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Manhattan - Woody Allen "Extraordinariamente buena y divertida

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Manhattan - Woody Allen - Inicio (castellano)




Título original
Manhattan
Año
Duración
96 min.
País
 Estados Unidos
Dirección
Guion
Woody Allen, Marshall Brickman
Música
George Gershwin
Fotografía
Gordon Willis (B&W)
Reparto
, , , , ,, , , 
Productora
Jack Rollins, Charles H. Joffe Production. Distribuida por United Artists
Género
ComediaDramaRomance | Comedia romántica
Sinopsis
Isaac Davis, un neoyorquino de mediana edad tiene un trabajo que odia, una novia de 17 años a la que no ama y una ex esposa lesbiana a la que desearía estrangular, porque está escribiendo un libro en el que cuenta las intimidades de su matrimonio. Cuando conoce a Mary, la sexy y snob amante de su mejor amigo, se enamora perdidamente de ella. La idea de dejar a su novia, acostarse con Mary y abandonar su trabajo supone para él el comienzo de una nueva vida. (FILMAFFINITY)
Premios
1979: Oscar: 2 Nominaciones a mejor actriz secundaria (Mariel Hemingway) y guión
1979: Globos de Oro: Nominada Mejor película - Drama
1979: Premios BAFTA: Mejor película y mejor guión. 9 nominaciones
1979: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director
1979: Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a Mejor guión original comedia
1979: National Board of Review: Mejor película
Críticas

Manhattan - Woody Allen - Escena Final - Subtitulada





¿Qué es literatura? Según las cuatro definiciones de Terry Eagleton

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Nota del autor: Antes de empezar con la lectura de este texto recomiendo dos cosas. La primera es leer el capítulo INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES LA LITERATURA? que se encuentra en el libro Una introducción a la teoría literaria de Terry Eagleton (aquí dicho capítulo en versión digital: https://goo.gl/Lhilsf). La segunda es consultar las notas que tomé en clase de Literatura Comparada cuando el profesor David Roas nos habló del capítulo de Eagleton; las encontrarás en la parte inferior de la entrada. Ambas cosas, pues, serán de interés para una lectura atenta del siguiente trabajo.
En caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria, resulta obvio que hay una cosa que se denomina literatura sobre la cual teoriza. Consiguientemente podemos principiar planteando la cuestión: ¿qué es literatura?”
De este mismo modo, y cito, Terry Eagleton empezaba así su capítulo Introducción: ¿qué es literatura? En la extensión de su texto intenta distinguir entre cuatro puntos de vista sobre cómo poder disertar por escrito esta pregunta que plantea verdaderamente qué es literatura. La distingue como ficción, es decir que el texto contenga un discurso ficcional; como un uso específico del lenguaje; como un discurso no pragmático, haciendo referencia a que el texto no tiene utilidad práctica; y por último, a la exageración del término, un discurso valorado exageradamente, de una forma especial.
El desarrollo de dichas ideas me conlleva a someter una mezcla de estas cuatro ya existentes a una hibridación entre ellas, haciendo surgir así una quinta opción. Seleccionando rasgos de una y compartiéndolos con características de la otra, surge una visión un poco personal, a pesar de la mayéutica que las palabras de Terry Eagleton y alguien más hayan supuesto en dicha visión sobre ¿qué es, realmente, literatura? De antemano, avanzo que no puedo decantarme estrictamente por una de las cuatro opciones expuestas por Eagleton en su texto –de hecho, al final de sus líneas constata que no podría hacerlo ni él mismo-, sin embargo, quizás estoy más de acuerdo, y me sitúo a favor, con lo que la segunda definición revela. Me adhiero a la sentencia “la literatura es un uso específico del lenguaje” por distintas razones, pero antes, vale la pena hacer una breve síntesis de lo que significa esta definición para el autor. Asimismo, podré intervenir intercaladamente con mi visión sobre la versión de Eagleton.
Ciertamente no se podría devenir a una posición como esta sin preceder antes de la distinción entre “hecho” y “ficción”. No obstante pronto llegaríamos a concebir la literatura desde una visión en que “quizá haya que definir la literatura no con base en su carácter novelístico o imaginario sino en su empleo característico de la lengua”, y estas son palabras de Eagleton.
Tiene que ver con la forma propia y específica del lenguaje. Lo que nos ayuda a distinguir qué es literatura o no. La literatura utiliza un lenguaje específico que comporta que cuando leamos un texto sepamos si eso que estamos leyendo es literatura.
Shklovsky plantea la teoría de la desautomatización o extrañamiento. El arte te ofrece realidad desde una nueva percepción, nos obliga a percibir la realidad desde otro punto de vista. Sin embargo, lo que interesa no es solo construir obras, sino fijarnos cómo están hechas.
El uso específico del lenguaje está vinculado al formalismo. El lenguaje del formalismo es la desautomatización, utilizar un lenguaje con uso distinto al cotidiano. Los formalistas rusos no tenían en cuenta la historia de la literatura, motivo por el que definían el lenguaje literario como literatura. A pesar de su intención, lo que hicieron fue intentar definir el uso del lenguaje literario y no la literatura. Para reconocer el uso del lenguaje que le da el lector a un texto, el lenguaje tiene que romper una norma con procedimientos literarios. Un ejemplo para este caso radica en la prosa. Su función era encontrar un “uso literario” al “lenguaje literario” que se aleja del “lenguaje cotidiano”.
No toda la literatura utiliza ese lenguaje. Por lo tanto, la segunda definición que propone Eagleton es útil, pero no válida para toda la literatura. No todo el lenguaje de todas las obras literarias es lenguaje literario, sin embargo, sí es literatura. En su texto, el autor insiste constantemente en afirmaciones como “la literatura es una organización especial del lenguaje” y también se puede apreciar cuanto comparte con las bases de la ideología formalista, que considera “la obra literaria como conjunto más o menos arbitrario de recursos, a los que solo más tarde estimaron como funciones dentro de un sistema textual total”.
Es aquí donde reside su mayor estado de descripción del tema, el lenguaje cotidiano, el que usamos cada día. No lo utilizamos para llevar a cabo lo que sería una obra literaria, sin embargo, más adelante cuestiona este hecho diciendo que esto depende según el punto de vista desde el que se observe. Para poder adentrarnos en esta perspectiva es antes necesario intentar delimitar la frontera entre el lenguaje literario y el lenguaje cotidiano. Será entonces cuando trataremos la perspectiva según en la que esté el lector.
El escritor británico supone que en lo que entendemos por una escena del día a día, como podría ser por ejemplo esperar en la parada del autobús, el horario que nos informa en que horas pasa y por qué parada, utiliza un lenguaje completamente estándar, claro y conciso. Se hace referencia aquí al lenguaje, es decir, por mucho que dicho lenguaje sea una tabla impresa con números que me indican determinadas horas del día, se entiende por lenguaje el hecho que no hay ambigüedad cuando vemos por ejemplo que el siguiente coche de línea pasará a las 9:45 de la mañana. No obstante, el lenguaje que se utilizaría en un chiste de Woody Allen -al margen de que no sea por escrito y teniendo en cuenta que estamos hablando de lenguaje y no de expresión escrita-, denota cierta ironía en sus palabras, relaciones entre lo que está diciendo y entre lo que realmente quiere decir. El juego con el vocabulario es lo que indica que puede haber distintos estadios de este mismo, los cuales podrían ser clasificables en su uso.
La literatura, al igual que otros tipos de arte, divaga mucho sobre cualquier tipo de categoría que podamos implantar en el intento de razonar su funcionamiento. Se puede utilizar un vocabulario que, quizás ambiguamente, identificamos como cotidiano para designar una escena completamente caricaturesca, convirtiéndola así en literaria. Y viceversa, adquiriendo un registro literario en el momento de entablar una conversación con otra persona para bromear. Es desde este punto de vista en el que tenemos que intentar comprender esta definición desde otra perspectiva, es decir, desde la visión del receptor del mensaje, ya sea en el lenguaje literario o cotidiano.
En estas circunstancias quizá Eagleton critica el considerar la literatura como los formalistas, que equivale a pensar que toda literatura es poesía. También en ese punto del texto hace el autor mención a un tema que yo querría remarcar. Trata los chascarrillos, las porras deportivas, los lemas o slogans, los encabezados periodísticos y los anuncios publicitarios, cuestionándolos, a pesar de que sean “a menudo verbalmente llamativos”, teniendo en cuenta su afirmación al respecto “generalmente no se clasifica como literatura”.
Y cito: “el periodismo es ilegible y la literatura no es leída”. Palabras de Oscar Wilde que me vienen al dedillo para empezar con mi argumentación. Y aunque estas palabras se alejan un poco de lo que yo quiero aportar, podré llegar a una conclusión precedida de dicha frase y las definiciones de Eagleton. En los textos de Wilde sobre el periodismo, critica el mal uso del periodismo y afirma que es consecuencia de no leer.
Cuando el crítico literario dice que los textos de prensa citados antes, utilizando el lenguaje literario atrae al lector, sin ser considerado lo que escribe “generalmente literatura”, podrían rasgos de la tercera definición ayudar a contradecir dicha afirmación anterior. Se dice que la segunda definición no es óptima para toda clase de literatura, pero la pragmática de un escrito, unida al punto de vista del lector, pueden hacer de cualquier texto una perspectiva que quizás también se podría tener en cuenta a la hora de definir qué es literatura.
En la tercera definición, describimos literatura a partir del uso del texto, no en función de estructuras internas. Literatura es todo tipo de texto sin fin práctico, que consumimos por puro placer. Según el uso que le des a un texto, este va a ser una cosa u otra. Que sea el lector quien determine la propiedad del texto implica que no se puede partir de un patrón para clasificar la literatura. La idea de literatura ha variado a lo largo de la historia y aquí se plantea la definición desde el uso, lo cual nos puede servir para distinguir donde no situamos la literatura.
Tenemos en cuenta que la literatura, desde el punto de vista en que la leemos, puede serlo o no. Entonces, vemos muy claramente que esto podría formular un concepto demasiado confuso. No obstante, podemos articular palabras para que así no sea y conseguir de este modo lo que sería la quinta e hipotética definición que antes comentaba, procediendo de las definiciones de Terry. Si nos centramos en las bases de la segunda definición, literatura es todo aquel texto que empre un uso específico del lenguaje. Ya formulando mi propia definición, no podemos negar que todo texto tiene un fin práctico, afirmación que quizás esté en desacorde con el texto de Eagleton. La pragmática de un texto no está en la consideración del lector sino en la finalidad por la cual el autor escribe.
La afirmación “Pedro come manzanas” no es quizás una frase en la que podamos encontrar lenguaje literario, ni tampoco una frase que pueda tener ningún tipo de significado práctico a priori. Sin embargo, sí puede ser una frase la cual su autor utilice para poner un ejemplo sobre que es o no es un microrelato. Por lo tanto, ya empezamos a ver más puntos de vista sobre la practicidad de un texto. Otro ejemplo podría ser unas instrucciones de montaje de algún objeto, o bien un prospecto sobre como consumir debidamente una medicina.
Remontemos pues a la misma perspectiva que antes. Desde lo que relata la tercera definición, es literatura todo aquel texto que no requiere de un uso práctico, el cual consumimos por el simple hecho de recibir puro placer al leer. De este modo, no podemos decir que son literatura los dos ejemplos citados de textos instructivos (las instrucciones y el prospecto). Sin embargo ¿cómo podríamos definir unas instrucciones para subir las escaleras? Es aquí donde quería llegar para dar sentido a la referencia anteriormente mencionada del periodismo. Unas instrucciones son puramente con sentido y finalidad práctica, no obstante Julio Cortázar caricaturiza este punto de vista y es capaz de someter un texto instructivo cierto lenguaje literario, que a su misma vez podríamos considerar cotidiano, pero que por el simple hecho de leerlo en tal contexto, podemos denominarlo como literatura. En mi humilde opinión, pienso que esto puede suceder a la inversa.
Jacobo Rivero es un autor de entre muchos que realiza trabajos periodísticos tan extensos y de tanta extratemporalidad, que para publicar sus textos no le es suficiente una simple columna de un medio como una revista o un diario. En cambio, decide publicar sus escritos en formato libro. Su finalidad no es otra que informar, por lo tanto ya tiene un carácter práctico que le alejaría de ser literatura a pesar de usar un lenguaje específico. A la vez, partiendo de vivencias y experiencias propias, es capaz de relatar un cuento ficticio, sin basarlo en hechos reales, pero sometiendo los personajes de su texto a una realidad que ha ocurrido en la historia real, fuera de la diégesis. Mediante una historia de su propia cosecha, refleja la realidad que en la vida real se vivió en algún momento, en algún lugar determinado. Sin salir de la frontera que limita la pragmática de su texto, es decir, sin dejar de informar de algo que podría haber ocurrido en unas circunstancias que son reales, estructura los cementos de una narración ficticia allí.
Es por esto que yo me quiero referir a los chascarrillos, porras y slogans “a menudo, generalmente llamativos”, para dejar a entrever que a partir de las herramientas que nos han proporcionado las definiciones de Eagleton, también podríamos considerar según qué trabajo periodístico como un texto literario.
Más que saber la receta de literatura, sería preferible no dejar de lado nada que se haya escrito. No tacharlo de “no literatura”. La segunda definición es la que más me representa, ya que creo que es mediante el uso del lenguaje que se puede conseguir todo tipo de literatura. Eagleton se refiere al uso del lenguaje literario quizá como algo que Góngora, Quevedo, Lope de Vega o Calderón tuvieron en su momento y que más adelante Borges, García Márquez, Pàmies o bien Monzó utilizaran otro adecuado a su época. En Lope de Vega hay un ejemplo de lo que quiero llegar a decir. Cuando se congenian unos preceptos sobre cómo debe realizarse la dramaturgia, en el siglo XVII llega Lope para establecer unos de nuevos. Me refiero que no podemos encontrar una definición exacta y perfecta de qué es literatura y sí, en cambio, definir modos de utilizar la literatura. Obviamente, esto estará abierto a nuevas aportaciones, pero sin embargo ya nos permitiría poder encontrar una posible definición en tanto qué es literatura. La literatura es un uso específico del lenguaje sin duda, pero no en el sentido de dejar de lado el vocabulario cotidiano, ni tampoco en el de afirmar si esto o aquello no es literatura.
Apuntes sobre Terry Eagleton tomados en clase de Literatura Comparada impartida por David Roas
Hay cuatro posibles formas de definir la literatura:
  1. Literatura es ficción; un discurso ficcional.
  2. Literatura es un uso específico del lenguaje.
  3. Literatura es un discurso no pragmático; no tiene utilidad práctica.
  4. Literatura es un discurso que es valorado extremadamente; de una forma especial.
  1. LITERATURA ES FICCIÓN; UN DISCURSO FICCIONAL
Ficción: producto de la imaginación; pacto de ficción con el narrador.
Todos los textos se escriben para creer mundos diferentes desde las convenciones del género y del mundo en que se crea esa obra.
Todo texto crea un mundo posible en función de unas leyes lógicas internas, por eso unas no se pueden aplicar a otras.
Teoría de los mundos posibles
· Modelo del mundo que tiene que ver con la realidad.
· Modelo ficcional verosímil: imita el funcionamiento del mundo real y le traslada al mundo literario.
· Modelo ficción no verosímil/fantástica: construyen un mundo que nada tiene que ver con las convecciones de la realidad.
Verosimilitud: argumento con lógica interna.
Todo texto intenta construir una idea denominada efecto de realidad. Los textos literarios son ficción, no sujetos a la realidad.
  1. LITERATURA ES UN USO ESPECÍFICO DEL LENGUAJE
Tiene que ver con la forma propia y específica del lenguaje. Lo que nos ayuda a distinguir que es literatura o no. La literatura utiliza un lenguaje específico que comporta que cuando leamos un texto sepamos distinguir si eso que estamos leyendo es literatura.
Shklovsky plantea la teoría de la desautomatización o extrañamiento. El arte te ofrece realidad desde una nueva percepción, nos obliga a percibir la realidad desde otro punto de vista. Sin embargo, lo que interesa no es solo construir obras, sino fijarnos cómo están hechas. El uso específico del lenguaje está vinculado al formalismo. El lenguaje del formalismo es la desautomatización. Un lenguaje con uso distinto al cotidiano.
Los formalistas rusos no tenían en cuenta la historia de la literatura. Definían el lenguaje literario como literatura. Intentaron definir el uso del lenguaje literario y no la literatura. Para reconocer el uso del lenguaje que le da el lector a un texto el lenguaje tiene que romper una norma con procedimientos literarios.
EJEMPLO DE PROSA: Su función era encontrar un “uso literario” al “lenguaje literario” que se aleja del “lenguaje cotidiano”.
No toda la literatura utiliza ese lenguaje. Por lo tanto, la segunda definición que propone Eagleton es útil, pero no válida para toda la literatura. No todo el lenguaje de todas las obras literarias es lenguaje literario, sin embargo, sí es literatura.
  1. LITERATURA ES UN DISCURSO NO PRAGMÁTICO; NO TIENE UTILIDAD PRÁCTICA
Definimos literatura a partir del uso del texto, no en función de estructuras internas.
Literatura: tipo de texto sin fin práctico. Texto que consumimos por puro placer.
Según el uso que le des a un texto, ese texto va a ser una cosa u otra. Que sea el lector quien determine la propiedad del texto, implica que no se puede partir de un patrón para clasificar la literatura. La idea de literatura ha variado a lo largo de la historia. Plantea la definición desde el uso. Nos puede servir para distinguir donde no situamos la literatura.
  1. LITERATURA ES UN DISCURSO QUE ES VALORADO EXTREMADAMENTE; DE UNA FORMA ESPECIAL
Destruye cualquier tipo de acercamiento para definir la literatura. La literatura se define porque alguien dice que es literatura. Plantea si hay, o no, propiedad en el texto para definir los textos. La literatura no se puede determinar desde un concepto particular. Es imposible describir la literatura con una propiedad objetiva. La literatura es un producto social, variable en el curso de la historia, cuya definición está sujeta a los valores y juicios de los grupos que detentan el poder.
https://latrivial.org/que-es-literatura-segun-las-cuatro-definiciones-de-terry-eagleton/

E. P. Thompson uno de los mas grandes historiadores del siglo XX

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E. P. Thompson , nombre completo (pocas veces usado) Edward Palmer Thompson (Oxford, 1924- Worcester, 1993). Historiador británico – el historiador social más importante de la segunda mitad del siglo XX- y además socialista, poeta, militante, orador, escritor –en su época- de la mejor prosa polémica del siglo XX, en palabras de Eric Hobsbawm.
En la Segunda Guerra Mundial luchó en una compañía de tanques en Italia. Comprometido políticamente con la izquierda y el pacifismo, en 1946 formó el Grupo de Historiadores del Partido Comunista o Grupo de Cambridge, con Christopher Hill, Eric Hobsbawn y Rodney Hilton entre otros. El grupo se articulará en torno a la revista Past and Present desde 1952, y se mantendrá tras su abandono del Partido Comunista en 1956 a raíz de la entrada de las tropas rusas en Hungría. A finales de los años 50 formó parte de la corriente conocida como New Left. Adoptó una postura crítica desde la izquierda frente a los gobiernos laboristas de 1964-1970 y 1974-1979.
Durante los años 1980 lideró el movimiento de intelectuales contra las armas nucleares en Europa y tomó parte activa en el movimiento pacifista. Intervino en la apertura del diálogo entre el movimiento pacifista de Europa occidental y los movimientos de la Europa del Este.
Profesor en distintas universidades de Inglaterra y Estados Unidos, dejó la Universidad de Warwick en protesta por su comercialización. Crítico del marxismo estructuralista de Louis Althusser, mantuvo un importante debate de ideas con otro historiador inglés, Perry Anderson, editor de la revista New Left Review.
De su extensa producción historiográfica cabe destacar, entre la publicada en lengua castellana, además de la sobresaliente obra La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963, reeditada en 2012), las siguientes: William Morris, de romántico a revolucionario (1976), Miseria de la Teoría (1978), Tradición, revuelta y conciencia de clase (1979), Opción Cero (1983), Protesta y sobrevive(1984), Agenda para una historia radical (1986), Costumbres en común (1995), Los orígenes de la ley negra (2010), Marxismo e historia social (2016) y en El Viejo Topo, Más allá de la frontera. La política de una misión fracasada: Bulgaria, 1944 (edición original inglesa de 1997, publicada en 2012)
http://www.elviejotopo.com/autor/e-p-thompson/
“es difícil ver con entusiasmo y euforia la toma del poder estatal por parte de cualquier vanguardia, más allá de cuán dedicados y abnegados sean sus miembros. Porque no queremos la conquista del poder por parte de la vanguardia, sino la distribución de éste entre la gente”.
E.P. Thompson, “La nueva izquierda”, 1959.

Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial [1979]

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[PDF]tradición, revuelta y consciencia de clase - Els arbres de Fahrenheit

www.elsarbresdefahrenheit.net/.../Thompson_Edward_1979_Tradici_n_revuelta_y_c...

EDWARD P. THOMPSON. TRADICIÓN, REVUELTA. Y CONSCIENCIA DE CLASE. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. Prólogo de.


Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial [1979]

