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Dossier sobre Norberto Bobbio (Textos,Vídeos y otros ) Uno de los más eminentes pensadores de los últimos tiempos.

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PDF]El Tiempo de los Derechos, Norberto Bobbio. - Cultura DH

culturadh.org/ue/wp-content/files_mf/144977835110.pdf
la cabeza de Bobbio. El libro se inicia con una introducción, que explicita la uni- dad de los distintos estudios, perfila el hilo conductor y plantea los principales ...

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[PDF]10. bobbio y los derechos humanos - e-Archivo

https://e-archivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/9293/bobbio_asis_1994.pdf?...1
de R Asís Roig - ‎1994
las discusiones científicas, no encontrase tiempo para conversar de otras ... investigador de la figura y la obra de Bobbio, en su libro Filosofía y Derecho en.










Ser o no ser

El autor relee y analiza 'Derecha e izquierda', el breve libro de Norberto Bobbio


Tenía verdadera curiosidad por releer Derecha e izquierda, el breve libro de Norberto Bobbio que hace veinte años se convirtió en un inesperado best-selleren Italia y que también suscitó bastante debate en España cuando fue publicado en 1998 (Javier Pradera y yo lo obsequiamos con Claves como promoción de nuestra revista). Ahora vuelve a ser editado por Taurus, con nuevo prólogo de Joaquín Estefanía y apéndices del autor que refuerzan sus tesis y responden a los críticos. Bobbio fue un notable filósofo de la política (no diré politólogo, que eso ahora podemos serlo cualquiera), con discípulos en España de la talla de Gregorio Peces Barba… quien por cierto también era algo más que eso que hoy podemos ser cualquiera.
Volver a leer Derecha e izquierda es encontrar de nuevo una reflexión sosegada y abstracta sobre categorías políticas ya entonces muy cuestionadas y siempre cargadas de borrascas emocionales. Ambos términos han sido más usados como dicterios que como descripciones, algo que precisamente el profesor Bobbio intenta enmendar aplicando el criterio espinozista que recomienda no aplaudir, deplorar ni maldecir, sino entender. Tras repasar diversos criterios objetivos (o al menos todo lo objetivos que permite la ciencia política, ese oxímoron), Bobbio se inclina por la igualdad como determinación diacrítica: los partidarios de la izquierda, aún sabiendo que los seres humanos somos a la vez iguales y distintos, valoran como más importante para la buena convivencia lo que fomenta la semejanza de condiciones; los de la derecha, en cambio, aprecian más lo irreductible y diverso. Un punto de vista interesante, cuando luego han surgido tantos izquierdismos empeñados en sacralizar la diversidad como la mayor riqueza humana... Bobbio apuesta, desde su confesado punto de vista izquierdista, por la “aspiración, cada vez más fuerte en el mundo, a un derecho cosmopolita, a la ciudadanía universal de todos los hombres en una sociedad en la que no haya ni judíos ni gentiles, ni blancos ni negros”, una aspiración que la creciente emigración desde los países pobres a los ricos ha hecho cada vez más irresistible, en contra de “los nacionalismos oscurantistas y los racismos insensatos”.
Tachado de “moderado” por sus adversarios, Bobbio cruza el eje izquierda-derecha con otro que le parece no menos relevante, el que opone a los extremistas con los moderados. Para él, son precisamente los extremistas de derecha y de izquierda lo más próximos, ya que no en amores compartidos, en un odio común: la antidemocracia, pues consideran que las virtudes garantistas de este sistema fomentan la mediocridad política y bloquean el radicalismo revolucionario destinado a traer amaneceres dorados, sea con una o con otra purpurina… Igualdad y desigualdad en la sociedad democrática son términos que cabe matizar según el qué y el cómo de lo que está en cuestión, desde el igualitarismo totalista que desmocha las diferencias mejor justificadas hasta la beatificación del privilegio jerárquico que escalona a los humanos en diversas categorías superpuestas. Moderado hasta el final, Bobbio se niega a ofrecer una receta infalible e inapelable que zanje esta oposición ideológica, dejando más claro lo indeseable que lo que según él deberíamos desear.
Eran tiempos anteriores a la crisis, a la acumulación de deuda, a las normas de austeridad… En España aún no era trending topic un partido que mezcla dogmas redentores, matonismo y cursilería, es decir el regreso del falangismo. Y que por tanto se sitúa más allá de la izquierda y la derecha, a despecho de las veteranas advertencias de Norberto Bobbio.
https://elpais.com/cultura/2015/02/09/actualidad/1423498791_425571.html
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Al cielo por la izquierda




