En este libro, tan singular como precursor, Aldous Huxley expresa sus propias experiencias sensoriales bajo la acción de la mescalina, el principio activo del peyotl, denominación mexicana del cacto, venerado como una deidad por los indios de México y del sudeste de los Estados Unidos. A la descripción minuciosa de su experimento una experiencia de la trascendencia del yo expresada magistralmente en la cita de Blake: "Si las puertas de la percepción quedaran depuradas todo se habría de mostrar tal cual es: infinito" siguen las conclusiones filosóficas y sociológicas que Huxley desprende como obligado corolario.
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Descarga: Aldous Huxley - Las puertas de la percepción - Cielo e infierno
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Descarga: José Lezama Lima - Paradiso
Paradiso fue la única novela publicada en vida por José Lezama. El hilo argumental, la infancia y juventud de José Cemí, tiene una evidente raíz autobiográfica y sirve de base para la construcción de un mundo poético en el que la realidad, el mito y la fantasía logran, bajo el denominador común de una asombrosa erudición, un perfecto entramado cuya unidad refuerza un magistral dominio de la lengua. Esta obra compleja, oceánica y barroca representa la suma de una lenta labor de elaboración que se prolongó a lo largo de gran parte de su vida, hasta entonces conocido únicamente por su excepcional talento como poeta y ensayista. La aparición en 1966 de Paradiso suscitó la entusiasta y admirativa respuesta de un selecto grupo de críticos y escritores. Entre otros, de Julio Cortázar. Precisamente esta edición de Paradiso reproduce el texto, revisado y autorizado por Lezama Lima, que publicó en México Ediciones Era, en 1968, al cuidado de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis. Cortázar valoró Paradiso como ' una ceremonia, algo que preexiste a toda lectura con fines y modos literarios… Una obra así no se lee; se la consulta, se avanza por ella línea a línea, jugo a jugo, es una participación intelectual y sensible tan tensa y vehemente como la que desde esas líneas y esos jugos nos busca y nos revela ' . Mario Vargas Llosa, por su parte, situó a Paradiso entre las novelas ' más ambiciosas, válidas y renovadoras de la literatura moderna '.
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La banalidad del mal: Hannah Arendt
La banalidad del mal: Hannah Arendt, según Margarethe von Trotta
La cineasta Margarethe von Trotta retrata el momento en que la filósofa alemana asiste al juicio de Adolf Eichmann en Israel, y hace la cobertura para The New Yorker, centrándose en la controversia que desató su concepto "la banalidad del mal". El filme, en preestreno, es parte de la programación de la 13ª edición del Festival de Cine Alemán. La película, que se puede ver viernes y sábado en el festival, tendrá su estreno comercial el 26 de septiembre.
POR VICTORIA REALE
Un colectivo avanza por un camino de tierra en medio de la noche, frena y baja un hombre desgarbado. Mientras el vehículo continúa su camino, el hombre enciende una linterna y comienza a caminar solo. Hasta que a su lado se detiene un camión, cuyos ocupantes lo fuerzan a subir. Con esta escena, Margarethe von Totta da inicio a su retrato fílmico sobre la filósofa judía-alemana Hannah Arendt. Porque fue el secuestro del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, en la provincia de Buenos Aires en 1960, y su posterior juicio en Israel, lo que dio origen a la publicación Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), de Arendt.
En Hannah Arendt (2013), un filme que este viernes tiene su preestreno en la 13ª edición del Festival de Cine Alemán y el 26 en la cartelera porteña, von Trotta elige narrar el proceso del criminal nazi en Israel, que la pensadora cubrió para la revista The New Yorker; y se detiene en la controversia que despertó el concepto “la banalidad del mal”. La directora cuenta que este filme cierra la trilogía sobre pensadoras alemanas que había comenzado con Rosa Luxemburgo (1986), y continuó con Rosenstrasse (La calle de las Rosas) en 2003.
"En 1983, quería hacer una película sobre Rosa Luxemburgo porque estaba convencida de que fue la pensadora más importante del siglo pasado y me interesaba descubrir a la mujer detrás de la luchadora revolucionaria. Pero ahora, al comenzar el siglo XXI, Arendt se presenta como una figura aún más fuerte: su concepto "la banalidad del mal", entonces duramente criticado, hoy es fundamental a la hora de discutir y pensar los crímenes cometidos durante el nazismo", asegura von Trotta.
Integrande del Nuevo Cine Alemán de los 70, von Trotta trabajó primero como actriz en las películas de Rainer Werner Fassbinder y luego como guionista en varias películas de quien fuera su marido, el director alemán Volker Schlondorff. Junto a él, debutó en 1975 en la co-dirección de El honor perdido de Katharina Blum (Die verlorene Ehre der Katharina Blum). Dirigió en solitario, en 1978, El segundo despertar de Christa Klages (Das zweite Erwachen der Christa Klages). Y recibió el León de Oro en el Festival de Venecia 1982 por Marianne & Juliane (Die bleierne Zeit), estrenada en Argentina como Las hermanas alemanas. Además obtuvo numerosos galardones porRosa Luxemburg en 1986 y Rosenstrasse (La calle de las Rosas) en 2003.
A lo largo de toda su obra, von Trotta demostró siempre su preferencia por el cine político y reivindicativo, y por abordar problemáticas que atraviesan a la sociedad alemana. En su último filme, vuelve a trabajar junto a Barbara Sukowa, actriz que protagonizó cuatro de sus películas, y que construye a una vibrante Hannah Arendt que debe mantenerse firme en sus ideas, ante los ataques tanto de sus amigos como de desconocidos enojados por sus publicaciones en The New Yorker.
La película muestra cómo en 1961 Arendt llega entusiasmada a Jerusalén para seguir el proceso contra Adolf Eichmann, jerarca de las SS que llevó adelante la logística de "La solución final", y exterminó a seis millones de personas en los campos de concentración nazis en toda Europa. Desde las primeras declaraciones que realiza Eichmann en el juicio –dentro de una cabina de vidrio– la pensadora se da cuenta de que en vez de estar frente a un ideólogo del nazismo, se encuentra con un mediocre burócrata, orgulloso de haber cumplido su tarea con eficiencia. Es un acierto que von Trotta haya elegido utilizar el registro documental que se realizó del juicio, y se pueda ver y escuchar al verdadero Eichmann contestando las preguntas de jueces y fiscales. Es en estas filmaciones que irrumpe lo real, y se puede observar “la lógica siniestra de la obediencia debida” con la que se excusa Eichmann de sus crímenes.

La teórico política alemana regresa a los Estados Unidos, donde estaba radicada, luego de haber presenciado buena parte del juicio y relee todas las declaraciones, mientras espera el veredicto que sentenció a Eichmann a la horca, en mayo de 1962. Recién en febrero de 1963, Hannah Arendt comienza a publicar su reporte del proceso, en una serie de artículos en la revista neoyorquina, y a partir de la primera entrega debe afrontar todo tipo de críticas e incluso amenazas para que cambie sus ideas.
La película profundiza en esa gran controversia que despiertan los escritos de Arendt, sobre todo en la comunidad judía, que la acusa de justificar al criminal nazi con su concepto sobre “la banalidad del mal”; que no entiende por qué incluye en su informe el accionar de los líderes de los Consejos Judíos, que le entregaron a Eichmann las listas de deportación de las personas encerradas en los guetos hacia los campos de concentración.
Sobre el final del filme, Arendt regresa a la universidad en que enseñaba en la piel de Barbara Sukowa, para dar un brillante discurso en que se defiende de las acusaciones. Allí explica que durante el juicio, Eichmann repetía una y otra vez que él no había hecho nada que hubiera sido su iniciativa. “El no tuvo intenciones, cualquiera fueran, buenas o malas, él únicamente había obedecido órdenes. Esta es una típica defensa que usaron los nazis. Dejar claro que la peor maldad que se cometió en el mundo, fue una maldad de la que nadie es responsable”, asegura de forma enérgica Arendt. Y continúa: “Estos crímenes fueron cometidos por hombres, no por monstruos. Por seres humanos que se negaron a ser personas. Y es éste el fenómeno al que he llamado la banalidad del mal”.

Ficha técnica
Hannah Arendt (2013). Duración 113 minutos.
Dirección: Margarethe Von Trotta
Guión: Pam Katz, Margarethe von Trotta
Producción: Bettina Brokemper, Johannes Rexin
Música: André Mergenthaler
Fotografía: Caroline Champetier
Montaje: Bettina Böhler
Diseño de producción: Volker Schäfer
Vestuario: Frauke Firl
Reparto
Barbara Sukowa: Hannah Arendt
Axel Milberg: Heinrich Blücher
Janet McTeer: Mary McCarthy
Julia Jentsch: Lotte Köhler
Ulrich Noethen: Hans Jonas
Michael Degen: Kurt Blumenfeld
Nicholas Woodeson: William Shawn
Victoria Trauttmansdorff: Charlotte Beradt
Klaus Pohl: Martin Heidegger
Friederike Becht: Hannah joven
Harvey Friedman: Thomas Miller
Megan Gay: Francis Wells
Claire Johnston: Ms Serkin

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Descarga: John Berger - MIRAR texto de referencia básica para la historia del arte.
La mirada incisiva de John Berger inaugura nuevos modos de ver donde la mirada hacia el arte y hacia la vida se confunden combinando un exhaustivo análisis que tiende a ser 'objetivo', entre materialista y puro visualista. El ojo de la cámara y el ojo del artista nos hablan del significado oculto en la mirada cotidiana con la que contemplamos paisajes, animales o personas queridas. En los lienzos de Millet, Courbet, Turner, Magritte y Bacon, Berger evoca experiencias que confunden el propio misterio que rodea al arte con nuestras propias vidas, paseando entre categorías literarias, del relato al ensayo, sin casi reparar en ello.
John Peter Berger (Londres, 1926) es un crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso Booker Prize en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver, el cual es un texto de referencia básica para la historia del arte.
Bibliografía
Ficción
A Painter of Our Time (Un pintor de hoy, Alfaguara, 2002).
The Foot of Clive.
Corker's Freedom.
A Fortunate Man.
A Seventh Man (Un séptimo hombre, Huerga y Fierro, 2002).
G. (G., Alfaguara, 1994).
The Trilogy: Into Their Labours (Pig Earth, Once in Europe, Lilac and Flag) (De sus fatigas: Puerca tierra, Alfaguara, 2006; Una vez en Europa, Alfaguara, 2000; Lila y Flag, Alfaguara, 1992).
And Our Faces, My Heart, Brief as Photos .
Photocopies (Fotocopias, Alfaguara, 2006).
To the Wedding (Hacia la boda, Alfaguara, 1995).
King (K., una historia de la calle, Alfaguara, 2000).
Here is Where We Meet (Aquí nos vemos, Alfaguara, 2005).
From A to X (De A para X, Alfaguara, 2009).
Poesía
Pages of the Wound (Páginas de la Herida: antología poética, Visor, 1995)
No-ficción
Permanent Red
Art and Revolution
The Moment of Cubism and Other Essays
The Look of Things: Selected Essays and Articles
Ways of Seeing (Modos de ver, Gustavo Gili, 2004)
Another Way of Telling (Otra manera de contar, Mestizo, 1998).
The Success and Failure of Picasso.
About Looking (Mirar, Gustavo Gili, 2003).
The Sense of Sight (El sentido de la vista, Alianza Editorial, 2006).
Keeping a Rendezvous.
The Shape of a Pocket (El tamaño de una bolsa, Taurus, 2004).
I send you this Cadmium Red (Te mando este rojo cadmio: correspondencia entre John Berger y John Christie, Actar Editorial, 2000).
Titian: Nymph and Sepherd (Tiziano, Ninfa y Pastor, Árdora Ediciones, 2003).
Hold Everything Dear (Verso, 2007).
Guiones para las películas
La salamandra (La salamandre), 1971 (Guion: Alain Tanner, John Berger).
Le milie du monde, 1974 (Guion: Alain Tanner, John Berger).
Jonás que cumplirás 25 años en el año 2000 (Jonas qui aura 25 ans en l'an 2000), 1976 (Guion: Alain Tanner, John Berger).
Otros libros publicados en español
Sobre las propiedades del retrato fotográfico, Gustavo Gili, 2006.
Esa belleza, Bartleby Editores, 2005.
Siempre bienvenidos, Huerga y Fierro Editores, 2004.
Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible, Árdora Ediciones, 1997.
"Con la esperanza entre los dientes" (Alfaguara, 2010)
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John Berger - Magritte y lo imposible
Magritte acepta y emplea un lenguaje pictórico determinado. Un lenguaje que tiene más de quinientos años y cuyo primer maestro fue Van Eyck. Este lenguaje presupone que la verdad se ha de buscar en las apariencias y que, por consiguiente, éstas merecen ser conservadas mediante su representación. Este lenguaje presupone asimismo una continuidad en el tiempo y en el espacio. Es un lenguaje que trata, en la forma más natural que pueda existir, de los objetos: muebles, cristalerías, telas, casas. Es apropiado para expresar la experiencia espiritual, pero siempre en un escenario concreto, siempre circunscrito a cierta materialidad estática: las figuras humanas parecían estatuas milagrosas. Este valor de la materialidad se expresaba mediante la ilusión de la tangibilidad. No puedo trazar aquí la transformación sufrida por este lenguaje durante los cinco siglos que se extienden de Van Eyck a Magritte. Pero sus planteamientos iniciales continuaron siendo los mismos y todavía forman parte de lo que la mayoría de los europeos siguen esperando de las artes visuales: la verosimilitud, la representación de las apariencias, la descripción de sucesos y escenarios concretos.
Magritte se cuestionó la idoneidad de este lenguaje para expresar lo que él tenía que decir. Así es que en su arte no se da ningún tipo de oscuridad. Todo es claramente legible, incluso en sus primeras obras, cuando su técnica no era todavía todo lo depurada que llegaría a ser durante los últimos veinte años de su vida. (Utilizo el término legible metafóricamente: su lenguaje es visual, no literario, aunque, al ser un lenguaje, significa algo diferente de sí mismo.) Sin embargo, lo que tenía que decir destruyó la raison d’etredel lenguaje utilizado para decirlo; lo importante, lo que cuenta en la mayoría de sus cuadros, depende de lo que no se muestra, del suceso que no está teniendo lugar, de lo que puede desaparecer.
Examinemos algunos ejemplos tempranos: L'Assassin Menace. El asesino está de pie escuchando un disco en el gramófono. Dos policías de civil lo esperan escondidos en un rincón para arrestarlo. Al otro lado de la ventana, tres hombres contemplan la espalda del asesino. Se nos muestra todo y no se nos muestra nada. Vemos un suceso concreto en un escenario determinado, pero todo es un misterio: el asesinato cometido, el futuro arresto, la aparición de los tres hombres que miran por la ventana. Lo que llena el momento es el sonido del disco, y éste, dada la naturaleza de la pintura, no lo podemos oír. (Magritte utiliza con mucha frecuencia la idea del sonido para poner de manifiesto las limitaciones de lo visual.)
L'Assassin Menace
Otra obra temprana: La Femme Introuvable. Muestra una serie de piedras de formas irregulares fijadas con cemento. Estas piedras enmarcan el cuerpo de una mujer desnuda y cuatro grandes manos que intentan tocarla. Sin embargo, aunque las manos logran abrirse paso a tientas entre las piedras, la mujer siempre las evita.
La Femme Introuvable
Un tercer cuadro temprano tiene por título Le Musée d’une Nuit. Esta obra representa cuatro estantes de una alacena. En uno de ellos hay una manzana; en otro, una mano; un trozo de plomo en el tercero. La cuarta abertura tiene pegado o prendido un trozo de papel agujereado con unas tijeras. A través de los agujeros no vemos más que oscuridad. Sin embargo, suponemos que lo significativo, el objeto de la noche plenamente revelador, está depositado detrás del papel que cubre el cuarto estante.
Le Musée d'une Nuit
Un año más tarde Magritte pintó una pipa y debajo, en la misma tela, escribió: “Ceci n'est pas une pipe". Hizo que los dos lenguajes (el visual y el verbal) se anularan mutuamente.
Ceci n'est pas une pipe
¿Cuál es el significado de esta constante anulación? Pese a las continuas advertencias de Magritte en sentido contrario, los críticos han tendido a interpretar su obra simbólicamente y a atribuir cierto romanticismo al misterio que ésta encierra. El propio Magritte decía que sus cuadros debían considerarse ‘'signos materiales de la libertad de pensamiento”. Y luego definía lo que él entendía por tal libertad: “La vida, el Universo, el Vacío, no tienen valor alguno para el pensamiento cuando éste es verdaderamente libre. Lo único que tiene valor para el pensamiento es el Significado, que es el concepto moral de lo Imposible”.
Concebir lo imposible es difícil. Magritte lo sabía. “Tanto en los momentos normales de la vida como en los extraordinarios, nuestro pensamiento no manifiesta su libertad hasta su último extremo, está siempre amenazado o preocupado por lo que nos sucede. Coincide con una y mil cosas que lo limitan. Esta coincidencia es casi permanente”. Casi, pero a lo largo de la mayoría de las vidas, en un momento y otro, de una forma espontánea y breve, se da la experiencia de escapar a esa coincidencia.
En primer lugar, juzguemos la obra de Magritte a la luz de sus propios objetivos. Esto significa que hemos de decidir en cada caso hasta qué punto se ha liberado de lo contingente y fortuito. Sus vínculos con el movimiento surrealista y con los atractivos, por otro lado imprecisos, que tiene este movimiento para lo inconsciente y lo automático, han confundido todos los análisis previos de esta cuestión.
Hay cuadros de Magritte que no van más allá de expresar una sensación de lo imposible, tales como las que experimentamos en sueños o en estado de semivigilia. Estas sensaciones nos separan de lo fortuito, pero no nos liberan de ello. Citaré como ejemplo el cuadro de la manzana gigante que ocupa toda una habitación (La Chambre d’Écouté) o muchos de los realizados durante los primeros años de la década de 1950, en los que las figuras o escenas enteras han sido convertidas en piedra. Por el contrario, sus cuadros más logrados son aquellos en los que lo imposible ha sido intuido, medido e insertado como una ausencia en una declaración hecha en un lenguaje que en su origen se había desarrollado especialmente para describir sucesos concretos en escenarios determinados. Tales cuadros (Le Modéle Rouge, Le Voyageur, Au Seuil de la Liberté) son triunfos del Significado de Magritte, triunfos del concepto moral de lo Imposible.
Le Voyageur
Para los estándares de Magritte, un cuadro suyo es un fracaso cuando confirma la experiencia vivida hasta entonces por el espectador; sin embargo, si el cuadro en cuestión destruye temporalmente esa experiencia, ha logrado su objetivo. (Esta destrucción es lo único que inspira cierto temor en su arte.) La paradoja del arte de Magritte y de sus ideas es que para destruir la experiencia conocida necesitaba utilizar un lenguaje familiar. A diferencia de la mayoría de los artistas modernos, Magritte despreciaba lo exótico. Odiaba demasiado lo conocido y lo normal para volverles la espalda.
¿Eran válidos sus objetivos? ¿Cuál es el valor de su arte para su público?
Max Raphael escribía que el objetivo de todo arte era “la ruina del mundo de las cosas” y el establecimiento de un mundo de los valores. Marcuse se refiere al arte como “el gran rechazo” del mundo tal como es. Yo he escrito en alguna ocasión que para mí el arte es un mediador entre lo que nos es dado y lo que deseamos. Sin embargo, las grandes obras de arte del pasado, en su oposición a lo que existía, podían creer en un lenguaje y referirse a una serie de valores establecidos. La contradicción entre lo que existía y lo que podía ser pensado no era, sin embargo, insuperable. De ahí la unidad lograda en esas obras. En realidad, su crítica de una realidad dispar (ya estemos pensando en Piero, Rembrandt, Poussin o Cézanne) se realizaba siempre en nombre de una mayor y más profunda unidad. En este siglo, y más exactamente desde 1941, la contradicción se ha hecho insuperable; la unidad en la obra de arte, inconcebible. Nuestra idea de la libertad se amplía, nuestra experiencia de ella disminuye. Es a partir de aquí donde surge el concepto moral de lo Imposible. Sólo a través de los intersticios que ocasionalmente surgen en el engranaje de los sistemas opresivos podremos entrever la imposibilidad de que sea de otro modo: una imposibilidad que nos inspira porque sabemos que incluso lo que en tales sistemas se considera óptimo es totalmente inadecuado.
“No soy un determinista —decía Magritte— pero tampoco creo en el azar. Este funciona como una ‘explicación' más del mundo. El problema reside precisamente en no aceptar ninguna explicación del mundo ni mediante el azar ni mediante el determinismo. No soy responsable de mi creencia. Ni siquiera soy yo quien decide que no soy responsable, y así hasta el infinito: estoy obligado a no creer. No hay punto de partida.”
Esta afirmación, como todas las de Magritte, se destaca por su claridad. Pero su contenido forma parte de la experiencia vivida por millones de personas. Tal vez sea la conclusión a la que han llegado la gran mayoría de los habitantes de los países industrializados. ¿Quién no se ha visto reducido en algún momento a la intransigente impotencia de esta actitud? El artista Magritte, sin embargo, no se queda en esta afirmación. Se da en él algo parecido a la reducción, no al absurdo, sino a la libertad. Los mejores cuadros de Magritte, los más elocuentes, tratan de esta reducción. Le Modéle Rouge muestra un par de botas que terminan en dedos humanos puestas en el suelo delante de una pared de madera. No quiero imponer un significado único a ningún cuadro de Magritte, pero estoy seguro de que el motivo de las botas medio convertidas en pies no constituye el tema central de este cuadro. Sería el misterio por el misterio, algo que él odiaba. Lo importante es saber qué es lo que propone esta invención. Un par de botas normales dejadas en el suelo simplemente sugieren que alguien se las ha quitado. Un par de pies separados del resto del cuerpo sugieren violencia. Pero los pies desechados medio convertidos en botas proponen la noción de un ser que ha abandonado su propia piel. El cuadro trata de lo que está ausente, de la libertad que es ausencia.
Le Modéle Rouge
Les Promenades d'Euclide muestra una ventana que se abre a una ciudad. Delante de la ventana hay un caballete con una tela. Lo que está pintado en ésta coincide exactamente con la parte de la ciudad que se oculta tras ella. Hay un segundo juego. En el trozo de paisaje pintado en la tela (o cubierto por ella) aparecen una carretera recta que se pierde en el horizonte y, a un lado de ésta, una torre puntiaguda.
La carretera en perspectiva y la torre tienen el mismo tamaño, color y forma puntiaguda. El objetivo de estos juegos es demostrar lo fácil que es confundir lo bidimensional con lo tridimensional, la superficie con la sustancia. Y así llegamos a lo que propone el cuadro. El caballete tiene una manivela para subir y bajar la tela. Magritte la ha pintado de una forma tangible y enérgica. ¿Qué pasará si se la gira? Es posible/imposible que cuando el lienzo se mueva descubramos que detrás de él no hay ningún paisaje: nada, un vacío, un blanco. Otro cuadro, La Lunette d’Approche, propone lo mismo. Vemos en él una ventana de dos vanos, uno de cuyos marcos no está del todo cerrado. En el cristal, o a través de él, aparece el cielo y un mar convencional iluminado por la luz del sol. Pero en el espacio posterior a las apariciones del mar y el cielo podemos entrever un vacío imposible, oscuro, libre.
Les Promenades d'Euclide
L'Évidence Éternelle. Esta obra consta de cinco telas enmarcadas por separado, cada una de las cuales representa el primer plano de una parte del cuerpo de una misma mujer: una mano, el pecho, el estómago y el sexo, las rodillas y los pies. En conjunto ofrecen una prueba visible de su cuerpo y de su proximidad física. Sin embargo, ¿qué valor tiene esa prueba? Cualquiera de las partes puede ser suprimida o colocada en un orden diferente. La obra propone que lo que parece existir, la res extensa, puede ser visto como una serie discontinua de partes móviles. Detrás de las partes y a través de sus intersticios imaginamos una libertad imposible.
L'Évidence Éternelle
Cuando se dispare el cañón en el cuadro titulado En el umbral de la libertad, caerán los paneles del mundo aparente.
La obra de Magritte se deriva de una profunda crisis social y cultural; una crisis que probablemente seguirá imposibilitando el que llegue a existir un arte unificado. Se podría decir que se trata de una obra derrotista.
No obstante, Magritte rechazó siempre la idea de huir del presente, tal como éste es vivido, y refugiarse en el culto a la estética o a la personalidad. Lo que tenía que hacer como artista lo hizo con el presente. A esto se debe el que muchas personas reconozcan en Magritte una parte de sí mismas que, de no ser así, no tendría lugar en el presente; esa parte que no puede coincidir con el resto de sus vidas, que no puede rechazar el concepto moral de lo imposible y que es el producto de la violencia sufrida por las otras partes.
En Mirar
Traducción: Pilar Vázquez Álvarez
Imagen: © Savatore Di Nolfi/Keystone/Corbis
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La editorial Losada festeja 75 años de resistencia y grandes autores
Fue un ícono de la cultura local y de los intelectuales exiliados en nuestro país luego de la Guerra Civil española. Su catálogo reúne a muchos de los mayores escritores del siglo XX.
POR SUSANA REINOSO
Sólo quienes logran equilibrar sus ideales con el sentido común alcanzan su realización y consiguen proyectarse en el mundo cultural. Así lo define el libro La editorial Losada, una historia abierta desde 1938, de Gonzalo José Bernardo Juan Losada Benítez, o Gonzalo Losada a secas. Su recuerdo será onmipresente la próxima semana cuando el sello argentino que fue, por antonomasia, el de los exiliados españoles, celebre sus 75 años de existencia con una fiesta.
Es el festejo de una sobreviviente, que aguantó los vientos del cambio radical a nivel editorial en las últimas décadas. Paidós, que dio a conocer la psicología, ya no es argentina. Emecé, la marca de la obra de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, tampoco lo es. Y Kapelusz, con cuyos libros estudió más de media América latina, también está en manos extranjeras.
En diálogo con Clarín, el actual presidente de Losada, Juan José Fernández Reguera, se mostró orgulloso de “presumir de un prestigio internacional luego de haber vivido algunas etapas caóticas, como la de 1989 cuando me hice cargo. La empresa cotizaba en Bolsa y tenía una gran deuda con una imprenta chilena. Me decían que Losada era insalvable. Pero soy asturiano. El catálogo era tan importante que no teníamos que salir a buscar nuevos autores, y decidimos reeditar”.
Losada nació como consecuencia de una prohibición de publicar en España y de la convicción de Gonzalo Losada de no admitir ninguna censura a las ideas. Había llegado a la Argentina en 1928. Aquí fundó una sucursal de Espasa Calpe, que después de la Guerra Civil en España sufrió el cepo franquista. No dispuesto a aceptar las condiciones que se le imponían desde la península, como la proscripción de autores argentinos y latinoamericanos, Losada equilibró sus ideales con el sentido común y creó en 1938 la editorial que lleva su apellido, con Atilio Rossi y Guillermo de Torre.
“Cuando me hice cargo”, continúa Fernández Reguera, “me encontré con un armario repleto de traducciones sin editar. Allí estaban los seis primeros tomos de Proust, traducidos por Estela Canto. Expertos norteamericanos la consideraron una de las mejores traducciones del autor francés. Estaba también toda la obra de Sartre, títulos que llevaban 25 años sin estar en el mercado, y aún nos quedan libros de Stendhal sin publicar”. El catálogo de Editorial Losada no compite con los bestsellers de los grandes sellos: “Publicamos libros que compiten con el tiempo”. Autores como Carl G. Jung, Kafka, William Faulkner, Federico García Lorca, Antonio Machado, Albert Camus, Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias, Kenzaburo Oé y Harold Pinter, entre muchos otros, conformaron el rico acervo cultural de Losada, que cuenta con 25 ganadores del Premio Nobel de Literatura o de Física. Por caso, Albert Einstein. Son 1.300 títulos, con un promedio de 150 reediciones al año.

