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El Principado de Mónaco o simplemente Mónaco

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Mónaco, Francia 

Las ciudades más bellas del mundo (imagenes increíbles).
Mónaco
El Principado de Mónaco o simplemente Mónaco ; en italiano: Principato di Monaco es una ciudad-estado de Europa. Mónaco está en la cercanía de la frontera con Italia, encontrándose en las bajas estribaciones de los Alpes, al este del río Var o Varo en la zona geográfica italiana, como la Costa Azul. Ocupa el segundo puesto como región independiente más pequeña del mundo, tras el Vaticano. Está situado entre el Mar Mediterráneo y Francia, en la Riviera francesa, también llamada la Costa Azul. Mónaco era un principado italiano, estuvo ligada a Italia hasta la invasión y anexión francesa a finales del siglo XIX del condado de Niza. La lengua italiana era la lengua oficial hasta 1860. La lengua monegasca es una variante del idioma ligur.
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Circuito de Monaco 
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El Monte Saint-Michel

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michel


El Monte Saint-Michel es una comuna francesa del departamento de la Mancha en la región de Baja Normandía. Situado sobre un promontorio rocoso en una isla mareal del estuario del río Couesnon, debe su nombre a la abadía consagrada al culto del arcángel Saint Michel (San Miguel) y cuyo nombre en latín durante la Edad Media era «Mons Sancti Michaeli in periculo mari». 


Monte


Esta isla es igualmente el centro natural, a falta de ser el centro geográfico, del pueblo de Monte Saint-Michel, perteneciente al cantón de Pontorson, en el departamento francés de la Mancha. 


Saint


La arquitectura prodigiosa del monte Saint-Michel y su bahía lo hacen el sitio turístico más concurrido de Normandía y uno de los primeros de Francia, con unos 3.200.000 visitantes cada año. Una estatua de San Miguel Arcángel colocada en la cumbre de la iglesia abacial se erige a 170 metros por encima de la orilla. 


Monte Saint-Michel - Francia


Los numerosos edificios del lugar son clasificados, individualmente, en calidad de monumentos históricos (la iglesia parroquial desde el 1909, por ejemplo) o inscritos en el inventario suplementario de los monumentos históricos. El conjunto está catalogado como un Grand site national de Francia. 




Declarado monumento histórico en 1862, el Monte Saint-Michel figura desde 1979 en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. En la declaración de la UNESCO están incluidos también la bahía y el antiguo molino de Moidrey, situado a unos cuatro kilómetros tierra adentro





Descarga: Miguel de Unamuno - Del sentimiento trágico de la vida

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Del sentimiento trágico de la vida es, según dijo el propio Unamuno (1864-1936), su mejor obra y el mayor exponente de su pensamiento filosófico. La colisión entre el pensamiento científico, incapaz de dar un sentido a la vida, y la moral religiosa carente de justificación personal provoca en Unamuno la cuestión urgente del sentido de la existencia. El antagonismo irreconciliable entre el corazón y la razón, entre el todo y la nada, lleva a Unamuno al "abismo de la desesperación", donde el hombre debe luchar siguiendo el ejemplo vitalista de Don Quijote, "cuya fe se basa en la incertidumbre". 

Los museos de Arte Contemporáneo en el mundo

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Museo de arte Moderno de salzburgo

Estos museos  trazan un recorrido por algunos de los referentes artísticos de nuestro tiempo, están basados en la investigación y educación y son un interesante análisis y reflexión del panorama artístico y en muchos casos es donde se proyectan los artista de ámbito local o nacional dando a conocerlos, y como público extranjero nos permite conocer la producción de cada lugar y poder ver las diferencias culturales y sociales.
Además la mayoría de los edificios que albergan estos museos, son en si unas joyas de la arquitectura contemporánea que hacen de envoltorio a las piezas de arte en si, el museo convertido en obra artística.
Cuando visitemos un museo nos tenemos que informar de las colecciones temporales que tienen en ese momento ya que puede ser una gran ocasión para ver una colección o exposición que por cuestiones de tiempo o lugar no tendríamos la oportunidad de ver y que muchas veces son tan o más interesantes que la propia col·lección.
En Barcelona destacar el MACBA, el edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona es obra del arquitecto norteamericano Richard Meier. Su colección cuenta con artistas como Joan Brossa, Antoni Tápies o Picasso hasta Chillida, Warhol o Hockney.
macba
En París encontramos el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, o también conocido como Centro Pompidou, que alberga más de 76.000 obras de arte tanto moderno como contemporáneo.
Destaca también el edificio, un gran armazón metálico con un gran conjunto de vigas, Los colores se han utilizado como un elemento de revestimiento de la estructura, con base a un “código” definido por los arquitectos:
– el azul para los conductos de circulación del aire (climatización);
– el amarillo para los circuitos eléctricos;
– el verde para la canalización del agua;
– el rojo para la circulación de las personas (escaleras mecánicas y ascensores).
Este “código de colores” actúa como símbolo de la pluralidad de disciplinas del Centro Pompidou.
Entre los artistas destacar Aires Mateus o Kossi Aguessy, los más recientes entre artistas consagrados como Francis Bacon o Jonh Cage.
pompidou
Si nos decantamos por Roma, el museo que tenemos que visitar es el MACRO, está compuesto por dos sedes expositivas, una que alberga la colección permanente y las oficinas administrativas, el MACRO de Via Reggio, y la segunda para exposiciones temporales, experimentos culturales y eventos artísticos, el MACRO al Mattatoio, en el barrio del Testaccio.
Donde encontramos artistas contemporáneos como Massimo Bartolini, Domenico Bianchi o Luigi Ontani.
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En Londres no podemos olvidarnos de visitar la TATE Modern, esta se encuentra en una antigua fábrica de energía Bankside, al lado del Támesis.
Las obras están divididas en diferentes conceptos como Gestos Materiales ( Material Gestures) donde se encuentran obras de Monet, McCarthy o Kapoor; Poesia y sueño (Poetry and Dream) donde hay obras de Chirico, Ernst, Picasso; o la que encontramos en la ala este de la quinta planta: Idea y objeto (Idea and Object) donde se encuentran obras de Carl Andre, Hewitt, Beuys o Grippo entre otros.
Pero destacamos la Sala de Las Turbinas, donde se encuentran las instalaciones de artistas contemporáneos de manera temporal, por esta sala han pasado artistas como Anish Kapoor, Bruce Nauman, Doris Salcedo o Miroslaw Balka.
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Si nos decantamos por Berlín en la Hamburger Bahnhof una antigua estación de tren que alberga el Museo de Arte Contemporáneo o Museum für Gegenwart.
Una de las colecciones permanentes es la comenzada por Erich Marx, y que está constituida por obras de Beuys, Kiefer y otros representantes del sigo XX, hasta el un icónico retrato “Mao” de Andy Warhol.
También tiene una importante colección de video-art y cine además de obras de gran formato y complejos espacios y instalaciones.
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En Praga nos espera una pequeña joya, el Museo Kampa, situado en la isla de Kampa, en un edificio muy sobrio al lado del río, aunque en estos días estas cerrado debido a las inundaciones, esperemos que pronto abra sus puertas de nuevo, ya que en su interior podemos encontrar la colección de la historiadora de arte Meda Mlàdek, y mecenas de artistas checos durante la época comunista y que desde Nueva York reunió esta gran colección que ahora se encuentra en Praga.  Esta colección reúne obras de František Kupka, pintor checo vanguardista y pionero de la abstracción, y de Otto Gutfreund, uno de los escultores checos con mayor influencia en el siglo XX gracias a sus obras cubistas.
El museo organiza múltiples exposiciones temporales con gran cantidad de artistas contemporáneos de la Europa Central.
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Si nuestra opción es la de visitar norte America, podemos visitar la sede neoyorquina delGuggenheim Museum, este edificio en forma de espiral que se ha convertido en un emblema de la ciudad fue proyectado por el arquitecto Frank Lloyd Wright.
La colección del Guggenheim está hecha a partir de diversas colecciones privadas que van aumentado gracias a donaciones y adquisiciones dando lugar a una rica y variada colección que va desde el siglo XIX hasta la actualidad con obras de Mondrian, Kandinsky, Klee, Miró, hasta la gran colección de vídeos, películas y trabajos fotográficos de Sugimoto, Sophie Calle o Willi Doherty.
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En cambio en Sudamérica encontramos en Brasil el Museo de Arte Contemporáneo en la Universidad de Sao Paulo, este museo está ubicado en el campus principal de la Universidad de Sao Paulo.
El museo alberga una de las mayores colecciones de arte del siglo XX en América Latina con más de 8.000 obras que incluye artistas como Picabia, Rauschenberg, Tàpies, Vasarely y artistas emergentes como Marisa Boullosa, Sandra Cinto o Arcangelo Ianelli.
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En el continente asiático destacamos el Museo Nacional de Arte en Osaka, Japón. El edificio está diseñado por César Pelli pero a diferencia de sus Torres Petronas en Kuala Lumpur, el edificio del museo se proyecta hacia el subsuelo y está formado por tres niveles bajo el suelo.
Contiene obras de Miró, Calder, Moore, Jiro Takamatsu y destaca la colección de Arte japonés que va desde el 1950 hasta el 2010, y la titulada “Artistas Japoneses en EEUU”.
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Por último hay que destacar el Museo de Arte Contemporáneo de Sydney (MCA). Situado en un antiguo edificio de la zona marítima presenta obras relacionadas con el arte contemporáneo australiano en forma de más de 7000 objetos ya que desde el 2003 el museo ha focalizado su trabajo en la adquisición de obras de artistas australianos de la última década.
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Estos son solo algunos de los Museos de Arte Contemporáneo que se pueden encontrar en estas ciudades, hay muchos más que merecen la pena ser visitados , por un lado para poder ver en persona las obras, poder sentir la experiencia estética delante de las obras y para entender el concepto de Arte que actualmente está surgiendo y descubrir que no surge de la nada si no de una elaborada historia artística."(...)

Fotos del Osario de Sedlec y (Jan Švankmajer, video)

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osario Sedlec República ChecaOsario de Sedlec (Jan Švankmajer, video)


El Osario de Sedlec (kostnice Sedlec en checo) es una pequeña capilla cristiana situada bajo la Iglesia del Cementerio de Todos los Santos (Hřbitovní kostel Všech Svatých en checo), en Sedlec, un suburbio de Kutná Hora, en la República Checa. El osario contiene aproximadamente 40.000 esqueletos humanos, colocados artísticamente para formar la decoración y el mobiliario de la capilla.  Wikipedia 


Historia

Henry, el abad del monasterio de la Orden del Císter de Sedlec, fue enviado a la Tierra Santa por el rey Ottokar II de Bohemia en 1278. Cuando volvió, trajo consigo una pequeña cantidad de tierra que había recogido de la Golgotha y la roció en el cementerio de la abadía. La fama de este acto piadoso pronto se extendió y el cementerio de Sedlec se hizo un sitio de entierro deseable en todas partes de Europa Central. Durante la Peste Negra a mediados del siglo XIV, y después de las Guerras husitas a principios del siglo XV miles de personas fueron enterradas allí y el cementerio tuvo que ser ampliado considerablemente.

Alrededor del año 1400 fue construida una iglesia gótica en el centro del cementerio con una bóveda en un nivel superior y una capilla en el sótano como un osario para las tumbas de masas desenterradas durante la construcción o simplemente para hacer sitio para nuevos entierros.

Entre 1703 y 1710 una nueva entrada fue construida para apoyar la pared delantera, que se inclinaba hacia el exterior, y la capilla superior fue reconstruida. Este trabajo, en el estilo checo Barroco, fue diseñado por Jan Santini Aichel.

En 1870, František Rint, un tallista de madera, fue contratado por la familia Schwarzenberg para poner los montones de huesos en orden. Los macabros resultados de su trabajo hablan por sí solos. Una enorme lámpara de araña, que contiene al menos una unidad de cada hueso que forma el cuerpo humano, cuelga del centro del nave junto a las guirnaldas de cráneos que cubren las bóvedas. Otros trabajos incluyen custodias flanqueando el altar, un gran escudo de armas de los Schwarzenberg, y la firma del maestro Rint, también hecha de huesos y situada en la pared junto a la entrada.

El documental

En 1970, centenario de la obra de Rint, el cineasta checo Jan Švankmajer fue el encargado de hacer un documental del osario. El resultado fue una grabación de 10 minutos de duración, una pesadilla llena de imágenes esqueléticas narradas con la voz neutra de una guía de viaje. Posteriormente Švankmajer reeditaría el film, con una introducción hablada y una pieza de jazz de Zdeněk Liška del poema "Comment dessiner le portrait d'un oiseau" ("Cómo dibujar el retrato de un pájaro") de Jacques Prévert.



Jan Svankmajer - El osario 1970

Catacumbas de los Capuchinos, el museo de la muerte de Palermo (FOTOS)

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LAS CATACUMBAS DE SICILIA 

El museo de los muertos, Sicilia es único. En la ciudad de Palermo se encuentran las catacumbas de los monjes capuchinos, un recinto subterráneo que alberga a un total de 8000 muertos. Las catacumbas datan del año 1599, cuando los hermanos capuchinos y en respuesta a las peticiones populares, decidieron exponer el cuerpo de santo Silvestro de Gubbio, para que los fieles pudieran venerarlo. La iniciativa fue un éxito y el santo tuvo más visitas muerto que vivo. Pronto los vecinos del pueblo quisieron apuntarse a la moda y la iglesia volvió a ceder ante la muchedumbre. Comenzaron a enterrar a todo vecino que la palmara e inlcuso algunos de ellos planificaban el momento con anterioridad, dejando patente con que ropa y en que postura le gustaria ser enterrado. 