En 1957, por primera vez en la historia, un satélite artificial subió al cielo y se quedó girando en torno a la tierra. La hazaña de la Unión Soviética llamó la atención mundial. El Sputnik (‘satélite’ en ruso) dejaba atrás a los Estados Unidos. Parecía confirmar la superioridad del comunismo y el vaticinio de Jruschov: “Los enterraremos” (1956).
Para celebrarlo, el viceprimer ministro Anastás Mikoyán llevó una exposición de ciencia y tecnología soviéticas a Nueva York, México y La Habana. Hay un archivo ruso que registra un cortometraje con los noticieros de la visita a México (Anastas Mikoyan in Mexico, 1959). Eran los tiempos de la “izquierda atinada” del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), y parecía que nos visitaba el futuro. El visitante, que era simpático y de altísimo nivel, fue muy bien acogido y llevado a todas partes.
Recuerdo haber leído (¿en la revista Siempre!?) la crónica de una reunión desenfadada con políticos mexicanos. Estaba muy contento por la calidez con que era recibido (a diferencia de la recepción en los Estados Unidos), por las maravillas turísticas que había conocido y porque la palabra revolución estaba en todas partes. En algún momento, dijo (si mal no recuerdo) que su madre era campesina y rezaba por él. Y, ya entrados en confianza, un mexicano deseoso de informarse sobre tecnologías más avanzadas le preguntó cómo le hacían allá los políticos (para enriquecerse). Las confiancitas terminaron ahí.
Durante muchos años, la falsa conciencia que ahora lastra el desarrollo del país sirvió para gobernarlo. Fue consagrada en un oxímoron audaz: los adjetivos contradictorios del Partido Revolucionario Institucional. Miguel Alemán lo creó en 1946 para excluir a los militares (con su venia), transferir el poder a los civiles y legitimar su propio ascenso a la presidencia con otros universitarios: los “compañeros de banca” que tomaron el poder sin tomar las armas, y por lo mismo tenían que declararse “revolucionarios”. Mikoyán se ha de haber sentido en casa: en los discursos, en las bardas, en los nombres de los partidos y hasta en los cerros encontraba la palabra revolución, sin alarma notable. Y claro que lo más notable era eso.
Ya no vemos lo llamativo y hasta folclórico de que la única vestimenta aceptable en México haya sido la revolucionaria. Habrá quien diga que, en la mayoría de los casos, se trató de un disfraz. Suponiendo que así fuera, el hecho seguiría siendo notable: no en todas partes la gente tiene que disfrazarse de revolucionaria.
Naturalmente, unos dicen que lo verdaderamente revolucionario es esto y no aquello; otros que es aquello y no esto. Y hasta hay persecuciones de unos para desenmascarar a otros. Pero no hay que distraerse por el contenido de las acusaciones. Lo revelador es el énfasis en el “verdaderamente”. Implica una situación en la cual hay que ser revolucionario, porque no hay otra manera aceptable de ser.
Así en la Iglesia, todo alegato en favor de las propias ideas, o de los propios intereses, tiene que tomar la forma de que esto o aquello es lo “verdaderamente” cristiano. No hay nada que hacer en el discurso cristiano declarándose apóstata, descreído, fanático, hereje, impío, relapso, renegado o sectario. Ponerse esos sambenitos, o dejárselos poner, es aceptar la muerte “cívica”: no ser, no tener voz ni voto, ser excomulgado o llevado a la hoguera. Todavía no hace tantos años, se hablaba en México de “expulsar del discurso” intelectual a los escritores de Vuelta y se quemó la efigie de Octavio Paz.
Si la alternativa es no ser, lo prudente es presentar lo que se es (o se cree ser, o se alega ser) como lo que hay que ser. Pudiera hacerse una antología muy cómica (o siniestra) de todo lo que ha sido declarado cristiano o revolucionario; una galería pintoresca de mexicanos que se dijeron y hasta se creyeron “verdaderamente” revolucionarios. Curiosamente, no hay mexicanos que compitan por declarar que ellos son los reaccionarios de verdad, no los impostores que se disfrazan de reaccionarios y no lo son. La diferencia es elocuente.
La palabra revolución, que hizo temblar a millones en los tiempos villistas, zapatistas, carrancistas, llegó a ser decorativa, como un adorno en un sombrero charro. Las palabras marxismosocialismocomunismo, todavía inquietantes en algunas parroquias, se volvieron legitimantes en las universidades. La palabrarevolucionario, que en otros tiempos o lugares satanizaba y excluía, sirvió, por el contrario, como un gafete indispensable para circular. La sombría, luminosa, serena, perturbadora, arrogante, modesta, dionisíaca, apolínea, mansa, escalofriante, palabra libertad... se volvió ridícula.
En el país del PRI, en el país donde fue posible hacerse millonario en nombre de la Revolución, no hay una palabra más emputecida que revolucionario. Lo notable es que siga usándose, y no solo por los partidos. Sería de esperarse que los mexicanos más conscientes la abandonaran, pero no sucedió. Por el contrario, llena la boca de satisfacción. Lo cual indica hasta qué punto en México el discurso revolucionario fue el discurso obligado, la vestimenta indispensable para ser admitido.
El marxismo se volvió convencional en los medios universitarios. No en vano se vendieron más de un millón de ejemplares de Los conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker, que en el mundo universitario equivalía a Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie: una guía práctica para acomodarse en la ruta del éxito social.
Triste es decirlo: así como los hombres de negocios hablan de libertad de empresa, pero no leen a Adam Smith; así como no tenemos las obras completas de Smith en español, y por temporadas ni siquiera La riqueza de las naciones; más universitarios compraron libros de Harnecker que de Marx; y, aunque parezca increíble (de los medios universitarios), se acabó el marxismo sin que tengamos las obras completas de Marx en español.
La razón es obvia: en los medios universitarios, como en los medios de negocios, hay más demanda de banderas, distintivos y frases hechas que de lecturas, análisis y discusiones. El marxismo fue la manera académica, científica, elegante, de subirse al carro de la Revolución Mexicana, sin sentirse priista; con un distintivo rojo y negro en vez de tricolor. Nadie asustaba a su familia declarándose marxista. Por el contrario, muchos padres prudentes se alegraban de que sus hijos adoptaran esa nueva forma de ganar amigos e influir sobre las personas.
En México todavía se respeta al Che Guevara y Fidel Castro; y hay quienes se cuelgan, de propia mano, condecoraciones revolucionarias, medallitas de izquierda, escapularios marxistas. Hasta hay rivalidades por la autenticidad de los colguijes. Pero no hay rivalidades por ostentarse en la derecha. La derecha es inhabitable, un infierno de todos tan temido que nadie lo quiere voluntariamente ocupar; a donde hay que empujar a quien se deje, para tener la seguridad de que uno sí es de izquierda (puesto que allá está la derecha, señalada con dedo flamígero).
Pero, ¿quién va a dejarse hundir en el infierno para que los fariseos gocen de la gloria de juzgar a todos desde el cielo? Nadie. Por eso, el infierno está vacío. Si la derecha no merece más que la muerte cívica, no puede haber derecha. Pero tampoco izquierda. Donde no hay derecha, la izquierda abarca todo, y por lo mismo no quiere decir nada. Donde la izquierda legitima, pero la derecha no, toda izquierda se vuelve sospechosa de ilegitimidad: todos acaban persiguiendo a todos. Donde hay que ser de izquierda para ser, ser de izquierda y nada es lo mismo.
En rigor, no se puede ser de izquierda (ni derecha): no hay tal manera ontológica de ser. Se está a la izquierda o a la derecha, en tal punto, con respecto a tal otra posición. Por lo mismo, considerando todo el espectro de posiciones posibles, lo normal es estar simultáneamente a la izquierda y a la derecha: a la izquierda de unos y a la derecha de otros.
Es imposible estar a la izquierda en todo y con respecto a todos: no estar a la derecha de nada ni de nadie. No hay tal lugar. ¿Por qué, sin embargo, en México, se pretende esa posición imposible? Porque lo importante no es la realidad, sino el realismo político de no ser rebasado por la izquierda y arrojado a las llamas. Hay que estar, pues, absolutamente a la izquierda, aunque tal posición no exista, aunque se reduzca a declarar que mi posición relativa es absoluta. Así aparece el “ontologismo”. No estoy a la izquierda de tal posición en tal punto, y por lo tanto a la derecha de tal otra: soy de izquierda; más aún: soy la izquierda.
La palabra izquierda se usa como la palabra decente, y quiere decir aproximadamente lo mismo (lo correcto, lo conveniente). No se dice: en tal punto, con respecto a unos, estoy por la decencia; y por lo tanto, con respecto a otros, estoy por la indecencia. Se dice: soy decente; más aún: soy la mismísima decencia.
La indecencia (como la derecha, como el infierno) son los otros. Pero como los otros no quieren facilitar las cosas declarándose indecentes, para darnos la seguridad de sentirnos decentes, la indecencia finalmente desaparece, dejando un signo de interrogación en toda decencia. Como no se puede perseguir a indecentes confesos, la única oportunidad de estar siempre y en todo del lado decente está en la lucha interminable de unos decentes contra otros, mutuamente acusados de no serlo.
“Todos los mexicanos queremos ser de izquierda, hasta los de derecha” –escribió el sociólogo Pablo González Casanova contra la indecencia de los otros (“Los pies de Greta Garbo o la cultura de la deshonestidad polémica”, Nexos 76, abril de 1984).
Ya no hay pobres en México nacidos antes de la Revolución. Todos nacieron después. Las banderas revolucionarias sirvieron para trepar y prosperar en nombre de los pobres más que para acabar con su pobreza. Pero no es fácil desmantelar ese negocio. Hasta la gente sincera contribuye a renovarlo. Una y otra vez sucede que alguien descubre los ideales revolucionarios y que, aunque sabe que hay corrupción, demagogia, etcétera, cree sinceramente que su honradez personal va a hacer la diferencia: cuando hable de revolución o de izquierda, se entenderá que ahora sí es en serio, porque él es él. Esto puede tener efectos pasajeros (más bien contraproducentes, en la medida en que logre asustar); pero el efecto final es el mismo, ya sea porque lo aplasten, o porque le roben las banderas, o porque las venda, o porque, sin venderlas, llegue a apoyos condicionados, acomodos, etcétera. El negocio prospera, independientemente de que las personas sinceras prosperen o no prosperen, sin ningún efecto notable para los mexicanos más pobres.
¿Cómo pudo suceder que el Movimiento Estudiantil de 1968, que estaba contra el cinismo en el poder, acabara en la derrama de millones de pesos a las universidades? De una manera nada cínica. Vamos a ver: ¿Quién puede estar en contra de que se atiendan las necesidades campesinas? ¿Quién puede estar en contra de que se atiendan de la mejor manera posible? ¿Quién puede estar en contra de que, por lo tanto, se ocupe de esto gente preparada, es decir: gente que haya pasado por la universidad? ¿Quién puede estar en contra de que la gente preparada tenga los recursos adecuados para hacer bien las cosas: oficinas, computadoras, avionetas, viajes al extranjero, ayudantes, choferes y presupuestos millonarios? No hay aquí cinismo sino lógica.
Sin embargo, véase a dónde conduce esta lógica: a excluir, por principio, toda posibilidad de que un campesino como Zapata pueda ser secretario de la Reforma Agraria; y a construir, en cambio, la posibilidad de que un perfecto bandido llegue a serlo, siempre y cuando:
a) Haya pasado por la universidad, así sea como porro.
b) Hable a favor de Emiliano Zapata.
Que sea posible prosperar con banderas de izquierda favorece la argumentación irracional. Cualquier signo de prosperidad hace sentirse culpable y vulnerable frente a persecuciones y chantajes. Ser de izquierda y vivir en el Pedregal, tener casa en Cuernavaca, viajar al extranjero, ganar más que el salario mínimo, es algo que hay que hacerse perdonar.
Así se llega a los criterios de verdad por afiliación: no se está del lado bueno por tener razón; se tiene razón por estar del lado bueno. Para legitimar una buena posición, hay que asegurarse otra buena posición: el lado bueno; para lo cual, afortunadamente, basta con declararse en contra de los malos. Se puede vivir en el Pedregal, mientras no se viva en el error: mientras se abomine de la explotación. Para no abandonar la posición de clase real, hay que traicionarla con ganas en las posiciones declarativas. Para no ser perseguidos, hay que pasarse al lado de los perseguidores.
Así sucede, paradójicamente, que alguien adopta posiciones más radicales cuando mejora su posición real, contra lo que sería de esperarse. Y es que, en una sociedad posrevolucionaria, las condiciones materiales siguen determinando la conciencia, pero al revés: a mejores condiciones materiales, mayor conciencia revolucionaria. Para tener buena conciencia, ganando más que el salario mínimo, hay que estar por el cambio. Sobre todo frente a posibles perseguidores, que pueden atacar por la izquierda. Los lideratos, dirigencias, prestigios, chambas, presupuestos, ingresos, prerrogativas y, en general, las posiciones privilegiadas, se defienden con posiciones avanzadas. Adelantándose a los posibles perseguidores. Siendo todavía más radical.
Temor constante de ser rebasados por la izquierda, de ser perseguidos por falta de radicalismo y hasta por cualquier signo de prosperidad. Buenas personas que miran de reojo, con temor, a su izquierda; donde se encuentran otras buenas personas, igualmente nerviosas por el qué dirán a su izquierda. Temores que sirven para chantajear. Una de estas personas me contaba de una llamada de “felicitación” que recibió por un ascenso, para hacerle notar que “ya me enteré de lo que ahora estás ganando”. Estas presiones sociales explican gestos a veces francamente cómicos, como el de aquel funcionario que no quería ser confundido con los revolucionarios del PRI y, para demostrar que él sí era revolucionario de verdad, rechazó un sueldo de 18 veces el salario mínimo: aceptó únicamente 14 veces el salario mínimo...
La idea convencional de izquierda / derecha se corresponde con otra polaridad espacial: arriba / abajo. Se supone que la izquierda está abajo, con el pueblo y que la derecha está arriba, sobre ese volcán: que la gente de arriba está por el statuquo y la de abajo por el cambio. Pero no hay que olvidar que izquierda, derecha, arriba y abajo, son conceptos relativos. Todo depende de qué tan abajo o tan arriba, dónde, cuándo.
Si los privilegiados de arriba son aristócratas conservadores, que se creen de origen divino y no quieren el cambio, bajo los cuales (pero no tan abajo) está una burguesía que se cree el pueblo y quiere el cambio, tenemos, en efecto, que “abajo” está la revolución y arriba la reacción. Pero hasta en ese caso resulta que hay otros conservadores: los campesinos, los de mero abajo. Cuando el volcán estalla, los revolucionarios llegan al poder, los de mero abajo siguen donde estaban y la polaridad entra en contradicción.
Los nuevos privilegiados necesitan una falsa conciencia. A diferencia de los aristócratas, no se creen de origen divino: creen que son el pueblo que llegó al poder y quiere el cambio. Pero no el cambio de arriba, naturalmente, cosa por demás absurda, si el pueblo ya está en el poder: quieren el cambio de abajo. Quieren modificar a los campesinos, quitarles lo conservador, sacarlos del atraso y la superstición, hacerlos a su imagen y semejanza: la vanguardia progresista a la cual la Revolución le hizo justicia.
Cuando la izquierda llega arriba, la reacción queda abajo: es el pueblo irredento que necesita educación; el ayer enterrado que no debe resucitar; la odiosa competencia de los que todavía no suben mucho y pretenden ser ellos los revolucionarios. Que los países comunistas procedieran a la “reeducación por el trabajo” de los campesinos, que millones murieran en los campos de trabajos forzados y que tantos quisieran escapar 
del paraíso oficial, arriesgándose a todo en botes inseguros, sacudió a la izquierda europea, pero no a la mexicana.
Los intelectuales franceses que llegaban a México se asombraban de la recepción hostil en los medios universitarios a ideas perfectamente normales en la izquierda francesa. Una hostilidad que no era debate sino recitación furiosa del catecismo para exorcizar ideas malignas. Así se explica que los libros marxistas publicados por Siglo XXI seguían vendiéndose en México cuando en España (y, desde luego, en Francia) ya no se vendían.
Uno de los autores de Siglo XXI, el sociólogo Nicos Poulantzas, con un gesto terrible de autocrítica, se lanzó de la Tour Montparnasse abrazado a sus libros, como deseando que murieran con él. Mejor hubiese sido que viviera para hacer una sociología marxista del marxismo, para entender por qué tantos intelectuales fueron ciegos ante la realidad del “socialismo real”. Pero, en todo caso, su decisión inspira más respeto que la del escritor mexicano que no criticó las ideas que había venido sosteniendo, ni explicó por qué las abandonaba, ni se suicidó. Con desenvoltura notable, dijo que se había deshecho de sus libros marxistas, para ganar espacio en su biblioteca. Como se descarta ropa que ya no se usa.
Las revelaciones persistentes sobre la realidad en los países comunistas y, finalmente, el desplome del imperio soviético tuvieron el efecto contrario del Sputnik: descolocaron el futuro. Entre la gente seria, hubo un replanteamiento de las “leyes de la historia”, “la lucha de clases”, el progreso y sus protagonistas. Hasta se llegó a decir que ya no tenía sentido hablar de izquierda o derecha.
Norberto Bobbio, en Derecha e izquierda: Razones y significados de una distinción política, critica la idea de que el distingo quedó obsoleto, y tiene razón. También tiene razón cuando critica la supuesta imposibilidad de distinguir lo bueno de lo malo para la sociedad. Pero son dos distingos diferentes, y tiende a confundirlos. Trata de rescatar el concepto de la izquierda como protagonista de lo bueno para la sociedad. Es un error. Ni la izquierda ni la derecha son el bien (o el mal). Se puede estar bien o mal en esto o en aquello, pero no se puede ser el bien o el mal.
Ni la izquierda ni la derecha son el valor absoluto que se enfrenta al antivalor absoluto. Hay valores que defiende la izquierda, valores que defiende la derecha y valores que pasan de unas banderías a otras. Por eso, el ontologismo produce confusiones. Si todo lo bueno para la sociedad tiene que ser de izquierda y resulta que en tal caso lo bueno es lo que defendía la derecha, ¿lo reaccionario se convierte en revolucionario?
Abundan los ejemplos de valores conservadores abanderados hoy (o en algún otro momento) por la izquierda: La conservación de la naturaleza, de las especies, del ambiente. La conservación de las lenguas, de los clásicos, de las tradiciones, de los usos y costumbres. La conservación de lugares, monumentos, obras de arte, libros, objetos y documentos históricos. La conservación de la vida y la salud física y espiritual. La conservación de los valores religiosos, familiares, patrióticos. La conservación de la identidad nacional frente a los Estados Unidos, las trasnacionales y el darwinismo global.
Leszek Kołakowski (no citado por Bobbio) se adelantó a la incertidumbre que estaba por llegar publicando un credo personal donde integra ideales conservadores, liberales y socialistas. Empieza con humor, recordando una frase que escuchó en un tranvía repleto de la Polonia comunista. El conductor les dijo: “Por favor, avancen hacia atrás” (“Cómo ser un conservador-liberal-socialista”, Vuelta, noviembre de 1979; recogido en La modernidad siempre a prueba).
Sobre viajes repletos cuando todos quieren ir al cielo por la izquierda, hay otra anécdota de otro país revolucionario. En algún lugar de México, para asegurarse de que sus feligreses entendían la maravilla que es el cielo, el párroco pregunta:
–Vamos a ver. ¿Quiénes quieren ir al cielo?
En la misa están todos: campesinos, artesanos, tenderos, agiotistas, autoridades, prostitutas, curanderos y caciques. Y todos levantan la mano, excepto un viejo campesino. El párroco, extrañado, le pregunta por qué. Y el disidente ofrece su mejor excusa:
–Es que este viaje va muy lleno. ~


