Franco Basaglia, líder de la denominada antipsiquiatría italiana, responsable de la salida de los manicomios italianos de millares de ciudadanos, que hoy llevan una vida normal, e inductor de la denominada ley 180 de aquel país, según la cual nadie puede ser internado contra su voluntad, y según la cual también los manicomios italianos han sido condenados a desaparecer, falleció el viernes, en Venecia, a los 56 años de edad, a causa de un tumor cerebral
Giordano Savarin es el nombre de un ciudadano italiano que asesinó a sus padres con un gran cuchillo. ¿Causas del crimen? Posiblemente en el inconsciente de Savarin existiesen determinantes infantiles, oscuros sentimientos o confusas venganzas que le impulsasen a ese acto, siempre irracional, que es el asesinato de dos seres humanos, pero los jueces italianos determinaron que Savarin era un perturbado mental, que «andaba suelto», por lo cual hubo de ser el responsable de su tratamiento el psiquiatra Basaglia, quien tuvo que comparecer para explicar por qué aquel ciudadano no estaba internado, si era un «loco peligroso». Giordano Savarin era un «enfermo mental liberado» del hospital psiquiátrico de Gorizia, en la Italia de los primeros años de la década de los setenta, donde más de 200.000 seres humanos estaban condenados a una de las peores formas de prisión: el manicomio. Privados de identidad, tanto en aquel como en los demás países, los locos, como son etiquetados los ciudadanos de comportamiento excesivamente diferente o con una manifestación disidente de su emotividad y su impulsividad, eran o siguen siendo internados en esas sepulturas definitivas del alma que son las llamadas casas de salud, mientras el cuerpo siga viviendo, definitivamente condenados a la no recuperación de su identidad.
Pero ¿quiénes van a los manicomios y por qué? Suenan fuertes y rotundas todavía las palabras de Franco Basaglia: «Al manicomio va la gente que no tiene voz, la palabra; es decir, los pobres, los desheredados». Para el antipsiquiatra italiano, sólo los desheredados van al manicomio, aunque la evidencia también nos muestra individuos de las clases dirigentes internados en esas ciudadelas de terror perpetuo, de camisas de fuerza, electro-choques y lobotomías. Pero, en este caso, también estamos ante desheredados, desheredados del amor de los suyos, individuos, como escribiera Sullivan, que se cuentan las más de las veces entre los elementos más inteligentes y brillantes de unas familias que les condenaron, por conflictivos, molestos y problemáticos, a ser ovejas negras, primero, y carne de manicomio, después.
Franco Basaglia se propuso destruir los manicomios. Heredero, sin duda, del espíritu de Sigmund Freud, quien, en palabras de Castilla del Pino, «inicio el diálogo con la locura, una locura siempre con significado», rechazó, sin embargo, ese otro aspecto de la práctica psicoanalítica, acomodaticio, burgués y, en resumen, tímido y cobarde en sus conclusiones.
Para el líder antipsiquiátrico, el diálogo con el llamado loco debe ser restaurado; y eso es incompatible con el funcionamiento del manicomio. El psiquiatra del manidomio desempena, según Basaglia, el papel de «difundir la psiquiatría como elemento del culto al pesimismo; es decir, haciendo creer que el enfermo mental no puede curarse, que es peligroso, etcétera».
Frente a esta amarga alternativa, la otra, la de la fe en la vida, en cualesquiera de sus manifestaciones, incluso en la de la locura, tremendamente cercana, por otra parte, al arte y a la libertad, es así expresada por Basaglia: «Cuando el psiquiatra da la palabra al internado, puede producirse el auténtico cambio, porque el desheredado habla y expone sus necesidades». Necesidades de afecto; necesidades de intelección en un medio o entorno, las más de las veces incapacitado para entender al loco, en muchas ocacíones, por la superioridad intelectual de éste; necesidad de comprensión en profundidad, etcétera.
« En ese momento», concluye Basaglia su magistral descripción del inicio del diálogo con la locura, «comenzaría el verdadero trabajo del psiquiatra y se podría comprobar si existe o no la psiquiatría una vez que se estableciera la recíprocidad entre el psiquiatra y la persona que sufre».
No siempre se da esa reciprocidad ni, menos aún, en el caso de las instituciones. «Cuando se destruye el manicomio», asegura Franco Basaglia, «que es la institución que protege al técnico, entonces es cuando nos encontramos con el sufrimiento del ciudadano y ya no se podrá dar una respuesta institucional, sino individual: una respuesta de lucha. Cuando el manicomio ya no existe, desaparece el prejuicio de que dentro están los malos y fuera los buenos».
Franco Basaglia tuvo que comparecer -¡cómo no!- en el banquillo de los acusados por una culpa que él no tenía, así descrita en palabras de otro antipsiquiatra, David Cooper: «Llevo toda una vida combatiendo contra el sentimiento de culpabilidad. Debe convencerse a las gentes para que acepten su propia locura sin temor. Hay que recuperar a la locura como una propiedad social común... Sobre todo mandando al carajo a los expertos, cortando la cabeza a los psiquiatras».
Basaglia, que no fue tan radical en sus expresiones como Cooper, respondió en una ocasión a la pregunta sobre si era o no antipsiquiatra con estas palabras: «¿Psiquiatra? ¿Antipsiquiatra? Son palabras sin significado para mí».
Lo cierto es que en la ciudad de Gorizia, donde el paciente Giordano Savarin asesinó a sus padres, se habían abierto las puertas de un manicomio. Pero, años más tarde, Trieste daba la respuesta al experimento: en el hospital psiquiátrico de aquella ciudad, de 1.200 pacientes que había, en 1978, quedaban sólo 420, de los que sesenta eran personas mayores de 75 años, trescientos no sabían adónde ir y sesenta eligieron formas de vida autogestionaria, comunal, no por casualidad, eligiendo antiguas dependencias de monjas y curas.