por Teoría de la historia

Tradici_n_revuelta_y_conciencia_de_clases
Este volumen de Edward P. Thompson -expresamente preparado para su edición española- no es una mera compilación de ensayos eruditos, sino que tiene una unidad que se manifiesta en un doble sentido, temático y metodológico. Unidad temática porque los cinco estudios reunidos se refieren a la sociedad inglesa del siglo XVIII, en el proceso de tránsito del antiguo régimen al capitalismo; y representan una aportación fundamental al conocimiento de esta época y de este problema. En el primero de ellos -«La sociedad inglesa dei siglo XVIII: ¿lucha de clases sin clases?»- se plantean algunos de los aspectos metodológicos que caracterizan el conjunto del volumen y la obra entera de Thompson. EI autor desarrolla en estas páginas su concepto de clase social, ahondando en las reflexiones que hiciera al frente de The Making of the English Working Class, y nos propone entenderla como «una categoria histórica, es decir, derivada de la observación social a lo largo del tiempo», inseparable de la noción de lucha de cleses», porque es en el proceso de esta lucha cuando se define y concreta. «La economia “moral” de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII» investiga, precisamente, el carácter de la lucha de clases en la sociedad preindustrial, combatiendo la visión «espasmódica» que trata de explicar los motines populares con un grosero economicismo, como una respuesta directa e inmediata a un malestar coyuntural. Tal vez sea este uno de los trabajos de Thompson que han alcanzado mayor difusión y, a la vez, uno de los que han sido peor comprendidos. Mal comprendidos por quienes han pensado que negar el economicismo significaba poco menos que retirar de la historia los factores económicos -y así se apoyaba en Tbompson una interpretación trivialmente conspirativa de los motines populares del sigla XVIII-, pero también por quienes han pretendido convertir en un concepto abstracto y universal la «economía moral», para aplicarla a otros momentos y otras sociedades, cuando la lección que se desprende de estas páginas reside precisamente en todo lo contrario: en sostener que cada momento y cada situación deben ser analizados en sus propios términos. Pienso que va a ser en este volumen, al integrarse con los restantes trabajos deI autor, donde va a ser más fácil entender correctamente el significado de la «economía moral» thompsoniana. «El entramado hereditario, un comentario» resultará tal vez el más especializado y difícil de los estudios reunidos aquí, pero se ha incluido porque representa una brillante ilustración de los principios expuestos anteriormente, al mostramos cómo algo que solemos considerar como poco menos que inmutable en el tiempo -la tierra transmitida por la herencia-, pierde su aparente fijeza cuando dejamos de analizarlo desde el simple plano de la historia institucional, para convertirse en un conjunto de derechos de aprovechamiento que sólo cobran pleno sentido en el interior del entramado de costumbres y controles de la sociedad agraria. «El delito de anonimato» es un original intento de examinar la otra cara de las relaciones sociales del antiguo régimen, que suelen pintársenos como de deferencia, y hasta de consenso, apenas turbados por el estallido ocasional de la revuelta. En las cartas anónimas de amenaza, Thompson lee los signos del descontento y del rechazo, de una protesta social que, a falta de medios abiertos de expresión, ignoraríamos por completo. Desde este «nivel oscuro y anónimo» surge una imagen complementaria a la de la aceptación, que ha de servirnos para percibir la auténtica dimensión de esta sociedad. «Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial», finalmente, nos lleva hasta los umbrales de la sociedad capitalista, para analizar la naturaleza de unas transformaciones que no sólo han actuado sobre las condiciones de trabajo, sino «sobre la totalidad de la cultura». Thompson nos previene así contra la elemental linealidad de los modelos de desarrollo económico habituales, y concluye advirtiéndonos que «no existe el desarrollo económico si no es al mismo tiempo, desarrollo o cambio cultural». Como apéndice se ha incluido una entrevista en que el autor contesta a las preguntas que le hicieron los redactores de la Radical History Review norteamericana. Este texto, que permitirá una mejor comprensión de sus planteamientos metodológicos, nos lleva al otro aspecto en que definíamos la unidad de este volumen. Porque al margen de su coherencia temática, este conjunto de estudios debe ser visto como una propuesta teórica, como una intervención en el debate que enfrenta formas muy distintas de entender el materialismo histórico. Tras la liquidación del mecanicismo staliniano -codificado en el canon de los cinco modos de producción, que eran presentados como etapas que todas las sociedades humanas debían recorrer, necesariamente y en un orden prefijado-, las interpretaciones de la historia inspiradas en el marxismo se han dividido en dos grandes corrientes. En una de ellas podemos situar la reflexión de Gramsci, el replanteamiento del problema de la transición dei feudalismo al capitalismo a impulsos de Dobb, las propuestas globalizadoras de Vilar, la obra de historiadores como Hill, Hilton, Hobsbawm, Lublinskaya, etc. Es una corriente que abandona los rígidos esquemas formales del pasado y pretende devolver su papel fundamental a aquello que los propios Marx y Engels ponían en primer lugar: la concepciôn de la historia como resultado de la lucha de clases, como un perpetuo tejer y destejer de equilibrios, alianzas y enfrentamientos colectivos. Está claro que Thompson debe ser situado en esta corriente. Frente a ella encontramos la del «estructuralismo marxista», cuyo representante más conocido es Althusser, que tiende a interpretar la historia como una sucesión de modos de producción, definidos en términos de razonamiento abstracto. En su forma más extrema, la que representan los sociólogos británicos Hindess y Hirst, el marxismo se convierte en una metateoría formal, que no sólo está por encima de los métodos de la historia, con su continuo enfrentarse a la realidad, sino que debe rechazar todo contacto con ella, puesto que la historia está condenada fatalmente al empirismo, ya que su objeto «no puede ser concebido como un objeto constituido teóricamente, como un objeto no limitado por lo que es dado». El estructuralismo marxista ha tenido una amplia difusión entre nosotros. Ofreciendo fórmulas asequibles y de inmediata aplicación, ha venido a responder a las demandas de quienes, insatisfechos con el magro bagaje teórico que les proporcionaba la enseñanza académica, buscaban otras herramientas de análisis y las han encontrado en unas propuestas que les han abierto un campo más vasto. EI problema reside en que este método, con el que se aprende a andar en seguida, no permite ir demasiado lejos, sino que se agota muy pronto en un juego verbal esterilizador. Thompson, que ha combatido el estructuralismo althusseriano en Miseria de la teoría (libro que va a ser publicado próximamente por esta misma editorial), nos maestra que es «a la vez consecuencia del stalinismo y su continuación». Esta polémica no debe ser entendida, sin embargo, como un debate académico entre escuelas de pensamiento historiográfico distintas. Como supo ver Raynal en su tiempo, «la política en la historia es lo que distingue al historiador dei mero narrador». Y eso es especialmente válido para el historiador marxista, en la medida en que el marxismo es una teoría para una práctica, y no para la mera práctica de mejorar la enseñanza universitaria o escribir mejores libros, sino para la de una acción en la sociedad. Tras las posturas metodológicas de Thompson hay una manera de concebir lo que debe ser el socialismo y, consecuentemente, la estrategia para acceder a él. El tema es demasiado complejo y comprometido, como para sintetizarlo en unas pocas lineas. Si se me admite una imagen, que no es más que una primera aproximación, yo diría que la concepción de la historia que pretende devolver su papel fundamental al análisis de la lucha de clases -lo que es algo muy distinto a invocarla como una jaculatoria en que se expresa la adscripción a una fe- reacciona contra una visión del socialismo como estadio superior de la industrialización, caracterizado esencialmente por el empleo más eficaz de los recursos, para volver a su concepción en que el acento se pone en las relaciones entre los hombres, en la supresión de todas las formas por las cuales unos hombres explotan a otros, en la edificación de una sociedad sin clases. Reléase ahora la frase de Thompson que antes citaba -«no existe el desarrollo económico, si no es al mismo tiempo desarrollo o cambio cultural»- y se entenderá que hay en ella algo más que una mera propuesta para reinterpretar el pasado. Pienso que este libro va a prestar un considerable servicio a cuantos se interesan por la renovación de la historia, no sólo porque pone a su alcance unos textos que, de otra forma, resultan difícilmente accesibles, sino porque les permitirá entenderlos como piezas de un conjunto, de un pensamiento global y coherente. Este es un libro importante por los problemas que analiza y por lo que significa como aportación a un debate teórico de considerable trascendencia. Pero es también un libro bien escrito, que revela una notable sensibilidad, un espléndido conocimiento del marco cultural y un agudo sentido del matiz y del detalle. Para quienes se han acostumbrado a identificar la historia marxista con una elemental aplicación de fórmulas de un recetario catequístico, las páginas de Thompson van a resultar una revelación: la de una historiografía que puede superar a la académica en cualquier terreno; que va más lejos, cala mas hondo y es capaz de ofrecernos una imagen más rica del hombre: del hombre entero, desde su lucha por la subsistencia hasta las manifestaciones más elevadas de su cultura.

[Josep FONTANA. “E. P. Thompson: historia y lucha de clases”, in Edward P. THOMPSON. Tradición, revuelta y consciencia de clase: Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. Barcelona: Crítica, 1979, pp. 7-11]
https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2013/06/28/%E2%9C%8D-tradicion-revuelta-y-consciencia-de-clase-estudios-sobre-la-crisis-de-la-sociedad-preindustrial-1979/

Reseñas bibliográficas, prefacios e introducciones generales de las obras de Marc Bloch [1913-2006]

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Elegía por la socialdemocracia y ALGO VA MAL Tony Judt (PDF)

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Taurus, Madrid
Trad. de Belén Urrutia
250 pp. 19 €






Tony Judt, historiador británico fallecido el pasado mes de agosto, era un ejemplo de ese tipo humano al que me atrevo a llamar «intelectual honesto». Honesto en el sentido de que intenta pensar, y aprender de lo que otros han pensado, para entender un problema; con ese fin, lo describe con la máxima precisión de que es capaz, reúne los datos que cree pertinentes, lo descompone en sus diversos aspectos, plantea hipótesis explicativas, anota con ecuanimidad los argumentos favorables y contrarios a tales hipótesis y, en casos excepcionales, ofrece una solución que cree que puede mejorar la comprensión del mundo o la vida humana. El opuesto, el deshonesto, tiene una posición de partida –que incluye, desde luego, la solución redentora– y, para defenderla, hace lecturas selectivas, embellece o exagera los datos que favorecen su parti pris, desprecia u oculta los que no le convienen: actúa, en resumen, como un abogado que expone los argumentos de su cliente o como un político que quiere captar votantes. Entiéndaseme: no estoy llamando deshonestos a políticos y abogados; en su terreno, son necesarios. Pero sí a los intelectuales que actúan como agentes al servicio de una causa.
Judt defendió, desde luego, causas. A sus veinte años era un revolucionario socialista y sionista, se fue a vivir a un kibbutz y se alistó como voluntario en el Ejército israelí, para el que fue traductor y conductor de vehículos durante la guerra de 1967. Pero, cuando consideró abusiva la política del Estado de Israel (y «anacrónica» su homogeneidad cultural soñada), lo dijo. Le costó la salida del The New Republic y que lo llamaran traidor; pero el intelectual honesto tiene que acostumbrarse a eso, porque abandona las posiciones que han dejado de convencerle: lo deshonesto sería lo contrario. Judt fue engagé y hasta enragé. Pero siempre independiente, como Albert Camus, como Czesław Miłosz; no como los teólogos de una iglesia o como los comprometidos con una causa redentora, sólo obligados por su verdad. A este tipo de intelectual, bien representado por aquella izquierda francesa de los cincuenta que él estudió como nadie, lo llamó moralmente irresponsable.
Su gran tema como historiador fue, precisamente, ese: la intelectualidad europea del siglo XX, y en especial la francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sobre ello escribió magníficos libros, en los que brillan el rigor documental, la coherencia argumental y el mejor estilo narrativo, que combinaba debates intelectuales de altura y cultura popular, con especial predilección por el cine. Su pasión y seriedad no excluía apreciables dosis de ironía y distancia. Le llegó la fama con su Posguerra, monumental panorámica de la Europa posterior a 1945. Poco después, recibió su sentencia de muerte en forma de esclerosis lateral amiotrófica.
Lo que ahora ofrece bajo el título Algo va mal, en inglés Ill Fares the Land, no es un libro de historia, sino un ensayo político. Lo escribió, como él mismo dijo, «en circunstancias poco habituales», afectado ya por la parálisis progresiva que acabó con su vida. Y demostró una vez más su valor, porque lo que defendía chocaba de lleno con la actitud hoy dominante en el mundo angloamericano. Se trata de un ensayo en el que reflexiona sobre la socialdemocracia, su apogeo en el Occidente de 1945-1980 y su sustitución posterior por el conservadurismo neoliberal. En él toma partido a favor de aquella fórmula política y económica que dominaba en la Europa en que vivió de joven y a la que llama «el mundo que hemos perdido». No debemos idealizarla, dice, pero tampoco olvidarla, porque, sin ser perfecta, ha sido la mejor de las situaciones que ha vivido la humanidad a lo largo de su historia.
Todo se originó, según él, en los dos «desastres sin precedentes» que fueron las guerras mundiales, a las que se añadieron el crack del 29, los cambios de fronteras, revoluciones, dictaduras, totalitarismos, genocidios y limpiezas étnicas ocurridos en ese período que alguien ha llamado la «Guerra de los Treinta Años» librada entre 1914 y 1945. Los triunfadores en esta última fecha, en lugar de limitarse a celebrar su victoria, decidieron enfrentarse de una vez por todas a los problemas que habían causado aquellas catástrofes. Lo principal era, según Keynes, eliminar la incertidumbre que «había corroído la confianza y las instituciones del liberalismo». La experiencia de la guerra total había liquidado el laissez-faire; no se podía seguir creyendo en la «mano invisible», ni en que el bien público se derivara inevitablemente de las ganancias privadas. Como no podían ignorarse los logros conseguidos por los Estados autoritarios e intervencionistas, de izquierda y de derecha. Todos los partidos políticos del Occidente europeo, conservadores, liberales y socialistas, llegaron a un consenso sobre la inevitabilidad de la intervención gubernamental. Los liberal-individualistas quedaron arrinconados en el mundo intelectual, donde el único debate que pervivía era el librado entre comunistas y socialdemócratas. Incluso Estados Unidos, donde sobrevivió intacta la retórica de la libre empresa, se acercó en la práctica al modelo socialdemócrata, con regulaciones, subsidios, apoyos a precios y protección frente a la competencia exterior, cupones para alimentos, Medicare y Medicaid, ley de los derechos civiles, etc.
Aquello fue el llamado welfare state, Estado o sociedad «del bienestar», un conjunto de instituciones que combinaban la economía de mercado con amplios servicios públicos y protección social. No se trataba ya de nacionalizar, de establecer dictaduras ni de sustituir el capitalismo por una economía estatalizada; no se negaba al mercado su papel primordial como motor del crecimiento, pero tenía que ser complementado con un fuerte sector público que compensara sus incertidumbres y deficiencias con unas políticas redistributivas provenientes de la vieja utopía socialista, en su versión fabiana: un cierto grado de planificación económica, tributación progresiva, provisión de servicios por el Estado y negociaciones colectivas.
El Estado, así, reorientó y amplió mucho sus funciones. En lugar de limitarse a la defensa exterior, el orden público y poco más, se convirtió en el gran benefactor social. Su principal misión era ahora proporcionar seguridad económica a los ciudadanos, proveerles de servicios y asegurarles garantías sociales. Todo aquel sistema, pensado inicialmente para las clases trabajadoras, se universalizó y pasó a ser aprovechado por las clases medias (que, a la vez, dejaron de tener sirvientes). La desigualdad se redujo, en consecuencia, hasta un grado nunca visto antes y con la igualdad creció la confianza de los ciudadanos entre sí y de todos en las instituciones. Y la economía experimentó tasas de crecimiento desconocidas en anteriores situaciones no reguladas.
Sin embargo, reconoce Judt, no todo fue positivo. Y enumera fenómenos relativamente menores para explicar el desencanto con aquella situación poco menos que ideal. Las viviendas «sociales» de los sesenta eran de mala calidad y horrible estética. La uniformidad de trato y la dependencia de burócratas empezaron a irritar a los más jóvenes, que lo consideraron síntomas de un poder «sin control ni sensibilidad». Se abrió una brecha intergeneracional. Los nacidos con el baby boom, que llegaron a la universidad en los sesenta, sólo conocían ese mundo; y lo que sus padres consideraban conquistas irrenunciables, perspectivas de movilidad social ascendente y, en conjunto, seguridad, era para ellos sumisión al Leviatán estatal, restricciones a la individualidad y a la libre creatividad. Gracias a la televisión, la nueva cultura juvenil se internacionalizó y se extendieron por el mundo contestatarias modas musicales de vestimenta y lenguaje. Surgió una «nueva izquierda», que ya no quería colectivismo, sino libertad: su «prohibido prohibir» era síntoma de una actitud individualista, basada en el relativismo moral y dirigida a fines esencialmente privados. Que rindiera a la vez culto durante algún tiempo a la «revolución cultural» de Mao no era sino una incoherencia pasajera.
La derecha europea, que resurgía tras una larga situación de debilidad por sus connivencias con las potencias del Eje –dice Judt; pero se supone que piensa en la Europa continental y no en el mundo angloamericano–, coincidía en valorar las libertades individuales y criticar los constreñimientos públicos del Estado benefactor. En política, empezaron a perder elecciones los socialistas y a ganarlas los Giscard, Thatcher, Reagan y Kohl. En el mundo intelectual, volvieron a levantar la cabeza los Von Misses, Hayek, Popper, Friedman, Raymond Aron, Isaiah Berlin, Sidney Hook, varios de ellos formados, curiosamente, en círculos de Viena o Praga y obsesionados por evitar que se repitiera el totalitarismo nazi que vieron crecer en su juventud. Ellos reactivaron las viejas prevenciones liberales contra el Estado todopoderoso y la «sociedad cerrada»; apoyaron la política exterior estadounidense, demonizada por el progresismo mundial como «imperialista»; defendieron valores abandonados por la izquierda, como la nación, la tradición, la autoridad, y criticaron, sobre todo, los costes del «estatismo» –de derecha y de izquierda– y la «esclerosis» de los gobiernos paternalistas. Se atrevieron a plantear las semejanzas entre las políticas keynesianas y el totalitarismo nazi/comunista; declararon imposible la planificación liberal, pues toda planificación era en esencia coactiva y conducía a la dictadura; y comenzaron a cuestionar, como innecesariamente caros y promotores de vagancia, el subsidio de paro, la sanidad universal o la educación subvencionada. En unos años, popularizaron una actitud contraria a la intervención gubernamental. Y frente a la «solidaridad», palabra talismán del mundo socialdemócrata, alzaron el «individualismo» como barrera mágica que protegía contra todos los males.
Esta explicación para el cambio de actitud de los setenta parece débil. ¿Bastan los escritos de unos cuantos intelectuales temerosos del totalitarismo para convencer a las sociedades occidentales de que abandonen un modelo económico que está reportándoles tantos beneficios? ¿No habría otras circunstancias, económicas sobre todo, que forzaron aquel cambio? Judt reconoce que el coste de las políticas sociales era muy alto y que el baby boom anunciaba insostenibles pensiones futuras, pero no dedica mayor atención a la economía. En política, sí, señala que en los años sesenta desapareció aquella unión, que parecía eterna, entre una clase trabajadora sindicalizada y disciplinada y unos partidos socialistas cuyo objetivo declarado era la igualdad social. El antiguo proletariado pasó a convertirse en clase media, trabajadores de cuello blanco que hicieron suyas las quejas contra los altos impuestos y contra algunas garantías sociales creadas en tiempos más duros y que habían dado lugar a abusos.
Desde el punto de vista cultural, observa que el Estado del bienestar se había construido en sociedades pequeñas, como las escandinavas o flamencas, y, en todo caso, muy homogéneas. Su paternalismo era un tanto gremial, premoderno, incluso egoísta. Al recibir estos países, en los años setenta y ochenta, flujos migratorios muy fuertes, la ecuación étnica o religiosa se alteró de manera radical y afloró el malestar, en nombre de la identidad cultural, que enfrentaba a los locales, los «de siempre», contra los nuevos, los «extranjeros». En ello se apoyaron unos emergentes partidos de extrema derecha, partidarios de la erección de muros. Todo lo cual se vio reforzado, en épocas más recientes, por el miedo, ingrediente clave en las democracias del siglo XXI. Miedo no sólo a la inmigración y al terrorismo, sino también a la crisis económica, al paro, a la globalización, a un mundo en cambio constante, impredecible, fuera de todo control. La estabilidad de la Guerra Fría desapareció con la caída de los comunismos. Y el miedo ha nutrido los nacionalismos, las guerras preventivas, la reducción de libertades so pretexto de protección a la ciudadanía, el extremismo de los que protestan y la acumulación de poder de los que gobiernan. Es el miedo que explotan Sarah Palin o Jean-Marie Le Pen.
En 1989, al derrumbarse el comunismo, en lugar de plantearse, como en 1945, la resolución de los problemas que lo habían causado, las democracias liberales optaron por aplaudir y felicitarse. Era «el fin de la historia»: a partir de aquel momento, sólo quedaban un modelo económico (el capitalismo) y uno político (la democracia liberal). Bush padre prometió un «nuevo orden mundial», que implicaría una paz basada en el multilateralismo. Pero no lo intentó en serio. Estallaron guerras en lo que antes se llamó Yugoslavia y se instalaron regímenes autoritarios en los Estados nacidos de la antigua Unión Soviética. A todo lo cual acompañó un gran vacío ideológico por parte de la izquierda; y por parte de todos los creyentes en el progreso, porque el socialismo era la última versión de la visión progresista de la historia. Ya en Posguerra había analizado Judt el proceso de desaparición de las «narrativas maestras» de Europa: el cristianismo, la grandeza nacional, el materialismo dialéctico. Y es que, aunque pocas personas inteligentes siguieran creyendo en el comunismo como fórmula política después de 1956 y 1968, seguía suponiéndose que alguna forma de socialismo sucedería al capitalismo. Con el colapso del comunismo se esfumó la referencia de la izquierda mundial. Incluso los socialdemócratas quedaron huérfanos, olvidaron su lógica original y han ido, desde entonces, a remolque del pensamiento liberal individualista.
Los propios jóvenes inteligentes e inquietos del mundo actual, esos alumnos que tanto preocupaban a Judt, ya no creen posible, al revés que los jóvenes de los sesenta, cambiar radicalmente la sociedad a través de la acción política. Los más generosos prestan su tiempo y sus esfuerzos a ONG, y la mayoría organiza su vida para ganar dinero. En cuanto a los políticos, los Clinton, Blair o Sarkozy, que nacieron, como el propio Judt, con el baby boom, han abandonado las ambiciones doctrinales de sus predecesores y no parecen tener principios, modelo de sociedad ni sentido de la responsabilidad moral. Son políticos light, que no transmiten convicción ni autoridad. No creen en la posibilidad de cambiar el mundo, sólo se proponen hacer carrera, dentro de sus partidos y en el gobierno. Nada que ver con los Churchill, Roosevelt, Brandt, Einaudi y tantos otros. Políticamente, la nuestra es una «sociedad de pigmeos», sentencia Judt.
A estas alturas del libro, como puede verse, el enfoque normativo va ganando terreno al descriptivo y analítico que dominaba sus primeros capítulos y va asemejándose a un ejercicio de nostalgia de una persona de edad. Judt denuncia una y otra vez a esta sociedad que ha abandonado los viejos debates sobre la legitimidad o la justicia de las medidas políticas y que considera natural que la gente sea egoísta, admirando a los triunfadores simplemente por haber triunfado: «Hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material», resume, en el mismo tono sermoneador.
En un terreno más analítico, explica cómo las sociedades actuales, producto de las políticas neoliberales en boga desde comienzos de los ochenta, han generado mayor riqueza privada que nunca, pero también una creciente desigualdad y muy escasa movilidad social. Asociados con ello, han crecido el desempleo, la criminalidad, el consumo de drogas, la población carcelaria, la mortalidad infantil, la obesidad, los trastornos mentales o los embarazos de adolescentes. Unas correlaciones estadísticas que Judt presenta, muy discutiblemente, como relaciones de causa-efecto. A la vez, siguiendo la senda británica y norteamericana, se ha generalizado el desprestigio del sector público y el desmantelamiento del Estado del bienestar. Reina de nuevo la moral victoriana: sólo debe prestarse ayuda pública a los necesitados cuando no hay otro recurso y, aun así, conviene que lo vivan como una marca humillante, porque los seres humanos sólo trabajan y son útiles a sus semejantes si sienten la amenaza de la necesidad.
Esta sociedad neoliberal cosecha, según Judt, fracasos sin fin. El culto a lo privado, a la regulación mínima, al dinero fácil, es el que ha acabado llevando a las hipotecas basura y la crisis actual. En cuanto a las políticas sociales, de ningún modo pueden plantearse sólo en términos de coste. Los mercados se atienen a criterios comerciales, pero hay bienes que los seres humanos valoran y no se pueden cuantificar: la justicia, la dignidad, el bienestar, las relaciones sociales sin tensiones. Lo cual cuesta dinero, sin duda; pero hay que lograrlo. El Estado tiene unas obligaciones morales de las que no puede desentenderse. Hay muchos servicios públicos, como correos, redes ferroviarias, cárceles o residencias para jubilados, que no pueden ser privatizados. Porque hacerlo significa no sólo empequeñecer el Estado sino desmantelar la sociedad, convertirla en un océano de individuos privados, en guerra de todos contra todos, lo que a la larga abre el camino a los totalitarismos. Tampoco es cierto, además, que las políticas neoliberales reduzcan el tamaño del Estado; reducen, sí, sus funciones económicas, pero aumentan las represivas o militares. Y la privatización de empresas públicas no rentables (pero que cubren servicios vitales) no disminuye el gasto público, porque los inversores sólo compran bienes públicos ineficientes si el Estado garantiza su no exposición al riesgo: es decir, que las nuevas compañías privadas que proporcionan servicios esenciales acaban obligadas a confiar en la regulación y la subvención pública. Es una economía mixta de la peor especie, falla Judt de nuevo.
La única «gran historia» que permanece hoy, la única gran empresa utópica aún en marcha, es, para él, la Unión Europea. Como cosmopolita y socialdemócrata que es, se identifica con Europa, aunque haya vivido en sus últimos años en Estados Unidos. Y le preocupa la sensación, dominante según él entre los europeos actuales, de que la Unión no pueda ampliarse más. Lo cual es grave, porque, al negar el acceso a otros países, especialmente a Turquía, se envía el mensaje implícito de que existe un límite no escrito para el número de musulmanes que pueden caber en Europa. Se disfraza como problema económico un obstáculo cultural. No es que la Unión Europea no pueda admitir más pobres, sino que no quiere musulmanes, lo que la convertirá en una comunidad cerrada, cristiana de facto, aunque no lo sea formalmente.
A Europa le pasa, en cierto modo, lo que a sus políticos: que carece del lenguaje adecuado. La fórmula europea era la socialdemocracia, pero nadie encuentra hoy los argumentos para defenderla. Todo el comportamiento humano parece explicarse en términos de «elección racional» y «eficiencia», sin permitir referencias al altruismo, la abnegación, los valores, las metas colectivas. Sin embargo, hay conductas de gran importancia económica, como pagar impuestos, que sólo pueden entenderse sobre una base de confianza en nuestros conciudadanos: confianza en que los demás también van a pagar; en que los que recaudan usarán bien ese dinero; en que nuestros hijos se beneficiarán de los servicios que estamos costeando. Si no hubiera confianza, los propios mercados no funcionarían. El capitalismo no podría sobrevivir a partir de un comportamiento generalizadamente cínico o economicista.
Lo que Judt propone es, pues, un cambio de discurso, lo cual choca de nuevo como una solución insuficiente. La «nueva narración moral», o nueva retórica política, no podría, según él, basarse ya en la religión, que cada vez interesa a menos personas. Tampoco en el cambio revolucionario, pues estamos convencidos de que las revoluciones han reportado más sufrimiento que ventajas. Pero no tiene por qué haber desaparecido –dice– la fe en un cambio social pacífico, evolutivo, hacia una sociedad más igualitaria, o basado en una tecnología respetuosa con el medio ambiente. Si queremos atraer a otros, necesitamos un lenguaje de fines, no de medios. No basta con ofrecer más eficacia o más abundancia: hay que ofrecer valores, fines «buenos», y no pensar sólo en costes económicos, sino también en los costes sociales, culturales, medioambientales, estéticos. El principio o fin moral más alto, más digno de defensa, es la reducción de la desigualdad, madre de la envidia, del resentimiento, del fracaso, de la falta de confianza entre los ciudadanos. Es igualmente preciso combatir y eliminar el clima de temor. Tras un período excepcionalmente largo de paz y estabilidad política, Occidente no debe dejarse seducir por las sirenas y arrojar por la borda al sector público en nombre de la fe en los mercados. Fueron unas instituciones estatales fuertes las que, en el pasado, crearon la sociedad del bienestar y el clima de seguridad que hizo posible la modernización europea. No se debe renunciar a ellas.
El libro, como habrán detectado, termina con consejos y apelaciones morales, en un tono de wishful thinking muy distinto al de su comienzo, más analítico y descriptivo. Y es fácil no estar de acuerdo con algunos de sus diagnósticos. Se pregunta uno, por ejemplo, si la valoración de los últimos treinta años no es demasiado negativa. No todo ha sido aumento de la desigualdad, consumo de drogas o embarazos de adolescentes. Otros fenómenos nada insignificantes podrían consignarse en términos más favorables: la extensión de la democracia, los derechos de los homosexuales, la denuncia y persecución de las violaciones más notorias de los derechos humanos, el creciente papel de la mujer en la esfera pública occidental y la conciencia de la misoginia dominante en otras culturas, o el cerco mediático y judicial a la pedofilia clerical protegida por el Vaticano.
Tony Judt, en resumen, será recordado más como historiador que como ensayista político. Pero, aunque este no sea su mejor libro, son admirables en él, como en todos los suyos, la claridad, el orden mental, la capacidad pedagógica y, sobre todo, la pasión por la escritura, por la necesidad de dejar testimonio. Ésta la demostró mejor que nunca durante su última enfermedad, cuando dedicó su fuerza declinante a dictar aquellos emocionantes artículos con sus recuerdos de infancia y juventud. En este caso, lo que presenta es su apasionado, y a la vez razonado, testamento político. Explica y defiende sus posiciones, como intelectual honesto que era, y obliga a reflexionar. Y no sobre un tema menor, sino sobre las grandes cuestiones actuales, sobre las que inevitablemente continuará el debate en los próximos años.
01/03/2011

https://www.revistadelibros.com/articulos/algo-va-mal-de-tony-judt-un-ensayo-politico-sobre-socialdemocracia