Norberto Bobbio. Fue ensayista, profesor y teórico del pensamiento político. Era también un excelente escritor, abogado y filósofo italiano, Norberto Bobbio está considerado como uno de los grandes analistas políticos del siglo veinte. Uno de los más eminentes pensadores de los últimos tiempos.


Norberto Bobbio nació el 18 de octubre de 1909 en Turín perteneciente a Italia, en el seno de una familia acomodada y relativamente progresista. Su padre, Luigi Bobbio, era uno de los cirujanos más prestigiosos de la ciudad.

Norberto tuvo una infancia y una adolescencia felices, protegido como estaba por el entorno paterno. Tuvo por compañero de clase al escritor Cesare Pavese, con quien compartió, entre otras cosas, el entusiasmo por el idioma inglés y los clásicos de la literatura anglosajona. Su pasión creciente por la lectura se desarrolló en un ambiente familiar despreocupado, sin obsesiones clasistas ni políticas. Aunque este entorno familiar era filofascista, como en general ocurría en toda la burguesía italiana de la época.

En 1943 Bobbio se casó con una antigua amiga del Liceo y compañera de militancia, Valeria. Al poco tiempo, un decreto no excesivamente severo ordenó el traslado de Bobbio a la Universidad de Cagliari.

Estudios
Cuando en 1919 Bobbio entró a estudiar en el Liceo Massimo d’Azeglio se encontró con que la mayoría del profesorado era abiertamente antimussoliniano. La educación política le llegó al filósofo por esta vía, más en concreto gracias a maestros como Zino Zizi o Augusto Monti. También algunos amigos que siguieron estudiando con él en la universidad, como Leone Ginzburg y Vittorio Foa, fueron eficaces en la posterior «conversión» ideológica de un joven hasta entonces sin especiales inquietudes en este terreno.

Bobbio profundizó en sus estudios sobre historia del pensamiento político. Su prestigio intelectual fue creciendo, en gran parte, gracias a su aportación a la revista Occidente, nacida en Milán en 1945 y trasladada a Turín en 1952. El rector de la universidad de la ciudad invitó de hecho a Bobbio, perteneciente al comité de redacción de la publicación, a pronunciar el discurso de apertura del curso académico.

Trabajos Realizados
Fue profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Camerino desde 1935 hasta 1938, en Siena desde 1938 hasta 1940, y en Padua desde 1940 hasta 1948, volviendo por último a ejercer la docencia en Turín donde fue profesor emérito de Filosofía Política y miembro correspondiente de la Academia Británica.

Poco tiempo después comenzó su currículo como profesor universitario, que en 1938 le llevó a la cátedra de filosofía del derecho de la Universidad de Siena. En 1939 tomó contacto por primera vez con el pensamiento de Thomas Hobbes, filósofo que inspiraría gran parte de su pensamiento político y del que se le considera uno de los mayores especialistas.

Bobbio ha sido llamado un socialista liberal en la tradición de Piero Gobetti y Carlo Rosselli -quien creó -clandestinamente en 1942 - el partido del socialismo-liberal” basado en el Partido Laborista inglés y al que Bobbio ingresó el mismo año- (eventualmente esa visión se transformo en el social liberalismo). Durante este período Bobbio fue también influido -debido a sus estudios de leyes y economía- tanto por Hans Kelsen como Vilfredo Pareto.

Al llegar los años cuarenta, Bobbio cambió su actitud y pasó a militar abierta y conscientemente contra el fascismo. No en la forma de un marxismo ortodoxo, sino en el marco del movimiento liberalsocialista, que en poco tiempo se fundió dentro del Partido de Acción. No puede decirse que durante la guerra Bobbio corriera un grave peligro al adoptar esta postura. Su antifascismo era de extracción burguesa, lo que quería decir que aprovechaba los privilegios familiares sin por ello limitarse a la protesta: en 1942 había participado en la fundación de la sección véneta del Partido de Acción.

En 1943 Bobbio ingresó a la resistencia antifascista, integrándose al movimiento “Giustizia e Libertà” -de inspiración social demócrata- debido a lo cual -en diciembre del mismo- fue encarcelado.