Losada, según su presidente, es una editorial totalmente independiente, sin subsidios ni novedades comerciales. “Hicimos un gran esfuerzo para publicar la obra completa de Shakespeare, luego de 25 años de ausencia en el mercado. La librería nos apoya muchísimo”. Hoy Losada, además del sello editorial y la librería, tiene un teatro.
Dos novedades se suman para los festejos: El gato de Copenhague y Finn’s Hotel, de James Joyce, cuyos derechos compró Losada para toda América latina. El cepo a las importaciones impide al primer libro, impreso en tapa dura, llegar a tiempo a la Argentina, por lo que saldrá primero en México. El otro ya está listo.




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Murió el sociólogo estadounidense Marshall Berman (biografía y textos)
Filósofo, docente, y autor de textos clásicos como “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Sufrió un infarto fulminante ayer, en la ciudad de Nueva York, donde residía.
Marshall Berman murió ayer 11 de septiembre a los 72 años en Nueva York, Estados Unidos. Escritor, filósofo y docente, sus trabajos sobre economía, arte y cultura fueron moldeados por su inmersión temprana en la obra de Karl Marx.
Berman había nacido en el Bronx neoyorquino en 1940, en el seno de una familia judía. Fue profesor de ciencia política en la universidad de la ciudad de Nueva York, participó de varias publicaciones de izquierda y fue un colaborador de The New York Times y The Nation, entre otros.
Entre sus libros sobresalen “La política de la autenticidad” y “Aventuras del marxismo”, pero sin duda su obra más conocida fue "Todo lo sólido se desvanece en el aire", un título tomado del Manifiesto Comunista que cuenta una historia crítica la modernidad, desde el "Fausto" de Goethe a Jones Beach. Lo publicó hace más de treinta años, y se convirtió rápidamente en materia de estudio en universidades y posgrados de varias disciplinas. Como escribió la revista The Tablet, Berman será recordado por ese visionario libro publicado en 1982:
Fue una revelación, una evocación y a veces un poema en prosa con pies de página. Acá abrazó a Marx como un profeta, guiado no tanto por la ira del viejo testamento, sino por la idea de que lo que podría recién estar haciéndose visible en el mundo sería “una asociación en cual el libre desarrollo de cada individuo es la condición para el libre desarrollo de todos.” Este Marx, para él, fue “uno de los primeros y más grandes modernistas.”
Por modernismo quiso decir “cualquier intento de hombres y mujeres de convertirse tanto en sujetos como los objetos de la modernización, de tomar de riendas el mundo moderno y sentirse cómodos en el”. Pero en “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, Marshall no anunciaba un futuro visionario, sino que celebraba, y se preocupaba, por las posibilidades del presente. “Ser moderno – escribió- es experimentar la vida personal y social como un torbellino… Ser moderno es sentirse en casa en el torbellino, de hacer propio sus ritmos, de moverse dentro de sus corrientes en búsqueda de las formas de la realidad, de la belleza, de la libertad, de la justicia, que permite su fluir ardiente y peligroso.”

Marshall Berman (Bronx, Nueva York, 1940 – 11 de septiembre de 2013)1 fue un filósofo marxista y escritor estadounidense de origen judío.
Escribió una serie de libros influyentes en la sociología de la cultura tales como "La política de la autenticidad", "Aventuras en el marxismo" pero fue con "Todo lo sólido se desvanece en el aire", considerado uno de los libros más influyentes del siglo XX, que logró reconocimiento internacional. Inspirado en las tesis de Karl Marx, fue creando desde esa base sus ideas sobre modernismo y modernidad donde se entiende la cultura contemporánea como un mito permanentemente recreado, tomando así el enlace temático sugerido por la Escuela crítica acerca de entender la modernidad como irracionalidad contenida en racionalidad y "mito ilustrado". Sin embargo, gran parte de sus impulsos creativos y trabajo intelectual tiene una formación liberal. Eso se ha profundizado desde los años 90, en un marcado seguimiento por el arte visual contemporáneo y su afición reconocida por Nueva York, su ciudad natal, la cual ha estudiado urbanística y culturalmente de manera magistral a lo largo de su vida.
Modernidad y sub-desarrollo
Como muchos pensadores estadounidenses, al estudiar profundamente su país se han encontrado con que los enlaces culturales lo van acercando al sur inconscientemente, tal como sucede de manera análoga con el trabajo intelectual de Harold Bloom a través de su idea de canon. La modernización incompleta latinoamericana, compleja trama híbrida, se encuentra en las mismas manifestaciones culturales estadounidenses que operan como "pasaporte fantasma" a espaldas de Europa; su comprensión sólo puede ser entendida en clave de tragedia.
Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos propone aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos y todo lo que somos...

Todo lo sólido se desvanece en el aire (Autor: Marshall Berman)
INTRODUCCIÓN
En esta primera parte, Berman nos habla en su capítulo de introducción acerca del su punto de vista sobre el modernismo dividiéndole en tres fases las cuales son:
o Comienzos del siglo XVI hasta finales del Siglo XVIII
o Siglo XIX
o Siglo XX
Para Berman el hombre moderno es aquel que se encuentra con un mundo en el que similitud y desigualdad son pan de cada día; El hombre moderno se encuentra expuesto a trasformaciones, avance, inteligencia, conocimiento pero también, a destrucción y perdición y, es básicamente esto lo que representa a la modernidad como una notable contradicción de lo que es y no es a la vez.
Berman inicia con la modernidad de la época que inicia con el siglo XVI y finaliza hacia el siglo XVIII, bajo este parámetro él nos habla de aquella humanidad que hasta ahora comienzan a experimentar los comienzos de la vida moderna, una sociedad que no sabe a ciencia cierta lo que viene a su futuro y lo que debe afrontar, hasta ahora en este época, se empieza a hablar de ´´modernidad´´ sin saber si quiera el uso adecuado del término, es básicamente una sociedad que está a punto de caer en la revolución total de lo que hasta ahora habían vivido.
En una segunda instancia Berman sigue expresando ´´la modernidad´´ en otra fase y, esta contempla la época del siglo XIX. En donde ser modernos es saber vivir en esta experiencia de vida (tiempo presente), es ser capaz de afrontarla y poderla transformar, es crecer con ella pero no dejar que esta crezca más que nuestro propia evolución; de igual forma el hombre moderno está atento a lo que dicha modernidad con lleva y, no se deja acobardar frente al cambio, al contrario aun conociendo sus amenazas y contradicciones, es su saber lo que le permite manipularla.
Otro aspecto importante de la vida moderna, es su misma contracción, un ejemplo expuesto en el texto no habla de las maquinas, las cuales se encuentran dotadas de cualquier cantidad de propiedades funcionales, de uso y de su productividad que aunque hacen más fructífero el trabajo humano también provocan una industrialización la cual genera en esta humanidad pobreza, hambre, desempleo ya que su eficiencia resta el trabajo obrero que durante décadas desempeñaban y que era aquel trabajo su sustento para vivir.
En tercera instancia Berman no habla de la modernidad en el siglo XX, en donde el proceso de modernización abarca la humanidad entera, en la que la cultura del modernismo consigue expandirse y es su expansión lo que produce la fragmentación de este ideal moderno lo cual lleva la perdida de sus raíces, pero ahora,¿ Cuáles son las raíces de la modernidad? Fundamentalmente, se habla de su contradicción constante en relación a la medida con que esta misma avanza, pero de qué sirve esa contradicción si no hay una humanidad capaz de sobrellevarla, de no dejarse manipular por lo existente, de ser capaz de apreciarla pero al mismo tiempo más allá de aceptarla, estar en capacidad de tener criticidad y manipularla. Para esto entonces, sería importante empezar por conocernos, y a tener en cuenta ese pasado que nos antecede durante toda nuestra existencia puesto que por muy atrás que allá quedado, fue ese 1 él nos trajo hoy en día al 2, y es evidente que sin ese primer paso no hubiésemos podido llegar al segundo.
CAP 1:
EL FAUSTO DE GOETHE: LA TRAGEDIA DEL DESARROLLO
Primera metamorfosis: el soñador
Segunda metamorfosis: el amante
Tercera metamorfosis: el desarrollista
Epílogo: La época fáustica y la época seudofáustica.
El capítulo nos habla de EL FAUSTO DE GOETHE, el cual se presente como un persona lleno de un mar de profundidad desde su imaginación, una gran inteligencia política y económica que lo llevan a desarrollar su aspiraciones del futuro así como también, es un personaje sensible y con percepciones especiales en su vida.
La obra del Fausto de Goethe presenta el desarrollo moderno de la sociedad occidental, en esta obra es importante resaltar que durante todo su proceso el ideal cultural del ´´autodesarrollo´´ se ve influenciado bajo el desarrollo económico como su motor esencial de funcionamiento; Y en esta medida entonces, es importante cuestionar sí es este mismo ideal cultural el motor que durante años ha tenido una sociedad en general para auto desarrollarse en cada aspecto personal de su propias vidas es decir, que el deseo de aspiración en función a ser un personaje intelectual de gran sabiduría no rige entonces este ideal sino más bien, el motor de la ambición económica y material lo que promueve este desarrollo.
Por otro lado, en Fausto se muestra que la única forma de transformación del hombre se da solo cuando todo su entorno del mundo físico, social y moral también cambia.
La obra se desarrolla desde 3 metamorfosis, y de esta forma se prosigue a dar una serie de afirmaciones presentadas por el autor que a mi modo de ver se tornan interesantes e importantes de mencionar:
En la primera metamorfosis: él soñador.
Su cultura se ha desarrollado apartado de la totalidad de la vida.
Los poderes de su mente al volverse a su interior se han vuelto contra él, convirtiéndose en su prisión.
El re descubrimiento de los sentimiento infantiles, pueden liberar tremendas energías humanas, que pueden entonces generar poder e iniciativa para el proyecto de reconstrucción social.
En la segunda metamorfosis: el amante.
Confianza en sí mismo.
Su trágico romance no se hubiese desarrollado si no fuesen por sus espiritus afines desde el comienzo.
El crecimiento humano tiene sus costes humanos, todo lo que desee deberá pagar el precio, y el precio es alto.
En su tercera y, última metamorfosis: el desarrollista.
Conecta sus impulsos personales con las fuerzas económicas, sociales y políticas que mueven el mundo.
Aprende a construir y a destruir.
Se lucha por cambiar no solo su propia vida, sino también la de todos los demás.
Para el desarrollista, dejar de moverse, reposar en la sombra, dejar que los ancianos lo envuelvan, es la muerte.
De esta manera es ya pertinente mencionar que la obra del fausto de Goethe nos muestra esa primera fase de nuestro propia desarrollo, es un ejemplo que nos ayudaría a concebir en una primera medida esa verdad precisa que se acerca cada vez más, la cual nace de la idea innegable del proceso de crecimiento en todo ámbito que cada humano lleva consigo mismo.
CAP. 2: Todo lo solido se desvanece en el aire: Marx, El Modernismo y La modernidad.
POSTURA 1:
Marx ve la vida moderna como un todo en donde existen 2 dualidades:
- MODERNIZACIÓN: Político – Económica.
Arte – Cultura – Sensibilidad.
Marx presenta: ‘’ Todo lo solido se desvanece en el aire´´ como la descripción de lo que era la sociedad burguesa moderna.
En este sentido, todo lo que está estable tiene a desaparecer, tiende a quebrantarse.
Esto puede relacionar con el principio de todas las cosas: Todo lo vive, muere. Todo lo que existe deja de existir o al menos sufre alguna transformación.
En este caso esto no es un dejar de existir de forma completa, es decir no se trata de que todo muere sino más bien, de que todo está en un constante cambio, para ejemplificar más esto que acabo de exponer me retomo a al caso más evidente el ser humano:
Según lo que dice la ciencia y todos los estudios realizados en el proceso de evolución biológica hace millones de años atrás nosotros la raza humana éramos conocidos en este mundo como una especie de Homo Habilis y hoy en día somos parte de la especie Homo Sapiens Sapiens, lo que sugiero con este breve ejemplo es que este proceso de transformación y evolución que nosotros mismos hemos sufrido, y que muy probablemente vamos a seguir sufriendo cuando en futuro gracias a las condiciones atmosféricas soportadas nuestro propio organismo deba desarrollar anticuerpos o formaciones externas que nos permitan muy posiblemente una protecciones frente a las condiciones ambientales en las que debamos estar, también lo sufren el resto de lo existente.
Lo importante no es solo tener conocimiento acerca de estos cambios sino más bien empezar a concientizarnos que la naturalidad de todo está en esta transformación constante, y que como diseñadores debemos entonces pensar siempre a la hora de diseñar en totalidades que comprendas 3 factores importante: pasado, presente y futuro; dicho factores son entonces los criterios primordiales de estudios y análisis complejos cada uno como diseñadores debe evaluar a la hora de diseñar, con esto entonces pensando en una totalidad y de esta totalidad desglosar variables podríamos encontrar respuestas a necesidades o problemas particulares y son las respuestas a estas particularidades lo que nos llevaría a producir cambios en la GLOBALIDAD, si entendemos el principio de que el cambio en las pequeñas cosas a futuro generar respuestas en la totalidad.
POSTURA 2:
Al igual que Marx comparto en una pequeña parte la postura que presenta en base a la burguesía en donde se siente maravillado por los alcances al que la misma mediante su metodología y estrategia ha conseguido pero, me cuestiona entonces pensar en el apoyo que se le da a esta forma de proceder.
Es pertinente resaltar que aunque los logros obtenidos de la industrialización y las ganancias en el desarrollo económico de ciudades han sido grandes, también la manera en como se ha sobre-explotado, desbastado y destruido toda esta mano obrera que antes eran los medios de generación de ganancias para la sociedad, ha sido también injustificable ya que en ninguno de los casos la clase obrera y artesana ha debido pagar con sus vidas, los beneficios que estos procesos de industrialización han traído.
De esta forma; ¿Hasta qué punto se debe congraciar la humanidad con los avances de carácter tecnológico, científico, económico que el mundo ha obtenido? si para conseguir esto nos hemos convertido en una sociedad esclava del consumismo, dependiendo de todo un sin número de objetos que hacen por ‘’nosotros’’ ; Además de perder la oportunidad de todo aquel trabajo que propiamente podríamos nosotros desarrollar y de esta forma obtener un desarrollo de habilidades motrices que en la actualidad carecemos porque han sido las maquinas las que realizan las actividades que nosotros deberíamos realizar.
Es importante mencionar también que el desarrollo y la industrialización no son sucesos nefastos al contrario, el progreso y el avance que han dado a estas sociedades han sido magnificas, pero se debería pensar, ¿Hasta qué punto hoy en día, hemos dejado de ser los manipuladores de estos inventos y, nos hemos convertido en los objetos manipulables?
En la actualidad, observamos que nos hemos vueltos esclavos de la tecnología (como se puede evidenciar en el video presentado en la parte inferior acerca del BlackBerry), es por esto que invito a entender que estos objetos son solo los MEDIOS por los cuales podemos facilitar algunos aspectos en nuestras vidas como por ejemplo la comunicación, PERO esto no pretender que aunque sean facilitadores sean entonces INDISPENSABLES para nuestra existencia y, por esta razón nos volvamos en esclavos de ellos.
CAP 3: BAUDELAIRE: EL MODERNISMO EN LA CALLE
Es interesante detenerse y pensar un poco acerca de una de los pensamientos que expresa Baudelaire en el heroísmo de la vida moderna; nos habla acerca de ese verdadero pintor que está en capacidad de captar el carácter épico de la vida de hoy y hacernos sentir Grandes por ser quien somos y vivir en la época en la que vivimos.
Ahora bien que pasaría entonces y si suponemos que estos pintores del siglo XIX, son llevados a nuestro actualidad y decidimos cambiar de actores para pensar en los diseñadores del siglo XXI; Diseñadores que sean capaces de hacer sentir ‘’Grandes’’ a sus usuarios por medio de todo lo que diseñan tanto en productos tangenciales como intangibles para ellos; entendiendo que la grandeza no se define como ‘’superioridad’’, sino al contrario entender grandeza como el atributo que se le da al usuario por medio del cual este siente apropiación y gusto por lo que tiene, por lo que es y por quién es, en este caso la grandeza estaría medida por aquello que le permitiría al usuario generar en él un sentido de placer al disfrutar lo que adquiere, en un ejemplo de esto en cuestiones materiales sería: ¿Qué pasaría sí como diseñadores nos encargamos de comunicar que todo bien material expuesto para la sociedad hace parte de un sin fin de cosas que pertenecen a la modernidad y que la riqueza de estas por mucha variedad que exista, no va a cambiar?
Es decir, aunque de un ‘’bien material’’ existan muchas versiones y tipologías del mismo principio funcional, la riqueza de este no está en la mejorías que se le otorgan al pasar del tiempo sino al contrario, la riqueza es en su USO y principalmente el atributo FUNCIONAL que presta para cada usuario.
Tal vez, convirtiendo a cada Diseñador en un pintor de la vida moderna como lo expresa Baudelaire, lograríamos que todos estos ´´pintores´´ intentaran causar en la sociedad un cambio en sus propios conceptos en la adquisición de bienes materiales ‘’modernos’’, en donde la importancia de compra no sea la última versión en el mercado sino el entendimiento de su USO y FUNCIONALIDAD.
CAP. 4: SAN PETERSBURGO: EL MODERNO DEL SUBDESARROLLO.
Algo para resaltar en el ensayo que presenta Berman es: la visión de San Petersburgo durante los siglos XIX y XX, como una ciudad en donde las tradiciones son de carácter moderno y nacen de la existencia de la misma ciudad como símbolo moderno, en donde la sociedad es la atrasada; Ahora bien, que pasaría si planteáramos esta misma situación en Colombia y en nuestra realidad, ¿Cómo se comportaría la sociedad Colombiana frente a sus propias tradiciones?, ¿Seremos también una sociedad atrasada? y ¿Nacen en nuestra ciudad tradiciones que son llevadas a que se viva en una sociedad moderna?.
Es interesante plantear esta misma situación acá, se podría pensar que tal vez nuestro problema de país tercermundista se debe a él como se vivió o vive la modernidad en Colombia, si entendemos que es un país subdesarrollado puesto que los niveles de pobreza son muy altos, y existe gran población dentro de la marginalidad además de la desprotección de los ancianos, los niños y las madres cabeza de familia también, posee una deuda externa elevada lo que impide la inyección de capital propio y para añadir, no cuenta con una macroeconomía estable o una economía en desarrollo, ni con alto índices de empleo o altos índices en un buen nivel de vida de sus habitantes pero bien, el problema del subdesarrollo que vivimos debe tener una razón de fondo o para así decirlo un motivo que viene de décadas atrás en donde tal vez la sociedad sea el factor clave de nuestro estado actual.
Me atrevería a decir que al hablar de la sociedad se podría empezar con que para ser modernistas se necesitar ser un grupo de diferentes colectivos trabajando en pro de nuestro propio beneficio, entendiendo lo propio como una totalidad del bienestar completo de toda una sociedad, en donde no solo sean las clases altas y medias las relativamente beneficiadas sino, exista un cumplimiento completo de beneficios para todas las clases sociales; Si entendemos que el pensamiento colectivo es lo que nos llevaría a todos a un desarrollo y progreso como comunidad colombiana que somos, tal vez los problemas que se avecinan no serían tan graves y quedaría la posibilidad de encontrar algunas soluciones porque no serían unos pocos trabajando en sus beneficios sino, todo un colectivo, luchando por su bienestar y el bienestar del otro, en el que la estabilidad o el equilibrio social genere una estabilidad total.
Por otro lado, ¿Qué pasa con nuestra falta de identidad?, Una sociedad que vive y sigue las tradiciones ajenas sin identificar cuáles son sus propias tradiciones, no podría entenderse nunca como sociedad ya que, para para ser sociedad moderna se debería pensar en nuestras raíces, no en la modernidad que viven agentes de personas ajenos a nuestra realidad.
Lo importante entonces, es pensar en nosotros para llegar a construir un mañana propio, ¿Cómo ser una sociedad moderna si acoplamos lo que otros hacen para ellos y no para nosotros? Es ilógico pensar que se puede conseguir un desarrollo o un pensamiento moderno si lo que acoplamos a nosotros no nace de nuestras raíces sino de las raíces de otros…
CAP. 5: EN LA SELVA DE LOS SIMBOLOS: ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE EL MODERNISMO DE NUEVA YORK.
Jacobs nos presenta una visión diferente de la modernidad en donde se resalta la actitud, así como lo llama Baudelaire de ‘’Tomar un baño de multitud’’. Esta visión nace de los años 70´s donde los modernistas de la década de 1.950 empiezan a enfrentarse al mundo de la autopista. Este enfrentamiento no tiene razón de ser si no se llega a una fuente de vida nueva como se menciona en la lectura que genere energía a esta modernidad. Acá entonces, lo interesante es que dicha visión posee esta característica y dicha característica se encuentra presente en nuestra cotidianidad es decir que está presente en nosotros mismos el sentido dela modernidad.
De esta forma, esta visón nace de nuestra vida cotidiana en las calles y así pues, lo cuestionan té seria pensar en si se debería, hacer caso en mantener con vida el viejo ambiente de nuestras calles ya que es el único capaz de nutrir las experiencia y los valores modernos ó más bien, ignorar la libertad que sugiere la calle y por el contrario implementar el mundo de la autopista que propone una renovación a lo que décadas atrás hemos estado acostumbrados y en la pequeña medida que esta ha cambiado nosotros también lo hemos hecho.
Pues bien, esta idea del mundo de la autopista nos traer consigo más allá de una renovación, una destrucción de nuestras calles para dar paso a construcciones de rascacielos, centro comerciales, grandes autopista, construcciones urbanas en viviendas etc., depurando cualquier rastro de nuestras raíces y planteando un esquema totalmente diferente. En esta medida entonces, ¿Qué sería lo correcto? Persistir con nuestra identidad descubriendo la modernidad en lo que cotidianamente vivimos o por el contrario, dejar atrás todas estas experiencias y reconfigurar nuestros territorios despojándonos de lo nuestro para adquirir algo nuevo y así apropiarlo como nuestra modernidad.
En mi opinión, para mí lo ideal sería fusionar ambas, donde el sentimiento de la cotidianidad y las raíces no sean perdidas pero de igual forma se pueda abrir paso a nuevos esquemas a nuevas estructuras de pensamiento en la medida en la que estas no sean producto de los imaginarios que otros proponen sino, sean el resultado de reconfigurar nuestra identidad como sociedad para asi generar nuevas combinaciones y de esta forma lograr nuevos espacios de modernidad los cuales contengan granos de nuestra identidad.
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Andrés Rábago, más conocido como El Roto, despierta conciencias
Las imágenes del desencanto
A través de sus viñetas satíricas, el pintor e ilustrador español Andrés Rábago, más conocido como El Roto, despierta conciencias y critica al sistema capitalista. Aquí, habla sobre la crisis económica y los “problemas” del humor político.
Hace apenas seis años, cuando todos en España estaban embriagados con el derroche, los edificios que crecían como hongos, el piloto automático de la economía y el bipartidismo, había un tipo que –con señales: dibujos y leyendas– vislumbraba un doloroso fin de fiesta. Lo hacía todos los días en el diario El País, el mismo que tampoco vio venir la crisis, a los indignados y a los cinco millones de “parados”. El seudónimo con el que firmaba “sus visiones” (así las llama) también parecía revelador: El Roto. En la Argentina le hubiésemos pegado la etiqueta de “Humor gráfico”, pero las viñetas de El Roto no son chistes, aunque también roben sonrisas. Son radiografías de una realidad amarga, que entonces presagiaban lo evidente. Un dibujo y una leyenda contundente, parecida a los aforismos más ingeniosos de Twitter. Mientras España se hundía, la figura de Andrés Rábago García, alias El Roto, se erguía en las ediciones internacionales, en El País y en sus libros. El reconocimiento mayor llegó el año pasado: el Premio Nacional de Ilustración. Mientras, la caída de España todavía no se detiene.
Antonio Muñoz Molina, uno de los escritores españoles más prestigiosos, calificó a El Roto como “el único intelectual comprometido que había en España en 2007”. Esa aseveración motivó la respuesta furibunda de Javier Marías, siempre candidato al Nobel, que rechazó la imputación de su colega pero no pudo más que elogiar al artista. “Todos admiramos el talento y la capacidad de síntesis de El Roto, pero él hace viñetas tan sólo, a las cuales, por fuerza, y por certeras que sean, les falta la argumentación”, disparó.
Del otro lado del Atlántico, desde su estudio en Madrid, por teléfono, El Roto baja el tono de la discusión. “Yo agradezco las palabras de Muñoz Molina, que es un escritor que valoro, lógicamente, pero creo que era una polémica un tanto... (hace una pausa como si buscara la palabra más diplomática), vamos, yo no tengo nivel para poder contrastar con otra gente que tiene textos espléndidos y son pensadores mucho más profundos de lo que yo puedo ser.
Pero, ¿cómo juzgaría la actitud del colectivo intelectual español frente a la crisis financiera?
Para ser sincero, debo decir que mis lecturas no van por ahí, ignoro lo que pueda haber de verdad o de falso en el hecho de que los intelectuales hayan estado ajenos a los acontecimientos, porque no es mi lectura favorita. Yo juego más en otros terrenos de lectura. Me gusta la lectura de los místicos o de la filosofía de todas las épocas, de poesía, más que textos políticos o sociales.