La Italia que hereda el espíritu de Basaglia aprobó recientemente, en su Parlamento, la denominada ley 180. Es esta, sin duda, la lógica continuación de la sentencia italiana que absolvió a Franco Basaglia, al reconocer, tácitamente, que valía la pena el riesgo de aquel desdichado asunto del asesinato de Giordano Savarin a sus padres. Los jueces valoraron positivamente el sentido de tantos cientos de vidas de locos de manicomio que recobraron su identidad y salieron de esa cárcel cuyo nombre, manicomio, viene del griego mania (locura) y komeo (cuidar). Los manicomios comienzan a cerrarse en Italia, y antiguos dementes recuperan su condición de ciudadanos normales, con una locura normal y un sufrimiento normal. «Se ha reconocido», afirmó uno de sus abogados defensores, «el honor profesional de un científico y un profesional que tiene una delicada misión que cumplir en favor de la humanidad que sufre».
PSICOLOGÍA › LA SABIDURÍA DE FRANCO BASAGLIA
“El manicomio liberado”
Fundador de la desmanicomialización en Italia y en el mundo, pronunció en 1979 en San Pablo, Brasil, una serie de conferencias –hoy recogidas en libro– en las que reflexiona sobre la locura, la sociedad y la emancipación.
Por Franco Basaglia *
Es difícil decir si la psiquiatría es por sí misma instrumento de liberación o de opresión. Tendencialmente la psiquiatría es siempre opresiva, es una manera de manifestarse el control social. Si partimos del origen de la psiquiatría, debemos recordar a Philippe Pinel, que a fines del siglo XVIII liberó a los locos de las prisiones; pero desgraciadamente, luego de haberlos liberado, los encerró en otra prisión que se llama manicomio. Empieza así el calvario del loco y el gran destino del psiquiatra. Luego de Pinel, en la historia de la psiquiatría aparecen nombres de grandes psiquiatras; pero del enfermo mental sólo existen denominaciones, etiquetas: histeria, esquizofrenia, manía, astenia. La historia de la psiquiatría es la historia de los psiquiatras y no la historia de los enfermos.
Desde el siglo XVIII, este tipo de relación ligó indisolublemente al enfermo con su médico, creando una condición de dependencia de la cual el enfermo no ha logrado liberarse. Diría que la psiquiatría nunca fue otra cosa que una mala copia de la medicina, una copia en la cual el enfermo aparece siempre totalmente dependiente del médico que lo atiende: lo importante es que el enfermo no se coloque nunca en una posición crítica en relación con el médico.
Cuando el pueblo, en el siglo XIX, comenzó a rebelarse en contra de la autoridad del Estado, se advirtió que quería participar en la gestión del poder y, sobre todo, que el pueblo no era un animal que podía ser dominado fácilmente. Así se pudo distinguir la existencia de dos clases: la de los trabajadores, que no quiere más ser dominada y quiere participar del poder, y la clase dominante, que no quiere ceder espacios. Fueron más de cien años de luchas, de sangre, de guerras civiles: la clase trabajadora conquistó un espacio relevante en nuestros países. Pienso que es fundamental que los médicos y los psiquiatras sepan estas cosas.
El médico que presta asistencia en una comunidad debe saber que en ella están presentes por lo menos dos clases, una que quiere dominar y la otra que no quiere dejarse dominar. Cuando un psiquiatra entra en un manicomio encuentra una sociedad bien definida: por un lado, los “locos pobres” (el sistema de los manicomios públicos en los países industrializados nació para el tratamiento a cargo del Estado de los “locos pobres”; así lo decían las disposiciones legales) y, por otro lado, los ricos, la clase dominante, que dispone los medios para el tratamiento de los pobres locos. Desde esta perspectiva, ¿cómo podemos pensar que la psiquiatría pueda ser liberadora? El psiquiatra estará siempre en una situación de privilegio, de dominio con respecto al enfermo. Desde este punto de vista, la psiquiatría es, desde su nacimiento, una técnica altamente represiva, que el Estado siempre usó para oprimir a los enfermos pobres, es decir: la clase trabajadora que no produce.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX sucedió algo nuevo, que puso al alcance de la psiquiatría instrumentos de liberación. Luego de la Segunda Guerra Mundial el pueblo y algunos técnicos comenzaron a poner en discusión las instituciones del Estado. En los años ’60 hemos visto rebelarse, como en una gran llamarada, a la juventud del mundo entero. En ese levantamiento, nosotros, los técnicos de la represión psiquiátrica, estábamos presentes; dimos nuestro apoyo a esa rebelión. Más tarde, mientras la revuelta de 1968 se perdía en varias direcciones y era reformulada en una suerte de nueva opresión y restauración, hubo una serie de situaciones que unieron las luchas en las instituciones con las luchas de los trabajadores. Hubo ilusiones, pero también certezas. Hemos visto que cuando el movimiento obrero toma en sus manos luchas reivindicativas, de liberación, antiinstitucionales, esta ilusión se vuelve realidad. En Italia, luego de 1968 hubo grandes huelgas en las que los obreros reivindicaron el derecho a la salud, es decir que llevaron su lucha al nivel de las instituciones públicas. Paralelamente algunos técnicos demostraron que el manicomio era un lugar de opresión y de dolor, no de cuidado. Finalmente, en aquellos años y en los siguientes, las mujeres demostraron que la opresión del hombre y de la familia trataba de impedirles tener una subjetividad propia.
Todos estos movimientos han puesto en evidencia la voluntad de afirmación, no sólo como objetividad, sino como subjetividad. Esta es la fase que estamos viviendo, y es un desafío a aquello que somos, a la relación entre nuestra vida privada y nuestra vida como hombres políticos.
Cuando el enfermo pide al médico explicaciones sobre su tratamiento y el médico no sabe o no quiere responder, o cuando el médico pretende que el enfermo se quede en la cama, es evidente el carácter opresivo de la medicina. Cuando el médico, en cambio, acepta el reclamo, entonces la medicina y la psiquiatría se transforman en instrumentos de liberación.
Es en esta cuestión que tenemos que elegir nuestro camino: si preferimos quedarnos en la oscuridad o queremos estar presentes en nuestro tiempo y cambiar, en la práctica, nuestra vida.