Profesor desde 1948 en Turín, trata de conciliar liberalismo y marxismo. Se graduó en Derecho y en Filosofía. Se desempeño toda su vida como profesor. Es un referente ineludible en lo concerniente a la filosofía política y a la teoría del Derecho. Es senador vitalicio de Italia desde 1984.

En 1967 Bobbio participa en la Asamblea Constituyente del Partido Socialista Unitario. Sus aportaciones mayores a la vida política han tenido lugar en el ámbito ideológico y programático, especialmente su actividad académica en la Universidad de Turín -en la cual llegó a ser fundador de la cátedra de Economía política y decano de la Facultad de Ciencias políticas.

Por sus trabajos en estas áreas llegó a ser miembro de la Accademia Nazionale dei Lincei y la Academia Británica. Adicionalmente fue nombrado (en 1979) Profesor Emérito de la Universidad de Turín.

Libros más conocidos
Especialista en filosofía del derecho, es autor de:

“Derecho y lógica” (1938).
“Política y cultura” (1955).
“¿Qué socialismo?” (1977).
“Estudios de historia de la filosofía” (1995).
Muerte
Murió el 9 de enero del 2004 a la edad de 95 años.

Libros y obras
La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político2007
El problema del positivismo jurídico 2006
Ensayos sobre el fascismo 2006
Entre dos repúblicas 2006
Estado, gobierno y sociedad 2003
Teoría general de la política2003
Derecha e izquierda 2000
Liberalismo y democracia 2000
Ni con Marx ni contra Marx 1999
Autobiografía 1998
De Senectute 1997
El tercero ausente 1997
La duda y la elección 1997
Igualdad y libertad 1993
Thomas Hobbes 1992
Perfil ideológico del Siglo XX en Italia 1989
Sociedad y estado en la filosofía moderna 1986
El problema de la guerra y las vías de la paz 1982
El existencialismo 1951.

Fuentes


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NORBERTO BOBBIO
Sobre el fascismo*



"Giorgio Pisano se cruzó alguna vez con Vittorio Foa y le dijo: "Combatimos en frentes opuestos, cada quien con honor, ahora podemos darnos la mano". Foa le contestó: 'Es cierto, nosotros ganamos y tú te convertiste en senador; si hubieras ganado tú, yo aún estaría en la cárcel [Giorgio Pisano fue un militante fascista; Vittorio Foa pasó ocho años en las cárceles de Mussolini. N. de laR.]. Piense en ello. Reflexione por un momento."
Reflexionemos. Norberto Bobbio escruta un instante más al interlocutor y luego se deja envolver por la penumbra que empieza a velar su estudio. Se aleja dejando deslizar a sus espaldas la estela de su gravosa autoridad. Cuando la tarde apenas comenzaba su descenso en la noche turinesa, un fantasma que hacía de maestro de ceremonias atendía la conversación, un convidado que pronto se evaneció: Ernst Jünger, el ultracentenario que vio dos veces al cometa. "Un gran hombre, una personalidad extraordinaria."
Bobbio sonríe pensando en sus noventa años. Es la edad de la distancia. Tenía trece cuando Benito Mussolini llegó a Roma para entregar a Vittorio Emanuele la Italia de Vittorio Veneto. "Él tenía treinta y nueve años. Sabemos todo del antifascismo de nuestros padres, pero no sabemos nada del fascismo que precedió a su antifascismo."

Le diré algo que tal vez pueda parecer demasiado fuerte." Hace una pausa. "¿Me pregunta por qué hasta hoy no hemos hablado de nuestro fascismo? Pues porque nos a-ver-gon-zá-ba-mos." Otra pausa y luego vuelve a silabear. "Nos a-ver-gon-zá-ba-mos porque era cómodo actuar así. Pasar como fascista entre los fascistas y como antifascista entre los antifascistas. O bien, y lo digo para suponer una interpretación más benévola, era un desdoblamiento apenas consciente entre el mundo cotidiano de mi familia fascista y el mundo cultural antifascista. Un desdoblamiento entre mi ser político y mi ser cultural. Vivía mi pasión por la filosofía del derecho, seguía a mi maestro Gioele Solari, intachable antifascista. Me reunía con Piero Martinetti cuando ocupaba el puesto de secretario de redacción en la Revista de Filosofía. Frecuentaba las tertulias antifascistas y participaba en la Fundación Einaudi en 1933. En fin, no hacía caso de aquel fascismo progresivo que satisfacía las ambiciones de orden reclamadas por la vieja derecha liberal."
"La pregunta que usted me hace, '¿qué fue entonces el fascismo?', ¿fue fascismo el de muchos intelectuales y políticos que después se hicieron antifascistas?, sólo tiene una respuesta: sí y no. Sí y no porque la República fue fundada por personajes ajenos al fascismo, como por ejemplo Leo Valiani. La pregunta puede hacernos pensar que el pasaje por el fascismo fue un pasaje obligado. Yo también me lo pregunté. Diría que no. Finalmente hubo un fascismo previo y un fascismo posterior, digo un lugar común, lo sé muy bien. Leí recientemente un artículo de Indro Montanelli en el que explica perfectamente cómo en realidad el fascismo se volvió otra cosa sobre la marcha. Hubo dos fascismos, uno de derecha y uno de izquierda. El de los liberales y el de los aventureros. En mi opinión, la diferencia entre el fascismo de los jóvenes y el fascismo de los viejos se reduce a lo siguiente: el de los primeros (si podemos usar esta palabra) fue revolucionario; el de los padres, en cambio, instrumental. Estos últimos sólo querían el orden, los otros un orden nuevo. Hay que remontarse a 1932, el punto culminante de ese fascismo primitivo, el fin del decenio que festeja la primacía de Italia en la travesía oceánica. El destino quiso que el año siguiente llegara a la escena Adolf Hitler, ante el cual Mussolini, que era visto como un maestro, se volverá un sometido."
La historia que sigue es la caída en la tragedia. "Siempre juzgué el fascismo desde el punto de vista del antifascismo, pero si se leen mis estudios sobre el fascismo se puede notar su objetividad histórica. Dije: con Hitler en el poder la guerra deja de ser un mito apasionante y se transforma en un programa político preciso. También el fascismo tuvo que actualizarse. Legisladores y filósofos fueron despedidos, tomaron la delantera las nuevas generaciones aturdidas por la retórica."
La tragedia se tornará en el horror: "Los judíos, que se habían asimilado ampliamente en Italia ­algunos participaban incluso en las estructuras del partido fascista­, conocieron la persecución; usted sabe bien cómo terminó esta historia, no tiene caso repetirla. Todo esto explica por qué tantas personas que habían sido sinceramente fascistas o simpatizantes, en un momento dado lo empezaron a odiar. El fin del fascismo fue una catástrofe de tal dimensión que finalmente lo olvidamos; o más bien, lo relegamos de nuestra memoria. Lo relegamos porque nos a-ver-gon-zá-ba-mos. Nos a-ver-gon-zá-ba-mos. Yo, que viví 'la juventud fascista' entre los antifascistas, me avergonzaba en primer lugar ante mí mismo, y luego ante los que pasaban ocho años en la cárcel; me avergonzaba ante los que, contrariamente a mí, no pudieron arreglársela."
La edad de la distancia consiente al profesor y le permite hablar sobre el tema serenamente. Otros protagonistas, en cambio, prefieren atrincherarse en la complicidad del silencio: "No, no es así. Por ejemplo, Giorgio Bocca habla tranquilamente de su pasado fascista."
La tarde se consume con el primer microcasete de la grabadora y en los ojos del profesor avanzan otros recuerdos que se revelan como un cuento que huye de las pupilas. Un fantasma irrumpe: Benito Mussolini. "Ahora es fácil hacer la caricatura de Mussolini, pero no hay que olvidar que tenía todos los rasgos de lo que Max Weber habría llamado un jefe carismático. Era el hombre que, a pesar de los avatares de la vida, pobre como era, había logrado saltar rápidamente todas las etapas. El presidente del Consejo más joven que había existido; sus discursos eran secos, rapidísimos, contundentes. Era agresivo y cautivaba las masas. No hay nada que agregar. Fue tan carismático como para seguir hasta el fin el destino de los jefes carismáticos: siempre con la razón de su lado hasta el día en que, al equivocarse, caen. Cuando declaró la guerra no se dio cuenta de que ya todo había terminado. Vimos al Mussolini de los últimos años, al Mussolini con sombrero y abrigo en Campo Imperatore. Tenía el rostro afilado, demacrado, pálido... Y luego terminar así, sin lograr entender lo que pasaba a su alrededor en aquella noche del 25 de julio, y menos prever el horrendo fin de Plaza Loreto. Es una confirmación, una de las pocas pruebas fehacientes de que la guerra partisana fue una guerra civil. Sólo una guerra civil puede acabar con el jefe colgado de los pies; una guerra entre Estados no acaba así. Fue una guerra entre italianos."
Bobbio asume el peso de una responsabilidad, la de la autoridad moral. Cada palabra suya, ahora, se ajusta a la decisión de cerrar la eterna posguerra italiana.
Giovanni Gentile: "Mi tesis de licenciatura fue la tesis de un gentiliano. Respecto a la lápida, no estoy de acuerdo en lo absoluto con la decisión del Senado Académico de Pisa. Gentile no merece la acusación de racismo. En el peor momento ayudó a muchos estudiosos judíos." Cualquier otro hecho, el insensato exilio de los Saboya, por ejemplo, encuentra la desaprobación de este turinés. Nunca es demasiado tarde para apagar los últimos fuegos de la posguerra.
Como si el fascista entre los fascistas, Primo Arcovazzi, el trastornado soldado de Luciano Salce interpretado por Ugo Tognazzi en la película El federal, pudiese acompañar otra vez en su sidecar al Profesor antifascista; y no para llevarlo al exilio a Ventotene, sino para ir a aquel exilio ideal que marca la distancia donde nadie corre el riesgo de quedarse en la cárcel o volverse senador, y donde los generosos desquicios del uno nutren las sólidas convicciones del otro. Es la humanidad del dolor; aquella historia donde "después uno ya no es lo que fue antes". Hay una escena sublime en aquella película, cuando en la desesperación del fin, muriéndose de ganas de fumar, los dos cruzan una calle donde zumban los jeeps norteamericanos. A lo largo de la película, el Profesor había tenido que salvar sus libros de las manos de Arcovazzi, quien quería arrancarles las hojas para hacerse cigarrillos. Extenuados, no se dignan en dirigir ni una mirada a las cajetillas de Pall Mall que arrojan los soldados de Estados Unidos. El Profesor, al contrario, hasta pisotea una, toma su libro de Leopardi, arranca la página del "Infinito" y se prepara un cigarrillo: "Al fin que lo conozco de memoria."
Ahora que la tarde ya acabó, Norberto Bobbio pregunta a su interlocutor: "Yo también quisiera hacer una pregunta. Cuando dije que usted vendría, mis amigos, mis amigos de mi círculo me advirtieron, 'ése es un fascista'. ¿Me explica usted por qué es fascista?" Profesor, confesión por confesión, yo no soy fascista. Soy otra cosa. He amado el escándalo de quien juega como fascista en esta posguerra, porque ha sido la perspectiva más inédita desde la cual pude hacer otra cosa, volverme otra persona, para leer y estudiar en horizontes inaccesibles a otros. Lo confieso así, al gran estudioso, no a su círculo.