El Roto no da nombres, siempre deja que un halo de misterio, parecido a la parquedad o el malhumor, lo envuelva. Lo incomoda hablar de su trabajo, del aspecto formal en el que no concibe el texto sin imágenes y viceversa. Le molesta explicar otra vez por qué antes de ser El Roto era Ops. Su firma no era la única diferencia. Con ese seudónimo trabajó durante la dictadura, como se refiere –sin eufemismos– al gobierno totalitario de Francisco Franco. “La censura era bastante estricta –recuerda– y el hecho de poder hacer un trabajo sin palabras, permitía decir las cosas de una manera libre y el lector era capaz de entender lo que se le estaba diciendo sin que la censura pudiese atrapar al autor”. Esa es la libertad que siempre buscó, trabajar sin coerciones. Cuando llegó la democracia, el lenguaje de Ops le resultaba demasiado oscuro para el lector moderno. “Por eso fue emergiendo esa personalidad, que era El Roto. Lo que trabajaba Ops eran los territorios del subconsciente o del inconsciente, mientras que El Roto trabaja en la esfera de lo consciente o, por decirlo de otra manera, lo cotidiano”, dice en tercera persona, como si hablara de otro.
Sus pinturas, en cambio, las firma con su nombre, pero para él, se trata de una identidad más; ni más ni menos importante. “Ese seudónimo heterónimo –que es Rábago– intenta reflejar un mundo que aún no es visible, pero que se va aproximando. Es un mundo que no es un mundo antiguo, el del espíritu, sino una nueva forma de ese mundo antiguo que está volviendo a emerger después de haber estado sumergido por la razón desde hace por lo menos, trescientos años”, explica. En sus pinturas sobresalen los colores, un rasgo totalmente ausente en su etapa de Ops y poco frecuente en El Roto, en el que el color aparece como un guiño a la sátira social de principios del siglo XX y para subrayar el absurdo. “En Rábago intenta desarrollarse plenamente ese color, como si fuésemos revelando una fotografía en esa cubeta”. Ya no queda tiempo dice para cambiar de ropas, de identidad. “Por razones de edad, inevitablemente, creo que El Roto será el último”, avisa.
Rábago aprendió solo. Y nunca quiso hacer otra cosa. “Mi única profesión ha sido la de dibujante y pintor, no he tenido ninguna otra profesión ni he trabajado en ninguna otra cosa”. Pero tuvo suerte y se le hizo fácil: su hermano hacía periodismo. “Nunca me costó un notable esfuerzo el poder publicar”, dice con modestia. Sin embargo, el éxito arrollador llegó con un género antiguo, que hoy no tiene demasiado lugar en la prensa iberoamericana y mucho menos en la argentina.

¿Es un error buscar sólo humor en la sátira?
Hay dibujantes que hacen una sátira más humorística y otros que hacemos una sátira distinta un poco más, digamos, seria. Cada uno tiene sus virtudes y sus inconvenientes, el mayor problema que le veo al humor es que, de alguna manera, dinamita su propia carga de profundidad, es como si se dinamitase a sí mismo. Yo prefiero que las cosas queden en un terreno en que puedan crecer de forma natural, subterránea. Creo que el humor al producir una descarga de risa, lo que hace es desactivar esa carga que lleva. Eso me ha producido siempre cierto recelo en trabajar lo que es estrictamente humorístico.
Hablando de cargas, hay algunas ideas que se repiten obsesivamente en sus viñetas, como la de una sobreinformación al servicio de la desinformación.
Me interesa el presente, pero no tanto eso que llamamos actualidad. La actualidad no la suelo tocar, me interesa el medio y el largo plazo, lo que está detrás de lo que acaba de ocurrir: hacia dónde nos lleva, qué podemos temer o esperar. Hay un exceso de información, pero una información tan entrecortada, tan fragmentada, que nos impide tener una visión más clara de lo que pasa. El trabajo de la sátira es clarificar, no tanto lo que pasa sino lo que sigue o seguirá pasando. La función es dar un sustrato a esa visión para que pueda resultar más clara la lectura. La sátira además ha sido un instrumento de lucha política, pero eso me interesa mucho menos. Me interesa más su utilidad a la hora de crear estructuras mentales, que nos permitan comprender mejor lo que nos ocurre o lo que nos hacen.
Otra idea recurrente y parecida es la del “ruido” de la TV y la radio como otra forma de manipulación. ¿Siente que ese ruido se mete en su vida a pesar de los esfuerzos por apagar la tele?
Me ocurre cada vez con más insistencia. Cada vez, con menos información, obtengo más información. Prácticamente me estoy volviendo autista: apenas oigo la radio, leo cada vez menos la prensa, porque es como si ya la hubiese leído, como si ya lo hubiese oído. Son como repeticiones de lo ya conocido. Cada vez intento entender más a partir de ese silencio. Creo que en esa saturación informativa hay más ausencia de información que en la aparente ausencia de información que puede proporcionar el silencio o el apartarse de los medios convencionales de información. Es como si ya estuviese todo ahí, como si estuviese presente inevitablemente, no podemos aislarnos completamente de ello.
Al tiempo que dispara contra la lógica de los medios, El Roto trabaja en el diario más poderoso de España, nave insignia del Grupo Prisa y publica sus libros en Random House Mondadori, asociada a Penguin, la editorial más grande del planeta. Carga con sus contradicciones, no les escapa. “Siempre he sostenido que dejar todo el espacio a aquellos que no te gustan, que crees que son nocivos, que producen enfermedad social, no es bueno. Si se nos da la oportunidad de tener una ventana, un lugar de decir lo que tenemos para decir, se la debe usar. Apartarse, por no contaminarse, por permanecer en una pureza imposible, no tiene sentido. Si fuesen más las voces que nos gusta oír o que tienen algo que decir, sería de agradecer que estuviesen presentes”.
Es la idea de responsabilidad personal que usted manifiesta.
Voy a hacer un matiz: no en cualquier lugar y no a cualquier precio. Por ejemplo, a la televisión, en la que alguna ocasión podría haber opinado, le he rehuido: creo que está demasiado contaminada para ser usada. Es cierto que la prensa tiene unas deficiencias enormes, pero considero que es un medio mucho más frío, en el que el lector no está tan indefenso frente a lo que se le pueda intentar colar como en la televisión.

A usted no lo sorprendió la crisis económica española. En sátiras anteriores al crack auguraban las fallas del sistema.
Pero eso prácticamente todo el mundo lo podía ver, que había algo raro, algo de ficción en todo lo que estaba pasando. Lo que pasa es que mientras resultaba provechoso, hacíamos la vista gorda, como que eso no tenía importancia, pero yo creo que eso era bastante visible. No es que las cosas no sean visibles, sino que vemos lo que nos interesa ver y justamente la sátira tiene que ser bastante neutral en ese aspecto. La mirada del dibujante satírico tiene que ser bastante neutral para no caer en esas trampas de los intereses o incluso de lo que es más próximo a su forma de pensar. Esa neutralidad en la mirada te permite mirar más a fondo las cosas.
¿Y los indignados? En sus viñetas los rescata.
Hombre, sobre todo porque son el futuro y estoy convencido de que tienen una razón de conocimiento, aunque sea inconsciente, de hacia dónde vamos. En el fondo estamos siguiendo algunas directrices internas de las que no somos conscientes. Eso se da en mayor medida en aquellas personas que son jóvenes y no han creado estructuras o capas que les impiden acceder a esos mapas. Por lo tanto, la reacción de los jóvenes, que habían permanecido por mucho tiempo –para mi consternación por otro lado– bastante silenciosos y que parecían sumisos y contentos, me pareció que era saludable. Era como si se hubiesen puesto en marcha los mecanismos de defensa internos, como cuando tenemos una enfermedad.
Se les ha criticado que su accionar sea por fuera del sistema político.
No, no, yo creo que es bastante inteligente la forma en la que se está actuando, hay que esperar, todavía son fenómenos muy jóvenes, muy nuevos. Yo creo que en alguna viñeta ya señalaba los peligros de formar partidos iguales a los ya existentes. El hecho de que no se hayan formado todavía partidos indica que no quieren integrarse en el mismo esquema que están criticando. Hay que esperar, todavía falta tiempo para saber qué va a resultar de todo ello, incluso cuando no resulte nada, por sí mismo es un hecho saludable.
Rábago básico
Nació en Madrid en 1947. Historietista, escenográfo, guionista y pintor.
Autodidacta, irrumpió en la década de 1970 con el nombre de Ops, pero alcanzó su pico de fama en Europa y en América latina con su último pseudónimo: “El Roto”. Con esa firma publica viñetas periódicas en El País.
En 2012 ganó el Premio Nacional de Ilustración y lleva publicados una docena de libros como “Bestiario”. En los próximos meses saldrán “Oh! La L’art” (Libros del zorro rojo) y “A cada uno lo suyo” (RHM).
Expuso sus pinturas y dibujos en diversas muestras.


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Guantánamo, el lugar de los nadies
El best-séller John Grisham se refiere aquí al trato dado a los sospechosos de terrorismo detenidos por los EE.UU., que, abandonados y torturados, esperan un juicio que les devuelva la libertad y la identidad.
Hace un tiempo, me enteré de que algunos libros míos habían sido prohibidos en la Bahía de Guantánamo. Al parecer, los detenidos los pedían, y sus abogados se los enviaban a la prisión, pero no se los autorizaba a ingresar debido a “su contenido inadmisible”. Sentí curiosidad y ubiqué a un detenido al que le gustan mis libros. Su nombre es Nabil Hadjarab, y es un argelino de 34 años que se crió en Francia. Aprendió a hablar francés antes que árabe. Tiene familiares y amigos en Francia, pero no en Argelia.
En lo que es una tragedia para Nabil, ha pasado los últimos 11 años como prisionero en Guantánamo, en gran medida en confinamiento solitario. En febrero, participó en una huelga de hambre, que derivó en que lo alimentaran por la fuerza.
Nabil estaba viviendo pacíficamente en una pensión argelina en Kabul, Afganistán, el 11 de septiembre de 2001. Luego de la invasión estadounidense, corrieron rumores en las comunidades árabes de que la Alianza Afgana del Norte estaba persiguiendo y matando a árabes extranjeros. Nabil y muchos otros se dirigieron hacia Pakistán en un esfuerzo desesperado por escapar del peligro. En el camino, dijo, resultó herido en una incursión aérea y se despertó en un hospital de Jalalabad.
En esa época, EE.UU. le tiraba dinero a cualquiera que entregara a un árabe foráneo encontrado en la región. Nabil fue vendido a EE.UU. por un botín de US$ 5.000 y llevado hasta una cárcel clandestina en Kabul. Allí lo torturaron por primera vez. Para albergar a los prisioneros de su guerra contra el terrorismo, las fuerzas armadas estadounidenses montaron una falsa prisión en la Base Aérea de Bagram en Afganistán. Bagram se haría famosa enseguida y, en comparación, Guantánamo es una colonia de verano. Cuando Nabil llegó allí en enero de 2002, como uno de los primeros presos, no había paredes, solamente jaulas con alambre de púas. En el crudo invierno, Nabil era obligado a dormir sobre pisos de cemento sin ninguna manta. La comida y el agua eran escasas. En los trayectos de ida y vuelta para sus frecuentes interrogatorios, soldados estadounidenses golpeaban a Nabil y lo arrastraban por las escaleras de hormigón. Otros presos murieron. Después de un mes en Bagram, Nabil fue trasladado a Kandahar.
Nabil negó toda conexión con Al Qaeda, los Talibán o con alguna persona u organización remotamente vinculada a los ataques del 11/9. Y los estadounidenses no tenían ninguna prueba de su implicación, salvo falsas denuncias de otros prisioneros que lo involucraban, obtenidas en una cámara de tortura en Kabul. Varios interrogadores estadounidenses le dijeron que el suyo era un caso de identidad equivocada. De todos modos, EE.UU. había adoptado normas estrictas para los árabes bajo custodia –todos debían ser enviados a Guantánamo. El 15 de febrero de 2002, Nabil fue trasladado en avión a Cuba, esposado, atado y encapuchado. Desde entonces, ha sido sometido a todos los horrores del manual de Guantánamo: privación del sueño, privación sensorial, temperaturas extremas, aislamiento prolongado, acceso mínimo a la luz del sol, ausencia casi total de recreo y atención médica limitada. En 11 años, nunca fue autorizado a recibir la visita de un familiar. Por razones conocidas únicamente por los hombres que dirigen la prisión, Nabil nunca fue sometido a una asfixia simulada. Su abogado cree que es porque no sabe nada y no tiene nada para entregar.
El gobierno estadounidense dice otra cosa. En los documentos, los fiscales militares dicen que Nabil se alojaba en una pensión dirigida por personas que tenían lazos con Al Qaeda y que fue nombrado por otros como alguien afiliado a los terroristas. Nabil nunca ha sido acusado de ningún crimen, empero. A decir verdad, en dos ocasiones se dio el visto bueno para su “transferencia” o liberación. En 2007, una junta de inspección creada por el presidente Bush recomendó su liberación. No pasó nada. En 2009, otra junta de inspección creada por Obama recomendó su transferencia. No pasó nada. Según sus guardias, Nabil es un prisionero modelo. Mantiene la cabeza gacha y evita los problemas. Ha perfeccionado su inglés e insiste en hablar en ese idioma con sus abogados británicos. Escribe en un inglés impecable.
En los últimos siete años, conocí a una serie de hombres inocentes que fueron condenados a la pena de muerte como parte de mi trabajo en el Proyecto Inocencia, que trabaja para liberar a personas detenidas indebidamente. Sin excepción, todos me han dicho que la crueldad del confinamiento aislado es brutal para un asesino de sangre fría que admite libremente sus crímenes. Para un hombre inocente, en cambio, la condena a muerte lo acerca peligrosamente a la locura. Llega un momento en que resulta imposible sobrevivir otro día.
Deprimido y llevado al punto de la desesperación, Nabil se sumó a una huelga de hambre en febrero. Cuando empezó a ganar ímpetu y la salud de Nabil y sus compañeros presos comenzó a deteriorarse, la administración Obama quedó arrinconada. De golpe, debió enfrentar la horrible perspectiva de que los presos cayeran como moscas dejándose morir de hambre ante los ojos del mundo. En vez de liberar a Nabil y los otros presos que no están clasificados como una amenaza para EE.UU., la administración decidió evitar los suicidios obligando a los huelguistas a comer. Nabil no ha sido el único “error” en nuestra guerra contra el terror. Cientos de otros árabes fueron enviados a Guantánamo, tragados por el sistema existente allí, nunca acusados y transferidos eventualmente a sus países natales. No ha habido disculpas, ni comunicados oficiales de arrepentimiento, ni compensación, ni nada por el estilo. EE.UU. se equivocó totalmente pero nadie puede admitirlo.
En el caso de Nabil, las fuerzas armadas y los agentes de inteligencia estadounidenses se fundaron en informantes corruptos que simplemente querían juntar efectivo estadounidense, o peor aún, soplones de la cárcel que intercambiaban historias falsas por golosinas, pornografía y a veces simplemente una suspensión de sus propias palizas.
Recientemente, la administración Obama anunció que trasladará algunos presos árabes más a Argelia. Es probable que Nabil sea uno de ellos y si eso ocurre se cometerá otro error trágico. Su pesadilla no hará otra cosa que continuar. No tendrá apoyo para reintegrarse a una sociedad donde muchos serán hostiles a un ex detenido de Guantánamo, ya sea por suponer que es un extremista o porque se niega a sumarse a la oposición extremista al gobierno argelino. ¿Qué deberían hacer? ¿O qué deberíamos hacer? Primero, admitir el error y pedir disculpas. Segundo: darle una indemnización. Los contribuyentes estadounidenses gastamos US$2 millones anuales durante 11 años para mantener a Nabil en Guantánamo; démosle a este tipo unos miles de dólares para que pueda levantarse. Tercero, presionar a los franceses para que pueda ingresar nuevamente al país. Suena simple, pero nunca ocurrirá.
(c) The new York Times. Traduccion de Cristina Sardoy
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Hace 30 años Motorola inició la era de los celulares ( 1983 )
Foto: CNN
– El nuevo teléfono de Apple, el iPhone 5s, salió a la venta coincidiendo con un aniversario muy significativo: el 21 de septiembre de 1983 la empresa Motorola obtuvo el permiso de venta del DynaTAC 8000x, el primer teléfono móvil comercial del mundo.
Su forma cuadrada se convirtió en un clásico del diseño. Pese a ser grueso, pesar casi un kilo y tener una autonomía de sólo media hora, fue una revolución: el primer celular que se podía comprar en el mercado.
No fue hasta marzo de 1984 cuando los primeros clientes pudieron tener en la mano el DynaTAC 8000x, imposible de meter en el bolsillo con su peso de 800 gramos y un largo de 25 centímetros (sin contar la antena negra). Además, costaba 3.995 dólares, por lo que no era accesible para cualquiera.
Su forma cuadrada se convirtió en un clásico del diseño
Con él se podía hablar media hora antes de quedarse sin batería y se podían grabar hasta 30 números de teléfono. Para cargar la batería hacían falta diez horas y la pequeña pantalla mostraba únicamente en rojo los números marcados.
Pese a ello, inició un cambio rotundo, pues los teléfonos “móviles” de aquel entonces estaban incluidos en los coches o tenían que ser llevados en una maleta. El aparato fue obra sobre todo de un hombre, Martin Cooper, que desarrolló para la firma estadounidense la tecnología del DynaTAC y que diez años antes había hecho la primera llamada desde un dispositivo móvil.
Hijo de inmigrantes ucranianos, Cooper creció en la época de la Gran Depresión en Chicago y estuvo en la Guerra de Corea antes de entrar en Motorola en 1954.
El nacimiento no fue fácil, porque los responsables de las cuentas de Motorola no estaban de acuerdo, se quejó cierta vez en una entrevista con la revista “The Economist”. Una y otra vez le preguntaban cuándo dejaría de gastar dinero en su proyecto favorito y éste comenzaría a dar frutos. “Costaba tanto e hizo falta tanto tiempo”, reconoció Cooper.
Los teléfonos “móviles” de aquel entonces estaban incluidos en los coches
Pero al final, su visión de futuro tuvo éxito. Motorola fue durante muchos años el fabricante número uno de celulares. No fue hasta 1998 que lo desbancó la finlandesa Nokia, cuando el avance del sistema GSM a nivel internacional le dio ventaja a los europeos.
Hoy sin embargo, ninguno de los dos son los reyes del mercado. Nokia acaba de vender su división de móviles a Microsoft. Y Motorola pertenece a Google, que quiere darle un nuevo impulso a la empresa pionera con el modelo Moto X. El teléfono, montado en Texas en vez de en Asia, busca imponerse gracias a una serie de variaciones de diseño que lo diferencian.
En la actualidad hay en todo el mundo más de 6.000 millones de conexiones de telefonía móvil y más de mil millones de smartphones. Los líderes del mercado de “teléfonos inteligentes” son Samsung y Apple.
Los elementos técnicos del nuevo iPhone de Apple vuelven a subrayar los avances que permitieron dar el salto en los últimos 30 años: cuenta con un chip con una capacidad de procesamiento que hace diez años solamente alcanzaban PCs de escritorio, un escáner de huellas dactilares y pesa apenas algo más de 100 gramos.
Cooper, de hoy 84 años, se vio sorprendido incluso él mismo por el éxito de su invento. “Sabíamos que llegaría un día en que todo el mundo tendría teléfono, pero era difícil imaginarse que pasaría estando yo vivo”, aseguró.
Pese a ello, en una entrevista con CNN en 2010 señaló que cree que el uso de los celulares es en la actualidad demasiado complicado. Por eso, junto con su mujer diseñó el teléfono “Jitterbug”, un celular con teclas grandes y tapas que sólo sirve para hacer llamadas.
Por Andrei Sokolov/ Dpa