Desmanicomio
Después de la Segunda Guerra Mundial, Italia era todavía, en lo económico y cultural, un país campesino. En la década de 1950 comenzó un proceso de cambio determinado por el desarrollo de la sociedad industrial y, consecuentemente, de una clase obrera cada vez más fuerte. En aquellos años iniciamos el trabajo en Gorizia, una pequeña ciudad en la frontera con Yugoslavia. Allí había un hospital con 500 camas dirigido de manera totalmente tradicional; era usual la práctica del electroshock y el shock insulínico; antes que nada, era un hospital dominado por la miseria, la misma que encontramos en todos los manicomios. En cuanto entramos, dijimos: no. Un no a la psiquiatría, pero sobre todo un no a la miseria.
Vimos que, desde el momento en que dábamos respuesta a la pobreza del internado, su posición cambiaba totalmente: dejaba de ser un loco para transformarse en un hombre con el cual podíamos entrar en relación.
Habíamos comprendido que un individuo enfermo no sólo necesita la cura de la enfermedad: necesita una relación humana con quien lo atiende, necesita respuestas reales para su ser, necesita dinero, una familia; necesita todo aquello que también nosotros, los que lo atendemos, necesitamos. Este fue nuestro descubrimiento. El enfermo no es solamente un enfermo, sino un hombre con todas sus necesidades. Por ejemplo, yo recuerdo que después de que abrimos los pabellones en Gorizia, en 1963-1964, todos esperábamos ver cosas terribles. No sucedió nada. Vimos que las personas se comportaban correctamente, pedían cosas muy justas: querían comida mejor, posibilidad de relaciones hombre-mujer, tiempo libre, libertad para salir. Son cosas que un psiquiatra ni siquiera imagina que el enfermo pueda pedir. Sería como si, en una sociedad fundada sobre el puritanismo, una hija le pidiera al padre salir de noche. Eso sería terrible para el padre, ¿no iba a poder saber cuándo su hija volvería a casa? Ocurre lo mismo con el enfermo mental, porque el psiquiatra siempre confundió la internación del enfermo con la propia libertad. Cuando el enfermo está internado, el médico está en libertad; cuando el interno está en libertad, el internado es el médico.
Entonces, cuando empezamos a organizar algo tendencialmente igualitario, vimos, por ejemplo, que un hombre se encontraba con una mujer y no sucedía nada violento. Se enamoraban. Naturalmente, luego podían tener una relación sexual, como sucede en las mejores familias y ¿por qué no habría de suceder en el manicomio liberado? Empezamos a divulgar la experiencia para demostrar que era posible dirigir el manicomio de otra manera. Y todo esto nos llevó también a una reflexión política: los internados pertenecían a las clases oprimidas y el hospital era un medio de control social.
En Gorizia organizamos una comunidad con el objetivo de curar y de mostrar que era posible una vida distinta. Lo sorprendente fue que mucha gente que venía a vernos percibía que la vida dentro de la comunidad era mejor que la vida afuera. Era que dentro de esa comunidad, el egoísmo que domina nuestras vidas era afrontado de otra manera: mi sufrimiento era el sufrimiento del otro. Con este tipo de lógica empezamos.
Después, muchos de los que habían trabajado en Gorizia fueron a dirigir otras instituciones psiquiátricas y así se generaron cuatro, cinco, seis experiencias diferentes. De todos modos, nosotros sabíamos que el manicomio, aun el dirigido de modo alternativo, era siempre una forma de control social, porque la gestión no podía sino estar en manos del médico, y la mano del médico es la mano del poder. Entonces, cuando, en 1971, empezamos a trabajar en Trieste, continuamos la experiencia de Gorizia, pero con el proyecto de eliminar el manicomio y sustituirlo por una organización mucho más ágil, para poder afrontar la enfermedad allí donde tenía origen. Empezamos con un manicomio que tenía 1200 personas y hoy, luego de ocho años de trabajo, no quedó casi nadie en esa estructura. Esas personas procuraron reinsertarse socialmente, con nosotros, con la sociedad, con la comunidad.
Podríamos decir que somos personas que transforman en oro lo que tocan, aunque en realidad nuestro trabajo fue muy simple. Como ya dije, en Gorizia descubrimos que la clase trabajadora, en caso de enfermedad, era destinada al manicomio. Entonces, pensamos que esta clase debía tener responsabilidades y poder en la gestión del problema de la salud y que esto podría cambiar las cosas. Por ejemplo, la discusión sobre cuándo se podía dar de alta a un paciente no era sólo entre nosotros, los médicos, sino también con las personas del barrio donde el enfermo iba a ir a vivir. De esta forma, el vecino del barrio se daba cuenta de que las necesidades del paciente no eran distintas a las suyas. Ante el problema de dar de alta a una persona pobre, que no tenía dinero ni casa, ni familia, muchos percibían que estaban o que podían llegar a estar en las mismas condiciones. Comenzaba así la identificación entre el sano y el enfermo, y el inicio de la integración del enfermo.
Entonces, día a día, año a año, paso a paso, desesperadamente, encontrábamos la manera de llevar al que estaba adentro, afuera, y al que estaba afuera, adentro. En la medida en que el número de los internados disminuía, íbamos creando en la ciudad los centros de salud mental. Teníamos una estructura externa muy ágil, en la cual la enfermedad se enfrentaba fuera del manicomio. Y veíamos que los problemas referidos a la peligrosidad de los enfermos comenzaba a disminuir: empezábamos a afrontar, no ya una “enfermedad”, sino una “crisis”.
Hoy nos es evidente que cada situación que nos llega es una crisis vital y no “una esquizofrenia”. En aquel momento, ya veíamos que aquella “esquizofrenia” era la expresión de una crisis, existencial, social, familiar, no importa cuál. Una cosa es considerar el problema como una crisis y otra cosa es considerarlo como un diagnóstico: el diagnóstico apunta a un objeto, y la crisis a una subjetividad; subjetividad que a su vez pone en crisis al médico.
He hablado de manera muy general del camino que hicimos para tratar de eliminar el hospital psiquiátrico y crear una situación tendencialmente terapéutica. No puedo decir más que “tendencialmente”, porque no puede ser plenamente terapéutica: yo trato de curar a una persona, pero no puedo tener la certeza de si la curo o no. Es lo mismo que cuando digo que amo a una mujer: es muy fácil decir esto, pero en algún sentido es falso, porque el hombre tiende a un tipo de relación y la mujer a otro; la relación que se crea entre los dos no es más que una crisis, es una crisis en la que hay vida, siempre que no haya dominación del hombre sobre la mujer o de la mujer sobre el hombre. En una situación que es tendencialmente de amor, se puede crear una relación muy libre.
