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Jung y el inconsciente colectivo LACAN y otros textos

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Manuel Montalbán Peregrín – El inconsciente éxtimo, la ética del deseo opuesta a la civilización de la cifra


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En su texto de preparación para el encuentro Pipol 9, titulado In-consciente y ex-cerebro, Miquel Bassols (1) trae a colación la idea del exocerebro que desarrolló el antropólogo mexicano Roger Bartra (2). Lo hace para ilustrar cómo la tecnociencia tiene sus limitaciones para separar lo interior y exterior del cerebro, sobre todo en relación a una serie de procesos que desequilibran el mero empeño localizacionista: la  conciencia de ser consciente, las funciones mentales superiores, lenguaje, idea de mundo, deseo… Bartra recurre a la revisión de Stevan Harnad de 2001 que, bajo el título “No easy way out”, se detiene en 5 de las principales aportaciones a las ciencias cognitivas de finales del siglo XX (Damasio, Edelman/Tononi, McGinn, Tomasello y Fodor), concluyendo que la investigación sobre el cerebro avanzó en la aclaración de aspectos relevantes del funcionamiento neuronal, pero dejando grandes lagunas explicativas respecto a la conciencia.
Bartra considera que la concepción de base de algunos de estos autores, como Damisio, que insiste en la dicotomía entre medio interior, precursor del yo individual, y contorno exterior, representa una grave limitación para el propio desarrollo de la neurociencia. Frente a ello, el antropólogo mexicano recupera la metáfora de un exocerebro, idea esbozada con otras implicaciones ya por Ramón y Cajal (redes neuronales como cerebros simples extracraneales) o Mc Ginn (cerebro distribuido como red cutánea), pero en su caso para aludir a los circuitos extrasomáticos de carácter simbólico. El cerebro de los humanos tendría fuera de la cavidad craneal un exocerebro artificial, que le proporciona una sólida estructura simbólica en que apoyarse, rectificarse, progresar.
Como vemos, Bartra apuesta por el diálogo de la neurobiología con las ciencias conjeturales, y reclama nuevas investigaciones que deberán ubicar más precisamente la relación de las funciones culturales, que prolongan externamente los procesos interiores. Aquí el lugar del inconsciente es el del inconsciente colectivo, repositorio de mitos reprimidos, arquetípico, que viene a engrosar la complejidad de los procesos culturales, y se encuentra no dentro de nosotros, sino en el afuera de lo exo. De este modo, se pueden prever las dificultades metodológicas inherentes, pues la referencia cultural del exocerebro, como la etnografía demuestra en su historia, suele exceder la aproximación cuantitativa de las llamadas ciencias naturales, el objetivo de la cifra que el cientificismo quiere convertir en única moneda de cambio para la investigación contemporánea. Aunque acallado por la ideología de la evidencia científica, el debate sobre la cuantificación sigue vivo, después de décadas, en muchas disciplinas de las ciencias sociales que optan por aproximaciones cualitativas, muchas de claro carácter crítico. Un ejemplo reconocido es el análisis crítico del discurso que considera el lenguaje como una forma de práctica social e investiga cómo la dominación se reproduce y se resiste con el uso de los discursos en contextos sociales.
Así, a finales de la década de los 90 del siglo XX, Michael Billig (3) desarrolla su posición crítica al cognitivismo desde la psicología discursiva y propone sus intentos para reformular la teoría psicoanalítica desde los principios discursivos. Las críticas al paradigma cognitivo son variadas, pero quizá las más evidentes apuntan a la paradoja de que mientras los científicos cognitivos hacen hincapié en el uso de procedimientos empíricos y de la experimentación, su objeto de estudio responde a entidades intrínsecamente inobservables, cuya existencia solo puede ser inferida a través de acciones externas o expresiones lingüísticas.
Billig plantea también una lectura del inconsciente alejada de la determinación cerebral, conectada más bien a procesos dialógicos, que difuminan aún más la frontera de lo interno y lo externo. Billig entiende que los fenómenos psicológicos responden, más que a procesos internos, a actividades discursivas, intersubjetivas, sujetas a las pautas de la interacción conversacional. La conversación no es solo un modo de expresión sino también una forma represiva, que será el fundamento del inconsciente dialógico. El inconsciente dialógico comprende palabras que pudiendo haber sido dichas se han mantenido como indecibles, reprimidas de un escenario conversacional particular. Será necesario, por tanto, estudiar no sólo las presencias sino también, y de manera especial, las ausencias lingüísticas en la interacción conversacional. Desde esta perspectiva el inconsciente sería fruto de una dialéctica de moralidad/inmoralidad social, puesto en acto en cada interacción cotidiana.
