premisa de que las nuevas clases medias urbanas viven igual de atrapadas que los obreros de antaño (entre hipotecas, pagos diversos y compras aspiracionales, eso sí) es el punto de partida de la mencionada, por ejemplo, “Milenio negro”.
La única ideología que nos queda es el consumismo. El consumo se alza como único modo de vida. Los espacios que éste genera; la insatisfacción y nihilismo de los ciudadanos que esta manera de vivir provoca salpican su obra: lo vemos en el centro comercial, germen de un neofascismo consumista, de su última novela o los aburridos ingleses en sus chalets blindados en la costa española de “Noches de cocaína”.
La psicopatología como única forma de libertad. “La decisión moral más importante que podemos tomar”, declaró en una ocasión, “es el color de nuestro próximo coche”. La única autonomía posible está en nuestra mente. En una sociedad alienada esa idea abre la veda para infinitas patologías. “Es lo único que nos queda, la única libertad posible, y eso es un peligroso estado de la cuestión”
Tras los pasos de Ballard
La influencia del autor de “Noches de cocaína” se extiende más allá del género de la ciencia ficción y de las fronteras de la literatura anglosajona. Su descarnada visión de ese futuro inmediato y su prodigioso estilo hiperrealista han influido a numerosos novelistas. Sin ir más lejos, “todos los escritores de la llamada Generación Nocilla se han declarado ballardianos o deudores de su obra en mayor o menor medida” nos cuenta el comisario. De hecho, el autor cuyas obras precisamente han bautizado, para bien o para mal, a la nueva generación de narradores patrios, Agustín Fernández Mallo (autor de “Nocilla Dream” y “Nocilla Experience”) es uno de los invitados a las charlas sobre la influencia del autor que tendrán lugar en el marco de Kosmópolis .
Para Costa, la sombra del escritor inglés se proyecta también sobre el novelista norteamericanoChuck Palahniuk . La obra del autor de “El club de la lucha” o “Superviviente”, por ejemplo, “tiene ecos ballardianos aunque él trate en todo momento de distanciarse”. “Plataforma” del polémico Michel Houllebecq “podría ser una novela de Ballard de la última etapa”. No es para menos, ya que el libro del cínico autor francés parece reunir todos los ingredientes de sus obras, la dificultad para las emociones, el sexo bizarro como entretenimiento de una clase media desencantada, todo ello con un entorno 100% ballardiano: el complejo turístico del todo incluido, el oasis aséptico en medio de una mísera nada.
El escritor británicoToby Litt , que también participará en las ponencias dedicadas al autor en el festival Kosmópolis, confiesa que su obra “Muerte en directo” (que edita en nuestro país Tusquets) está influida por “Crash” y que “su análisis de la violencia y perversidad” parecían dominar en todo momento el pensamiento de este novelista. Litt cita asimismo las primeras obras de Paul Auster, deudoras por su “deliberado vacío ballardiano”. La lista se extiende si nos atenemos a compatriotas de J.G. Ballard, como David Mitchell (que ha firmado, entre otras “El atlas de las nubes”), Alex Garland (autor de “La playa”, que más tarde Danny Boyle llevaría al cine) o el novel Daniel Davies, cuya reciente obra “The Isle of Dogs” (inédita por el momento en nuestro país) debe leerse como una “actualización de Ballard premeditada”.
Al otro lado del Atlántico,Bruce Sterling nos confiesa (como lo ha hecho en numerosas entrevistas) que “hubiera escrito de una manera completamente distinta” sino hubiera conocido la obra de Ballard, sobretodo los cuentos cortos que considera “experiencias formativas”. En varias ocasiones, el autor ha hablado de los autores cyberpunk(subgénero de la ciencia ficción del que se considera uno de los fundadores con la compilación de relatos “Mirrorshades”, editada por el escritor tejano) como William Gibson o Lew Shiner , como fans de Ballard. “Siempre le hemos admirado. Nos contentábamos con elogiarlo, pero no nos atrevíamos a acercarnos a él”, nos cuenta Sterling por correo electrónico, “le teníamos demasiado respeto”.