* Extractado de La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio, de reciente aparición, que reúne conferencias pronunciadas en San Pablo, Brasil, en 1979.
https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133467-2009-10-15.html
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Franco Basaglia
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Psiquiatra y ensayista italiano. Autor de algunos ensayos fundamentales para el avance en el estudio y tratamiento de las enfermedades mentales, está considerado, junto con Ronald D. Laing y David Cooper, como uno de los padres de la denominada "antipsiquiatría".
Datos biográficos
Nacimiento
Nació en Venecia, Italia; en el año 1924.
Trayectoria
Muerte
Muere en el año 1980, en su Italia natal.
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Se ha considerado a la reforma psiquiátrica italiana como la más avanzada de las reformas europeas de la segunda mitad del siglo XX. La asistencia psiquiátrica italiana, hasta los años 60 se ha caracterizado por la presencia determinante del manicomio. A partir de la década de los 50, con la influencia de las nuevas corrientes psicológicas, y las ideas aportadas por la sociología y la fenomenología, se empieza a realizar un cambio en la atención psiquiátrica, si bien lento y de desigual desarrollo en el país. En la década de los 60 se ponen en marcha algunas iniciativas aisladas tomando como referencia la psiquiatría de sector francesa, pero fracasan. Todos estos cambios están acompañados de un amplio debate político y social sobre las causas y formas de la marginación social.
Dentro de las experiencias reformadoras de la psiquiatría conviene destacar la llevada a cabo por Franco Basaglia en Peruggia y Goritzia, cuyo objetivo principal era el cierre de los manicomios. En Gorizia, convierte en un primer momento el hospital en una comunidad terapéutica; luego considera que es mejor devolver al paciente a la sociedad y desmantela el manicomio. En su experiencia se plantea la comunidad terapéutica como una etapa necesaria, pero transitoria, en la evolución del hospital psiquiátrico. En la comunidad terapéutica todos los pacientes y profesionales participan en la terapia del propio paciente; todos los problemas y situaciones se afrontan de forma dialéctica y se discuten (Basaglia, 1972). Este autor ha tenido gran protagonismo dentro de la reforma italiana y antes de su temprana muerte extendió también fuera de su país su lucha por los cambios del sistema de atención a la salud mental.
En el año 1973 se crea el movimiento colectivo "Psiquiatría Democrática" en el que se agrupan un gran número de profesionales de la salud mental. El movimiento sirve de plataforma progresista para extender la reforma psiquiátrica a toda Italia. Se basa en las experiencias antiinstitucionales llevadas a cabo por algunos centros de Italia (Gorizia, Perugia y Trieste). Este es el caldo de cultivo en el que surge la reforma psiquiátrica italiana. Había comenzado el proceso de desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos y el clima político de aquellos años favorecía un cambio en la concepción de los manicomios, donde empezaron a modificarse las condiciones de los propios pacientes mediante un enfoque más socioterapéutico.
Es en el año 1978 cuando se produce la consolidación de la asistencia psiquiátrica con la Ley 180 a partir de la cual no se permite el ingreso de nuevos pacientes en los hospitales psiquiátricos públicos, no obstante se permitía que los pacientes permanecieran en los hospitales como “huéspedes”. La misma ley prohibe la construcción futura de hospitales psiquiátricos o su reconversión en centros que tengan alguna similitud con los mismos. Para conseguir estos objetivos se crearían servicios psiquiátricos comunitarios con un ámbito geográfico determinado y trabajando en coordinación con unidades de hospitalización psiquiátricas de no más de 15 camas. El objetivo de esta ley ha sido el diseñar instrumentos concretos para desplazar el eje de la atención desde el polo manicomial al territorio, acercando la atención a la comunidad y a la vida social de los ciudadanos.
En los primeros años de la década de los 80, se empieza a sentir en Italia la crisis del estado de bienestar que se concreta en una política de restricción del gasto público, lo cual afecta a la reforma psiquiátrica puesto que se dejan de apoyar aquellas iniciativas que supongan un aumento del gasto sanitario.
Algunos años después de la promulgación de la Ley 180 comienzan los primeros problemas surgidos de su aplicación, entre los que se pueden citar la discontinuidad política y de programación de las actuaciones de las administraciones en el campo de la asistencia psiquiátrica lo que generó una situación de gran desigualdad a lo largo de todo el país. La distribución de los recursos existentes en el país era muy heterogénea con diferencias notorias entre las diversas áreas territoriales en las que se observaba que el 53% de los recursos estaban situados en el norte, frente al 20% de ellos en las regiones del centro y el 27% en las del Sur (Frisanco, 1990). El personal sanitario también está implicado en estos cambios y en ese sentido se constata la dificultad del traspaso de los profesionales, de las instituciones a las servicios comunitarios; también se crean necesidades de formación para afrontar las nuevas situaciones asistenciales. La escasez de recursos alternativos, como estructuras residenciales en la comunidad, obliga en muchas ocasiones a derivar a los pacientes a otras instituciones como asilos, residencias, etc. Por último, y no por ello menos grave, aparecen problemas para la reinsercción social de los pacientes que llevan muchos años en las instituciones y que no cuentan con soporte familiar, económico ni social.
Se han realizado muchos esfuerzos para evaluar los efectos de la nueva política de atención a la salud mental, pero estos intentos han encontrado una gran dificultad por la inexistencia de datos anteriores a la reforma (Torre et al., 1983; Tansella y Williams ,1987; Tansella et al., 1987, 1991).