En general, la herencia lacaniana queda reprimida, a su vez, en este tipo de aproximaciones que intentan ir más allá de la determinación neurocientífica, al tiempo que enmendar, implícita o explícitamente, a Freud. Y es que el proyecto lacaniano de retorno a Freud, sobre todo cuando eso suponía deconstruir el psicoanálisis posfreudiano y retomar puntos de fuga silenciados, es una tarea ardua y de largo recorrido, que condiciona además un verdadero movimiento de “Lacan contra Lacan”, como en algún momento lo denomina J.-A. Miller (4). De esta manera, Lacan inventa el vocablo extimidad, para designar lo más próximo, lo más íntimo, sin dejar de ser exterior. Miller (5) retoma este neologismo de producción lacaniana que aparece en su obra en contadas ocasiones pero que sitúa a la perfección esa excentricidad radical de uno consigo mismo. La primera oportunidad en que Lacan menciona la condición de extimidad es para referirse en el Seminario de la Ética (6) a la exterioridad íntima que representa la Cosa, das Ding, cuya presencia rechaza el discurso de la ciencia. Para Lacan el discurso de la ciencia está determinado por esta Verwerfung de la Cosa, y nos recuerda que lo rechazado de lo simbólico reaparece en lo Real. Con la invención del inconsciente freudiano algo de lo rechazado se reintroduce en las fronteras de la ciencia. Este tipo de estructura de extimidad es la que corresponde al inconsciente, pues qué instancia refleja mejor la heteronomía radical. Como nos recuerda Antonio Di Ciaccia (7), este movimiento parte del Wo Es war, soll Ich werden, con cierta expectativa cienticista, por parte de Freud, pero acaba arribando al mito, que no es sinónimo de falacia, ni mucho menos. Luego, Lacan recurre a la lingüística estructural para sistematizar las operaciones de condensación y desplazamiento. No se detiene ahí la Cosa. Algo permanece opaco, como misterio del cuerpo hablante: por qué en el ser hablante la relación con el goce es mucho más elaborada que en cualquier otra especia animal.  Esto lleva a Lacan a decir: “Parecería que nadie se dio cuenta de que la cuestión se encuentra en el nivel de la dimensión cabal del goce, esto es, la relación del ser hablante con su cuerpo, puesto que no hay otra definición posible del goce” (8).
Pasamos así del inconsciente transferencial, del desciframiento y la ficción fantasmática, al inconsciente real, traumatismo troumático y límite de la estructura simbólica, que le permite al final de su enseñanza vaticinar la sustitución del propio término inconsciente por el de parlêtre, que incluye lo real del cuerpo, su goce, resultante del encuentro del puro organismo con lalengua. Hay un real que en el vínculo social remite a la inexistencia de proporción, de relación sexual, y respecto al inconsciente apunta al cuerpo que habla.
Acierta Yves Vanderveken en el argumento de Pipol 9 cuando afirma que Una ética del deseo se opone a esta civilización de la cifra. Hasta Charles R. Varela (9), en su crítica al inconsciente como concepto explicativo fallido, siguiendo a Harré, reconoce, sin embargo, que la dimensión de los estados mentales de los sujetos es ante todo una cuestión ética, y no tanto científica. La propia referencia inicial a la extimidad aparece en el Seminario de la Ética donde Lacan toma como patrón la relación de la acción con el deseo que la habita, una dimensión que iguala a la experiencia trágica de la vida. No es para menos, pues Lacan, a través de la ética del deseo, sale al encuentro de la Cosa, como anticipación al desplazamiento hacia el goce de la última enseñanza. El camino seguido por Lacan evidencia claramente el estatuto ético de este inconsciente éxtimo frente a su pretendida naturaleza tradicionalmente considerada ontológica, y así da cuenta de un real que le es propio: “Hombres y mujeres, eso es un real. Pero no somos capaces de articular en lalengua ni lo más mínimo que tenga la menor relación con este real” (10). El psicoanálisis lo intenta y su verdad en juego es lo que, por medio del lenguaje, de la función de la palabra, puede tocar lo real. Algo más cercano a la inducción que al conocimiento compacto, teniendo presente que no podemos hablar de eso sino como significantes.
  1. Bassols, M. (2018) In-consciente y ex-cerebro, Textos de orientación de Pipol 9,  disponible en https://www.pipol9.eu/2018/12/05/in-consciente-ex-cerebro/?lang=es
  2. Bartra, R. (2006) Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos, Pre-Textos, Valencia.
  3. Billig, M. (1999) Freudian Repression: conversation creating the unconscious, Cambridge University Press, Cambridge.
  4. Es interesante señalar que la expresión “Lacan contra Lacan” aparece ya en 1987 en una entrevista a J.-A. Miller realizada por Fco. Estévez González para la Revista A.E.N. Vol. VI/, 23, 623-632.
  5. Miller, J.-A. (2010) Extimidad, Paidós, Buenos Aires.
  6. Lacan, J. (1988) El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, (1959-1960). Paidós, Buenos Aires.
  7. Di Ciaccia, A. (2017) Lacan, traductor, El diario Extimo de Jacques-Alain Miller, Décimo primera entrega, disponible en http://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=publicaciones&SubSec=on_line&File=on_line/jam/Otros-textos/17-04-14_El-diario-Extimo-de-Jacques-Alain-Miller.html
  8. Lacan, J (2012) Hablo a las paredes. Buenos Aires, Paidós, pp. 70.
  9. Varela, C.R. (1995) Ethogenic theory and psychoanalysis: The unconscious as social construction and a failed explanatory concept, Journal for the Theory of Social Behaviour, 25, 363-386.
  10. Lacan, J. (2012), Op. Cit., pp. 68.