Las catacumbas se dividen en cuatro salas. Hombres, mujeres, niños y profesionales. En esta última se pueden contemplar a difuntos vestidos de obispos o militares.
Museo de la muerte - Catacumbas de Sicilia
Muerte
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La soledad de Edward Hopper

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Por Egberto Almenas

Hopper
Todavía a mediados del siglo XIX la pintura en plein-air de la Escuela del Río Hudson en Estados Unidos apenas se diferenciaba del paisaje europeo en los tiempos de Goethe. Si bien la elasticidad del romanticismo valida regocijarse con el “color local”, lo estadounidense hasta entonces en la plástica no pasaba más allá de un gusto fuera de lo común por la percepción precisa, según arengaba Ralph Waldo Emerson, y cuyo trascendentalismo arraigado en la Madre Natura (brotar de sí) exigía de sus compatriotas norteamericanos una mayor distinción. Con todo, éstos siguieron agotando fronteras en balde tras los chirridos de la industria mecánica y el progreso mientras se abalanzaban hacia el ámbito aún ignoto del poniente en busca de una quietud constitutiva.
El carácter circunspecto y puritano del pintor neoyorquino Edward Hopper (1882-1967) lo dotó para atisbar sobre el lienzo un sentido de identidad cuajante propio de su país a la altura de su época. Con caballete de cajón y óleo en tubos exprimibles, al uso de sus congéneres ribereños, a él en cambio le tocó eslabonar por fuerza ese sentido desde la más sola de las soledades, la que se sufre en el seno de la gran ciudad. Hasta hoy en cualquier urbe de su nación se encuentran planos dignos de olvido que bien pudieron prestarse para sus manchas de luz y de sombras. En lo ordinario, el voyeurismo de su pulso halló la carne apetecida y negada a tantos otros antes.
Night windows
[Edward Hopper. Night Windows, 1928, óleo sobre lienzo]
Hopper converge sin excesos en una puja asombrosa hacia la modernidad de Occidente. Hasta en rachas de escasez, las artes del terruño tanto como las ciencias y la tecnología gozaron no obstante de un salto creativo. Pero allí también la ley del relativismo universal destrona la obra maestra (recuérdese la Giaconda de Duchamp). De surgir, “sería inmediatamente condenada, desprestigiada, por considerársela un retardo en la marcha, un obstáculo para las nuevas esperanzas.”
La observación de Louis Hourticq, aplicada a la pintura contemporánea, abarcaría la reticencia de Hopper, tipo cartujo que además lleva como un clavo ardiente en la memoria aquel epígrafe de Emerson, su filósofo de cabecera: “No busques la verdad fuera de ti”. El pintor en cuestión se desmarca pronto de la única escuela en Nueva York a la cual lo adscriben—la Ashcan, la del cubo de basura, así tildada por retratar en sus cuadros los aspectos más sórdidos de la ciudad. Nada tiene que ver él con las reformas de la Era Progresista, y aborrece que afilien su obra a la “retórica” a menudo insurgente del American Scene. Ya cree saber que la esperanza de sus paisanos ha de sajarse de la semilla republicana.
Tampoco se fiará a la postre de la nueva estética local. La nómina contada al vuelo de pintores que a mediados del siglo XX incentivan el dominante expresionismo abstracto en Estados Unidos arroja que buena parte de ellos eran de origen extranjero. No sorprende que la madurez despojada de toda ponzoña exógena aflore en el hosco de Hopper en cuanto agudiza el patriotismo purificador de los suyos (inmigración y deportación selectiva según criterios temperamentales de lo que normaba ser de raza blanca e ideología afín al Sueño Americano). Por ello su pronunciamiento silente todavía vende justo durante los años de la Gran Depresión, menos con el boom de la posguerra, y algo más otra vez cuando estalla el turbulento decenio en que muere. Los críticos no sabían dónde ponerlo.
Joseph Phelan atina que “la adopción de Hopper de lo anticuado, de lo no excepcional, de lo vacío y en apariencia escasamente interesante respecto a los temas, le permitió documentar la fuerte tensión entre el mundo victoriano de su infancia y la inseguridad del mundo moderno que había emergido desde entonces”. Análogo a su admiradísimo filósofo, Hopper “rechazó la ‘pintura pura’ y tantas otras demandas del ‘progreso’ y la ‘moda’ a fin de producir un arte que reflejara su inmersión en la vida tal como se la vive, y la naturaleza tal como es”. La persistencia en él de un realismo reductor que concurre al margen de las innovaciones buscaba atajar el descubrimiento continuo de sí, y de ahí la soledad rehecha que le acusan.
Sunday Mornning
[Edward Hopper. Sunday Morning, 1930, óleo sobre lienzo]
La sociedad nunca avanza, le advierte Emerson: recula de un lado tan pronto gana del otro. La bobina que se apresta para encender la gran prosperidad material en Estados Unidos, entre las dos guerras mundiales, ha agravado asimismo lo que entonces llamaban higiene mental. Hopper se deprime, con frecuencia cíclica hasta el letargo absoluto. En una caricatura a trazos veloces se representa como un niño desnudo con espejuelos que porta del brazo un tomo de Freud y otro de Jung. Habría que retroceder y acostarse por un momento en el mismo diván de lecturas con las cuales este “niño” mirón se curaba.
Freud, por ejemplo, ya hablaba en el ensayo que tituló “El malestar en la cultura” de lo difícil que era someter los sentimientos a análisis. “Es cierto que se puede intentar la descripción de sus manifestaciones fisiológicas”, dice, “pero cuando esto no es posible…, no queda sino atenerse al contenido ideacional que más fácilmente se asocie a dicho sentimiento”. Lo que él llama el actual sentido yoico no es más que el “residuo atrofiado de un sentimiento más amplio, aun de envergadura universal”, que corresponde “a una comunicación más íntima entre el yo y el mundo circundante”.
Esa “inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior” tampoco podría disolverse en Sun in an Empty Room (1963), una de las últimas obras de Hopper. En estos tiempos de implosión posmoderna, su popularidad gana terreno. “Me busco a mí mismo”, respondió Hopper, igual de reacio, cuando le preguntaron acerca de lo desconcertante y bello de sus evocaciones en este cuadro.

Sun in an Empty Room
                                    [Edward Hopper. Sun in an Empty Room, 1963, óleo sobre lienzo]
Si lo hubiese pintado el Hopper de los primeros años se pensaría que acababa de llegar a esa habitación. Pero es fruto del Hopper viejo que muere poco después, y por tanto bien podría estar despidiéndose ante el espacio deshabitado de lo ya vivido. ¿Qué más da? Aquí todos los elementos en juego estampan su marca de fábrica. El sol en un cuarto vacío reincide en la búsqueda del Yo que se anida en los laberintos más recónditos del sentimiento y su vínculo disonante, mas vínculo al fin, con el mundo que lo rodea. Hopper, el “mal pintor” del mito “tercamente americano” insiste como siempre en refugiarse del malestar que en la concepción freudiana le infunden los cambios: hundimiento del instinto y la espontaneidad (aquel niño au naturel con lentes de buen lector) mientras acrece hasta el desmayo el sentido de culpa de su clase. “Todo hombre solo es sincero”, decía Emerson. Sun in an Empty Roomsintetiza una mirada a hurtadillas que brotó de sí, y desde una soledad sin la cual Estados Unidos hoy tampoco podría encontrarse.

La McDonalización de la medicina y sus peligros

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Por David A. Pérez Martínez (fuente: Neurowikia)
No se puede estar en contra de un sistema que busque la eficiencia y proporcione respuestas basadas en el método científico. Sin embargo, como en las empresas de “fast-food” no podemos caer en las contradicciones de un sistema que busque exclusivamente “fast-medicine”.
Publicado el 24 de Octubre de 2013  |  
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"El sueño de la razón produce monstruos"
Francisco de Goya
En 1993 el sociólogo norteamericano George Ritzer publicó un libro bajo el titulo “La McDonalización de la Sociedad” dónde apuntaba la tendencia de las sociedades de consumo a trasformar las organizaciones desde un modelo tradicional, a uno racionalista mediante la aplicación del método científico en todas sus actividades. Ya desde esa primera propuesta, se subrayaba que dicho concepto era exportable a la medicina y el propio autor dedicó una parte extensa de su ensayo a describir los cambios producidos en la atención médica en las últimas décadas.
El concepto de McDonalización original de Ritzer incluye 4 puntos clave, que son perfectamente aplicables a cualquier empresa u organización de servicios:
1. Una obsesión por la eficiencia. La organización se construye orientándola hacia la máxima producción minimizando los tiempos y el coste de los servicios.
2. La cuantificación de las actividades. Se deben emplear los recursos mínimos necesarios para conseguir los objetivos. Cuantificando cada proceso y el tipo de recurso empleado.
3. Previsibilidad en los resultados. Cualquier individuo con igual necesidad recibirá una atención similar, con unos resultados previsiblemente iguales.
4. Control del proceso. Tanto los profesionales como los recursos empleados son normalizados, auditados y dentro de lo posible, sustituidos o controlados por tecnologías no humanas.
Desde su propuesta inicial, el concepto ha sido tanto criticado como aplicado por distintas organizaciones. Obviamente, buscar la racionalidad en el uso de los recursos, mejorando la eficiencia para obtener un resultado homogéneo y previsible no debería generar gran discusión, al menos como concepto inicial. Sin embargo, la racionalidad llevada a su extremo genera una irracionalidad deshumanizada. Los trabajadores limitados a la aplicación de la normas en un entorno restringido a la innovación suele generar un ambiente tóxico. El cliente sabe qué puede obtener de estas organizaciones, pero no puede esperar personalización más allá de pequeños retoques superficiales.
La Medicina del siglo XXI se ha trasformado desde un sistema basado en el “arte” aplicado por un médico basado en su experiencia, a un sistema racionalista dónde el médico conoce la mejor evidencia científica y aplica el protocolo en cada caso. La gestión de los recursos y la previsibilidad de los resultados suponen una necesidad en sociedades, que exigen eficiencia a sus servicios. Especialmente en aquellos en los que existe un coste elevado y en etapas de crisis económica como la actual. Por supuesto, no se puede estar en contra de un sistema que busque la eficiencia y proporcione respuestas basadas en el método científico. Sin embargo, como en las empresas de “fast-food” no podemos caer en las contradicciones de un sistema que busque exclusivamente “fast-medicine”. Los protocolos y las evidencias están basadas con frecuencia, en propuestas “ideales” de aquellos pacientes que participan en ensayos clínicos. La adaptación a las circunstancias de cada caso y a las preferencias personales de cada paciente es parte del trabajo del médico que no debe escudarse en el paradigma del “protocolo”. Esa debería ser la llamada medicina personalizada tan difundida como poco aplicada. La creciente burocratización de la asistencia médica es un subproducto del control y supervisión del trabajo médico. Una gran parte de ese trabajo (si no todo), se realiza sin generar mayor valor para el paciente y dificulta el trabajo del facultativo llegando incluso a desmotivarle. La imposición del protocolo y de una respuesta homogénea al problema de salud, puede llegar a deshumanizar la atención. Especialmente en aquellos sujetos más frágiles como los ancianos, así como en la toma de decisiones en cuidados paliativos.
Finalmente, uno de los principales críticas al modelo de McDonalización es la precarización del trabajador en dichas estructuras. La normalización de su trabajo y la exigencia del uso de protocolos, normas y rutinas implica una desmotivación creciente y una falta de incentivos para la introducción de innovaciones o de implicación emocional en su actividad. Gran parte de estos problemas han sido detectados y advertidos en el mundo de la medicina.
En conclusión, buscar un sistema sanitario más eficiente y seguro es una necesidad de todas las organizaciones sanitarias; así como un deber del médico como profesional dentro de esas estructuras. Sin embargo, los cambios (necesarios) que hay que introducir en las organizaciones deben respetar la idiosincrasia del acto médico, la necesidad de flexibilizar y personalizar la atención médica a cada caso (“el traje hecho a medida”) e incentivar la innovación y la motivación del facultativo.
El político (y también médico) francés Georges Clemenceau dijo en cierta ocasión que "La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”; posiblemente la medicina es también un asunto demasiado serio para dejarla en manos exclusivas de los médicos, pero desde luego sin la implicación y la complicidad de los profesionales sanitarios, los cambios organizativos difícilmente conseguirán generar mayor valor y seguridad para el paciente.


En Busca del tiempo perdido”, uno de los monumentos de la literatura moderna.

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Historia de una novela esencial

Centenario. El 14 de noviembre de 1913 salía a la venta el primer tomo de “En Busca del tiempo perdido”, uno de los monumentos de la literatura moderna.

La historia que habría de concluir, hacia 1927, en las tres mil páginas (un millón trescientas mil palabras) que conforman uno de los monumentos de la literatura moderna, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, comienza hace cien años. El 8 de noviembre de 1913 se termina de imprimir su primer volumen, Por el camino de Swann , en una edición a cuenta del autor (con un costo equivalente a nueve mil euros actuales), publicado por la editorial Bernard Grasset, que lo pone a la venta el 14 de noviembre. El año tiene mucho de contingente (desde agosto de 1909 Proust había intentado encontrar editor para un libro que, de haber sido publicado en ese momento, habría tenido no sólo un título sino también una forma diferentes, además de una extensión mucho menor), pero vuelve aún más evidente la situación de la Recherche en tanto obra que se enfrenta a un umbral histórico. En efecto, la Gran Guerra no sólo interrumpió el plan de publicación de la novela (el segundo volumen, A la sombra de las muchachas en flor , no aparecería sino en junio de 1919) y tuvo efectos significativos en su desarrollo, sino también supuso, como quieren algunos historiadores, el auténtico nacimiento del siglo XX. Sin embargo, como proyecto estético (y por el universo social que evoca), la Recherche pertenece aún a ese mundo que comienza a desmoronarse el 14 de agosto de 1914 y que, con la posguerra, cambiaría para siempre, bajo los efectos del desarrollo tecnológico, el despliegue de los programas vanguardistas, la politización del arte y la modificación de todas las coordenadas de la experiencia humana. Por eso, si bien la Recherche acompaña el nacimiento del siglo, representa emblemáticamente el período que va de 1890 a 1914 (“el prólogo del siglo”), un período de invención a la altura del Renacimiento florentino, en el que se pusieron en marcha, en todas las artes, los grandes proyectos modernistas, de la mano de grandes transformaciones en el pensamiento. En esos años, además de Proust, producen lo más significativo de sus obras Mallarmé, Picasso, Conrad, Wittgenstein, Darío, Einstein, Freud, Klimt, Schoenberg, entre tantos otros. En ese contexto, la obra de Proust supuso un quiebre en la historia de la novela.