Algunos estudios publicados se posicionan a favor y otros en contra del nuevo sistema de atención a la salud mental, aunque también se destacan las diferencias en cuanto a recursos existentes entre las regiones ricas del norte y centro y las áreas más deprimidas del sur. En un estudio realizado por Perris y Kemali (1985) se lleva a cabo una recopilación de lo publicado en Italia sobre la reforma psiquiátrica y llegan a la conclusión de que la mayoría de los informes basan sus conclusiones en posicionamientos ideológicos y políticos y no en los datos en sí mismos. A favor de la reforma se encuentran las conclusiones a las que llegan Bollini y Mollica (1989). Estos autores afirman que la reforma psiquiátrica nos ha demostrado que una sociedad puede vivir sin manicomios, aunque reconoce que carecemos de datos sobre los pacientes dados de alta que están sin hogar y sin recursos. Por otro lado, Crepet (1988) en su estudio sobre la reforma psiquiátrica afirma que todavía existen 30.000 pacientes que siguen siendo “huéspedes” de los hospitales psiquiátricos y que la reforma no ha llevado a cabo los cambios profundos que se esperaban. Este mismo autor, en otro estudio realizado 10 años después de la reforma (Crepet, 1990) afirma que, aunque han aumentado el número de recursos alternativos al hospital psiquiátrico, la atención que se le ofrece a los pacientes no es de calidad y que los recursos comunitarios todavía son demasiado escasos. Sin embargo, el antiguo hospital de Trieste se ha convertido en un centro para uso sanitario, educativo y laboral rodeado por varios centros de salud y donde muchos enfermos mentales están integrados en sociedades cooperativas.http://psicopsi.com/psiquiatria-comunitaria-reformas-psiquiatricas-REFORMA-PSIQUIATRICA-ITALIANA
“El manicomio liberado”
Fundador de la desmanicomialización en Italia y en el mundo, pronunció en 1979 en San Pablo, Brasil, una serie de conferencias –hoy recogidas en libro– en las que reflexiona sobre la locura, la sociedad y la emancipación.
Por Franco Basaglia *
Es difícil decir si la psiquiatría es por sí misma instrumento de liberación o de opresión. Tendencialmente la psiquiatría es siempre opresiva, es una manera de manifestarse el control social. Si partimos del origen de la psiquiatría, debemos recordar a Philippe Pinel, que a fines del siglo XVIII liberó a los locos de las prisiones; pero desgraciadamente, luego de haberlos liberado, los encerró en otra prisión que se llama manicomio. Empieza así el calvario del loco y el gran destino del psiquiatra. Luego de Pinel, en la historia de la psiquiatría aparecen nombres de grandes psiquiatras; pero del enfermo mental sólo existen denominaciones, etiquetas: histeria, esquizofrenia, manía, astenia. La historia de la psiquiatría es la historia de los psiquiatras y no la historia de los enfermos.
Desde el siglo XVIII, este tipo de relación ligó indisolublemente al enfermo con su médico, creando una condición de dependencia de la cual el enfermo no ha logrado liberarse. Diría que la psiquiatría nunca fue otra cosa que una mala copia de la medicina, una copia en la cual el enfermo aparece siempre totalmente dependiente del médico que lo atiende: lo importante es que el enfermo no se coloque nunca en una posición crítica en relación con el médico.
Cuando el pueblo, en el siglo XIX, comenzó a rebelarse en contra de la autoridad del Estado, se advirtió que quería participar en la gestión del poder y, sobre todo, que el pueblo no era un animal que podía ser dominado fácilmente. Así se pudo distinguir la existencia de dos clases: la de los trabajadores, que no quiere más ser dominada y quiere participar del poder, y la clase dominante, que no quiere ceder espacios. Fueron más de cien años de luchas, de sangre, de guerras civiles: la clase trabajadora conquistó un espacio relevante en nuestros países. Pienso que es fundamental que los médicos y los psiquiatras sepan estas cosas.
El médico que presta asistencia en una comunidad debe saber que en ella están presentes por lo menos dos clases, una que quiere dominar y la otra que no quiere dejarse dominar. Cuando un psiquiatra entra en un manicomio encuentra una sociedad bien definida: por un lado, los “locos pobres” (el sistema de los manicomios públicos en los países industrializados nació para el tratamiento a cargo del Estado de los “locos pobres”; así lo decían las disposiciones legales) y, por otro lado, los ricos, la clase dominante, que dispone los medios para el tratamiento de los pobres locos. Desde esta perspectiva, ¿cómo podemos pensar que la psiquiatría pueda ser liberadora? El psiquiatra estará siempre en una situación de privilegio, de dominio con respecto al enfermo. Desde este punto de vista, la psiquiatría es, desde su nacimiento, una técnica altamente represiva, que el Estado siempre usó para oprimir a los enfermos pobres, es decir: la clase trabajadora que no produce.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX sucedió algo nuevo, que puso al alcance de la psiquiatría instrumentos de liberación. Luego de la Segunda Guerra Mundial el pueblo y algunos técnicos comenzaron a poner en discusión las instituciones del Estado. En los años ’60 hemos visto rebelarse, como en una gran llamarada, a la juventud del mundo entero. En ese levantamiento, nosotros, los técnicos de la represión psiquiátrica, estábamos presentes; dimos nuestro apoyo a esa rebelión. Más tarde, mientras la revuelta de 1968 se perdía en varias direcciones y era reformulada en una suerte de nueva opresión y restauración, hubo una serie de situaciones que unieron las luchas en las instituciones con las luchas de los trabajadores. Hubo ilusiones, pero también certezas. Hemos visto que cuando el movimiento obrero toma en sus manos luchas reivindicativas, de liberación, antiinstitucionales, esta ilusión se vuelve realidad. En Italia, luego de 1968 hubo grandes huelgas en las que los obreros reivindicaron el derecho a la salud, es decir que llevaron su lucha al nivel de las instituciones públicas. Paralelamente algunos técnicos demostraron que el manicomio era un lugar de opresión y de dolor, no de cuidado. Finalmente, en aquellos años y en los siguientes, las mujeres demostraron que la opresión del hombre y de la familia trataba de impedirles tener una subjetividad propia.
Todos estos movimientos han puesto en evidencia la voluntad de afirmación, no sólo como objetividad, sino como subjetividad. Esta es la fase que estamos viviendo, y es un desafío a aquello que somos, a la relación entre nuestra vida privada y nuestra vida como hombres políticos.