Jung y el inconsciente


CGJungCarl Gustav Jung nace el 26 de julio de 1875 en Kesswil, cerca del lago suizo de Thurgau. Éste explica, ya anciano, que su juventud no puede entenderse más que a partir del concepto de misterio: una personalidad solitaria que creía tener consciencia de un saber desconocido. Muchos años más tarde, el rechazo absoluto de los últimos escritos de Jung por parte de sus antiguos colegas en el comienzo de la Primera Guerra Mundial aceleró su crisis personal, entrando en un proceso que él mismo calificó de “confrontación con lo inconsciente”. “La conciencia individual está rodeada por los abismos del inconsciente como por un mar amenazador”, escribiría más tarde, “No está segura ni inspira confianza más que en la apariencia; en realidad, es algo frágil, vacilante sobre su base”.
En una conferencia pronunciada en 1914, un mes antes del estallido de la Gran Guerra, Jung define lo inconsciente como “todos los procesos psíquicos que están bajo el umbral de la conciencia”, y nos recuerda que “en las personas normales la función principal de lo inconsciente consiste en efectuar una compensación y producir un equilibrio”, roto el cual aparecerá el trastorno mental.
Es sorprendente la transformación que se opera en el carácter de un individuo al irrumpir en él las fuerzas colectivas. Un ser humano afable y sensato puede tornarse un maníaco o una bestia salvaje. Propendemos en todos los casos a inculpar a las circunstancias exteriores, mas nada explota en nosotros que no existiese de antemano.
A principios del siglo XX, Jung defiende a ultranza los trabajos de Sigmund Freud, aunque cuestiona desde el principio la etiología exclusivamente sexual de la histeria y de los trastornos psicológicos. No obstante, se adhiere completamente a su método psicoterapéutico e intenta adentrarse con él en los fenómenos psicóticos. Al comienzo de su turbulenta relación, Jung llegó incluso a mostrar veneración por el maestro, y éste afirmó que Jung sería, sin duda, el “continuador y perfeccionador de mi labor y sucesor”.
Es cierto que nos halaga ser los dueños en nuestra propia casa. En realidad, dependemos, en proporciones angustiosas, de un funcionamiento preciso de nuestro psiquismo inconsciente, de sus sobresaltos y de sus fallos ocasionales.
Nada que ver con el difícil y oscuro final del nexo entre ambos alrededor de 1914. Karl Abraham, tercero en discordia, afirmaba sobre algunas conferencias que Jung pronunció criticando la libido y el incesto que “[Jung] ha hecho una exposición totalmente incorrecta de las enseñanzas de Freud” en contradicción “con sus anteriores escritos” sobre sexualidad infantil. Abraham percibe “en los escrito de Jung la obra de tendencias destructoras y reaccionarias”, y concluye que “no tiene ya el derecho de aplicar la designación de ‘psicoanálisis’ a las opiniones que propone”. En 1930 Jung escribía que…
… el psicoanálisis […] no es sólo un método terapéutico, sino también una teoría psicológica que no se limita en absoluto a las neurosis y a la psicopatología general, que trata también de incorporar a su dominio el fenómeno normal de los sueños y, más allá, el extenso ámbito de las ciencias del espíritu: la literatura, las artes plásticas en general, la biografía, la mitología, el folclore, la ciencia comparada de las religiones y la filosofía.
Carl Gustav Jung
El fundamental artículo “La contraposición entre Freud y Jung” (fechado en 1929) se centra en la insalvable diferencia de presupuestos, psicológicos y sociales, que explica la oposición entre ambos. En 1953, Jung confesaba en una entrevista que aceptaba “los hechos que Freud ha descubierto, pero sólo parcialmente su teoría. Únicamente pongo objeciones a la exclusividad de la sexualidad”. Jung califica su método de fenomenológico, en el que “trata de sucesos, de acontecimientos, de experiencias, en resumen, de hechos. Su verdad es un hecho, no un juicio”, llegando a asegurar que “La psique existe, más aún, es la existencia misma”.
¿Qué es propiamente la psique? Un prejuicio materialista indica que no es sino un mero epifenómeno, un producto secundario de los procesos orgánicos del cerebro. [Pero] es un prejuicio casi ridículo suponer que la existencia no puede ser sino corpórea. De hecho, la única forma de existencia de la que poseemos conocimiento inmediato, es psíquica. […] Nuestro espíritu no puede aprehender su propia forma de existencia, porque no tiene su punto de Arquímedes en lo exterior; no obstante, existe. La psique existe, más aún, es la existencia misma.
Respecto a la religión, la psicología, a juicio de Jung, sólo se ocupa de este fenómeno como actividad de la psique humana, es decir, en el modo como se manifiestan en la mente del ser humano las ideas religiosas, las ideas que éste tiene de Dios, o del hecho que no tenga ninguna. Estas ideas son aceptadas por la psicología como hechos, “pues –afirma Jung– es el hombre quien las tiene y quien crea para sí mismo imágenes”, si bien no pueda inmiscuirse en el problema de la realidad absoluta que la fe religiosa les atribuye.
Los fenómenos religiosos no suponen una mera sublimación, sino una auténtica y legítima función del psiquismo humano. Esta psique es un factor autónomo, y sus manifestaciones religiosas ponen de manifiesto ciertas confesiones psíquicas que en último término obedecen a procesos inconscientes.
La actividad religiosa del espíritu se halla mucho más profundamente arraigada en el hombre moderno que la sexualidad o la adaptación social. Así, conozco a personas para quienes el encuentro interior con la potencia extraña representa una experiencia a la que atribuyen el nombre de “Dios”. También “Dios”, tomado en este sentido, es una teoría, una concepción, una imagen que el espíritu humano crea, en su insuficiencia, para expresar la experiencia íntima de algo impensable e indecible. La experiencia viva es la única realidad, el único elemento indiscutible.
Jung Alianza InconscienteY es que Jung fue siempre un firme defensor de una psicología “del alma” (que define como una fuerza motriz o vital), apartándose del influjo más marcadamente materialista y positivista que la medicina y la psicología adoptaron a partir de los inicios del siglo XX, apartándose a la vez de explicaciones eminentemente metafísicas o especulativas, teniendo en cuenta que “Nada sabemos de las cosas últimas. Sólo esta confesión nos devuelve el equilibrio”. Aunque, a la vez, reconoce un nexo inextricable entre filosofía y psicología, entre las que reina “una conexión indisoluble, conexión que se debe a la compenetración de sus objetos. En pocas palabras: el objeto de la psicología es el alma; el de la filosofía, el mundo”.
Jung apunta que pretender obviar el contenido inconsciente de la mente no es más que una ignorante ilusión. A pesar de la intensidad en la que se manifiesta nuestra vida consciente, ésta no es más que un fenómeno efímero y puntual, adecuada a cada circunstancia; sin embargo, el inconsciente, es el “tesoro prodigioso de las estratificaciones depositadas en el transcurso de la vida de los antepasados”. Si el inconsciente pudiera ser personificado, observa Jung, “tomaría los rasgos de un ser humano colectivo que viviera al margen de la especificidad de los sexos, de la juventud y la vejez, del nacimiento y de la muerte, dueño de la experiencia humana”. Es por eso que la inconsciencia “originaria” asalta por todas partes a las conciencias individuales y que, por ello, la psicología debe definirse como “la ciencia del inconsciente”.
Podemos suponer que la personalidad humana comprende dos cosas: primero, la conciencia y todo cuanto ésta abarca, y segundo, el amplio fondo indeterminablemente grande que constituye la psique inconsciente. La personalidad consciente es definible con menor o mayor claridad; tratándose de la personalidad humana en su conjunto, hemos de reconocer la imposibilidad de una descripción completa. En otros términos: en toda personalidad hay, inevitablemente, algo adicional, ilimitado e indefinible, puesto que la personalidad muestra una parte consciente y observable, pero a fin de explicar determinados hechos nos vemos obligados a postular ciertos factores no contenidos en dicha parte consciente 