Para Costa, la sombra del escritor inglés se proyecta también sobre el novelista norteamericano
El escritor británico
Al otro lado del Atlántico,
http://www.cristinadiaz.net/?p=51

. G. Ballard, escritor y gran visionario moderno
El autor de 'El imperio del sol' falleció ayer a los 78 años
El soñador de catástrofes se ha adentrado en el más ignoto de los territorios devastados: el escritor británico James Graham Ballard, uno de los grandes visionarios del siglo XX, considerado el último de los surrealistas y maestro de la ciencia-ficción más literaria, falleció ayer, 19 de abril, a los 78 años, a consecuencia del cáncer de próstata que sufría. El autor había revelado su enfermedad, y que no esperaba curación, en su autobiografía Milagros de vida(Mondadori), aparecida el año pasado. Ballard era viudo desde que su esposa, Mary Ballard, falleció trágicamente en 1963 en Alicante durante unas vacaciones en familia. El escritor sacó adelante a sus tres hijos y desde hace cuarenta años mantenía una relación de pareja con Claire Walsh, que lo ha acompañado hasta la muerte.
Tenía una capacidad asombrosa para el simbolismo
Algunos críticos vieron en su literatura algo perverso e insano
Ballard, nacido en 1930 en Shanghai, donde sus padres eran miembros de la colonia británica, tuvo una infancia exótica y aventurera en China al vivir la invasión japonesa y verse recluido con su familia en un campo de concentración. Esa experiencia dramática la narró en su novela más conocida, la autobiográfica El imperio del sol (1984), que Spielberg convirtió en película. Ballard regresó a Reino Unido de adolescente y nunca pudo adaptarse al mundo gris y cerrado de la sociedad británica de posguerra. Estudió Medicina, y la anatomía y la disección forman parte integrante de su literatura, a veces de una perturbadora fisicidad y sexualidad. También se enroló en la fuerza aérea (RAF) donde realizó el curso de piloto, y el imaginario de los aviones y el vuelo -especialmente lo relacionado con la caída de los fulgurantes aparatos- aparece en sus textos.
Las imágenes, sueños y experiencias traumáticas de la China devastada por la guerra le acompañaron toda la vida y formaron en buena medida su mundo creativo, caracterizado por una conexión tremendamente fructífera con el inconsciente que se expresaba en una capacidad asombrosa para el simbolismo y las metáforas.
Los edificios deshabitados, los night-clubs y hoteles abandonados, las piscinas vacías, los desiertos... son algunos de los no-lugares oníricos que pueblan los sensacionales cuentos y novelas de Ballard, cuya lectura provoca una sensación escalofriante, a la vez de extrañeza y reconocimiento. En una ocasión, entrevistado por quien firma estas líneas, el escritor, que tras la muerte de su mujer pasó una época abismal de alcohol, desesperación y sexo, afirmó que no necesitaba drogas para imaginar sus mundos, algunos de los cuales tienen una luminosidad lisérgica: "No hay droga como la mente". Algunos críticos vieron en su escritura un elemento enfermizo, malsano y perverso. Sus muchos admiradores, en cambio, destacan su capacidad de avizorar el futuro y escrutar en las profundidades de nuestras almas, sondeando los elementos más tenebrosos, pero también los más conmovedores y extraordinarios.
Admirador de los pintores surrealistas, de Magritte, de Dalí, de De Chirico, de Delvaux sobre todo, de los que su universo imaginario es muy deudor, Ballard estuvo muy interesado por el mundo artístico y se vinculó a los movimientos vanguardistas de los sesenta. En una ocasión, incluso organizó una exposición de automóviles destrozados en accidentes, un tema que le obsesionaba y que sublimó en su novela Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg. De su época experimental, en la que no dudó en acercarse a la pornografía y rodear su escritura de elementos morbosos y alucinatorios, son libros inclasificables como La exhibición de atrocidades.