Cuando el enfermo pide al médico explicaciones sobre su tratamiento y el médico no sabe o no quiere responder, o cuando el médico pretende que el enfermo se quede en la cama, es evidente el carácter opresivo de la medicina. Cuando el médico, en cambio, acepta el reclamo, entonces la medicina y la psiquiatría se transforman en instrumentos de liberación.
Es en esta cuestión que tenemos que elegir nuestro camino: si preferimos quedarnos en la oscuridad o queremos estar presentes en nuestro tiempo y cambiar, en la práctica, nuestra vida.
Desmanicomio
Después de la Segunda Guerra Mundial, Italia era todavía, en lo económico y cultural, un país campesino. En la década de 1950 comenzó un proceso de cambio determinado por el desarrollo de la sociedad industrial y, consecuentemente, de una clase obrera cada vez más fuerte. En aquellos años iniciamos el trabajo en Gorizia, una pequeña ciudad en la frontera con Yugoslavia. Allí había un hospital con 500 camas dirigido de manera totalmente tradicional; era usual la práctica del electroshock y el shock insulínico; antes que nada, era un hospital dominado por la miseria, la misma que encontramos en todos los manicomios. En cuanto entramos, dijimos: no. Un no a la psiquiatría, pero sobre todo un no a la miseria.
Vimos que, desde el momento en que dábamos respuesta a la pobreza del internado, su posición cambiaba totalmente: dejaba de ser un loco para transformarse en un hombre con el cual podíamos entrar en relación.
Habíamos comprendido que un individuo enfermo no sólo necesita la cura de la enfermedad: necesita una relación humana con quien lo atiende, necesita respuestas reales para su ser, necesita dinero, una familia; necesita todo aquello que también nosotros, los que lo atendemos, necesitamos. Este fue nuestro descubrimiento. El enfermo no es solamente un enfermo, sino un hombre con todas sus necesidades. Por ejemplo, yo recuerdo que después de que abrimos los pabellones en Gorizia, en 1963-1964, todos esperábamos ver cosas terribles. No sucedió nada. Vimos que las personas se comportaban correctamente, pedían cosas muy justas: querían comida mejor, posibilidad de relaciones hombre-mujer, tiempo libre, libertad para salir. Son cosas que un psiquiatra ni siquiera imagina que el enfermo pueda pedir. Sería como si, en una sociedad fundada sobre el puritanismo, una hija le pidiera al padre salir de noche. Eso sería terrible para el padre, ¿no iba a poder saber cuándo su hija volvería a casa? Ocurre lo mismo con el enfermo mental, porque el psiquiatra siempre confundió la internación del enfermo con la propia libertad. Cuando el enfermo está internado, el médico está en libertad; cuando el interno está en libertad, el internado es el médico.
Entonces, cuando empezamos a organizar algo tendencialmente igualitario, vimos, por ejemplo, que un hombre se encontraba con una mujer y no sucedía nada violento. Se enamoraban. Naturalmente, luego podían tener una relación sexual, como sucede en las mejores familias y ¿por qué no habría de suceder en el manicomio liberado? Empezamos a divulgar la experiencia para demostrar que era posible dirigir el manicomio de otra manera. Y todo esto nos llevó también a una reflexión política: los internados pertenecían a las clases oprimidas y el hospital era un medio de control social.
En Gorizia organizamos una comunidad con el objetivo de curar y de mostrar que era posible una vida distinta. Lo sorprendente fue que mucha gente que venía a vernos percibía que la vida dentro de la comunidad era mejor que la vida afuera. Era que dentro de esa comunidad, el egoísmo que domina nuestras vidas era afrontado de otra manera: mi sufrimiento era el sufrimiento del otro. Con este tipo de lógica empezamos.
Después, muchos de los que habían trabajado en Gorizia fueron a dirigir otras instituciones psiquiátricas y así se generaron cuatro, cinco, seis experiencias diferentes. De todos modos, nosotros sabíamos que el manicomio, aun el dirigido de modo alternativo, era siempre una forma de control social, porque la gestión no podía sino estar en manos del médico, y la mano del médico es la mano del poder. Entonces, cuando, en 1971, empezamos a trabajar en Trieste, continuamos la experiencia de Gorizia, pero con el proyecto de eliminar el manicomio y sustituirlo por una organización mucho más ágil, para poder afrontar la enfermedad allí donde tenía origen. Empezamos con un manicomio que tenía 1200 personas y hoy, luego de ocho años de trabajo, no quedó casi nadie en esa estructura. Esas personas procuraron reinsertarse socialmente, con nosotros, con la sociedad, con la comunidad.
Podríamos decir que somos personas que transforman en oro lo que tocan, aunque en realidad nuestro trabajo fue muy simple. Como ya dije, en Gorizia descubrimos que la clase trabajadora, en caso de enfermedad, era destinada al manicomio. Entonces, pensamos que esta clase debía tener responsabilidades y poder en la gestión del problema de la salud y que esto podría cambiar las cosas. Por ejemplo, la discusión sobre cuándo se podía dar de alta a un paciente no era sólo entre nosotros, los médicos, sino también con las personas del barrio donde el enfermo iba a ir a vivir. De esta forma, el vecino del barrio se daba cuenta de que las necesidades del paciente no eran distintas a las suyas. Ante el problema de dar de alta a una persona pobre, que no tenía dinero ni casa, ni familia, muchos percibían que estaban o que podían llegar a estar en las mismas condiciones. Comenzaba así la identificación entre el sano y el enfermo, y el inicio de la integración del enfermo.
Entonces, día a día, año a año, paso a paso, desesperadamente, encontrábamos la manera de llevar al que estaba adentro, afuera, y al que estaba afuera, adentro. En la medida en que el número de los internados disminuía, íbamos creando en la ciudad los centros de salud mental. Teníamos una estructura externa muy ágil, en la cual la enfermedad se enfrentaba fuera del manicomio. Y veíamos que los problemas referidos a la peligrosidad de los enfermos comenzaba a disminuir: empezábamos a afrontar, no ya una “enfermedad”, sino una “crisis”.
Hoy nos es evidente que cada situación que nos llega es una crisis vital y no “una esquizofrenia”. En aquel momento, ya veíamos que aquella “esquizofrenia” era la expresión de una crisis, existencial, social, familiar, no importa cuál. Una cosa es considerar el problema como una crisis y otra cosa es considerarlo como un diagnóstico: el diagnóstico apunta a un objeto, y la crisis a una subjetividad; subjetividad que a su vez pone en crisis al médico.