1895-1913. La preparación de la novela

Sin embargo, la historia que conduce a la Recherche , su prehistoria, comienza muchos años antes. En 1896 Proust tiene 25 años y publica su primer libro, Los placeres y los días , con prefacio de Anatole France, un conjunto de fragmentos breves y diversos, nouvelles, retratos, poemas, reflexiones. Un año antes, había comenzado a trabajar en otro libro (finalmente abandonado y publicado recién en 1952), Jean Santeuil , una novela de mil páginas, repartidas en capítulos inacabados, al que dedicó varios años. Hacia 1899 se produce el descubrimiento del teórico del arte John Ruskin, en quien encuentra “una idea superior de belleza”; le dedicará artículos y lo traducirá. La traducción, por cierto, habría de volverse, a partir de allí, un problema esencial para Proust, tal como se lee en el final de laRecherche : “Me daba cuenta de que ese libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene que inventarlo en el sentido corriente, porque existe ya en cada uno de nosotros, no tiene más que traducirlo. El deber y el trabajo de un escritor son el deber y el trabajo de un traductor”. A comienzos de 1908 Proust emprende un nuevo proyecto: hacer “crítica práctica”. Se trata de una serie de ejercicios, a partir de un caso policial, en los que parodia (es decir, alcanza y supera) el estilo de los grandes nombres de la literatura francesa (Balzac, Michelet, Flaubert, etc.), reunidos en 1919 con el título de Parodias y misceláneas .
Finalmente, en 1908, Proust está a las puertas del encuentro de la forma que estaba buscando. Durante el invierno de ese año emprende un estudio sobre el crítico francés Sainte-Beuve, que será publicado en 1954 con el título de Contra Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana , un conjunto de fragmentos narrativos y ensayísticos aún inconexos –considerado el primer esbozo de la Recherche (dado que muchos de sus pasajes, reelaborados, aparecerán allí) y una prueba de que la novela nace entre la narración y el ensayo, en la vacilación (“La pereza o la duda o la impotencia se refugian en la incertidumbre sobre la forma del arte. ¿Debo hacer una novela, un estudio filosófico? ¿Soy novelista?”). En agosto de 1909, Proust ofrece Contra Sainte-Beuve al Mercure de France: “Estoy acabando un libro que pese a su título (...) es una auténtica novela, y en algunas partes una novela extremadamente impúdica. Uno de los personajes principales es un homosexual (...) El título no obedece al azar. El libro acaba realmente con una larga conversación sobre Sainte-Beuve y sobre la estética y cuando se acabe el libro se verá (eso quisiera) que toda la novela no es más que una puesta en práctica de los principios del arte expresados en esta última parte”. El libro es rechazado y, pese a la aparición de nuevas alternativas de publicación, Proust decide finalmente abandonarlo y dedicarse a algo que, mientras tanto, había nacido, se supone, durante una larga noche (del 4 al 6 de julio de 1908) en la que había pasado 60 horas sin dormir, escribiendo.
Cuatro años más tarde (y luego de haber abandonado, hacia 1909, su intensa vida mundana) Proust tiene escrito el núcleo de la Recherche en una serie de cuadernos (la Biblioteca Nacional de Francia conserva 75, pero fueron, desde 1908 hasta su muerte, muchos más). En 1912, el plan de la novela consta de dos volúmenes: “El tiempo perdido” y “El tiempo recobrado”, con el título general “Las intermitencias del corazón”, luego “Las intermitencias del tiempo”. El 21 de marzo, el 4 de junio y el 3 de septiembre publica anticipos en Le Figaro.
Finalmente, entre 1912 y los primeros días de 1913 se producen los renovados intentos de Proust de encontrar editor. Antes de acordar con Grasset, es rechazado por la Nouvelle Revue Française, Mercure de France, Fasquelle y Ollendorf. En el caso de esta última, las palabras de su director, Humboldt, suelen citarse como ejemplo de los lugares comunes contra Proust: “No puedo comprender que un señor pueda emplear treinta páginas para describir el modo en que da vueltas en su cama antes de encontrar el sueño”. El caso más significativo, sin embargo, es el de la Nouvelle Revue Française, dada la admiración de Proust por la revista y sobre todo porque, una vez reconocido el error, terminaría siendo su editorial. André Gide escribiría a Proust el 11 de enero de 1914, luego de haber leídoSwann publicado por Grasset: “El rechazo de este libro quedará como el más grave error de la N.R.F. y (dado que tengo la vergüenza de ser bastante responsable de ello) uno de los lamentos, de los remordimientos, más dolorosos de mi vida”.
Una vez iniciado el proceso de edición en Grasset, Proust trabaja sobre las pruebas de imprenta. Pero no corrige, más bien sigue escribiendo. Esas pruebas de imprenta, conservadas en la Fundación Martin Bodmer (Ginebra) y publicadas en edición facsimilar, hace pocas semanas, por Gallimard como parte de la celebración del centenario, son un testimonio de hasta qué punto la maquinaria de escritura que se había puesto en funcionamiento seguía encontrando su forma. Proust llena los blancos entre las páginas y luego pega fragmentos de papel saturados con una letra minúscula, obligando al editor a recomponer el libro en pruebas sucesivas que sufrirán las mismas intervenciones. En ese proceso, que encarece notablemente los costos de la edición, Proust encuentra el título, no sólo del volumen ( Por el camino de Swann ), sino también el título general: En busca del tiempo perdido .

El origen

Como puede verse, el origen de la Recherche es un largo proceso de insistencia sobre los mismos materiales (de la vida, del arte), un proceso que opera sobre el fragmento como unidad, a la busca de que las cosas “cuajen” en una forma continua. Pero la Recherchemisma funciona como historia de una escritura. Tal como señala Roland Barthes, se trata de un drama en tres actos que cuenta “el nacimiento de un libro que no conocemos pero cuyo anuncio es el libro mismo de Proust”. El primer acto enuncia la voluntad de escribir. El segundo, la impotencia para escribir, y es el más largo (ocupa casi toda la novela). Finalmente, luego de esa larga serie de desilusiones, el tercer acto (en el último volumen, El tiempo recobrado ), la posibilidad de escribir. Una posibilidad que, una vez encontrada, parece haber llegado demasiado tarde: “¿Vivirá el tiempo suficiente para escribir su obra? Sí, si consiente en retirarse del mundo, en perder su vida mundana para salvar su vida de escritor”, concluye Barthes.
Por eso con la Recherche el concepto de origen es lanzado al futuro como producto de un trabajo siempre incompleto y que involucra a su pre- y posthistoria. Si por un lado podría decirse, quizá con excesiva sencillez, que el origen de la obra es la propia vida (“Y comprendí que todos esos materiales de la obra literaria eran mi vida pasada; comprendí que vinieron a mí, en los placeres frívolos, en la pereza, en la ternura, en el dolor, almacenados por mí, sin que yo adivinase su destino, ni su supervivencia, como no adivina el grano poniendo en reserva los alimentos que nutrirán a la planta”), al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta el trabajo al que ese material es sometido, cuyo resultado es una novela que superpone ilimitadamente estratos temporales, para alcanzar el estatuto de auténtica experiencia.
Ese trabajo se sostiene en un “método”, esbozado en las primeras páginas de Por el camino de Swann , que hace posible la recuperación del tiempo perdido (pasado, pero también desperdiciado) a partir de la intervención azarosa de la “memoria involuntaria” que, en el sabor de una petite madeleine mojada en té o en la percepción de unas baldosas desiguales de un patio, es decir, en cualquier cosa, hace surgir la reminiscencia (todo un mundo). Sin embargo, esa idea de memoria involuntaria (derivada, más allá de algunas resistencias por parte de Proust, de la “memoria pura” de Henri Bergson) no es en sí suficiente. Para que la obra sea posible es necesario que el narrador se consagre a la exploración de esos signos del pasado (controlando, a voluntad, eso que ha surgido azarosamente), a la comprensión del Libro del mundo; y al mismo tiempo, que el autor se consagre, el resto de su vida, a esa obra. Al morir, en 1922, Proust no había terminado de publicarla.

El tucumano

Verdadero punto de inflexión en la historia de la novela, la Recherche utiliza, alterándolos, casi todos los géneros novelescos existentes (para comenzar, la novela de iniciación), pero uno de ellos (el roman à clef ) tiene, para nosotros, una singular importancia y ha dado lugar a una hipérbole lanzada por uno de los más célebres lectores locales de Proust: “Gracias a un argentino se escribe Recherche ”. En efecto, de las tantas personas reales que, en clave, aparecen en la novela (el procedimiento fue analizado, a partir de las fotografías de Paul Nadar, por Barthes en uno de sus últimos cursos), se cuenta a Gabriel d’Yturri, nacido, sin la partícula nobiliaria, en 1860, en San Miguel de Tucumán. Luego de haber vivido hasta los dieciséis años en Buenos Aires, Yturri viaja a Europa y, llegado a París, se vuelve secretario de Robert de Montesquiou (el barón de Charlus en la novela), se hace amigo de Proust e inspira, en parte, al Charles Morel de la ficción. En 2011, Carlos Páez de la Torre publicó su biografía: El argentino de oro (Bajo la luna).

El 8 de enero último, Antoine Compagnon (responsable de la edición de algunos de los tomos de la Recherche en Gallimard) comenzaba su curso en el Collège de France, titulado “Proust en 1913”, señalando las dificultades que supone enfrentarse, presionado por la efeméride, a “Por el camino de Swann” –cómo leerlo una vez más, qué leer allí. Luego de barajar y descartar diferentes alternativas (incluida la posibilidad de alejarse del texto y dedicar cada una de las doce clases del curso a comentar el día a día de la vida de Proust a lo largo de los doce meses de 1913), la solución que el especialista encuentra es un juego de simulación (el “como si”): “Lo que querría hacer es volver a este texto, releerlo, como si nunca lo hubiera leído. Querría, si fuese posible, hacer una lectura pegada, inocente, cándida”. Se trata, evidentemente, de una trampa, un truco, pero como deseo, vale para todos: dedicar el inminente verano a perder el tiempo (eso es, según Proust, la lectura) con la Recherche , como si fuese la primera vez

Marcel Proust básico

Nació en París, Francia en 1871 y murió en 1922.  
Es considerado, unánimemente, uno de los grandes escritores de todas las épocas. Con su enorme proyecto de “En busca del tiempo perdido”, cumbre de la literatura universal, retrató el apogeo y la decadencia de la clase burguesa francesa de fines del siglo XIX, prefigurando también el rol que las viejas burguesías oficiarían durante  el siglo XX europeo.
Esa saga está compuesta por los libros “Por el camino de Swann”, “A la sombra de las muchachas en flor”, “El mundo de Guermantes”, “Sodoma y Gomorra”, “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”. Los últimos tres salieron póstumamente.
Además, se editó parte de su correspondencia, misceláneas y ensayos reunidos. Está enterrado en el cementerio de Pere Lachaise, París.

La muerte de Doris Lessing nos priva de un alma literaria excepcional

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La escritora se involucró en la batalla para conseguir no sólo un mundo mejor, menos malvado, sino un mundo bueno y decente

BEGOÑA PIÑA Madrid 17/11/2013 
Doris Lessing.- REUTERS

Doris Lessing.- REUTERS

Las apariencias desde luego que engañan. El aspecto físico, afectuoso y acogedor, de Doris Lessing, que acaba de fallecer a los 94 años,nada tenía que ver con la fuerza, el ímpetu, a veces, la ira que escondían algunas de sus obras. Una especie de rabia combativa animaba sus escritos, textos comprometidos con las mujeres, con el ser humano y sus dudas, con cuestiones muy concretas de África, con lo justo y contra lo injusto. La simpatía, cierta dulzura, aparecía, sin embargo, en los encuentros públicos a los que asistía la autora, donde siempre afablemente contestaba rotunda y radical a cualquier cuestión que se le hiciera.
Testigo muy excepcional de un siglo de guerras, Lessing se involucró en la batalla para conseguir no sólo un mundo mejor, menos malvado, sino un mundo bueno y decente. Peleó desde la militancia y desde la literatura, denunció guerras y violencia, acusó a reaccionarios, reveló situaciones inmorales, puso adjetivos a todas las bajezas que presenció... Fue una mujer luchadora, consecuencia de una época -nació en 1919- y de una situación familiar -su padre abandonó el ejército para hacerse granjero en África y su madre se esforzó demasiado por vivir como una gran dama-.
Nació en Irán cuando era Persia, creció en Zimbabue cuando era Rhodesia y cuando pudo hacerlo, se aisló en una casa del noroeste de Londres, en West Hampstead, donde cuidó a su hijo menor, inválido, y escribió, escribió, escribió. "(...) soy incapaz de escribir la única clase de novela que me interesa: un libro dorado de una pasión intelectual o moral tan fuerte que pueda crear un orden, una nueva manera de ver la vida", confesaba Anna Wulf, protagonista de su mítico libro El cuaderno dorado, una mujer que no era otra que ella misma, autora divorciada, militante comunista, obsesiva escritora... Y con aquellas palabras, Wulf-Lessing explicaba muy pronto el objetivo de su obra y, al mismo tiempo, la pasión por la literatura, la variedad de géneros, los experimentos que nunca abandonó, su incansable empeño por escribir, su hondura...
Crónica de una generación, El cuaderno dorado, sin duda su obra más conocida, fue también el texto que encendió las alarmas e hizo que aparecieran muchos enemigos. Icono feminista para muchos desde la aparición de aquel texto, Doris Lessing se negó a convertirse en portavoz del feminismo de ninguna época. "Eso de ‘la épica femenina' no me gusta mucho, eso de poner a hombres y mujeres en campos distintos no me parece lo más adecuado... Así es como yo lo veo, pero es evidente que a la gente le gustan las etiquetas: hombres, mujeres, el bien, el mal...", decía en una entrevista concedida a un periodista español poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura.
Doris Lessing no dejó nunca de buscar en todos los rincones de la literatura
Muchas veces confesó Lessing su asombro cuando comprendió que El cuaderno se había convertido en una especie de Biblia del feminismo, sobre todo porque ella lo que había escrito era una "narración sobre la batalla del laborismo en el siglo XX". Pero el libro vivió por sí solo, y sigue haciéndolo, como otras de sus obras. Novelas generacionales, ciencia-ficción, crítica social, indagaciones psicológicas... Doris Lessing no dejó nunca de buscar en todos los rincones de la literatura y muchos de sus textos -hermosos, certeros, brillantes- siguen respirando después de la última línea.
Tienen su propio aliento Canta la hierba, Instrucciones para un descenso al infierno, Memorias de una superviviente, La buena terrorista, Dentro de mí, Un paseo por la sombra, Alfred y Emily... y todos son una incontestable demostración de que existe en Doris Lessing un alma literaria grandiosa, mucho más singular, más sobresaliente y excepcional que lo que el jurado del Premio Nobel quiso destacar. "Supo capturar lo esencial y la épica de la experiencia femenina, que con escepticismo, fuego y poder visionario ha sometido a una civilización dividida al escrutinio". Se quedaron muy cortos.
Doris Lessing, en 2007/Efe