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Vida y obra: J.D. Salinger
Con sólo cuatro libros publicados en vida, J.D. Salinger se convirtió en uno de los autores más queridos de las letras del Siglo XX. Pero su vida está rodeada de enigmas y sombras. Dejó de publicar a los 44 años, recluyéndose en una granja. Su gran novela, "El guardián en el centeno", macabremente, inspiró al asino de John Lennon. Aunque luchó en la Segunda Guerra Mundial, nunca escribió directamente sobre esa experiencia. Y sus devotos aun esperan obras póstumas.
POR ANDRÉS HAX
I.
Los libros publicados por J.D. Salinger (1919-2010) tienen un aura de perfección y misterio que poquísimos autores modernos han logrado conseguir. (Tal vez Rimbaud, solamente). Aunque la explicación final está en el enigma inherente al arte, hay varios factores pragmáticos que se pueden enumerar.
Por empezar, son pocos: una novela (El guardián en el centeno, 1951); una colección de cuentos (Nueve cuentos, 1953) y dos libros más que están entre nouvelles y cuentos largos (Franny y Zooey, 1961; y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, 1963). Sólo cuatro libros. (Salinger publicó varios cuentos más en revistas que no eligió coleccionar o reeditar. Es más, a principios de los años 70 demandó –con éxito– a los editores de un libro de cuentos no coleccionados).
En segundo lugar, como James Dean y Kurt Cobain, Salinger tuvo una vida creativa truncada: su primer libro salió cuando tenía 32 años y el último se publicó cuando tenía 44. Aunque no murió joven, que haya abandonado la publicación en pleno auge de su fama y talento se vivió entre sus seguidores casi como un suicidio. Pero un suicidio lento y extraño, nunca confirmado del todo. Se preguntaban, y se siguen preguntando: ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido escribiendo? ¿Cuantos libros milagrosos le quedaron por entregar al mundo?
Otro motivo por su aura de perfección tiene que ver con el control maniático que Salinger mismo ejerció sobre su obra, una vez publicada. No permitió adaptaciones al cine o el teatro (salvo una excepción al principio de su carrera, con un cuento, y lo lamentó profundamente). Ejerció control hasta sobre el diseño de las tapas de las reediciones de sus libros –que nunca dejaron de venderse en cantidades masivas–, eligiendo una presentación sencilla, sin imágenes, ni foto de autor, ni biografía. En los Estados Unidos, por lo menos, millones de adolescentes llevaban los tomos de Salinger consigo como si fueran textos sagrados y talismanes, a la vez, contra el conformismo gris del mundo de los adultos.
Por fin, para concluir esta lista incompleta de razones de la misteriosa perfección de las obras de Salinger, hay que mencionar su vida, su nebulosa biografía. Hasta muy poco, lo único que se sabía de Salinger era que abandonó su Manhattan natal a principios de los años cincuenta para ir a vivir en el bosque en New Hampsire, a cultivar su huerto orgánico, estudiar las religiones orientales y escribir para sí mismo como se trataría de orar o meditar. (Y se anticipó una década a los hippies).
Finalmente, hay que mencionar un lado oscuro de la obra de Salinger que también es una parte clave de su mística. El 8 de diciembre de 1980, John Lennon fue asesinado en Manhattan por un tal Mark David Chapman de 25 años, que había viajado desde Hawaii para cumplir su macabra misión. Tras pegarle cuatro tiros mortales, Chapman se sentó en la vereda delante del edificio Dakota, al lado oeste del Central Park (donde vivía Lennon con Yoko Ono y su primer hijo, Sean) y se puso a leer El guardián en el centeno. Los policías se lo tuvieron que sacar de las manos antes de llevarlo preso. Chapman se sentía tan identificado con Holden Caufield, el protagonista de ese libro, que había pasado los días en Nueva York previos al asesinato copiando las acciones de Caufield en la novela. Entre otras cosas, dijo que mató a Lennon para prevenir que se convirtiera en un falso (unphoney), una de las obsesiones del antihéroe de Salinger.
Como si fuera poco, en menos de cuatro meses, hubo un atentado contra la vida de Ronald Regan, el entonces presidente de los Estados Unidos. El culpable, John Hinkley Jr., reconoció que una de sus motivaciones fue llamar la atención de la actriz Jodie Foster. Pero también –como Chapman– citaba El guardián en el centeno entre sus principales influencias. Se dice, además, que Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino de John F. Kennedy, también era un lector fanático de la novela.
Entonces, además de misterio y perfección, la obra de Salinger tiene una extraña vida propia. Opera en el mundo extra literario, como un fantasma o un demonio. El gran logro literario de Salinger, El guardian en el centeno, es una obra –como Macbeth– a su vez sublime y maldita.
II.
Uno podría leer y releer los cuatro libros de Salinger sin deducir de ellos el dato autobiográfico más central de la vida del autor: que fue un soldado de combate en la Segunda Guerra Mundial. Específicamente, Salinger participó de la invasión de Normandía el 6 de junio de 1944. Según la biografía, J.D. Salinger, a life (2012) de Kenneth Slawenski, un mes después de la invasión, de los 3.080 soldados en el regimiento de Salinger, solo sobrevivieron 1.130. Fue el comienzo de la guerra para Salinger. Sabiendo esto, uno inevitablemente se pregunta cómo esta experiencia entra en su ficción.
La guerra de Salinger fue dura. Estuvo en la batalla del Bosque de Hürtgen, uno de los episodios más dantescos en una de las guerras más horribles de la historia humana; estuvo presente el la liberación de los prisioneros del campo de concentración de Dachau; y en los últimos meses de la guerra, Salinger trabajó en un equipo de contrainteligencia arrestando e interrogando a ciudadanos en pueblos previamente ocupados por el enemigo.
Repetimos. Aquí esta el misterio central de la vida y obra de Salinger. Por qué nunca habló o escribió directamente sobre estas experiencias. La tragedia de la guerra aparece solamente tangencialmente en algunos de sus cuentos, por ejemplo en Un día perfecto para el pez banana, donde Seymour Glass –un personaje de varios cuentos de Salinger– se suicida, irrevocablemente traumado por sus experiencias en la guerra. Pero Salinger, a diferencia de Hemingway o Norman Mailer (escritores contemporáneos que hicieron su gran fama convirtiendo sus experiencias de la Segunda Guerra Mundial en novelas clásicas) Salinger no usó sus experiencias de guerra para hacer ficción.
Esto, sin embargo, no significa que no escribió durante la guerra. Al contrario, según los soldados en su regimiento, muchas veces lo vieron tipiando furiosamente aun cuando aguantaban un bombardeo alemán.
III.
El mundo ficcional de Salinger es casi completamente apolítico y ahistórico. Sus protagonistas son, principalmente, adolescentes. Junto de Holden Caufield, el irónico y rebelde alumno de secundaria, la gran creación de Salinger fue la familia Glass: dos padres y sus cinco hijos y dos hijas, superdotados y excéntricos, que se criaron en un enorme departamento en el Upper East Side. (La película Los excéntricos Tenenbaum del director Wes Anderson crea un mundo muy parecido a la familia Glass).
En New Hampshire donde Salinger se fue a vivir para huir del mundo literario y de su fama, el autor escribía en un bunker alejado de la casa que compartía con su esposa e hija. Según su último biógrafo, trabajaba más de 12 horas por día. Las paredes de su estudio estaban cubiertas de cronologías, biografías y episodios de la vida de la familia Glass. Salinger no veía un futuro como autor sin ellos.
En cuanto a Holden Caufield… Aunque Caulfield es un heredero directo de Huckelberry Finn es, también, una creación completamente original en las letras estadounidenses. Leyéndolo hoy, sin contexto histórico, sería difícil percatarse cuán revolucionario fue. El uso de slang y su actitud contracultural resultó shokeante para las normas de la cultura estadounidense de 1951. Por lo tanto, a la vez de ser –desde el comienzo– un bestséller, ha sido uno de los libros más censurados en la historia de las letras de ese país. Entre las partes más escandalosas fue el uso de la frase “Fuck You”. Claramente, era otro mundo.
IV.
El lector apasionado de Salinger tiene que tomar una decisión. (Es la misma decisión que hay que tomar en el caso de muchos autores que huyen de la publicidad, como el de Thomas Pynchon o Cormac McCarthy). ¿Cuánto quiere enterarse sobre la vida del autor? ¿Es más honesto obedecer el deseo de Salinger y dejarlo completamente en paz? ¿O es el derecho de un lector apasionado aprender de la vida de cual surgió la obra? ¿O es más honesto y sano limitarse solamente a los textos?
Cada uno tomará su propia decisión, pero la opinión de este columnista es que para mejor apreciar el mundo de Salinger hay que restringirse a su obra y dejar al hombre en paz. Muchos autores hablan de la importancia de la obra por encima de la figura del autor. En conferencias, entrevistas, simposios y columnas de opinión se quejan sobre el trabajo de ser autor en vez de meramente escribir. Salinger sentía esa incomodidad, pero en vez de quejarse tomó acción. Se apartó del mundo que consideraba falso con la honradez y absolutismo de un monje. Habrán muchas cosas aun por descubrir de la vida de Salinger, pero nada va cambiar el hecho fundamental de su vida como autor: el de dejar de escribir. Fue tan drástica e misteriosa como la misma decisión que tomó Rimbaud. Parte de apreciar a Salinger es respetar esa decisión.
Pero a diferencia de Rimbaud, aun persiste una seria duda sobre si en realidad Salinger abandonó la escritura. Lo que abandonó fue la publicación. Eso fue un sacrificio real que hizo en su vida para vivir en armonía con su moral. Hasta ahora, sus admiradores y acólitos se han tenido que limitar a releer su obra. En estas relecturas logramos una intimidad con los personajes que llega a tener una calidez humana. Los conocemos casi tanto como integrantes de nuestra propia familia. Es un regalo de amor de Salinger. Y siempre es posible que en sus cuarenta años de silencio estuviera escribiendo furiosamente. Es posible que poco a poco los Glass sigan saliendo al mundo. Para los devotos, sería la mejor recompensa por haber mantenido la fe en Salinger.
Dead Caulfields. The Life & Works of J.D. Salinger
Salinger’s Big Appeal: The Life or the Work? (New York Times, 10/9/2003)
Justice to J.D. Salinger. Janet Malcolm. (NYRB, 21/6/2001)
The Catcher in the Rye. Top censored books (Time, 26/9/2008)
Who was J. D. Salinger? Adam Gopnik (The New Yorker, 9/5/2013)
J.D. Salinger: Glimpses of his hidden writing in new book (LA Times, 3/9/2013)
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Vida_y_obra-_J-D-_Salinger_0_996500789.html
Salinger’s Big Appeal: The Life or the Work? (New York Times, 10/9/2003)
Justice to J.D. Salinger. Janet Malcolm. (NYRB, 21/6/2001)
The Catcher in the Rye. Top censored books (Time, 26/9/2008)
Who was J. D. Salinger? Adam Gopnik (The New Yorker, 9/5/2013)
J.D. Salinger: Glimpses of his hidden writing in new book (LA Times, 3/9/2013)
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Vida_y_obra-_J-D-_Salinger_0_996500789.html
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Vida y obra: James Joyce (Descarga gratis Ulises)
La literatura del siglo XX tiene un antes y un después con "Ulises", la novela publicada en 1922 en París que, a primera vista, trata del simple recorrido de un hombre común por las calles de Dublín. Aunque la obra de Joyce (1882-1941) parte de la cotidianidad, su furiosa ambición pretendía crear una obra universal y mítica. Lo logró.
POR ANDRÉS HAX
Hoy podés entrar a cualquier buena librería y llevarte una copia de Ulises de James Joyce (1882-1941) como si fuera una docena de huevos. Pero en 1922, cuando fue editada por primera vez, la novela era literalmente contrabando. Las aduanas de los Estados Unidos e Inglaterra estaban en alerta roja para confiscar y quemar cualquier ejemplar que entrara por el correo. Recién en 1934 estuvo autorizada en los Estados Unidos, y en 1936 en el Reino Unido. Mientras tanto, sólo se conseguía de manera ilegal y pasaba de mano en mano en secreto. (Según una nueva biografía, ¡Ernest Hemingway ayudó armar un convoy para pasar ejemplares por la frontera con Canadá!). En su Irlanda natal, Joyce era considerado un degenerado satánico. Por eso, para comenzar a hablar sobre esta novela que cambió la literatura y que ahora es un clásico –reverenciado a la altura de La divina comedia, Hamlet o Don Quijote– resulta útil recordar que durante mucho tiempo fue un libro peligroso.
Aunque la obra de Joyce y su importancia para las letras universales no se limita a Ulises, cualquier discusión sobre su vida y obra tiene que comenzar por esta novela que escribió entre los 32 y los 39 años de edad. Y tal vez, para ser breves en esta vida breve, nos limitaremos principalmente a esta obra: el centro de su universo creativo. En ella Joyce metió todo lo que sabía de literatura y de su Dublín natal, donde vivió hasta los 22 años.
Sus obras previas, la colección de cuentos Dublineses y la novela Retrato del artista adolescente, pueden ser vistas como prólogos a Ulises. De hecho, Stephen Dedalus, el protagonista de Retrato… (y alter ego literario de Joyce) es un personaje fundamental en Ulises, que comenzó como un cuento para ser incluido en Dublineses antes de tomar vida propia como novela. Y Finnegans Wake, la obra que sigue a Ulises, es maravillosa entre otras cosas porque es tan pero tan compleja e inaccesible que hace que Ulises –un libro de por sí muy difícil– parezca un cuento de hadas.
Ulises es una novela simple y compleja a la vez. Trata, principalmente, de las andanzas de Leopold Bloom a través de Dublín durante un solo día: el 16 de junio de 1904. A pesar de que la superficie de la novela es la cotidianidad más rasa (la primera vez que vemos a Bloom está desayunando y después defecando) la novela tiene una arquitectura secreta que la liga íntimamente con la Odisea de Homero, y también con una constelación de símbolos anatómicos y esotéricos que logran (para los creyentes) hacer de Ulises una especie de libro universal, como una Biblia.
La imaginación de Joyce es humorística y, al mismo tiempo, enciclopédica. Como una metáfora, cada cosa que escribe es lo que dice y también lo que alude. Joyce dijo que metió tantos rompecabezas y enigmas en Ulises como para mantener a los profesores ocupados durante siglos. Hasta ahora lo ha logrado: se han escrito bibliotecas enteras sobre James Joyce y su obra.
Pero el principiante no tiene que alarmarse por todo esto. La primera entrada a la obra de Joyce es por el sonido de su prosa y la belleza de sus imágenes. Por lo tanto, si es posible, hay que leerlo en inglés. Esto no es esnobismo. Es que su prosa es musical y, como los poemas, es literalmente intraducible a otra lengua. El sonido no tiene equivalencias que se puedan transferir de un idioma a otro. Por ejemplo, describe de Stephen Dedalus –el Sancho Panza de Bloom– caminando por la playa:
Ineluctable modality of the visible: at least that if no more, thought through my eyes. Signatures of all things I am here to read, seaspawn and seawrack, the nearing tide, that rusty boot.
Que en castellano se tradujo:
Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer; huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa.
(Fíjense, en particular, y simplemente en términos de sonido, en: seaspawn and seawrackcontra huevas y fucos marinos, la marea que se acerca.)
El ejemplo también ilustra el gran descubrimiento de Joyce: el monólogo interior. Como en la teoría de la evolución o el cálculo integral, es conflictivo señalar un solo descubridor. Virginia Woolf, Marcel Proust y William Faulkner son laderos indiscutibles de Joyce en esta empresa. También Sigmund Freud y Carl Jung, de cierta manera. Sin embargo, el consenso crítico dice que en Ulises logra su máxima expresión.
Justamente, fue este recurso estilístico el que resultó tan ofensivo para tantas personas (además de lo escatológico y lo sexual de la novela). Jung mismo dijo sobre Ulises: “El estilo de Joyce es definitivamente esquizofrénico, con la diferencia de que el paciente común no puede impedirse a sí mismo pensar de esa forma, mientras que Joyce lo hace a voluntad y, además, lo desarrolló con sus fuerzas creativas.”
Ahora que Joyce es un monumento aparentemente irrebatible, es importante reafirmar enfáticamente que su obra, además de haber sido peligrosa, aún sigue siendo muy extraña y muy nueva: por su lenguaje, por su compleja arquitectura narrativa y por su gigantesca ambición de describir el mundo universal a través de un mundo particular.
Un esbozo biográfico
Joyce nació el 2 de febrero de 1882 en Dublín, Irlanda. Fue el primero de 15 hijos que su madre pariría, cinco de los cuales murieron durante la infancia. John Stanislaus Joyce, el hermano tres años menor, fue central en la vida de James. Entre otras cosas se mudó a Trieste con él apoyándolo financieramente, aunque ambos vivían casi en la pobreza. Joyce lo trataba condescendientemente y también lo usaba como un frontón para sus ideas. El libro de Stanislaus, My Brothers Keeper, es de fundamental importancia para los biógrafos de Joyce.
Hasta los 9 años, la vida de Joyce fue tranquila. Estudió en un prestigioso colegio jesuita donde fue buen alumno y un católico devoto. (Pronto, sin embargo, abandonaría la fe con vehemencia, al punto que no se arrodilló a rezar delante de su madre moribunda a pesar de las súplicas de ella. Como casi todo en su vida, esto está presente en Ulises.) Cuando tenía alrededor de diez años, el padre de Joyce comenzó a tener problemas financieros que lo perseguirían toda la vida: a partir de ese momento, la familia se mudaría cada vez con más frecuencia y a lugares más tristes y decadentes.
La educación preuniversitaria de Joyce se completó en otro colegio jesuita donde, junto a su hermano Stanislaus, estudió sin pagar la matrícula gracias a unos curas que admiraban su intelecto y conocían la precaria situación financiera de la familia.
Entonces es cuando Joyce se sumerge en la literatura clásica, aunque también leía fuera del programa escolar en las librerías de viejo en la ciudad. Para su carrera universitaria, Joyce asistió University College Dublin entre 1899 y 1902, concentrándose en lenguas modernas. Allí descubrió a Henrik Ibsen –que se convirtió en su primer modelo literario por mezclar el realismo con el simbolismo, según Gordon Bowker. Estudió noruego para poder leerlo en el original y publicó reseñas de sus obras. Hasta tuvo una breve correspondencia con el dramaturgo. Con la arrogancia que lo caracterizaba, le escribió: “Nos hemos conocido demasiado tarde. Eres demasiado viejo para que yo tenga efecto alguno sobre usted.”
Al mismo tiempo, Joyce empieza a conocer las calles y la noche. Los dos lados de la moneda de Joyce, tanto en su vida como su obra, son la descomunal erudición literaria y cultural, por un lado, y un íntimo conocimiento del sórdido y escatológico submundo urbano por otro. El barrio de prostíbulos de Dublín en ese momento se llamaba Monto y en Ulisestomaría el nombre Nighttown. Joyce los frecuentaba con entusiasmo. Años después, voluntariamente exiliado en Trieste con su pareja Nora Barnacle (embarazada del primer hijo de la pareja) visitaría, también, los prostíbulos de esa ciudad.
Joyce tuvo dos exilios: uno tentativo y otro permanente. En el primero, se fue a París a intentar estudiar medicina. Un amigo, luego enemigo –que en Ulises se convertiría en Buck Mulligan– le sugirió a Joyce que esa profesión le daría dinero, prestigio social y tiempo para escribir. Pero apenas comenzó a estudiar medicina, además de pasar hambre, lo que hizo Joyce en París fue, como antes en Dublín, devorar bibliotecas.
Su segundo exilio fue permanente. A principios de junio en 1904, cuando Joyce tenía 22 años, conoció en la calle a Nora Barnacle, una mujer dos años mayor que él que trabajaba de mucama en un hotel. Por el gorro blanco de marinero que Joyce llevaba puesto, ella pensaba que era un marinero noruego. El se enamoró de un flechazo. Le pidió una cita. Tras un malentendido, por fin salieron el 16 de junio (el día que quedó inmortalizado enUlises). Para tener una idea de hasta qué punto la vida de Joyce ha sido investigada, un dato: hay un serio debate académico-biográfico sobre si Nora lo masturbó a Joyce en este primer encuentro o no. Lo cierto es que estarían juntos por el resto de sus vidas. Tuvieron dos hijos, Giorgio y Lucía, a los que amaron pero no les fue muy bien en la vida. Barnacle era la musa de Joyce. Fue la modelo para Molly Bloom, la mujer en el centro de Ulises y cuyo monólogo al final de la novela es en sí mismo una obra maestra.
Con Nora se fueron a la Europa continental, sin casarse, para nunca volver a vivir en Irlanda. Ella era la contrapartida ideal para Joyce; no le daba importancia a la literatura y no creía en la eventual fama de su marido. En la última biografía de Gordon Bowker, una anécdota sobre Nora encapsula la relación que ella tuvo con su marido: explicándole a una amiga por qué le costaba dormirse, dijo: “Me voy a la cama y ese hombre se sienta en el cuarto de al lado y se ríe sobre lo que está escribiendo. Y yo le toco la puerta y le digo: ‘Mira Jim, o dejas de reírte o dejas de escribir’.”
La vida de Joyce estuvo repleta de angustias y dificultades, pero también de enorme fortuna. Desde adolescente, lo que quiso fue escribir, pero no sólo escribir sino crear obras que lo pondrían a la altura de Shakespeare. Célebre es la frase en la que dice que su ambición en Ulises era escribir algo tan completo que si se llegara a destruir la ciudad podría ser reconstruida a partir de su libro. Para lograrlo necesitaba dinero y gente que lo ayudara.
Durante sus años en Trieste, donde trabajó de profesor de inglés, vivió de la generosidad de su hermano. Después, en decenas de mudanzas, principalmente entre Trieste, Roma, Zurich y París, terminó encontrando a sus ángeles guardianes. Es probable que sin el enorme apoyo financiero de sus patrocinadoras, principalmente Harriet Shaw Weaver –por el lado financiero– y Ezra Pound –por los contactos y la promoción dentro del mundo literario– no hubiera logrado dedicarse a la literatura de la forma en que lo hizo.
Joyce es un escritor sublime, el constructor de los más maravillosas laberintos literarios del siglo XX. No hay que pedirle más que eso.
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Vida-y-Obra-James-Joyce_0_958704497.html
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Descarga: James Joyce - Ulises (traducción de Jose María Valverde)
La obra monumental de James Joyce. Ulises es el relato de un día en la vida de tres personajes: Leopold Bloom, su mujer Molly y el joven Stephen Dedalus. Un viaje de un día, una Odisea inversa, en la que los temas tópicamente homéricos se invierten y subvierten a través de un grupo decididamente antiheroico cuya tragedia raya la comicidad. Relato paródico de la épica de la condición humana y de Dublín y sus buenas costumbres cuya estructura, desbordantemente vanguardista, avisa a cada rato de su dificultad y exige la máxima dedicación. Ulises es un libro altisonante, soez y erudito donde los haya que ofrece una literatura distinta, extraña, ocasionalmente molesta y sin duda excepcional.
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Néstor García Canclini: “La cultura global fue una ficción”
La idea de democratizar la cultura está en crisis, dice el autor de “Culturas híbridas”. Al mismo tiempo, se multiplican públicos y museos en todo el mundo que reclaman una interacción distinta a las conocidas.
POR MARINA OYBIN
La agenda del antropólogo Néstor García Canclini es ajustadísima. Acaba de viajar de Chile a Buenos Aires; horas después haría un viaje fugaz a Rosario. Para realizar la entrevista nos encontramos en el hotel donde se ha alojado, en Recoleta. Llegó a la ciudad para participar del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales, en Rosario.
Apenas comenzamos la conversación, García Canclini comenta su reciente investigación hecha en Francia. “Estuve recogiendo documentos, artículos y entrevistando gente acerca de qué hacer con la lectura en pantalla digital. Viendo qué está sucediendo con las encuestas nacionales de lectura, que Francia viene haciendo desde el año 1973, y que las ha reformulado muchas veces. Encontré que algunos de los que están a favor de lo que antes llamábamos una ‘democratización’, y que comparten la idea de un acceso más horizontal y mejor distribuido, tienen sospechas sobre la palabra ‘democratización’. En la línea de André Malraux, de esas políticas culturales que han seguido Francia y otros países europeos y algunos en América Latina, se piensa en ‘democratización’ como una distribución igualitaria de los bienes culturales para ponerlos al alcance de la totalidad de la población. Hay varias razones para que esta noción de democratización haya entrado en crisis. Algunas son razones poco apreciables como el crecimiento de la mercantilización de los bienes culturales y el acceso diferencial indiscriminado. Otras tienen que ver con la simple constatación de que los públicos son muy diversos: en casi todas las sociedades hay multietnicidad, multilenguas, gustos muy heterogéneos y no hay por qué ofrecer un paquete cultural para que todos accedan de manera igualitaria a los mismos bienes, de la misma manera. El museo formaría parte de este programa que ha entrado en crisis: abrir las puertas a todos. En el caso del museo, se junta con otro proceso que es el de masificación de la institución o de algunas de las instituciones museales y el atractivo que ha tenido tanto para públicos locales como turistas”.
Seguimos conversando sobre la situación en los museos. “En el Reina Sofía –dice Néstor García Canclini– Salvador Dalí superó, con más de 700 mil visitantes, la cifra récord hasta entonces que era la de Picasso con aproximadamente medio millón de espectadores. En América Latina, tenemos experiencias semejantes: Diego Rivera tuvo más de medio millón de visitantes en México, y por supuesto están las cifras masivas de faros como la Tate, el MoMA y el Louvre, que han superado los 10 millones de visitantes al año. Se habla de exposiciones blockbuster , dispositivos o procedimientos a través de los cuales los museos han entrado en el circuito de la masificación cultural. Esto tiene muchísimas consecuencias: desde las altas inversiones que se requieren para hacerlo posible hasta cómo trabajar con esos públicos que no tienen el hábito de relacionarse con el arte contemporáneo o con artes de culturas muy lejanas, de las que no tienen suficiente información. Esto ha estimulado, por lo tanto, la renovación de lo que se llamaba educación artística en los museos y la aparición de actividades paralelas y formas de interactividad con los receptores que han sido, en conjunto, una dinamización muy valiosa de los museos.
Contrariamente a lo que muchas veces se auguró, el formato museo no entró en crisis, sino que se fortaleció...
Los museos siguen multiplicándose. Tanto en ciudades que no los tenían o tenían uno o dos, como en otras que tienen 80 o 100, como la ciudad de México, Londres y en ciudades asiáticas. El año pasado en China se inauguró un promedio de un museo por día. Es cierto que China está compitiendo con Occidente, buscando el turismo y desarrollando una infraestructura cultural que antes tenía otros perfiles y ahora se aproxima más a la nuestra. Pero nada permite decir que el museo está agotándose. A veces cierran algunos o se quedan con una o dos exposiciones temporales al año, como ocurre ahora en España por el descalabro económico, pero se innova. Lo que me parece que ha entrado en crisis es la estrategia de renovar los museos o crear nuevos que tengan un fuerte atractivo mediante un cascarón arquitectónico con una firma famosa. Se está haciendo ahora en Dubai, en países asiáticos, pero no parecería ser, al menos en Occidente, la tendencia predominante. Tuvo su momento ilusorio, pero ni la catástrofe económica de la economía mundial, sobre todo europea, ni las tendencias estético museográficas auguran que esa corriente de la escenificación espectacular a través de la arquitectura pueda sostenerse mucho más. Más bien, me parece que vamos a un replanteamiento de la función museo repensando cómo debe ser una exhibición, cómo organizar las lecturas del pasado desde nuevos conceptos, cómo lograr una vinculación más creativa e interactiva con el público.
Hoy, ¿el arte sigue siendo el lugar de la inminencia?
Desarrollé esa noción, tomada de Jorge Luis Borges, quien dice que el hecho estético es la inminencia de una revelación. La reformulé un poco apoyándome en autores que ya habían usado esa noción como Walter Benjamin, con un concepto parecido, el de aura, y Maurice Merleau-Ponty. Encontré varios críticos contemporáneos que elaboraron también esa noción y traté de armar un linaje, una trayectoria explicativa acerca de qué sucede con el hecho estético. Otros podrían decir que el núcleo de la experiencia estética está en otro lugar o que se puede tener experiencia estética sin esta inminencia. Mi constatación fue más la de un antropólogo que observa los discursos, las presentaciones de obras, los dispositivos con los cuales se crean situaciones en las cuales no está todo dicho. Se ha llegado a una especie de consenso en cuanto a que hay experiencia estética cuando se nos dice un mensaje de un modo diferente a la publicidad o al discurso político, moral o religioso. Es decir: donde no se nos ofrece una solución, sino la sensación de que hay algo irresuelto con lo cual podemos hacer una experiencia de un carácter distinto.
¿Por qué el arte es el lugar donde la falta de un relato cohesionador se da con más potencia que en otros campos?
Tal vez tiene que ver con la inminencia, con el lugar de lo incipiente, de lo que se anuncia y no tanto de lo estructurado o consensuado. Desde las vanguardias de fin de siglo XIX, y especialmente de las de los años veinte del siglo pasado, las artes se han vuelto muy insurreccionales respecto de los relatos hegemónicos, tanto de las narrativas nacionales con pretensiones de cohesionar a una sociedad como con otras formas de folclore o de agrupamiento y sedimentación en un solo sentido. El arte ha sido avanzado en hacer estallar los sentidos convencionales de las sociedades. Eso no se ha perdido por más que el posmodernismo haya declarado caducas las vanguardias. Este sentido de innovación, de apertura a lo no dicho, a lo que todavía podría inventarse sigue vibrando.
¿Qué características tiene la producción artística de la posautonomía del arte?
Es consecuencia de varios procesos de las culturas contemporáneas, pero principalmente de la transversalidad entre los lenguajes con que representamos lo social y la vida cotidiana. La autonomía del arte a la Bourdieu correspondió a una etapa moderna en la que los artistas se desprendieron de los condicionamientos religiosos y políticos para generar formas independientes de cualquier instancia de poder exterior al acto creativo. Eso ocurrió de maneras desiguales en diferentes sociedades: todavía en el mundo islámico está por suceder o sucede muy parcialmente. Pero el hecho que más fuertemente condiciona la práctica artística en la actualidad es la interrelación de textos, imágenes y procedimientos digitales. Lo vemos desde la misma práctica de los artistas jóvenes: pueden haberse formado en las escuelas, todavía con pincel y paleta, pero salen sabiendo usar los dispositivos electrónicos, dialogan con artistas que hacen instalaciones, performances, saben jugar con lo efímero, trabajan con especialistas de otros campos. Las relaciones entre artes visuales con el cine, el teatro y la creación en Internet se han vuelto cotidianas. Y luego hay otras situaciones que han reformulado la autonomía, desde luego, la inserción en los mercado artísticos y culturales. Buena parte de la experimentación contemporánea sucede en la publicidad, en el diseño, en espacios que antes diferenciábamos nítidamente del arte.
¿Qué insumos provee el arte para analizar o para pensar la sociedad?
Yo lo veo como una escena donde se puede aprender a pensar de otra manera que en los textos de filosofía, ciencias sociales o naturales. En parte, por ser el arte un lugar de experimentación, de juego con la incertidumbre, más que una búsqueda de certezas cognitivas. Y también porque muchos artistas contemporáneos están muy informados de lo que sucede en las ciencias sociales, y en otros campos del saber (cada vez más en las ciencias biológicas, en la física) y son capaces de experimentar en las fronteras del conocimiento, y en los desórdenes de la vida social. Entonces, mientras el pensamiento político está preocupado por la gobernanza, o la economía por la gestión de los recursos o las finanzas, los artistas suelen estar ocupados experimentando con otras posibilidades de vivir y representar lo que se vive.
¿Y el estilo internacional?
Seguimos conversando sobre los aspectos que se globalizan actualmente en las artes visuales. “Se globaliza el conjunto de insumos con que un artista llega a producir obra, y luego la circulación. Tengo la impresión de que está pasando la época en que se creía en una cultura o un arte globales. Fue una ficción: sigue habiendo una tensión constante entre las tradiciones, creencias, iconografías locales y la circulación y las demandas o expectativas que se suponen en audiencias de otros lugares”. Esto no quiere decir que haya desaparecido el llamado “estilo internacional”, que sigue siendo nefasto en arte, en literatura y en los medios masivos. Es la búsqueda de formas de representación y codificación de lo que se representa que sean fácilmente descifrables por receptores de culturas muy distintas.
Me pareció muy interesante el planteo que realizó acerca de que las artes dramatizan la agonía de las utopías emancipadoras. Hoy, ¿cuáles son esas utopías?
Pienso en la obra de Alfredo Jaar en la actual Bienal de Venecia. Un puente reproducido en el interior de la bienal, como los que cruzan los canales de Venecia. En el centro, un estanque de cinco por cinco metros, donde no se ve más que agua sucia como la de los canales venecianos. Cada tres minutos, emerge lentamente una maqueta de la parte principal de la bienal, de los pabellones de los Giardini. Llega a salir empapada y en el momento que termina de emerger, se vuelve a hundir lentamente. Es una crítica a lo que se ha dicho sobre el eurocentrismo de la Bienal de Venecia, su historia asociada al imperialismo, al colonialismo, y a una voluntad de convertir esa ciudad en una síntesis de una pretendida cultura mundializada. Y, además del papel de Europa en esa administración de la universalidad. Pienso en gran parte del cine. Cines como el de Margarethe von Trotta, con películas como las que ha hecho sobre Rosa Luxemburgo, Hanna Arendt o la guerrilla de Baader Meinhof, o grandes obras como Las hermanas alemanas . Son lugares donde elabora de un modo distinto de lo que haría un historiador. En el caso de Rosa Luxemburgo , la agonía de la social democracia y de una posición revolucionaria dentro de la social democracia o en Hannah Arendt el drama de una pensadora, extremadamente lúcida, que capta contradicciones dentro del conflicto judíos-holocausto, holocausto-judíos. Aunque le cuesta captar el efecto que eso va a tener cuando dé a conocer en la comunidad judía internacional y en medios masivos como la revista The New Yorker su razonamiento sobre la banalidad del mal y el hombre mediocre que habría sido Adolf Eichmann. Arendt fue una de las primeras filósofas del mainstream. Enseñó en la New School, ensayó una comunicación con públicos amplios de un pensamiento innovador muy problemático. Personalmente, me parece muy parcial o limitada su propuesta.
El objeto se transformó
(…) la cultura no es apenas un conjunto de obras de arte, ni de libros, ni tampoco una suma de objetos materiales cargados con signos y símbolos. La cultura se presenta como procesos sociales, y parte de la dificultad de hablar de ella deriva de que se produce, circula y se consume en la historia social. No es algo que aparezca siempre de la misma manera.
De ahí la importancia que han adquirido los estudios sobre recepción y apropiación de bienes y mensajes en las sociedades contemporáneas. Muestran cómo un mismo objeto puede transformarse a través de los usos y reapropiaciones sociales. Y también como, al relacionarnos unos con otros, aprendemos a ser interculturales.
Esta concepción procesual y cambiante de la cultura se vuelve evidente cuando estudiamos sociedades diversas, o sus intersecciones con otras y sus cambios en la historia. Para mí fue iluminador trabajar con las artesanías en México. Los objetos artesanales suelen producirse en grupos indígenas o campesinos, circulan por la sociedad y son apropiados por sectores urbanos, turistas, blancos, no indígenas, con otros perfiles socioculturales, que les asignan funciones distintas de aquellas para las cuales se fabricaron. Una olla se puede convertir en florero, un huipil en mantel o en elemento decorativo en la pared de un departamento moderno. No hay por qué sostener que se perdió el significado del objeto: se transformó. Es etnocéntrico pensar que se ha degradado el sentido de la artesanía. Lo que ocurrió fue que cambió de significado al pasar de un sistema cultural a otro, al insertarse en nuevas relaciones sociales y simbólicas.
En: “Diferentes, desiguales y desconectados: mapas de la interculturalidad” de Nestor garcia canclini (Editorial Gedisa).
García Canclini básico
Nació en La Plata en 1939. Antropólogo.
Es doctor en Filosofía por las universidades de París y de La Plata. Ha sido profesor de las universidades de Austin, Duke, Stanford, Barcelona, Buenos Aires y San Pablo.
Se acaban de reeditar sus libros “Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad” y “Conflictos interculturales” (coordinado por García Canclini), ambos publicados por editorial Gedisa.
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YouTube busca que los latinoamericanos hagan más videos
América Latina es una de las regiones donde se ven más videos por Internet, y sin embargo, produce pocos, algo que Youtube se propone cambiar ahora con unos cursos online gratuitos para sus usuarios latinoamericanos.
"América Latina, es en efecto, una de las regiones que más consume videos en el mundo. Sin embargo, sólo produce el 4 % de nuestros contenidos en español y queremos aumentar esa cifra", declaró Vicky Campetella, portavoz para América Latina de Google, el gigante tecnológico dueño de Youtube.
El curso, que será abierto y online, revisará algunos aspectos del nuevo diseño de la plataforma, explicará cómo la plataforma puede ayudar a los creadores a atraer más suscriptores y guiará a los canales, según puede leerse en la página de internet de la Academia de Creadores de Youtube, que está a cargo del proceso.
Habrá, además, una versión disponible en portugués para los usuarios brasileños, quienes, al igual que los demás interesados en la región, no tendrán ningún requisito para iniciarlo, ya sean "'youtubers' aficionados o profesionales", indicó la portavoz.
La inscripciones se realizarán a través del portal web de la academia hasta el próximo 30 de septiembre y las jornadas iniciarán una vez se termine el trámite de selección, en 18 horas distribuidas en 4 o 6 semanas hasta el 18 de octubre, informó la compañía.
"El objetivo de este curso es formar una nueva generación de creadores de contenido en español, que no sólo puedan representar mejor nuestro idioma sino también nuestras cultura y costumbres, explicó Campetella.
Según el estudio The Rise of Online Video in Latin America (Comscore, Octubre de 2012), el año pasado la cantidad de videos vistos en la zona creció un 12 % y se transformó en la región del mundo con el mayor aumento en el consumo de estos contenidos.
La empresa de Mountain View (California) informó a través de un comunicado oficial que un estudio más reciente demostró que aproximadamente 9 de cada 10 usuarios consumen vídeo online en países como Argentina, México y Chile.
Según Campetella, "dos casos representantivos son HolaSoyGermán, del chileno Germán Garmendia, y los mexicanos Werevertumorro", cuyos canales figuran entre los 30 con más seguidores en el mundo (en una lista en donde todos son anglo-parlantes, salvo 2 latinos y un canal brasileño, Porta dos Fundos).
Los tutoriales, o explicativos de procesos electrónicos, educativos, culinarios y de belleza, son los principales contenidos generados en Latinoamérica, según los registros de YouTube.
Los casos de "Lady16makeup (México), Giggsymakeup (Argentina) y Clobycatalinalopez(Colombia) en belleza, además de varios canales educativos (Educatina de Argentina, Asesoriasdematecom de México y Julioprofe de Colombia)" son los principales, aseguró Campetella.
"En los temas de cocina el canal de las mexicanas Sonia Ortiz y Celia Marín de Cocina Al Natural" son insignia y "generan un tráfico importante" desde esa zona, añadió.
Para promover esto, YouTube realizó además durante la semana anterior y por primera vez "Next Latino", un concurso para creadores de contenido de habla hispana que viajaron al YouTube Space de Los Angeles a capacitarse, escuchar de colegas y entrenarse con las más modernas técnicas de filmación.
Entre los invitados estuvieron Ryan Hoffman Baduí, Alan Estrada, Ana Karen Velázquez y José Alejandro Andalón (México), así como Benito Eduardo Espinosa (Chile) y Cristian Ventura (Argentina), entre otros.
En paralelo a esta edición en español, se realizarán también algunas en francés, coreano y japonés en otras regiones del mundo.
Fuente: Alejandro Rincón Moreno, Agencia EFE
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¿Deprimidos globales? En aumento de las depresiones
En la Revista Ñ .516, un artículo de Horacio Vommaro expuso una tendencia mundial en aumento de las depresiones. El autor de este artículo, que contribuye al debate, considera que la categoría “patologías actuales” merece ser revisada críticamente.
POR SEBASTIÁN PLUT
Dr. en Psicología. Psicoanalista y autor del libro Psicoanálisis del discurso político (Ed. Lugar)
El marco de la polémica que propongo no está exento de cuestionamientos aunque al mismo tiempo concuerdo con algunas de las observaciones de Vommaro. De hecho, comparto la importancia de reconocer el dolor individual y de la interacción con los semejantes. Mi objetivo es contribuir con diferentes perspectivas ante un problema complejo que comprende definiciones sobre qué es una patología psíquica, cuáles son los factores etiológicos, qué tipos de investigaciones se realizan (clínicas, epidemiológicas, psicosociales) y cómo pueden armonizarse diferentes concepciones. Desde ya que no pretendo aquí dar respuesta a todo ello, aunque sí señalar algunas dificultades. Y aunque planteo críticas al informe de la OMS que se cita en el artículo “Deprimidos globales”, rescato la importancia de que un organismo internacional preste atención a este tipo de problemáticas.
Hacia la mitad de la nota, el autor propone un interrogante que a mi juicio resulta crucial en este tipo de reflexiones: “Su aumento [de las depresiones] se debe a que han avanzado las posibilidades de su detección, o a que se han modificado las condiciones de vida y existencia de las personas”. Esto es, ¿hay más sujetos que padecen depresión o la ciencia está en mejores condiciones de identificarlos? Creo que Vommaro no termina de dar una respuesta acabada a esta pregunta y quizá eso sea lo más conveniente; en lugar de cerrar el dilema tal vez sea pertinente dejarlo abierto para darle cabida a los múltiples elementos en juego.
Un ejercicio fecundo que propongo es releer los casos que Freud y Breuer publicaron a fines del siglo XIX en sus célebres Estudios sobre la histeria, entre los que figura la conocida Anna O. Tales casos corresponden, según los autores, a pacientes histéricas que les permitieron (sobre todo a Freud) desarrollar una teoría psicopatológica y, al mismo tiempo, una técnica terapéutica (que progresivamente devino en lo que hoy conocemos como psicoanálisis). Sin embargo, si imaginamos que alguna de aquellas pacientes nos consultase hoy, estoy convencido de que difícilmente la diagnostiquemos del mismo modo. Según las escuelas, para unos serán pacientes caracterópatas, para otros serán psicosis histéricas, pacientes borderlines, etc.
No se trata de decir que Freud se equivocó ni con ello se resolvería la cuestión. En todo caso, podemos considerar que en la actualidad: a) se han enriquecido las descripciones clínicas; b) se ha revisado y modificado qué es un “paciente”. Es decir, hoy estamos acostumbrados a no homologar “caso” con “estructura clínica”, en cuanto el primero es particular y la segunda es general. Dicho de otro modo, en cada caso hallamos testimonios de diferentes cuadros clínicos y, así, en un sujeto pueden coexistir, por ejemplo, una corriente obsesiva, una corriente depresiva y una tercera ligada a alteraciones corporales.
A pesar de ello, es frecuente escuchar que en la actualidad ya no llegan pacientes neuróticos a los consultorios tal como los que atendía Freud. No obstante, cuando hacemos tal contraste hay cuanto menos dos factores que constituyen si no obstáculos, cuanto menos dificultades: a) en primer lugar, no es sencillo congeniar un enfoque epidemiológico con la perspectiva psicopatológica; b) por otro lado, las “muestras” que se comparan no son homogéneas y ello en dos sentidos. En principio, pues en la actualidad se ha incrementado exponencialmente la masa de sujetos que se psicoanalizan; en segundo lugar pues en tales contrastes no se comparan los “casos” sino lo que se decía de los pacientes en la época de Freud y lo que se dice actualmente.
Otro debate interesante que está presente en el artículo de Vommaro comprende a lo que podríamos llamar el “factor sociogenético”, esto es, a la eficacia subjetivante y/o patógena de lo cultural y social. Y aquí podemos recurrir, nuevamente, a un texto de Freud, de 1908, en el que cita un párrafo que un neurólogo escribió en 1893.
La cita es algo extensa pero ilustrativa: “La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun los viajes de placer son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso; la inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras, se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales, la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y desapacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores estímulos, picantes goces, y así se fatigan aun más; la literatura moderna trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones, promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomentan el desprecio por todos los principios éticos y todos los ideales…; nuestro oído es acosado e hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidiosa…”.
Si de este párrafo eliminamos la palabra “telégrafo”, bien podría coincidir con las descripciones que suelen hacerse del estado actual de la sociedad, con sus exigencias y luchas. Lógicamente, esto no conduce necesariamente a desestimar los factores sociales respecto de la salud mental, pero sí a diseñar proyectos de investigación que permitan establecer nexos más precisos. El mismo Vommaro afirma que la depresión afecta en el mundo a millones de personas de diferentes niveles socioeconómicos y “con independencia del país de origen, de creencias y culturas”.
El artículo de Vommaro comienza citando un informe de la OMS según el cual estaríamos ante “una verdadera catástrofe epidemiológica en la que los desórdenes mentales representan el 12 por ciento de las causas de enfermedad en todo el mundo” y en ese contexto es que se localizaría el incremento de la patología depresiva. Tal vez me equivoco pero, en lo personal, suelo desconfiar de las visiones apocalípticas por lo cual rápidamente pongo en cuestión la idea de una catástrofe epidemiológica. Cuando, por ejemplo, se informa sobre el mencionado “12 por ciento”, debemos preguntarnos cómo se ha establecido ese porcentaje, en comparación con qué sería mucho o poco y, finalmente, como se ha establecido que tales desórdenes son factores causales de enfermedad. En rigor, los interrogantes son de diferente tipo: a) sobre la validez del dato estadístico; b) sobre su significatividad; y c) si así fuera, si se trata de una realidad que se ha modificado o de una realidad que solo recientemente se ha detectado.
Párrafos después, el autor señala: “Hace una década, la depresión estaba en el cuarto lugar de los trastornos mentales; no solo ha avanzado sino que la OMS pronostica que en tres lustros ocupará el primer lugar”. Aquí, no solo podemos insistir con preguntas como las que ya hemos formulado (cómo se detectan las frecuencias de las patologías, con qué criterios se hacen los pronósticos, etc.) sino que también debemos suponer que si sube la incidencia de una de ellas, querrá decir que baja la incidencia de otras.
Con acierto, Vommaro subraya la importancia de no confundir tristeza con depresión. Claro que si el autor se ve en la necesidad de prevenir esta confusión es porque, en los hechos, debe ocurrir; con lo cual, volvemos a encontrarnos con el problema de los criterios diagnósticos: ¿cuántos tristes serán diagnosticados como depresivos? En efecto, yo mismo he escuchado en numerosas ocasiones a colegas que se preguntan si deben derivar a psiquiatría a algún paciente argumentando que “está bajoneado", “triste”, etc., como si estuvieran –los profesionales– respondiendo a una suerte de ideal moral de la salud en virtud del cual salud y alegría constante serían sinónimos. No otra cosa, de hecho, es lo que se llama “tendencia a patologizar”.
Otro aspecto a destacar de la nota es que el autor aclara que las depresiones suelen presentarse combinadas con alteraciones psicosomáticas, diversas adicciones, violencia familiar, fobias, conductas maníacas, problemas de atención y concentración. Acuerdo con estas descripciones, lo cual nos habla de la complejidad inherente a la tarea diagnóstica y la consecuente dificultad para establecer estadísticas y nexos causales. Una vez más, no es fácil decidir si estamos ante un incremento de las patologías o bien una mayor sofisticación en los diagnósticos.
Quizá podamos hacer una comparación con lo que sucede en el mundo de los embarazos. Si uno cuantifica los porcentajes de pérdidas de embarazos actuales y los que había, por ejemplo, hace 50 años, seguramente encontrará que el porcentaje actual es mucho mayor. Así, uno podría verse tentado de decir que dadas las condiciones de existencia actuales (crisis, estrés, etc.) ha aumentado el riesgo de perder un embarazo. Sin embargo, hasta no hace muchos años no existían los métodos autoadministrados que le permiten a una mujer saber rápidamente si está embarazada o no. Eso llevaba a que, presumiblemente, muchas pérdidas –anteriores a dichos métodos– fueran consideradas como menstruaciones tardías.
El último punto que deseo considerar es que Vommaro, luego de aludir acertadamente a las diferencias con que cada grupo social valora qué es normal y patológico, cuestiona como falsa la opción entre “lo constitucional y lo cultural”, ya que uno y otro se requieren mutuamente. Solo agregaría que si esa concepción supone considerar “lo psíquico” como una mera resultante del encuentro entre la genética y la cultura, estamos reduciendo la subjetividad a un simple “efecto” y, con ello, omitimos darle su propio estatus que no se limita a ser una “consecuencia de” sino que también es un factor de alteración biológica y, a su vez, de producción cultural.
Para terminar querría agregar que entre los problemas que no mencioné, se encuentran, por un lado, el progresivo aumento en la densidad demográfica y, por otro lado, las políticas comerciales de los laboratorios. Respecto de la variable poblacional, la dejé de lado por constituir una materia en la que no soy especialista. En cuanto a la mercantilización de la salud y la venta de psicofármacos, si bien creo que existe como variable, así como evito visiones apocalípticas algo similar intento con las versiones conspirativas.
Sombras inútiles de la peste