He hablado de manera muy general del camino que hicimos para tratar de eliminar el hospital psiquiátrico y crear una situación tendencialmente terapéutica. No puedo decir más que “tendencialmente”, porque no puede ser plenamente terapéutica: yo trato de curar a una persona, pero no puedo tener la certeza de si la curo o no. Es lo mismo que cuando digo que amo a una mujer: es muy fácil decir esto, pero en algún sentido es falso, porque el hombre tiende a un tipo de relación y la mujer a otro; la relación que se crea entre los dos no es más que una crisis, es una crisis en la que hay vida, siempre que no haya dominación del hombre sobre la mujer o de la mujer sobre el hombre. En una situación que es tendencialmente de amor, se puede crear una relación muy libre.
* Extractado de La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio, de reciente aparición, que reúne conferencias pronunciadas en San Pablo, Brasil, en 1979.
https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133467-2009-10-15.html
Franco Basaglia
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Psiquiatra y ensayista italiano. Autor de algunos ensayos fundamentales para el avance en el estudio y tratamiento de las enfermedades mentales, está considerado, junto con Ronald D. Laing y David Cooper, como uno de los padres de la denominada "antipsiquiatría".
Datos biográficos
Nacimiento
Nació en Venecia, Italia; en el año 1924.
Trayectoria
Inclinado desde muy joven hacia las disciplinas científicas, pero, a la vez, vivamente interesado por los saberes humanísticos, cursó estudios superiores de medicina en la Universidad de Padua, de donde egresó con el título de especialista en Psiquiatría. Muy interesado por la posibilidad de ofrecer a los enfermos psíquicos la oportunidad de insertarse en el entorno social que les rodea, a raíz de su nombramiento como director del hospital psiquiátrico de la provincia de Gorizia comenzó a desarrollar sus particulares métodos orientados a la consecución de dicho fin. Con el apoyo entusiasta de la Organización Mundial de la Salud (y, por contra, la oposición acérrima de los sectores más arcaicos y reaccionarios de la sociedad italiana, encabezados por algunos representantes de la psiquiatría tradicional), Franco Basaglia consiguió convertir el inexpugnable recinto de los antiguos manicomios en un espacio de régimen abierto en el que fuera posible el trato directo entre el enfermo y los restantes miembros de la sociedad.
A partir de los primeros éxitos, el doctor Basaglia emprendió una polémica cruzada en defensa de los enfermos mentales, que, en opinión del psiquiatra, sufrían a la vez los daños procedentes de un entorno social que los rechazaba y de una medicina conservadora y atrasada que había perpetuado unas prácticas sanitarias más perjudiciales que beneficiosas. Se convirtió así en el principal abanderado de una corriente que, por su radical oposición a las pautas seguidas hasta entonces por la psiquiatría tradicional, recibió el nombre de "antipsiquiatría". Al margen de los numerosos artículos que dejó impresos en revistas especializadas y en otras publicaciones de carácter divulgativo, el psiquiatra italiano publicó sus teorías y las conclusiones de su trabajo en los libros titulados L'istituzione negata (1968), Morire di classe (1969) y Maggioranza deviante (1971).
Muere en el año 1980, en su Italia natal.

Crítica de Franco Basaglia al manicomio
Franco Basaglia, en el libro Psiquiatría y antipsiquiatría ofrece una entrevista para tratar el tema de cómo está evolucionando la psiquiatría, y la importancia que tiene el movimiento ideológico y de carácter práctico de la antipsiquiatría. En este fragmento, Basaglia, hace una crítica hacia este tipo de instituciones mentales que ya no existen en nuestros días, gracias en parte al cuestionamiento y la crítica hacia los manicomios de los propios psiquiatras:
Basaglia como preso en la cárcel
“La primera vez que entré en una cárcel era yo estudiante de medicina y entré como prisionero político, o sea como recluso. Era la hora en la que se vaciaban las bacinillas de las celdas y mi primera impresión fue la de entrar en una enorme sala anatómica en donde la vida tenía el aspecto y el olor de la muerte.La cárcel se me aparecía como un estercolero impregnado de un hedor infernal en donde unos hombres con bidones sobre los hombros desfilaban para verter su contenido en las alcantarillas. El equipo que cumplía con esta tarea estaba compuesto por detenidos privilegiados que podían salir de las celdas, lo cual ponía en evidencia como en las cárceles existía una estratificación social sobre la que se fundamentaba un tipo de vida completamente autónomo: la vida de la segregación.El hombre y la cárcel eran, en realidad, el carcelero y el encarcelado, y uno y otro habían perdido toda cualidad humana, adquiriendo el sello que imponía la institución.”
Basaglia como director del manicomio
“Después de algunos años entré en otra institución cerrada: el manicomio . Esta vez no como internado, sino como director. Estaba en el grupo de los carceleros, pero la realidad que vi no era distinta: también aquí el hombre había perdido toda su dignidad humana; también el manicomio era un enorme estercolero.Pero había una diferencia: el que entra en esa institución, definida como hospitalaria, no asume el papel de enfermo, sino el de internado que debe de expiar una culpa de la que no conoce las características, ni la condena, ni la duración de su expiación.Hay médicos, batas blancas, enfermeros, enfermeras, como si se tratase de un hospital, pero en realidad se trata solamente de un lugar de custodia, donde la ideología médica es una coartada para la legalización de una violencia que ningún organismo está destinado a controlar, ya que la delegación hecha al psiquiatra es total en el sentido de que el técnico encarna concretamente la ciencia, la moral y los valores del grupo social del cual es -en la institución- el representante delegado. ”![Resultado de imagen para franco basaglia frases]()
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LA REFORMA PSIQUIÁTRICA ITALIANA
Se ha considerado a la reforma psiquiátrica italiana como la más avanzada de las reformas europeas de la segunda mitad del siglo XX. La asistencia psiquiátrica italiana, hasta los años 60 se ha caracterizado por la presencia determinante del manicomio. A partir de la década de los 50, con la influencia de las nuevas corrientes psicológicas, y las ideas aportadas por la sociología y la fenomenología, se empieza a realizar un cambio en la atención psiquiátrica, si bien lento y de desigual desarrollo en el país. En la década de los 60 se ponen en marcha algunas iniciativas aisladas tomando como referencia la psiquiatría de sector francesa, pero fracasan. Todos estos cambios están acompañados de un amplio debate político y social sobre las causas y formas de la marginación social.