*Entrevista de Norberto Bobbio con Pietrangelo Buttafuoco aparecida en Il foglio, el 12 de noviembre, 1999.
Traducción del italiano de Clara Ferri

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POT NORBERTO BOBBIO. - ..-'-:". -'. FONDO DE ... la polftica / Norberto Bobbio ; trad. de Jose F. Fernandez. Santillan. ... biese libros en el mundo" [ibid., p. 115).


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Norberto Bobbio. Diccionario de politica. Estado de bienestar. I. LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA CUESTION OBRERA: El pasaje de un rédito per cápita de ... 





El realismo de Bobbio*

 

Michelangelo Bovero**

 

** Universidad de Turín, Italia.

 

1. Hace algunos años el mayor "bobbiologo" español, Alfonso Ruiz Miguel, ofreció una brillante y original reconstrucción del pensamiento de Bobbio1. En un ensayo de 1992, Ruiz Miguel, se alejó del camino metodológico que él mismo y otros estudiosos habían seguido buscando nexos de continuidad, de desarrollo y de articulación al interior de la obra bobbiana y propuso una visión alternativa de la personalidad teórica de Bobbio mediante la identificación de diez osimoros: una red de paradojas conceptuales en las que -según Ruiz Miguel- encontrarían expresión las osilaciones y las tensiones características del pensamiento bobbiano. Vale la pena recordarlos: para Ruiz Miguel, Bobbio es un filósofo positivo, un iluminista pesimista, un realista insatisfecho, un analítico historicista, un historiador conceptualista, un positivista inquieto, un empirista formalista, un relativista creyente, un socialista liberal, un tolerante intransigente. Pretendo detenerme en la imagen del "realista insatisfecho".

Ruiz Miguel sugiere que todos aquellos que han explorado una parte significativa de la obra de Bobbio, por diferentes motivos, han caído en la tentación -por decirlo de alguna manera- de considerar que, después de todo, Bobbio es sustancialmente un realista, un observador agudo y desilusionado de los acontecimientos humanos. Y esta impresión de fondo se fortalece cuando constatamos que entre los autores de Bobbio abundan los exponentes del realismo político de todos los tiempos: desde Tucídides hasta Max Weber. Pero, agrega Ruiz Miguel, la mirada desprejuiciada sobre la historia del mundo (que para Bobbio se parece, en verdad, como decía Hegel, al "banco del carnicero") no está acompañada por aquella especie de complacencia que caracteriza a gran parte de los realistas. Por el contrario, el suyo es un "realismo insatisfecho": precisamente porque no se detiene en el diagnóstico pesimista y la prognosis infausta de los destinos humanos y, aunque carece de toda esperanza sobre la transformación de la naturaleza humana, y por lo mismo de una paligénesis de la historia (la esperanza, nos dice Bobbio, es una virtud religiosa: "teológica"), no cesa de alimentar la reflexión sobre las posibles terapias institucionales -la democracia, los derechos del hombre- para combatir los males eternos de la vida política.

Me parece que Bobbio, al comentar favorablemente el ensayo de Ruiz Miguel, se propuso acentuar la paradoja, llevándola hacia su "dualismo impenitente", es decir, al enfrentamiento (que el mismo juzga y de hecho vive como insuperable) entre "el mundo de los hechos y el mundo de los valores". Nos explica Bobbio que en este enfrentamiento su realismo, fruto de la observación desencantada de los hechos, sería "insatisfecho""porque se confronta continuamente con una visión utópica de la historia"2. En el ensayo con el que Bobbio responde a Ruiz Miguel, sugiere una solución aparentemente simple y lineal para enfrentar el problema de la presencia paradójica en su pensamiento de tendencias opuestas hacia el realismo y hacia el utopismo: "frecuentemente me han reclamado que realizo una descripción demasiado cruda de la realidad, como si el intento por entender al mal en sus aspectos más crudos equivaliera a complacerse por él y a justificarlo. Pero ¿no es a partir de la observación desprejuiciada de la realidad como podemos encontrar la posibilidad de cambiarla? Hasta ahora los hombres han interpretado al mundo, decía Marx, ahora se trata de cambiarlo. Pero ¿cómo hacemos para cambiarlo si no lo entendemos primero?"3.

Bobbio (de manera transparente) se refería a las observaciones críticas que algunos años antes le había realizado Perry Anderson en un ensayo en el que, por cierto, expresaba su admiración hacia él. Anderson sostenía que el pensamiento de Bobbio se ubica en el cruce de tres grandes concepciones en conflicto recíproco: el liberalismo, el socialismo y el realismo conservador4. Asimismo afirmaba que este último componente debilitaba la unión entre el liberalismo y el socialismo que había sido la estrella polar de Bobbio como filósofo militante. Bobbio le contestó a Anderson5 reprochándole, a su vez, el identificar el realismo con el conservadurismo y sosteniendo que "una actitud realista es indispensable para quien quiera llevar a cabo un análisis desprejuiciado (... ) de la sociedad". Refiriéndose a su propia concepción realista del proceso de democratización, sintetizada en su famoso ensayo El futuro de la democracia, Bobbio la presentaba como una "ilustración desapasionada, desencantada, amarga si se quiere, pero necesaria (... ) para quien quiera serle fiel a la ética de la ciencia, es decir de la investigación desinteresada". Asimismo criticaba a Anderson por no haberse planteado la pregunta correcta: "si (los análisis) son acertados o equivocados, en vez de preguntarse solamente si son o no son compatibles con el proyecto ideal de liberalsocialismo (que el propio Bobbio siempre ha defendido)". Esta segunda pregunta, señalaba Bobbio, no es rigurosamente pertinente: "el realismo del científico (... ) y el idealismo del ideólogo se encuentran en planos diferentes"6.

Desde mi punto de vista, Perry Anderson plantea el problema del realismo político de Bobbio en términos genéricos y confusos; pero tampoco Ruiz Miguel aborda el problema de manera suficientemente articulada. Pero, por otro lado, la misma respuesta de Bobbio a Anderson propone una solución demasiado lineal y simplificadora. En palabras pobres, me parece que el problema es mucho más complicado.

2. Sugiero enfrentarlo distinguiendo tres acepciones de la noción, común y comúnmente indistinta, de realismo político. Por el momento dejo abierta la cuestión de si son tres aspectos interconectados o, más bien, tres conceptos independientes. En una primera acepción, con la fórmula "realismo político" se indica un método o, (tal vez) mejor dicho, una forma de "aproximación" a la realidad política. Cuando las ciencias sociales en general y la ciencia política en particular profesan el realismo, tienden a resolverlo con la pura y simple adopción del método científico y, con mayor precisión, con la adopción del principio metodológico de la neutralidad valorativa. El abstenerse de realizar juicios de valor es (considerado) un comportamiento "realista" ya que permite alcanzar la "verdad efectiva" de la política, ver las cosas tal y como son sin las deformaciones que provienen de las inclinaciones o de las pasiones de parte. Desde esta perspectiva, el realismo se considera una medicina mentis, y también una forma de honestidad intelectual: la ética de la ciencia de la que habla Bobbio. Por un lado, el realista busca el rostro verdadero de la política por debajo del mundo de las ideas hacia el que mira el utopista y detrás de las máscaras legitimantes construidas por el ideólogo: en otras palabras, rechaza los sueños de la utopía y las falsificaciones de la ideología7. Por el otro lado, la dimensión ética del realismo metodológico es la que obliga al observador de las cosas políticas a dar cuenta de -y a hacer cuentas con-aquellos hechos que Max Weber llamaba los "hechos incómodos".