Un día de la semana pasada sucedió que todos mis pacientes hablaron del mismo tema: la gripe A. No es habitual que un mismo y único tema aparezca en todas las sesiones. Desde luego, cada uno refirió algún aspecto específico: una preocupación personal, alguna duda, el uso del alcohol en gel, críticas al sistema sanitario. A pesar de ese sesgo particular, la homogeneidad del tema durante todo un día me llamó la atención. Sólo recuerdo algo similar durante el “corralito”, cuando también, en algunos días, todos los pacientes hablaban del mismo tema. Por ejemplo, con las recientes elecciones legislativas no sucedió que el lunes posterior fuera tema de todas las sesiones.
Ciertos episodios tienen la capacidad de generar un fenómeno que podríamos denominar “desdiferenciación” y que no se trata sólo del razonable interés y preocupación que suscita una determinada problemática. Si bien el asunto de la gripe A es convocante por razones obvias, su persistencia reconoce algunos motivos y efectos adicionales, en relación con rasgos que, en 1921, Freud advirtió en Psicología de las masas y análisis del yo. Conviene aclarar que esto no supone negar la existencia del virus, su eficacia o su posibilidad de contagio y transmisión. Al contrario, todo ello constituye una base objetiva, real, desde la que se derivan otros procesos psicosociales.
Uno de los pacientes relató que, en el colectivo, estornudó, y temió que alguno de los pasajeros le hiciera algún reproche o lo increpase. No creo que ésta sea una circunstancia menor ni que carezca de efectos. Día a día los medios de comunicación nos informan la cantidad presunta de muertos o infectados: dejamos de saludarnos con un beso, pensamos que si subimos a un taxi o tocamos un picaporte nos podemos contagiar. Todo pequeño paso, cada acción minúscula, comienza a ser un factor de riesgo.
El virus H1N1 no produce únicamente gripe A. Desde Sófocles, con Edipo Rey, hasta Saramago con Ensayo sobre la ceguera, pasando por Camus con La peste, la literatura ha narrado el nexo entre contagio de una enfermedad y pánico social. Es posible considerar la incidencia de tres componentes: la desconfianza, la cantidad y el contagio.
El primero de ellos es variado y evidente: comienzo a sospechar que el que está al lado mío puede contagiarme; si tose, corro peligro. Pero desconfío de todo: “el Gobierno debe mentir con las estadísticas”; “todo esto es para tapar otros problemas”; “el objetivo es que algún laboratorio haga negocio”; “hay un complot del Pentágono”. Tampoco deja de sorprendernos que la etimología de “epidemia” remita a aquel que reside en un lugar en calidad de extranjero. El otro, pues, pasa a ser ajeno, diferente y, sin muchas mediaciones, se transforma en enemigo. O, según Camus, “la ansiedad llegó a su colmo. Se pedían medidas radicales, se acusaba a las autoridades, y algunas gentes que tenían casas junto al mar hablaban de retirarse a ellas”.
¿Sabemos diferenciar entre prevención del contagio y estigmatización del (supuesto) contagiado? ¿Cuál es el límite entre no ser ingenuos y desconfiar indiscriminadamente? Tendremos, pues, dos trabajos: cuidarnos de no superponer “higiene” con “discriminación” y, por otro lado, conservar una credulidad crítica que nos preserve de confiar excesivamente en nuestra desconfianza.
En cuanto a la cantidad, día a día nos encontramos en la espera de saber cuántos son los infectados hasta hoy y cuántos los muertos. Estamos paralizados en la expectativa angustiosa de cómo cada día aumenta el número, en el marco del desconcierto generalizado. Quedamos tiranizados por una cantidad. Recordemos cómo estábamos hace unos años con el “riesgo país”. Esto puede evocar lo que Elías Canetti (Masa y poder) describió como “voluptuosidad del incremento numérico”, al analizar la relación entre las masas y la inflación. Quedamos cautivos de un goce masoquista caracterizado por la falta de cualidad de aquellos números, números que nos dejan encerrados y rápidamente pueden volverse tóxicos. En la novela de Camus, Grand le dice al doctor Rieux: “Las cifran suben, doctor: once muertos en cuarenta y ocho horas”.
Respecto del contagio, al menos parcialmente, se asemeja a lo que sucede con la “inseguridad” ante el delito e, incluso, con las crisis financieras: sobre la base material de sucesos efectivos, se difunde un estado anímico que recorre y corroe toda la trama social. No seré el primero en señalar que el incremento afectivo, el desborde, constituye una forma de “aullar con la manada”. Al no saber qué pasa, o quién está enfermo, o si “a mí me tocará”, al menos todos sentimos la misma angustia. Sin embargo, lejos de configurar una forma protectora, es una vía de transmisión recíproca de la angustia, el pesimismo o la desconfianza. El contagio evidencia la alteración de nuestra coraza de protección antiestímulo y es el complemento de la captación de procesos mortíferos desarrollados o supuestos en cuerpos ajenos al propio. Curiosamente, en el contagio afectivo terminamos reproduciendo lo que tememos suceda con el virus.
Podría insistir en distinguir la crítica, la estadística y la empatía de la paranoia, la falta de cualidad y los desbordes emocionales, pero dejemos que finalice Camus: “Lo que había que hacer era reconocer claramente lo que debía ser reconocido, espantar al fin las sombras inútiles y tomar las medidas convenientes. Porque la peste, o no se la imagina, o se la imagina falsamente”.
* Doctor en Psicología. Psicoanalista.
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Umberto Eco: Autor, texto e intérpretes