El inconsciente colectivo de Carl Jung ¿por qué nos debería interesar?

 20 junio, 2018

Sensaciones, pensamientos, memorias, rituales, mitos… La humanidad comparte elementos comunes que, según la teoría del inconsciente colectivo de Carl Jung, configuran una especie de herencia psíquica. Estaríamos por tanto ante un «baúl» de significados que heredamos como grupo social y que, de algún modo y según esta teoría, impacta en nuestro comportamiento y emociones.
Todos hemos oído hablar de esta aportación que Jung hizo al mundo de la filosofía y la psicología a principios del siglo XX. La misma que motivó la ruptura con la teoría psicoanalítica y que de algún modo puso aún más distancia entre él y Sigmund Freud. Así, mientras para este último el inconsciente era solo esa parte de la mente donde guardar todas las experiencias que un día fueron conscientes y que después se reprimieron u olvidaron, Carl Jung fue mucho más allá y trascendió el plano individual.
«El péndulo de la mente alterna entre sentido y sinsentido, no entre el bien y el mal».
-Carl Jung-
Este psiquiatra, psicólogo y ensayista no veía el inconsciente como una manifestación personal del propio individuo. Al contrario, en su práctica clínica y en su propia experiencia intuía más bien una especie de conciencia universal mucho más profunda. El inconsciente colectivo era más bien como la noche cósmica o ese caos primordial del cual emergen los arquetipos y esa herencia psíquica que todos compartimos como humanidad.
Pocas teorías han sido tan polémicas dentro del mundo de la psicología. El pensamiento de Jung constituye uno de los primeros intentos por desvelar los mecanismos que actúan por debajo de nuestro nivel de consciencia sobre nuestros pensamientos y conductas.






hombre andando en la oscuridad simbolizando el inconsciente colectivo de Carl Jung

La teoría del inconsciente colectivo de Carl Jung, ¿tiene alguna utilidad práctica?

El propio Carl Jung dijo una vez que la teoría del inconsciente colectivo es una de esas ideas que, por trascendente e importante, proyecta la sensación de ser descabellada. Sin embargo, cuando uno profundiza en ella empieza a encontrar elementos familiares y hasta reveladores.
Hablamos de una de las piedras angulares del pensamiento de Jung. No obstante, al mismo tiempo también fue origen de muchos de sus problemas, porque tal y como se explica en sus propios libros se pasó media vida defendiendo esta noción del inconsciente de esas voces que lo criticaban por no haberle dado forma a través del método científico.
Ahora bien, llegados a este punto muchos se preguntarán qué es realmente el inconsciente colectivo y qué utilidad tiene. Para entenderlo de forma sencilla, pondremos una analogía. El inconsciente colectivo de Carl Jung puede entenderse como una base de datos heredada. Como una nube de información donde se almacena la esencia de nuestra experiencia como humanidad y que todos tendríamos en el inconsciente.
Asimismo, ese inconsciente colectivo estaría formado por ciertos elementos: los arquetipos. Estos fenómenos psíquicos son como unidades de conocimiento, imágenes mentales y pensamientos que todos tenemos sobre lo que nos envuelve y que emergen de forma instintiva. Un ejemplo de ello sería la «maternidad» y el significado que tiene para nosotros, la «persona», otro arquetipo entendido como esa imagen de nosotros mismos que queremos compartir con los demás, la «sombra» o aquello que por el contrario, deseamos esconder e incluso reprimir para nosotros mismos.






