“Un político que acepta trabajar en una ciudad regida por la democracia es sin duda un sinvergüenza que tiene algo que esconder”.
Pseudo Jenofonte, Constitución de los atenienses, II 20.
«Canfora es de los pocos que pueden hablar con autoridad del mundo clásico y el más hábil fusionando filología e historia en sus múltiples relaciones con el presente.»UMBERTO ECO
Este es un libro que se ha de leer con calma. Los libros de Luciano Canfora suelen serlo, es un italiano que no escribe a la ligera, aunque a veces lo parezca. Se trata de un libro desmitificador, o mejor, revelador. Se pretende en él que el lector abra los ojos, nada más y nada menos, ante lo que realmente fue, política y socialmente hablando, la Atenas del último tercio del siglo V a.C., la Atenas de la democracia durante la guerra del Peloponeso. En esa revelación, en esa investigación de la mano de Canfora, se descubre el trasfondo del espejismo y el mito de Atenas cae estrepitosamente.
El mundo de Atenas no es una exposición del funcionamiento (ni del no-funcionamiento) de la democracia griega; para eso hay otros muchos y muy buenos libros, que en mayor o menor medida se alinean con el mito de la Atenas democrática. Canfora no busca eso, ni siquiera le reclama ese conocimiento al lector; lo que sí le reclama, so pena de perder el hilo discursivo, es poseer un cierto bagaje de lecturas clásicas. La Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, en especial su último tercio, es pieza clave, y no lo es menos la Constitución de los atenienses, cuyo anónimo autor se conoce como Pseudo Jenofonte (el texto fue encontrado entre los papeles de Jenofonte) o el “Viejo Oligarca” y que algunos, el propio Canfora entre ellos, identifican con Critias, uno de los Treinta Tiranos. Otros muchos textos clásicos son citados, comentados en mayor o menor medida e integrados en la argumentación general de Canfora: los discursos de Andócides, los de Isócrates, las comedias de Aristófanes, las tragedias de Eurípides, algún diálogo de Platón, las Helénicas de Jenofonte… No hay en ello afán de erudición: la razón de que esos escritos figuren en este libro es simplemente que todos fueron compuestos en la época que analiza Canfora o inmediatamente después, y por ello, explícita o implícitamente, permiten al autor aportar luz al objeto de su análisis. También demanda el autor, lo cual y dicho lo dicho parece una demanda más que obvia, que el lector sepa al menos quiénes fueron Pericles, Jenofonte, Tucídides, el mencionado Critias, Alcibíades, Isócrates; por no hablar de otros atenienses “menores”: Efialtes, Andócides, Frínico, Antifonte, Pisandro, Terámenes… Canfora es filólogo y se nota en cada párrafo: sus explicaciones, sus deducciones, a menudo rocambolescas, tienen siempre como base un análisis minucioso de los textos que se nos han conservado de o sobre todos esos individuos. No es, pues, un libro cómodo; para obtener de él el máximo jugo se habría de leer como mínimo con la obra de Tucídides al lado. En su defecto, el lector puede dejarse llevar por el relato de Canfora, cargado de erudición, citas textuales y algún que otro salto temporal, y fiarse de los argumentos del italiano. Sepa pues el lector que este libro ofrece pero también exige, y mucho.