Varias de sus obras más conocidas giran en torno a catástrofes que amenazan la Tierra y conducen a los personajes a una regresión psicológica, a un apocalipsis interno que no deja de tener un elemento de regeneración. Novelas como El mundo sumergido, La sequía o El mundo de cristal, imaginan la civilización abocada a su fin respectivamente por inundaciones, falta de agua o un extraño fenómeno que cristaliza la naturaleza. El año pasado, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona le dedicó una magnífica exposición que revisaba todos los aspectos de su obra. Ballard era consciente de que se moría y sus últimos tiempos los ha pasado colaborando con su médico en una suerte de experimento literario en torno a su enfermedad, del que no se sabe si sus frutos verán la luz pública.

Las 5 mejores novelas de J. G. Ballard
Juan Manuel Santiago el 9 de agosto de 2013

Lo ideal habría sido hablar de las cinco mejores antologías de relatos de J. G. Ballard, pero el anuncio de la próxima publicación en castellano de sus cuentos completos hace ociosa esta tarea (de todos modos, no desesperen: seguro que escribo acerca de sus cinco mejores cuentos), por lo que nos centraremos en sus novelas. Como sucedía en la entrada sobre las cinco mejores novelas de Philip K. Dick, estas cosas van según el día que tenga uno: seguro que si hubiera escrito este artículo mañana, o ayer, estaría hablándoles de otras cinco novelas, como por ejemplo El mundo de cristal, La sequía, Rascacielos, El imperio del sol o Noches de cocaína, todas ellas magistrales. El caso es que las obras mencionadas en esta entrada son plenamente recomendables, y nos permiten hablar de uno de los autores visionarios que ha ayudado a redefinir el espacio interior de miles de lectores de todo el mundo.
El mundo sumergido (publicada en 1962).
El Londres poscatastrófico que nos presenta esta novela, en la que el mundo regresa a su estado prehistórico y los instintos humanos se rebajan al cerebro reptiliano, se puede sondear en obras tan dispares como El club de la lucha, de Chuck Palahniuk (con las proclamas de Tyler Durden hablando de cómo será el mundo después del triunfo de su revolución), o la película Doce monos, de Terry Gilliam, en la que vemos como el paisaje interior, el subconsciente reprimido, emergen al mundo exterior y pueblan las calles con nuestros miedos y sueños en forma de animales de zoológico huyendo en desbandada. Ballard va más allá de las novelas de catástrofes y nos ofrece un alucinante viaje interior y exterior hacia un mundo descabellado y fascinante a partes iguales. Además, Kerans es un prototipo de personaje ballardiano, individualista e insondable.
Crash (publicada en 1973).
Tal vez la más conocida de las novelas de Ballard, gracias sobre todo a la impecable adaptación que realizó David Cronenberg en 1995, Crash siempre ha sido objeto de debate: ¿es o no es ciencia ficción? En mi opinión, sí lo era en el momento de su escritura, y tal vez en el de la aparición de la película, pero ahora es realismo puro y duro. Cosa que, por otro lado, es muy frecuente en la obra de Ballard. El tratamiento que da de la sexualidad mutante propiciada por el elemento tecnológico, con arreglo al cual somos unos cíborgs incapaces de excitarnos sin ayudas externas y mecánicas, unos seres que jamás alcanzaremos el orgasmo si no median accidentes de coche y celebrities, es de lo más enfermizo que se ha escrito nunca… lo cual incluye libros muy enfermizos del propio Ballard, como la recopilación de relatos La exhibición de atrocidades.
La isla de hormigón (publicada en 1974).