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Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses, 1944-1956 [1992]

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por Teoría de la historia

El libro recién traducido de Tony Judt es una historia intelectual extremadamente bien escrita de ciertos intelectuales franceses durante los comienzos de la Guerra Fría y sus actitudes hacia el comunismo. Las ediciones originales en inglés y francés aparecieron en 1992. Judt escribió el libro al final de una época, que comenzó a mediados de los años setenta, en la que la crítica del totalitarismo (esto es, el comunismo y el nazismo) había pasado a ser especialmente popular en Francia. Somete el filocomunismo de los intelectuales franceses más destacados –principalmente Jean-Paul Sartre, Emmanuel Mounier y Maurice Merleau-Ponty– a una crítica despiadada y, en ocasiones, divertida. Judt defiende convincentemente que las posiciones y actitudes de estos intelectuales estuvieron determinadas en gran medida no por las duras realidades del comunismo en Europa oriental, sino por sus propias preocupaciones francesas bastante provincianas. La derrota de 1940, la mayor en la historia francesa, no se vio como una consecuencia de errores cometidos por parte de gobiernos tanto de izquierda como de derecha sino a la luz, en cambio, de la «guerra civil» entre las dos facciones, que empezó durante el gobierno de Frente Popular de 1936. La manifiesta falta de valor de tantos escritores –Judt menciona a Paul Eluard, Elsa Triolet, Louis Aragon, Emmanuel Mounier y, por supuesto, a Simone de Beauvoir y al propio Sartre– durante la ocupación alemana hizo que se mostraran decididos a no cometer de nuevo el mismo error. Resolvieron castigar a quienes de entre ellos presentaban un historial inequívoco de colaboración. Aprobaron, por tanto, la ejecución del crítico de extrema derecha Robert Brasillach, que había escrito en septiembre de 1942, dos meses después de la bien conocida redada de trece mil judíos en París: «Debemos alejarnos de los judíos en bloque, y no preservar siquiera a los pequeños» (p. 82). La juiciosa y sensible valoración que hace Judt de los argumentos a favor y en contra de la pena de muerte para Brasillach, así como su estudio de la purga de los intelectuales colaboracionistas en la posguerra, constituyen algunas de las páginas más poderosas del libro [1]. La ausencia de cualquier consenso sobre la justicia en la Francia de la posguerra contribuyó a la respuesta inadecuada que dieron los intelectuales franceses a la injusticia que se vivía en otros lugares, especialmente en Europa oriental. Los intelectuales franceses de izquierda soñaron intensamente con la «revolución» en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Influidos por la lectura de Hegel de Alexandre Kojève, una serie de pensadores –especialmente Merleau-Ponty y Sartre– creyeron que era necesaria la violencia para que el esclavo se liberara de la autoridad del amo. Merleau-Ponty añadió en Humanisme et terreur (1947) que todos los regímenes políticos eran violentos y atribuyó a la Unión Soviética una singular honestidad en relación con su represión. Esta justificación de la violencia y la propia tradición revolucionaria de Francia ayudaron a validar el sistema soviético en Europa Oriental. Los comunistas manipularon con una consumada facilidad los deseos jacobinos en aras de «la renovación, la purificación y la lucha» (p. 64). La Unión Soviética vio cumplidos tanto los sueños racionalistas del siglo XVIII como los románticos del XIX. «El hiperracionalismo del sistema soviético, la alianza de filosofía y Estado en su forma más elevada, ejercieron así una fascinación magnética sobre una comunidad intelectual familiarizada con tales relaciones en el seno de su propia cultura» (p. 298). Los católicos de izquierdas en torno a la revista Esprit encontraron también mucho que admirar en la tradición revolucionaria y antiburguesa. Mounier, director de Esprit , creía que «la justicia general puede primar sobre la justicia particular» (p. 113) y que la tarea de la justicia era defender a una colectividad amenazada, un sentimiento que los soviéticos explotarían hasta el límite. El comentario de Camus resulta pertinente: «La responsabilidad para con la historia le exime a uno de la responsabilidad hacia los seres humanos» (p. 144). Los católicos de izquierdas defendieron el antianticomunismo, ya que se pensaba que el anticomunismo alentaba el regreso del fascismo. Este temor a un fascismo resucitado –aunque ahora parezca exagerado– era real en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, aunque sólo fuera por analogía con lo sucedido tras la Gran Guerra [2]. «La comunidad intelectual» prefirió concentrar su atención no en las turbias purgas francesas en las que aquellas personas que tenían unos expedientes de guerra impuros exigían sentencias severas contra los colaboracionistas sin ambages, sino en países extranjeros donde sus ideas de justicia revolucionaria podían aplicarse sin despertar desagradables recuerdos personales. De los numerosos juicios realizados en Europa oriental, los medios de comunicación franceses dedicaron la mayor atención a los tribunales checos de 1952. En un contexto del miedo de Moscú a que se extendieran el titoísmo y las «desviaciones nacionalistas», los soviéticos y sus colegas checos pusieron en marcha el proceso de Slánský. El tribunal se caracterizaba por un inequívoco antisemitismo que, como la simultánea «Conspiración de los médicos» en la Unión Soviética, se camufló por medio de un ataque al «sionismo». «Israel sustituyó a Yugoslavia como modelo y sede de las tramas anticomunistas» (p. 211). El relato de Judt de «el flujo constante de absurdos reconocimientos de culpa» (p. 122) resulta especialmente perspicaz: «La confesión, según la forma acordada, tenía por intención no el establecimiento de la culpa, sino la confirmación de la versión del fiscal sobre la naturaleza del crimen y los motivos del criminal. De este modo, el juicio ayudaba a sostener no la legitimidad judicial, sino la legitimidad ideológica e histórica del régimen» (p. 129). Con pocas excepciones, sólo las víctimas comunistas del terror comunista –no socialistas, miembros de movimientos agrarios, populistas o sacerdotes– despertaron alguna simpatía entre los intelectuales izquierdistas de Judt en París. Veían los juicios en Europa oriental a través de las lentes enormemente distorsionadas de la defensa republicana durante el caso Dreyfus de Francia cuando «pas d’ennemis à gauche» se convirtió en el grito que unía a toda la izquierda. Así, el anciano dreyfusard Julien Benda, el autor de La Trahison des clercs (1927), defendió que, cuando se sentían atacados, los regímenes comunistas de Europa oriental merecían el apoyo de todos los progresistas. Los recuerdos románticos del Frente Popular reforzaron unos deseos renovados para promover una coalición de la izquierda. Según Judt, incluso el antisemitismo revivido de las democracias populares suscitó pocas protestas de los intelectuales hostiles a cualesquiera «desviaciones nacionalistas». Como demuestra hábilmente el autor, el juego y sus reglas habían cambiado desde el Affaire Dreyfus y el Frente Popular: «Todos conocemos el concepto de la “voluntad de poder”. Lo que, en cambio, resulta más difícil de imaginar, aunque quizá sea necesario si se aspira a apreciar la condición del intelectual en todos estos años, es la “voluntad de ignorar”. No obstante, ese deseo de creer lo mejor de un sistema que a diario aportaba sólo pruebas en contra de sí mismo sólo pudo haber nacido de la más poderosa, de la más exigente de las motivaciones. Al igual que una mujer maltratada, la intelectualidad no comunista de la izquierda volvía una y otra vez al lado de su maltratador, y aseguraba a las fuerzas policiales de su conciencia que “sólo pretendía lo mejor”, que “tenía su razones” y que, además, “le amaba”» (p. 184). Rusia se benefició del enorme prestigio derivado de su victoria sobre la Alemania nazi, que minó la tradicional simpatía francesa por Polonia y otros países oprimidos de Europa oriental. Los simpatizantes soviéticos intimidaron a los potenciales críticos al defender que cualesquiera protestas contra la represión comunista habían de ir acompañadas por la condena del nacionalismo, el imperialismo y el capitalismo occidentales. Se convencieron a sí mismos de que «a menos que esté uno dispuesto a protestar contra todas las maldades, ha renunciado a su derecho de hablar de ninguna» (p. 202). El tiers-mondisme que prevalecería en muchos círculos intelectuales franceses durante los años sesenta simplemente transfirió las actitudes acríticas de los intelectuales izquierdistas hacia el modelo soviético a los países tercermundistas. Los términos maniqueos –comunistas/capitalistas, Unión Soviética/Estados Unidos, correcto/incorrecto– dominaron un cierto discurso. El antiamericanismo complementaba al anticapitalismo. Los europeos tenían una conciencia culpable, y «Estados Unidos parecía un país irritantemente libre de toda culpa, en modo alguno perturbado por el complejo y ambivalente pasado de Europa» (p. 228). A los ojos tanto de los comunistas como incluso de muchos gaullistas, el vulgar capitalismo «anglosajón» había sojuzgado a Francia y a Europa occidental. La burguesía nacional se había rendido a los yanquis, del mismo modo que había hecho con los nazis durante la guerra. Francia estaba, una vez más, «ocupada». En contraste con la insulsa cultura estadounidense, la Unión Soviética aparecía como profundamente europea, una sociedad –al igual que Francia– en la que los intelectuales y artistas poseían un gran prestigio. Además, un poderoso ouvrièrisme , que postulaba que la «clase
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trabajadora» era el epítome de toda virtud y la fuente de toda legitimidad, reforzó la admiración por el conocido como Estado obrero. Entre los héroes de Judt se encuentra François Mauriac, quien en 1949 tildó la justificación contemporánea de los juicios políticos húngaros de una «obscenidad del espíritu» (p. 15). No es sorprendente que el autor valore al católico Mauriac en una época en que la preocupación por «la ética pública» y «la moralidad política» (p. 22) se encontraban supuestamente ausentes. Pero debe decirse que difícilmente puede calificarse a la de Mauriac de una voz oscura y olvidada. Los antiestalinistas –Mauriac, Camus, Raymond Aron, Denis de Rougement, Arthur Koestler, David Rousset, André Breton, Claude Lefort, Boris Souverine y André Malraux– no fueron tan poco influyentes a comienzos de los años cincuenta como afirma Judt a lo largo de su texto. En 1953, por ejemplo, diecinueve miembros del Comite national des écrivains (CNE), incluidos dos antiguos presidentes de la organización, dimitieron en protesta por el fracaso del CNE a la hora de denunciar el antisemitismo del juicio de Slánský [3]. Judt afirma de manera plausible que la tradición liberal en Francia era más débil que en Estados Unidos o Gran Bretaña, y reconoce perspicazmente la continuidad y la coherencia de la intransigencia desde la protofascista Action française de la década de 1890 al Partido Comunista Francés de la década de 1970. Sin embargo, en una perspectiva comparada, el liberalismo francés fue considerablemente más fuerte que el español y otros homólogos continentales. Judt ignora la crítica empírica de la Unión Soviética y sus Estados satélites que era habitual entre las publicaciones de toda la derecha y la izquierda no comunista durante los primeros años de la posguerra. Destacados historiadores franceses han criticado convincentemente a Judt por infravalorar, por un lado, la diversidad política de la vida cultural francesa y, por otro, la aguda consciencia de los errores comunistas, tanto entre la derecha como entre la izquierda no comunista [4]. El tratamiento implacablemente hostil de Sartre por parte de Judt resulta también cuestionable. El autor no deja claro hasta qué punto el filósofo existencialista era representativo de otros intelectuales franceses, y se adentra en el terreno de la especulación cuando afirma que Sartre, que defendía que uno debe crear su propia identidad personal, tenía «anhelos psíquicos» de autoridad (p. 66). A pesar de que el retrato de la vida intelectual francesa que realiza Judt es algo distorsionado, resulta admirable cómo comprende el autor los errores de sobresalientes pensadores franceses. Sartre et al. se mostraron incapaces de trascender el antiliberalismo revolucionario. Sus propios fallos personales durante la Segunda Guerra Mundial tiñeron sus reacciones ante sus colegas colaboracionistas más entusiastas. En términos más generales, su actitud de «pas d’ennemis à gauche» se convirtió en una razón para la ceguera.

NOTAS. [1] Para un absorbente estudio en detalle del tema, Alice Kaplan, The Collaborator: The Trial and Execution of Robert Brasillach (Chicago y Londres, University of Chicago Press, 2000). [2] Sobre el antifascismo dando una segunda vida al comunismo tras la victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, véase François Furet, Le passé d’une illusion: essai sur l’idée communiste au XXe siècle (París, Robert Laffont, 1995). [3] Michael Scott Christofferson, French Intellectuals against the Left: The Anti-Totalitarian Moment of the 1970s (Nueva York y Oxford, Berghahn Books, 2004), p. 36. [4] Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli, Le temps des masses: Le vingtième siècle (París, Seuil, 2005), p. 274.
[Michael SEIDMAN. “La voluntad de ignorar”, in Revista de Libros de la Fundación Caja Madrid, nº 145, enero de 2009]
https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2013/11/05/%E2%9C%8D-pasado-imperfecto-los-intelectuales-franceses-1944-1956-1992/

REQUISITORIA IMPLACABLE CONTRA LOS INTELECTUALES FRANCESES DE TONY JUDT

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Jean-Paul Sartre (left) greets Raymond Aron in the presence of André Glucksmann on 20 June 1979. / Michel Clement / AFP


Tony Judt (Londres, 2 de enero de 1948 - Nueva York, 6 de agosto de 2010)

La Francia de Tony Judt

'El peso de la responsabilidad' (Taurus) de Tony Judt es tan brillante como arbitrario
El libro nació de un curso sobre los intelectuales franceses del siglo XX impartido por el historiador

José-Carlos Mainer 18 ENE 2014 - 
Tony Judt nunca le gustó la Francia del siglo XX, aunque vivió en París, fue estudiante de una Grand École y consagró al estudio de la política francesa sus primeros trabajos: un análisis de la reconstrucción del partido socialista entre 1921 y 1926 y otro sobre la historia del socialismo en la Provenza, publicados en 1976 y 1979, respectivamente. Pero sus estudios más incisivos sobre el caso correspondieron ya al decenio de los noventa: Marxism and the French Left (1990, que no está traducido al español) y, sobre todo, Pasado imperfecto (1992, traducido en 2007), que es una requisitoria implacable sobre las actitudes de los intelectuales franceses entre 1944 y 1956. Nos faltaba la presente y tercera entrega de la serie, publicada en 1998, El peso de la responsabilidad. Blum, Camus, Aron y el siglo XX francés, que fue el resultado de un curso dictado en la Universidad de Chicago en 1995.
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¿Qué tuvo contra el país que se ha esforzado más en representar a toda Europa aquel británico de origen judío, políglota consumado y defensor de la unidad política del continente?
¿Qué podía reprochar este intelectual prototípico, que no perdonó intervención crítica alguna contra políticos e ideas de su tiempo, a aquel país cuyo idioma dio curso legal a la misma palabra intelectual?
La introducción de El peso de la responsabilidad, sarcásticamente titulada ‘El juicio erróneo de París’, es un vejamen quizá más brillante que justo (lo que es, por otra parte, la ley del género). Judt aventura allí que “el periodo 1930-1970 contempló a una Francia, más arcaizante y conservadora de lo que se creía ella misma, atrapada en una triple batalla entre una sociedad tímida y falta de audacia, una clase política incompetente y dividida, y un pequeño núcleo de servidores públicos, de intelectuales y de hombres de negocios frustrados por el estancamiento y el declive del país”. En ese marco, la vida política se polarizó siempre en extremos propicios a la retórica: “Estar a favor o en contra de Dreyfus; ser un socialista internacional o un nacionalista integral en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial; ser fascista o antifascista en los años treinta; estar con la Resistencia o con la Colaboración [...]; elegir entre comunismo y capitalismo […]; propugnar radicales políticas antiautoritarias o firmes Gobiernos presidenciales”. Y hacerlo siempre en los mismos términos esterilizadores de izquierda y derecha que, no en vano, son troquelaciones que debemos también a la lengua francesa. Por eso, llega a proponer que “las fuentes de ira y odio” de Drieu La Rochelle o Céline, que ellos desahogaron “con el narcisismo, el nihilismo y el filofascismo”, fueron las mismas que se desviaron hacia “el solipsismo metafísico, el ouvrièrisme y el filosovietismo” en la obra de Sartre, Beauvoir y Mounier.
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Por supuesto, los tres autores que Judt estudia aquí —el político Léon Blum, el escritor Albert Camus y el sociólogo (y normalien) Raymond Aron— son excepciones a la regla del sectarismo. Por la importancia de su huella son, sin duda, insiders del mundo intelectual francés; por otras razones, fueron, sin embargo, outsiders. Y el lector asiduo de Judt sabe que esa dialéctica entre la integración y la marginalidad fue una clave de su obra e incluso de su propia autopercepción. Y que, casi siempre, atribuirla a alguien suponía un elogio irrestricto.
En estos ensayos extensos, informados y a veces deslumbrantes brillan, por tanto, la empatía y la solidaridad retrospectiva. Quizá no demasiado en el caso de Blum, el salvador del socialismo francés, el intelectual refinado y seguro, quizá demasiado doctrinario e idealista, que presidió un fracaso —el Frente Popular de 1936— y dio su talla en una persecución —el proceso de Riom, en 1941—; su condición de outsider radicaba en su condición de judío y en las feroces campañas que soportó por esa causa, que el libro retrata magistralmente. Albert Camus fue, sin duda, el héroejuvenil y generoso que se emplazó en una tradición de moralismo exigente, muy francesa, y que sufrió toda la incomprensión de sus colegas cuando publicó El hombre rebelde, en 1951. Aunque no parece muy sostenible la atractiva hipótesis que lo enmarca —con Milosz, Grass, Svevo, Kavafis o Arendt— en el grupo de “pensadores europeos que procedían de las periferias geográficas de sus propias culturas”. Al honesto Camus que retrata Judt le faltó solidez filosófica, aunque fuera —Hannah Arendt lo dijo— “el mejor hombre de Francia”…
No fue aquella carencia la que puede imputarse a Raymond Aron, el más competente y coherente de los pensadores liberales de su tiempo. Sin embargo, aquel currículo impecable que incluía una sólida preparación filosófica germánica, el conocimiento cabal de la sociología de su tiempo y una responsable (aunque limitada) actuación política, recibió la condena de todas las izquierdas cuando publicó El opio de los intelectuales, en 1950, y Aron estableció allí las causas profundas del ascendiente del comunismo sobre numerosos compañeros de viaje de 1945. El autor venía en derechura de la tradición de claridad, moderantismo y convicción de Montesquieu y Tocqueville. Y de una paralela ejecutoria de patriotismo, que le llevó al gaullismo en el inicio de los años sesenta. Quizá por eso parecía un realista en un mundo de iluminados y frío en un contexto de apasionamiento sectario. Pero, a la postre, el aborrecido disidente de 1950 ganó la partida y su victoria cierra un libro cuya capacidad estimulante es inseparable de su latente arbitrariedad.
El peso de la responsabilidad. Blum, Camus, Aron y el siglo XX francés. Tony Judt. Traducción de Juan Ramón Azaola Rodríguez-Espina. Taurus. Madrid, 2014. 298 páginas. 19 euros

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OBRAS DE TONU JUDT PUBLICADAS EN ESPAÑA
.Tony Judt ayudó a promover la migración de los judíos británicos a Israel. En 1966, tras haber ganado una posición en el King's College de Cambridge, tomó un año sabático y se fue a trabajar en el kibutz Machanaim. 
Cuando Nasser expulsó a las tropas de la ONU en el Sinaí en 1967, e Israel se movilizó para la guerra, como muchos judíos europeos, se ofreció a sustituir a los miembros del kibutz, que habían sido llamados a filas. Durante y después de la Guerra de los Seis Días, trabajó como conductor y como traductor para las Fuerzas de Defensa de Israel.
Tras la guerra, comenzó a pensar que la empresa sionista comenzaba a desmoronarse. 
De todos modos, su paso por el sionismo le dio la fuerza moral para poder decir lo que pensaba años después: “En los próximos años Israel va a devaluar, socavar y destruir el significado y la utilidad del Holocausto, reduciéndolo a lo que mucha gente ya dice que es: la excusa para su mal comportamiento”.

Formado en Cambridge, gracias al sistema de becas británico, y luego Tony Judt enseñó muy joven en el Reino Unido así como especialmente en los Estados Unidos, donde finalmente moriría, a temprana edad.

En Francia, al prolongar sus estudios, pudo conocer de cerca el ambiente de las grandes Escuelas parisina (que no admiró demasiado), precisamente en torno a 1968, pero no le atrajo la idea revolucionaria (se sentía más bien sionista, por entonces). Su gran descubrimiento, gracias al poliglotismo familiar y personal, fue el de textos de escritores polacos y checos, desde 1990.

El 4 de octubre de 2006, Judt tenía programado un discurso en el consulado polaco en Nueva York, pero fue cancelado. Según el periódico The New York Sun: «la aparición en el consulado polaco fue cancelada después de que el gobierno polaco decidió que las opiniones del Sr. Judt sobre Israel no eran compatibles con las relaciones de amistad entre Polonia y el Estado judío».

En 2008, a Judt se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica. A partir de octubre de 2009, quedó paralizado desde el cuello hasta abajo; murió en 2010.

http://es.wikipedia.org/wiki/Tony_Judt

Escribir después de Auschwitz Memoria escrita del campo de concentración, a los 60 años

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El 27 de enero de 1945 tropas del ejército soviético liberaron el campo de concentración de Auschwitz (Polonia), y el mundo descubrió horrorizado lo que significaba realmente la llamada “solución final” al “problema judío” del Tercer Reich. Aunque Adorno se preguntó si era posible escribir POESíA después de Auschwitz, pronto los supervivientes comenzaron a derramar en sus libros testimonios sobrecogedores del horror deshumanizador que habían conocido. Primo Levi, Jean Améry, Imre Kertész, Elie Wiesel, Anna Frank ... son sólo algunos de los testigos de cargo de una historia que hoy El Cultural recorre de la mano de sus protagonistas, muchos de los cuales prefirieron el suicidio a seguir soportando la memoria del Holocausto.


NURIA AZANCOT / MARTÍN LÓPEZ-VEGA | 27/01/2005 |

Imre Kertész, Anna Frank, Edith Stein y Elie Wiesel
Pocos vivieron para contarlo y menos lograron esquivarlo como el escritor húngaro Béla Zslot (1895-1949), que en el verano de 1944, recluido en el gueto de Nagyvárad, logró burlar los trenes de la muerte que conducían a Auschwitz porque un médico que sí tuvo que subir a ellos le inyectó el virus del tifus para declararlo enfermo y que pudiese permanecer en el pueblo, con la esperanza de que “quizá pueda contar algún día algo todo lo que nos ha ocurrido. Quizá pueda publicar algo sobre todo eso”. Lo hizo en Nueve maletas (Taurus, 2004). Sus suegros y su hijastra no tuvieron tanta suerte y desaparecieron en Auschwitz. Zslot es contundente: “Todo lo que había definido hasta ahora al hombre europeo había desaparecido a nuestro alrededor. [...] Seguíamos viviendo, pero estábamos más muertos que los muertos de otras épocas, pues éstos tenían una tumba con una lápida y su nombre escrito en ella. Nosotros ya no tenemos nombre”.