¿Y cuál es, en definitiva, ese “mito de Atenas” que Canfora pretende hacer volar por los aires (en realidad, no tanto como eso: aunque Canfora “inventa” cosas, una de ellas no es la desmitificación de la Atenas democrática)? El que se sostiene sobre tres pilares, tres ideas básicas: 1ª, Atenas es la salvadora de todos los griegos (frente a los persas); 2ª, avalada por ese primer pilar, Atenas merece liderar a los griegos; y 3ª, quien ha logrado lo primero y por tanto ha de hacerse cargo de lo segundo es el pueblo de Atenas, el demos; ¿y de qué sistema se vale para asumir su tarea? De la democracia. A poco que uno haya leído a Tucídides descubrirá que estos argumentos son los que expone Pericles en su famosísima oración fúnebre a los caídos en el primer año de la guerra del Peloponeso. Pericles es, pues, si no el creador, sí el que apuntala el mito, el que defiende el sistema democrático, el que considera que en la asamblea del pueblo habla y argumenta y razona y convence con entera libertad todo aquel que lo desee, porque esa es la esencia de la democracia, de Atenas, de Grecia. Ese es el mito que Pericles trata de “vender” a sus propios conciudadanos y a todos los griegos; pero la realidad no es exactamente así, como pone de manifiesto Canfora: en la asamblea no habla quien quiere sino quien tiene algo que aportar; un “pobre”, un miembro del demos, del pueblo, no se atreverá a abrir la boca. Lo hará únicamente el que tiene planeado qué decir, el que tiene cómplices que le aplaudirán y que mandarán callar a los que gritan, el que tiene capacidad de organización para conseguir lo que quiere (y el pueblo, casi por naturaleza, carece de esa capacidad). Este no será un miembro del demos sino de la élite, un “rico”, un aristócrata. Por otro lado, la pasión de los atenienses por el sistema democrático dista mucho de ser la que transmite el discurso tucidídeo de Pericles o la que pretenderán reflejar las arengas de Demóstenes años después. “La asamblea está desierta”, dice Aristófanes en su comedia Los acarnienses. Y, con toda probabilidad exactamente eso es lo que sucede: que a la asamblea no va casi nadie. Pero al teatro sí. La comedia ática es, entonces, un reflejo de la realidad ateniense más fiable que el discurso de un líder que pretende mantener un mito.
Quizá Canfora peca (¿deliberadamente?) de maniqueo, de ver solo en blanco y negro la realidad ateniense: pobres o ricos, demos o élite, demócratas u oligarcas, thetes u hoplitas. O tal vez solo pretenda poner de manifiesto esta bipolaridad, que sin duda se daba, sin por ello desdeñar que hubiera otros colores en el espectro social y político ateniense. Un par de ejemplos: llama la atención que, según Canfora, oligarcas destacados como Critias o Antifonte se dedicaran también a escribir tragedias, porque en la asamblea sus palabras solo llegaban en el mejor de los casos a 5.000 ciudadanos mientras que en el teatro eran oídas por 30.000. Tal afirmación supone que hay que entender los mitos escenificados en las tragedias en clave política (así lo hace Canfora con alguna obra de Eurípides, quien no participó activamente en la política pero cuyas ideas oligarcas le obligaron a exiliarse de Atenas en su vejez). Esa bipolaridad también le sirve al autor para razonar cómo fue posible lo que sucedió en un año clave de la historia democrática ateniense: en el 462 a.C. el líder democrático Efialtes y su segundo Pericles lograron que la asamblea redujera y limitara los poderes del Areópago, órgano que simbolizaba la tradición aristocrática ateniense. ¿Cómo fue posible? Porque por las fechas en que tal cosa sucedió Cimón, destacada figura de una de las más nobles familias atenienses, se había llevado 4.000 hoplitas a Lacedemonia para ayudar en la guerra contra los ilotas; es decir: que en la asamblea no había más que ciudadanos del demos, gente humilde que no pertenecía a la clase de los hoplitas y que votaron sin dudar a favor del decreto de Efialtes y en contra de la institución que encarnaba el poder aristocrático.
La idea que subyace en toda la obra de Canfora es que la democracia ateniense no tuvo una vida tan diáfana, transparente e inmaculada como pueda parecer. No fue el sistema político “de los buenos” frente a la tiranía “de los malos”, y tampoco los contemporáneos lo sintieron así. Esta tesis no es, ya lo dije, novedosa ni original. El apego de Sócrates a la democracia es más que discutible; el de Platón es inexistente; Aristóteles coloca la democracia junto a la tiranía y la oligarquía en la categoría de los gobiernos “degenerados” (es una degeneración del gobierno llamado “república” –politeia-). Tampoco Tucídides simpatizaba con los demócratas, ni Eurípides, ni Alcibíades, ni muchos otros. Porque la democracia, y esto hay que tenerlo claro, no era el gobierno de la mayoría en busca del bien común (definición aristotélica que corresponde a “república” ), sino el gobierno del demos, de los “pobres”, en busca no del bien común sino del propio demos. ¿Pero el bien del demos acaso no es el bien común: el gobierno justo, el buen gobierno, la eunomia? No: “el pueblo quiere ser libre, no subyugarse a la