imagen simbolizando el inconsciente colectivo de Carl Jung

Arquetipos, emociones y finalidad de la teoría de Carl Jung

Sabiendo esto y retomando la pregunta antes planteada sobre la utilidad de esta teoría, es importante hacernos la siguiente reflexión. El inconsciente colectivo de Carl Jung nos propone enmarcar un hecho. Ninguno de nosotros nos desarrollamos de forma aislada y separados de ese envoltorio llamado sociedadSomos engranajes de una máquina cultural, de una sofisticada entidad que nos transmite unos esquemas, que nos inculca unos significados que heredamos los unos de los otros.
De este modo, esos arquetipos antes citados nos recuerdan más bien a muchos de esos patrones emocionales que todos tenemos. Cuando llegamos al mundo construimos un vínculo con nuestras madres, y a su vez, a medida que desarrollamos nuestra identidad queremos que los demás nos valoren y aprecien por ella, mientras elegimos esconder aquello que no nos agrada o nos incomoda.
La teoría de Carl Jung y su propuesta sobre el inconsciente colectivo refleja en realidad muchos de nuestros instintos, de nuestras pulsiones más profundas como seres humanos: ahí está el amor, el miedo, la proyección social, el sexo, la sabiduría, el bien y el mal… Así, uno de los objetivos del psicólogo suizo era conseguir que las personas construyéramos un «yo» auténtico y saludable donde todas esas energías, donde todos esos arquetipos, estuvieran en armonía.
Asimismo, un aspecto no menos interesante sobre el inconsciente colectivo de Carl Jung es que, tal y como él explicó, esta energía psíquica va cambiando con el tiempo. En cada generación hay variaciones culturales, sociológicas y ambientales. Todo ello impactaría en nuestra mente, y en esos estratos inconscientes donde se van conformando nuevos arquetipos.