Muerte en fuga
Quizá por eso, el mítico Paul Celan (1920-1970), uno de los grandes poetas del siglo XX, utilizó un anagrama de su verdadero apellido, Antschel. Nacido en la ciudad de Czernowitz, antigua capital de Bucovina (entre Rumania y Ucrania), tras mil avatares, y cuando parecía que lo peor había pasado, volvió a su pueblo natal con sus padres, para descubrir, ante los vagones atestados de gente que partía hacia Auschwitz, que estaban condenados a un infierno inimaginable. Celan consiguió esconderse en una fábrica de cosméticos, pero sus padres no le siguieron y fueron exterminados en los campos de concentración. El poeta acabó en uno de trabajo en Moldavia, pero jamás se perdonó lo ocurrido, y en el poema “A un lado de las tumbas”, escribió: “¿Me permites, madre, como ayer, ay, en casa,/la discreta, dolorosa rima alemana?” En 1948 confesó a sus parientes en Israel: “Acaso soy uno de los últimos que deben vivir hasta el final el destino de la cultura judía en Europa. ¿Por qué escribo ‘deben vivir’? Porque un poeta no puede dejar de escribir, mucho menos si es judío y su idioma de escritura el alemán.” No, Celan no podía dejar de escribir. Suyo es el más célebre poema sobre Auschwitz, “Muerte en fuga” (1948), con versos estremecedores: “Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán/grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire/así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho”

Las cenizas humanas
Había que gritar lo ocurrido. Como explicaba Primo Levi en sus Conversaciones con Ferdinando Camon (Anaya & Mario Muchnik, 1996), “cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba, pero no me escuchaban. La persona que tengo delante no me escucha, se da media vuelta y se marcha. En el campo les conté a mis amigos este sueño y me contestaron: ‘A nosotros nos pasa lo mismo”.

Pero la liberación no acabó con las pesadillas de este italiano nacido en Turín en 1919 que se suicidó en 1987, que había luchado con la resistencia y que, al ser detenido, confesó ser judío y no sólo partisano, para que los nazis supieran que los suyos, los corderos, también luchaban, lo que le llevó a Auschwitz. Sabía, mientras vagaba por Europa tras la liberación soñando con un hogar perdido para siempre, que había sobrevivido al infierno, pero que el paraíso era tan ceniza como los millones de desaparecidos en los hornos. Quizá para encontrar el camino de vuelta escribió incesantemente sobre el Holocausto en obras como Si esto es un hombre (1947), La tregua (1963), o Los hundidos y los salvados, donde escribe: “Las cenizas humanas provenientes de los crematorios, toneladas diarias, eran fácilmente reconocibles como tales pues con gran frecuencia contenían dientes o vértebras. A pesar de eso, se usaron con distintas finalidades: para rellenar terrenos palúdicos, como aislante térmico en los intersticios de las construcciones de madera, como fertilizante fosfórico; especialmente se emplearon como arenas para cubrir los caminos de la aldea de las SS, situada junto al campo”.

Tal vez ese fuera el fin de Anna Frank (1929-1945), enterrada en el campo, quien seguramente compartió el sueño de contarlo, aunque el tiempo le gastara una broma macabra. Tras vivir escondida en un zulo de Amsterdam desde el 9 de julio de 1942 hasta el 4 de agosto de 1944 con su familia (los padres y su hermana Margot) y cuatro personas más, fue trasladada con toda su familia a Auschwitz en un viaje espantoso en tren que duró tres días. En el zulo dejó su diario, regalado al cumplir 13 años. Margot y Anne pasaron un mes en Auschwitz-Birkenau y luego fueron enviadas a Bergen-Belsen, donde murieron de tifus en marzo de 1945, apenas un mes antes de la liberación. El diario de Ana Frank, publicado por Otto Frank (el único de la familia que sobrevivió), permitió que trece millones de lectores en 55 idiomas conocieran su historia. Menos suerte tuvo Irene Nemirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), que se había exiliado en Francia huyendo de la revolución comunista. Amiga de Cocteau, triunfó en los años 30 con novelas como David Golde, fue detenida, deportada y murió en el campo maldito en 1942, aunque acaba de triunfar más de 60 años después de su muerte: su novela póstuma Suite française, rescatada por su hija Denise, acaba de conquistar el premio Renaudot en Francia, concedido por primera vez a un autor muerto. Tampoco sobrevivió Edith Stein, que murió en agosto de 1942 en Auschwitz, en la cámara de gas, tres días después de llegar al campo de exterminio. Nacida en 1891 de padres judíos en Wroclaw, hoy Polonia, estudió filología y filosofía y fue asistente de Husserl, el fundador de la fenomenología. Se convirtió al cristianismo, ingresó en las carmelitas y cuando comenzó la persecución contra los judíos se entregó para evitarle problemas a la comunidad.

La primera noche en el campo
No sabemos qué hubieran podido escribir Frank, Nemirovsky o Stein después de Auschwitz porque “Auschwitz desafía la imaginación y la percepción -explica el escritor Elie Wiesel (1928), premio Nobel de la Paz en 1986-. Sólo se somete a la memoria”. Wiesel tenía apenas quince años cuando fue deportado a Auschwitz con su familia y los otros 15.000 judíos de su ciudad natal, Sighet, Transilvania, que entonces era parte de Hungría y hoy es Rumanía). En el campo de exterminio vio morir a su madre y a una de sus hermanas, y en el campo de Buchenwald fue testigo de la muerte su padre apaleado. Liberado por las tropas aliadas cuando contaba dieciséis años, acabó estudiando filosofía en la Sorbona y en 1958 publicó su primer libro, La noche. Sobre Auschwitz, naturalmente: “No tenía nombre, esperanza ni futuro, y sólo se [le] conocía por [su] número, A70713”. Aquella primera noche, la columna de los deportados de la que formaba parte tuvo que pasar cerca de una fosa de donde subían “llamas gigantescas”. Dentro se quemaba algo. Se acercó un camión a la fosa y arrojó su carga: “Eran niños pequeños”. Y prosigue: “Nunca olvidaré esta noche, la primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga/noche cerrada con siete llaves./ Nunca olvidaré este humo./ Nunca olvidaré las caritas de los niños cuyos cuerpecillos vi transformados en torbellinos/de humo bajo un cielo mudo./Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe./Nunca olvidaré este silencio nocturno que me ha arrancado para toda la eternidad el/deseo de vivir./ Nunca olvidaré estos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y los sueños que/tomaron el aspecto de un desierto./ Nunca olvidaré esto, aunque estuviera condenado a vivir tanto tiempo como Dios mismo./ Nunca”.

Nunca lo ha hecho. Por eso lucha por la memoria y la dignidad y ha escrito decenas de libros sobre el tema como La noche, El olvidado o Los judíos del silencio. Como explica uno de los personajes de El olvidado, “puedes hacer trampas con los otros, pero no conmigo ni con los muertos. Nosotros te seguimos atentamente”.

La enfermedad llamada Auschwitz
Tampoco ha olvidado el Nobel húngaro Imre Kertész lo sufrido en Auschwitz y Buchenwanld. Kertész (Budapest, 1929) fue deportado a Auschwitz en 1944, con catorce años. Tuvo suerte y su paso por allí fue fugaz, de camino, como quien dice, a Buchenwald, donde fue liberado en 1945. Prácticamente toda su obra literaria gira en torno a su experiencia de los campos. “Cuando pienso en una nueva novela”, ha declarado, “siempre pienso en Auschwitz”. Su trilogía sobre su experiencia comprende Sin destino (1975), Fiasco (1988) y Kaddish por el hijo no nacido (1990), aunque el horror vivido cala toda su obra, incluida su última novela, Liquidación (2004), que es la historia de un superviviente de los campos de exterminio. Quizá porque, como descubre en Kaddish por el hijo no nacido, “no hay manera de curarse de Auschwitz, nadie se recupera de la enfermedad que es Auschwitz”. Hijo de un siglo siniestro, “mis abuelos -recuerda- aún encendían los candelabros del sabbath cada viernes por la noche, pero cambiaron su apellido por uno húngaro, y era para ellos natural considerar el judaísmo su religión y Hungría su patria. Mis abuelos maternos murieron en el Holocausto. Las vidas de mis abuelos paternos fueron destruidas por el comunismo”.

Por eso, cuando en 2002 recibió el premio Nobel de literatura, en su discurso subrayó cómo “con horror, diez años después de haber sido liberado del campo me di cuenta de que todo lo que me quedaba de aquella experiencia eran algunas impresiones, unas cuantas anécdotas”, y se preguntaba: “¿Para qué nos sirve aún la literatura? Me parece claro que una línea imposible de traspasar me separaba de la literatura y los ideales, del espíritu asociado al concepto de literatura. El nombre de esta línea de demarcación es Auschwitz”. “Cuando escribimos sobre Auschwitz, debemos saber que, en un cierto sentido, Auschwitz suspendió la literatura. [...] Después de Auschwitz estamos más solos”.

Esa soledad explica la reacción del llamado apóstol del resentimiento, Jean Améry, prisionero en Auschwitz y Bergen Belsen, aunque también hay quien asegura que su obra es la mejor respuesta a la célebre pregunta de Adorno. Nacido en Viena en 1912, en realidad se llamaba Hans Mayer. Tras la anexión de Austria al III Reich emigró a Bélgica, fue arrestado por los nazis en 1940 y deportado al campo de Gurs, de donde consigió evadirse y unirse a la resistencia, pero en 1943 fue capturado de nuevo y enviado a Auschwitz primero, donde pasó dos años, y a Bergen-Belsen después. Tras la guerra se instaló en Bruselas, comenzó a publicar obras sobre su experiencia en los campos y se suicidó en 1978 en Salzburgo. Como Levi, Celan, Borowski...

Mi lastre y mi cayado
El gran libro de Améry sobre Auschwitz es Más allá de la culpa y la expiación. Entre los muros de ese lugar de infamia se ve enfrentado al dilema de “endurecer la realidad y la eficacia de su espíritu o declararlas nulas”. A partir de ahí construye una meditación sobre el mal radical, ese “misterio” tan antiguo como el mundo ante el que el espíritu ha visto ceder y debilitarse, catástrofe tras catástrofe su capacidad de comprensión; sobre la tortura; sobre la condición judía; sobre las víctimas y los verdugos; sobre los costes del imperativo de confiar en el mundo.... Y escribe: “bastaba con ver la torreta de vigilancia y sentir el olor a grasa calcinada procedente de los crematorios” para advertir que el Ser sobre el que gira la filosofía de Heidegger sólo era “un concepto abstracto y huero”. El número tatuado “es mi lastre y mi cayado”.

Un lastre que no quiso olvidar. Primo Levi que fue compañero de barracón en Auschwitz, decía de él que su vida transcurría “sin paz ni búsqueda de paz”, que no tenía intención de encontrar sosiego y sí de que la herida siguiese supurando. El resentimiento se convirtió en su patria, porque el nazismo le había hecho descubrir que carecía de ella.

Por eso también el resentimiento es la única vía de reparación del dolor padecido. En Revuelta y resignación (1968) apunta que ante la muerte no cabe esperanza, pero tampoco resignación. Sólo hay una forma de salvar nuestra dignidad, ante la inminencia de lo que nos privará de las categorías fundamentales de la vida, que no son otras que el tiempo, el espacio y el lenguaje. Una rebelión sin esperanza, una protesta sin expectativas”. Y en Levantar la mano sobre uno mismo (1976) va más allá: la vida es una “derrota total”. También escribe: “No me angustia ni el ser ni la nada ni dios ni la ausencia de dios, sólo la sociedad: pues ella, y sólo ella, me ha infligido el desequilibrio existencial al que intento oponer un porte erguido. Ella y sólo ella me ha robado la confianza en el mundo.”

Como se la robó al poeta polaco Tadeusz Borowski (1922-1951). Vivió su juventud con una tía porque sus padres habían sido deportados; estudió a escondidas, burlando las prohibiciones nazis, y en 1942 publicó un libro de poemas, Whatever the earth poco antes de ser detenido por la Gestapo y trasladado a Auschwitz en 1943, donde fue obligado a trabajar en un hospital que experimentaba con prisioneros. Tras pasar por Dachau fue liberado, pero el horror visto, del que da testimonio en el libro de relatos Nuestro hogar es Auschwitz (2004), le empujó al suicidió antes de cumplir los treinta años.

Porque, como desveló el psicólogo Victor Frankl, otro superviviente del campo, en El hombre en busca del sentido (1998) gracias a Auschwitz “hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Tanto ha inventado las cámaras de gas como ha entrado en ellas con la cabeza erguida y el padrenuestro o el ŒEshema yisrael en sus labios”.

La máquina de deshumanizar
Claro que también creía que sólo los peores sobrevivieron, que los que intentaron conservar su humanidad, su dignidad, fueron los primeros en caer. Como destacó otro superviviente, Paul Steinberg, en sus Crónicas del mundo oscuro (1999), “habíamos superado la etapa de los sentimientos, de las relaciones de amistad. cada cual luchaba para sobrevivir, La máquina de deshumanizar había funcionado de maravilla. Ya sólo existíamos en la indignidad”. Y Levi lo confirma: esa indignidad “afectaba tanto a los prisioneros como a los guardianes. La inhumanidad del sistema nazi contagiaba a los prisioneros”. ¿Los verdugos? La mejor prueba de que “se puede torturar al hijo delante de su padre, y seguir considerándose un hombre de cultura y religión. Y soñar con un pacífico atardecer frente al mar”, escribió Elie Wiesel.

Dolor, resentimiento, olvido... Sesenta años después de la liberación de Auschwitz, el mundo recuerda el horror, aunque ellos, los Wiesel, Primo Levi, Stein, Améry y tantos fantasmas anónimos nos griten que “los que estuvimos allá, nunca vamos a poder salir; los que no estuvieron, nunca van a poder entrar...” Y no quieren que el mundo lo olvide.


Bibliografía esencial
Charlotte Delbo, Auschwitz y después (Turpial-Amaranto, 2004. Trad. María Teresa de los Rios). Vinculada al mundo del teatro, Delbo (Paris, 1913) fue detenida por la Gestapo y, en 1943, deportada a Auschwitz. Escribió esta trilogía (“Ninguno de nosotros volverá”, “Un conocimiento inútil” y La medida de nuestros días”) con fragmentos en verso y prosa que constitiuyen la crónica de la vida cotidiana de las mujeres en los campos de exterminio.

Primo Levi, Si esto es un hombre (Muchnik, 1987. Aleph, 2002. Trad. Pilar Gómez Bedate). Con este libro Primo Levi inaugura su trilogía dedicada a los campos de exterminio que comprende además Los hundidos y los salvados y La tregua. Levi fue deportado a Auschwitz en 1944, cuando buscaba contacto con los partigiani. Siempre se ha exaltado su visión del infierno concentracionario por exenta de insultos, lamentos y repeticiones del agravio, y vertida en un estilo analítico, meticuloso, clarificador, como guiado por la técnica brechtiana del distanciamiento.

Ruth Klöger, Seguir viviendo (Galaxia Gutenberg, 1997. Trad. Carmen Gauger). “El conocimiento de los trasfondos de la solución final no explica nada”, escribe Klöger, “y no agudiza la conciencia del absurdo del mundo”. Kluger explica que “La gente que tiene la intención de decir algo importante respecto de mí, señala que estuve en Auschwitz. Pero no es tan simple. Piensen lo que piensen, yo no vengo de Auschwitz; yo soy de Viena. No se puede borrar Viena, mientras que Auschwitz me era tan fundamentalmente extranjero como la luna”.

Rudolf Hoess, Yo, comandante de Auschwitz (Aleph, 1979). Hoess fue nombrado Comandante del campo de Auschwitz en 1940, y fue el encargado de organizar técnica y administrativamente las ejecuciones en masa. En estas notas autobiográficas redactadas más tarde en prisión, recuerda: “Que fuera necesario o no el exterminio de los judíos, a mí no me correspondía ponerlo en tela de juicio”. Hoess fue condenado a la horca en abril de 1947, y fue ejecutado en el antiguo campo de concentración de Auschwitz.

Jean Améry, Más allá de la culpa y la expiación (Pre-Textos, 2001. Trad. Enrique Ocaña). “En esta obra”, escribe Jean Amery “se describe cómo se sufre la violencia”. Améry fue arrestado por los alemanes, se escapó del campo de Gurs y se unió a la resistencia antinazi en Bélgica. En 1943 fue arrestado de nuevo y permaneció en Auschwitz hasta la liberación del campo. Se suicidó en 1978 en Salzsburgo. “En este libro no me dirijo a mis compañeros de infortunio. Ellos ya saben. Cada uno debe soportar a su modo el peso de esta experiencia. A los alemanes, por el contrario, que en su aplastante mayoría no se sienten, o no han dejado de sentirse, responsables de los actos al mismo tiempo más sombríos y más característicos del Tercer Reich, me gustaría narrarles algunos hechos que tal vez no les habían sido aún revelados”.

Roman Frister, La gorra o el precio de la vida (Galaxia Gutenberg, 1999). Este libro produjo cuando se publicó en Istael, un enorme revuelo: en él se presenta el lado oscuro de las víctimas del Holocausto. Sus recuerdos de la vida cotidiana en Auschwitz hablan de traiciones, de un mundo en el que sólo se sobrevivía a base de renunciar a los escrúpulos. La anécdota que da título al libro lo ejemplifica. Tras ser violado por un preso, éste le quitó su gorra, ya que los que no se presentaban con ella en la mañana eran ejecutados. El violador se quiso asegurar que la víctima no lo delatara. Por la noche, mientras todos dormían en sus barracas, Frister le robó la gorra a otro preso.

Imre Kertesz, Sin destino (Acantilado. Trad. Judith Xantús). Historia del año y medio de la vida de un adolescente en los campos de concentración nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne, fue llevado a Auschwitz con sólo 14 años), Sin destino no es, sin embargo, un texto autobiográfico. Con la fría objetividad del entomólogo y desde una distancia irónica, Kertész nos muestra en su historia la hiriente realidad de los campos de exterminio en sus efectos más eficazmente perversos: aquellos que confunden justicia y humillación arbitraria, y la cotidianidad más inhumana con una forma aberrante de felicidad. Testigo desapasionado, pero testigo de primera fila.

Elie Wiesel, La noche (El Aleph, 2002. Trad. Fina Warschaver). Premio Nobel de la Paz en 1986, Wiesel nació en Sighet, Rumanía, en 1944. Los nazis le deportaron, junto con su familia a Auschwitz, donde sus padres fueron asesinados. La noche es el relato de un adolescente deportado a los campos nazis que experimenta la muerte de Dios en el seno de la atrocidad absoluta.
 

https://www.elcultural.com/revista/letras/Escribir-despues-de-Auschwitz/11220

FRANK WILCZEK | FÍSICO “Un país simbólico de ‘millennials’ sería una fuente de inspiración”

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Valencia 

El físico estadounidense, premio Nobel por un descubrimiento que hizo con 21 años, propone dar voz a los jóvenes en las cumbres políticas que toman decisiones sobre el futuro



Frank Wilczek iba para cura. Le fascinaba la idea de que había un gran plan divino detrás de la existencia. Sin embargo, de adolescente, cuando empezó a estudiar los textos sagrados de la religión católica, se desilusionó al comprobar que “muchas historias no eran creíbles”. La Biblia no le servía para explicar el mundo. “El universo es un lugar mucho más grande de lo que pensaban las personas que escribieron los evangelios. Francamente, no tenían ni idea”, bromea ahora. El joven Wilczek, nacido en Nueva York en 1951, decidió dedicarse a la ciencia para intentar descifrar por sí mismo el sentido de la vida. Y, con solo 21 años, hizo el descubrimiento de su carrera: la libertad asintótica, una fuerza de atracción que actúa en el mundo microscópico de los quarks —los ladrillos indivisibles de la materia— y es contraria al sentido común: crece con la distancia. La libertad asintótica es, por ejemplo, la culpable de que los cuatrillones de átomos de hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno que forman el cuerpo humano se mantengan juntos. En 2004, Wilczek ganó el premio Nobel de Física por este hallazgo. De paso por Valencia para participar como jurado en los Premios Rey Jaime I, el investigador estadounidense habla de su voracidad intelectual, que le hace meter la cuchara en campos muy alejados de la física teórica, como la inteligencia artificial y la gobernanza del planeta Tierra. Y, con una sonrisa, este profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts reconoce que, de momento, ha sido incapaz de descifrar el sentido de la vida.
Pregunta. Usted escribió en 2016 una carta abierta junto a otros premios Nobel, lamentando que nadie represente a la humanidad en general en nuestro sistema global de gobernanza, dominado por los estados nación. “El gobierno de cada país representa sus propios intereses nacionales”, criticaban.
Respuesta. Es un gran problema. El mundo está muy interconectado, de muchas formas: económicamente, a través de la información… Y unos países pueden hacer mucho daño a otros. Creo que el concepto de estados nación compitiendo entre sí es cada vez más difícil de justificar y se está convirtiendo en algo extremadamente peligroso.
P. Ustedes subrayaban que la mayoría de las personas que ahora están tomando las decisiones sobre nuestro futuro —como las políticas de reducción de emisiones de CO2— no estarán aquí dentro de 30 años.

"Que solo se eduquen bien las personas ricas, dejando una educación de segundo nivel para el resto del mundo, es un desperdicio"

R. Es un hecho.
P. Defiende que ha llegado el momento de crear un país simbólico de gente joven, de millennials, para participar, por ejemplo, en las cumbres internacionales sobre cambio climático.
R. Creo que podría ser buena idea. Es un poco idealista, no sé cómo funcionaría en la práctica, pero creo que merece la pena reflexionar sobre ello.
P. ¿Para qué serviría tener un país simbólico de millennials?
R. Podrían ser una fuente de inspiración. Mostrarían su opinión, tendrían discusiones y, con suerte, influirían en las personas que toman las decisiones. Aunque no tomen decisiones por sí mismos, el hecho de tener una especie de autoridad que pueda darles voz y pueda reflejar sus intereses a largo plazo puede ser una fuerza positiva. Inicialmente, se suponía que Naciones Unidas iba a ser una organización internacional que hablase en nombre del mundo. Supongo que lo es en cierto grado, pero por muchas razones nunca ha estado a la altura de su potencial.
P. A menudo se habla de los millennials como si fueran personas muy jóvenes que no tienen mucha idea de cómo funciona el mundo. Pero usted, por ejemplo, con 21 años hizo los descubrimientos por los que ganaría el premio Nobel.

"Hay posibilidades muy alarmantes de que una inteligencia artificial potente se utilice con fines militares o para terrorismo"

R. Es un hecho fisiológico. El pico de capacidades de la gente, no solo físicas sino mentales en algunos aspectos, se alcanza al principio de la edad adulta. Estamos muy familiarizados con esta idea en el deporte. Es raro ver deportistas de más de 40 años en deportes olímpicos o jugando al fútbol o al rugby. Supongo que sí pueden jugar al golf [Risas].
P. Sus abuelos, procedentes de Polonia e Italia, emigraron a EE UU sin un dólar y sin saber inglés en tiempos de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué piensa ahora cuando ve a personas en una barca intentando llegar a Europa desde África?
R. Siento que hay un potencial humano enorme ahí. Y lo que desde luego no siento es que sean algo diferente a lo que soy yo, otra especie. Podría ser yo. Espero que podamos ayudarles a ser felices.
P. Usted estudió en colegios públicos del distrito de Queens, en Nueva York. ¿Qué piensa de la educación privada?
R. Creo que la educación pública es por la que deberíamos apostar, porque es la que realmente sirve a todo el mundo. Que solo se eduquen bien las personas ricas, dejando una educación de segundo nivel para el resto del mundo, es un desperdicio, además de algo moralmente cuestionable. Desde luego, no es eficiente, porque no solo los ricos tienen hijos con talento. Y además no es justo.

"La biotecnología tiene un enorme potencial para hacer el bien, para obtener más alimentos, más baratos y más nutritivos"

P. El físico Stephen Hawking y usted alertaron en 2014 de que la creación de inteligencia artificial puede ser el mayor logro de la historia de la humanidad. Y el último.
R. Lo que a mí me preocupa es que una gran parte del trabajo actual en inteligencia artificial está dirigido a fabricar armas: drones autónomos, ejércitos de robots… La máquina del fin del mundo que aparece en la película ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú es inteligencia artificial. Siente cuándo pasa algo y actúa, sin que intervenga la inteligencia humana. Creo que hay posibilidades muy alarmantes de que una inteligencia artificial potente se utilice con fines militares o para terrorismo. Si un programa de inteligencia artificial está dedicado a fabricar soldados, entonces su objetivo será lograr que sean muy agresivos y desconfiados. No es necesariamente el tipo de seres que quieres que tengan un poder enorme. Esto es lo que más me preocupa, especialmente cuando se está investigando mucho en secreto y en países que compiten entre ellos.
P. Habla de los riesgos de la tecnología. Hoy en día vemos, en algunos sectores de la sociedad, un rechazo a la biotecnología. Usted fue uno de los firmantes del manifiesto de más de un centenar de premios Nobel contra las campañas antitransgénicos de Greenpeace. Hablaban de "crimen contra la humanidad". Son palabras muy duras. ¿Lo piensa?
R. Sí. Pensar que una tecnología solo es buena o solo es mala es una manera muy rudimentaria de analizar el tema. Creo que hay muchísimos matices que surgen en función de las diferentes tecnologías y de sus aplicaciones. Unas están llenas de peligro y dan miedo, pero otras no. Es muy importante distinguir. Y, en el caso de los organismos modificados genéticamente, gran parte de las campañas para sembrar miedo son estúpidas y destructivas. Todo lo que comemos está modificado genéticamente. Los animales domesticados son muy diferentes a cómo eran hace unos pocos miles de años. Han sido modificados genéticamente mediante cruzamientos para ser lo que son hoy, en beneficio de la humanidad. Por supuesto que hay que tener cuidado, porque hay riesgos, pero no creo que sea una tecnología especialmente peligrosa. Y, desde luego, tiene un enorme potencial para hacer el bien, para obtener más alimentos, más baratos y más nutritivos.
https://elpais.com/elpais/2018/07/30/ciencia/1532947058_306377.html

TERMÓMETRO ECONÓMICO Y SOCIAL DE AMÉRICA ¿Pueden los ‘millennials’ salvar el mundo?

