Una película poco convencional (dicho por Fellini en el prólogo) no puede ser comentada convencionalmente. Por ello no me voy a entretener en el trabajo de los actores ni en la coherencia del guión. Roma es… la vida misma. En Roma, obviamente. Una vida que se torea el calendario y va hacia delante o hacia atrás según conviene. Ahora estamos en el 71 explorando los subsuelos romanos, ahora estamos en los inicios de la guerra comiendo un plato de caracoles, ahora asistimos al desalojo de una juventud que pregona aquello de haz el amor y no la guerra, ahora estamos haciendo cola en los burdeles, esperando la matrona romana de nuestros sueños.
Y en el sustrato de todo, el propio Fellini, como guía del espectador por el espacio-tiempo de su vida amamantada por la loba romana. Un Fellini menos estructurado que en Amarcord aunque más inteligible que en otras películas suyas. Un Fellini que narra la historia pero que al mismo tiempo se detiene en las críticas mordaces de los estamentos reconocidos. La pasarela Cibeles romana sigue impactando, a pesar del tiempo transcurrido, con su fotografía barroca y esos simbolismos fellinianos un tanto difíciles de aprehender para el espectador algo ajeno a su filmografía.
Mas que un conjunto, es una sucesión de secuencias donde se derrama la vida en la ciudad inmortal, al amparo del Coliseo, de la plaza de España o de la Basílica de San Pedro y justamente al lado, las prostitutas haciendo la carrera, los burdeles baratos y los caros, iguales en el fondo, distintos en la forma y en el ascensor, las mesas en la calle, las comilonas, lo soez coexistiendo con la cultura del Imperio. Roma eterna. Roma de los 40. Roma del 72. Siempre la misma. Siempre bella. Siempre felliniana.
Y en el sustrato de todo, el propio Fellini, como guía del espectador por el espacio-tiempo de su vida amamantada por la loba romana. Un Fellini menos estructurado que en Amarcord aunque más inteligible que en otras películas suyas. Un Fellini que narra la historia pero que al mismo tiempo se detiene en las críticas mordaces de los estamentos reconocidos. La pasarela Cibeles romana sigue impactando, a pesar del tiempo transcurrido, con su fotografía barroca y esos simbolismos fellinianos un tanto difíciles de aprehender para el espectador algo ajeno a su filmografía.
Mas que un conjunto, es una sucesión de secuencias donde se derrama la vida en la ciudad inmortal, al amparo del Coliseo, de la plaza de España o de la Basílica de San Pedro y justamente al lado, las prostitutas haciendo la carrera, los burdeles baratos y los caros, iguales en el fondo, distintos en la forma y en el ascensor, las mesas en la calle, las comilonas, lo soez coexistiendo con la cultura del Imperio. Roma eterna. Roma de los 40. Roma del 72. Siempre la misma. Siempre bella. Siempre felliniana.