¿Cómo? ¿Que estoy equivocado y su verdadero título es La isla de cemento? Pues depende. En la edición antigua de Minotauro, sí; pero en la última reedición de RBA el título es La isla de hormigón. En todo caso, se trata de la «robinsonada» más extrema de la historia de la literatura: Maitland, el protagonista, queda encallado en una isla situada en la ronda de circunvalación de Londres. Los automóviles de paso, incapaces de reparar en nada que no sea la carretera, lo separan de una ciudad de ocho millones de habitantes, lo cual acentúa su soledad (y la nuestra, por ende), y lo condena a formar su propia sociedad, apartado de todo y, sin embargo, apenas a unos metros de la civilización. Una metáfora brutal de la soledad y la incomunicación a las que nos somete la tecnología moderna.
Furia feroz (publicada en 1988).
Esta novelita corta, que tardó dios y ayuda en aparecer publicada en español, es la piedra angular de la última etapa de Ballard. Sin ella no existirían ni Noches de cocaína (que es la novela que casi todos habríais incluido en este listado, como representante de la última etapa de Ballard, ¿a que sí?) ni Super Cannes ni Milenio Negro. La historia entrecruzada de un asesinato múltiple en una urbanización de lujo con la desaparición y posterior aparición de sus habitantes más jóvenes nos habla de un mundo instalado en el aquí y el ahora, sin ningún maquillaje ni decorado tecnológicos o naturales que nos distraigan: el futuro, evidentemente a peor, está gestándose aquí y ahora, y tiene protagonistas a los hijos de las clases acomodadas. Los pijos heredarán la tierra… no sin antes liarla parda. Una novela que de verdad, de verdad que quita el aliento.
La bondad de las mujeres (1991).
Las novelas autobiográficas de J. G. Ballard son las grandes incomprendidas de su producción literaria, acaso por la larguísima sombra de la predecesora de esta, El imperio del sol (1984), que todos conocemos gracias a la película de Steven Spielberg. Pero lo bueno, lo realmente bueno, comienza cuando el pequeño Jim sale de Shanghái y aterriza en un Reino Unido de posguerra que, a decir verdad, era mucho más marciano que la China invadida por los japoneses. Vemos aquí los veinte siguientes años en la vida de Jim, y todo el proceso que lo lleva a convertirse en J. G. Ballard, escritor alucinado, visionario imprescindible, mitómano femenino impenitente, y frágil padre viudo de familia. Tal vez lo cuente mejor en Milagros de vida, pero se trata de una autobiografía, mientras que La bondad de las mujeres es una novela autobiográfica. No es lo mismo, y esta entrada versa sobre las novelas de Ballard.
http://www.lecturalia.com/blog/2013/08/09/las-5-mejores-novelas-de-j-g-ballard/

[PDF]el mundo sumergido - La Prensa De La Zona Oeste
laprensadelazonaoeste.com/.../Ballard,%20J.%20G%20-%20El%20Mundo%20Sumer...
de JG Ballard - Citado por 4 - Artículos relacionados
J.G. Ballard. Título original: The drowned world. Traducción: Francisco Abelenda. © 1962 by J.G. Ballard. © 1966 Editorial Minotauro. Humberto Iº 545 - Buenos .