Ana María Moix: "Lessing fue una mujer muy comprometida con el feminismo y la izquierda"

"Uno de los libros que sin duda marca el siglo XX es 'El cuaderno dorado'", destaca la poetisa y crítica Marta Pesarrodona

EFE Madrid 17/11/2013 
Para la escritora Ana María Moix, la británica Doris Lessing, fallecida hoy, fue una de las grandes escritoras del siglo XX, por su dominio pleno de numerosos géneros y por su capacidad para crear "maravillosos universos y personajes".
Moix (Barcelona, 1947), que fue una de las editoras en España de la Premio Nobel de Literatura, ha lamentado hoy su pérdida, y ha recordado algunas obras suyas, como el cuento "La costumbre de amar", un "espléndido" libro de relatos "por el que no pasa el tiempo", a pesar de pertenecer a los años cincuenta.
"Sigue siendo una obra maestra", ha señalado Ana María Moix, quien conoció a Lessing en una visita de ésta a España al Hay Festival de Segovia en 2007, encuentro tras el cual le editó varios libros en la Colección Bruguera de Ediciones B.
Para Moix, Lessing fue "una gran novelista, creadora de universos y personajes con problemáticas muy diversas", una mujer "muy comprometida con la izquierda y con el feminismo", y en su etapa final con la ecología, como en su obra "El cuaderno dorado".
"Era una escritora muy completa, tanto en su dominio de los géneros literarios como el cuento, la novela o el ensayo", como en su "visión anticipativa, desgraciadamente, de la hecatombe ecológica del planeta, con grandes inundaciones, terremotos y grandes hambrunas".
Por su parte, la poetisa, narradora, traductora y crítica literaria catalanaMarta Pessarrodona considera que la literatura tiene "una gran deuda" con Doris Lessing, la escritora británica ganadora de un Premio Nobel de Literatura y fallecida hoy en Londres a la edad de 94 años.
Pesarradon ha lamentado hoy la muerte de Lessing, a quien conoció personalmente en una visita de la autora británica a España y de quien tradujo varios títulos, entre otros "Si la vejez pudiera" o "Diario de una buena vecina", publicadas inicialmente con seudónimo.
"El perfil humano de Lessing está muy unido a su perfil literario", según la escritora catalana, quien la conoció en los años 70 y la recuerda como unapersona "muy agradable, aunque con su carácter".
Para Pesarradona, la literatura mundial tiene "una gran deuda con ella" y considera que uno de los libros "que marca el siglo XX, sin ninguna duda", es "El cuaderno dorado".
"Hay una serie de títulos geniales, en especial desde el punto de vista de las mujeres, que marcan el siglo XX", afirma Pesarradona, quien destaca de ella que, "cuando parecía que hacía una cosa muy bien, no se repetía, y rápidamente pasaba a dominar otro género", dominándolos, a su juicio, "todos bien".
Bibliografía

Canta la hierba, 1950
Éste era el país del Viejo Jefe, 1951
Martha Quest, 1952
Cinco novelas cortas, 1953
Un casamiento convencional, 1954
La costumbre de amar, 1957
Al final de la tormenta, 1958
Catorce poemas, 1959
En busca de un inglés, 1961
El cuaderno dorado, 1962
Play with a tiger, 1963
Un hombre y dos mujeres, 1963
Cuentos africanos, 1965
Cerco de tierra, 1965
Gatos muy distinguidos, 1967
La ciudad de las cuatro puertas, 1969
Instrucciones para un viaje al infierno, 1971
Historia de un hombre no casado, 1972
La tentación de Kack Orkeney, 1973
Memorias de una superviviente, 1974
A small personal voice, 1974
Shikasta, 1979
Los matrimonios entre las zonas tres, cuatro y cinco, 1980
Los experimentos sirios, 1981
The making of the representative for Planet 8, 1982
Diario de una buena vecina, 1983
Si la vejez pudiera, 1984 (con el pseudónimo de Jane Somers)
Los diarios de Jane Somers, 1984 (con el pseudónimo de Jane Somers)
La buena terrorista, 1985
Prisons we choose to live inside, 1986
El viento se llevará nuestras palabras, 1987
El quinto hijo, 1988
Historias de Londres, 1992
Risa africana, 1992
Dentro de mí, 1994
De nuevo el amor, 1996
Un paseo por la sombra, 1997
Mara y Dann, 1999
Problemas, mitos y otras historias, 1999
Ben en el mundo, 2000
El día en que murió Stalin: la mujer, 2001
El sueño más dulce, 2002
Las abuelas, 2003, Ediciones B, ISBN 978-84-666-2846-4
Historia del general Dann y de la hija de Mara, de Griot y del perro de las nieves, 2006 (Ediciones B, ISBN 84-02-42003-6)
La grieta, 2007 (Lumen, ISBN 978-84-264-1667-4)
Made in England, 2008 (Lumen. Barcelona 2008)
J.M. Coetzee, Pablo Neruda, W.Faulkner, Doris Lessing y G. García Marquez, Discursos, Alpha Decay, Barcelona, 2008.

Poniatowska, la “princesa roja” de la literatura

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Poniatowska, la “princesa roja” de la literatura, ganó el Cervantes

Es la cuarta mujer en obtener el Premio. Se valoró el compromiso de la mexicana con la “Historia contemporánea”. El "Nobel" de las Letras en castellano está dotado con 125.000 Euros.




Los huéspedes del hotel frente a la Feria de Guadalajara se apretujaban en el ascensor a la hora pico, el desayuno. Entre los pasajeros –cuenta la escritora colombiana Laura Restrepo– bajaba, petisita, Elena Poniatowska. Y también Pilar Reyes, editora de Alfaguara. “¿Cómo dormiste, Elenita?”, preguntó Reyes. Y Elena contestó que mal, que se quedó despierta hasta las 4. ¿Por qué? “Me quedé viendo una peli interesante, muy rara, nunca había visto algo así”. ¿De qué película se trataba? “Las hermanitas anales”, contestó Poniatowska, como si no fuera una porno, como si estuvieran solas. “Y con ese tono de princesa rusa”, dice Restrepo, comentó: “Muy interesante. Me quedé hasta el final para ver el desenlace.” Poniatowska ya había pasado los 70, ya había ganado el Premio Alfaguara, ya había escrito algunas de las grandes crónicas de América latina. Todavía no le habían dado el Cervantes, el premio mayor de las letras en castellano. Eso le pasó ayer. Seguro que tampoco durmió anoche.

En Madrid, el jurado dijo que la distinguían “por su dedicación al periodismo y su firme compromiso con la Historia contemporánea”. Es que Elenita –le dicen “Elenita”, “Poni” y “la princesa roja”– ha dejado huella en el terreno de la no ficción. Tiene 40 libros pero cuando se dice su nombre, se disparan como flechas al corazón dos títulos: Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco. El primero (1969) lo hizo a partir de una serie de entrevistas con Josefina Bórquez, una lavandera que, en la Revolución Mexicana (1910), supo ser una soldadera, una de las mujeres que se subieron a los trenes y fueron a pelear. Miércoles de charlas y, cuenta la leyenda, de aprender con las manos el lavado de sábanas y el olor de la calle. El libro mira el pasado y el presente con los ojos y con el lenguaje de Josefina, que en la ficción se llama Jesusa. Mexicano profundo, a veces difícil de entender en otros castellanos.
La noche de Tlatelolco empezó el 2 de octubre de 1968, cuando dos amigas de Elenita llegaron desesperadas a su casa: el gobierno había reprimido una manifestación de estudiantes, profesores, amas de casa y obreros en el barrio de Tlatelolco. La sangre manchaba las paredes, había agujeros de ametralladora y hasta hoy no se sabe cuántos fueron los muertos, aunque se piensa que alrededor de 200. Poniatowska fue al día siguiente, encontró zapatos amontonados. Buscó testimonios, los escribió. “Es la ventaja de ser chaparrita. La gente me platica todo, porque me sienten como acojinadita y me cuentan todo”, le dijo hace tiempo a la revista Gatopardo. Los testimonios –políticamente incorrectos– no siempre son lo que uno espera leer, por eso son tan valiosos.
Es lindo decir que Elena Poniatowska nació princesa. Ese título le dieron cuando llegó al mundo en París en 1932, con el nombre de Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski –de la familia del rey Estanislao II Poniatowski de Polonia— y de María de los Dolores (Paula) Amor de Yturbe. Cuando tenía 10, corrida por la Guerra, la familia se fue a México. Allí creció, allí se hizo –como pone en su perfil de Twitter– “más mexicana que el mole”.
Allí, cuenta la leyenda, aprendió a hablar castellano con las mucamas y estudió en escuelas buenas y se hizo periodista, se casó, escribió. Su lista de amigos saca el aliento. Por ejemplo, una de las últimas cosas que escribió Juan Rulfo fue una dedicatoria de Pedro Páramopara ella: “Días antes de mi muerte, Juan Rulfo”, decía. Era verdad.
Ayer, cuando la entrevistaban por el Cervantes dijo que “es un premio para ustedes, para los periodistas, porque yo siempre estoy de este lado de la barrera (del de la prensa)”, y que de ese trabajo ha aprendido el valor de “la modestia” porque ejerciendo “te va de la patada la mayor parte del tiempo y, aquí (en México) te matan, además”.
Es la cuarta mujer en recibir el Cervantes. Ayer dijo que quiere usar los 125.000 euros del Premio para hacer una fundación que cuide sus papeles, sus cartas con Octavio Paz, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes y otros. Que se quedó azorada con el Premio y que esta vez la noticia por teléfono la sacó del plácido sueño


Escritura lúcida e intransigencia

POR SERGIO RAMÍREZ

Escritor Nicaragüense

Elena Poniatowska representa toda una época de la literatura mexicana, entre dos siglos, y su obra se abre en un arco que va desde la crónica periodística escrita con garra y sentido creativo, a sus novelas, las mejores de ellas logradas con calidad de biografías ficticias: De la noche de Tlatelolco a Tinísima. Admiro su escritura lúcida y tersa, y al mismo tiempo su intransigencia cívica, no importa que a veces se queda peleando sola, o poco acompañada. Y escritura lúcida e intransigencia cívica, están unidas por su integridad ética

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Descargar: Elias Canetti - La lengua absuelta

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Descargar: Elias Canetti - La lengua absuelta

La lengua absuelta es el primer volumen de las memorias de Canetti. Los otros volúmenes se titulan La antorcha al oído, El juego de ojos y Fiesta bajo las bombas.

Elias Canetti creció a orillas del Danubio, en el abigarrado mundo balcánico, entre búlgaros, griegos, albanos, rumanos, armenios, rusos y gitanos. Canciones turcas y viejos romances españoles acompañaron sus primeros pasos en el seno de una próspera familia judía sefardí. Dos pasiones tempranas marcaron su vida: la figura de su madre y el amor por la literatura que ella le transmitió.

Umberto Eco - Construyendo un mundo

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¿Qué hago durante los años de gestación literaria? Recopilo documentos, visito lugares y dibujo mapas; observo planos de edificios, o quizá de un barco, como en el caso de La isla del día de antes, y también esbozo las caras de los personajes. Para El nombre de la rosa hice retratos de todos los monjes de los que hablaba la novela. Paso esos años de preparación en una especie de castillo encantado, o, si lo prefieren, en un estadio de enajenación autista. Nadie sabe qué estoy haciendo, ni siquiera los miembros de mi familia. Doy la impresión de estar haciendo un montón de cosas diferentes, pero estoy siempre concentrado en captar ideas, imágenes y palabras para mi relato. Si al escribir sobre la Edad Media veo pasar un coche por la calle y me impresiona por ejemplo su color, consigno la experiencia en mi cuaderno, o simplemente en mi memoria, y ese color desempeñará más tarde un papel en la descripción de, pongamos, una miniatura.

Durante mis preparativos para El péndulo de Foucault, pasé una tarde tras otra, justo hasta la hora de cerrar, andando por los pasillos del Conservatorio de Artes y Oficios, donde se desarrollan algunos de los principales acontecimientos de la historia. Para describir el paseo nocturno de Casaubon por París, desde el Conservatorio hasta la place des Vosges y luego hasta la torre Eiffel, pasé varias noches deambulando por la ciudad entre las dos y las tres de la madrugada, dictando a una grabadora de bolsillo todo lo que veía, para no equivocarme con los nombres de las calles y las intersecciones.

Cuando preparaba la redacción de La isla del día de antes, fui por supuesto a los mares del Sur, a la localización geográfica exacta donde transcurre la acción del libro, para ver los colores del agua y del cielo a diferentes horas del día, y los matices de los peces y de los corales. Pero también me pasé dos o tres años estudiando dibujos y modelos de barcos de la época, para averiguar cómo era de grande una cabina o un cuchitril, y cómo podía una persona moverse del uno al otro.

Tras la publicación de El nombre de la rosa, el primer cineasta que me propuso hacer una adaptación cinematográfica fue Marco Ferreri. Me dijo: «Tu libro parece concebido especialmente para un guión de cine, ya que los diálogos tienen la longitud adecuada». Al principio, no entendí por qué. Luego, recordé que antes de ponerme a escribir, había dibujado centenares de laberintos y planos de abadías, de modo que sabía cuánto tardarían dos personajes en ir de un sitio a otro, conversando como lo hacían. Así que el diseño de mi mundo ficticio es lo que dictaba la longitud de los diálogos.

De esta manera, aprendí que una novela no es solamente un fenómeno lingüístico. En poesía, las palabras son difíciles de traducir porque lo que cuenta es su sonido, así como sus significados deliberadamente múltiples, y es la elección de las palabras lo que determina el contenido. En narrativa, encontramos la situación opuesta: es el universo que ha construido el autor lo que dicta el ritmo, el estilo e incluso la elección de las palabras. La narrativa está gobernada por la norma latina «Rem tene, verba sequentur» («Si dominas el tema, las palabras vendrán solas»), mientras que en poesía, deberíamos cambiarla por «Si dominas las palabras, el tema vendrá solo».

La narrativa es, en primer lugar y principalmente, un asunto cosmológico. Para narrar algo, uno empieza como una suerte de demiurgo que crea un mundo, un mundo que debe ser lo más exacto posible, de manera que pueda moverse en él con absoluta confianza.