Pero, más allá del aspecto metodológico, en el que el realismo se muestra como una perspectiva sobre la realidad política, existe otro aspecto que sólo puedo llamar ontológico, en el que el realismo coincide con una verdadera y propia concepción (o familia de concepciones) de la política. Este es el segundo significado y (quizá) el más común de la noción de realismo político. Mientras en la primera acepción por realismo se entiende una mirada sobre el mundo real que no está condicionada por juicios de valor (no prejuzgada: desprejuiciada); en esta segunda acepción la noción de realismo político indica una imagen (o una familia de imágenes) de la realidad: una representación de la política que rivaliza y entra en competencia con la visión idealista de los utopistas y con la legitimante de los ideólogos pero, precisamente por esto, se coloca en el mismo plano. Se trata, para decirlo de manera sintética e intuitiva, de la imagen que evoca el rostro diabólico del poder. A partir de ella, la dimensión política de la existencia humana aparece como el teatro de la violencia y del fraude, como el campo de la acción estratégica, de la lucha eterna entre individuos y (sobre todo) entre grupos que está dominada por la ley del prevalecer para sobrevivir. En otra ocasión sostuve8 que las diferentes versiones del realismo político de todos los tiempos encuentran su unidad de sentido en la idea de la política como lucha, como contraposición, como atropello. Las diversas configuraciones y distribuciones de los roles de vencedor y vencido, de dominante y dominado, simplemente son cristalizaciones de los resultados contingentes que, en cada caso, arroja el antagonismo perenne: resultados que siempre aparecen dentro de las fronteras insuperables del conflicto. Para el realismo político, el conflicto, el antagonismo, es la política, es la esencia de la política.

Llegado a este punto quisiera adelantar tres tipos de observaciones. En primer lugar, hago notar que entre realismo metodológico y realismo ontológico no existe ningún nexo de implicación necesaria. No está claro porqué una mirada científica-realista, objetiva-sin valoraciones, sobre la política debería inevitablemente descubrir que el "verdadero" rostro de la política es el rostro (más o menos) "diabólico". No sólo quien afirma lo contrario, es decir que este es el descubrimiento necesario al que llegará el observador de la política cuando sigue el método científico-realista, está implícitamente admitiendo que presupone que la política tiene esta determinada naturaleza; al hacerlo revela que antepone una cierta concepción de la política a la investigación, desprejuiciada, de la misma. No obstante, se podría sostener que una investigación metodológicamente realista nos lleva la mayoría de las veces a delinear una imagen diabólica del mundo político, o mejor dicho, que la representación de la política que he denominado realismo ontológico es simple y sencillamente producto de una generalización empírica de los resultados de los análisis realizados bajo la guía del realismo metodológico.

Admitiendo (pero por el momento sin conceder) que esta última es una tesis validamente sostenible y convincente, observo -en segundo lugar- que el universo de las cosas políticas así delineado en su rostro "realista", o supuestamente tal, se presenta como un mundo al que son ajenos los que comúnmente consideramos valores e ideales políticos (aunque contrasten entre sí): libertad, igualdad, justicia... La ontología del realismo político, al menos en sus versiones más radicales y coherentes, simplemente tiende a negar que exista una dimensión ideal de la política; o mejor dicho, considera que tal dimensión (la que resulta de los valores políticos) puede reducirse completamente al mundo de las utopías y de las ideologías, a las seducciones engañosas y a las manifestaciones de falsa conciencia, o a las "fórmulas políticas" como las llamaba Mosca: astucias y trampas que los competidores en la lucha perenne por el poder usan como instrumentos. Se desprende que la adopción de cualquier forma de realismo ontológico (más o menos radical), en sí misma, hace que la propuesta de valores e ideales políticos propiamente entendidos resulte (más o menos) insensata. Además, se desprende que al mundo de la política, tal como resulta de la representación del realismo ontológico, no se aplican auténticos juicios de valor (el juicio sobre la adecuación de los medios para lograr el fin de conquistar y mantener el poder no es propiamente un juicio de valor, ya que es un juicio técnico, no ético): y hago notar que esta tesis es diferente y mucho más radical respecto de aquella que da fundamento al realismo metodológico y que sólo recomienda abstenerse de emitir juicios de valor en (durante) el análisis de los fenómenos políticos, pero que no pretende que estos fenómenos, una vez que han sido reconstruidos, sean inmunes a ser juzgados con criterios axiológicos, ni que sean inmodificables por ser manifestaciones de una supuesta naturaleza esencial de la política, refractaria a los valores. Agrego -como anticipación de un problema que enfrentaré en el próximo apartado- que si el realismo de Bobbio correspondiera al realismo ontológico cuyas características he intentado delinear, tendríamos que reconocer que Perry Anderson tiene al menos una parte de razón.

Por el momento dejo abierta la cuestión y me limito a observar -en tercer lugar- que la concepción realista-ontológica de la política como un mundo refractario a los valores, y a los juicios de valor, paradójicamente, termina presentándose en el sentido común (del que sin duda no se escapan los estudiosos) como una representación en la que la política es un universo connotado necesariamente de valor negativo: precisamente como un mundo "diabólico". Me parece que esta es la raíz de la reflexión recurrente sobre el tema de la relación, o mejor dicho, del divorcio, entre la política y la moral.

Aquí es en donde se nos presenta el tercer aspecto de la noción común de realismo político. Tanto el realismo metodológico, como el realismo ontológico se refieren al problema del conocimiento (de los fenómenos o de la esencia) de la política, y pueden reagruparse en la figura del realismo teorético; más allá del cual se encuentra el realismo práctico, que se refiere al problema de la prescripción y de la justificación de la acción política. El realismo práctico, por una parte, ha dado origen a los "consejos al príncipe" (de lo cuales El Príncipe de Maquiavelo es el arquetipo), al estudio de la acción estratégica, de las "reglas para ganar"; por la otra, durante siglos y partiendo de la máxima maquiavélica (aunque no maquiaveliana) "el fin justifica los medios", ha elaborado teorías y argumentos para justificar, precisamente, el divorcio de la acción política de los cánones compartidos de la acción moral.

Enuncio mi tesis. Mientras la adhesión de Bobbio al realismo metodológico es completa y no problemática, no podemos rastrear en su obra un realismo ontológico riguroso y ni siquiera un realismo práctico, excepto de formas parciales y condicionadas. Esto nos permite afirmar, en primer lugar, que la fórmula del "realismo insatisfecho" -aunque expresa la tensión que atraviesa el pensamiento de Bobbio-, no constituye un verdadero osimoro (es decir: la paradoja de Ruiz Miguel es aparente) y; en segundo, que la incoherencia denunciada por Perry Anderson no es propiamente tal.

3. Cuando Bobbio hace explícita su "profesión al realismo", sin duda, se refiere sobre todo, si no exclusivamente, a lo que he llamado realismo metodológico. Sobre este punto el pensamiento de Bobbio no presenta particulares dificultades interpretativas9 y no exige muchas ilustraciones. Me limito, simplemente, a recordar los estudios bobbianos sobre las ideologías en el sentido negativo del término, por ejemplo sobre las "derivaciones" paretianas, como máscaras a desenmascarar con el método realista10; pero también llamo la atención sobre la apasionada impugnación en contra de los detractores de la neutralidad valorativa, que se encuentra en el primer capítulo de la Teoría General de la Política11.

El primer problema verdadero es que Bobbio no se limita a adoptar el método "realista", sino que mediante el uso constante de este método logra elaborar una concepción de la naturaleza de la política que él mismo llama "realista", en oposición a las visiones "idealizantes" -que son aquellas que confunden la política con la "buena" política. Sin embargo, el peculiar realismo ontológico de Bobbio, su concepción "realista" de la política, no coincide con la concepción que, desde mi perspectiva, constituye la constante, el núcleo teorético, del realismo político de todos los tiempos (y de todos los colores: desde Trasímaco hasta Maquiavelo, hasta Marx, hasta Carl Schmitt): es decir, no coincide con la concepción conflictiva o, mejor dicho, polemológica, según la cual la política es sustancialmente -como decía Foucault invirtiendo a Clausewitz- la continuación de la guerra por otros medios. Como todos saben, Bobbio coloca en el centro de su reflexión sobre el mundo político y sobre la misma delimitación teórica del campo de la política, al concepto de poder y distingue al poder político de las demás especies de poder social utilizando el criterio weberiano del "medio específico": la fuerza. Para Bobbio las teorías que definen a la política y al poder político echando mano, más allá del medio específico, de un determinado fin ideal son "persuasivas" (así las llama) y, por lo mismo, las rechaza por "no ser realistas"12. Partiendo del nexo conceptual entre "política", "poder" y "fuerza", Bobbio, construye su definición de la política como esfera de la acción social articulada en dos dimensiones (o, como yo prefiero decir, en dos vertientes): por un lado, el poder coactivo es el fin de la acción política, el terminus ad quem, y por eso pertenecen a la esfera política los actos del abatir y del defender, del conservar o del revolucionar el poder; por el otro lado, el mismo poder coactivo es el principio de la acción política, el terminus a quo, y por eso reconocemos que son eminentemente políticas las actividades de comandar y prohibir, legislar y ordenar, etc. En este simple modo de delinear los perfiles de la esfera política13, Bobbio indica a la teoría la tarea de estudiar, los dos problemas políticos principales, que son los de la conquista y del ejercicio del poder, manteniéndolos diferenciados pero al mismo tiempo reconociendo su igual importancia. No tengo necesidad de recordar la relevancia que le otorga Bobbio a la segunda cuestión, la del ejercicio del poder, en el famoso debate sobre la concepción marxista del Estado.