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Buenos Aires 

Las nuevas generaciones tienen la oportunidad única de generar un impacto positivo en la sociedad






¿Puede la misma generación que terminó con las vacaciones, las joyas, los cines y las servilletas cambiar el mundo? Muchos de los reportajes sobre la generación Y, comúnmente conocida como millennials, se enfocan en los hábitos de consumo fluctuantes, las nuevas tendencias en la industria del entretenimiento o sus relaciones afectivas. Si bien no existe un consenso en cuanto a la definición universal de juventud, la realidad de los jóvenes no se limita solo a gastar, salir y festejar.
En el marco del Día Internacional de la Juventud este 12 de agosto, revisamos cinco desafíos que enfrenta la población joven en América Latina y el Caribe:

Estigmatización

Los jóvenes son los primeros en enfrentar los retos del desarrollo, al ser víctimas de múltiples y complejas formas de discriminación. Estas generan la exclusión de las nuevas generaciones, menoscabando sus aspiraciones y necesidades. Sumado a esto, la desigualdad intergeneracional y las menores oportunidades disponibles (en comparación a sus padres), contribuye a la estigmatización de este grupo.
Según datos de la encuesta Latinobarometro, el 37% de los jóvenes encuestados en la región afirman sentirse discriminados. Esto no hace más que desmotivar a la juventud, promoviendo que no desarrollen todo su potencial y continúen dentro del círculo del desánimo y la pobreza.

Violencia

Según Naciones Unidas, 408 millones de jóvenes, uno de cada cuatro a nivel mundial, se vieron afectados por la violencia o los conflictos armados solo en 2016. La juventud corre un riesgo desproporcionado de cometer y ser víctima de actos violentos, con consecuencias significativas en sus trayectorias de vida y en la sociedad en su conjunto
En particular, las mujeres jóvenes de América Latina y el Caribe son un grupo particularmente vulnerable a diversas formas de violencia, reprimiendo su potencial para crecer, liderar y prosperar. Esto tiene un impacto sobre el acontecer de toda la región dado que, según estimaciones del Banco Mundial, los países de América Latina y el Caribe pierden alrededor del 3,7% de su producto interno bruto por la violencia contra las mujeres.

Desempleo

El desempleo es uno de los factores de riesgo principales. La OIT estima que, en 2014, la tasa de desempleo juvenil en América Latina rondaba el 13%, señalando que 6 de cada 10 jóvenes latinoamericanos trabajadores se ven obligados a aceptar empleos en la economía informal, limitando sus posibilidades de crecimiento. A nivel mundial, el 37,7% de los jóvenes que sí trabajan viven en la pobreza y uno de cada cinco vive con menos de un dólar por día.
Un informe del Banco Mundial añade otro dato preocupante: uno de cada cinco jóvenes entre 15 y 24 años en América Latina y el Caribe no trabaja ni asiste a la escuela. El 60% de los “ninis” proviene de hogares pobres o vulnerables y las mujeres representan dos tercios de este grupo.
Sin trabajo y sin educación, estos jóvenes ven destruidas las posibilidades de alcanzar un futuro mejor. En las zonas de conflicto, los jóvenes a menudo se sienten atraídos por los grupos violentos, viéndolos como los únicos garantes de la seguridad y las necesidades básicas de la vida.

Empleos del futuro

De acuerdo al McKinsey Global Institute Report (2017) hacia el año 2030, 375 millones de personas en todo el mundo deberán cambiar de profesión y mejorar sus habilidades laborales. Los rápidos cambios en la automatización, inteligencia artificial y otros desarrollos tecnológicos impactarán en los trabajos, capacidades y sueldos de quienes se preparan para ingresar al mercado laboral.
Sin una educación que los prepare para los desafíos del futuro, los jóvenes verán destruidas sus posibilidades de alcanzar un futuro mejor.
Afortunadamente, la juventud cuenta con una ventaja para hacer frente a esta realidad: su resiliencia. Gracias a su energía, creatividad y pasión para lidiar con los problemas que heredan de las generaciones anteriores, los jóvenes desarrollan habilidades de adaptación y transformación.
“La ventaja de trabajar con jóvenes es su capacidad de adaptación a lo novedoso y flexibilidad a los cambios que presentan: están constantemente buscando nuevas oportunidades y tienen energía para probar soluciones hasta encontrar la que funcione”, menciona Juan Medici, director ejecutivo de AFS Programas Interculturales. Esta organización brinda oportunidades de aprendizaje intercultural para que jóvenes de más de 50 países actúen como ciudadanos globales comprometidos con la paz.

Nuevas habilidades

Un mundo más complejo y competitivo exigirá una capacitación constante y el desarrollo de nuevas habilidades que permitan contribuir al desarrollo económico y social de los países. Para esto, la educación debe ser entendida como un compromiso continuo: ya no es una fase de preparación antes de ingresar al mercado del trabajo, sino un proceso que dura toda la vida.
Para preparar a los jóvenes para los empleos del futuro y mejorar el proceso educativo, es necesario generar políticas y presupuestos claros, mejorar los datos disponibles para los programas de aprendizaje y capacitación y adaptar las instituciones para que tomen en cuenta los intereses y necesidades de los jóvenes.
Ya sea a través de programas de voluntariado, emprendimientos personales o capacitaciones participativas, los jóvenes ya están preparándose. Sin embargo, se requiere de incentivos adecuados para promover la participación de los sectores más vulnerables, a fin de reducir la exclusión y la desigualdad.
Invertir en los jóvenes es central para romper el ciclo de la pobreza. Alentar y hacer realidad sus aspiraciones y proyectos, brindándoles las posibilidades de capacitarse, participar y actuar en las más diversas oportunidades, permitirá contar con el poder transformativo de la juventud para lograr un mundo mejor.
Leandro Hernández es productor online del Banco Mundial
https://elpais.com/economia/2018/08/11/actualidad/1533956542_137066.html

Pelicula completa UNDERGROUND de Emir Kusturica "Producción brillante y desoladora (...) Diferente"

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SINOPSIS

Blaky es un hombre casado, pero tiene un romance con Natalija, una actriz frívola, egoísta y casquivana. Su amigo Marko, que también está enamorado de Natalija, aprovecha la guerra para mantener a Blaky, entre otros muchos, escondido en un sótano haciéndole creer que la guerra continúa. Al mismo tiempo, con el fin de enriquecerse, Marko crea en el sótano una fábrica de armas con las que trafica. Esta farsa se mantiene durante veinte años hasta que, accidentalmente, el techo del sótano es destruido y Blaky sale al exterior para encontrarse con la guerra de los Balcanes. Marko y Natalija dinamitan el sótano y siguen dedicándose al tráfico de armas mientras Blaky se convierte en el jefe de una guerrilla.

Título original
Underground
Año
Duración
165 min.
País
 Yugoslavia
Dirección
Guion
Dusan Kovacevic, Emir Kusturica
Música
Goran Bregovic
Fotografía
Vilko Filac
Reparto
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Productora
Coproducción Yugoslavia-Francia-Alemania;
Género
ComediaDrama | II Guerra MundialAños 60Guerra de los BalcanesFamilia.Cine dentro del cineRealismo mágicoComedia dramáticaComedia negraSátira
Sinopsis
Año 1941. Belgrado, durante la Segunda Guerra Mundial. Marko y Petar, delincuentes y amigos, luchan contra los alemanes. Petar resulta herido y, para salvarse, se refugia en un sótano junto a un grupo de partisanos. Por otro lado, Marko se convierte en un héroe y, terminada la guerra, se convierte en uno de los favoritos de Tito de la Yugoslavia comunista. Pero el destino de Petar ha resultado muy distinto...
(FILMAFFINITY)
Premios
1995: Festival de Cannes: Palma de Oro
1995: Premios César: Nominada a Mejor película extranjera
1997: Círculo de Críticos de Nueva York: Nominada a Mejor película extranjera
1997: Premios Independent Spirit: Nominada a Mejor película extranjera
Críticas

Kusturica:¿ que han hecho con tu nación?

"Yo quiero volver a Yugoslavia", esa es la frase que marca la nostalgia en esta hermosa película. El protagonista que la dicta no comprende en su cabeza que Yugoslavia no existe ya. Él solo tiene cabeza para añorar el mundo en que creció, su gente, sus hermanos, todos unidos contra la fuerza fascista invasora, eso fue lo que vivió, y lo que vio en sus años de falso protectorado, encerrado en el subsuelo por un hombre que puede engañar a sus amigos con tal de su bienestar económico y amoroso. Tenemos un film con un espectáculo de personajes y situaciones, no hay malos ni buenos, solo hombres que reaccionan a modo de las circunstancias, y por sobre todo a el estilo del pueblo yugoslavo, esos gitanos locos que adoran las fiestas, la alegría, el amor y en gran medida el dinero. Todo un pueblo carismático, eso es lo que nos presenta Emir Kusturica, añorando su vieja nación que ya ha sido dividida, es una película nostálgica pero que nos deja una gran alegría de vivir.
Kusturica logra impresionar al espectador en la cinta, y logra que uno tenga las ganas de vivir en su mundo, lleno de magia, de quererlos y llorar sus penas. Aunque por sobre todo a agradecer esta vida y sus recuerdos, que si son malos no tienen valor, ya que al final todo nos reuniremos en una gran fiesta lejos de este mundo corrupto.

Talento puro

No soy crítico de cine, sino un simple espectador que se emociona, ríe, llora, tiembla, imagina.... Y esta película me ha hecho pasar por todo ello, como en un desfile de emociones genialmente narradas, no importa si resulta demasiado surrealista para algunos, o a otros le parece casi blasfema la musica de Boran Gregovic. Underground es cine con mayúsculas, y hay que derrochar talento para llevar adelante una joya como esta. Inolvidable, desde la primer escena hasta la última.

Metáfora de Yugoslavia

Kusturica consigue no dejar a nadie indiferente con sus películas, pero es esta pequeña obra maestra, la que suele dar mas quebraderos de cabeza. Tachada en algunos ambientes seudo intelectuales de pro-serbia, Underground es una gran metáfora de lo que fue Yugoslavia. Se empezó a rodar cuando algunos se empeñaban en mantener esa patria al precio que fuera y con la sangre de quien fuera, y se estrenó con los cañones todavía humeantes. Casi todas las imágenes que se ven en las cerca de dos horas y media de película son metáforas, que unidas al sentido del humor del director, una mezcla de humor desesperado no extensa de tragedia y a la maravillosa música zángana, sin olvidar a los animales, que siempre pueblan el mundo del realismo mágico del director, hacen de la película una pequeña obra maestra. En ella, Kusturica, hace un recorrido histórico desde la invasión alemana a la guerra de los Balcanes, pasando por la dictadura de Tito. La película esta dividida en 3 actos o partes; la guerra, la guerra fría y la guerra. Principalmente, Kusturica arremete contra todo tipo de nacionalismo y contra el régimen de Tito.

Fuentes

PELICULA COMPLETA Nosferatu (1922) [Sub-Español] se mantiene profundamente perturbadora

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Título original
Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens)
Año
Duración
91 min.
País
 Alemania
Dirección
Guion
Henrik Galeen (Libro: Bram Stoker)
Música
James Bernard, Hans Erdmann, Carlos U. Garza, Timothy Howard, Richard Marriott,Richard O'Meara, Hans Posegga, Peter Schirmann, Bernardo Uzeda, Bernd Wilden
Fotografía
Fritz Arno Wagner (B&W)
Reparto
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Productora
Prana-Film GmbH
Género
Terror | Expresionismo alemánCine mudoPelícula de cultoVampirosSiglo XIX
Grupos
Drácula | Adaptaciones de Bram Stoker
Novedad
Sinopsis
Año 1838. En la ciudad de Wisborg viven felices el joven Hutter y su mujer Ellen, hasta que el oscuro agente inmobiliario Knock decide enviar a Hutter a Transilvania para cerrar un negocio con el conde Orlok. Se trata de la venta de una finca de Wisborg, que linda con la casa de Hutter. Durante el largo viaje, Hutter pernocta en una posada, donde ojea un viejo tratado sobre vampiros que encuentra en su habitación. Una vez en el castillo, es recibido por el siniestro conde. Al día siguiente, Hutter amanece con dos pequeñas marcas en el cuello, que interpreta como picaduras de mosquito. Una vez firmado el contrato, descubre que el conde es, en realidad, un vampiro. Al verle partir hacia su nuevo hogar, Hutter teme por Ellen. (FILMAFFINITY)
Críticas


PELICULA COMPLETA LUZ DE INVIERNO (LOS COMULGANTES) Dir. Ingmar Bergman (1962)

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Título original
Nattvardsgästerna (The Communicants)
Año
Duración
80 min.
País
 Suecia
Dirección
Guion
Ingmar Bergman
Música
Evald Andersson
Fotografía
Sven Nykvist (B&W)
Reparto
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Productora
Svensk Filmindustri (SF)
Género
Drama | ReligiónVida ruralDrama psicológico
Sinopsis
Thomas, un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía, es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo. (FILMAFFINITY)
Premios
1966: Seminci: Espiga de Oro: Mejor película
1963: National Board of Review: Top mejores películas extranjeras
Críticas







El Maquinista de la General (1926) - Buster Keaton - Película Completa una obra maestra del cine mudo

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Título original
The General
Año
Duración
74 min.
País
 Estados Unidos
Dirección
, 
Guion
Buster Keaton, Clyde Bruckman
Música
Carl Davis, Joe Hisaishi, Robert Israel, The Alloy Orchestra
Fotografía
Bert Haines, J.D. Jennings (B&W)
Reparto
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Productora
United Artists
Género
ComediaAcción | Trenes/MetrosEjércitoGuerra de SecesiónPelícula de culto.Cine mudo
Sinopsis
Johnny Gray (Buster Keaton) es maquinista en un estado del Sur y tiene dos grandes amores: una chica (Anabelle Lee) y una locomotora (La General). En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, Johnny intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Sin embargo, Anabelle cree que es un cobarde y lo rechaza. El maquinista sólo podrá demostrar su auténtico valor cuando un comando nordista infiltrado en las líneas confederadas le robe "La General" y rapte a Anabelle. Johnny no dudará un segundo en subirse a otra locomotora y perseguir a los yanquis para recuperar a sus dos amadas. (FILMAFFINITY)
Críticas







“Breve historia de la ética” de Victoria Camps

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Cubierta de: Breve historia de la ética
«La medicina le ha salvado la vida a la ética» 

 Evidentemente la medicina no le ha salvado la vida a la ética en el sentido estricto de la palabra, lo único es que en el campo médico, en la investigación con embriones y otras  materias relacionadas es donde se escucha hoy la palabra
 ética, porque creo que los políticos no sabrían ni definirla. La autora me cuenta que el libro no se puede leer como una novela si uno no quiere terminar con dolor de cabeza. Es un libro de consulta, es el mejor tratado de ética que he leído hasta el día de hoy. Y todo gracias a un editor de RBA , ex alumno de la autora que la propuso la magnífica idea de escribir el libro.Con esta frase da comienzo el capítulo 20, dedicado a la ética aplicada que es el último del libro. Me van a perdonar que empiece por el final, pero el recorrido de la historia de la ética que tan magistralmente desarrolla Victoria Camps desde Platón hasta John Rawls (1921-2002), profesor de la Universidad de Harvard al que en 1971 se le ocurrió escribir un libro  A Theory of Justice que es un clásico de la filosofía moderna, y del derecho, y de la política e incluso los economistas le han metido mano; y aborda tanto el proceso por el que han ido surgiendo los conceptos morales, como las transformaciones que han experimentado a lo largo de los siglos gracias a la investigación de los filósofos.
Victoria Camps y Guillermo Lorén
Victoria Camps y Guillermo Lorén
El libro está escrito en homenaje a la famosa Breve historia de la ética de Alasdair Macintyre, el cual casi literalmente lo descuartizó durante sus años como estudiante, y según la propia autora, «reescribir la historia de la ética es repensarla desde el presente, a la luz de los problemas y de las circunstancias que hoy nos agobian». Dicho de otro modo: la historia de la ética es la historia de un progreso moral.
Pese a todo, Victoria Camps tiene una visión positiva de la sociedad; yo soy un poco más escéptico. Solo hay que ver un telediario y entre reforma laboral y los “y tu más” que se dicen los partidos políticos me pudieran llegar a dar la razón. Pero Victoria, que nos propone un viaje desde la Grecia clásica hasta nuestros días nos enseña como la moralidad ha ido avanzando al ritmo que marcaban grandes pensadores  como San Agustín, Lutero, Hobbes, Rousseau, Kant y otros hasta llegar al día de hoy donde la Ética es la única disciplina que puede luchar por la dignidad del ser humano.
Victoria Camps.
Victoria Camps.
Para terminar, creo que hemos andado un largo camino desde la famosa frase de Plauto “Homo homini lupus” en su obra Asinaria. Y creo que quién mejor le contestó fue Séneca, que en las cartas a Lucilio dice textualmente Homo, sacra res homini”, que podríamos traducir como El hombre es algo sagrado para el hombre.
Victoria Camps Cervera nació en Barcelona en 1941. Es catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de
Victoria Camps
Victoria Camps
Barcelona. Ha sido senadora independiente por el Partido Socialista y consejera del Consejo Audiovisual de Cataluña. En la actualidad es miembro del Comité de Bioética de España, y de la Fundación Víctor Grifols i Lucas y miembro del Consejo de Redacción de las revistas Isegoría (del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y Letra Internacional. Ha escrito diversos libros entre los que destacan: Virtudes públicas, Paradojas del individualismo, El siglo de las mujeres, La voluntad de vivir, Creer en la educación y El declive de la ciudadanía.
En 2008 le fue concedido el XXII Premio Internacional Menéndez Pelayo ”por su magisterio filosófico y la influencia moral de su pensamiento tanto en España como en América”; y en 2012, su libro El gobierno de las emociones ha conseguido el Premio Nacional de Ensayo 2012. También diré que me lo puso muy fácil en la entrevista pues un gran conversadora y con las ideas muy claras. Hablamos de muchas cosas más, pero eso queda quizá para otro día.
Breve historia de la ética ha sido publicado por la Editorial RBA en su colección RBA Divulgación. Encuadernado en rústica con solapas, tiene 432 páginas.

https://laslecturasdeguillermo.wordpress.com/2013/03/07/breve-historia-de-la-etica-de-victoria-
camps/




Patrick Modiano La fuga como modo de vida

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Matías Serra Bradford

El Premio Nobel francés 2014 vuelve con una nueva novela, una primera obra de teatro y el guión de la película Lacombe Lucien, que filmó el director Louis Malle. 

Un soñador: así calificó Patrick Modiano a más de un personaje suyo. El mote no deja de insinuar un reborde irónico; casi todos esos protagonistas son sus alter ego. Y es una de las manías habituales del soñador obsesionarse por épocas que no vivió o por períodos que atravesó como en estado de hipnosis. El autor de La ronda nocturna cultivó las dos zonas.
Nacido semanas antes de la liberación de Francia, en julio de 1945, eligió la París ocupada por el nazismo como locación exclusiva de sus tres primeras novelas. Para todas las ficciones y autobiografías enmascaradas que siguieron delimitó un campo magnético que va de fines de los años 50 a mediados de los años 60. No es inoportuno empezar con fechas porque la inquietud invariable de Modiano es el tiempo (y sus modos de intensificarse a cierta edad o bajo ciertas circunstancias).
En un momento de Recuerdos durmientes el narrador admite que “para mí el tiempo se detuvo en un cierto punto de mi vida”. Como quien no quiere dar por cerrado un caso –contra todas las evidencias, que indican un margen mínimo de progreso– el obstinado Modiano ha vuelto a ese lapso entre sus 15 y 20 años quizá porque fue su período novelesco, incierto y, como se ve, definitivamente incierto, incesantemente fecundo en sus revelaciones parciales, que son como suaves explosiones con un retardo de veinte a sesenta años.
En Modiano, el pasado no se termina nunca; un libro no conoce clausura. En otras palabras, con tal de no abandonar su oficio de investigador privado –íntimo–, Modiano escribió los libros que escribió, gracias a que de joven se montó a una deriva, se entregó a una indecisión, incluso a una clara desprotección, que luego le resultaría literariamente fructífera. Para componer una treintena de novelas parejamente sugerentes, similares y siempre distintas dentro de una geografía acotada, la interioridad de un escritor debe poseer una amplitud sin línea de horizonte.
La precaria base de datos de Modiano son sus viejas agendas y las viejas guías telefónicas de París. Para él, una agenda caduca es “una lista de fantasmas” y una guía es poco menos que un oráculo. En ellas duermen los nombres hasta que vuelve a despertarlos una pluma mágica. Es un escritor el que protagoniza Recuerdos durmientes –la novela es su ars poetíca– y como en tantas obras de Modiano busca saber qué se hizo de tal nombre, en qué se convirtió tal apellido falso. Una novela es el trayecto de un nombre semienterrado a otro, de una dirección a otra mal copiada.
Modiano encontró la vía de la escritura contorneando vidas secretas. Ya en su hermoso libro de conversaciones con Emmanuel Berl admitía su voluntad de “crearme un pasado y una memoria con el pasado y la memoria de otros”. Su método clandestino consiste en volver a proyectar siluetas pasajeras, perdidas, en la pequeña sala privada de la memoria, a deshoras.
Detrás de esa página arrancada: qué papel jugaron otros en su vida (así apenas la hayan rozado). La escritura como una larga noche blanca dedicada a recordar y reconstruir. (Modiano se especializó en ausencias, especialmente la del padre, pero no es menos cierto lo contrario, que la frecuentación de una persona puede incrementar su misterio). Al lector le parece que va a capturar algo –el silencio de renglones vacíos entre una persona y otra– que acto seguido se esfuma. Lo mismo le sucede a Modiano; no es un autor que haga de la trampa un estilo.
El libro de cabecera del narrador de Recuerdos durmientes es Los sueños y los modos de dirigirlos de Saint-Denys. No es improbable que pensar en otro sea uno de los modos ideales de la ensoñación. Acaso por eso la biografía resulta, entre otras cosas, un género onírico, y Modiano se ha consagrado a un territorio vecino: la biografía deshilvanada.
Pero los demás están para eso, para ser preciosamente esquivos en el teatro de una vida, y Modiano confiesa en Recuerdos durmientes que alguna vez soñó con escribir un tratado de la fuga. No es otra cosa lo que ha venido persiguiendo. Pocos como él –y sus maestros Georges Simenon y Emmanuel Bove, dos de los más sutiles que dio el siglo XX– para retratar vidas discontinuas, figuras “de eclipses”, como las llama el propio Modiano.
En la madrugada invernal o en el crepúsculo que domina su ánimo, prevalecen la casualidad y el desencuentro y sus personajes están perpetuamente de paso. Desaparecen de un momento al siguiente y uno sale años en busca de testigos por una mísera miga de información de apariencia inútil. Uno se hace pasar por otro a pedido (para engañar momentáneamente a un tercero). Reina el pase de documentación, el traslado y la sustracción de valijas ajenas. Modiano remite sus novelas como cartas dirigidas a alguien cuyo rastro el tiempo ha borroneado; una señal para el único o la única que puede descifrarla.
A estos fines contribuye la serena voz de su narrador, que no delata prisa ni ansiedad. Esto quizá lo hace aparecer a Modiano, erróneamente, como un escritor indolente, o indulgente consigo mismo. De tono levemente desganado, su llaneza, en todo caso, es delicada, es parte constitutiva –podría decirse– de su delicadeza de espíritu. Este devoto de lo ausente es también un experto en la omisión: es más lo que sucede entre las líneas que lo que ellas eligen retener. Hay zonas entre una parte de la novela y otra que equivalen a las zonas neutras, indefinibles, que Modiano dice que sobreviven en París.
Igual que con Bove y Simenon, estamos ante un encantamiento. Modiano tiene un modo de envolver al lector que tal vez a éste lo vuelve ciego a sus debilidades (es el efecto de la novela de clima más que de estilo virtuoso). Son gestos leves, cortos, los de su prosa, y el lector cree estar más distraído que con otros novelistas, tal es el clima brumoso y flotante, la sensación de no estar leyendo con toda la atención posible. Se lo relee porque nada puede quedar fijado (ese sí es su truco, y el del tiempo) y porque es de los escritores que le confían algo al lector (un lector siempre va a encontrarse en una novela –mejor o peor– del francés). El vértigo de releer a Modiano, de reencontrarse con escenas reescritas, es el que debe padecer él cada vez que redacta su próxima novela.
En Nuestros comienzos en la vida logra algo infrecuente: hacer entrar el pasado en una pieza de teatro. De la mano de La gaviotade Chéjov –de la que toma prestadas frases como el narrador de Recuerdos durmientes toma prestado cosas oídas al pasar en un café– Modiano monta la recreación de un momento de su juventud en el que su madre actuaba en teatros de París y uno de sus pretendientes buscaba imponerle al joven Modiano una forma de escribir más adornada, menos “llana, insípida”, insistiendo en el uso de metáforas.
Es el debut –exitoso– de la comicidad en la literatura de Modiano. Y es la puesta en escena de una recurrencia en el autor de El horizonte: el enfrentamiento entre versiones de un mismo recuerdo. (Su obra hace pensar que habría que inventar un psicoanálisis invertido –esta palabra hace aletear a sus profesionales– para frenar los recuerdos de infancia, no para invocarlos). En esta obra de teatro se recorta más claramente la destreza de Modiano para con los diálogos, virtud por la que debe haberlo contratado Louis Malle para el guión de Lacombe Lucien, filme al que Modiano se sumó ya bien avanzado el proyecto, y que ahora en su carácter de libro de una vieja película adquiere un atributo familiar en el mundo de Modiano: la cualidad fantasmal.
En Más allá del olvido, al protagonista lo tranquiliza llevar una novela querida en el bolsillo de su impermeable. Es justo otra de las satisfacciones que brindan los discretos libros de Patrick Modiano.