Eugenia Varela – El inconsciente y el cerebro-centrismo del neuro-cognitivismo

En su operación comando en 1967 (1), Jacques Lacan acepta hacer intervenciones en provincia, pronuncia su seminario “el Acto Psicoanalítico” y la “Proposición sobre el Psicoanalista de la Escuela”, escribe tres textos claves entre los cuales está La Méprise du Sujet supposé savoir (2) que nos interesa, entre otros, para trazar una línea de demarcación con el lenguaje de las neurociencias que tratan el psicoanálisis como un asunto del pasado y a Lacan destituido de su función de Sujeto-supuesto-saber en el psicoanálisis. ¿Qué es el inconsciente? Su pregunta resuena al comienzo de su texto, descubrimiento que considera “el más revolucionario que fuese para el pensamiento” donde la dimensión de Unheimlichlo Siniestro, que tiene la aprehensión de la realidad por el sujeto, está en su lazo más íntimo con el goce inconsciente. Su texto sobre el Witz, con el chiste famillonario (3) contado por un personaje de ficción de Henri Heine, Hirsch Hyacinthe, demuestra que al articular el inconsciente se produce un decir nuevo. Tomar el inconsciente como un hecho y no como un efecto del significante provoca un errar sin fin. “El inconsciente no es subliminal, débil claridad. Él es la luz que no deja su lugar a la sombra, ni insinuarse el contorno. Él representa mi representación allí donde ella falta, donde yo no soy sino una falta de sujeto”. (4) El inconsciente no es un saber allí que podría extraerse del fondo de la memoria, se trata de un vacío. 
La moral, la religión y la hermenéutica habían momificado este descubrimiento como una pérdida de memoria, un estado de inconsciencia y de evolución biológica del ser en el mundo. Esta deformación post-freudiana del inconsciente muestra la regresión operada hacia la ciencia tradicional que inyecta el alma en un “ser que piensa”, con la cual se quieren fundar las llamadas ciencias humanas, la educación y la salud mental. Una forma del pensar que podría medirse por la conducta, regulada por el sistema nervioso y sin referencia al sujeto. En este obscurantismo surgieron los expertos del cognitivismo-comportamental para clasificar el sufrimiento y tomar el cuerpo a partir de su lazo armonioso a la salud: su forma, su alma. (5) Lo que llamo el cerebro-centrismo alcanza su apogeo en medio de esta regresión del saber científico. 
En su entrevista, Radiophonie en 1970 (6), Lacan habla del efecto de disrupción provocado por el significante que no produce un efecto de sentido a-posteriori, ya que él es actual y bien real. Los efectos del lenguaje anteriores a la significancia de un sujeto son una materialización del inconsciente, un aluvión y depósito que marca el cuerpo (7). En su última enseñanza, el Uno del significante y el Uno del goce que vienen por el lenguaje son primeros en el sentido de la irrupción que se repite en el cuerpo, sus efectos no se suman pues no hacen cadena. No se trata del retorno de lo reprimido, ni de la falta de memoria, sino de la marca que el Uno conmemora con la irrupción del goce. Con este real se anudan las dimensiones imaginaria y simbólica del cuerpo en la relación topológica del sinthome (8).
La regresión del saber científico promovida por los neuro-cognitivistas en el campo de la salud mental con respecto al inconsciente es la de tomarlo como un organismo, físico y de salud mental. También, borrando la ruptura que implicó la emergencia del discurso de la ciencia en los siglos XVI-XVII. Los hombres del siglo XVI conocieron una nueva cosmología, el universo quedó centrado con la astronomía de Copérnico que además de ser gran matemático tomaba el sol como un Dios (9). En el siglo XVII Descartes funda su método científico con la suposición de un Dios donde están escritas las verdades concernientes a lo real, reduciendo el Otro a su “luz natural”, traza de lo real que sostiene su cogitación (10). En la III Meditación, Descartes atribuye a “la luz natural” un principio de causalidad distinto de lo que podemos aprehender por naturaleza, estableciendo una discontinuidad entre la causa y la ley en este axioma previo a su cogito. La aplicación de su axioma a las ideas inaugura por su ergo cogito el acta de nacimiento de la realidad psíquica (11).
Entre los neuro-cognitivistas abunda la hermenéutica promovida como una ciencia por el uso que hacen de los aparatos de observación del cerebro que les sirve para clasificar todo tipo de “problemas de comportamiento” e incluso el estrés post-traumático. El cerebro es un objeto de la naturaleza que responde a las imprecaciones del neuro-mago que le hace decir todo y para tutti quanti. Sin ninguna relación al lenguaje, al cuerpo, ni al goce de un ser hablante, se promueve una sugestión fundada en las palabras del prestidigitador y en las imágenes digitales, para todos.  La concepción de la materia vuelve por un reversazo de algunos siglos a definirse como lo natural, según las leyes de la naturaleza. Un scoop en las redes y la prensa internacional ha sido la publicación de The National Science Review of China con el experimento realizado por el Instituto Kunming de Zoología y la Academia de Ciencias de Pekín con el apoyo de la Universidad de North Caroline (12). Científicos chinos implantaron “genes claves para el desarrollo del cerebro humano en macacos esperando obtener luces sobre la evolución de la inteligencia humana y aumentar la memoria de los macacos, produciendo en su cerebro propiedades próximas a los humanos”. Investigación que fue ratificada por su colega del Instituto Pasteur de Paris, Pierre-Marie Lledo director del Departamento de neurociencias. De los 11 macacos sometidos al implante “del gen de la inteligencia humana” solo cinco sobrevivieron, cuestión que los cientistas norteamericanos criticaron pues “se producen seres humanos por la modificación genética que no pueden sobrevivir”.  El director de neurociencias del Instituto Pasteur replica que “la experiencia dará luces sobre enfermedades desconocidas, por la genética, como la esquizofrenia”. Los cientistas anuncian así una aurora que dará a luz un nuevo cerebro y una nueva humanidad, por la nobleza de sus intenciones en el arte de fabricar un astro, el cerebro-pedagógico. 
Notas
1 Miller, Jacques-Alain. Quatrième de couverture de Mon Enseignement de Jacques Lacan, collection du Champ Freudien dirigée para Judith et Jacques Alain Miller, Éditions du Seuil, Paris, 2005. 
2 Lacan, Jacques. La Méprise du Sujet supposé savoir, Autres Écrits, Éditions du Seuil, Paris 2001, Pág.329 
3 Lacan, Jacques. Le Famillonaire, Les formations de l’Inconscient, Éditions du Seuil, Paris, 1998, Pág.9 
4 Lacan, Jacques. La Méprise du Sujet supposé savoir, note 1, Autres Écrits, Éditions du Seuil, Paris 2001, Pág.334
5 Miller, Jacques-Alain. Choses de Finesse en Psychanalyse, cours du 3 décembre 2008, l’Orientation lacanienne, inédit, Paris. 
6 Lacan, Jacques. Radiophonie, Autres Écrits, Éditions du Seuil, Paris, Pag.415
7 Ibíd., Pág. 417
8 Miller, Jacques-Alain. L’Un tout seul, cours du 23 mars 2011, l’Orientation lacanienne, inédit, Paris.
9 Varela, Eugenia. Discours de la science et modernité, Paradoxes de la sexualité contemporaine, thèse du Département de psychanalyse de Paris 8, nov.  2012. 
10 Miller, Jacques-Alain. L’Un tout seul, cours du 18 mai 2011, l’Orientation lacanienne, inédit, Paris. 
11 Ibid.  
12 Le POINT Chine : des scientifiques veulent rendre des singes plus proches de l’homme, https://www.lepoint.fr/sciences-nature/chine-des-scientifiques-veulent-rendre-des-singes-encore-plus-proches-de-l-homme-26-04-2019-2309732_1924.php, Paris. 





NEUROCIENCIA Educación y aprendizaje

La revolución del inconsciente

  • Gran parte de nuestros procesos mentales no son conscientes

  • Por ello, la comprensión y educación de cómo funciona nuestro cerebro abre infinitas posibilidades creativas al ser humano