J.G. Ballard (1930-2009): el telescopio invertido
En 1949, mientras los escritores de ciencia ficción desvían la mirada de un planeta surcado por las cicatrices de la guerra y la alzan al espacio exterior en pos de civilizaciones menos partidarias de la autodestrucción, James Graham Ballard lleva a cabo un curioso experimento en la sala de disección de King’s College, Cambridge. En ese extraño recinto “de techo bajo, a medio camino entre un club nocturno y un matadero”, acompañado por el recuerdo del conejo que desolló e hirvió al final de su estancia de tres años en la Leys School –el internado que entre 1923 y 1927 acogió a Malcolm Lowry, otro gran iconoclasta de la literatura–, el estudiante de medicina de diecinueve años aprovecha sus clases de anatomía para empezar a construir un telescopio mental con el que enfocará no las estrellas sino, primero que nada, el interior de los cadáveres de doctores que se rinden a su bisturí: “En cierto modo –confiesa en Milagros de vida (2008), su conmovedor testamento autobiográfico–, estaba realizando mi propia autopsia de todos los chinos muertos que había visto tirados al borde de la carretera cuando iba al colegio [en Shanghái]. Estaba efectuando una especie de investigación emocional e incluso moral de mi pasado, al tiempo que descubría el vasto y misterioso mundo del cuerpo humano.” En 1954, dejándose guiar por la aviación, una de sus más fieles obsesiones que lo conducirá a avecindarse en Shepperton –el poblado cercano al aeropuerto de Heathrow donde radicará de 1960 hasta su deceso en 2009– y a bautizar uno de sus catorce libros de relatos como Aparato de vuelo rasante (1976), Ballard decide alistarse en las Fuerzas Aéreas británicas y viaja a la base de instrucción en Moose Jaw, en la provincia canadiense de Saskatchewan, una tierra de nadie en la que sin embargo tiene una epifanía similar a la que vivió en la sala de disección de King’s College. Gracias a revistas como Astounding Science Fiction, Fantasy & Science Fiction y Galaxy, localizadas en las estanterías de ese “pueblo sin porvenir”, reconoce las riquezas y limitaciones del género que luego describirá como el único “suficientemente dotado para convertirse en la literatura del futuro”, y sobre el que instala el telescopio que terminará de ensamblar a lo largo de su obra: “Interiorizaría la ciencia ficción, buscando la patología que subyacía bajo la sociedad de consumo, el panorama televisivo y la carrera de armamento nuclear, un enorme continente intacto de posibilidades ficcionales.” En 1962, seis años después de publicar su primer cuento (“Prima belladonna”) y de ver la exposición que lo marcó para siempre (This is Tomorrow); un año después de debutar como novelista con El viento de la nada (1961) y dos antes de enfrentar la pérdida de Mary Matthews –su esposa desde 1955– debido a una neumonía contraída en unas vacaciones familiares en Alicante, Ballard escribe un texto para la revista New Worlds donde da las coordenadas que su telescopio examinará durante casi cinco décadas de trabajo ininterrumpido:
Los mayores avances del futuro inmediato ocurrirán no en la luna o en Marte sino en la Tierra, y es el espacio interior y no exterior el que necesita ser inspeccionado. El único planeta verdaderamente extraño es el nuestro [...] Quiero ver que la ciencia ficción se vuelva abstracta y atrevida, ideando situaciones nuevas y contextos que ilustren los temas de manera oblicua [...] Quiero ver [...] más de los mundos sombríos que uno atisba en los cuadros pintados por esquizofrénicos, que por lo general constituyen una poesía especulativa y una fantasía científica [...] El primer relato auténtico de ciencia ficción, que yo mismo pretendo escribir si nadie más lo hace, gira en torno de un hombre amnésico que yace en una playa observando una rueda oxidada de bicicleta, tratando de establecer cuál es la relación entre ambos.