Sucede a veces que un traductor de alguna de mis obras me plantea la siguiente pregunta: «Me he perdido a la hora de interpretar este pasaje, porque es ambiguo. Se puede leer de dos maneras diferentes. ¿Cuál fue su intención?».
Dependiendo del caso, tengo tres posibles respuestas:
- Es cierto. He escogido una expresión equivocada. Por favor, elimine cualquier malentendido. Haré lo mismo en la próxima edición italiana.
- He querido ser deliberadamente ambiguo. Si lee con atención, verá que esa ambigüedad guarda relación con la manera de leer el texto. Por favor, esfuércese por mantener la ambigüedad en su versión.
- No me di cuenta de que fuera ambiguo, y, para ser sincero, no tuve intención de que lo fuera. Pero como lector, esa ambigüedad me parece absolutamente fascinante, y fructífera para desentrañar el texto. Por favor, esfuércese por mantener ese efecto en su traducción.
Ahora, si yo hubiera muerto hace algunos años (una hipótesis contraria a los hechos que tiene muchas posibilidades de hacerse realidad antes de que acabe este siglo), mi traductor —actuando como lector e intérprete normal de mi texto— podría haber llegado de forma independiente a una de las siguientes conclusiones, que de hecho coinciden con mis posibles respuestas:
- La ambigüedad en cuestión no tiene sentido y complica la comprensión del texto por parte del lector. Probablemente, el autor no se dio cuenta de ello, así que es mejor eliminar la ambigüedad. «Quandoque bonus dormitat Homerus» («A veces, incluso el buen Homero dormita»).
- Es posible que el autor quisiera ser deliberadamente ambiguo, así que yo debería respetar esa decisión.
- Es posible que el autor no se diera cuenta de que estaba siendo ambiguo. Pero desde un punto de vista textual, ese efecto de incertidumbre es rico en connotaciones e insinuaciones que resultan muy fructíferas para la estrategia textual en conjunto.
Lo que me gustaría decir aquí es que los llamados escritores «creativos» (y ya he explicado lo que puede significar ese pícaro término) no deberían facilitar jamás interpretaciones de su propio texto. Un texto es una máquina perezosa que desea implicar a los lectores en su trabajo, es decir, es un artilugio concebido para provocar interpretaciones (como escribí en mi libro The Role of the Reader). A la hora de interpretar un texto, es irrelevante preguntar al autor. Al mismo tiempo, el lector o la lectora no pueden ofrecer una interpretación cualquiera según su antojo, sino que tienen que asegurarse de que el texto, de algún modo, no solamente legitima una lectura determinada, sino que también la incita.
En Los límites de la interpretación, distingo entre la intención del autor, la intención del lector y la intención del texto. En 1962 escribí Obra abierta[7]. En ese libro, enfatizo el papel activo del intérprete en la lectura de textos dotados de valor estético. Cuando escribí esas páginas, mis lectores se concentraron principalmente en la parte «abierta» del asunto, subestimando el hecho de que la lectura de final abierto que yo apoyaba era una actividad suscitada por (y pensada para interpretar) la obra en cuestión. En otras palabras, estudié la dialéctica existente entre los derechos de los textos y los derechos de sus intérpretes. Tengo la impresión de que en el transcurso de las últimas décadas, los derechos de los intérpretes han cobrado una importancia excesiva.
En varios de mis escritos, he explicado con detalle la idea de la semiosis ilimitada que acuñara C. S. Peirce. Pero la idea de la semiosis ilimitada no lleva a la conclusión de que la interpretación carece de criterios. En primer lugar, la interpretación ilimitada se refiere a sistemas, no a procesos.
Permitan que me explique. Un sistema lingüístico es un mecanismo a partir y a través del cual pueden producirse infinitas cadenas lingüísticas. Si consultamos un diccionario para averiguar el significado de un término, encontramos definiciones y sinónimos —es decir, otras palabras— y tratamos de entender el significado de esas otras palabras, de modo que a partir de su definición podamos pasar a otras palabras, y así sucesivamente, en una cadena que puede alargarse ad infinitum. Un diccionario, como dijo Joyce en Finnegans Wake, es un libro escrito para un lector ideal que padezca un insomnio ideal. Un buen diccionario debe ser circular, debe decir qué significa la palabra «gato» usando otras palabras; de otro modo, bastaría con cerrar el diccionario, señalar a un gato y decir: «Esto es un gato». Muy sencillo, y a todos nos han dado a menudo ese tipo de explicación en nuestra infancia. Pero no es de esa forma como conocemos el significado de «dinosaurio», «sin embargo», «Julio César» o «libertad».
En contraste con ello, un texto, en cuanto resultado de la manipulación de las posibilidades de un sistema, no está abierto de la misma manera. Cuando uno compone un texto, reduce el rango de posibles elecciones lingüísticas. Si uno escribe: «Juan se está comiendo una…», hay una gran probabilidad de que la siguiente palabra sea un sustantivo, y de que ese sustantivo no sea «escalera» (si bien en determinados contextos podría ser «espada»). Al reducir la posibilidad de generar cadenas infinitas, un texto reduce también la posibilidad de intentar determinadas interpretaciones. En el léxico inglés, el pronombre «yo» significa «quienquiera que pronuncie la frase en la que sale "yo"». Por consiguiente, según el conjunto de posibilidades que ofrece el diccionario, «yo» puede referirse al presidente Lincoln, a Osama bin Laden, a Groucho Marx, a Nicole Kidman o a cualquier otro de los miles de millones de individuos que viven en el mundo presente, pasado o futuro. Pero en una carta firmada con mi nombre, «yo» significa «Umberto Eco», con independencia de las objeciones que hizo Jacques Derrida a John Searle en el transcurso de su famoso debate sobre la firma y el contexto[8].
Decir que las interpretaciones de un texto son potencialmente ilimitadas no significa que la interpretación no tenga objeto o cosa existente alguna (hecho o texto) sobre la que concentrarse. Decir que un texto potencialmente no tiene fin no significa que cada acto de interpretación pueda llevar a un final feliz. Por este motivo, en Los límites de la interpretación propuse una suerte de criterio de falsificabilidad (inspirado por el filósofo Karl Popper): si bien puede resultar difícil decidir si una interpretación determinada es buena, o decidir cuál de las dos interpretaciones de un mismo texto es mejor, siempre es posible ver que una interpretación determinada es descaradamente falsa, alocada o descabellada.
Algunas teorías contemporáneas de la crítica dicen que la única lectura fiable de un texto es una interpretación errónea, y que un texto solo existe en virtud de la cadena de respuestas que suscita. Pero esa cadena de respuestas representa los usos infinitos que podemos hacer de un texto (podríamos, por ejemplo, usar una Biblia en lugar de un leño en nuestra chimenea), no el conjunto de interpretaciones que dependen de una serie de conjeturas aceptables sobre la intención de ese texto.
¿Cómo se puede demostrar que una conjetura sobre la intención de un texto es aceptable? La única manera de hacerlo es cotejarla con el texto contemplado como un conjunto coherente. Esta idea es vieja, y procede de san Agustín (De doctrina christiana): cualquier interpretación de un determinado fragmento de un texto es aceptable si se ve confirmada por otro fragmento del mismo texto (y debe rechazarse si ese otro fragmento la desafía). En este sentido, la coherencia textual interna controla unos impulsos del lector que de otro modo serían incontrolables.
Permítanme poner un ejemplo referente a un texto que alienta las interpretaciones más atrevidas de forma intencionada y programática, Finnegans Wake. En los años sesenta, en la revista A Wake Newslitter, hubo un debate sobre alucinaciones históricas factuales que podían identificarse en Finnegans Wake; por ejemplo, referencias al Anschluss germano-austríaco y al Pacto de Munich de septiembre de 1938[9]. Para desafiar esas interpretaciones, Nathan Halper señaló que la palabra Anschluss tiene también significados cotidianos apolíticos (como «conexión» e «inclusión»), y que la lectura política no venía apoyada por el contexto. Para demostrar lo fácil que era encontrar absolutamente cualquier cosa en Finnegans Wake, Halper usó el ejemplo de Beria. En primer lugar, en el principio de «En la fábula del Ondt y el Gracehoper», encontró la expresión «So vi et!» y pensó que podía referirse a la cuasicomunista sociedad de las hormigas. Una página más adelante, encontró una alusión a un «berial», a primera vista una variante de «burial», entierro. ¿Podía tratarse de una referencia al ministro soviético Lavrenti Beria? Pero resulta que Beria era desconocido en Occidente antes del 9 de diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario de pueblo para Asuntos Internos (hasta entonces, no era más que un funcionario común), y en diciembre de 1938, Joyce ya había dado su manuscrito a la imprenta. Además, la palabra «berial» aparecía en una versión de 1929 publicada entransition 12. La cuestión parecía resolverse a partir de comprobaciones externas, aunque algunos intérpretes se mostraron dispuestos a dotar a Joyce de poderes proféticos y de la capacidad de predecir el ascenso de Beria. Ridículo, sin duda, pero entre los admiradores de Joyce se encuentran cosas aún más tontas.
Más interesantes son las pruebas internas, es decir, textuales. En un número posterior deA Wake Newslitter, Ruth von Phul señaló que la intención de «so vi et» podía ser también una especie de «amén» pronunciado por miembros de cuerpos religiosos autoritarios; que el contexto general de esas páginas no era político, sino bíblico; que el Ondt dice: «¡Tan extenso como el reino de Beppy florecerá mi reinado!»; que «Beppy» es el diminutivo italiano de «José»; que «berial» podría ser una alusión oblicua al José de la Biblia (hijo de Jacob y Raquel), que fue enterrado figuradamente dos veces, en el pozo y en la prisión; que José engendró a Effaín, quien a su vez engendró a Beria (Crónicas 23:10); que el hermano de José, Asher, tuvo un hijo llamado Beria (Génesis 45:30), y así sucesivamente[10].
Muchas de las alusiones que halla Von Phul son sin duda descabelladas, pero parece innegable que en esas páginas, todas las referencias son de naturaleza bíblica. Así, la comprobación textual excluye a Lavrenti Beria del opus joyceano. Y san Agustín hubiera estado de acuerdo.
Un texto es un artefacto concebido para producir su Lector Modelo. Este lector no es el que hace la «única conjetura acertada». Un texto puede prever un Lector Modelo destinado a ensayar infinitas conjeturas. El Lector Empírico, en cambio, es simplemente un actor que hace conjeturas sobre el tipo de Lector Modelo requerido por el texto. Puesto que la intención del texto consiste básicamente en producir un Lector Modelo capaz de hacer conjeturas sobre el mismo, la tarea del Lector Modelo consiste en encontrar un Autor Modelo, que no es el Autor Empírico y que se ajusta en última instancia a la intención del texto.
Identificar la intención de un texto significa identificar una estrategia semiótica. A veces, la estrategia semiótica se puede detectar en el terreno de las convenciones estilísticas establecidas. Si una historia comienza con «Érase una vez», tengo buenos motivos para pensar que se trata de un cuento de hadas, y que el Lector Modelo evocado y requerido es un niño (o un adulto ansioso por reaccionar con un espíritu infantil). Naturalmente, podría haber un matiz de ironía, y en ese caso el texto subsiguiente debería leerse de una forma más sofisticada. Pero aunque a medida que desciframos el texto podemos ver que es así como tiene que leerse, lo importante es que el texto finge empezar como un cuento de hadas.
Cuando un texto es lanzado al mundo como un mensaje en una botella —y esto sucede no solo con la poesía o la narrativa, sino también con libros como la Crítica de la razón purade Kant—, es decir, cuando un texto se produce no para un solo destinatario, sino para una comunidad de lectores, el autor sabe que no será interpretado de acuerdo con sus intenciones, sino de acuerdo con una compleja estrategia de interacciones que implica también a los lectores, junto con su competencia en su lenguaje como antología social. Con «antología social» no quiero decir solamente una lengua dada compuesta por una serie de reglas gramaticales, sino también toda la enciclopedia que han generado las ejecuciones de la lengua: las convenciones culturales que esa lengua ha producido y la historia de las interpretaciones previas de sus muchos textos, incluido el texto que el lector está leyendo.
El acto de leer tiene que tomar en consideración todos estos elementos, incluso siendo improbable que un solo lector los domine todos. Así que cada acto de lectura es una transacción compleja entre la competencia del lector (el conocimiento del mundo que posee el lector) y el tipo de competencia que un texto determinado requiere para ser leído de una manera «económica», o sea, de una manera que aumenta la comprensión y el disfrute del texto, y que viene apoyada por el contexto.
El Lector Modelo de una historia no es el Lector Empírico. Cuando leemos un texto, el Lector Empírico es usted, yo, cualquiera. Los Lectores Empíricos pueden leer de muchas maneras, y no existe ninguna ley que les diga cómo leer, porque a menudo usan el texto como vehículo de sus propias pasiones, que pueden venir de fuera del texto o que el texto puede despertar por casualidad.
Dejen que les cuente algunas situaciones divertidas en las que uno de mis lectores actuó como Lector Empírico, más que como Lector Modelo. Un amigo de la infancia al que no había visto durante años me escribió lo siguiente tras la publicación de mi segunda novela, El péndulo de Foucault. «Querido Umberto, no recuerdo haberte contado la patética historia de mis tíos, pero creo que has sido muy indiscreto al usarla en tu novela». Bien, resulta que en mi libro hay un par de episodios relativos a un tal tío Charles y una tal tía Catherine, que en la historia son el tío y la tía del protagonista, Jacopo Belbo. Es verdad que esas personas existieron. Con pocas modificaciones, yo estaba contando una historia de mi infancia sobre unos tíos míos, que por supuesto se llamaban de manera distinta que los personajes. Respondí a mi amigo diciendo que el tío Charles y la tía Catherine eran mis parientes, no los suyos (así que el coypright era mío), y que yo ni siquiera sabía que él tenía tíos o tías. Mi amigo se disculpó: la historia le había absorbido tanto que creyó reconocer acontecimientos que sucedieron a sus tíos, algo que no es imposible, ya que en tiempos de guerra (el período al que mi recuerdo retrocedía), cosas similares pueden suceder a diferentes tíos y tías.
¿Qué le había pasado a mi amigo? Había buscado en mi historia algo que estaba a su vez en su memoria personal. No interpretó mi texto, sino que más bien lo usó. Difícilmente se puede prohibir utilizar un texto para ensoñaciones personales; de hecho, todos lo hacemos a menudo, pero no se trata de un asunto público. Utilizar un texto de esa manera supone moverse dentro de él como si fuera nuestro propio diario íntimo.
Existen ciertas reglas del juego, y el Lector Modelo es alguien ansioso por jugar ese juego. Mi amigo olvidó el nombre del juego y sobrepuso sus propias expectativas como Lector Empírico con las expectativas que tenía el autor de un Lector Modelo.
En el capítulo 115 de El péndulo de Foucault, mi héroe, Casaubon, en la noche del 23 al 24 de junio de 1984, después de asistir a una ceremonia ocultista en el Conservatorio de Artes y Oficios de París, recorre a pie como poseído toda la rué Saint-Martín, cruza la rue aux Ours, llega al Centro Beaubourg, y luego a la iglesia de Saint-Merri. Después, continúa por varias calles, que en el libro figuran todas con sus nombres, hasta que llega a la place des Vosges.
Como he dicho anteriormente, para escribir ese capítulo recorrí la misma ruta varias noches, llevando una grabadora, anotando lo que veía y las impresiones que tenía (estoy revelando aquí mis métodos como Autor Empírico). Sin embargo, como tenía un programa de ordenador que me mostraba el aspecto del cielo a cualquier hora del día, en cualquier longitud o latitud, averigüé incluso que esa noche había luna, y que podía verse desde lugares concretos en momentos distintos. No hice eso porque quisiera emular el realismo de Émile Zola, sino (como ya he dicho) porque al narrar me gusta tener delante el escenario sobre el que estoy escribiendo.
Después de publicar la novela, recibí una carta de un hombre que era evidente que había ido a la Biblioteca Nacional para leer todos los periódicos del 24 de junio de 1984. Y descubrió que en la esquina de la rue Réaumur —que yo no nombraba, pero que atraviesa la rue Saint-Martin en un punto determinado—, después de medianoche, más o menos en el momento en que pasaba por allí Casaubon, se había producido un incendio, y tuvo que haber sido grande, ya que los diarios hablaron de él. El lector me preguntó cómo se las arregló Casaubon para no verlo.
Respondí que, ciertamente, Casaubon había visto el incendio, pero que no lo había mencionado por alguna misteriosa razón desconocida para mí, cosa que resultaba bastante verosímil en una historia tan cargada de misterios, verdaderos y falsos. Sin duda, mi lector sigue intentando averiguar por qué Casaubon guardó silencio sobre ese fuego, sospechando otra conspiración de los Caballeros Templarios. La verdad es que probablemente no pasé por esa esquina a medianoche, o que pasé justo antes de que se desatara el incendio o poco después de que fuera extinguido. No lo sé. Solo sé que mi lector usó mi texto para sus propios propósitos: quería que correspondiera en todo detalle con lo que había sucedido en el mundo real.
Ahora, dejen que les cuente otra historia sobre la misma noche. La diferencia es que, en el caso que acabo de mencionar, un lector quisquilloso quería que mi relato coincidiera con el mundo real, mientras que en el ejemplo que sigue los lectores querían que el mundo real se ajustara a mi ficción, un caso algo diferente y más gratificante.
Dos estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de París vinieron a ensenarme un álbum de fotos en el que habían reconstruido la ruta entera de Casaubon. Habían encontrado y fotografiado todos los lugares que yo mencionaba, uno por uno, a la misma hora nocturna. AI final del capítulo 115, Casaubon sale de una alcantarilla y entra, por el sótano, en un bar asiático lleno de clientes sudorosos, barriletes de cerveza y esputos grasientos. Los estudiantes encontraron ese bar e hicieron una foto. No hace falta decir que el bar fue una invención mía, si bien lo diseñé pensando en los muchos bares de aquel vecindario; pero esos dos chavales habían descubierto sin duda el bar descrito en mi libro. Repito: esos estudiantes no sobrepusieron en su deber como Lectores Modelo la preocupación del Lector Empírico que quiere comprobar y ver si mi novela describía el París real. Más bien quisieron transformar el París «real» en un lugar que existía en mi libro. De hecho, de todo lo que pudieron haber encontrado en París, eligieron solo los aspectos que se ajustaban a las descripciones contenidas en mi texto.
Ese bar existía en mi texto, aun cuando yo creí que simplemente me lo había imaginado. Confrontada con su presencia en el texto, la intención del Autor Empírico se vuelve bastante irrelevante. A menudo, los autores dicen cosas de las que no son conscientes; solo después de recibir las reacciones de sus lectores descubren lo que han dicho.
Hay sin embargo un caso en el que puede resultar revelador fijarse en las intenciones del Autor Empírico. Es cuando el autor aún vive, los críticos han ofrecido sus interpretaciones del texto y se puede preguntar al autor o a la autora hasta qué punto, como persona empírica, fue consciente de las múltiples interpretaciones que sostiene el texto. En ese punto, la respuesta del autor no debería usarse para validar las interpretaciones del texto, sino para mostrar las discrepancias entre su intención y la intención del texto. El propósito del experimento es más teórico que crítico.
Finalmente, está el caso en que el autor es también un teórico textual. Ahí, el autor puede responder de dos maneras distintas. La respuesta podría ser: «No he querido decir eso, pero tengo que admitir que el texto lo dice, y agradezco al lector que me haya llamado la atención al respecto». O podría ser: «Independientemente del hecho de que no he querido decir esto, pienso que un lector razonable no debería aceptar semejante interpretación, porque es antieconómica».
Permitan que les explique ahora algunos casos en los que, como Autor Empírico, tuve que rendirme ante un lector que se había adherido a la intención de mi texto.
En Apostillas a «El nombre de la rosa», dije que sentí un estremecimiento de satisfacción al leer una reseña que citaba una observación de Guillermo al final del juicio, en el capítulo «Quinto día. Prima». «¿Qué es lo que más os aterra de la pureza?», pregunta Adso. Y Guillermo contesta: «La prisa». Me encantaron, y siguen encantándome, esas dos líneas. Pero entonces uno de mis lectores observó que en la misma página, Bernardo Gui, amenazando al cillerero con torturarle, dice: «Al contrario de lo que creían los pseudoapóstoles, la justicia no lleva prisa, y la de Dios tiene siglos por delante». El lector me preguntó con acierto qué conexión había querido yo establecer entre la prisa que temía Guillermo y la ausencia de prisa ensalzada por Bernardo. No fui capaz de responder.
De hecho, el intercambio entre Adso y Guillermo no existe en el manuscrito original; añadí ese breve diálogo en las galeradas, porque por razones de equilibrio y de ritmo, necesitaba insertar unas pocas líneas más antes de volver a cederle el escenario a Bernardo. Y olvidé por completo que, un poco más tarde, Bernardo habla de la prisa. Usa una expresión estereotipada, el tipo de frase que esperaríamos de un juez, un lugar común del tipo «todos somos iguales ante la ley». Y, ay de mí, yuxtapuesto con la prisa que menciona Guillermo, la prisa que menciona Bernardo da la impresión de que está diciendo algo fundamental en lugar de algo de carácter formulario; y está justificado que el lector se pregunte si los dos hombres están diciendo lo mismo o si el aborrecimiento de la prisa expresado por Guillermo no es imperceptiblemente diferente del aborrecimiento de la prisa expresado por Bernardo. El texto está ahí, y produce sus propios efectos. Tanto si así lo quise como si no, nos vemos ahí confrontados con una cuestión, una provocativa ambigüedad, y me pierdo a la hora de resolver ese conflicto, si bien me doy cuenta de que un significado está allí al acecho (quizá incluso muchos significados).
Un autor que titula su libro El nombre de la rosa tiene que estar dispuesto a tropezar con múltiples interpretaciones del título. Como Autor Empírico, escribí (en las Apostillas) que elegí ese título precisamente para dar libertad al lector: «La rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las Dos Rosas, una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces…». Por otra parte, un estudioso descubrió que algunos manuscritos tempranos de De contemptu mundi, de Bernard de Morlay —de donde tomé prestado el hexámetro que cierra mi novela: «Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus» («La rosa de antaño solo sobrevive en su nombre; los nombres, por sí solos, son todo lo que tenemos»)—, decían «Stat Roma pristina nomine», que al fin y al cabo suena más coherente con el resto del poema y sus alusiones a la Babilonia perdida[11]. Así que, de haber dado con una versión diferente del poema de Morlay, el título de mi novela podría haber sido El nombre de Roma (y hubiera adquirido matices fascistas).
Pero resulta que el título es El nombre de la rosa, y ahora entiendo lo difícil que era restringir las infinitas series de connotaciones que suscita la palabra «rosa». Podría haber intentado multiplicar las posibles lecturas hasta el extremo de que cada una de ellas se tornara irrelevante, y como resultado, hubiera producido una enorme e inevitable serie de interpretaciones. Pero el texto está ahí, por el mundo, y el Autor Empírico tiene que guardar silencio.
Cuando llamé «Casaubon» a uno de los personajes principales de El péndulo de Foucault, estaba pensando en Isaac Casaubon, quien demostró en 1614 que el Corpus Hermeticum era una falsificación; y leyendo El péndulo de Foucault, se encuentran algunos paralelismos entre lo que el gran filólogo entendió y lo que acaba entendiendo mi personaje. Fui consciente de que pocos lectores captarían la alusión, pero fui igualmente consciente de que, en términos de estrategia textual, ese conocimiento no era indispensable. (Quiero decir que se puede leer mi novela y entender a mi Casaubon sin saber nada del Casaubon histórico. A muchos autores les gusta meter determinadas contraseñas en sus textos en beneficio de unos pocos lectores experimentados). Antes de terminar mi novela, descubrí por casualidad que Casaubon también era un personaje deMiddlemarch, de George Eliot, una novela que yo había leído décadas atrás pero que había olvidado. Fue ese un caso en el que, como Autor Modelo, intenté eliminar una posible referencia a George Eliot. En el capítulo 10, la traducción española contiene el siguiente diálogo entre Belbo y Casaubon:
—… por cierto, ¿cuál es su nombre?
—Casaubon.
—¿No era un personaje de Middlemarch?
—No lo sé. De todas maneras, también era un filólogo del Renacimiento, creo. Pero no somos parientes[12].
Hice lo que pude para evitar lo que consideraba una referencia inútil a Mary Ann Evans. Pero luego, un lector astuto, David Robey, observó que el Casaubon de Eliot escribía un libro titulado Clave para todas las mitologías. Como Lector Modelo, me sentí obligado a aceptar esa asociación. El texto, sumado a unos conocimientos enciclopédicos, permite hallar esa relación a cualquier lector culto. Tiene sentido. Mal asunto para el Autor Empírico, que no es tan astuto como sus lectores.
Del mismo modo, mi novela se titula El péndulo de Foucault porque el péndulo del que habla lo inventó Léon Foucault. Si el artilugio lo hubiera inventado Ben Franklin, el título hubiera sido El péndulo de Franklin. Esta vez, fui consciente desde el principio de que alguien podría olerse una alusión a Michel Foucault: mis personajes están obsesionados por las analogías, y Foucault escribió sobre el paradigma de la similitud. Como Autor Empírico, no estaba satisfecho con ese posible vínculo. Suena como un chiste, y no un chiste inteligente. Pero el péndulo que inventó Léon era el héroe de mi relato, y fijaba el título; así, esperé que mi Lector Modelo no intentara establecer un vínculo superficial con Michel. Me equivoqué: muchos lectores astutos lo hicieron. El texto está ahí. Quizá tengan razón; quizá yo sea responsable de un chiste superficial; quizá el chiste no sea tan superficial. No lo sé. Ahora mismo el asunto está ya fuera de mi control.
Ahora vamos a fijarnos en casos en los que —aunque puede que haya olvidado mis intenciones iniciales, mientras actúo de Lector Modelo y examino el texto— creo que tengo derecho, como cualquier ser humano, a rechazar interpretaciones que no parecen económicas.
Helena Costiucovich, antes de traducir (magistralmente) al ruso El nombre de la rosa, escribió un largo ensayo sobre el libro[13]. En un determinado momento, menciona un libro de Émile Henriot titulado La Rose de Bratislava (1946), que trata de la caza de un misterioso manuscrito y concluye con la destrucción de una biblioteca por medio del fuego. La historia sucede en Praga, y al principio de mí novela yo menciono Praga. Además, uno de mis bibliotecarios se llama Berengario, y uno de los bibliotecarios del libro de Henriot también se llama Berengario.
Yo no había leído la novela de Henriot; ni siquiera sabía que existía. He leído interpretaciones en las que mis críticos consultan fuentes que yo conocía, y me alegré mucho de que descubrieran de una forma tan astuta lo que yo había escondido de una forma tan astuta para llevarles a encontrarlo, por ejemplo el hecho de que en Doctor Fausto, de Thomas Mann, Serenus Zeitblom y Adrian Leverkühn eran el modelo de la relación narrativa entre Adso y Guillermo en El nombre de la rosa. Los lectores me han informado de fuentes que yo desconocía, y me encantó ser considerado suficientemente erudito para citarlas (hace poco, un joven medievalista me dijo que Casiodoro, en el siglo VI, menciona a un bibliotecario ciego). He leído análisis críticos en los que el intérprete descubre influencias que yo no tenía en mente al escribir, pero que ciertamente se contaron entre mis lecturas de juventud; está claro que, de manera inconsciente, habían ejercido alguna influencia sobre mí. Mi amigo Giorgio Celli, por ejemplo, dijo que mis lectores de antaño incluyeron seguramente las novelas del escritor simbolista Dmitri Merezhkovski, y me di cuenta de que tenía razón.
Como lector ordinario de El nombre de la rosa (dejando aparte la circunstancia de que yo soy el autor del libro), creo que el razonamiento de Helena Costiucovich no demuestra nada interesante. La búsqueda de un misterioso manuscrito y la destrucción de una biblioteca por el fuego son tópicos literarios muy comunes, y podría citar muchos otros libros que los usan. Praga se menciona al principio de la novela, pero si en lugar de Praga hubiera mencionado Budapest, habría sido lo mismo. Praga no desempeña un papel crucial en el relato.
Por cierto, cuando El nombre de la rosa se tradujo en cierto país del bloque del Este, mucho antes de la perestroika, el traductor me llamó y me dijo que la referencia que abre la novela a la invasión de Checoslovaquia por parte de Rusia podría causar problemas. Respondí que no aprobaba modificación alguna de mi texto, y que si lo censuraban de cualquier manera, pediría responsabilidades al editor. Luego, en broma, añadí: «Menciono Praga al principio porque es una de mis ciudades mágicas. Pero también me gusta Dublín. Ponga "Dublín" en lugar de "Praga". No hay ninguna diferencia». El traductor protestó: «¡Pero Dublín no fue invadida por los rusos!». Y yo repliqué: «No es culpa mía».
Finalmente, los nombres «Berengario» y «Berngardo» podrían ser una coincidencia. En cualquier caso, el Lector Modelo debe admitir que las cuatro coincidencias —manuscrito, incendio, Praga y Berengario— son interesantes. Y como Autor Empírico, no tengo derecho a hacer objeciones. A pesar de todo esto, recientemente di con una copia del texto francés de Henriot, y descubrí que el nombre del bibliotecario de su libro no es Berngardo, sino Bernhard, Bernhard Marr. Probablemente Costiucovich se basara en una edición rusa que contenía una transliteración errónea de ese nombre del cirílico. Así que al menos una de las curiosas coincidencias queda eliminada, y mi Lector Modelo puede relajarse un poco.
Pero Helena Costiucovich escribió algo más a la hora de fijar paralelismos entre mi libro y el de Henriot. Dijo que en la novela de Henriot, el codiciado manuscrito era la copia original de las memorias de Casanova. Y resulta que en mi novela hay un personaje secundario llamado Hugo de Newcastle (en el original italiano, Ugo di Novocastro). La conclusión de Costiucovich es que «solo pasando de un nombre a otro es posible concebir el nombre de la rosa».
Como Autor Empírico, podría decir que Hugo de Newcastle no es una invención mía, sino un personaje histórico mencionado en las fuentes medievales que utilicé: el episodio del encuentro entre la delegación franciscana y los representantes del Papa procede realmente de una crónica del siglo XIV. Pero no se puede esperar que el lector lo sepa, y mi reacción no puede ser tenida en cuenta. Sin embargo, pienso que sí tengo el derecho a expresar mi opinión como lector ordinario. En primer lugar, «Newcastle» no es una traducción de «Casanova», que si acaso debería traducirse por «New House» (etimológicamente hablando, el significado del nombre latino «Novocastro» es «Ciudad Nueva» o «Campamento Nuevo»). Así que «Newcastle» sugiere «Casanova» de la misma manera que podría sugerir «Newton».
Pero hay otros elementos que pueden demostrar textualmente que la hipótesis de Costiucovich es antieconómica. En primer lugar, Hugo de Newcastle aparece en la novela desempeñando un papel muy marginal, y no tiene nada que ver con la biblioteca. Si el texto quisiera sugerir una relación oportuna entre Hugo y la biblioteca (así como entre él y el manuscrito), hubiera tenido que decir algo más. Pero en el texto no hay ni una palabra de eso. En segundo lugar, Casanova fue —al menos, de acuerdo con el conocimiento enciclopédico culturalmente compartido— un amante profesional y un calavera, pero en la novela nada deja asomo de duda sobre la virtud de Hugo. En tercer lugar, no hay ningún vínculo evidente entre un manuscrito de Casanova y un manuscrito de Aristóteles, y la novela no alude en ninguna parte al libertinaje como una forma de comportamiento elogiable. Como Lector Modelo de mi propia novela, me veo con derecho a decir que esa búsqueda de una «conexión Casanova» no lleva a ninguna parte.
Una vez, en un debate, un lector me preguntó qué quise decir con la frase «La felicidad suprema reside en tener lo que se tiene». Me desconcertó, y afirmé que yo jamás habría escrito esa frase. Estaba seguro de ello, y por muchas razones. En primer lugar, no creo que la felicidad resida en tener lo que uno tiene; ni siquiera Snoopy se atribuiría semejante banalidad. En segundo lugar, es poco probable que un personaje medieval piense que la felicidad reside en tener lo que uno tiene, ya que en la forma de pensar de la Edad Media, la felicidad era un estado futuro que se alcanzaba por medio del sufrimiento en el presente. De modo que repetí que yo nunca habría escrito esa frase, y mi interlocutor me miró como si fuera incapaz de distinguir lo que yo mismo he escrito.
Más tarde me tropecé con la frase. Sale en El nombre de la rosa, en la descripción del éxtasis erótico de Adso en la cocina. Este episodio, como puede adivinar fácilmente hasta el más torpe de mis lectores, está elaborado a partir de citas del Cantar de los Cantares y de la mística medieval. En cualquier caso, incluso no estando identificadas las fuentes, el lector puede ver que esas páginas describen los sentimientos de un hombre joven después de su primera (y probablemente última) experiencia sexual. Si releemos la frase en su contexto (quiero decir, en el contexto de la novela, no necesariamente en el contexto de las fuentes medievales), encontramos: «¡Oh, Señor! Cuando el alma cae en éxtasis, la única virtud reside en amar lo que se ve (¿verdad?), la máxima felicidad reside en tener lo que se tiene». O sea, «la felicidad reside en tener lo que se tiene» no en general, en cualquier momento de la vida, sino solamente en el momento de la visión extática. Es este un caso en el que resulta innecesario conocer la intención del Autor Empírico: la intención del texto es evidente. Y si las palabras inglesas tienen un sentido convencional, el verdadero sentido del texto no es el sentido que ese lector —obedeciendo a algún impulso de su idiosincrasia— creyó que quería transmitir. Entre la intención inaccesible del autor y la discutible intención del lector existe también una transparente intención del texto que descarta interpretaciones sin sostén.
Disfruté leyendo un hermoso libro de Robert F. Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey on Literary Flora from Shakespeare to Eco (y espero que Shakespeare hubiera estado orgulloso de encontrar su nombre asociado al mío). Al hablar de los distintos vínculos que encontró entre mi rosa y todas las demás rosas de la literatura mundial, Fleissner dice algo bastante interesante: quiere hacer ver «cómo la rosa de Eco deriva deEl tratado naval de Doyle, que a su vez debe mucho a la admiración que Cuff siente por su flor en La piedra lunar»[14].
Pues bien, soy un adicto irredento a Wilkie Collins, pero no recuerdo (y tampoco lo recordé cuando escribía mi novela) que el personaje de Cuff tuviera una pasión por las rosas. Creo que he leído todo lo que escribió Arthur Conan Doyle, pero tengo que confesar que no recuerdo El tratado naval. Pero no importa: en mi novela hay tantas referencias explícitas a Sherlock Holmes que mi texto también puede sostener ese vínculo. Pero, a pesar de mi mente abierta, pienso que Fleissner sobreinterpreta cuando, al tratar de demostrar cuánto «eco» de la admiración de Holmes por las rosas hay en mi Guillermo, cita este pasaje de mi libro: «"Frangula", dijo de pronto Guillermo, inclinándose para observar una planta, que, como era invierno, reconoció por el arbusto. "La infusión de su corteza es buena"».
Es curioso que Fleissner corte su cita después de «buena». Tras una coma, mi texto continúa con «para las hemorroides». Sinceramente, creo que el Lector Modelo no está invitado a tomar «frangula» por una alusión a las rosas.
Giosuè Musca escribió un análisis crítico de El péndulo de Foucault que considero de los mejores que he leído en mi vida[15]. Ya desde el comienzo, admite haberse dejado corromper por el hábito de mis personajes de ir en búsqueda de analogías, y se pone a buscar relaciones. Señala de forma magistral muchas citas ocultas y analogías estilísticas que quise que fueran descubiertas; encuentra otras relaciones en las que yo no pensé, pero que suenan muy convincentes; y desempeña el papel de lector paranoico hallando relaciones que me asombran, pero que soy incapaz de desautorizar, incluso sabiendo que pueden distraer al lector. Por ejemplo, parece que el nombre del ordenador, Abulafía, junto con el nombre de tres de los principales personajes, Belbo, Casaubon y Diotallevi, se corresponden con las iniciales ABCD. No hace falta decir que hasta que terminé el manuscrito, el ordenador tenía un nombre distinto: los lectores podrían objetar que, inconscientemente, los cambié con el único fin de obtener una serie alfabética. Parece que a Jacopo Belbo le encanta el whisky, y sus iniciales son, y ya es raro, JB. No sirve de nada el reparo de que durante todo el proceso de escritura, su nombre no era Jacopo, sino Stefano, y que lo cambié por Jacopo en el último momento. No hay alusión alguna al whisky J&B.
Las únicas objeciones que puedo hacer a mi libro como Lector Modelo son 1) que la serie alfabética ABCD es textualmente irrelevante si los nombres del resto de personajes no alargan la cadena hasta X, Y y Z, y 2) que Belbo también toma martinis y, además, su leve adicción al alcohol no es su rasgo más importante.
En contraste con ello, no puedo discutir con mi lector cuando observa también que Cesare Pavese, un escritor al que amé y al que sigo amando, nació en un pueblo llamado Santo Stefano Belbo, y que mi Belbo, un melancólico piamontés, recuerda a Pavese. En efecto (aunque mi Lector Modelo se supone que no conoce este detalle), yo pasé mi infancia a las orillas del río Belbo, donde superé algunas de las pruebas que atribuyo a Jacopo Belbo. Es cierto que todo esto pasó hace mucho tiempo, antes de que yo empezara a conocer a Pavese, de modo que cambié el nombre original de Stefano Belbo por Jacopo Belbo precisamente para evitar una relación evidente con Pavese y Jacopo Belbo. Pero no era suficiente, y mi lector acertó al encontrar una relación entre Pavese y Jacopo Belbo. Probablemente, hubiera acertado igual si yo hubiera puesto a Belbo cualquier otro nombre.
Podría seguir con ejemplos de este tipo, pero me he decantado por mencionar solamente los que resultaban más elocuentes. He descartado otros casos, más complejos, porque me arriesgaba a adentrarme demasiado en asuntos de interpretación filosófica o estética. Espero que estarán ustedes de acuerdo en que he introducido al Autor Empírico en este juego solo para subrayar su irreíevancia y reafirmar los derechos del texto.
Sin embargo, a medida que me aproximo al final de mis observaciones, tengo la impresión de haber sido poco generoso con el Autor Empírico. Hay por lo menos un caso en que el testimonio del Autor Empírico cumple una función importante no tanto para permitir a los lectores entender mejor sus textos como para ayudarles a entender el impredecible devenir de todo proceso creativo. Comprender el proceso creativo significa también entender cómo ciertas soluciones textuales llegan por casualidad, o como resultado de mecanismos inconscientes. Eso nos ayuda a comprender la diferencia entre la estrategia del texto —un objeto lingüístico que los Lectores Modelo tienen ante sus ojos, posibilitándoles emitir juicios, independientemente de las intenciones del Autor Empírico— y la historia de la evolución de ese texto.
Algunos de los ejemplos que he ofrecido pueden funcionar en esa dirección. Permitan ahora que añada otros dos ejemplos curiosos, dotados de un rasgo especial: se refieren solamente a mi vida personal y carecen de un equivalente textual, detectable. En el negocio de la interpretación, son irrelevantes. Ilustran simplemente cómo un texto, que es un artefacto concebido para suscitar interpretaciones, acaba convirtiéndose a veces en un magma de origen profundo que no tiene nada que ver —o aún no lo tiene— con la literatura.
Primera historia. En El péndulo de Foucault, el joven Casaubon está enamorado de una chica brasileña llamada Amparo. Giosuè Musca encontró, burla burlando, una relación con el físico André-Marie Ampère, quien estudió la fuerza magnética entre las corrientes eléctricas. Demasiado astuto. No sé por qué escogí ese nombre. Me di cuenta de que no era un nombre brasileño, así que decidí escribir (en el capítulo 23) lo siguiente: «Nunca he entendido por qué esa descendiente de holandeses afincados en Recife y mezclados con indios y con negros sudaneses, con el rostro de una jamaicana y la cultura de una parisina, tenía un nombre español». En otras palabras, escogí el nombre de «Amparo» como si hubiera venido de fuera de mi novela.
Meses después de la publicación del libro, un amigo me preguntó: «¿Por qué "Amparo"? ¿No es el nombre de una montaña, o de una chica que está mirando una montaña?». Y a continuación, explicó: «Hay una canción, "Guajira Guantanamera", en la que sale algo como "Amparo"». Oh, Dios mío. Conocía muy bien esa canción, aunque no recordaba ni una palabra de la letra. La cantaba a mediados de los años cincuenta una chica de la que estuve entonces enamorado. Era latinoamericana, y muy hermosa. No era brasileña, ni marxista, ni negra ni histérica como Amparo; pero está claro que, al inventarme a la encantadora chica latinoamericana, pensé inconscientemente en esa otra imagen de mi juventud, cuando tenía la edad de Casaubon. Había pensado en esa canción, y de alguna manera el nombre de «Amparo», que había olvidado por completo, emigró de mi inconsciente a la página. Esta historia es completamente irrelevante para la interpretación de la novela. Por lo que se refiere al texto, Amparo es Amparo es Amparo es Amparo.
Segunda historia. Quienes han leído El nombre de la rosa saben que trata de un misterioso manuscrito, que esa obra perdida es el segundo libro de la Poética de Aristóteles, que sus páginas están impregnadas de veneno y que viene descrito (en el capítulo «Séptimo día. Noche») así: «Leyó en voz alta la primera página y después no siguió, como si no le interesase saber más. Hojeó rápidamente las otras páginas, hasta que de pronto encontró resistencia, porque en la parte superior del margen lateral, y a lo largo del borde, los folios estaban pegados unos con otros, como sucede cuando —al humedecerse y deteriorarse— la materia con que están hechos se convierte en una cola viscosa».
Escribí esas líneas a finales de 1979. En los años siguientes, y quizá porque tras publicarEl nombre de la rosa empecé a tratar más a menudo a bibliotecarios y coleccionistas de libros (y ciertamente porque tenía un poco más de dinero a mi disposición), me convertí en un coleccionista de libros raros. Había sucedido antes, en el transcurso de mi vida, que yo comprara algún libro viejo, pero lo había hecho por casualidad, y solamente si eran baratos. Solo en los últimos veinticinco años he sido un coleccionista serio de libros, y «serio» significa que uno tiene que consultar catálogos especializados y tiene que escribir, para cada libro, una ficha técnica, que incluya el cotejo, la información histórica sobre las ediciones previas y posteriores, y una descripción precisa del estado físico de la copia. Esta última tarea requiere una jerga técnica para especificar si el libro tiene manchas amarillentas o está amarronado, si presenta restos de humedad o está manchado, si tiene hojas con una capa acuática o almidonadas, márgenes recortados, borraduras, una encuadernación endurecida, juntas rozadas, etcétera.
Un día, hurgando en los estantes superiores de la librería de mi casa, encontré una copia de la Poética de Aristóteles anotada por Antonio Riccoboni, Padua, 1587. Lo había olvidado por completo. La cifra 1000 estaba escrita en lápiz en la guarda, y eso significaba que compré el libro en alguna parte por 1000 liras (hoy, unos setenta céntimos de dólar), probablemente en los años cincuenta. Mis catálogos decían que se trataba de una segunda edición, no excesivamente rara, y qué había una copia en el Museo Británico. Pero me gustaba tenerlo porque por lo visto era difícil de encontrar, y en cualquier caso un comentario de Riccoboni era menos conocido y se citaba menos que, digamos, los de Robortello o Castelvetro.
Así que empecé a escribir mí descripción. Copié la página del título y descubrí que la edición tenía un apéndice titulado «Ejusdem Ars Cómica ex Aristotele», que decía presentar el libro perdido de Aristóteles sobre la comedia. Evidentemente, Riccoboni había intentado reconstruir el segundo libro perdido de la Poética. No era ese, sin embargo, un empeño insólito, y continué completando la descripción física del volumen. Entonces tuve una experiencia similar a la de un tal Zasetsky, descrita por el neuropsicólogo soviético A. R. Luria[16]. Zasetsky perdió parte de su cerebro durante la Segunda Guerra Mundial, y con ello toda su memoria y su capacidad de hablar, aunque sí podía escribir. Su mano escribía automáticamente toda la información que él era incapaz de pensar, y paso a paso reconstruyó su propia identidad leyendo lo que había escrito.
De modo similar, yo contemplaba el libro de una manera fría y técnica, redactando mi descripción, cuando de repente me di cuenta de que estaba reescribiendo El nombre de la rosa. La única diferencia era que a partir de la página 120, cuando empieza la Ars Cómica, los márgenes inferiores estaban seriamente dañados, más que los superiores, pero el resto era el mismo. Las páginas, progresivamente amarronadas y manchadas de humedad, se pegaban en los bordes, y parecía que hubieran sido embadurnadas con una repugnante sustancia viscosa.
Tenía en mis manos, en forma impresa, el manuscrito que había descrito en mi novela. Lo había tenido durante años en una estantería de mi casa.
No fue una coincidencia extraordinaria, como tampoco un milagro. Compré el libro en mi juventud, le eché una ojeada, me di cuenta de que estaba muy manchado, lo puse en alguna parte y me olvidé de él. Pero, mediante una especie de cámara interna, yo había fotografiado esas páginas, y durante décadas la imagen de esas hojas venenosas se quedó en la parte más recóndita de mi alma, hasta el momento en que resurgió —no sé por qué—, y creí que había inventado el libro.
Esta historia, como la primera, no tiene nada que ver con una posible interpretación de El nombre de la rosa. La moraleja, si tiene alguna, es que la vida privada de los Autores Empíricos es, hasta cierto punto, incluso más insondable que sus textos. Entre la misteriosa historia de una creación textual y la incontrolable deriva de sus lecturas futuras, el texto qua texto no deja de representar una presencia reconfortante, un punto al que podemos agarrarnos con rapidez.
[7] Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona, Ariel, 1979.
[8] Véase Jacques Derrida, «Signature Event Context» (1971), Glyph, I (1977), pp. 172-177, reimpreso en Derrida, Limited Inc., y John Searle, «Reiterating the Differences: A Reply to Derrida», Glyph, 1 (1977), pp. 198-208, reimpreso en Searle, The Construction of Social Reality, Nueva York, Free Press, 1995 (hay trad. cast.: La construcción de la realidad social, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997).
[9] Véase Philip L. Graham, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1964), pp. 13-14; Nathan Halper, «Notes on Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1965), pp. 15-16.
[10] Ruth von Phul, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (diciembre de 1965), pp. 14-15.
[11] Hay que observar, sin embargo, que en términos de cantidad silábica, la o de «Roma» es larga, de modo que el dáctilo inicial del hexámetro no funcionaría. «Rosa» es por lo tanto la lectura correcta.
[12] Umberto Eco, El péndulo de Foucault, Barcelona, Lumen. Traducción de R.P., revisada por Helena Lozano.
[13] Helena Costiucovich, «Umberto Eco: Imia Rosi», Sovriemiennaya hudoziestviennaya literatura za rubiezom, 5 (1982), pp. 101 y ss.
[14] Robert R Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey of Literary Flora from Shakespeare to Eco, West Cornwall (Reino Unido), Locust Hill Press, 1989, p. 139.
[15] Giosuè Musca, «La camicia del nesso» Quaderni Medievali, 27 (1989).
[16] A. R Luria, The Man with a Shattered World: The History of a Brain Wound, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1987 (hay trad. cast.: Mundo perdido y recuperado: historia deuna lesión, Oviedo, KRK, 2010).
Confesiones de un joven novelista
Título original: Confessions of a Young Novelist
Umberto Eco, 2011
Traducción: Guillem Sans Mora
Foto: UE en Milan © Ferdinando Scianna/Magnum Photos
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Peter Sloterdijk: "Europa está determinada por la metamorfosis de la ira"
El filósofo alemán afirmó que que los seres humanos "desarrollamos un resentimiento colectivo".
POR JUAN RODIL
La Vanguardia
El filósofo alemán Peter Sloterdijk, considerado uno de los grandes pensadores del momento, ha afirmado que la historia de Europa "está determinada por la metamorfosis de la ira". Sloterdijk ha hecho esta afirmación en Santiago de Compostela, con motivo de su presencia en esta ciudad para recibir el Premio Bento Spinoza de ensayo en su tercera edición, que concede un jurado integrado por alumnos de institutos gallegos. El profesor alemán, cuyas ideas plasmadas en Ira y tiempo generan debates públicos en los medios de comunicación de su país y también europeos, sostuvo que los temas más actuales que mueven a las sociedades son en definitiva los más clásicos.
En su ensayo político-psicológico, el filósofo alemán destaca que la ira está de una manera determinante detrás de la historia de Occidente hasta los tiempos actuales, por lo que afirmó que "lo que habría que preguntarse es cuál es la primera palabra de Europa". Es, por este motivo, que el profesor afirmó que la idea principal de su ensayo Ira y tiempo "es que la historia de Europa está determinada por la metamorfosis de la ira". Sloterdijk alude en su obra a que la ira ya estaba presente en la Grecia clásica, manifestada en la cólera de Aquiles, que refleja La Ilíada, de Homero, pero dijo que en el año 2006, cuando él sitúa cronológicamente el final de su ensayo, "la cólera ha vuelto, la indignación; todo esto vuelve a estar presente, pero más que antes".
Afirmó que los seres humanos "somos personas ofendidas como individuos y queremos satisfacernos a nosotros mismos, pero en grupo también nos podemos sentir ofendidos y entonces desarrollamos un resentimiento colectivo e intentamos que ese resentimiento colectivo se convierta en una venganza viva colectiva".
Preguntado por si se sentía identificado con alguna escuela filosófica en particular, Peter Sloterdijk contestó un rotundo "no", y añadió: "Tengo mi propia biografía que a la vez es una especie de currículum, y un currículum siempre está hecho de distintos tipos de escuelas filosóficas".
"Estoy contento de no ser ya un alumno", apostilló. Peter Sloterdijk departió esta mañana en el instituto Rosalía de Castro con un grupo de periodistas y en presencia también de alumnos de este centro que, junto a los de otros cuatro institutos gallegos, forman parte del jurado del Premio Bento Spinoza de ensayo, que ha sido concedido al filósofo alemán.
Este galardón es una apuesta por la reflexión y el espíritu crítico y representa una reivindicación del pensador holandés de origen judío del siglo XVII Bento Spinoza, descendiente de una familia de la Península Ibérica con antepasados posiblemente originarios de Ourense. El Premio Bento Spinoza de ensayo nace al amparo de otro galardón ya consagrado del instituto compostelano Rosalía de Castro, el San Clemente de Novela, que han recibido ya algunos de los más prestigiosos escritores internacionales.
Fuente: EFE.
Peter Sloterdijk
«El mundo necesita otra revolución»
«El mundo necesita otra revolución»