Sigo esta regla con tal rigor que, por ejemplo, cuando digo en El péndulo de Foucault que las editoriales Manuzio y Garamond están en dos edificios adyacentes, entre los cuales se ha construido un pasaje, me pasé mucho tiempo dibujando varios planos e imaginándome el aspecto de ese pasaje, y si debía tener algunos escalones para compensar la diferencia de altura entre los edificios. En la novela menciono brevemente los escalones, y el lector pasa por ellos con paso largo sin, creo, fijarse demasiado en ellos. Pero para mí eran cruciales, y de no haberlos dibujado, hubiera sido incapaz de continuar con mi historia.

Dicen que Luchino Visconti hizo algo similar en sus películas. Cuando el guión requería que dos personajes hablaran de un joyero, él insistía en que el joyero, aunque nunca se abriera, contuviera joyas de verdad. De otro modo, los intérpretes hubieran actuado con menos convicción.

No doy por sentado que los lectores de El péndulo de Foucault conocen el trazado exacto de las oficinas de las editoriales. Aunque la estructura del mundo de una novela —el escenario para los acontecimientos y los personajes de la historia— es fundamental para el escritor, a menudo debe permanecer imprecisa para el lector. En El nombre de la rosa, sin embargo, hay un plano de la abadía al principio del libro. Se trata de una referencia juguetona a las muchas novelas de detectives pasadas de moda que incluyen un plano de la escena del crimen (una vicaría o una casa señorial, pongamos por caso), y es una suerte de marca irónica de realismo, una pequeña «prueba» de que la abadía existió realmente. Pero también quería que mis lectores visualizaran claramente de qué manera mis personajes se mueven por el monasterio.

Tras la publicación de La isla del día de antes, mi editor alemán me preguntó si no sería de ayuda que la novela incluyera un diagrama del diseño del barco. Yo tenía un diagrama semejante, y me pasé mucho tiempo dibujándolo, como lo había hecho con el plano de la abadía de El nombre de la rosa. Pero en el caso de La isla, quería que el lector estuviera confundido, igual que el héroe, incapaz de encontrar el camino dentro de un barco tan laberíntico, explorándolo a menudo tras generosas libaciones alcohólicas. Así que necesitaba enredar al lector manteniendo al mismo tiempo mis ideas muy claras, refiriéndome siempre, como he escrito, a espacios calculados hasta el último milímetro.


En Confesiones de un joven novelista
Traducción: Guillem Sans Mora
Imagen: © Eric Fougere/VIP Images/Corbis

http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2013/10/umberto-eco-construyendo-un-mundo.html#.Um7tPHAvRjc

Umberto Eco: Autor, texto e intérpretes

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Sucede a veces que un traductor de alguna de mis obras me plantea la siguiente pregunta: «Me he perdido a la hora de interpretar este pasaje, porque es ambiguo. Se puede leer de dos maneras diferentes. ¿Cuál fue su intención?».
Dependiendo del caso, tengo tres posibles respuestas:

  1. Es cierto. He escogido una expresión equivocada. Por favor, elimine cualquier malentendido. Haré lo mismo en la próxima edición italiana.
  2. He querido ser deliberadamente ambiguo. Si lee con atención, verá que esa ambigüedad guarda relación con la manera de leer el texto. Por favor, esfuércese por mantener la ambigüedad en su versión.
  3. No me di cuenta de que fuera ambiguo, y, para ser sincero, no tuve intención de que lo fuera. Pero como lector, esa ambigüedad me parece absolutamente fascinante, y fructífera para desentrañar el texto. Por favor, esfuércese por mantener ese efecto en su traducción.
Ahora, si yo hubiera muerto hace algunos años (una hipótesis contraria a los hechos que tiene muchas posibilidades de hacerse realidad antes de que acabe este siglo), mi traductor —actuando como lector e intérprete normal de mi texto— podría haber llegado de forma independiente a una de las siguientes conclusiones, que de hecho coinciden con mis posibles respuestas:

  1. La ambigüedad en cuestión no tiene sentido y complica la comprensión del texto por parte del lector. Probablemente, el autor no se dio cuenta de ello, así que es mejor eliminar la ambigüedad. «Quandoque bonus dormitat Homerus» («A veces, incluso el buen Homero dormita»).
  2. Es posible que el autor quisiera ser deliberadamente ambiguo, así que yo debería respetar esa decisión.
  3. Es posible que el autor no se diera cuenta de que estaba siendo ambiguo. Pero desde un punto de vista textual, ese efecto de incertidumbre es rico en connotaciones e insinuaciones que resultan muy fructíferas para la estrategia textual en conjunto.
Lo que me gustaría decir aquí es que los llamados escritores «creativos» (y ya he explicado lo que puede significar ese pícaro término) no deberían facilitar jamás interpretaciones de su propio texto. Un texto es una máquina perezosa que desea implicar a los lectores en su trabajo, es decir, es un artilugio concebido para provocar interpretaciones (como escribí en mi libro The Role of the Reader). A la hora de interpretar un texto, es irrelevante preguntar al autor. Al mismo tiempo, el lector o la lectora no pueden ofrecer una interpretación cualquiera según su antojo, sino que tienen que asegurarse de que el texto, de algún modo, no solamente legitima una lectura determinada, sino que también la incita.
En Los límites de la interpretación, distingo entre la intención del autor, la intención del lector y la intención del texto. En 1962 escribí Obra abierta[7]. En ese libro, enfatizo el papel activo del intérprete en la lectura de textos dotados de valor estético. Cuando escribí esas páginas, mis lectores se concentraron principalmente en la parte «abierta» del asunto, subestimando el hecho de que la lectura de final abierto que yo apoyaba era una actividad suscitada por (y pensada para interpretar) la obra en cuestión. En otras palabras, estudié la dialéctica existente entre los derechos de los textos y los derechos de sus intérpretes. Tengo la impresión de que en el transcurso de las últimas décadas, los derechos de los intérpretes han cobrado una importancia excesiva.
En varios de mis escritos, he explicado con detalle la idea de la semiosis ilimitada que acuñara C. S. Peirce. Pero la idea de la semiosis ilimitada no lleva a la conclusión de que la interpretación carece de criterios. En primer lugar, la interpretación ilimitada se refiere a sistemas, no a procesos.
Permitan que me explique. Un sistema lingüístico es un mecanismo a partir y a través del cual pueden producirse infinitas cadenas lingüísticas. Si consultamos un diccionario para averiguar el significado de un término, encontramos definiciones y sinónimos —es decir, otras palabras— y tratamos de entender el significado de esas otras palabras, de modo que a partir de su definición podamos pasar a otras palabras, y así sucesivamente, en una cadena que puede alargarse ad infinitum. Un diccionario, como dijo Joyce en Finnegans Wake, es un libro escrito para un lector ideal que padezca un insomnio ideal. Un buen diccionario debe ser circular, debe decir qué significa la palabra «gato» usando otras palabras; de otro modo, bastaría con cerrar el diccionario, señalar a un gato y decir: «Esto es un gato». Muy sencillo, y a todos nos han dado a menudo ese tipo de explicación en nuestra infancia. Pero no es de esa forma como conocemos el significado de «dinosaurio», «sin embargo», «Julio César» o «libertad».
En contraste con ello, un texto, en cuanto resultado de la manipulación de las posibilidades de un sistema, no está abierto de la misma manera. Cuando uno compone un texto, reduce el rango de posibles elecciones lingüísticas. Si uno escribe: «Juan se está comiendo una…», hay una gran probabilidad de que la siguiente palabra sea un sustantivo, y de que ese sustantivo no sea «escalera» (si bien en determinados contextos podría ser «espada»). Al reducir la posibilidad de generar cadenas infinitas, un texto reduce también la posibilidad de intentar determinadas interpretaciones. En el léxico inglés, el pronombre «yo» significa «quienquiera que pronuncie la frase en la que sale "yo"». Por consiguiente, según el conjunto de posibilidades que ofrece el diccionario, «yo» puede referirse al presidente Lincoln, a Osama bin Laden, a Groucho Marx, a Nicole Kidman o a cualquier otro de los miles de millones de individuos que viven en el mundo presente, pasado o futuro. Pero en una carta firmada con mi nombre, «yo» significa «Umberto Eco», con independencia de las objeciones que hizo Jacques Derrida a John Searle en el transcurso de su famoso debate sobre la firma y el contexto[8].
Decir que las interpretaciones de un texto son potencialmente ilimitadas no significa que la interpretación no tenga objeto o cosa existente alguna (hecho o texto) sobre la que concentrarse. Decir que un texto potencialmente no tiene fin no significa que cada acto de interpretación pueda llevar a un final feliz. Por este motivo, en Los límites de la interpretación propuse una suerte de criterio de falsificabilidad (inspirado por el filósofo Karl Popper): si bien puede resultar difícil decidir si una interpretación determinada es buena, o decidir cuál de las dos interpretaciones de un mismo texto es mejor, siempre es posible ver que una interpretación determinada es descaradamente falsa, alocada o descabellada.
Algunas teorías contemporáneas de la crítica dicen que la única lectura fiable de un texto es una interpretación errónea, y que un texto solo existe en virtud de la cadena de respuestas que suscita. Pero esa cadena de respuestas representa los usos infinitos que podemos hacer de un texto (podríamos, por ejemplo, usar una Biblia en lugar de un leño en nuestra chimenea), no el conjunto de interpretaciones que dependen de una serie de conjeturas aceptables sobre la intención de ese texto.
¿Cómo se puede demostrar que una conjetura sobre la intención de un texto es aceptable? La única manera de hacerlo es cotejarla con el texto contemplado como un conjunto coherente. Esta idea es vieja, y procede de san Agustín (De doctrina christiana): cualquier interpretación de un determinado fragmento de un texto es aceptable si se ve confirmada por otro fragmento del mismo texto (y debe rechazarse si ese otro fragmento la desafía). En este sentido, la coherencia textual interna controla unos impulsos del lector que de otro modo serían incontrolables.
Permítanme poner un ejemplo referente a un texto que alienta las interpretaciones más atrevidas de forma intencionada y programática, Finnegans Wake. En los años sesenta, en la revista A Wake Newslitter, hubo un debate sobre alucinaciones históricas factuales que podían identificarse en Finnegans Wake; por ejemplo, referencias al Anschluss germano-austríaco y al Pacto de Munich de septiembre de 1938[9]. Para desafiar esas interpretaciones, Nathan Halper señaló que la palabra Anschluss tiene también significados cotidianos apolíticos (como «conexión» e «inclusión»), y que la lectura política no venía apoyada por el contexto. Para demostrar lo fácil que era encontrar absolutamente cualquier cosa en Finnegans Wake, Halper usó el ejemplo de Beria. En primer lugar, en el principio de «En la fábula del Ondt y el Gracehoper», encontró la expresión «So vi et!» y pensó que podía referirse a la cuasicomunista sociedad de las hormigas. Una página más adelante, encontró una alusión a un «berial», a primera vista una variante de «burial», entierro. ¿Podía tratarse de una referencia al ministro soviético Lavrenti Beria? Pero resulta que Beria era desconocido en Occidente antes del 9 de diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario de pueblo para Asuntos Internos (hasta entonces, no era más que un funcionario común), y en diciembre de 1938, Joyce ya había dado su manuscrito a la imprenta. Además, la palabra «berial» aparecía en una versión de 1929 publicada entransition 12. La cuestión parecía resolverse a partir de comprobaciones externas, aunque algunos intérpretes se mostraron dispuestos a dotar a Joyce de poderes proféticos y de la capacidad de predecir el ascenso de Beria. Ridículo, sin duda, pero entre los admiradores de Joyce se encuentran cosas aún más tontas.
Más interesantes son las pruebas internas, es decir, textuales. En un número posterior deA Wake Newslitter, Ruth von Phul señaló que la intención de «so vi et» podía ser también una especie de «amén» pronunciado por miembros de cuerpos religiosos autoritarios; que el contexto general de esas páginas no era político, sino bíblico; que el Ondt dice: «¡Tan extenso como el reino de Beppy florecerá mi reinado!»; que «Beppy» es el diminutivo italiano de «José»; que «berial» podría ser una alusión oblicua al José de la Biblia (hijo de Jacob y Raquel), que fue enterrado figuradamente dos veces, en el pozo y en la prisión; que José engendró a Effaín, quien a su vez engendró a Beria (Crónicas 23:10); que el hermano de José, Asher, tuvo un hijo llamado Beria (Génesis 45:30), y así sucesivamente[10].
Muchas de las alusiones que halla Von Phul son sin duda descabelladas, pero parece innegable que en esas páginas, todas las referencias son de naturaleza bíblica. Así, la comprobación textual excluye a Lavrenti Beria del opus joyceano. Y san Agustín hubiera estado de acuerdo.
Un texto es un artefacto concebido para producir su Lector Modelo. Este lector no es el que hace la «única conjetura acertada». Un texto puede prever un Lector Modelo destinado a ensayar infinitas conjeturas. El Lector Empírico, en cambio, es simplemente un actor que hace conjeturas sobre el tipo de Lector Modelo requerido por el texto. Puesto que la intención del texto consiste básicamente en producir un Lector Modelo capaz de hacer conjeturas sobre el mismo, la tarea del Lector Modelo consiste en encontrar un Autor Modelo, que no es el Autor Empírico y que se ajusta en última instancia a la intención del texto.
Identificar la intención de un texto significa identificar una estrategia semiótica. A veces, la estrategia semiótica se puede detectar en el terreno de las convenciones estilísticas establecidas. Si una historia comienza con «Érase una vez», tengo buenos motivos para pensar que se trata de un cuento de hadas, y que el Lector Modelo evocado y requerido es un niño (o un adulto ansioso por reaccionar con un espíritu infantil). Naturalmente, podría haber un matiz de ironía, y en ese caso el texto subsiguiente debería leerse de una forma más sofisticada. Pero aunque a medida que desciframos el texto podemos ver que es así como tiene que leerse, lo importante es que el texto finge empezar como un cuento de hadas.
Cuando un texto es lanzado al mundo como un mensaje en una botella —y esto sucede no solo con la poesía o la narrativa, sino también con libros como la Crítica de la razón purade Kant—, es decir, cuando un texto se produce no para un solo destinatario, sino para una comunidad de lectores, el autor sabe que no será interpretado de acuerdo con sus intenciones, sino de acuerdo con una compleja estrategia de interacciones que implica también a los lectores, junto con su competencia en su lenguaje como antología social. Con «antología social» no quiero decir solamente una lengua dada compuesta por una serie de reglas gramaticales, sino también toda la enciclopedia que han generado las ejecuciones de la lengua: las convenciones culturales que esa lengua ha producido y la historia de las interpretaciones previas de sus muchos textos, incluido el texto que el lector está leyendo.
El acto de leer tiene que tomar en consideración todos estos elementos, incluso siendo improbable que un solo lector los domine todos. Así que cada acto de lectura es una transacción compleja entre la competencia del lector (el conocimiento del mundo que posee el lector) y el tipo de competencia que un texto determinado requiere para ser leído de una manera «económica», o sea, de una manera que aumenta la comprensión y el disfrute del texto, y que viene apoyada por el contexto.
El Lector Modelo de una historia no es el Lector Empírico. Cuando leemos un texto, el Lector Empírico es usted, yo, cualquiera. Los Lectores Empíricos pueden leer de muchas maneras, y no existe ninguna ley que les diga cómo leer, porque a menudo usan el texto como vehículo de sus propias pasiones, que pueden venir de fuera del texto o que el texto puede despertar por casualidad.
Dejen que les cuente algunas situaciones divertidas en las que uno de mis lectores actuó como Lector Empírico, más que como Lector Modelo. Un amigo de la infancia al que no había visto durante años me escribió lo siguiente tras la publicación de mi segunda novela, El péndulo de Foucault. «Querido Umberto, no recuerdo haberte contado la patética historia de mis tíos, pero creo que has sido muy indiscreto al usarla en tu novela». Bien, resulta que en mi libro hay un par de episodios relativos a un tal tío Charles y una tal tía Catherine, que en la historia son el tío y la tía del protagonista, Jacopo Belbo. Es verdad que esas personas existieron. Con pocas modificaciones, yo estaba contando una historia de mi infancia sobre unos tíos míos, que por supuesto se llamaban de manera distinta que los personajes. Respondí a mi amigo diciendo que el tío Charles y la tía Catherine eran mis parientes, no los suyos (así que el coypright era mío), y que yo ni siquiera sabía que él tenía tíos o tías. Mi amigo se disculpó: la historia le había absorbido tanto que creyó reconocer acontecimientos que sucedieron a sus tíos, algo que no es imposible, ya que en tiempos de guerra (el período al que mi recuerdo retrocedía), cosas similares pueden suceder a diferentes tíos y tías.
¿Qué le había pasado a mi amigo? Había buscado en mi historia algo que estaba a su vez en su memoria personal. No interpretó mi texto, sino que más bien lo usó. Difícilmente se puede prohibir utilizar un texto para ensoñaciones personales; de hecho, todos lo hacemos a menudo, pero no se trata de un asunto público. Utilizar un texto de esa manera supone moverse dentro de él como si fuera nuestro propio diario íntimo.
Existen ciertas reglas del juego, y el Lector Modelo es alguien ansioso por jugar ese juego. Mi amigo olvidó el nombre del juego y sobrepuso sus propias expectativas como Lector Empírico con las expectativas que tenía el autor de un Lector Modelo.
En el capítulo 115 de El péndulo de Foucault, mi héroe, Casaubon, en la noche del 23 al 24 de junio de 1984, después de asistir a una ceremonia ocultista en el Conservatorio de Artes y Oficios de París, recorre a pie como poseído toda la rué Saint-Martín, cruza la rue aux Ours, llega al Centro Beaubourg, y luego a la iglesia de Saint-Merri. Después, continúa por varias calles, que en el libro figuran todas con sus nombres, hasta que llega a la place des Vosges.
Como he dicho anteriormente, para escribir ese capítulo recorrí la misma ruta varias noches, llevando una grabadora, anotando lo que veía y las impresiones que tenía (estoy revelando aquí mis métodos como Autor Empírico). Sin embargo, como tenía un programa de ordenador que me mostraba el aspecto del cielo a cualquier hora del día, en cualquier longitud o latitud, averigüé incluso que esa noche había luna, y que podía verse desde lugares concretos en momentos distintos. No hice eso porque quisiera emular el realismo de Émile Zola, sino (como ya he dicho) porque al narrar me gusta tener delante el escenario sobre el que estoy escribiendo.
Después de publicar la novela, recibí una carta de un hombre que era evidente que había ido a la Biblioteca Nacional para leer todos los periódicos del 24 de junio de 1984. Y descubrió que en la esquina de la rue Réaumur —que yo no nombraba, pero que atraviesa la rue Saint-Martin en un punto determinado—, después de medianoche, más o menos en el momento en que pasaba por allí Casaubon, se había producido un incendio, y tuvo que haber sido grande, ya que los diarios hablaron de él. El lector me preguntó cómo se las arregló Casaubon para no verlo.
Respondí que, ciertamente, Casaubon había visto el incendio, pero que no lo había mencionado por alguna misteriosa razón desconocida para mí, cosa que resultaba bastante verosímil en una historia tan cargada de misterios, verdaderos y falsos. Sin duda, mi lector sigue intentando averiguar por qué Casaubon guardó silencio sobre ese fuego, sospechando otra conspiración de los Caballeros Templarios. La verdad es que probablemente no pasé por esa esquina a medianoche, o que pasé justo antes de que se desatara el incendio o poco después de que fuera extinguido. No lo sé. Solo sé que mi lector usó mi texto para sus propios propósitos: quería que correspondiera en todo detalle con lo que había sucedido en el mundo real.
Ahora, dejen que les cuente otra historia sobre la misma noche. La diferencia es que, en el caso que acabo de mencionar, un lector quisquilloso quería que mi relato coincidiera con el mundo real, mientras que en el ejemplo que sigue los lectores querían que el mundo real se ajustara a mi ficción, un caso algo diferente y más gratificante.
Dos estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de París vinieron a ensenarme un álbum de fotos en el que habían reconstruido la ruta entera de Casaubon. Habían encontrado y fotografiado todos los lugares que yo mencionaba, uno por uno, a la misma hora nocturna. AI final del capítulo 115, Casaubon sale de una alcantarilla y entra, por el sótano, en un bar asiático lleno de clientes sudorosos, barriletes de cerveza y esputos grasientos. Los estudiantes encontraron ese bar e hicieron una foto. No hace falta decir que el bar fue una invención mía, si bien lo diseñé pensando en los muchos bares de aquel vecindario; pero esos dos chavales habían descubierto sin duda el bar descrito en mi libro. Repito: esos estudiantes no sobrepusieron en su deber como Lectores Modelo la preocupación del Lector Empírico que quiere comprobar y ver si mi novela describía el París real. Más bien quisieron transformar el París «real» en un lugar que existía en mi libro. De hecho, de todo lo que pudieron haber encontrado en París, eligieron solo los aspectos que se ajustaban a las descripciones contenidas en mi texto.
Ese bar existía en mi texto, aun cuando yo creí que simplemente me lo había imaginado. Confrontada con su presencia en el texto, la intención del Autor Empírico se vuelve bastante irrelevante. A menudo, los autores dicen cosas de las que no son conscientes; solo después de recibir las reacciones de sus lectores descubren lo que han dicho.
Hay sin embargo un caso en el que puede resultar revelador fijarse en las intenciones del Autor Empírico. Es cuando el autor aún vive, los críticos han ofrecido sus interpretaciones del texto y se puede preguntar al autor o a la autora hasta qué punto, como persona empírica, fue consciente de las múltiples interpretaciones que sostiene el texto. En ese punto, la respuesta del autor no debería usarse para validar las interpretaciones del texto, sino para mostrar las discrepancias entre su intención y la intención del texto. El propósito del experimento es más teórico que crítico.
Finalmente, está el caso en que el autor es también un teórico textual. Ahí, el autor puede responder de dos maneras distintas. La respuesta podría ser: «No he querido decir eso, pero tengo que admitir que el texto lo dice, y agradezco al lector que me haya llamado la atención al respecto». O podría ser: «Independientemente del hecho de que no he querido decir esto, pienso que un lector razonable no debería aceptar semejante interpretación, porque es antieconómica».
Permitan que les explique ahora algunos casos en los que, como Autor Empírico, tuve que rendirme ante un lector que se había adherido a la intención de mi texto.
En Apostillas a «El nombre de la rosa», dije que sentí un estremecimiento de satisfacción al leer una reseña que citaba una observación de Guillermo al final del juicio, en el capítulo «Quinto día. Prima». «¿Qué es lo que más os aterra de la pureza?», pregunta Adso. Y Guillermo contesta: «La prisa». Me encantaron, y siguen encantándome, esas dos líneas. Pero entonces uno de mis lectores observó que en la misma página, Bernardo Gui, amenazando al cillerero con torturarle, dice: «Al contrario de lo que creían los pseudoapóstoles, la justicia no lleva prisa, y la de Dios tiene siglos por delante». El lector me preguntó con acierto qué conexión había querido yo establecer entre la prisa que temía Guillermo y la ausencia de prisa ensalzada por Bernardo. No fui capaz de responder.
De hecho, el intercambio entre Adso y Guillermo no existe en el manuscrito original; añadí ese breve diálogo en las galeradas, porque por razones de equilibrio y de ritmo, necesitaba insertar unas pocas líneas más antes de volver a cederle el escenario a Bernardo. Y olvidé por completo que, un poco más tarde, Bernardo habla de la prisa. Usa una expresión estereotipada, el tipo de frase que esperaríamos de un juez, un lugar común del tipo «todos somos iguales ante la ley». Y, ay de mí, yuxtapuesto con la prisa que menciona Guillermo, la prisa que menciona Bernardo da la impresión de que está diciendo algo fundamental en lugar de algo de carácter formulario; y está justificado que el lector se pregunte si los dos hombres están diciendo lo mismo o si el aborrecimiento de la prisa expresado por Guillermo no es imperceptiblemente diferente del aborrecimiento de la prisa expresado por Bernardo. El texto está ahí, y produce sus propios efectos. Tanto si así lo quise como si no, nos vemos ahí confrontados con una cuestión, una provocativa ambigüedad, y me pierdo a la hora de resolver ese conflicto, si bien me doy cuenta de que un significado está allí al acecho (quizá incluso muchos significados).
Un autor que titula su libro El nombre de la rosa tiene que estar dispuesto a tropezar con múltiples interpretaciones del título. Como Autor Empírico, escribí (en las Apostillas) que elegí ese título precisamente para dar libertad al lector: «La rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las Dos Rosas, una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces…». Por otra parte, un estudioso descubrió que algunos manuscritos tempranos de De contemptu mundi, de Bernard de Morlay —de donde tomé prestado el hexámetro que cierra mi novela: «Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus» («La rosa de antaño solo sobrevive en su nombre; los nombres, por sí solos, son todo lo que tenemos»)—, decían «Stat Roma pristina nomine», que al fin y al cabo suena más coherente con el resto del poema y sus alusiones a la Babilonia perdida[11]. Así que, de haber dado con una versión diferente del poema de Morlay, el título de mi novela podría haber sido El nombre de Roma (y hubiera adquirido matices fascistas).
Pero resulta que el título es El nombre de la rosa, y ahora entiendo lo difícil que era restringir las infinitas series de connotaciones que suscita la palabra «rosa». Podría haber intentado multiplicar las posibles lecturas hasta el extremo de que cada una de ellas se tornara irrelevante, y como resultado, hubiera producido una enorme e inevitable serie de interpretaciones. Pero el texto está ahí, por el mundo, y el Autor Empírico tiene que guardar silencio.