Así las cosas, como podemos observar, la imagen polemológica de la política, la idea de la política como lucha -carácter constante e identificante de la tradición plurisecular del realismo político- encuentra su correspondencia solamente con uno de los dos hemisferios que la mirada analítica de Bobbio distingue en el universo de la acción política. Obviamente, para Bobbio como para cualquiera, es verdad que la lógica del conflicto permea tanto en la dimensión de la conquista del poder como en la de su ejercicio. Pero, para Bobbio, no es verdad que el sentido del ejercicio del poder se deba buscar, exclusivamente o en última instancia, en la afirmación y conservación del poder mismo. En suma, no es verdad que el fin "natural" y esencial de la acción política sea, maquiavélicamente, "vencer y conservar el estado". Bobbio afirma textualmente: "si el fin de la política fuera en verdad el poder por el poder, la política no serviría para nada"14.

En la superposición sólo parcial, o mejor dicho en el desfase entre el realismo ontológico de Bobbio, o sea lo que él mismo llama su «concepción» realista, y la ontología polemológica del realismo político tradicional, encontramos un principio de explicación literal al juicio que hace Bobbio de la teoría de Carl Schmitt, paladín del (hiper)realismo político del siglo XX, quien resuelve la esfera política en la relación amigo-enemigo: "A pesar de que pretende valer como una definición global del fenómeno político, la definición de Carl Schmitt considera a la política desde una perspectiva unilateral"15. En síntesis extrema: "política" no es solamente y ni siquiera principalmente antagonismo, conflicto extremo, atropello, imposición, dominio en perenne alternancia. El conflicto mismo es "político", cuando lo es, no en cuanto tal ni en tanto extremo y antagónico, sino cuando se combate por la conquista de ese poder, del poder coactivo-político, es decir de aquel poder que es capaz -tiene la fuerza- de imponer un orden, bueno o malo y, por lo tanto, de impedir el surgimiento o el resurgimiento de conflictos antagónicos y de evitar con ello la disgregación de la convivencia. Por lo tanto, el conflicto es político, cuando lo es, en virtud de la ratio finalis anticonflictiva del poder político y de la política misma. Bobbio lo ha repetido una infinidad de veces: es necesario vencer para gobernar, pero gobernar significa resolver los conflictos. Concluyo este apartado con una cita puntual: "Precisamente en la medida en la que el poder político se caracteriza por el instrumento del que echa mano para alcanzar sus fines, y este instrumento es la fuerza física, se trata del poder al que apelamos para resolver los conflictos que si quedaran sin solución tendrían como efecto la disgregación del Estado y del orden internacional"16.

4. No obstante, el rostro más "realista", el más dramático, del realismo ontológico de Bobbio no es el que coincide con la reflexión desprejuiciada, es decir la que se ejerce con una actitud axiológicamente neutral sobre la naturaleza esencialmente coactiva del poder político y, en general, sobre los modos y las formas de ejercicio de la fuerza en el universo de las cosas políticas; sino que el rostro mas realista es el que se convierte en un juicio de valor fuertemente negativo sobre los acontecimientos humanos y en un cuestionamiento angustiante sobre el predominio de hecho del mal en la historia del mundo y en el teatro de la política. Mucho podríamos decir sobre la antropología -realista pero no solamente realista- y sobre la filosofía de la historia -no "terrorista" en el sentido kantiano, sino como él mismo la define, "melancólica"-17 de Bobbio. Me limito a algunos comentarios sobre su forma de enfrentar el clásico y tormentoso problema de la relación entre la moral y la política o, con mayor precisión, sobre la actitud de Bobbio hacia lo que he llamado realismo práctico y que se refiere a los criterios de justificación de la acción política.

Bobbio parte de la constatación del contraste entre la conducta política y la moral común: un hecho, subraya, "en sí mismo escandaloso"18, verificable en todo lugar y en todo tiempo, y aparentemente inmodificable; procede a la reconstrucción, clasificación, comparación de las diferentes teorías que intentan explicar y justificar el divorcio de la política frente a la moral; pero no abraza la tesis de la amoralidad de la política o de su total autonomía de la moral -tesis que constituye el fundamento del realismo práctico clásico, radical y coherente. La política, sostiene Bobbio, al igual que todas las demás formas de la acción humana, no puede escapar del juicio moral. El problema consiste en determinar si este juicio debe ser formulado siguiendo criterios diferentes de los que se aplican a la conducta humana común. Pero, en todo caso, es obvio que existen comportamientos políticos injustificables: "A pesar de todas las justificaciones de la conducta política que se aparta de las reglas de la moral común, el tirano sigue siendo tirano, y puede definirse como aquél cuya conducta no puede ser justificada desde ninguna perspectiva teórica, ni siquiera por aquellas teorías que reconocen una cierta autonomía normativa de la política respecto de la moral"19. Y bien: el área de los comportamientos políticos injustificables es para Bobbio, el "realista", más amplia y se configura de manera diferente de la propuesta por todas las versiones del realismo político tradicional, fundada sobre la concepción polemológica de la política (es decir, sobre el realismo ontológico clásico). Que no todo fin pueda justificar cualquier medio es simplemente banal: ninguna teoría seria sobre la relación de la política con la moral se atrevería a afirmar lo contrario (quizá). Pero, por encima de todo, precisamente porque para Bobbio la política no es -como sí lo es para el realismo político tradicional- una dimensión de la existencia humana siempre cercana al "estado de necesidad", la acción política no puede representarse como una especie de excepción permanentemente justificada a las reglas morales. Para reconstruir el rostro peculiar del realismo práctico de Bobbio deberíamos responder de forma analítica y articulada a la pregunta: cuáles fines, según él, justifican qué medios. Y encontraríamos que las respuestas que podemos obtener de los textos de Bobbio son sumamente dubitativas y condicionales. Veamos algunas orientaciones para encontrar las respuestas: ¿El fin de la salus reipublicae justifica (no cualquier medio pero) el recurso a la violencia colectiva? Depende: ¿de cuál respublica estamos hablando? Ciertamente no de una "patria" indefinida. Recuérdese la afirmación, muchas veces repetida por Bobbio: "Deseamos que Italia perdiera la guerra...". ¿El fin de la instauración del "orden justo"? Depende: ciertamente no aquél, presuntuoso, de quien pretende el nacimiento del "hombre nuevo"20. Y así sucesivamente.

Quizá, para Bobbio, el fin que potencialmente justificaría más el uso de medios extremos violentos (pero nunca verdaderamente extremos) sería el de impedir que se extienda la violencia, que se desate lo que él llama el "mal activo", la crueldad inhumana; y, tal vez más, el fin de oponerse a la difusión de la actitud de aquiescencia transigente ante la imposición de los violentos y de los prepotentes. Aquí se encuentra la raíz más profunda de las manifestaciones del realismo práctico por parte de Bobbio -las justificaciones de actos de violencia organizada- ante la primera guerra del Golfo y la de Kosovo en la última década del siglo xx. Pero el carácter condicional y dubitativo de su realismo práctico, fundado en un realismo ontológico que no es unilateralmente conflictivo, le permitió en ambos casos una rectificación parcial. En un artículo del primero de febrero de 1991, titulado La gran tragedia21, Bobbio aclaraba que, desde el inicio, había considerado que la guerra contra Irak era una guerra justa "en el sentido estricto -el único plausible- de la palabra", es decir, en el sentido de lícita, permitida, "en cuanto respuesta, en última instancia, a una agresión" y se quejaba de que de sus últimas declaraciones únicamente se hubiera resaltado "el criterio de la justicia que había considerado preliminar, sí, pero secundario": la guerra, además de lícita, debería haber sido "también eficaz, es decir conforme a su objetivo. No debía, en otras palabras, ser un remedio peor que el mal". En un artículo posterior, escrito el 24 de febrero y publicado dos días después con el título La ética de la guerra22, invitaba a considerar un criterio de juicio ulterior y decisivo: "antes de que estallara la guerra, la pregunta ritual era: "¿se puede hacer esta guerra?", en la que "poder" no significa "que sea posible" sino "que sea lícita". Ahora que la guerra parece que está por terminar permítanme plantear otra pregunta que podría parecer intempestiva: "¿esta guerra, admitiendo que se podía hacer, se tenía que hacer?". La conexión entre las dos preguntas deriva del hecho que, si bien es cierto que una acción debida también tiene que ser lícita, no lo es que una acción tenga que ser considerada debida por el sólo hecho de ser lícita". Al final planteaba de nuevo la pregunta: "desde hace más de un mes, cada día que pasa [...] nos preguntamos con inquietud creciente: "¿pero esta guerra se tenía que hacer? y, si se tenía que hacer, ¿con qué condiciones y dentro de cuáles límites se tenía que hacer?". Y concluía afirmando: "nuestra conciencia está turbada".

El 15 de mayo de 1999, durante la guerra de los Balcanes, Bobbio envío un mensaje a los organizadores de la presentación del sitio web dedicado a su obra en la feria del libro de Turín23. Este mensaje contiene lo que él llama una "confesión": "como intelectual endurecido he sido más un espectador que un actor. También en estos días en los cuales nuestro trágico siglo xx está por terminar trágicamente. No me hago ninguna ilusión de que el próximo será más feliz. A pesar de las predicas desde los más diversos púlpitos contra la violencia y las guerras, hasta ahora los hombres no han encontrado otro remedio a la violencia que la violencia misma. Y ahora asistimos a una guerra que encuentra su propia justificación en la defensa de los derechos humanos, pero los defiende violando sistemáticamente incluso los derechos humanos más elementales en el país que quiere salvar".