" No más relaciones ni más disculpas. Sólo saludos lejanos en las encrucijadas del infinito, saludos de meteoro a meteoro. Un intercambio de destellos de incandescencia a incandescencia y un cauto caminar en compañía con los pasos inaudibles del amor. "
" La ideología nacionalsocialista fue un híbrido de movimiento fitness militarizado y cultura de acontecer popular [völkisch], apoyado en una doctrina muy superficial y crudamente naturalista en torno al poder. Esto nada tiene que ver con la religión. El fascismo es una política basada en la venganza integral; se dirige a colectivos de perdedores y los conduce a compensaciones autodestructivas.(…)El hombre es, par excellence, el animal que va más allá de la reacción. Crear arte es sobre-reaccionar, pensar es sobre-reaccionar, casarse es sobre-reaccionar. Todas las actividades humanas decisivas son excesos. Ya desde el principio el caminar erguido del hombre era una hipérbole que no se dejaba encuadrar por completo dentro de las ventajas biológicas de la adaptación. Desde los orígenes, lo que aquí entra en liza es una tendencia a romper los quicios, al exceso. Toda palabra humana no es sino un disparo a lo abierto. "
Peter Sloterdijk nació en Alemania en 1947. Estudió filosofía, germanística e historia en las universidades de Múnich y Hamburgo. Sus primeros trabajos académicos denotan su propensión por el estructuralismo y la hermenéutica poética. Se doctoró con una tesis sobre Literatura y organización de las experiencias vitales. En la actualidad es catedrático de filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe. La publicación de 'Crítica de la razón cínica' en 1983 (Taurus, 1989) le catapultó a la fama, ya que se convirtió en el libro de filosofía más leído y debatido en Alemania.
Del autor han sido traducidas al castellano, entre otras: 'El árbol mágico: el nacimiento del psicoanálisis' en 1975 (1986), 'En el mismo barco: ensayo sobre la hiperpolítica' (Siruela,1994), y 'El extrañamiento del mundo' (Pre-textos, 1998) que obtuvo el premio Ernst Robert Curtius (1993). Año en el que Siruela publica su trilogía 'Esferas'. Fue acusado de usar una «retórica fascista» y plantear una nueva selección genética en Reglas para el parque humano. El instigador de la polémica fue un superviviente de la escuela de Franckfurt, el filósofo Habermas.
«La era de los hijos de moral hiperdesarrollada de padres nacionalsocialistas toca a su fin. Una generación más libre avanza».
Europa
«En un periodo de un año o quizá dos la situación política de Austria se va a estabilizar. Sin embargo, no considero que haya que establecer una relación directa entre Haider y el fascismo. Además los países que acusan a Haider de fascista como Francia y Portugal también cuentan con movimientos fascistas; creo que en cierta medida están apelando a sus propias neurosis. El único problema que puede existir en Austria es que se persista en la política de aislamiento».
Sloterdijk considera que Europa es uno de los grandes temas del momento, de hecho acaba de escribir un libro, 'Cuando Europa despierte', en el que trata el viejo continente desde un punto de vista histórico pero también dramático.
«El desarrollo del sentimiento nacionalista en Europa tiene mucho que ver con los medios de comunicación. Sea a través de los medios impresos o la televisión, es todo una cuestión mediática». Este es el caso de Austria; Sloterdijk cree que han sido los medios de comunicación los que han inflado el problema, porque la política de Haider es más bien provinciana. «Haider se defiende de la globalización que tiende a eliminar las identidades culturales. Se confunde el fascismo con la política de Haider, que es sólo un movimiento austriaco. La forma en que Haider está siendo tratado por los medios es más peligroso aún que el aislamiento que propone. De lo que se trata es de saber cuándo funciona la teoría de McLuhan y cuándo no funciona. Existe una relación directa entre el nacionalismo y la prensa. Se ha hablado también de que esa prensa puede ser postnacionalista, pero ese postnacionalismo, ese eliminar fronteras, también lleva a que las comunidades defiendan su identidad, su forma de entender la vida. Un ejemplo concreto y bastante evidente es 'La Gramática' de Nebrija, es un momento en que la idea del estado nación empieza a tener importancia. Es importante que exista una lengua propia y una manera de establecer cómo se define un país a través de su cultura. Es un proceso donde una lengua universal como era el latín en aquel momento se transforma y pasa a constituir la lengua propia de cada país y de este modo su cultura».
Considera que las ideologías del siglo XIX y del XX se han agotado y las divide en el marxismo, cuya representación es la metástasis del comunismo, y en el mito del liberalismo.
«Sin embargo, mientras los hombres no pierdan las ilusiones habrá otras ideologías que sustituyan a las viejas. La ideología capitalista no ha convencido a toda la población europea. Creo que ha surgido una nueva religión que denomino como neofatalista y que se remite a la época del Imperio Romano. En aquel momento, los gladiadores se encomendaban a la diosa fortuna, que es precisamente la diosa de los desheredados».
Sloterdijk considera que los últimos 400 años ha sido una época caracterizada por el renacimiento sublime del arte.
«Por desgracia, hoy en día estamos asistiendo a un renacimiento vulgar basado en esta religión neofatalista. Las catedrales de este neofatalismo son los estadios de fútbol y los programas baratos que emite la televisión».
«Existe una diferencia muy importante entre los lugares públicos que se construyen en el siglo XVIII y XIX que tienen forma de anfiteatros, como la ópera, el teatro, o incluso, las aulas universitarias, y los que se construyen hoy, que tienen forma de foro romano, porque es una vuelta al circo romano. En cuanto a los centros comerciales es cierto que se ajusta a esta idea de circo, sin embargo, su concepción es mucho más democrática porque en él sólo se dan perdedores, mientras que en los estadios se dan perdedores y ganadores».