Dentro de las experiencias reformadoras de la psiquiatría conviene destacar la llevada a cabo por Franco Basaglia en Peruggia y Goritzia, cuyo objetivo principal era el cierre de los manicomios. En Gorizia, convierte en un primer momento el hospital en una comunidad terapéutica; luego considera que es mejor devolver al paciente a la sociedad y desmantela el manicomio. En su experiencia se plantea la comunidad terapéutica como una etapa necesaria, pero transitoria, en la evolución del hospital psiquiátrico. En la comunidad terapéutica todos los pacientes y profesionales participan en la terapia del propio paciente; todos los problemas y situaciones se afrontan de forma dialéctica y se discuten (Basaglia, 1972). Este autor ha tenido gran protagonismo dentro de la reforma italiana y antes de su temprana muerte extendió también fuera de su país su lucha por los cambios del sistema de atención a la salud mental.
En el año 1973 se crea el movimiento colectivo "Psiquiatría Democrática" en el que se agrupan un gran número de profesionales de la salud mental. El movimiento sirve de plataforma progresista para extender la reforma psiquiátrica a toda Italia. Se basa en las experiencias antiinstitucionales llevadas a cabo por algunos centros de Italia (Gorizia, Perugia y Trieste). Este es el caldo de cultivo en el que surge la reforma psiquiátrica italiana. Había comenzado el proceso de desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos y el clima político de aquellos años favorecía un cambio en la concepción de los manicomios, donde empezaron a modificarse las condiciones de los propios pacientes mediante un enfoque más socioterapéutico.
Es en el año 1978 cuando se produce la consolidación de la asistencia psiquiátrica con la Ley 180 a partir de la cual no se permite el ingreso de nuevos pacientes en los hospitales psiquiátricos públicos, no obstante se permitía que los pacientes permanecieran en los hospitales como “huéspedes”. La misma ley prohibe la construcción futura de hospitales psiquiátricos o su reconversión en centros que tengan alguna similitud con los mismos. Para conseguir estos objetivos se crearían servicios psiquiátricos comunitarios con un ámbito geográfico determinado y trabajando en coordinación con unidades de hospitalización psiquiátricas de no más de 15 camas. El objetivo de esta ley ha sido el diseñar instrumentos concretos para desplazar el eje de la atención desde el polo manicomial al territorio, acercando la atención a la comunidad y a la vida social de los ciudadanos.
En los primeros años de la década de los 80, se empieza a sentir en Italia la crisis del estado de bienestar que se concreta en una política de restricción del gasto público, lo cual afecta a la reforma psiquiátrica puesto que se dejan de apoyar aquellas iniciativas que supongan un aumento del gasto sanitario.
Algunos años después de la promulgación de la Ley 180 comienzan los primeros problemas surgidos de su aplicación, entre los que se pueden citar la discontinuidad política y de programación de las actuaciones de las administraciones en el campo de la asistencia psiquiátrica lo que generó una situación de gran desigualdad a lo largo de todo el país. La distribución de los recursos existentes en el país era muy heterogénea con diferencias notorias entre las diversas áreas territoriales en las que se observaba que el 53% de los recursos estaban situados en el norte, frente al 20% de ellos en las regiones del centro y el 27% en las del Sur (Frisanco, 1990). El personal sanitario también está implicado en estos cambios y en ese sentido se constata la dificultad del traspaso de los profesionales, de las instituciones a las servicios comunitarios; también se crean necesidades de formación para afrontar las nuevas situaciones asistenciales. La escasez de recursos alternativos, como estructuras residenciales en la comunidad, obliga en muchas ocasiones a derivar a los pacientes a otras instituciones como asilos, residencias, etc. Por último, y no por ello menos grave, aparecen problemas para la reinsercción social de los pacientes que llevan muchos años en las instituciones y que no cuentan con soporte familiar, económico ni social.
Se han realizado muchos esfuerzos para evaluar los efectos de la nueva política de atención a la salud mental, pero estos intentos han encontrado una gran dificultad por la inexistencia de datos anteriores a la reforma (Torre et al., 1983; Tansella y Williams ,1987; Tansella et al., 1987, 1991).
Algunos estudios publicados se posicionan a favor y otros en contra del nuevo sistema de atención a la salud mental, aunque también se destacan las diferencias en cuanto a recursos existentes entre las regiones ricas del norte y centro y las áreas más deprimidas del sur. En un estudio realizado por Perris y Kemali (1985) se lleva a cabo una recopilación de lo publicado en Italia sobre la reforma psiquiátrica y llegan a la conclusión de que la mayoría de los informes basan sus conclusiones en posicionamientos ideológicos y políticos y no en los datos en sí mismos. A favor de la reforma se encuentran las conclusiones a las que llegan Bollini y Mollica (1989). Estos autores afirman que la reforma psiquiátrica nos ha demostrado que una sociedad puede vivir sin manicomios, aunque reconoce que carecemos de datos sobre los pacientes dados de alta que están sin hogar y sin recursos. Por otro lado, Crepet (1988) en su estudio sobre la reforma psiquiátrica afirma que todavía existen 30.000 pacientes que siguen siendo “huéspedes” de los hospitales psiquiátricos y que la reforma no ha llevado a cabo los cambios profundos que se esperaban. Este mismo autor, en otro estudio realizado 10 años después de la reforma (Crepet, 1990) afirma que, aunque han aumentado el número de recursos alternativos al hospital psiquiátrico, la atención que se le ofrece a los pacientes no es de calidad y que los recursos comunitarios todavía son demasiado escasos. Sin embargo, el antiguo hospital de Trieste se ha convertido en un centro para uso sanitario, educativo y laboral rodeado por varios centros de salud y donde muchos enfermos mentales están integrados en sociedades cooperativas.