Larra contaba en un divertido artículo que un amigo suyo había venido de París con la noticia de que Dios no existía, «cosa que allí se sabe de muy buena tinta». De Francia también nos vino la idea de que la esencia de nuestra vida mental era la «consciencia». «Pienso, luego existo», fue el lema de la filosofía moderna. Por eso, Sartre pudo decir «como soy francés, odio el psicoanálisis». Pensaba que lo inconsciente era una idea «característica del irracionalismo alemán». Al final, el racionalismo francés, basado en las «ideas claras y distintas» tuvo que aceptar la existencia del inconsciente.
Por uno de esos avatares que hacen de la historia de las ideas una novela de aventuras, fue un matemático quien intuyó la existencia de un «nuevo inconsciente». Un inconsciente no freudiano, que no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Me refiero a Henri Poincaré. Contó que había trabajado infructuosamente en la resolución de las funciones fuchsianas, y que deseando descansar se fue de excursión. En el momento de subir al autobús, apareció en su consciencia la solución que inútilmente había buscado. El hecho le intrigó. Cuando había dejado de trabajar sobre ese asunto, no sabía la solución. Ahora aparecía espontáneamente en su cabeza. ¿Quién la había pensado? Llegó a la conclusión de que era el inconsciente quien lo había hecho. Hilvanó una teoría que ha tenido larga pervivencia. Según ella, el trabajo matemático recorre tres etapas: (1) El análisis consciente, (2) El periodo de incubación inconsciente, (3) La emergencia a la consciencia del producto de esa actividad inconsciente.
Según Jacques Hadamard, matemático que sucedió a Poincaré en la Academia de Ciencias, éste era capaz de observar «pasivamente, como desde el exterior, la evolución de las propias ideas subconscientes». Aunque no sean tan geniales, cualquiera de nosotros puede asistir pasivamente a la aparición de sus ocurrencias. Basta con que intenten no pensar en nada y estar pendientes de lo que sucede entonces. Muchos otros matemáticos relatan experiencias parecidas. Gauss, el mayor genio matemático de la Historia, contó en una carta su descubrimiento de un complejo teorema de la teoría de números: «Hace dos días, lo logré, no por mis penosos esfuerzos, sino por la gracia de Dios. Como tras un repentino resplandor de relámpago, el enigma apareció resuelto. Yo mismo no puedo decir cuál fue el hilo conductor que conectó lo que yo sabía previamente con lo que hizo mi éxito posible». Hamilton describió así su descubrimiento de los cuaternios: «Vinieron a la vida completamente maduros, el 16 de octubre de 1843, cuando paseaba con la señora Hamilton hacia Dublín, al llega al puente de Brougham. Allí saltaron en mi interior como chispas las ecuaciones que buscaba».
«El inconsciente ha dejado de ser una instancia que nos maneja desde la oscuridad, para convertirse en un motor que podemos perfeccionar»
Y el gran matemático Godfrey Hardy cuenta el caso paradigmático de su colaborador, Srivanara Ramanujan, quien formulaba teoremas acertados sin saber cómo llegaba a ellos. Decía que se los había comunicado la diosa Namagiri. Casi todas las teorías -antiguas y modernas- sobre la creatividad han admitido una fuente no consciente de las ocurrencias. Da igual que haya sido la «inspiración» -la theia mania de Platón-, el sueño de Coleridge -cuando se le apareció entero el poema Kubla Kahn-, o el concepto de «incubación» acuñado por Poincaré y sistematizado por Wallas. Todos dicen que la inteligencia creadora trabaja fuera de la consciencia, que las primeras ocurrencias emergen inesperadamente y que el creador sólo puede trabajar sobre ellas, una vez que han aparecido.
Paul Valèry, que analizó minuciosamente la actividad creadora, escribió: «El primer verso lo proporciona la Musa. Entonces, debemos hacer que los siguientes estén a su altura». Esto es admirable. Parece que dentro de nosotros tenemos una fuente de ocurrencias que son, sin duda, nuestras, pero cuya aparición nos sorprende. Arthur Rimbaud lo expresó con la contundencia que tiene la poesía: «Je est un autre», escribió a Paul Demeny. Estaba haciendo una afirmación biográfica. El poeta no domina lo que se expresa en él. Rimbaud sigue diciendo: «Asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho...» Algo parecido le sucedía a Poincaré. Estas ocurrencias no son siempre oportunas. A veces, el sujeto querría bloquearlas. Según Patanjali, el padre del yoga, el objetivo de estas técnicas era bloquear la aparición continua de ideas, deseos, imágenes. Vaciar la corriente de la consciencia.
«El inconsciente puede ser educado. Más aún, toda verdadera educación consiste precisamente en eso. Estamos, pues, en las antípodas de Freud»
Algo semejante hubiera deseado san Bernardo, tal vez el mejor escritor del siglo XII, cuando se quejaba: «Cada día y cada noche leemos y cantamos las palabras de los profetas y de los evangelios. ¿De dónde saltan tantos pensamientos vanos, nocivos, obscenos, que nos torturan por la impureza, el orgullo, la ambición y por cualesquiera otras pasiones, hasta el punto de que apenas podemos respirar en la serenidad de sublimes consideraciones?¡Qué desgraciados somos a causa de la tibieza de nuestro corazón!». Durante mucho tiempo se ha culpado a la imaginación de esta proliferación de pensamientos e imágenes, considerándola «la loca de la casa», cuando gran parte de nuestra maquinaria cerebral era responsable.
Ahora empezamos a descubrir los secretos de ese incansable laboreo no consciente. Sabemos que hay percepciones, emociones, razonamientos, decisiones inconscientes. Joaquin Fuster, uno de los grandes neurólogos actuales, acaba de hacer una afirmación paradójica: «La libertad para actuar, y sobre cómo actuar, está potenciada por el conocimiento inconsciente». David Eagleman, en su libro Incógnito (Anagrama), afirma que hemos presenciado el «destronamiento de la mente consciente». Creo que no es cierto. Al contrario. Creo que comenzamos a entronizarla, porque al conocer lo que ocurre por debajo del nivel de la consciencia, podemos conseguir que trabaje mejor. El tema de este artículo se vuelve así sorprendente: el inconsciente puede ser educado. Más aún, toda verdadera educación consiste en eso. Estamos, pues, en las antípodas de Freud. El inconsciente ha dejado de ser una instancia que nos maneja desde la oscuridad, para ser un motor que podemos perfeccionar aplicando la misma energía que produce. Es lo que he llamado «el bucle prodigioso».