Recuerdos durmientes, P. Modiano. Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Anagrama, 112 págs.
Nuestros comienzos en la vida, P. Modiano. Trad. M. T. Gallego Urrutia. Anagrama, 112 págs.


Lacombe Lucien, P. Modiano y Louis Malle. Trad. M. T. Gallego Urrutia. Anagrama, 160 págs.
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/fuga-modo-vida_0_rJy7swjHX.html

30 años: Al Qaeda, nuevas estrategias del caos

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Dos organizaciones se fusionaron para formar Al-Qaeda bajo el liderazgo del millonario saudí Osama Bin Laden y el médico egipcio Ayman al-Zawahiri. Foto: AP Photo/Mazhar Ali Khan

A 30 años de su fundación, el grupo terrorista Al Qaeda sigue activo y utiliza un método de largo plazo, a diferencia del Estado Islámico.

No hay indicador más claro de la vigencia de Al Qaeda que su propia persistencia a través de los años. Un estudio de la académica Audrey Cronin para la Universidad de Princeton sobre la naturaleza de este tipo de organizaciones, hecho sobre la base de 400 grupos terroristas, reveló que su durabilidad es de un promedio de entre 5 y 9 años. En 2018, Al Qaeda celebra su trigésimo aniversario.
Al Qaeda nació en Afganistán en 1988 durante los últimos días de la resistencia contra la invasión soviética como un pequeño grupo. Y ha sido el más exitoso progenitor de ideas radicales islámicas sunitas, con el fin de mantener en movimiento la yihad (“lucha santa”), después de que se retiraran los invasores extranjeros. Si bien es cierto que su nombre ha sido eclipsado en los últimos años ante la aparición de una organización hermana –escindida de la presencia de Al Qaeda en Irak, pero aún más cruel y resoluta– como es el Estado islámico, su poder ya no está confinado a un único bunker físico y se ha multiplicado hacia diversos rincones del mundo desde su ataque a las Torres Gemelas en 2001.
Su nacimiento se dio en los albores de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos dio la bienvenida a islamistas de todos los colores como aliados contra el nacionalismo secular y el infiel imperio ruso comunista. La intervención soviética de 1979 en Afganistán aceleró un proceso precedido, ese mismo año, con la toma de la Gran Mezquita de La Meca por un grupo fundamentalista local que corría por derecha a la monarquía saudí. Al mismo tiempo, se daba una histórica revolución islámica chiíta en Irán que puso al mando del estado persa a clérigos religiosos. Estos hechos desencadenaron una profundización de la religiosidad en el reino saudí y una carrera por el corazón de los musulmanes del mundo con sus enemigos chiítas iraníes. Así fue que el régimen de Arabia Saudita (con apoyo de otros actores menos religiosos, pero igual de decididos, como los servicios secretos egipcios y paquistaníes) alentaron a sus yihadistas locales a luchar en Afganistán. Mientras tanto, Ronald Reagan (continuando una política iniciada por el demócrata Jimmy Carter) dio la bienvenida en la Casa Blanca a una variedad de hombres de la guerra afganos, camuflados de líderes libertarios, y los definió como los equivalentes extranjeros de los padres fundadores norteamericanos. Mientras recibían ayuda estadounidense, saudita y paquistaní con la excusa de derrotar a los soviéticos en “su propio Vietnam”, los señores de la guerra concentraron sus fuerzas en desarrollar sus propias organizaciones militares. En 1988, dos de ellas se fusionaron para formar Al-Qaeda (“fuente” o “base” de datos) bajo el liderazgo conjunto del millonario saudí Osama Bin Laden y el médico egipcio Ayman al-Zawahiri. “Al Qaeda es, básicamente, una facción islámica organizada cuyo objetivo es propagar la palabra de Dios y hacer que su religión salga victoriosa” apuntó el secretario que se ocupó de las actas de la reunión que dio su origen. Los miembros del nuevo grupo iban a ser escogidos entre los árabes más calificados llegados a Afganistán para desarrollar la Yihad. Pero cuando los soviéticos completaron una retirada escalonada –que había comenzado en mayo de 1988– aún no estaba dilucidado qué rumbo tomaría la organizaron.
De la guerra de Irak al Estado Islámico Diez años después, ya con la Unión Soviética desaparecida, Estados Unidos se convirtió en el nuevo objetivo de los islamistas radicales: la presencia de las bases militares estadounidenses en Arabia junto al bloqueo de Irak post-Guerra del Golfo y el apoyo norteamericano a Israel figuran en la “Declaración de la Yihad contra Cruzados y Judíos”, emitida en 1998, con referencias profusas al Corán y al ideólogo radical Ibn Taimiyyah, como apologías para matar estadounidenses y sus aliados “civiles o militares” hasta alcanzar “la liberación de las ciudades santas de La Meca y Medina”. Ese mismo año, los yihadistas hicieron su presentación mundial con los ataques, casi simultáneos, de las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania. Las autoridades norteamericanas no tardaron en incriminar a Bin Laden, acusándolo de conspiración y poniéndole precio a su cabeza. No obstante, su terror, potenciado por la maquinaria mediática moderna, estaba en desarrollo. El dirigente terrorista entendió que esa era la llave para posicionarse como líder de una causa que intentaba cosechar fervor popular mediante el espectáculo de la catástrofe a falta de un trabajo paciente de inserción social. Tres años más tarde, un día después del aniversario de Al Qaeda, llegaría el súmmum de su creación cuando todos los televisores del mundo replicaron en vivo el ataque simultáneo contra New York y Washington.
Al Qaeda cambió significativamente desde los dramáticos ataques del 11 de septiembre de 2001. Cuando Estados Unidos decidió atacar Afganistán debido al refugio que le proporcionaba el Emirato Islámico a Bin Laden, la organización era dirigida centralmente, operaba de manera encubierta bajo la protección de facto de un estado semi-reconocido y contaba con cerca de 500 miembros. Con el grupo casi derrotado y Bin Laden fugitivo, pero aprovechando el deseo intacto de venganza de gran parte de los estadounidenses, George W. Bush hijo invadió Irak como respuesta a la doble, y falsa, acusación de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y albergaba a miembros de Al Qaeda en su territorio.
Así fue que, desconociendo el mosaico interno de Irak, el invasor alteró de un plumazo la distribución de poder en el estado iraquí y le otorgó la primacía a los mayoritarios y oprimidos chiítas. Muy pronto se desató una narrativa de resistencia sunita radical contra “cristianos y chiítas”. Eso le permitió a Al Qaeda mutar en un conglomerado de facciones autóctonas que empezaron a operar al aire libre dentro de insurgencias locales más amplias. Asimismo, la inestabilidad que golpeó a Medio Oriente cuando, en el marco de la Primavera Árabe, las revueltas ciudadanas derrocaron a cuatro presidentes vitalicios, le proporcionó al movimiento yihadista un escenario duradero donde liberar su “tormenta perfecta”. De esta manera, el “Estado Islámico” –uno de los grupos satélite de la organización– aprovechó la ocasión para mover sus fuerzas a Siria y, desde allí, iniciar una expansión que, luego de independizarse de su organización madre, terminaría por vigorizarse con la proclamación del tristemente famoso Califato comandado por Abu Bakr al-Baghdadi y el uso de Internet como medio de difusión y reclutamiento.
El éxito del Estado Islámico en apoderarse del territorio provocó la intervención de una alianza antiterrorista internacional; en respuesta, los yihadistas persiguieron una intensiva estrategia de ataques coordinados alrededor del mundo. Al Qaeda, en cambio, intentó suavizar su imagen instruyendo a sus afiliados a ralentizar la implementación de la Sharía, presentarse como un sello yihadista más duradero y centrado en contestar demandas populares locales y fomentar alianzas. Con ambas marcas compitiendo por la supremacía, la atención internacional se dividió y provocó que fuera más difícil la eliminación de la amenaza radical islámica. Hoy, tanto el Estado Islámico como Al Qaeda buscan el mismo objetivo por diferentes medios: mientras que la decisión a corto plazo del primero cautivó a miles de seguidores, el segundo profundiza su estrategia articulada en su guía “Gestión del salvajismo”, que se basa en aprovechar regiones de caos y avanzar sobre ellas mediante insurgencias localmente integradas, y hechas a medida, hasta que estén las condiciones adecuadas para proclamar un califato global.
E. Kopel es periodista especializado en Oriente Medio, autor de La disputa por el control de Medio Oriente. Desde la caída del Imperio Otomano hasta el surgimiento del Estado Islámico, publicado por el sello EDUVIM.

https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/30-anos-qaeda-nuevas-estrategias-caos_0_SybxWjoSX.html

Filosofía de la vida cotidiana Los misterios del silencio místico y urbano

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Alejandro Cánepa

Crítica y elogio. Novedades editoriales y reediciones analizan las virtudes y falencias del silencio en una sociedad aturdida por bullicios reales y digitales. 

Ambiguo. El silencio posee dos caras, una habla de la búsqueda de paz, pensamiento y creatividad, la otra sugiere censura y soledad no buscada. Foto: AP Manu Fernández


"Hay un ruido bárbaro sobre el silencio”, dice en una poesía el ganador del premio Casa de las Américas, poeta y sacerdote, Hugo Mujica. La frase, más allá de su resonancia paradójica, marca el ritmo creciente de una preocupación social sobre la importancia de ese estado en el que no hay gritos, ringtones, motores o palabras gastadas que martiricen los oídos y el pensamiento. A la vez, aquel es un fenómeno ambiguo, asociado al buen vivir y a la muerte, al descanso y a la enfermedad, a la reflexión y a la censura. Numerosas novedades editoriales y reediciones alertan sobre la necesidad de reivindicar el silencio o, al menos, analizar su rol en una sociedad aturdida por bullicios reales y digitales.
Las definiciones más transitadas sobre el silencio se basan en la ausencia de palabras o de ruidos. Sin embargo, existen corrientes que acentúan su riqueza y no su carencia. Marcela Labraña, en su reciente Ensayos sobre el silencio. Gestos, mapas y colores, publicado por Siruela, pondera la “valoración positiva del silencio, la necesidad de estudiar su interacción con las palabras y los contextos que determinan su sentido”. En esa línea, Mujica, quien pasó siete años de su vida como monje trapense, afirma en diálogo con Ñ: “Yo no separo en absoluto palabra y silencio, el silencio es desde donde la palabra nace”. Y el español Ramón Andrés sostiene en No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (siglos XVI y XVII), que es “antes que otra cosa un estado mental, un mirador que permite captar toda la amplitud de nuestro límite y, sin embargo, no padecerlo como línea última”.
Para oír a Dios
La práctica religiosa y la meditación son actividades en las que el silencio puede llevar la voz cantante. Como señala el antropólogo David Le Breton en El silencio. Aproximaciones, un clásico permanentemente reeditado por Sequitur: “Aunque los monoteísmos nunca han renunciado a la autoridad de la palabra o al canto, es indudable que en las distintas teologías hay una predilección por el silencio”. Si, en los bordes del catolicismo, el teólogo fallecido en 1328 conocido como Maestro Eckhart afirmaba que “en el silencio y el reposo Dios habla en el alma”, en el mundo musulmán el poeta místico Rumi sentenciaba: “Guarda silencio, para que puedas oír lo que inspira Dios”. Y dentro del cristianismo ortodoxo, Isaac de Nínive prescribía: “Ama el silencio, pues te aporta un fruto que la lengua es incapaz de describir”. Mucho antes que estos credos, los seguidores de Buda habían difundido la práctica del retiro espiritual, alejados de la sociedad y del ruido.
Los monjes trapenses son conocidos por el cumplimiento estricto de, entre otras reglas, la que les indica no hablar. En los monasterios de esa orden hizo una larga experiencia Mujica, primero en Estados Unidos, luego en la ciudad argentina de Azul. Sobre la inmersión en ese mundo, recuerda: “Hay niveles de silencio, hablando metafóricamente; primero sos vos el que tiene que hacer el silencio, el silencio está ahí, pero vos lo estás tapando. Ese es el primer período. El segundo es más rico, es cuando escuchás el silencio, el silencio que es”.
Sin voces
Como el dios Jano, el silencio posee dos caras. Si una habla de la búsqueda de paz, la creatividad y el desarrollo del pensamiento, la otra sugiere enfermedad, censura, soledad no buscada y muerte. Ya el sociólogo Norbert Elias, en La soledad de los moribundos, analiza cómo los familiares de las personas gravemente enfermas comienzan a ser ganados por el silencio cuando el cuadro se deteriora irremediablemente. Y cómo ese estado silente envuelve buena parte de los rituales fúnebres occidentales, en los que apenas se murmura durante los velatorios o entierros.
Otro tipo de silencio rodea a muchos ancianos. “No se les habla, y si emiten una palabra nadie les presta atención”, describe Breton con crudeza. Otra dimensión silenciosa, según el mismo autor, es el sonido de la televisión como único murmullo permanente en los salones principales de un geriátrico. En esos casos, a diferencia del silencio como una elección, este es “una señal del vacío y de la falta de interés por los demás o por la sociedad; el síntoma doloroso de una carencia de sentido”.
Dentro de los silenciamientos no elegidos, uno que tiene poco eco social es el de las personas hipoacúsicas. Silvia Crespo, directora de la Mutual Argentina de Hipoacúsicos (MAH), cuenta: “Para mí el silencio es una carencia, porque sé que hay sonidos y hay una necesidad de buscarlos, y porque la sociedad está formada en base a ellos, que son indicadores de cualquier tipo de circunstancias, nos avisan del peligro, nos dan señales tanto en la vía pública como en los lugares privados”. De todas formas, y sin caer en la remanida metáfora del “vaso medio lleno”, ella encuentra otros aspectos destacables en su situación. “El no oír me aportó mucha fortaleza, coraje, voluntad y el desarrollo de otras capacidades para reemplazar a la faltante. Poseo una gran memoria visual, más desarrollo de la percepción, observo la gestualidad de las personas que expresan tanto como su palabra, la confianza en quien me transmite un mensaje que no pude escuchar, el don de la lectura y a veces me gratifica no escuchar cosas negativas o hirientes ”.
Un bien escaso
En los tiempos contemporáneos, lograr silencio al menos a niveles básicos es casi un imposible. Por un lado, la multiplicación de actividades urbanas arrastra consigo toda una estela de ruidos. Por el otro, un incesante despliegue de opiniones virtuales, memes, posteos, tweets y mensajes de texto genera una avalancha de voces superpuestas.
Al respecto, el ensayista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA Christian Ferrer afirma: “Dado que hoy en día las personas se autocomprenden como emisores de información, hay que vivir en ese ‘adentro’ de las redes sociales, porque afuera no hay nada, salvo la inexistencia. Y cuando el narcisismo, además, se acopla a sensaciones de autoafirmación o empoderamiento, el silencio está contraindicado”. Por su parte, el investigador del Conicet y de Flacso Carlos Skliar, que acaba de publicar Escribir, tan solos (Mármara Ediciones), señala: “En esta época del yo tan convocado a dar su punto de vista, el silencio es una suerte de arma personal para meditar y reflexionar”.
En la línea del silencio como un elemento contraindicado, se encuentra la visión de la persona callada como alguien sospechoso o enfermo. “La imagen del silencioso inquieta. ¿Qué está pensando la persona que no habla? Es un peligro, no se sabe qué dice, qué va a hacer”, ilustra Skliar y agrega: “Sobre los chicos pesa lo mismo, si hay un niño muy callado se supone que ‘algo muy malo le estará pasando’. Y lo mismo pasa en la adolescencia: el silencio da lugar a todo tipo de temores sobre la psicología del adolescente”.
La escasez de silencio, al mismo tiempo, lo convierte en algo atesorable. Esa nostalgia de tiempos menos ruidosos puede explicar la producción editorial sobre el tema: además de los libros citados, aparecieron hace poco otros títulos muy vendidos como Biografía del silencio, de Pablo D’Ors y En busca del silencio, de Adam Ford, ambos publicados por Siruela. Pero ninguna palabra logra dar con el tono justo del tema. A fin de cuentas, como destaca Mujica: “No se puede describir la estética del silencio, creo que es una experiencia. La riqueza del silencio es que se sustrae, y cada vez que lo tocamos, se genera la expresión”.
https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/misterios-silencio-mistico-urbano_0_Syg31mqSm.html

MUHAMMAD YUNUS, EL BANQUERO DE LOS POBRES

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INTRODUCCIÓN


En 1974, Bangladesh cayó presa de la hambruna.


La universidad donde yo impartía docencia y donde ejercía como director del departamento de economía estaba situada en el extremo sudoriental del país y, al principio, no prestamos especial atención a las noticias de los diarios que hablaban de muerte y hambre en las remotas aldeas del norte. Pero pronto empezaron a aparecer personas de apariencia esquelética en las estaciones de ferrocarril y de autobús de la capital, Dacca. Aquel goteo inicial desembocó rápidamente en una riada. Había personas hambrientas por todas partes. Muchas se quedaban sentadas, tan inmóviles que era imposible determinar con seguridad si estaban vivas o muertas. Todas parecían iguales: hombres, mujeres, niños y niñas. Los ancianos tenían aspecto de niños, y los niños, de ancianos.


El gobierno instaló comedores públicos donde se repartían raciones de gachas, pero en todos ellos se agotaba enseguida el arroz. Los periodistas intentaban advertir a la nación del extremo de la hambruna. Las instituciones de investigación recopilaban estadísticas sobre los orígenes y las causas de aquella repentina migración hacia las ciudades. Las organizaciones religiosas movilizaron a sus propias patrullas para recoger los cadáveres de las calles y enterrarlos con arreglo a los rituales apropiados. Pero el simple acto de recoger muertos se convirtió pronto en una tarea que superaba el límite máximo de lo que estos equipos estaban preparados para soportar.

Las personas hambrientas no iban pronunciando eslóganes en voz alta. No exigían nada de nosotros, la bien alimentada población urbana. Simplemente se tendían sin hacer ruido a la entrada de nuestras casas y allí aguardaban a que les llegara la muerte. 

La gente puede perecer de muchas formas y por muchos motivos, pero hay algo en el hecho de morir de hambre que lo convierte en el modo más inaceptable de morir. Es algo que va sucediendo a cámara lenta. Segundo a segundo, la distancia entre la vida y la muerte se va reduciendo cada vez más hasta que la una y la otra están tan próximas que apenas si se puede apreciar la diferencia. Como el sueño cuando nos vence, morirse de hambre es algo que nos sobreviene tan en silencio, tan inexorablemente, que ni siquiera nos damos cuenta de que está ocurriendo. Y todo porque falta un puñado de arroz que llevarse a la boca en cada comida. En este mundo de abundancia, dejamos que un bebé diminuto, que no entiende todavía el misterio de ese mundo, llore y llore hasta dormirse sin la leche que necesita para sobrevivir. Y puede que al día siguiente ya no tenga fuerzas para seguir viviendo. 

Recuerdo que solía encontrar estimulantes las elegantes teorías económicas que enseñaba a mis alumnos y que, supuestamente, podían curar los problemas sociales de toda clase. Sin embargo, en 1974, empecé a horrorizarme de mis propias lecciones. ¿De qué servían todas mis complejas teorías cuando la gente se moría de hambre en las aceras y los porches que había justo enfrente del aula en la que yo enseñaba? Mis clases eran como las películas norteamericanas en las que los buenos siempre ganan. Pero cuando abandonaba el confort del aula, me veía enfrentado a la realidad de las calles de la ciudad. Allí se apaleaba y se pisoteaba sin piedad a la gente buena. La vida diaria empeoraba por momentos y las personas pobres lo eran cada vez más.

En las teorías económicas que yo enseñaba no había nada que reflejase la vida que me rodeaba. ¿Cómo podía yo continuar hablándoles a mis estudiantes de aquellas historietas fantasiosas que yo explicaba en nombre de la economía? Deseaba convertirme en un fugitivo de la vida académica. Necesitaba huir de aquellas teorías y de mis libros de texto para descubrir la economía real de la existencia de una persona pobre. 

Tuve entonces la fortuna de que una pequeña población rural, Jobra, estuviera cerca del campus. En 1958, el mariscal de campo Ayub Khan había tomado el poder por medio de un golpe de Estado militar y se había proclamado presidente de Pakistán. Temeroso de las revueltas estudiantiles, ordenó que todas las nuevas universidades que se construyeran se ubicaran en emplazamientos alejados de los centros urbanos. Su miedo a la agitación política había sido el motivo de que la nueva Universidad de Chittagong, en la que yo impartía docencia, se hubiese construido en un terreno accidentado y montañoso de la provincia rural de Chittagong, al lado de la aldea de Jobra. 

Capítulo 5

NACE UN PROYECTO PILOTO

Yo no sabía nada sobre cómo llevar un banco para los pobres, así que tuve que aprenderlo partiendo de cero. A partir de enero de 1977, momento en el que Grameen inició su andadura, fui estudiando cómo se gestionaban préstamos en otros sitios y aprendiendo de sus errores. Los bancos y las cooperativas de crédito convencionales suelen exigir pagos únicos globales. Deshacerse de una gran cantidad de efectivo en el momento del vencimiento de un préstamo suele resultar psicológicamente arduo para los prestatarios. De ahí que intenten retrasar el pago todo lo que pueden, con lo que no hacen más que aumentar cada vez más el volumen del préstamo debido y, al final, acaban optando por no pagarlo. Además, esos pagos globales únicos fijados para períodos de vencimiento relativamente largos incitan a que tanto los prestatarios como los prestadores ignoren las dificultades que surgen desde un primer momento; en lugar de afrontar los problemas a medida que van apareciendo, se conforman con esperar que desaparezcan entre el momento en que se presentan y el momento del vencimiento del préstamo.

A la hora de estructurar nuestro programa de créditos, decidí hacer exactamente lo contrario de lo que hacían los bancos tradicionales. Para superar la barrera psicológica que suponía renunciar a tanto dinero de golpe, opté por instaurar un programa de pagos diarios. Hice las cuotas de los préstamos tan pequeñas que los prestatarios apenas notasen los pagos. Y para facilitar la contabilidad, decidí pedir la devolución del importe total de los préstamos a lo largo de un año exacto. De ese modo, un préstamo de 365 takas podía pagarse a razón de 1 taka al día en el transcurso de un año.

Puede que a la mayoría de los lectores de este libro 1 taka al día les resulte una cantidad irrisoria, pero produce beneficios crecientes y constantes. El poder de ese taka diario me recuerda el de aquel inteligente prisionero a quien habían condenado a muerte y a quien llevaron ante la presencia del rey el día de su ejecución para que éste le concediera un último deseo. El reo señaló el tablero de ajedrez que había a la derecha del trono del monarca y dijo: "Todo lo que deseo es que se me dé un grano de arroz por el primero de los escaques del tablero y que se me vaya doblando sucesivamente la cantidad acumulada hasta ese momento por cada uno de los demás escaques hasta llegar al último". "Deseo concedido", le dijo el rey sin figurarse el poder de la progresión geométrica. Pronto el prisionero acabaría reinando sobre todo aquel país.