eunomia”, dice Canfora citando al Pseudo Jenofonte (I, 8); y la cita, que Canfora no prolonga, sigue así: “el pueblo quiere ser libre y mandar, y poco se le da que haya un mal gobierno; y aquello que tú consideras como un desgobierno, con eso mismo se fortalece el pueblo siendo libre” (I, 9). ¿Acaso era esto lo mejor para Atenas o para cualquier otra ciudad; dejar que el destino de todos dependiera de la voluntad de los menos preparados, aceptar la “dictadura del demos”? La libertad del demos, dice Canfora, se sustenta en la tiranía que ejerce sobre los demás. “La democracia nace cuando los pobres obtienen la victoria y a los del otro bando a unos los matan y a otros los obligan a exiliarse”, afirma Platón en el libro VIII de la República. La democracia era en esencia algo violento, y con toda probabilidad el propio término “demokratia” fue acuñado con tono despectivo por sus detractores. Muchos eran, pues, los que no comulgaban con la democracia, ni siquiera el propio Pericles, afirma Canfora; pero el caso es que tras las reformas de Clístenes y tras las guerras Médicas era el demos el que había salido fortalecido y el que ejercía de potencia social en Atenas: por ello Pericles, como muchos otros, se vio obligado a tolerar el sistema democrático para sobrevivir en él. Era una gran empresa “quitar la libertad al demos después de casi cien años de la caída de los tiranos” (Tucídides, VIII, 68 4), por ello Pericles se vio en la necesidad de “entenderse” con el demos. Por tanto no hay que dejarse engañar, el pueblo era feliz siendo libre pero el gobierno real lo ejercían los de siempre: “algunos la llaman democracia, otros de otra manera; en los hechos es un gobierno de los mejores con la aprobación de la masa”, dirá Platón en el Menexeno; “aquello era de nombre una democracia, pero en realidad era el gobierno del primer ciudadano”, dirá Tucídides.
En algún momento dice Canfora que la democracia y el imperio atenienses “nacieron” al mismo tiempo, de la mano de Temístocles. Hecho paradójico, la convivencia de estos dos sistemas, difícil de entender pero que en efecto se dio: el mantenimiento de una política imperialista en la cual los “aliados” de Atenas han de someterse a ella y ser sus tributarios, mientras los atenienses presumen de demócratas de puertas adentro. Una democracia, además, en la que son ciudadanos de pleno derecho un bajísimo porcentaje de sus habitantes, entre los cuales se reparten los beneficios del tributo imperialista. Con razón repite Canfora un par de veces la definición que Max Weber dio de la democracia antigua: “una camarilla que se reparte el botín”.
Este es el planteamiento de El mundo de Atenas. Bajo ese prisma Canfora analiza el texto del Pseudo Jenofonte (¿quien seguramente no es otro que Critias?), profundamente antidemocrático y prooligárquico. Y sobre todo analiza diversos episodios de la obra de Tucídides: el discurso fúnebre de Pericles, el diálogo con los melios, el ”caso” de la mutilación de los hermes en vísperas de la expedición a Sicilia, y todo el proceso de crisis política que vivió Atenas en los años finales de la guerra del Peloponeso (tomando como base el último libro de la obra de Tucídides y los dos primeros de las Helénicas de Jenofonte): el golpe de estado oligárquico del 411, la inmediata restauración de la democracia, los juicios a los cabecillas de uno y otro bando, el juego político de Alcibíades, el de Terámenes, el gobierno de los Cuatrocientos, el de los Treinta, su caída… Y se asoma al siglo IV a.C. con un penúltimo capítulo dedicado al orador Demóstenes. Mantiene el autor sus posiciones en torno a algunos aspectos de la vida de Tucídides, que ya expuso en su breve El misterio Tucídides, y que alteran sensiblemente la interpretación de algunos capítulos de la obra del ateniense. Es especialmente interesante la manera en que Canfora pone a la luz, con un profundo análisis de los textos, los párrafos e incluso a veces las palabras, las intenciones y motivos que Tucídides, Jenofonte, Isócrates, etc., probablemente tuvieron para escribir lo que escribieron y del modo en que lo hicieron: qué hubo de cierto en los discursos de defensa de Andócides y por qué en ellos dijo lo que dijo; qué llevó a Jenofonte a continuar la labor de Tucídides y por qué lo hizo en el modo en que lo hizo; cómo es que el Panegírico del prodemócrata Isócrates contiene veladas (o no tan veladas) alusiones críticas al prooligarca Tucídides… Canfora dedica la mayor parte del libro al análisis de todos estos temas, de manera episódica pero con continuidad argumental, haciendo gala de una agudeza y erudición asombrosas y dejando ver que le resulta tan fácil moverse entre los textos clásicos y las diferentes copias y modificaciones que de ellos se han hecho a lo largo de la historia (cosa que queda patente en todas las obras del italiano, entre ellas otro libro comentado en estas páginas, El viaje de Artemidoro), como entre los estudios que de esos textos se han ido haciendo en épocas posteriores, desde Maquiavelo a Tocqueville, desde George Grote a Wilamowitz, desde los copistas medievales a M. I. Finley, desde Max Weber a Davis Hanson.