Cuando llamé «Casaubon» a uno de los personajes principales de El péndulo de Foucault, estaba pensando en Isaac Casaubon, quien demostró en 1614 que el Corpus Hermeticum era una falsificación; y leyendo El péndulo de Foucault, se encuentran algunos paralelismos entre lo que el gran filólogo entendió y lo que acaba entendiendo mi personaje. Fui consciente de que pocos lectores captarían la alusión, pero fui igualmente consciente de que, en términos de estrategia textual, ese conocimiento no era indispensable. (Quiero decir que se puede leer mi novela y entender a mi Casaubon sin saber nada del Casaubon histórico. A muchos autores les gusta meter determinadas contraseñas en sus textos en beneficio de unos pocos lectores experimentados). Antes de terminar mi novela, descubrí por casualidad que Casaubon también era un personaje deMiddlemarch, de George Eliot, una novela que yo había leído décadas atrás pero que había olvidado. Fue ese un caso en el que, como Autor Modelo, intenté eliminar una posible referencia a George Eliot. En el capítulo 10, la traducción española contiene el siguiente diálogo entre Belbo y Casaubon:
—… por cierto, ¿cuál es su nombre?
—Casaubon.
—¿No era un personaje de Middlemarch?
—No lo sé. De todas maneras, también era un filólogo del Renacimiento, creo. Pero no somos parientes[12].
Hice lo que pude para evitar lo que consideraba una referencia inútil a Mary Ann Evans. Pero luego, un lector astuto, David Robey, observó que el Casaubon de Eliot escribía un libro titulado Clave para todas las mitologías. Como Lector Modelo, me sentí obligado a aceptar esa asociación. El texto, sumado a unos conocimientos enciclopédicos, permite hallar esa relación a cualquier lector culto. Tiene sentido. Mal asunto para el Autor Empírico, que no es tan astuto como sus lectores.
Del mismo modo, mi novela se titula El péndulo de Foucault porque el péndulo del que habla lo inventó Léon Foucault. Si el artilugio lo hubiera inventado Ben Franklin, el título hubiera sido El péndulo de Franklin. Esta vez, fui consciente desde el principio de que alguien podría olerse una alusión a Michel Foucault: mis personajes están obsesionados por las analogías, y Foucault escribió sobre el paradigma de la similitud. Como Autor Empírico, no estaba satisfecho con ese posible vínculo. Suena como un chiste, y no un chiste inteligente. Pero el péndulo que inventó Léon era el héroe de mi relato, y fijaba el título; así, esperé que mi Lector Modelo no intentara establecer un vínculo superficial con Michel. Me equivoqué: muchos lectores astutos lo hicieron. El texto está ahí. Quizá tengan razón; quizá yo sea responsable de un chiste superficial; quizá el chiste no sea tan superficial. No lo sé. Ahora mismo el asunto está ya fuera de mi control.
Ahora vamos a fijarnos en casos en los que —aunque puede que haya olvidado mis intenciones iniciales, mientras actúo de Lector Modelo y examino el texto— creo que tengo derecho, como cualquier ser humano, a rechazar interpretaciones que no parecen económicas.
Helena Costiucovich, antes de traducir (magistralmente) al ruso El nombre de la rosa, escribió un largo ensayo sobre el libro[13]. En un determinado momento, menciona un libro de Émile Henriot titulado La Rose de Bratislava (1946), que trata de la caza de un misterioso manuscrito y concluye con la destrucción de una biblioteca por medio del fuego. La historia sucede en Praga, y al principio de mí novela yo menciono Praga. Además, uno de mis bibliotecarios se llama Berengario, y uno de los bibliotecarios del libro de Henriot también se llama Berengario.
Yo no había leído la novela de Henriot; ni siquiera sabía que existía. He leído interpretaciones en las que mis críticos consultan fuentes que yo conocía, y me alegré mucho de que descubrieran de una forma tan astuta lo que yo había escondido de una forma tan astuta para llevarles a encontrarlo, por ejemplo el hecho de que en Doctor Fausto, de Thomas Mann, Serenus Zeitblom y Adrian Leverkühn eran el modelo de la relación narrativa entre Adso y Guillermo en El nombre de la rosa. Los lectores me han informado de fuentes que yo desconocía, y me encantó ser considerado suficientemente erudito para citarlas (hace poco, un joven medievalista me dijo que Casiodoro, en el siglo VI, menciona a un bibliotecario ciego). He leído análisis críticos en los que el intérprete descubre influencias que yo no tenía en mente al escribir, pero que ciertamente se contaron entre mis lecturas de juventud; está claro que, de manera inconsciente, habían ejercido alguna influencia sobre mí. Mi amigo Giorgio Celli, por ejemplo, dijo que mis lectores de antaño incluyeron seguramente las novelas del escritor simbolista Dmitri Merezhkovski, y me di cuenta de que tenía razón.
Como lector ordinario de El nombre de la rosa (dejando aparte la circunstancia de que yo soy el autor del libro), creo que el razonamiento de Helena Costiucovich no demuestra nada interesante. La búsqueda de un misterioso manuscrito y la destrucción de una biblioteca por el fuego son tópicos literarios muy comunes, y podría citar muchos otros libros que los usan. Praga se menciona al principio de la novela, pero si en lugar de Praga hubiera mencionado Budapest, habría sido lo mismo. Praga no desempeña un papel crucial en el relato.
Por cierto, cuando El nombre de la rosa se tradujo en cierto país del bloque del Este, mucho antes de la perestroika, el traductor me llamó y me dijo que la referencia que abre la novela a la invasión de Checoslovaquia por parte de Rusia podría causar problemas. Respondí que no aprobaba modificación alguna de mi texto, y que si lo censuraban de cualquier manera, pediría responsabilidades al editor. Luego, en broma, añadí: «Menciono Praga al principio porque es una de mis ciudades mágicas. Pero también me gusta Dublín. Ponga "Dublín" en lugar de "Praga". No hay ninguna diferencia». El traductor protestó: «¡Pero Dublín no fue invadida por los rusos!». Y yo repliqué: «No es culpa mía».
Finalmente, los nombres «Berengario» y «Berngardo» podrían ser una coincidencia. En cualquier caso, el Lector Modelo debe admitir que las cuatro coincidencias —manuscrito, incendio, Praga y Berengario— son interesantes. Y como Autor Empírico, no tengo derecho a hacer objeciones. A pesar de todo esto, recientemente di con una copia del texto francés de Henriot, y descubrí que el nombre del bibliotecario de su libro no es Berngardo, sino Bernhard, Bernhard Marr. Probablemente Costiucovich se basara en una edición rusa que contenía una transliteración errónea de ese nombre del cirílico. Así que al menos una de las curiosas coincidencias queda eliminada, y mi Lector Modelo puede relajarse un poco.
Pero Helena Costiucovich escribió algo más a la hora de fijar paralelismos entre mi libro y el de Henriot. Dijo que en la novela de Henriot, el codiciado manuscrito era la copia original de las memorias de Casanova. Y resulta que en mi novela hay un personaje secundario llamado Hugo de Newcastle (en el original italiano, Ugo di Novocastro). La conclusión de Costiucovich es que «solo pasando de un nombre a otro es posible concebir el nombre de la rosa».
Como Autor Empírico, podría decir que Hugo de Newcastle no es una invención mía, sino un personaje histórico mencionado en las fuentes medievales que utilicé: el episodio del encuentro entre la delegación franciscana y los representantes del Papa procede realmente de una crónica del siglo XIV. Pero no se puede esperar que el lector lo sepa, y mi reacción no puede ser tenida en cuenta. Sin embargo, pienso que sí tengo el derecho a expresar mi opinión como lector ordinario. En primer lugar, «Newcastle» no es una traducción de «Casanova», que si acaso debería traducirse por «New House» (etimológicamente hablando, el significado del nombre latino «Novocastro» es «Ciudad Nueva» o «Campamento Nuevo»). Así que «Newcastle» sugiere «Casanova» de la misma manera que podría sugerir «Newton».
Pero hay otros elementos que pueden demostrar textualmente que la hipótesis de Costiucovich es antieconómica. En primer lugar, Hugo de Newcastle aparece en la novela desempeñando un papel muy marginal, y no tiene nada que ver con la biblioteca. Si el texto quisiera sugerir una relación oportuna entre Hugo y la biblioteca (así como entre él y el manuscrito), hubiera tenido que decir algo más. Pero en el texto no hay ni una palabra de eso. En segundo lugar, Casanova fue —al menos, de acuerdo con el conocimiento enciclopédico culturalmente compartido— un amante profesional y un calavera, pero en la novela nada deja asomo de duda sobre la virtud de Hugo. En tercer lugar, no hay ningún vínculo evidente entre un manuscrito de Casanova y un manuscrito de Aristóteles, y la novela no alude en ninguna parte al libertinaje como una forma de comportamiento elogiable. Como Lector Modelo de mi propia novela, me veo con derecho a decir que esa búsqueda de una «conexión Casanova» no lleva a ninguna parte.
Una vez, en un debate, un lector me preguntó qué quise decir con la frase «La felicidad suprema reside en tener lo que se tiene». Me desconcertó, y afirmé que yo jamás habría escrito esa frase. Estaba seguro de ello, y por muchas razones. En primer lugar, no creo que la felicidad resida en tener lo que uno tiene; ni siquiera Snoopy se atribuiría semejante banalidad. En segundo lugar, es poco probable que un personaje medieval piense que la felicidad reside en tener lo que uno tiene, ya que en la forma de pensar de la Edad Media, la felicidad era un estado futuro que se alcanzaba por medio del sufrimiento en el presente. De modo que repetí que yo nunca habría escrito esa frase, y mi interlocutor me miró como si fuera incapaz de distinguir lo que yo mismo he escrito.
Más tarde me tropecé con la frase. Sale en El nombre de la rosa, en la descripción del éxtasis erótico de Adso en la cocina. Este episodio, como puede adivinar fácilmente hasta el más torpe de mis lectores, está elaborado a partir de citas del Cantar de los Cantares y de la mística medieval. En cualquier caso, incluso no estando identificadas las fuentes, el lector puede ver que esas páginas describen los sentimientos de un hombre joven después de su primera (y probablemente última) experiencia sexual. Si releemos la frase en su contexto (quiero decir, en el contexto de la novela, no necesariamente en el contexto de las fuentes medievales), encontramos: «¡Oh, Señor! Cuando el alma cae en éxtasis, la única virtud reside en amar lo que se ve (¿verdad?), la máxima felicidad reside en tener lo que se tiene». O sea, «la felicidad reside en tener lo que se tiene» no en general, en cualquier momento de la vida, sino solamente en el momento de la visión extática. Es este un caso en el que resulta innecesario conocer la intención del Autor Empírico: la intención del texto es evidente. Y si las palabras inglesas tienen un sentido convencional, el verdadero sentido del texto no es el sentido que ese lector —obedeciendo a algún impulso de su idiosincrasia— creyó que quería transmitir. Entre la intención inaccesible del autor y la discutible intención del lector existe también una transparente intención del texto que descarta interpretaciones sin sostén.
Disfruté leyendo un hermoso libro de Robert F. Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey on Literary Flora from Shakespeare to Eco (y espero que Shakespeare hubiera estado orgulloso de encontrar su nombre asociado al mío). Al hablar de los distintos vínculos que encontró entre mi rosa y todas las demás rosas de la literatura mundial, Fleissner dice algo bastante interesante: quiere hacer ver «cómo la rosa de Eco deriva deEl tratado naval de Doyle, que a su vez debe mucho a la admiración que Cuff siente por su flor en La piedra lunar»[14].
Pues bien, soy un adicto irredento a Wilkie Collins, pero no recuerdo (y tampoco lo recordé cuando escribía mi novela) que el personaje de Cuff tuviera una pasión por las rosas. Creo que he leído todo lo que escribió Arthur Conan Doyle, pero tengo que confesar que no recuerdo El tratado naval. Pero no importa: en mi novela hay tantas referencias explícitas a Sherlock Holmes que mi texto también puede sostener ese vínculo. Pero, a pesar de mi mente abierta, pienso que Fleissner sobreinterpreta cuando, al tratar de demostrar cuánto «eco» de la admiración de Holmes por las rosas hay en mi Guillermo, cita este pasaje de mi libro: «"Frangula", dijo de pronto Guillermo, inclinándose para observar una planta, que, como era invierno, reconoció por el arbusto. "La infusión de su corteza es buena"».
Es curioso que Fleissner corte su cita después de «buena». Tras una coma, mi texto continúa con «para las hemorroides». Sinceramente, creo que el Lector Modelo no está invitado a tomar «frangula» por una alusión a las rosas.
Giosuè Musca escribió un análisis crítico de El péndulo de Foucault que considero de los mejores que he leído en mi vida[15]. Ya desde el comienzo, admite haberse dejado corromper por el hábito de mis personajes de ir en búsqueda de analogías, y se pone a buscar relaciones. Señala de forma magistral muchas citas ocultas y analogías estilísticas que quise que fueran descubiertas; encuentra otras relaciones en las que yo no pensé, pero que suenan muy convincentes; y desempeña el papel de lector paranoico hallando relaciones que me asombran, pero que soy incapaz de desautorizar, incluso sabiendo que pueden distraer al lector. Por ejemplo, parece que el nombre del ordenador, Abulafía, junto con el nombre de tres de los principales personajes, Belbo, Casaubon y Diotallevi, se corresponden con las iniciales ABCD. No hace falta decir que hasta que terminé el manuscrito, el ordenador tenía un nombre distinto: los lectores podrían objetar que, inconscientemente, los cambié con el único fin de obtener una serie alfabética. Parece que a Jacopo Belbo le encanta el whisky, y sus iniciales son, y ya es raro, JB. No sirve de nada el reparo de que durante todo el proceso de escritura, su nombre no era Jacopo, sino Stefano, y que lo cambié por Jacopo en el último momento. No hay alusión alguna al whisky J&B.
Las únicas objeciones que puedo hacer a mi libro como Lector Modelo son 1) que la serie alfabética ABCD es textualmente irrelevante si los nombres del resto de personajes no alargan la cadena hasta X, Y y Z, y 2) que Belbo también toma martinis y, además, su leve adicción al alcohol no es su rasgo más importante.
En contraste con ello, no puedo discutir con mi lector cuando observa también que Cesare Pavese, un escritor al que amé y al que sigo amando, nació en un pueblo llamado Santo Stefano Belbo, y que mi Belbo, un melancólico piamontés, recuerda a Pavese. En efecto (aunque mi Lector Modelo se supone que no conoce este detalle), yo pasé mi infancia a las orillas del río Belbo, donde superé algunas de las pruebas que atribuyo a Jacopo Belbo. Es cierto que todo esto pasó hace mucho tiempo, antes de que yo empezara a conocer a Pavese, de modo que cambié el nombre original de Stefano Belbo por Jacopo Belbo precisamente para evitar una relación evidente con Pavese y Jacopo Belbo. Pero no era suficiente, y mi lector acertó al encontrar una relación entre Pavese y Jacopo Belbo. Probablemente, hubiera acertado igual si yo hubiera puesto a Belbo cualquier otro nombre.
Podría seguir con ejemplos de este tipo, pero me he decantado por mencionar solamente los que resultaban más elocuentes. He descartado otros casos, más complejos, porque me arriesgaba a adentrarme demasiado en asuntos de interpretación filosófica o estética. Espero que estarán ustedes de acuerdo en que he introducido al Autor Empírico en este juego solo para subrayar su irreíevancia y reafirmar los derechos del texto.
Sin embargo, a medida que me aproximo al final de mis observaciones, tengo la impresión de haber sido poco generoso con el Autor Empírico. Hay por lo menos un caso en que el testimonio del Autor Empírico cumple una función importante no tanto para permitir a los lectores entender mejor sus textos como para ayudarles a entender el impredecible devenir de todo proceso creativo. Comprender el proceso creativo significa también entender cómo ciertas soluciones textuales llegan por casualidad, o como resultado de mecanismos inconscientes. Eso nos ayuda a comprender la diferencia entre la estrategia del texto —un objeto lingüístico que los Lectores Modelo tienen ante sus ojos, posibilitándoles emitir juicios, independientemente de las intenciones del Autor Empírico— y la historia de la evolución de ese texto.
Algunos de los ejemplos que he ofrecido pueden funcionar en esa dirección. Permitan ahora que añada otros dos ejemplos curiosos, dotados de un rasgo especial: se refieren solamente a mi vida personal y carecen de un equivalente textual, detectable. En el negocio de la interpretación, son irrelevantes. Ilustran simplemente cómo un texto, que es un artefacto concebido para suscitar interpretaciones, acaba convirtiéndose a veces en un magma de origen profundo que no tiene nada que ver —o aún no lo tiene— con la literatura.
Primera historia. En El péndulo de Foucault, el joven Casaubon está enamorado de una chica brasileña llamada Amparo. Giosuè Musca encontró, burla burlando, una relación con el físico André-Marie Ampère, quien estudió la fuerza magnética entre las corrientes eléctricas. Demasiado astuto. No sé por qué escogí ese nombre. Me di cuenta de que no era un nombre brasileño, así que decidí escribir (en el capítulo 23) lo siguiente: «Nunca he entendido por qué esa descendiente de holandeses afincados en Recife y mezclados con indios y con negros sudaneses, con el rostro de una jamaicana y la cultura de una parisina, tenía un nombre español». En otras palabras, escogí el nombre de «Amparo» como si hubiera venido de fuera de mi novela.
Meses después de la publicación del libro, un amigo me preguntó: «¿Por qué "Amparo"? ¿No es el nombre de una montaña, o de una chica que está mirando una montaña?». Y a continuación, explicó: «Hay una canción, "Guajira Guantanamera", en la que sale algo como "Amparo"». Oh, Dios mío. Conocía muy bien esa canción, aunque no recordaba ni una palabra de la letra. La cantaba a mediados de los años cincuenta una chica de la que estuve entonces enamorado. Era latinoamericana, y muy hermosa. No era brasileña, ni marxista, ni negra ni histérica como Amparo; pero está claro que, al inventarme a la encantadora chica latinoamericana, pensé inconscientemente en esa otra imagen de mi juventud, cuando tenía la edad de Casaubon. Había pensado en esa canción, y de alguna manera el nombre de «Amparo», que había olvidado por completo, emigró de mi inconsciente a la página. Esta historia es completamente irrelevante para la interpretación de la novela. Por lo que se refiere al texto, Amparo es Amparo es Amparo es Amparo.
Segunda historia. Quienes han leído El nombre de la rosa saben que trata de un misterioso manuscrito, que esa obra perdida es el segundo libro de la Poética de Aristóteles, que sus páginas están impregnadas de veneno y que viene descrito (en el capítulo «Séptimo día. Noche») así: «Leyó en voz alta la primera página y después no siguió, como si no le interesase saber más. Hojeó rápidamente las otras páginas, hasta que de pronto encontró resistencia, porque en la parte superior del margen lateral, y a lo largo del borde, los folios estaban pegados unos con otros, como sucede cuando —al humedecerse y deteriorarse— la materia con que están hechos se convierte en una cola viscosa».
Escribí esas líneas a finales de 1979. En los años siguientes, y quizá porque tras publicarEl nombre de la rosa empecé a tratar más a menudo a bibliotecarios y coleccionistas de libros (y ciertamente porque tenía un poco más de dinero a mi disposición), me convertí en un coleccionista de libros raros. Había sucedido antes, en el transcurso de mi vida, que yo comprara algún libro viejo, pero lo había hecho por casualidad, y solamente si eran baratos. Solo en los últimos veinticinco años he sido un coleccionista serio de libros, y «serio» significa que uno tiene que consultar catálogos especializados y tiene que escribir, para cada libro, una ficha técnica, que incluya el cotejo, la información histórica sobre las ediciones previas y posteriores, y una descripción precisa del estado físico de la copia. Esta última tarea requiere una jerga técnica para especificar si el libro tiene manchas amarillentas o está amarronado, si presenta restos de humedad o está manchado, si tiene hojas con una capa acuática o almidonadas, márgenes recortados, borraduras, una encuadernación endurecida, juntas rozadas, etcétera.
Un día, hurgando en los estantes superiores de la librería de mi casa, encontré una copia de la Poética de Aristóteles anotada por Antonio Riccoboni, Padua, 1587. Lo había olvidado por completo. La cifra 1000 estaba escrita en lápiz en la guarda, y eso significaba que compré el libro en alguna parte por 1000 liras (hoy, unos setenta céntimos de dólar), probablemente en los años cincuenta. Mis catálogos decían que se trataba de una segunda edición, no excesivamente rara, y qué había una copia en el Museo Británico. Pero me gustaba tenerlo porque por lo visto era difícil de encontrar, y en cualquier caso un comentario de Riccoboni era menos conocido y se citaba menos que, digamos, los de Robortello o Castelvetro.
Así que empecé a escribir mí descripción. Copié la página del título y descubrí que la edición tenía un apéndice titulado «Ejusdem Ars Cómica ex Aristotele», que decía presentar el libro perdido de Aristóteles sobre la comedia. Evidentemente, Riccoboni había intentado reconstruir el segundo libro perdido de la Poética. No era ese, sin embargo, un empeño insólito, y continué completando la descripción física del volumen. Entonces tuve una experiencia similar a la de un tal Zasetsky, descrita por el neuropsicólogo soviético A. R. Luria[16]. Zasetsky perdió parte de su cerebro durante la Segunda Guerra Mundial, y con ello toda su memoria y su capacidad de hablar, aunque sí podía escribir. Su mano escribía automáticamente toda la información que él era incapaz de pensar, y paso a paso reconstruyó su propia identidad leyendo lo que había escrito.
De modo similar, yo contemplaba el libro de una manera fría y técnica, redactando mi descripción, cuando de repente me di cuenta de que estaba reescribiendo El nombre de la rosa. La única diferencia era que a partir de la página 120, cuando empieza la Ars Cómica, los márgenes inferiores estaban seriamente dañados, más que los superiores, pero el resto era el mismo. Las páginas, progresivamente amarronadas y manchadas de humedad, se pegaban en los bordes, y parecía que hubieran sido embadurnadas con una repugnante sustancia viscosa.
Tenía en mis manos, en forma impresa, el manuscrito que había descrito en mi novela. Lo había tenido durante años en una estantería de mi casa.
No fue una coincidencia extraordinaria, como tampoco un milagro. Compré el libro en mi juventud, le eché una ojeada, me di cuenta de que estaba muy manchado, lo puse en alguna parte y me olvidé de él. Pero, mediante una especie de cámara interna, yo había fotografiado esas páginas, y durante décadas la imagen de esas hojas venenosas se quedó en la parte más recóndita de mi alma, hasta el momento en que resurgió —no sé por qué—, y creí que había inventado el libro.
Esta historia, como la primera, no tiene nada que ver con una posible interpretación de El nombre de la rosa. La moraleja, si tiene alguna, es que la vida privada de los Autores Empíricos es, hasta cierto punto, incluso más insondable que sus textos. Entre la misteriosa historia de una creación textual y la incontrolable deriva de sus lecturas futuras, el texto qua texto no deja de representar una presencia reconfortante, un punto al que podemos agarrarnos con rapidez.