Poco a poco, mis colegas y yo fuimos desarrollando nuestro propio mecanismo de concesión y recuperación de empréstitos. Obviamente, cometimos múltiples errores por el camino. Adaptamos ideas y cambiamos procedimientos a medida que fuimos creciendo. Por ejemplo, cuando nos dimos cuenta de lo cruciales que resultaban los grupos de apoyo para el éxito de nuestras actividades, convertimos en requisito obligatorio que toda persona solicitante se uniera a un grupo de otras personas de ideas afines que vivieran en condiciones económicas y sociales similares a las suyas. Convencidos de que la solidaridad sería mayor si los grupos se iban formando por sí mismos, nos abstuvimos de dirigirlos directamente, pero creamos incentivos que animasen a los prestatarios a ayudarse mutuamente para salir adelante en sus negocios. La pertenencia a un grupo no sólo genera apoyo y protección, sino que también atenúa los posibles patrones erráticos de conducta de sus miembros, logrando con ello que cada prestatario sea más fiable. La presión de sus iguales -sutil a veces y no tan sutil otras- mantiene a cada miembro del grupo en sintonía con los objetivos generales del programa de créditos. Al mismo tiempo, la adquisición de una cierta sensación de competencia intergrupal e intragrupal anima también a los miembros a desarrollar más a fondo su potencial. Cuando se desplaza hacia el grupo la tarea de la supervisión inicial, no sólo se reduce el trabajo del banco, sino que aumenta la independencia de los prestatarios individuales. Al ser entonces el grupo el que aprueba las solicitudes de préstamo de cada miembro, es también el grupo el que asume la responsabilidad moral del empréstito. Si un miembro del grupo tiene problemas, el propio grupo se ofrece normalmente a ayudar.

En Jobra, pudimos comprobar que no siempre es fácil que los solicitantes de préstamos se organicen en grupos. Siempre ha de haber un prestatario potencial que tome la iniciativa de explicar a una segunda persona cómo funciona el banco. Eso es algo que puede resultar especialmente costoso para una mujer de la aldea. Ésta suele encontrarse con serias dificultades para convencer a sus amigas -sobre quienes es muy probable que pesen serios temores y dudas (por no hablar de la prohibición de sus maridos) en lo que se refiere a tratar con dinero-, pero siempre acaba habiendo una segunda persona que, impresionada por lo que Grameen ha hecho por alguna otra economía familiar, se decide a dar el salto y se une al grupo. A partir de ahí, las dos salen a buscar un tercer miembro, y luego un cuarto y un quinto. En cuanto se ha formado un grupo de cinco personas, concedemos préstamos a dos de sus miembros. Si éstos pagan con regularidad sus cuotas durante las seis semanas siguientes, otros dos miembros del grupo quedan automáticamente facultados para solicitar préstamos. Normalmente, el presidente o la presidenta del grupo es la última persona que pide el préstamo. Sin embargo, sucede a menudo que cuando el grupo ya está formado, una de las mujeres que lo forman cambia de opinión alegando: "No, mi marido no estará de acuerdo. No quiere que me una al banco". En ese caso, el grupo puede ver su número de miembros reducido de nuevo a cuatro, o a tres o, incluso, a veces, a sólo una persona. Y esa persona tiene entonces que empezarlo todo de nuevo.

El Banco Grameen puede tardar desde unos pocos días hasta varios meses en reconocer o certificar a un grupo. Para obtener ese reconocimiento, las cinco prestatarias* potenciales del grupo tienen que personarse en el banco, pasar al menos siete días de formación sobre nuestras políticas y demostrar que han comprendido esas políticas en un examen oral impartido por un alto responsable de la entidad. Cada uno de los miembros debe pasar esa prueba individualmente. La noche previa a su examen, las aspirantes a prestatarias suelen ponerse tan nerviosas que acuden a algún santuario a encenderle una vela a su santo y a rezar a Alá para que las ayuden. Saben que si suspenden no se habrán decepcionado sólo a sí mismas, sino también a las demás componentes de su grupo.


* En ocasiones, se usa el femenino para designar en general a la clientela prestataria de Grameen debido a que la inmensa mayoría de miembros clientes del banco son mujeres y a que ésa es la clientela que la entidad trata de captar más activamente. (N. del t.)

Aunque estudian, están preocupadas por la posibilidad de que no sean capaces de responder bien a las preguntas que les hagan sobre los deberes y las responsabilidades de un miembro del Banco Grameen. ¿Y si se les olvidan? En ese caso, el empleado del banco enviará a todos los miembros del grupo a estudiar más y las compañeras de la suspendida la reprenderán y le dirán: "¡Por el amor de Dios, ni esto sabes hacer bien! Note has arruinado sólo a ti misma, sino también a nosotras". Hay quien nos critica aduciendo que nuestras clientas rurales son demasiado sumisas y que nosotros podemos intimidarlas fácilmente para que se unan a Grameen. Quizás ésa sea la razón por la que hacemos tan difícil nuestro proceso de iniciación. La presión que producen tanto el grupo como el examen sirve para garantizar que sólo las personas que estén realmente necesitadas y que se tomen muy en serio la decisión de entrar a formar parte de Grameen puedan convertirse realmente en miembros de dicha entidad. Quienes están en mejor posición económica suelen considerar que el esfuerzo no vale la pena y cuando deciden seguir adelante con todo el proceso, acaban por no superar nuestro criterio de ingresos mínimos y se ven obligados a abandonar el grupo. En nuestro programa de microcréditos sólo queremos a personas pioneras que sean ambiciosas y valerosas. Ésas son las que salen adelante.

Cuando todas las componentes del grupo ya han superado el examen, llega finalmente el día en que una de ellas solicita el primer préstamo (en la década de 1980, el importe de ese préstamo era, normalmente, de unos 25 dólares). ¿Cómo se siente? Aterrorizada. No puede dormir por las noches. La acucia el miedo al fracaso, a lo desconocido. La mañana que acude a que se le haga entrega de su préstamo, está a punto de abandonar. Veinticinco dólares son, sencillamente, demasiada responsabilidad para ella. ¿Cómo va a ser capaz de devolverlos? Ninguna mujer de su familia más extensa ha tenido jamás tanto dinero. Sus amigas vienen a tranquilizarla. Le dicen: "Mira, todas tenemos que pasar por ello. Te apoyaremos. Estamos aquí precisamente para eso. No te asustes. Todas estaremos contigo".

Cuando, por fin, recibe los 25 dólares, está temblando. El contacto con ese dinero le abrasa los dedos. Se le saltan las lágrimas. Nunca ha visto tanto dinero junto en su vida. Nunca imaginó que pudiera tenerlo entre sus manos. Lleva los billetes como quien llevaría un pájaro muy delicado o un conejo pequeño; entonces, alguien le advierte de que guarde el dinero en un lugar seguro para que no se lo roben. Así son los primeros pasos de casi todas las prestatarias de Grameen. Toda la vida les han dicho que no valen para nada, que no aportan más que miseria a la familia y que no pueden permitirse pagar su dote. Muchas de ellas han tenido que soportar comentarios de sus madres o de sus padres diciéndoles que deberían haberlas matado al nacer o que deberían haber dejado que se murieran de hambre. Para sus familias no han sido más que una boca más que alimentar, otra dote que pagar. Pero ese día, por primera vez en su vida, una institución les ha confiado una gran suma de dinero. Y cada una de ellas promete que no decepcionará a esa institución ni se decepcionará a sí misma. Luchará lo que haga falta para asegurarse de devolver hasta el último céntimo.

Ya desde un principio, animamos a nuestras prestatarias a acumular ahorros a los que puedan recurrir en momentos difíciles o que puedan emplear para aprovechar las oportunidades de generación de ingresos adicionales que se les presenten. Fue así como introdujimos la obligación de que todas ellas ingresen un 5% del importe de su préstamo en un fondo compartido dentro de cada grupo. Ellas siempre han entendido esa táctica como análoga a la costumbre bengalí del mushti chal (o del "puñado de arroz"), por la que el ama de casa reserva pequeñas cantidades diarias de arroz para ir acumulando paulatinamente una provisión sustancial.

Toda prestataria puede obtener un préstamo sin interés del fondo grupal1 siempre que todas las demás componentes de su grupo aprueben la cantidad y el uso previsto del dinero, y que su importe no sobrepase la mitad del total depositado en el fondo. Cada año y por millares, los préstamos concedidos a nuestros miembros con cargo a sus respectivos fondos grupales permiten evitar la malnutrición estacional, sufragar tratamientos médicos, adquirir material escolar, recapitalizar negocios afectados por desastres naturales y financiar entierros modestos pero dignos de familiares. En 1998, la cantidad total acumulada en el conjunto de los fondos grupales superaba los 100 millones de dólares (sobrepasando, salvo contadas excepciones, el valor neto de todas las demás empresas de Bangladesh).

Si una prestataria individual no puede (o no quiere) pagar su préstamo, su grupo puede perder todo derecho a obtener mayores empréstitos en los años siguientes hasta que el problema de reintegro vuelva a estar bajo control. Esto genera entre las prestatarias un poderoso incentivo para ayudarse mutuamente a resolver y (lo que es aún más importante) a prevenir problemas. Cada grupo puede solicitar también la ayuda de los demás grupos de su "centro", esto es, de una federación de un máximo de ocho grupos de un mismo pueblo o aldea que se reúnen semanalmente con un trabajador del banco en un lugar y en un momento predeterminados.

La jefa del centro -una presidenta de grupo elegida por todos los miembros para que administre los asuntos del centro- ayuda a solucionar cualquier problema que un grupo no pueda abordar en solitario y colabora estrechamente con el trabajador del banco asignado a aquel centro. La jefa también desempeña un papel activo en el filtrado de las solicitudes de préstamos. Cuando un miembro efectúa una solicitud formal de préstamo durante una de aquellas reuniones, el trabajador del banco pregunta a la presidenta del grupo correspondiente y a la jefa del centro si respaldan la petición (tanto en lo que se refiere a la cantidad como a la finalidad especificada).

Ya de buen comienzo, decidimos que todos los negocios que pudieran llevarse a cabo durante las reuniones de centro debían hacerse de forma pública y manifiesta. De ese modo, se reducía el riesgo de corrupción, de mala gestión y de malentendidos, y se garantizaba la responsabilidad de las prestatarias con funciones directivas y de los trabajadores y las trabajadoras del banco ante las demás prestatarias y prestatarios. Muchas veces, las prestatarias traían a sus hijos e hijas como acompañantes a las reuniones antes del inicio del horario de clase en la escuela local para que les leyeran los apuntes de sus libretas bancarias y para asegurarse así de que todo se estuviera haciendo de manera correcta.

Aún hoy en día, no dejo de entusiasmarme cuando visito los diversos pueblos y aldeas de Grameen para reunirme con sus centros. Con el transcurrir de los años, los prestatarios han ido asumiendo más responsabilidades en la gestión de sus propios asuntos. Encuentran nuevos e innovadores métodos de prevención y solución de problemas y descubren nuevos modos de garantizar que cada miembro remonte y supere el umbral de pobreza lo más rápidamente posible. Siempre regreso de los pueblos con un convencimiento aún mayor (si cabe) de que proporcionar créditos es un poderoso medio de generación de cambios profundos en la vida de las personas.

Así me sentía cuando empecé a visitar centros en 1977 y así continúo sintiéndome hoy. Cuando acudo a reuniones de centro no sólo en Bangladesh, sino en todo el mundo (en países tan diversos como Malasia, Filipinas, Sudáfrica y Estados Unidos), me doy cuenta de lo fuertes y creativos que pueden ser los seres humanos cuando se les da la oportunidad. Un ejemplo de esa fortaleza es Mufia Khatoon, una prestataria de Grameen que vive en la provincia de Mirsharai, al norte de Chittagong. Mufia se unió a Grameen a finales de 1979. Su vida había sido un cúmulo de penurias hasta aquel momento. En 1963, cuando sólo tenía 13 años, su padre (un hombre bondadoso que alternaba las labores de campesino y de pescador) la casó con un hombre llamado Jamiruddin, de la localidad de Dom Khali, en Mirsharai. Durante las prolongadas ausencias de su marido por su trabajo en alta mar a bordo de un barco pesquero, la suegra de Mufia abusaba de ella y se aseguraba de que recibiera muy poca comida (si comía) aun después de haber sido ella quien la había cocinado. Mufia pasó hambre durante años. Cuando su marido regresaba a casa, solía maltratarla físicamente. De vez en cuando, su padre, que vivía a varios kilómetros de allí, intentaba protegerla, pero sus esfuerzos no tenían ningún efecto duradero sobre el modo en que se la trataba.

Mufia quedó embarazada tres veces durante aquellos años, pero uno de los hijos murió a poco de nacer y ella no logró hacer que los otros dos embarazos fructificaran. Aun aquejada de malnutrición y anemia, pudo finalmente dar a luz a un hijo que sí sobrevivió, pero que la dejó en un muy precario estado de salud. Aunque logró recuperarse un poco, las palizas y la inanición continuaron. En 1974, uno de los líderes del pueblo intervino y concertó un divorcio.

Mufia pudo así librarse de las palizas de su marido, pero el hambre continuó acompañándola en su nueva vida. Empezó a mendigar. Pedía en los barrios ricos de pueblos como Khaiachara o Mithachara. Todo lo que obtenía de mendigar durante un día entero eran unas pocas onzas de arroz con las que apenas tenía para ella y para sus tres hijos (tras su primer hijo, tuvo otras dos hijas y, además, cuidaba de un sobrino que era huérfano). Un día fue a pedirle limosna a una mujer que tenía un negocio doméstico de fabricación de cestos, esteras y otros artículos hechos con bambú. Ésta le preguntó a Mufia si quería que le prestara 15 takas para comprar con ellos algo de bambú y venderlo luego en el mercado. Mufia aceptó, consiguió una ganancia de 10 takas y devolvió el préstamo. Con esos 10 takas compró comida para su familia. Aquello se repitió varias veces durante los años siguientes, pero al cabo de un tiempo, la mujer dejó de concederle préstamos a Mufia y ésta se vio obligada a mendigar de nuevo a tiempo completo.

Mufia siguió pasando hambre durante la hambruna de 1974 y el hogar improvisado en el que vivía fue destruido por un temporal en 1978. Sin embargo, en 1979 entró a formar parte del Banco Grameen y pidió prestados 500 takas para reemprender su negocio del bambú. Cuando pagó su primer préstamo, se sintió una persona nueva. Su segundo empréstito, que recibió el 25 de diciembre de 1980, ascendía ya a 1.500 takas. Aunque a veces incumplía algún que otro plazo en los momentos más difíciles del año, cuando la demanda de productos hechos con bambú era baja, siempre se ponía al día con sus pagos cuando mejoraba la economía en general, tras la cosecha del arroz.

Durante sus primeros dieciocho meses como miembro del Banco Grameen, Mufia pudo comprar ropa para ella y sus hijos por valor de 330 takas y gastarse 105 takas en utensilios de cocina. Aquéllos eran lujos que ella no había tenido desde que se divorció de su marido quince años antes. Además, tanto ella como sus hijos comían de forma más regular y nutritiva. La carne seguía estando fuera de su alcance, pero la verdura y las hortalizas eran ya más habituales en su dieta y, de vez en cuando, compraba pescado desecado en el mercado para darse un capricho.

Mufia es una de los millares de ex mendigas y ex mendigos que ahora viven dignamente gracias a su acceso a préstamos concedidos por el Banco Grameen. Para ayudar a prestatarias inexpertas como Mufia, siempre hemos intentado simplificar al máximo nuestra operativa. Actualmente, nuestro mecanismo de liquidación del préstamo se resume en la fórmula siguiente:


- Los préstamos duran un año.

- Las cuotas se pagan semanalmente.

- Los pagos de devolución del préstamo comienzan una semana después de la entrega del mismo.

- La tasa de interés es del 20%.

- La cantidad de préstamo reintegrada semanalmente equivale al 2% del total prestado y ese total se devuelve en cincuenta semanas.

- Los intereses que se abonan equivalen a 2 takas semanales por cada


1.0 takas del importe total del préstamo.


En cuanto al mecanismo de liquidación del préstamo, yo mismo decidí que nos esforzáramos por hacerlo lo más simple posible. Consideré que la transacción debía ser local, así que fui a visitar al vendedor de pan (hoja de areca) de Jobra en su diminuto tenderete instalado en medio del pueblo. Aquel hombre pequeño, de sonrisa dentuda y rostro sin afeitar, mantenía su puesto abierto día y noche, y conocía a todos los vecinos de la aldea. Seguro que todos también le conocían a él. Cuando le sugerí que fuera él quien ejerciera de punto de recogida para todo Jobra, se mostró entusiasmado. No pidió ninguna comisión. Así que les dijimos a las prestatarias que cada día, cuando cruzaran la carretera o fueran a hacer sus actividades cotidianas, lo único que tenían que hacer era dar el importe de su cuota diaria al vendedor de pan.

Pero aquél resultó ser un experimento efímero. Había prestatarias que afirmaban haber liquidado su cuota diaria cuando el vendedor de pan aseguraba lo contrario. "¿No te acuerdas? -le decía alguna de ellas-. Vine al mediodía. Te compré pan. Te di 5 takas y te pedí que, del cambio, te reservaras la parte de mi plazo del préstamo. ¿No lo recuerdas?"

"No, no me diste 5 takas."

"Sí que lo hice. Lo recuerdo perfectamente."

"No, me pagaste con un billete y yo te di el cambio completo."

Las discusiones no tenían fin. Sabía que tenía que simplificar el procedimiento, así que compré un cuaderno de notas y escribí alineados a la izquierda los nombres de todas las personas prestatarias. Al lado de aquélla, añadí otras dos columnas con las cantidades a abonar por cada plazo y la fecha:

Nombre del prestatario Importe de la cuota Fecha

Simplifiqué mucho las páginas para que el vendedor de pan sólo tuviera que apuntar una marca al lado del nombre de la persona y del importe y la fecha correspondientes cada vez que le pagaran. Pero tampoco aquel sistema tardó mucho en dejar de funcionar. Las prestatarias se quejaban de que el vendedor de pan se olvidaba muchas veces de marcar la señal correspondiente. Había que hacer algo a propósito de mi sistema de contabilidad, pero ¿qué? Probé a abandonar el sistema de liquidación diaria de cuotas y lo sustituí por la segunda mejor opción posible: el sistema de liquidación semanal. En la actualidad, una veintena de años después, nuestros préstamos continúan liquidándose de la misma forma, semana a semana, si bien ahora los pagos se abonan a los trabajadores de primera línea de nuestro banco, quienes se reúnen semanalmente con las personas prestatarias en sus propios pueblos y aldeas.

Nuestro índice de morosidad se ha mantenido en niveles muy bajos desde entonces. Generalmente, lo que más sorprende del éxito de Grameen es la elevada tasa de cumplimiento en los pagos que obtenemos aun siendo el nuestro un servicio destinado a personas muy pobres que residen en zonas propensas a los desastres. Hay quien supone que ese fiel resarcimiento de lo adeudado debe ser parte intrínseca de la "cultura" bangladesí. Nada más lejos de la realidad. En Bangladesh, los prestatarios más acaudalados están acostumbrados a no devolver sus préstamos. Me asombra la burla que se comete a diario en nombre de la banca. Los ingresos de los clientes pasan, a través del sistema bancario (tanto de los bancos públicos como de los privados), a manos de personas que nunca restituyen el dinero que se les presta.

Para que Grameen funcionase, sabíamos que teníamos que confiar en nuestros clientes. Desde el primer día, fuimos también muy conscientes de que, en nuestro sistema, no había lugar para un aparato de vigilancia policial. Nunca recurrimos a los tribunales para saldar lo que se nos adeudaba. No implicamos a abogados ni a personas externas. Actualmente, los bancos comerciales suponen que todo prestatario tiene la intención de salir corriendo llevándose su dinero y, por ello, los maniatan con múltiples nudos legales. Los abogados los inundan de preciosos documentos en los que se garantiza que ningún prestatario pueda escapar al control de la entidad. Grameen, sin embargo, presupone que todos sus prestatarios son personas honestas. Entre prestadores y prestatarios no existen instrumentos legalmente vinculantes. Estábamos convencidos de que el banco tenía que erigirse sobre la base de la confianza humana y no sobre contratos de papel carentes de sentido. Grameen tendría éxito o fracasaría en función de la fuerza de nuestras relaciones personales. Puede que se nos acuse de ingenuos, pero lo cierto es que nuestro porcentaje de deuda impagada es de menos del 1%. Y ni siquiera si alguien incumple un pago en su préstamo, suponemos automáticamente que está actuando de un modo deshonesto, sino que nos imaginamos que han sido sus circunstancias personales las que le han impedido restituir el dinero. Los préstamos impagados constituyen para nosotros un recordatorio constante de la necesidad de hacer más para ayudar a nuestros clientes a salir adelante.


Pero no sólo nos esforzábamos por desarrollar un mecanismo fiable de entrega y cobro de préstamos durante nuestra fase piloto: también procurábamos asegurarnos de que las mujeres se beneficiaran del programa. 

Nos fijamos como objetivo lograr que, al menos, la mitad de nuestros prestatarios fuesen mujeres. Tardamos más de seis años en conseguirlo.

En aquel empeño luchábamos contra las prácticas habituales de los bancos bangladesíes, que excluyen a las mujeres. Decir que nuestras instituciones financieras tienen un sesgo de género es quedarse muy cortos.

Cuando les reprocho esa tendenciosidad en cuanto al género, mis amigos banqueros se enfadan conmigo. "Pero ¿es que acaso no ves nuestras sucursales "para damas" repartidas por toda la ciudad? -me dicen-. Están pensadas para dar servicio exclusivamente a mujeres."

"Sí -les respondo-, las he visto y también veo la idea que se oculta tras ellas. Vosotros queréis los ingresos de las mujeres. Por eso instaláis sucursales para ellas. Pero ¿qué ocurre cuando una de esas damas quiere pediros dinero prestado?"

En Bangladesh, si una mujer, aunque sea rica, quiere pedirle un préstamo a un banco, el director le preguntará sin remedio: "¿Lo ha hablado ya con su marido?". Y si ella dice que sí, éste añadirá: "¿Y está él de acuerdo con su propuesta?". Si la respuesta vuelve a ser afirmativa, él entonces le dirá: "¿Podría venir con su marido, por favor, para que podamos hablarlo con él?". Sin embargo, ningún director preguntaría nunca a un prestatario potencial varón si ha comentado la idea del préstamo con su esposa o si puede traerla a ella también para hablar de la propuesta.

No era casualidad que las mujeres supusieran menos del 1% del total de prestatarios en Bangladesh antes de que se fundara Grameen. El sistema bancario estaba diseñado para los hombres.

Aquella situación me enervaba tanto que me incitó inicialmente a comprometerme con la meta de conceder a las mujeres un mínimo del 50% de nuestros préstamos para proyectos experimentales. Pronto descubrimos, sin embargo, otras razones de índole socioeconómica para centrarnos en las mujeres. Cuanto más dinero prestábamos a mujeres pobres, más me daba cuenta de que el crédito que se concede a una mujer produce cambios más rápidamente que el que se concede a un hombre.

En Bangladesh, el hambre y la pobreza son más cosa de mujeres que de hombres: ellas las sufren más intensamente que ellos. Si alguien de la familia tiene que pasar hambre, existe una ley no escrita que estipula que esa persona ha de ser la madre. También es ella la que padece la experiencia traumática de no poder amamantar a su pequeño o a su pequeña durante las épocas de hambruna y escasez. Las mujeres pobres son las que tienen una posición social más insegura en Bangladesh. El marido puede repudiar y echar a su esposa de casa cuando lo desee. Puede divorciarse de ella simplemente repitiendo "me divorcio de ti" tres veces seguidas. Si lo hace, ella cae en desgracia y no es aceptada siquiera en casa de sus padres. A pesar de estas adversidades, resulta evidente que las mujeres más desposeídas se adaptan más rápidamente y mejor al proceso de autoayuda que los hombres en su misma situación. Aunque no sepan leer ni escribir y rara vez hayan tenido permiso para salir solas de sus casas, las mujeres pobres saben ver más lejos y están dispuestas a trabajar más para sacarse a ellas mismas y a sus familias de la pobreza. Prestan más atención, preparan a sus hijos para que tengan una vida mejor y evidencian un rendimiento más constante que los hombres. Cuando una madre indigente empieza a ganar unos ingresos, sus sueños de éxito giran invariablemente en torno a los hijos. Su segunda prioridad es el hogar familiar.

Quiere comprar utensilios diversos, reforzar la techumbre o buscar un buen lecho para ella y su familia. Un hombre, sin embargo, tiene una lista de prioridades completamente distinta. Cuando un padre indigente gana unos ingresos adicionales, se centra más en sí mismo. Así pues, el dinero que entra en un hogar a través de una mujer reporta más beneficios para la familia en su conjunto.

Si las metas del desarrollo económico son mejorar el nivel de vida general, reducir la pobreza, crear oportunidades de empleo digno y reducir la desigualdad, entonces lo natural es trabajar a partir de las mujeres.

Ellas no sólo constituyen la mayoría de las personas pobres, de las subempleadas y de las económica y socialmente desfavorecidas, sino que mejoran con mayor facilidad la situación tanto de los hijos como de los hombres.

Los estudios en los que se compara el uso que hacen los varones y las mujeres de sus respectivos préstamos evidencian sistemáticamente ese resultado.