Sobre la impecable edición del libro de Canfora no hay nada que decir: notas a pie de página, amplia bibliografía, glosario (excesivo, creo yo), cronología precisa y mapas típicos. La lástima es que el libro contiene más erratas de las que serían deseables (de hecho ninguna errata es deseable), que en algunos casos afectan a la ortografía de algunos nombres propios: “Argesilao” por Agesilao, “Adnócides” por Andócides, “Fromisio” por Formisio…
Se trata, como dije al principio, de un libro exigente pero interesantísimo: analítico, en absoluto generalista (lo único que tiene de general y poco concreto es el título) y que pone de relieve que la típica y a veces bucólica percepción de la antigua Atenas como cuna y origen de la democracia (el “menos malo de los sistemas políticos”, como a menudo se la suele definir en los círculos pseudointelectuales contemporáneos), esa imagen clásica navega sobre un río de aguas turbulentas.
http://www.hislibris.com/el-mundo-de-atenas-luciano-canfora/
El mundo de Atenas
Luciano Canfora
Trad. Edgardo Dobry. Anagrama. Barcelona, 2014. 540 pp. 29'90 e.
LUIS ANTONIO DE VILLENA | 21/03/2014 |

Acrópolis
El mito de Atenas no es fábula pero (repitámoslo) es un mito forjado desde la época de Alejandro que aspira a verse como su continuador y engrandecedor y desde la época romana, cuando Atenas carece de todo poder pero es una de las ciudades cultas del Imperio (“universidades” las llama Canfora) donde acuden a estudiar todos cuantos aspiran al poder o a las letras. Cicerón estudió en Atenas y Adriano también. El llamado “siglo de Pericles” -que duro algo menos - resulta fulgente. Pero ¿era democracia -según la entendemos hoy- una ciudad de unos 350.000 habitantes, donde sólo 20.000 tenían derecho a voto, pues hay que excluir a las mujeres, a los esclavos y a los metecos (o extranjeros) aunque llevaran tiempo viviendo en la ciudad? De más está decir que la mayoría de los con derecho a voto pertenecían a las familias patricias, por eso pudo señalar Max Weber que la democracia ateniense era “una camarilla que se reparte el botín”. Parece duro. Pero Canfora insinúa después mayores distancias: ¿No sucede algo parecido ahora con nuestras democracias modernas? Sí, Atenas sentó un método democrático -lejos de Esparta, por ejemplo- pero ¿lo cumplió? También Roma se convirtió en un Imperio con un autócrata, aunque guardara muchos elementos de la antigua República, como el Senado. Volney -mucho antes- había sido más duro: “Sin los esclavos, veinte mil atenienses no hubieran podido deliberar todos los días en la plaza pública”. El viejo Platón de La República terminó lejos de aquella democracia. Atenas es la base del helenismo que se expande con la cultura helenístico-romana, fue casi toda la Antigüedad un centro de saber (como una Salamanca helénica), derrotó a los persas -antes que Alejandro- y sentó las bases coloniales con su poder marítimo, pero acaso ese poder de unos pocos escogidos se usó tan torticeramente como se hace hoy mismo…
Se dice (como hoy que hay “antiyanquis”) que existía un partido antiateniense en todo el mundo griego, del que fue portavoz Estesímbroto de Tasos, que habla como algún personaje de las comedias de Aristófanes, al que tampoco le gustaba el sistema. En El mundo de Atenas está el esplendor de cierto de Atenas, sus fallos y la inmensa utilización posterior de todo, en un libro tan largo y rico, que sólo admitiría (fuera de la generalización) una minuciosa crítica académica.Atenas no es todo, pero todo -mejor y peor- sale finalmente de Atenas que cierra teóricamente su ciclo áureo, tan continuado, con la muerte de Demóstenes en el 322 a. C., exactamente un año después de la muerte de Alejandro en Babilonia. Lo vemos: final y principio. El libro es sabio y está bien traducido, apenas se le escapa al traductor un “samos” por “samios”, es decir los habitantes de la isla.