Recuerdo mi extrañeza la primera vez que desde mi educación cartesiana leí sobre la educación del inconsciente. Fue en un libro de D.T. Suzuki, uno de los introductores del budismo zen en Occidente. Hablaba del «inconsciente adiestrado mediante el entrenamiento». Lo ejemplificaba con el manejo de la espada, un arte muy valorado en Japón. «Tan pronto como toma su espada, su destreza técnica, junto con su conciencia de toda la situación, retroceden a un segundo plano, y su inconsciente adiestrado empieza a desempeñar su parte. El espadachín no debe pensar en su oponente ni en sí mismo, ni en los movimientos de la espada de su enemigo. Simplemente debe estar ahí, con su espada, la cual, olvidando toda técnica, está lista a seguir sólo los dictados del inconsciente. El funcionamiento del inconsciente es en muchos casos simplemente milagroso».
«La civilización, como dijo Whitehead, avanza ampliando el número de operaciones importantes que podemos hacer sin pensar en ellas»
Para Suzuki, el inconsciente es la sedimentación del entrenamiento consciente. Lo mismo piensa la mayoría de los neurólogos. Aprender a conducir, por ejemplo, es convertir en automáticos procedimientos que previamente tenemos que realizar atentamente. Lo peculiar de la inteligencia humana es su capacidad de «construir el inconsciente» y su capacidad de utilizarlo después conscientemente. Hace ya 40 años que Paul Rozin afirmó que el gran paso en la evolución de la inteligencia fue la capacidad de «llevar a la conciencia el conocimiento ya presente en la mente humana, pero ubicado en la inconsciencia cognitiva». Y el gran matemático y filósofo Alfred North Whitehead escribió: «La civilización avanza ampliando el número de operaciones importantes que podemos hacer sin pensar en ellas».
Ya podemos hablar del «nuevo inconsciente». Con este nombre se designa un hecho conocido por todos los neurólogos. No conocemos las operaciones que hace nuestro cerebro, sino sólo aquella mínima cantidad de sus productos que pasan a estado consciente.
Podemos dar un paso más. ¿Qué constituye ese inconsciente neuronal? Sabemos algunas cosas: guarda conocimientos y procedimientos para elaborarlos o para captar otros nuevos. Para designar estas estructuras de nuestro cerebro, la neurociencia cognitiva ha inventado un concepto: «esquemas generadores». Hay esquemas de muchos tipos. Por ejemplo, musculares. Mediante un largo entrenamiento, un tenista va adquiriendo esquemas musculares adecuados para sacar o para restar. El conjunto de esquemas de que dispone y su capacidad para poner en acción uno u otro, constituyen su talento como jugador. Su memoria muscular ha olvidado cada una de la veces que realizó el movimiento, pero gracias a ellos ha ido elaborando un esquema al que podemos llamar «abstracto» porque ha sido «abstraído» de un gran numero de movimientos concretos. Un procedimiento semejante funciona en los esquemas intelectuales y emocionales. El lenguaje es un ejemplo claro. Cuando aprendemos una lengua, aprendemos una serie de esquemas sintácticos o semánticos capaces de producir nuevos productos lingüísticos. Fue el descubrimiento principal de Chomsky: las estructuras generativas.
Las emociones proceden también de la acción de «esquemas emocionales». Toda emoción responde a un proceso análogo: un suceso es interpretado por un esquema emocional y produce una emoción. Ese esquema está formado por estructuras neuronales y también por recuerdos, creencias, expectativas. Cuando la psicoterapia, por ejemplo, pretende cambiar un modo de responder emocionalmente, lo hace ayudando a cambiar el esquema.
«El gran paso en la evolución de la inteligencia fue llevar a la conciencia el conocimiento presente en la mente, pero ubicado en la inconsciencia»
La nueva teoría del inconsciente nos permite de paso comprender el papel de la consciencia. Los neurocientíficos Francis Crick y Christof Koch se preguntaron. «¿Por qué nuestros cerebro no consiste simplemente en una serie de sistemas zombis (esquemas) especializados?». En otras palabras, ¿por qué tenemos conciencia de las cosas? Ambos investigadores creen que la conciencia existe para controlar los sistemas automatizados (no conscientes) y para distribuir el control sobre ellos. Un sistema de rutinas automatizadas que alcanza cierto nivel de complejidad exige un mecanismo de alto nivel que permita que las partes se comuniquen, administre los recursos y asigne el control.
En La creación literaria, Alvaro Pombo y yo hemos descrito cómo el aprendizaje de la creación consiste en el adiestramiento del propio inconsciente. Rilke habló de ello en las Cartas a un joven poeta. Ahora sabemos que se trata de la formación de la memoria y de la adquisición de esos esquemas no conscientes. Ellos producen las primeras ocurrencias, que luego el autor amplia, precisa, combina, apelando de nuevo a la memoria. Pondré como ejemplo la creación de un verso. Los «esquemas poéticos» de Aldous Huxley le hicieron interesarse por el centelleo de los ojos de un animal cuando, en la oscuridad, son iluminados por los faros de un coche. A partir de ese momento comenzó una serie de tanteos para ver el modo de expresar mejor esa ocurrencia. Primera versión: Calling up the momentary gleam (Evocando el destello momentáneo). Segunda versión: Calling up the startled glam / of momentary eyes and passing wing (Evocando el destello asustado de ojos momentáneos y alas que se cruzan). Tercera versión: Calling into life the gleam/ of momentary wing and startled eye (Haciendo vivir el destello del ala momentánea y el ojo asustado). Versión definitiva: Calling up from nothingness/ Startled wing and momentary eye ( Evocando de la nada el ala asustada y el ojo momentáneo).
No exagero al decir que estamos ante una revolución de nuestros conceptos de educación y de aprendizaje. Espero que los aprovechemos bien.

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