No nos fue fácil centrar nuestros esfuerzos de forma casi exclusiva en los préstamos a mujeres. El primer (y más formidable) foco de oposición era el planteado por los maridos, quienes generalmente querían esos empréstitos para sí mismos. Los líderes religiosos también eran muy suspicaces con respecto a nosotros. Y los prestamistas nos veían como una amenaza directa a su autoridad en la localidad. Todas ésas eran objeciones con las que yo ya contaba, pero de lo que me sorprendí de verdad fue de oír que había funcionarios de la administración pública y profesionales con un buen nivel educativo que también nos atacaban.

Según ellos, no tenía sentido prestar dinero a las mujeres cuando había tantos hombres sin trabajo y sin ingresos. Y cuando no alegaban esto último, sostenían que lo único que harían las esposas sería pasar los préstamos a sus maridos, con lo que acabarían estando aún más explotadas.

Un alto directivo del Banco Central de nuestro país llegó incluso a escribirme una carta amenazadora en la que me exigía que le diera "una explicación inmediata y satisfactoria de por qué un elevado porcentaje de sus prestatarios son mujeres". Curiosamente, mi réplica, en la que le preguntaba por qué el Banco Central no había interpelado nunca a los demás bancos del país por los motivos por los que contaban con un porcentaje tan rotundamente elevado de prestatarios varones, no obtuvo respuesta.

Al principio, no estábamos seguros de cómo atraer a las prestatarias potenciales. Las mujeres bengalíes casi nunca piden dinero prestado a los bancos (si lo piden). Podría haber instalado una valla publicitaria con el mensaje:

atención a todas las mujeres:

bienvenidas a nuestro banco.

tenemos un programa especial de préstamos

para vosotras


Quizás un cartel así hubiese atraído la cobertura informativa de los medios con la consiguiente publicidad gratuita que eso habría comportado, pero jamás habría atraído a posibles mujeres prestatarias: en primer lugar, porque el 85% de las mujeres pobres del Bangladesh rural no saben leer, y, en segundo lugar, porque rara vez disponen de libertad para salir de sus casas sin sus maridos. Tuvimos que idear, pues, toda una serie de trucos y técnicas para enganchar a las prestatarias potenciales. En un primer momento, y debido a las normas del purdah, los hombres nunca nos atrevíamos a entrar en la casa de una mujer de la aldea. El pudra es un conjunto de prácticas con las que se pretende dar cumplimiento al mandato coránico de la protección del recato y la pureza de las mujeres.

Según su interpretación más conservadora, el purdah prohíbe a las mujeres salir de sus hogares o ser vistas por cualquier hombre que no sea un familiar directo suyo.

En localidades rurales como Jobra, el purdah está además teñido de creencias en espíritus precoránicos. Son creencias generalmente perpetuadas por los pseudomulás de los pueblos que predican en las escuelas religiosas de primaria (conocidas como maktabs) e interpretan el islam

para los lugareños. Aunque los analfabetos fieles locales los consideran autoridades religiosas, muchos de ellos cuentan con una muy escasa preparación islámica y no siempre basan sus enseñanzas en el Corán.

Incluso allí donde no se observa estrictamente el purdah, la costumbre, la familia, la tradición y el decoro se conjuran para mantener las relaciones entre mujeres y hombres en el Bangladesh rural en el terreno de la más estricta formalidad. Por eso, cuando iba a reunirme con las mujeres

de los pueblos, nunca pedía una silla ni ninguna de las reverencias ni actitudes serviles con las que se suele reconocer a las figuras de autoridad. Lo que procuraba hacer era charlar de la manera más informal posible.

Decía alguna cosa graciosa para romper el hielo o dedicaba algún cumplido a una de aquellas madres referido a sus hijos. También advertía a mis estudiantes y compañeros de trabajo de que no llevaran ropa cara ni saris de etiqueta.

En lugar de pedir permiso para entrar en la casa de una mujer en concreto, me quedaba de pie en medio de algún espacio abierto que estuviera situado entre varias casas para que, así, todo el mundo pudiera verme y observar mi comportamiento. Entonces, esperaba a que una de mis alumnas entrase en la casa designada y le hablara de mí a su ocupante. La intermediaria me traía luego, de vuelta, las preguntas que le habían formulado las mujeres. Yo las contestaba y mi estudiante regresaba con esas respuestas al interior de la casa. A veces, después de que mi emisaria hubiera repetido aquel trayecto de ida y vuelta durante más de una hora, yo seguía siendo incapaz de hacer que aquellas mujeres ocultas se interesasen por un préstamo de Grameen.

Pero, aun así, yo regresaba al día siguiente. De nuevo, la intermediaria realizaba repetidas veces el viaje de ida y vuelta entre aquellas mujeres de la aldea y yo. Perdíamos mucho tiempo porque la estudiante tenía que repetir tanto todo lo que yo decía como las preguntas de las lugareñas.

Muchas veces, la intermediaria no podía recordar todas mis ideas o confundía algunas de las preguntas de las mujeres. En algunas ocasiones, incluso, los maridos se enfadaban conmigo. Supongo que el hecho de que yo fuera el respetado director de un departamento universitario los tranquilizaba un poco, pero siempre exigían que les diéramos a ellos nuestros préstamos y no a sus esposas.

Un día, mientras estaba sentado en medio de un pequeño claro entre las casas de un pueblo, el cielo se nubló y empezó a llover. Como estábamos en plena estación de los monzones, la lluvia no tardó en convertirse en un aguacero torrencial. Las mujeres de la casa me hicieron llegar un paraguas para que me tapara. Así que yo conseguí que mi ropa estuviera relativamente seca, pero mi pobre intermediaria se empapaba con la lluvia cada vez que tenía que hacer el recorrido entre donde yo estaba y la casa o en el sentido inverso. Como la lluvia no hacía más que intensificarse, una de las mujeres mayores de la casa dijo: "Dígale al profesor que se refugie en la casa de al lado. Allí no hay nadie. Así la chica no se mojará".

La casa era la típica choza rural bengalí: una estancia muy reducida con suelo de tierra y sin electricidad, sillas ni mesas. Me senté solo en la cama en medio de la oscuridad y esperé. Desde la casa de al lado se colaban en la choza los aromas maravillosos del arroz atap que estaban cociendo a fuego lento. La casa en la que yo estaba y la adyacente estaban separadas por una pared y unos pequeños armarios de bambú, así que cada vez que mi intermediaria hablaba con las mujeres de la otra casa, yo oía algunas de las cosas que decían, aunque sus voces me llegaban atenuadas.

Y cada vez que la intermediaria regresaba para decirme lo que ellas habían dicho, las mujeres de la casa de al lado se arrimaban todas juntas a la división de bambú para escuchar mis respuestas. Aquella forma de comunicación distaba mucho de ser ideal, pero, sin duda, era mejor que estarse de pie allá fuera, en medio de la lluvia.

Cuando hubieron transcurrido unos veinte minutos de aquella rutina -oyéndonos mutuamente nuestras respectivas voces, pero hablando indirectamente a través de una intermediaria-, las mujeres que estaban al otro lado de la pared empezaron a prescindir de mi ayudante y decidieron gritarme sus preguntas o sus comentarios directamente en su dialecto local de Chittagong. Como mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, me era posible adivinar las formas humanas que me observaban a través de las ranuras de aquella irregular medianera. Muchas de sus preguntas se parecían a las que nos hacían también los hombres: "¿Por qué debemos formar un grupo?". "¿Por qué no me dan un préstamo individual ahora mismo?" Pronto, parte de la fina pared se vino abajo al ceder a la presión que aquel grupo de aproximadamente veinticinco mujeres que me espiaban a través de las pequeñas aberturas del bambú ejercían sobre ella. Casi sin darse ni cuenta de lo que había pasado, las mujeres se encontraron de pronto cara a cara conmigo, hablándome y escuchándome directamente en la misma estancia. Algunas tenían el rostro tapado por un velo. Otras se reían nerviosamente y evitaban mirarme directamente por vergüenza.

Pero, a partir de entonces, ya no necesitamos a nadie que nos reprodujera mutuamente nuestras palabras. Aquélla fue la primera vez que hablé con un grupo de mujeres de Jobra en el interior de una casa. 

"Señor, sus palabras nos dan miedo", me dijo una mujer, ocultándose la cara con la punta de su sari. "Con el dinero sólo trata mi marido", afirmó otra, dándome la espalda para que no pudiera mirarla de frente.

"Dele el préstamo a mi marido. Él es quien se encarga del dinero. Nunca he tocado un céntimo y no quiero hacerlo", dijo una tercera.

"Yo no sabría qué hacer con el dinero", declaró la mujer que se había sentado más cerca de mí, aunque desviando la mirada al hacerlo.

"No, no; yo no. Para nosotras el dinero no es de ninguna utilidad -dijo una mujer mayor-. Todas hemos tenido ya suficientes problemas para pagar nuestras dotes y no queremos tener otra pelea con nuestros maridos. Es que no queremos buscarnos más problemas, profesor."

Era fácil ver los efectos avasalladores de la pobreza y de los abusos en aquellos rostros. Como no tenían poder sobre nadie más, sus maridos descargaban a menudo su frustración contra esas mujeres golpeándolas.

En muchos sentidos, eran tratadas como animales. Yo sabía que la violencia marital era un problema terrible y entendía por qué ninguna de aquellas mujeres quería inmiscuirse en un ámbito tradicionalmente reservado a los hombres: el control del dinero en efectivo. A pesar de todo ello, yo me esforzaba al máximo por animarlas a no tener miedo. "¿Por qué no piden prestado? Les ayudaría a empezar a ganar dinero."

"No, no, no. No podemos aceptar su dinero."

"¿Por qué no? Si lo invierten, podrán ganar dinero y podrán usarlo para dar de comer a sus hijos y para enviarlos a la escuela."

"No. Cuando murió mi madre, el último consejo que me dio fue que nunca pidiese prestado nada a nadie. Así que no puedo hacerlo."

"Sí, su madre era una sabia mujer y le dio el consejo adecuado. Pero si aún viviera, también le aconsejaría que se uniera a Grameen. Cuando ella vivía, no había ningún proyecto Grameen. No sabía nada de este experimento.

Por entonces, al único al que se le podía pedir prestado era al prestamista y ella hacía muy bien en aconsejarle que no acudiera a él, porque cobra un 10% de interés mensual o más. Pero si su madre nos hubiera conocido, le habría recomendado sin duda que se uniera a nosotros y que se forjara usted misma un modo de vida digno."

Había oído tantas veces sus argumentos que ya tenía respuestas preparadas para rebatirlos, pero era difícil convencer a aquellas criaturas asustadas. Nunca habían interactuado con una institución. Todo lo que yo les ofrecía les resultaba extraño y amenazador. Aquel día se avanzó poco, muy poco. Y escasos fueron también los avances concretos en otros muchos días posteriores. Mis estudiantes y yo rondamos por el pueblo durante toda la época monzónica y el mes del Ashar, momento en el que se comen verduras exuberantes y de mucha hoja, como el kalmi, el puishak o el kachu shak, una especie de espárrago prolongado que adquiere un sabor y una textura delicados cuando se hierve. De hecho, mi olor favorito era el que se producía en el pueblo cuando se cocía a fuego lento el delicioso kachu shak con hojas de laurel, comino molido y cúrcuma.

Desde el principio mismo del proceso para intentar convencer a las mujeres de que se hicieran prestatarias del Banco Grameen nos dimos cuenta de que el hecho de que el banco tuviese trabajadoras facilitaba mucho las cosas. Mi principal obstáculo era siempre el proceso de derribo

de los muros del miedo, proceso facilitado por la cuidadosa labor y las afables voces de mis trabajadoras. Aun así, los resultados se hacían esperar.

Al final de cada jornada, interrogaba a mis estudiantes. Las colaboradoras solían traer, anotados en el reverso de algún paquete de cigarrillos, los nombres de prestatarias potenciales. Así que contraté a tres mujeres jóvenes para trabajar en nuestro proyecto piloto: Nurjahan Begum y Jannat Quanine, dos tituladas recientes de nuestra universidad, y Priti Rani Barua, que vivía en el sector budista de Jobra y sólo había estudiado hasta noveno curso de la enseñanza obligatoria. A estas empleadas les resultaba más fácil entablar algún tipo de relación con las mujeres de los pueblos que a sus colegas varones; no obstante, también tenían que hacer frente a multitud de obstáculos. De hecho, nuestra lucha contra el maltrato y la segregación de las mujeres no se hacía sólo en nombre de nuestras prestatarias, sino también en el de nuestras propias empleadas.

La naturaleza del trabajo de un empleado o de una empleada del bancole obliga a caminar solo (o sola) en las zonas rurales, a veces cubriendo distancias de hasta 8 kilómetros en cada sentido. A los padres de muchas candidatas al puesto de trabajadoras de nuestra entidad, aquello les parecía humillante, incluso escandaloso. Aunque posiblemente ya habían aceptado que su hija pasase su jornada laboral sentada tras una mesa de oficina, no podían consentir que anduviera todo el día trabajando por los pueblos para Grameen. ¿Cómo podían desplazarse aquellas trabajadoras de un sitio a otro? En Bangladesh, los hombres pueden montar en bicicleta, pero, por lo general, se considera inapropiado que las mujeres lo hagan. Nosotros decidimos comprar bicicletas de entrenamiento y organizamos cursillos para que nuestras empleadas adquirieran la confianza necesaria para ser buenas ciclistas. Pero había lugares en los que los vecinos las atacaban por ir en bicicleta. Aunque los lugareños aceptaban que las mujeres fueran en carros de bueyes, en triciclos-taxi, en rickshas o, incluso, en motocicletas, para los conservadores religiosos no era aceptable que una mujer montara en bicicleta. Aún hoy, veintinueve años después, y cuando el 94% de nuestra clientela de prestatarios son mujeres, nuestras empleadas siguen encontrándose de forma regular con muestras de hostilidad y discriminación en los pueblos y localidades en los que trabajan. Cuando una trabajadora del banco visita una aldea por vez primera, no es infrecuente que convoque involuntariamente a una multitud de mirones a su alrededor. Y muchas veces recibe las críticas de vecinos no habituados a ver a las mujeres en otro sitio que no sea la casa.

Normalmente, intentábamos contratar a nuestras empleadas cuando, nada más haber acabado sus estudios, estaban esperando a casarse o bien estaban casadas con un marido en paro. Generalmente, cuando una mujer que no se había casado todavía encontraba trabajo de inmediato, se aliviaba parte de la presión que su familia ejercía para que contrajera matrimonio.

Además, el hecho de tener un empleo mejora sensiblemente sus perspectivas de cara al matrimonio, porque, en ese caso, la mujer ya no es considerada una carga.

De todos modos, mantener en nómina a nuestras trabajadoras ha resultado ser una empresa harto difícil. Normalmente, si una mujer empleada en el Banco Grameen se casa, su familia política empieza a presionarla intensamente para que abandone su trabajo. No quieren que una mujer

joven y "decente" vaya sola por los pueblos. Les preocupa también que no pueda defenderse por sí sola en caso de que surja algún problema.

Tras dar a luz a su primer hijo, la trabajadora de nuestro banco recibe una presión aún mayor para que deje su empleo. Y cuando ya tiene a su segundo o a su tercer hijo, es ella misma la que, a menudo, quiere pasar más tiempo en casa con sus pequeños. Y los kilómetros y kilómetros que

hacía a pie cuando era más joven ya no le resultan tan fáciles de recorrer para entonces. Cuando anunciamos nuestro programa de pensiones en 1994, en el que se incluía la opción de una jubilación anticipada, contemplamos con tristeza (que no con sorpresa) cómo muchas de nuestras empleadas optaron por abandonar Grameen. En los congresos internacionales se nos critica a menudo por no emplear a suficientes mujeres.



Creo que la mayoría de quienes nos atacan no entienden la realidad social de Bangladesh, pero admito que sus críticas nos han envalentonado para redoblar nuestros esfuerzos y para idear nuevos modos de retener a nuestras empleadas. De hecho, en 1997, pudimos congratularnos del ascenso de una mujer al puesto de directora de zona, que es el de mayor rango en la organización de Grameen desplegada sobre el terreno. Pero la pérdida de tan elevado número de empleadas de base por jubilación desde 1994 no ha dejado de ser descorazonadora.

La historia de Nurjahan ejemplifica muchas de las presiones a las que están sometidas nuestras trabajadoras jóvenes. Nurjahan era una estudiante de posgrado en la Universidad de Chittagong cuando empezamos el experimento de Grameen. Tenía 23 años y estudiaba un máster en literatura bengalí, título que esperaba obtener con honores. Había perdido a su padre con sólo 11 años. Procedía de una familia conservadora de clase media y su madre quería que se casara y tuviera hijos. Pero al acabar sus estudios, Nurjahan se rebeló. Era la primera mujer de su pueblo que había obtenido un título de máster y se sentía orgullosa de la oferta de trabajo que había recibido de una organización no gubernamental (ONG). Así que rogó a su madre que la dejara trabajar. Pero su madre se negó alegando que trabajar no era propio de una chica de buena familia de Bangladesh. El hermano de Nurjahan estaba dispuesto a dejar que trabajara para la ONG, pero le preocupaba lo que pudieran decir los demás vecinos del pueblo. Así que Nurjahan fue retrasando una y otra vez la fecha de su incorporación al nuevo empleo. La ONG pospuso esa incorporación hasta tres veces, pero, al final, no pudo esperar más, con lo que ella perdió aquella oferta de empleo.

Cuando Grameen ofreció un trabajo a Nurjahan, su madre y su hermano acabaron cediendo. Nurjahan no les dijo que no iba a tener ningún despacho ni ninguna mesa, ni que se pasaría muchos días recorriendo a pie las zonas más míseras de las localidades más pobres hablando con mendigos y mujeres necesitadas. Sabía que aquella idea les horrorizaría y que, entonces, la obligarían a dejarlo. Empezó a trabajar con nosotros en octubre de 1977. Y mientras su familia no supo cómo era Grameen en realidad, le dieron permiso para trabajar, aunque no sin reticencias.

En su primer día, le pedí a Nurjahan que realizara un estudio de caso de Ammajan Amina, una mujer pobre de la aldea de Jobra que no tenía medio alguno de subsistencia. Le di aquel encargo por tres motivos. El primero, porque creo que la mejor forma de inspirar a un empleado nuevo es dejar que vea de primera mano los problemas de la vida real de las personas pobres. Quería que la realidad de la pobreza tocara el corazón de Nurjahan. En segundo lugar, quería ver cómo lo afrontaba Nurjahan.

No es fácil trabajar con los pobres y menos aún de un modo que tenga un efecto positivo sobre sus vidas. El máster de Nurjahan no era ningún seguro de que poseyera la motivación interna, la confianza y la fuerza necesarias para mostrar a aquellas personas cómo vencer obstáculos. ¿Estaría dispuesta a pasar todo ese tiempo con las personas necesitadas o indigentes?

¿A aprender cómo viven, trabajan y sobreviven? Tenía que aprender a ver a sus clientes como seres humanos integrales que necesitaban ayuda y cambio. Tenía que establecer una interacción fluida con las personas pobres en la que no tuviera cabida el miedo y averiguar todo lo que tenía que saber sobre las vidas y las dificultades de sus prestatarias.

Por ello, en aquel primer día de Nurjahan, hice un aparte con ella y le dije: "Trata de hablar a solas con Ammajan Amina. Intenta tener un contacto con ella y entender su mentalidad. Hoy ve allí sin lápiz ni papel para ganarte su confianza".

Nurjahan fue a Jobra con mi colega Assaduzzaman ("Assad"). Saludando a Assad con la cabeza, Ammajan Amina le preguntó a Nurjahan:

"¿Es su marido?".

"No -respondió Nurjahan-, sólo es un colega."

"¿Y cómo vienes a vernos con un hombre que no es tu marido?", repuso Ammajan Amina. Aquello parecía contradecir la práctica del pudra y sólo despertaba en ella suspicacias con respecto a Nurjahan.

Pero, a partir de ahí, día a día, Nurjahan se ganó la confianza de Amina.

Ésta compartió su pasado con Nurjahan. De los seis hijos de Amina, cuatro habían muerto de hambre o enfermedad. Sólo sobrevivieron dos hijas. Su marido, mucho mayor que ella, estuvo muy enfermo. Durante años, se gastó la mayor parte del patrimonio familiar en medicinas. Tras su muerte, lo único que le quedaba a Amina era la casa. Superaba ya con creces los 40 años de edad, por lo que era mayor para lo que era convencional en Bangladesh, un país en el que, a diferencia de lo que sucede por norma en el resto del mundo, las mujeres tienen una esperanza de vida inferior a la de los hombres. Era analfabeta y nunca antes había ganado un sueldo u obtenido unos ingresos por sí misma. Lo intentó vendiendo pasteles y galletas caseras a domicilio sin mucho éxito. Su familia política trató de expulsarla a ella y a sus hijas de la casa en la que había vivido durante veinte años, pero ella se negó a marcharse.

Un día, Amina regresó a casa y descubrió que su cuñado había vendido su tejado de cinc y que el comprador se estaba dando prisa en desmontarlo.

Estaba empezando la estación lluviosa y Amina tenía frío y hambre, y era demasiado pobre para poder cocinar comida para vender.

Al no tener un tejado que protegiera la casa, los monzones destrozaron las paredes de adobe. Empleó todo lo que tenía en dar de comer a sus hijas.

Su orgullo le impedía mendigar en su propio pueblo, por lo que iba a hacerlo a otras localidades cercanas. Un día, al regresar a casa, vio que ésta se había derrumbado y ella empezó a gritar: "¿Dónde está mi hija?

¿Dónde está mi niña?".

Y allí, entre los escombros de su hogar, encontró el cadáver de su hija mayor.

Cuando Nurjahan fue a verla por primera vez en 1977, Ammajan Amina llevaba a su única hija superviviente en brazos. Estaba desconsolada y desesperada. Era imposible que ningún prestamista (y mucho menos un banco comercial) le concediera crédito alguno. Pero, gracias a los préstamos de Grameen, compró bambú para fabricar cestas. Amina siguió siendo prestataria nuestra hasta el fin de sus días. Ahora su hija es miembro de Grameen.

A partir de su experiencia con Amina y de otros muchos casos de suma fragilidad como aquél, fui plenamente consciente de que Nurjahan tenía un don especial para tratar con personas pobres. Yo estaba encantado de tenerla en mi equipo de trabajadores. Pero un día, el hermano de la cuñada de Nurjahan vino para darle noticias de índole familiar. Cuando llegó a nuestra oficina, vio que no era más que un cobertizo con un tejado de cinc y sin teléfono, lavabo ni agua corriente. Se quedó impresionado.

Aquélla no era en absoluto la imagen que él tenía de un banco comercial. El director de la oficina, Assad, le dijo a aquel pariente político de Nurjahan que ésta estaba trabajando sobre el terreno. Así que el hombre fue a buscarla y la encontró sentada bajo un árbol y sobre la hierba hablando con unas mujeres del pueblo. Él no salía de su asombro.

Nurjahan se sentía tan avergonzada que optó por mentirle y decirle que la de aquel día era una situación especial, y le rogó que no contara a su madre lo que había visto. Pero él se lo contó.

Al principio, la madre de Nurjahan montó en cólera. Ella creía, como la mayoría de musulmanes conservadores bengalíes, que su hija debía ocultarse intramuros y respetar la costumbre del purdah. No podía imaginarse a Nurjahan trabajando a cielo abierto ni que tal clase de trabajo pudiese ser decente y apropiado para una mujer respetable. Pero, al final, cuando Nurjahan le dijo la verdad a su madre y le explicó su gran deseo de ayudar a las personas pobres, ésta acabó por acceder. Actualmente, es una gran defensora de Grameen.

Un día le pedí a Nurjahan que realizara una presentación sobre Grameen en un festival cultural. Tenía que desplazarse hasta la ciudad de Comilla acompañada de dos trabajadoras más jóvenes de nuestro banco y, puesto que el viaje de Chittagong a Comilla no es peligroso, no consideré necesaria la precaución adicional de hacer que las acompañara alguno de nuestros colegas varones. No se trataba de ningún ejercicio de insensibilidad por mi parte. Yo creía que mis empleados debían saber defenderse por sí mismos. Además, sabía que Grameen necesitaba romper con el mito de que una mujer no pudiera realizar en solitario un viaje tan corto.

Aunque no me lo manifestó abiertamente, Nurjahan estaba enfadada conmigo por no haberla puesto bajo el cuidado de un hombre que se encargara de los planes para el viaje y se cuidara de todos los detalles durante el trayecto. Llegó incluso a telefonear a un colega varón para pedirle que la acompañara, pero él estaba ocupado aquel día. Nunca antes había viajado sola, así que rezó a Alá para que le diera fuerza y valor, y emprendió la marcha. Su exposición en Comilla fue todo un éxito.

Ahora Nurjahan viaja allí donde le place sin especial dificultad. Ella es uno de los tres directores generales del Banco Grameen y es responsable de nuestra división de formación, en la que ayuda a mejorar la autonomía de centenares de futuros trabajadores jóvenes del banco. 



https://www.elcultural.com/revista/letras/El-banquero-de-los-pobres/19492
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