https://www.elcultural.com/revista/letras/El-mundo-de-Atenas/34329
Luciano Cánfora y el nacimiento de la democracia directa en Atenas
I. Son casi 500 páginas que, una vez metido en ellas, no quisiera el lector que fueran tan pocas. El mundo de Atenas es una investigación moderna y contemporánea, buceando en una bibliografía renovada en sus fuentes, singulares interpretaciones y metódico análisis que nos ofrece una nueva perspectiva histórica del mundo griego: año 400 al 322 antes de Cristo. Es, sobre todo, un rastreo político de la democracia directa, la del pueblo, de donde nació la democracia indirecta o representativa; vasos comunicantes que se han ido incomunicando en la medida que los representantes, después de Atenas-Grecia, han ido tomando partido por las elites del poder económico, haciendo uso del poder político para afianzarlo; una vez que el capitalismo y sus ismos dominan la globalización, o sea, someter a los pueblos con un sutil neoimperialismo de las potencias mundiales. Con 35 capítulos, mapas, glosario, cronología, índice onomástico y bibliografía, es uno de esos libros, de historia, que hacen historia por la grandeza de sus análisis, sus comentarios y sobre cómo en esa democracia ateniense están las raíces de lo contemporáneamente moderno de la política, como teoría y práctica de coordinar al pueblo y apoyarse en éste para la dirección de la sociedad.
II. Luciano Cánfora endereza una implacable crítica sobre la democracia del pueblo, en la época de oro de Pericles, como “una democracia de palabras y en los hechos una forma de principado”, según su crítico: el gran Tucídides, en La Guerra del Peleponeso, la fuente directa sobre esa época. Lo que pasa es que la democracia absoluta nunca ha existido, pero sí la democracia histórica, relativa; a la que Cánfora también pasa revista con su crítica, si vemos su índice: Atenas, entre mito e historia; El sistema político atenienses, una camarilla que se reparte el botín; El agujero negro, la guerra contra Milo; Lo que vio Tucídides; Cómo perder una guerra después de haberla ganado; La primera oligarquía: empresa de no poca envergadura quitar la libertad al pueblo ateniense; Entre Alcibíades y Teramenes; Isócrates contra Tucídides; La guerra civil; Una mirada al siglo IV: corrupción política; Demóstenes, de la democracia a la utopía. Luciano Cánfora aborda el tema desde la perspectiva de los críticos de esa democracia, para ubicarla en un contexto más realista, haciendo a un lado ilusiones y otras interpretaciones más benévolas.
III. El mundo ateniense es como el mundo actual, donde la democracia directa y la indirecta, la del pueblo y la de sus representantes, siguen siendo utopía y realidad, como las dos caras de la política. En aquel entonces Atenas ya hacia afuera un Imperio, no puede derrotar a su rival: Esparta; esa autocracia que quiere “desaparecer la democracia y el imperio (que) habían nacido conjuntamente”. Es un texto para hablar del presente haciendo lo que Maquiavelo: leer políticamente el pasado para comprender el presente. Y acaso, vislumbrar el futuro inmediato. También sobre decir verdades, como la de Critias atacando ferozmente lo ateniense fingiendo defenderlo: “la democracia sería en realidad violencia de clase, mal gobierno, reino de la corrupción y del abuso de los tribunales, reino del derroche y de parasitismo”. Es un estudio que nos da un panorama de nuestro tiempo, cuando las Atenas del mundo moderno: las democracias más o menos logradas, parecen agotadas y lo único que salva a la representativa es la democracia directa: la del pueblo en las calles, como fue en el mundo de la Atenas de Pericles, Protágoras, Eurípides, Sócrates, Platón, etcétera.
https://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/2017/02/05/luciano-canfora-y-el-nacimiento-de-la-democracia-directa-en-atenas/
El mundo de Atenas - El Boomeran(g)
www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/el_mundo_de_atenas_pp.pdf
por L Canfora - 2014 - Mencionado por 25 - Artículos relacionados
16 dic. 2013 - Luciano Canfora. El mundo de Atenas. Traducción de Edgardo Dobry. EDITORIAL ANAGRAMA. BARCELONA. 001-544 Mundo atenas.indd 5.Visitaste esta página 3 veces. Última visita: 28/09/18