Alemania
Sloterdijk piensa que la unificación alemana no ha tenido lugar, sino que más bien ha habido una especie de anexión.
«El recuerdo del holocausto y de la Segunda Guerra Mundial va a dejar de ser algo neurológico, un shock continuo, y se convertirá, cuando hayan desaparecido todos los testigos de la guerra, en un símbolo de lo que no se debe repetir».
Milenio
«La Tercera Edad de la humanidad la comparo con la navegación en tanques gigantes que dada sus exageradas dimensiones casi no pueden maniobrar. Así, no navegamos hacia el futuro (a no ser que seamos turistas ricos con un yate en el Mediterráneo), estamos sentados en la cubierta de un barco enorme y esperamos que éste no choque con ningún iceberg».
«La futura genética será interesante sobre todo como un nuevo estilo de medicina. En las actuales condiciones estas técnicas nuevas no significan una ganancia para colectivos o unidades políticas».
«El último hombre en el prólogo de Zarathustra es el hombre sin descendencia, en este sentido el hombre de un único camino. No quiere ser intermediario entre los antepasados y los descendientes, sino él mismo última estación de la evolución. Como un monje pero sin creencias».
«Todo ser viviente superior necesita un mecenas. La primera mecenas es la madre, vivimos en su cuerpo nueve meses como en un oscuro hotel de cinco estrellas. Después aparecen otros mecenas en el escenario, padres, profesores, modelos, los clásicos. ¿Sabía que los poetas son los patrocinadores de sus naciones? Son los mecenas de sus idiomas, enriquecen a todos los que los leen».
«Continuaremos viviendo como hasta ahora, en una tendencia individualista, visitados una y otra vez por la nostalgia del grupo, siempre sobrepasados por la exigencia de tener que interesarnos por el destino de individuos lejanos, no sólo en la misma ciudad o nación, sino cada vez más de todo el planeta. La atención será mas preciada que el dinero puesto que todos querrán obtener tu atención».
«El mundo necesita otra revolución u otro cambio para corregir su curso autodestructivo. Sin embargo nadie sabe cómo ha de realizarse este cambio. Todos los intentos revolucionarios añadidos han fracasado horriblemente».
Filosofía
Sloterdijk considera que filosofar es una forma de 'autohipnosis': se rechazan todas las opiniones con el pretexto de tener que pensarlas uno mismo.
«En este sentido tiene el carácter de un poderoso mecanismo de protección. El filósofo tiene que tener (a diferencia del artista, que necesita una infancia infeliz) una infancia feliz y no resignarse nunca a que ésta se ha perdido; tiene que estar convencido de que antes de él no se ha pensado realmente nunca y que todos los sistemas anteriores surgen de charlatanes; tiene que sentirse a gusto en el infierno».
Vida
«Tiene unas patas muy feas pero un paso suave. La nariz está más allá del bien y del mal y su memoria es fuera de lo común. Lo mejor de los elefantes es que son queridos a pesar de ser grandes».
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La trágica vida Jean Seberg victima del FBI

Jean Seberg (13 de noviembre de 1938 - 30 de agosto de 1979) fue una actriz estadounidense. Recordada por su participación en numerosas películas, entre ellas: Juana de Arco (1957), Buenos días tristeza (1958), Al final de la escapada (1960) y Lilith (1964), es un icono de la nouvelle vague francesa.
Seberg falleció a los 40 años en París, víctima de una sobredosis de barbitúricos la policía determino que la actriz se suicido. Seberg es conocida también, por ser una de las víctimas más mediáticas del Programa de Contrainteligencia del Buró Federal de Investigación (FBI), como una represalia por a su apoyo a distintos grupos de derechos civiles durante los años 60.






Jean vive su vida



![[jean+4.jpg]](http://2.bp.blogspot.com/_K4s8FvS58GI/SpZbRqqLdTI/AAAAAAAAA6c/CdK9Htss4C0/s1600/jean%2B4.jpg)




Une femme marieé











vivir rodando


mother´s little helper

Nunca repuesta de su persecución por el FBI se dedicó a vagar por las calles de su llorado Paris, igual que una clochard cualquiera, en busca de su dosis y en la huida de si misma.






GUILLERMO ARIAS

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Adiós a Las Vegas ( Leaving Las Vegas)

Leaving Las Vegas
Ben Sanderson (Nicolas Cage en el papel que le valió el Oscar) es un guionsta de Hollywood que no parece tener motivos aparentes para beber ni para morir. No es un fracasado, tampoco es pobre, y tiene familia. Lo que le ocurre es que tiene sus propios demonios, y son éstos los que le llevan hasta Las Vegas, la ciudad donde los bares nunca cierran, con la intención de beber hasta morir.Director: Mike FiggisIntérpretes: Nicolas Cage, Elisabeth Shue, Julian Sands, Richard LewisTítulo en VO: Leaving Las Vegas

"La trama parte de un hecho muy simple y muy crudo, seguramente por todos bien conocido: un guionista fracasado pretende embriagarse hasta morir; en su carrera suicida conoce a una prostituta, aficionada a las adicciones de tipo psicológico, de la que irreparablemente se enamora. La vida, en su infinita sabiduría, les presenta a los dos una segunda oportunidad y ellos, en su obstinación y ceguera, la echan a la basura. Es en extremo lamentable y dramático observar como se despilfarra una existencia.
Creo que es la mejor historia de amor que se ha podido ver en el cine. Está tan bien realizada que nunca se cae en la cursilería a la que estamos tan habituados. Contrario a lo que ha sucedido hasta el cansancio, no se crea un guión para glorificar un amor imposible o lleno de dificultades; es todo lo contrario, la mesa está puesta y ellos prefieren seguir con sus vicios porque están profundamente arraigados. A pesar de todo lo que hay en contra, la tan inusual pareja se acepta tal y como es y bastan algunos diálogos para saber que están hechos “el uno para el otro”. Sera quiere tanto a Ben que soporta su repugnante comportamiento y aunque lo cuestiona, sabe que no puede hacer nada. Él por su parte consiente su profesión y aunque le duele profundamente nunca trata de censurarla.
Es efectivamente una historia romántica; totalmente sui generis si se quiere pero muy sentimental. Lo más rescatable es que se deja a un lado el cliché barato y narra las cosas como son en la vida real, duras, complicadas y bastante crueles.
Afirma Ben Sanderson, al explicar la razón de su comportamiento: “No sé si empecé a beber porque mi familia me dejó o si mi familia me dejó porque empecé a beber”. El hecho es que es un sujeto moralmente destrozado y ya no le importa nada, sólo desea un poco de felicidad, la cual es proporcionada por el alcohol. Por eso se dirige a Las Vegas, donde los bares nunca cierran.
Toda ella es un gran complejo de emociones inteligentemente amarradas. La fotografía es memorable, la musicalización es acertadísima y la dirección está impecablemente ejecutada, pero por sobre todas las cosas las actuaciones resplandecen y opacan su entorno. Sin duda, y por mucho, son los papeles mejor representados en la carrera de Nicolas Cage y Elizabeth Shue.
La cinta está basada en la novela autobiográfica de John O’Brien. Este escritor nació en 1960 y en 1990 redactó el libro “Leaving Las Vegas”. En 1994, dos semanas posteriores al inicio del rodaje, se suicidó; contaba con 34 años. Su padre aseguró que la novela era su nota póstuma."
http://luppanar.blogspot.com/2007/09/leaving-las-vegas-adis-las-vegas-1995.html



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Fellini su herencia fílmica todavía depara grandes sorpresas
Sueños y pesadillas de un artista total
Cine. Hace dos décadas murió el realizador insignia de la modernidad y una institución del arte en general. Aunque parezca estar todo dicho sobre él, su herencia fílmica todavía depara grandes sorpresas.
POR DIEGO BRODERSEN
¿Qué decir acerca de Fellini y su cine que no se haya dicho en cientos, miles de ocasiones? ¿Es necesario o siquiera oportuno reflexionar acerca de lo fellinesco cuando lo fellinesco es un sobreentendido, algo que nadie considera necesario explicar o describir? A 20 años de su muerte, el “genio de Rímini” sigue siendo, para muchos, algo más que un cineasta: una institución del arte en general, realizador insignia de la modernidad y, a la vez, popular como pocos de sus contemporáneos, en Italia o en cualquier otra parte del mundo. Tiene sus fans y sus detractores, aunque estos últimos suelen admirar al menos dos o tres de sus creaciones: veinte largometrajes, tres mediometrajes realizados para filmes colectivos y un par de trabajos producidos para la TV, más sus memorias y libros semi autobiográficos. Ese es el principal legado de Fellini, aunque su influencia en el cine y la cultura han creado una suerte de efecto potenciador, que genera la falsa impresión de una obra mucho más vasta. Es una buena idea rever hoy algunas de sus películas con ojos frescos, sacándose de encima prejuicios y miradas cristalizadas: más de una sorpresa espera a aquellos que lo creían saber todo sobre su herencia artística.
Tal vez uno de los mayores equívocos en la historia del cine sea la idea de que el neorrealismo italiano fue un huracán renovador que echó tierra sobre todo el cine producido en Italia durante el reinado fascista. Por cierto, fueron precisamente algunos de los realizadores y guionistas ligados a ese “movimiento” los más interesados en generar esa impresión de borrón y cuenta nueva. Pero filmes como El lustrabotas (Vittorio De Sica, 1946), La tierra tiembla (Luchino Visconti, 1948) o Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945) son el resultado de un largo proceso de búsqueda de “realismo” que comienza con el resurgimiento de la industria italiana en los años 30. Basta con ver Gli uomini, che mascalzoni (Mario Camerini, 1932), con un joven De Sica como galán de los barrios proletarios, 1860 (Alessandro Blasetti, 1934), lectura revisionista de la gesta de Garibaldi en clave mussoliniana o La nave bianca (1941), canto patriótico de Rossellini al esfuerzo de la marina italiana en tiempos de guerra, para apreciar los basamentos del drama realista de posguerra y también de la commedia all’italiana , tal vez el mayor legado al cine popular europeo de los años 50. Fellini dio sus primeros pasos en la industria del cine en los tres o cuatro años previos al fin de la guerra, junto a figuras como Michelangelo Antonioni, Rossellini y Visconti. Algunas de sus colaboraciones más famosas como guionista son aquellas realizadas para Rossellini: R oma, ciudad abierta , Paisà (1946) y “El milagro”, una de las historias del díptico L’Amore (1948). Imbuido de las tradiciones católicas de su país y de cierta moral de fuerte raigambre religiosa, las historias tempranas del futuro realizador incluyen sacerdotes, posibles milagros y la idea central de la transfiguración espiritual a partir del sufrimiento personal. Al mismo tiempo, escenas como la de la estatua desnuda en Roma, ciudad abierta –posiblemente pergeñada por Fellini– evidencian una mirada humorística sobre cuestiones de hábitos religiosos, cuya apoteosis llegará casi tres décadas más tarde en la sección del desfile de moda eclesiástico en Roma(1972).
Federico Fellini dirige a su esposa, Giulietta Masina. Lo hizo en diversas ocasiones. De papeles secundarios a protagonista, el rostro de Masina es inseparable del de Fellini, como inseparables son los acordes de Nino Rota de sus imágenes. La fábula de Gelsomina y Zampanò, la bella y la bestia, transforma a Fellini y a Masina en superestrellas del cine internacional (Anthony Quinn, de alguna forma, ya lo era).
La strada es el primer gran éxito en su carrera y en ella conviven el Fellini sutil y el Fellini grosero, la tragicomedia, el grotesco y lo circense. Masina revisita la gestualidad y la corporalidad de Chaplin y Fellini comienza, lentamente, a abandonar ese realismo mamado en los años de aprendizaje –presente en sus primeros tres largometrajes– para acercarse a una mirada impresionista que revela el interior más profundo de sus personajes. El vía crucis de Gelsomina será luego reconstruido en Las noches de Cabiria , un filme menos intenso pero más potente. La imagen final de la cuasi mártir, caminando a los tumbos vaya uno a saber con qué destino, con esa lágrima de maquillaje pintada artificialmente por el más real de los llantos resume la primera porción de la filmografía del realizador y deja limpio el horizonte para otras aventuras.
Más allá de las imágenes y sonidos de esas dos películas, recordadas y amadas por varias generaciones, tal vez sean otros dos títulos tempranos los que mejor han resistido el paso del tiempo, más abiertos a posibles lecturas e interpretaciones, quizás emocionalmente algo más “secos”.
Los inútiles (agresivo título local para “I vitelloni”, 1953) encuentra en ese grupo de muchachones de veintipico al antepasado fílmico más temprano del adultescentecontemporáneo. La descripción de la vida de pueblo tiene visos autobiográficos y es un universo al cual volverá unos veinte años más tarde, en Amarcord , aunque aquí la mirada sigue empapada de un registro verista que aleja a la melancolía pero no así a cierta tristeza inherente a la condición de sus protagonistas. Junto con El sheik (“Lo sceicco bianco”, 1952), Los inútiles es la máxima expresión de la commedia all’italiana según Fellini, caldo sabroso y espeso que otros realizadores como Mario Monicelli y Pietro Germi llevarían luego a las cimas de su negritud y acidez.
El cuentero (“Il bidone”, 1955), en cambio, puede ser leída como una suerte de contracara bufona de Rififi , largometraje de Jules Dassin producido ese mismo año. Augusto es un veterano timador, especialista en lo que podría definirse como “robo eclesiástico”. Su ascenso ha quedado muy atrás en el tiempo y el filme se centra en su debacle y caída. Es uno de los filmes más tristes de F. F., uno de los menos compasivos con su protagonista, y su visión hoy demuestra que el director podía apropiarse de géneros en principio ajenos a su sensibilidad –como el policial– y permiten jugar el juego de la ucronía, con una posible carrera paralela como autor de películas distintas a las conocidas. Asimismo El cuenteroinstala, luego de su aparición seminal en El sheik , una de las escenas fellinescas paradigmáticas: el plano nocturno de calles, plazas y fuentes donde vagabundean febrilmente sus criaturas.

La primera, alucinada, escena de La dolce vita anticipa un cambio, si no radical, al menos profundo en el cine de Fellini. Cristo vuela sobre Roma, suspendido en el aire no por la fe sino gracias a la tecnología. Junto a él, Marcello Mastroianni saluda a unas muchachas que toman sol en la terraza de un edificio. La biblia y el calefón, pero también un indicio de que la salvación espiritual ya no es tan sencilla. El mundo de Fellini siempre fue triste pero ahora es terminal, aunque el ironista nunca deja que esa mirada se tiña de gravedad. Más allá de la Eckberg en la fuente, la etimología de los paparazzi y Vía Veneto reconstruida en Cinecittà, La dolce vita abandona el relato en tres actos, el arco dramático y demás construcciones tradicionales para transformarse en un grito de modernidad cinematográfica, al tiempo que describe un universo frívolo y decadente, y por ello mismo sumamente atractivo. Y está Marcello, ese chimentero con aspiraciones de literato, y alrededor suyo decenas de personajes decrépitos, hermosos, extremos, tratando de vivir una existencia que no logran comprender.
8 ½ (“Otto e mezzo” , 1963) profundiza aún más la estructura narrativa ensayada en el filme anterior, cruzando sueños, recuerdos y visiones en un mundo de por sí desvariado y extravagante. Esto es cine en primerísima persona, un “¿Quieres ser Federico Fellini?” donde Mastroianni, metido a fondo en la cabeza del realizador italiano, hace las veces de médium e intérprete de sus miedos y esperanzas. Y de dos pasiones confesas: el cine y las mujeres. Más allá de la bizantina y, en última instancia, estéril discusión acerca de si son o no sus obras maestras, es indudable que La dolce vita y 8 ½ encarnan, en más de un sentido, el centro de su filmografía.
Entre Julieta de los espíritus (“Giulietta degli spiriti”, 1965) y Satiricón (1969), Fellini dirige una de sus obras capitales, el mediometraje Toby Dammit , basado en el cuento “Nunca apuestes tu cabeza al diablo” de Poe y parte del filme colectivo Histoires extraordinaires (1968). Allí vuelve a algunos de los temas de La dolce vita pero en versión definidamente subjetiva, deformada por la visión de su protagonista, un actor británico de visita en Roma. A esta altura de la carrera de Fellini lo onírico ha concluido su invasión, aunque en este caso los sueños están más cerca de lo pesadillesco. Habría mucho más cine hasta su muerte el 31 de octubre de 1993, casi la mitad de su filmografía, pero las películas volverían una y otra vez a revisitar territorios transitados. El Casanova de Fellini (1975), plagado de imágenes imposibles por lo grandiosas y extravagantes, permite ver hoy alcances y límites de sus creaciones cinematográficas. Pero si hay allí algo inolvidable es la tristeza de Donald Sutherland como el mujeriego titular, viendo al filo de la muerte imágenes de su vida pasada y compartiendo el viaje con la mujer más impensada de todas aquellas con las que compartió el lecho: una autómata sumisa y servicial. Es como si Casanova se hubiera dado una vuelta por el mausoleo de conquistas sexuales de La ciudad de las mujeres (“La città delle donne”, 1980). Ambos filmes representan, cada uno a su manera, la puesta en tensión del machismo y el falocentrismo, una forma definitivamentefellinesca de admitir que el rey está desnudo y que su aspecto es francamente ridículo. Tan ridículo como las acusaciones de misoginia que el realizador recibió en ocasión del estreno de La ciudad de las mujeres , filme que se mofa de cierto feminismo ramplón, pero cuyos dardos más agresivos están dirigidos al corazón de ciertas ideas sobre la “masculinidad” que el cineasta notaba en vías de extinción. Antes de eso, los recuerdos de Rímini enAmarcord (1973), una de sus creaciones más entrañables y tal vez el filme más popular en la última parte de su carrera. Ya en los años 80, la melancolía tiñe por completo su cine y la autoindulgencia opaca varias de sus últimas películas, particularmente Intervista (1987), homenaje a Cinecittà que se transforma en retrato de la decadencia literal y simbólica de esa institución. Con plena consciencia, quizá, de que ese cine italiano a cuyos logros y glorias él mismo había contribuido de manera tan elocuente ya no era. Ni sería nunca más.

Esa irremediable soledad
POR JORGE CARNEVALE
Un amigo de mi edad, cinéfilo implacable, opina que nuestra generación ha sobrevalorado muchos títulos de la década del 60 que ahora no soportan una lectura a fondo. Me dice muy suelto de cuerpo que Belle de Jour , de Luis Buñuel, le parece una porquería. Le retruco que La dolce vita , en cambio, no ha envejecido un fotograma. La tengo en casa y la reveo a menudo. Es un acto sagrado, un ritual, un salto al abismo de la condición humana que me hace sentir mal y bien al mismo tiempo. Mezcla sagrado y profano en doce esquicios que no disimulan la formación católica de Fellini. Dos o tres momentos me siguen conmoviendo. Marcello Rubini (Mastroianni), a pesar de tener un empleo cómodo y de cierto prestigio en una publicación de escándalo, sigue siendo un provinciano en esa Roma de fines de los 50, especie de Babel contemporánea que cruza aristócratas con estrellas de cine y arribistas. Alguna vez, soñó con un futuro como escritor, pero lo va postergando, fascinado por ese mundo al que no pertenece pero que lo deja meter la nariz aquí y allá. Tiene una amante posesiva que lo chantajea con reiterados intentos de suicidio, pero su cable a tierra se llama Steiner, una mezcla de filósofo y místico (a cargo del gran Alain Cuny), que luce un hogar impecable y dispara réplicas que calan hondo en el espíritu de Marcello, quien se promete terminar su novela inacabada, luego de cada encuentro con esa isla de equilibrio que es su amigo.
Más allá de la aparición de Anita Eckberg y el baño en la Fontana de Trevi, lejos de las fiestas inacabables que acaban en sexo apresurado, hay dos momentos que sacuden para siempre. Uno es el reencuentro de Marcello con su padre en plena Vía Veneto. Con ese padre que apenas conoce y con el que compartirá un cabaret envejecido y el temor de perderlo definitivamente. El otro es el sorpresivo suicidio de Steiner, tras haber matado a sus dos chicos. El cachetazo inesperado de esa tragedia acabará desbarrancando al protagonista en un espacio de cinismo y desazón. En el final, la soledad de una madrugada en una playa y los gestos inútiles de una muchachita rubia (¿la inocencia perdida?), que Marcello ya no podrá entender.

Federico Fellini básico
Nació en Rimini, Italia en 1920 y murió en Roma en 1993. Cineasta.
Se inició como guionista a fines de los 30; sus colaboraciones con Roberto Rossellini son consideradas emblemas de la apertura temática del cine italiano. Su debut como realizador fue “El sheik” (1952), que contó con el protagónico del gran Alberto Sordi, igual que la siguiente, “Los inútiles”.
Con “La dolce vita” (1960) aparece Marcello Mastroianni en su filmografía. Con él rueda cuatro filmes más: “8 ½”, “La ciudad de las mujeres” , “Ginger y Fred” e “Intervista”.

"Fellini es un dibujante que hace cine"
Paolo Fabbri. El reconocido semiólogo dice que en la cultura italiana “La dolce vita” ocupa el mismo lugar que las obras de Miguel Angel o Da Vinci.
Yo diría que Federico Fellini no es el cineasta más grande de Italia”. La apreciación, tan subjetiva como arbitraria, podría pasar desapercibida en boca de cualquier otro. Pero el que toma partido es ni más ni menos que el presidente de la Fundación Federico Fellini, Paolo Fabbri. Este semiólogo, autor de media docena de libros y discípulo de Umberto Eco, elige a Roberto Rossellini. “Pero Fellini es más original, es más radical y es el más conocido. Además, es el primero que se representó como artista, algo que no hizo Rossellini, que es una figura decisiva, pero hizo películas feas. Fellini, nunca: es muy grande.
La Dolce Vita es una de las voces más frecuentes de la cultura italiana después de Miguel Angel y Leonardo”, corrige y matiza minutos después de su conferencia a propósito del cincuenta aniversario de 8½ , en el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.
Fabbri, nacido en Rímini como el director, recrea el juego que Fellini siempre esquivó: contesta preguntas e interpreta sus motivaciones sin prestar atención a las declaraciones casi mentirosas del cineasta. No le falta material donde indagar: en la fundación que ayudó a crear la hermana de Fellini descansa la biblioteca personal del director, incluida una sección de esoterismo, en la que sobresalen varios títulos de Carlos Castaneda. Fabbri, que editó la versión online y el e-book de El libro de los sueños , que recopila los dibujos del realizador, cree que ahí están casi todas las respuestas. “Es muy difícil reconstruir las motivaciones de un autor. Pero en el caso de Fellini, además de la observación extrema de sus películas, tenemos una fuente extraordinaria –el intertexto– que son sus sueños. Es el único caso: no hay nadie más en el cine que haya transcrito durante años y años todos sus sueños. El soñaba, después preparaba el guión y la escenografía para hacer las películas. Los dibujos son una fuente privilegiada, no de las intenciones explícitas, sino de sus intenciones profundas”, se entusiasma Fabbri. Buzzati, Borges, Kafka o Mastroianni eran algunos de los protagonistas de esas visiones.
–Algunas de sus películas, como 8½, tienen una estructura onírica.
–Le gustaban todos los autores que trataban sobre los sueños: Bergman, Buñuel, Kurosawa. Y tenía una predilección por la gente que usaba los sueños, también en la literatura. Quería introducir el sueño en la vigilia, no poner la vida en el sueño sino el sueño en la vida. Para él el sueño era una previsión del futuro, no una reconstrucción del pasado. Mientras la mayoría de nosotros pensamos el sueño como una reconstrucción infantil, para él siempre fueron episodios creativos. Era un concepto muy cercano a las ideas de Carl Jung, a quien conoció, y le ofrecía una posibilidad mayor desde el punto de vista del imaginario, más que Freud.
–¿Por qué si tenía semejante fascinación y facilidad para dibujar nunca se volcó a los dibujos animados?
–No tuvo proyectos de animación, pero hasta el final de su vida fue un apasionado de los dibujos animados. Y en particular, una de las cosas que más le interesaba era lo que hacía Moebius, a quien le reconocía una capacidad imaginativa superior. Incluso le escribió un prefacio, mantenían una relación. Era un gran admirador de las historietas y se formó como dibujante de caricaturas. Muchas veces dijo: “soy un dibujante que hace cine”.
–¿Cómo era su relación con la Iglesia, a la que retrata en varias películas?
–Como todos los artistas, Fellini tenía una actitud ambigua. Por ejemplo, presentó algunas de sus películas al arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, que era un cardenal muy reaccionario. Quería la aprobación de la Iglesia, pero no la ideológica. Quería que todos vieran sus películas, católicos incluidos y estaba muy enojado porque La Dolce Vita había sido rechazada. Ese es el aspecto de artista que quiere vender. Por otra parte, tenía una cultura católica –como todos los italianos– y quería reconciliarse con ella. Y para un italiano reconciliarse con una cultura católica significa reconciliarse con la Iglesia. La ambigüedad sexual de la Iglesia, por otra parte, le resulta muy interesante.
–En 8½ se retrata esas contradicciones: ¿hay una ideología politica?
–No hay ninguna crítica ideológica. Hay un cara a cara con su relación con la cultura católica, con la formación católica, pero es ante todo una película profundamente autobiográfica. Y desde ese punto de vista es un filme que queda fuera de cierta historicidad de las situaciones italianas. Por eso todavía hoy parece actual.
–¿La idea de Fellini como un gran mentiroso se relaciona con sus intervenciones públicas?
– Sí, pero tiene que ver con que improvisaba mucho. Le daba un papel a una actriz y después se lo quitaba (por cierto, muchos actores lo odiaban). Esas mentiras tenían como objetivo mantener la libertad para hacer lo que quería. No eran mentiras, sino simplemente un modo de tener las manos libres.
–Pero a veces él mismo se las ataba, sin revisar lo que grababa, destruyendo guiones y desarmando escenografías millonarias. ¿Por qué?
–Se obligaba a no permanecer en la ambigüedad, en la incertidumbre, a no volver atrás. Se restringía. Por eso todas las mañanas tiraba el I–Ching . Y después decía: “Tiene que ser así”. Pero también sus sueños son así. No trata de comprender cómo es su pasado, trata de entender cómo puede representarlo. Y eso, en mi opinión, es más interesante y original.
–En La Ricotta, de Pasolini, Orson Welles explica el cine de Fellini con el famoso: “ Egli danza ” (El baila). ¿Cómo era la relación entre ambos?
–La relación entre Fellini y Pasolini fue curiosa. Eran grandes amigos y colaboradores hasta que Fellini no quiso financiarlo. Entonces se odiaron durante años, pero nunca dejaron de mirarse
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