5. Post scriptum. Hace dos años, el 18 de octubre de 2001, Alberto Papuzzi publicaba en "La Stampa" una emotiva página de felicitaciones a Bobbio con motivo de sus noventa y dos años de vida. Pocos días antes había iniciado la guerra de Afganistán, respuesta terrible a la terrible tragedia del 11 de septiembre. Papuzzi evocaba brevemente el apasionado debate sobre la guerra del Golfo, que había tenido lugar diez años antes alrededor de las declaraciones y los artículos de Bobbio. En un espacio exiguo hubiera sido difícil dar cuenta de lo complejo y problemático de la actitud de Bobbio en aquella ocasión. Pero Papuzzi reflejaba e interpretaba las ansias del presente "causadas por los atentados terroristas, por las amenazas bacteriológicas, por los bombardeos estadounidenses y por las bombas equivocadas". Concluía con estas simples palabras en las que me reconocí de inmediato: "felicidades, profesor. Cómo nos hace falta el limpio auxilio de su pensamiento". Añado: también en el disenso, algunas veces.

Han pasado otros dos años, otros dos cumpleaños. No serenos. Sobre el primero pendía la amenaza, después materializada, de una nueva guerra o, mejor (no: peor), de otro capitulo de la guerra "infinita" lanzada después de la tragedia del 11 de septiembre. De nuevo contra el Irak de Sadam Hussein. En aquel tiempo, me puse a releer un artículo de Bobbio del primero de julio de 1993. Se refería a un episodio que muchos hemos olvidado: es decir, el bombardeo de Irak efectuado pocos días antes, en junio de 1993, por orden de Clinton, en respuesta a un atentado fallido que presuntamente había sido organizado por los servicios secretos iraquíes en el mes de abril contra el expresidente Bush (padre) en ocasión de una visita a Kuwait. Aquél fue un ataque con misiles sorpresivo, y sorprendente, para los propios observadores estadounidenses, un ataque que había provocado -como siempre- muchas víctimas civiles. Los diplomáticos estadounidenses apelaron, a posteriori, al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas que reconoce el "derecho natural a la legítima defensa". Clinton había afirmado que con el bombardeo pretendía "enviar un mensaje a aquellos que se dedican al terrorismo patrocinado por los Estados". Inglaterra, Francia, Alemania e Italia inmediatamente declararon que consideraban legítimo y justificado el ataque. El artículo de Bobbio, en cambio, se titulaba Esta vez digo no24. Reproduzco algunos párrafos. "Considero a Sadam Hussein uno de los hombres más nefastos que hayan aparecido sobre la escena política [...]. Esto no me impide considerar odiosos los repetidos bombardeos sobre Bagdad ordenados por el presidente Clinton". "...me asombra que, salvo alguna noble excepción [...] la reacción de la opinión pública haya sido más bien débil y, peor todavía, que haya existido una adhesión casi unánime, que sólo podemos juzgar como vil y servil, de los gobiernos occidentales". "Desde el punto de vista político [la acción] es irresponsable: en vez de humillar al enemigo, habiendo golpeado hasta ahora inocentes (sólo inocentes), lo exalta". "Desde el punto de vista moral [la acción es] inicua. Incluso dentro de los límites de la moral realista, que parece la más adecuada para juzgar las acciones políticas, según la cual "el fin justifica los medios", aquellos bombardeos difícilmente pueden justificarse [...]. El fin se justifica por su bondad, los medios por su eficacia. Si es discutible que el castigo de un atentado fallido pueda considerarse como un fin bueno, cuando la reacción adecuada hubiera sido impedir que ocurriera: ¿es posible considerar apropiado y eficaz el medio adoptado para alcanzarlo, es decir, que en lugar de buscar y castigar a los culpables se intentara destruir la sede en la que supuestamente se encontraban los servicios secretos que lo habían tramado?". "El apelo al artículo 51 de la Carta de la organización de las Naciones Unidas sólo puede convencer a los que no lo conocen". "En cuanto al objetivo general que se atribuye a los bombardeos de Clinton, la lucha en contra de toda forma de terrorismo mundial, permítanme suspirar. "Quién esté libre de pecado..."".

No pretendo poner en palabras de Bobbio algo que él no ha dicho: ni sobre el atentado terrorista del 11 de septiembre, ni sobre Afganistán, ni sobre la segunda guerra en Irak. Me limito a señalar que el pensamiento de Bobbio, si lo queremos consultar, si todavía queremos aprovechar su "limpio auxilio", como bien decía Papuzzi, ahí está: en la mole ingente de sus escritos, con su rigor intelectual y moral, con sus tensiones e inquietudes. Pero usarlo de forma unilateral o demasiado perentoria o, peor aún, dogmática, abusando del principio de autoridad, sería contrario al espíritu y a la letra de la obra de Bobbio.

 

Notas

*Traducción de Pedro Salazar Ugarte. Una primera versión de este ensayo fue publicada en octubre de 2002. El texto fue actualizado y modificado un año después: la versión que ahora se publica fue presentada por el autor en una conferencia impartida en el auditorio del Instituto Federal Electoral en la Ciudad de México.

1 Me refiero al ensayo de A. Ruiz Miguel, Bobbio: las paradojas de un pensamiento en tensión, que fue originalmente presentado como una ponencia en el curso sobre La figura y el pensamiento de Norberto Bobbio, que fue organizado y dirigido por Gregorio Peces-Barba en Santander, 20-24 julio 1992 — y cuyos actos fueron publicados en un volumen homónimo editado por A. Llamas, en la columna del "Instituto de derechos humanos Bartolomé de Las Casas" de la Universidad Carlos III de Madrid, en 1994. El ensayo revisado fue incluido en el libro de A. Ruiz Miguel, Política, historia y derecho en Norberto Bobbio, Fontamara, México 1994.         [ Links ] Le respuesta de Bobbio a Ruiz Miguel (y a los demás participantes) se encuentra en el Epílogo para españoles que cierra el volúmen de los actos y esta traducido al italiano bajo el título Risposta ai critici en N. Bobbio, _De senectute, Einaudi, Torino 1996.         [ Links ]

2 N. Bobbio, De senectute, cit., p. 154.

3 Ivi, p. 152.

4 P. Anderson, "The affinities of Norberto Bobbio", "New Left Review", 170, 1988,         [ Links ] traducido con el título "Norberto Bobbio e il socialismo liberale" en un volúmen editado por G. Bosetti, "Socialismo liberale. Il dialogo con Norberto Bobbio oggi", suppl. L'Unitá del 9 de noviembre de 1989. La caracterización general del pensamiento de Bobbio se encuentra en la p. 25 de la trad. it. cit. Anderson define el realismo como "una cultura obsesiva de la política pura [...] entendida como dominio subjetivo absoluto del poder per sé [...], mecanismo intrincado mediante el cual se adquiere o se pierde el poder" (trad. it., p. 35).

5 En una carta personal, que dio origen a un breve intercambio epistolar, que fue posteriormente publicado en Teoria política, V, núm. 2-3, 1989        [ Links ]
6 Norberto Bobbio - Perry Anderson, "Un carteggio", Teoria politica, V, núm. 2-3, 1989, p. 294.         [ Links ]

7 Desarrollé estos puntos en un ensayo de hace muchos años que estaba dedicado a Gramsci e il realismo politico, en AA.VV., Teoria politica e società industriale. Ripensare Gramsci, editado por F. Sbarberi, Bollati Boringhieri, Torino 1988;         [ Links ] posteriormente los retomé en "Etica e politica tra machiavellismo e kantismo", Teoria politica, IV, núm. 2, 1988;         [ Links ] y finalmente en "La natura della politica. Potere, forza, legittimità", Teoria politica, XIII, núm. 2, núm. 3, 1997.         [ Links ]

8 Sobre todo en el último de los ensayos citados en la nota 7.

9 No por otro motivo sino por la complejidad misma de la distinción, que se encuentra detrás de la misma, entre "hechos" y "valores".

10 Cfr. N. Bobbio, Saggi sulla scienzapolitica in Italia, Laterza, Bari 1969, nueva ed. Roma-Bari 1996.         [ Links ]

11 N. Bobbio, Teoria generale della politica, Einaudi, Torino 1999, pp. 13-16.         [ Links ]

12 Cfr. por ejemplo. Teoria generale della politica, cit., pp. 110-11.

13 Cfr. Teoria generale della politica, cit., p. 102.

14 Teoria generale della politica, cit., p. 112.

15 Teoria generale della politica, cit., p. 113

16 Teoria generale della politica, cit., p. 114, subrayados agregados.

17 Así la definió en un discurso que pronunció con motivo de la celebración de la "Jornada de las Naciones Unidas", el 26 de octubre de 1993, y publicado en el opúsculo que lleva el título Il ruolo dell'ONU nel nuovo assetto internazionale, SIOI, Torino 1993. En la p. 17 podemos leer: "Desgraciadamente, y subrayo este 'por desgracia' en el que resumo toda mi melancólica filosofía de la historia, el único remedio que hasta ahora han encontrado los hombres para lograr la paz es creando una fuerza mayor a la fuerza de los contendientes".

18 Teoria generale della politica, cit., p. 124.

19 Teoria generale della politica, cit., p. 144.

20 Cfr. Teoria generale della politica, cit., pp. 294-303.

21 Ahora en N. Bobbio, Una guerra gusta? Sul conflitto del Golfo, Marsilio, Venezia 1991, pp. 75-79.         [ Links ]

22 Ivi, pp. 87-90, con el título Considerazioni inattuali.

23 El mensaje es inédito y se encuentra en los archivos del Centro Studi Piero Gobetti, y se encontraba dirigido a Bianca Guidetti Serra y a Carla Gobetti, presidente y directora, respectivamente, del Centro Gobetti, en donde se creó la página web sobre la obra de Bobbio.

24 Publicado en el periódico "La Stampa", el 1° de julio de 1993.



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