En los elementos enumerados –hombre, rueda de bicicleta, playa– no es difícil oír un eco del trío estipulado por Lautréamont –paraguas, máquina de coser, mesa de disección– que integra una de las nociones precursoras del surrealismo, la corriente que caló más hondo en Ballard desde aquellos dibujos preparatorios, basados en los prerrafaelitas y Aubrey Beardsley, que aderezaban los libros leídos en el Shanghái de la infancia: “Di el nombre de ‘espacio interior’ –señala el autor en el prólogo de Crash (1973), una de sus novelas emblemáticas, llevada al cine por David Cronenberg en 1996– al nuevo territorio que yo deseaba explorar: ese dominio psicológico (y que aparece, por ejemplo, en los cuadros de los surrealistas) donde el mundo exterior de la realidad y el mundo interior de la mente se encuentran y se funden.” El paraguas y la máquina de coser, que algunos interpretan como el binomio masculino-femenino, se transforman así en la metáfora de dos orbes supuestamente antitéticos (exterior e interior) que Ballard puso en una mesa de disección traída de su juventud para revelar los vasos comunicantes que André Breton abordó en su ensayo de 1932. No es gratuito, por tanto, que una de las últimas fotografías de Ballard lo capte junto a Femme dans une grotte, de Paul Delvaux, uno de sus artistas preferidos. Tampoco es gratuito que en las portadas de las ediciones españolas de varios de sus libros esté presente el surrealismo: L’écho (ou le mystère de la route), de Delvaux, en El día eterno (1967), colección de cuentos donde se cita este óleo; una obra de Max Ernst en Zona de catástrofe (1967) y un fragmento de Sans titre, de Yves Tanguy, en Vermilion Sands (1971). Ballard siempre creyó –y con razón– que entre arte y escritura existe una alianza secreta que para él se comenzó a perfilar en las excursiones a la National Gallery, durante su estancia de un año (1951-1952) en el Queen Mary College de Londres, y se materializó en su visita a This is Tomorrow, la exposición de 1956 que lo obligó a concluir: “La ciencia ficción [...] era una máquina visionaria [...] propulsada por un exótico combustible literario tan abundante y peligroso como el que impulsaba a los surrealistas.”
Ese combustible empieza a surtir efecto en los años sesenta y setenta, cuando Ballard –instalado en la viudez a partir de 1964– vuelve a invertir su telescopio y en lugar de apuntarlo hacia fuera, a la palpitante vida cultural londinense, lo apunta hacia dentro, a su obra y a la gozosa convivencia con sus tres hijos (Jim, Fay y Beatrice). En esta época, además de conocer a la que será su compañera en las siguientes cuatro décadas (Claire Walsh), el autor echa mano del bagaje científico –“literatura invisible”, lo llamará después– que le legó su labor en la revista Chemistry & Industry y reemprende, en la mesa de disección de la narrativa, la autopsia iniciada en King’s College: un proceso que le permite profundizar no sólo en su obsesión clínica por el cuerpo humano, que derivará en un interés por la pornografía patente sobre todo en La exhibición de atrocidades (1970) y Crash, sino en su niñez y pubertad transcurridas en el Shanghái de la guerra y marcadas a fuego por la reclusión en el campo de Lunghua entre marzo de 1943 y agosto de 1945. De sus experiencias en la ciudad china se desprenden “las piscinas vacías, los hoteles y clubes nocturnos abandonados, las pistas de aterrizaje desiertas y los ríos desbordados” que pueblan sus novelas y relatos, pero asimismo las “urbanizaciones residenciales bien protegidas [que] constituían unos campos de internamiento ideales” y que mutan en los nuevos falansterios: comunidades autosuficientes, regidas por códigos propios, donde se gesta la entropía social y entre las que destacan el edificio de Rascacielos (1975), la Aldea Pangbourne de Locura desenfrenada (1988), el resort Estrella de Mar de Noches de cocaína (1996), el parque industrial Edén-Olimpia de Super-Cannes (2000), el barrio Chelsea Marina de Milenio negro(2003) y el centro comercial de Bienvenidos a Metro-Centre (2006). Estos paraísos artificiales se someten al reinado de una estirpe –la del líder mesiánico, fundada por el Vaughan de Crash– en la que se cifra parte de la subversión ballardiana, y cuyo origen histórico se remonta a “las tendencias patológicas de la mente europea que [impulsaron] a Hitler al poder”. Con los pies firmes no en el ensueño futurista sino en el pasado y en un presente cada vez más centrífugo, trocado su apellido en adjetivo al igual que el de su admirado Kafka –el término “ballardiano” figura ya en el Collins English Dictionary–, J.G. Ballard orientó su telescopio al espacio interior para demostrar que las psicopatologías contemporáneas son tan insólitas y fulgurantes como las estrellas que saturan la bóveda celeste. ~
http://www.letraslibres.com/mexico/jg-ballard-1930-2009-el-telescopio-invertido