Notas 


[7] Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona, Ariel, 1979.

[8] Véase Jacques Derrida, «Signature Event Context» (1971), Glyph, I (1977), pp. 172-177, reimpreso en Derrida, Limited Inc., y John Searle, «Reiterating the Differences: A Reply to Derrida», Glyph, 1 (1977), pp. 198-208, reimpreso en Searle, The Construction of Social Reality, Nueva York, Free Press, 1995 (hay trad. cast.: La construcción de la realidad social, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997).
[9] Véase Philip L. Graham, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1964), pp. 13-14; Nathan Halper, «Notes on Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1965), pp. 15-16.
[10] Ruth von Phul, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (diciembre de 1965), pp. 14-15.
[11] Hay que observar, sin embargo, que en términos de cantidad silábica, la o de «Roma» es larga, de modo que el dáctilo inicial del hexámetro no funcionaría. «Rosa» es por lo tanto la lectura correcta.
[12] Umberto Eco, El péndulo de Foucault, Barcelona, Lumen. Traducción de R.P., revisada por Helena Lozano.
[13] Helena Costiucovich, «Umberto Eco: Imia Rosi», Sovriemiennaya hudoziestviennaya literatura za rubiezom, 5 (1982), pp. 101 y ss.
[14] Robert R Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey of Literary Flora from Shakespeare to Eco, West Cornwall (Reino Unido), Locust Hill Press, 1989, p. 139.
[15] Giosuè Musca, «La camicia del nesso» Quaderni Medievali, 27 (1989).
[16] A. R Luria, The Man with a Shattered World: The History of a Brain Wound, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1987 (hay trad. cast.: Mundo perdido y recuperado: historia deuna lesión, Oviedo, KRK, 2010).


Confesiones de un joven novelista
Título original: Confessions of a Young Novelist
Umberto Eco, 2011
Traducción: Guillem Sans Mora
Foto: UE en Milan © Ferdinando Scianna/Magnum Photos

Vida y obra: William Burroughs

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Es el autor de una de las obras más escatológicas, fantásticas e iconoclásticas de la literatura estadounidense. Fue una especie de hermano mayor de los grandes autores beat como Kerouac y Ginsberg. Sus obras más famosas, como "El almuerzo desnudo" y "Yonqui", son a la vez autobiográficas y oníricas.


I.Si le mostráramos a una persona joven de hoy una foto de William Burroughs (1914-1997) cuando tenía 50 o 60 años, y le preguntáramos '¿a qué le dedicó la vida este sujeto?', es probable que el joven diga que Burroughs fue un banquero o un contador. O, si fuera una persona más sensible, le miraría los ojos y el rostro a Burroughs y percibiría algún misterio, tal vez algo un poco siniestro. Podría adivinar entonces que Burroughs es un cirujano algo perverso o tal vez hasta un agente secreto de la FBI especializado en algún sórdido submundo delictivo.


Puede parecer frívolo comenzar este breve artículo biográfico de uno de los escritores más audaces, escatológicos y contraculturales de las letras estadounidenses (sus detractores dirían pornográfico e inmoral) fijándose en su apariencia. Pero no lo es. Es una primera clave para entender a Burroughs, que en algún momento durante su juventud, en México, fue conocido como "El hombre invisible". Burroughs es como un chamán disfrazado de banquero, robándole a Ted Hughes la frase que usó para describir a T.S. Eliot. Entonces, de las adivinanzas de nuestro hipotético joven la de "agente secreto" hubiera sido la más acertada. William Burroughs fue un especie de agente secreto: su obra es un informe sobre sus viajes en un mundo fantasmal y perverso donde la condición del hombre está definida por sus adicciones (tanto al poder como a las drogas) y donde nuestra especie está en proceso de mutación hacía otra forma poshumana.

Para ser más claros, vamos a citar unos ejemplos del mundo que Burroughs trajo a la luz de su colección de cuentos y bocetos autobiográficos coleccionados en el libro Interzone(1989):

"Cuando me convertí en el capitán del pueblo decidí dar asilo a ciertos ciudadanos que eran persona non grata en otros lugares del área por sus deformidades repugnantes e inquietantes.

Una se conocía como Ana del Culo Extra. Tenía un ano auxiliar en la mitad de su frente, como un funesto ojo de bronce. Otro era un escorpión desde el cuello para abajo. Había mantenido el atributo humano de la voz y fue dado a paroxismos de autopadecimiento y revulsión consigo mismo durante los cuales amenazaba con matarse picándose a sí mismo en el cuello. Nunca amenazaba a ninguna otra persona aunque su picadura le hubiera causado una muerte instantánea."

Lo grotesco nunca es gratuito en el mundo de Burroughs. Sus monstruos tienen un porqué. En el mismo libro, el álter ego de Burroughs, William Lee, escribe:

"Se me acaba el dinero. Tengo que liberarme del hábito [de la droga].

¿Qué estoy intentando hacer con lo que escribo? Esta novela es sobre transiciones, formas larvales, facultades telepáticas emergentes, intentos de controlar y asfixiar nuevas formas.

Siento que hay una espantosa nueva fuerza en el mundo como una enfermedad paulatina, que se desparrama como una plaga. Lugares más remotos del mundo parecen estar en mejores condiciones, porque no están tocados por la enfermedad. Control, burocracia, regimentación, estos son meramente síntomas de una enfermedad más profunda que ningún sistema político o económico puede tocar. ¿Qué es la enfermedad en sí misma?"

Y siempre, por más paranoico, desenfrenado o grotesco que parezca el mundo de Burroughs, toda su escritura está motivada por una búsqueda personal.

"¿Cuál fue el comienzo? Desde mi primera infancia había estado buscando un secreto, alguna clave con la cual podría acceder a un conocimiento básico y contestar algunas preguntas fundamentales. Pero exactamente lo que buscaba, o qué quería decir con conocimiento básico y preguntas fundamentales, me resultaba difícil definir. Perseguía un camino de pistas. Por ejemplo, el placer de las drogas para un adicto es el alivio del estado de la necesidad de drogas. Tal vez todo placer es alivio y podría ser expresado por una formula básica. El placer tendría que ser proporcional a la incomodidad o tensión del cual es un alivio".

II.

Burroughs nació en una familia acomodada de St. Louis, Missouri. Su abuelo había sido el inventor del Burroughs Adding Machine, una de las primeras calculadoras comerciales. Tras una infancia y niñez sin grandes sobresaltos, aunque con el claro despertar de su homosexualidad, luego asistió a la universidad de Harvard, donde estudió literatura porque no había otra cosa que le llamara la atención. Tras recibirse, comenzó un camino aleatorio hacia la escritura: pasaría por varias ocupaciones como estudiante de medicina en Viena, fumigador en Chicago, y un fracasado intento de ser soldado y luchar en la Segunda Guerra Mundial. Durante todo este tiempo, y por las primeras décadas de su vida como adulto, recibía un mensualidad de sus padres de 200 dólares. Más que suficiente, en esa época, para poder vivir sin preocuparse por establecerse en una profesión, pero no tanto como para poder convertirse en un dandy absoluto.

A principios de los años 40 Burroughs vivía en Manhattan y conoció a Jack Kerouac y Allan Ginsberg, entre otros, y se convirtió en el hermano mayor del movimiento Beat (en la novela En el camino de Kerouac, Burroughs figura como el personaje Old Bull Lee). Burroughs era unos cinco años mayor que sus amigos y aunque los alentaba en sus ambiciones poéticas y novelísticas, él aun no pensaba en sí mismo como escritor. Por el contrario, entró deliberadamente en un submundo semi-delictivo y se hizo adicto a la heroína, conocida en toda su obra como: Junk.

Burroughs ha dicho que el evento que lo convirtió en escritor fue el asesinato accidental de su esposa Joan Vollmer. La leyenda cuenta que estaba en México jugando con ella a Guillermo Tell, pero Burroughs ha desmentido esta versión en varias ocasiones diciendo que estaba meramente limpiando su arma cuando se descargó accidentalmente, matando a Vollmer (con quien Burroughs tenía un hijo). Sea como fuera, lo que Burroughs dijo en varias ocasiones --tanto en entrevistas, como en su escritura-- es que en ese momento fue poseído por un espíritu maléfico. Y que a partir de ese momento su escritura fue un intento de exorcizar ese demonio.

Los primeros libros de Burroughs fueron novelizaciones realistas de sus experiencias. EnJunky, su primera novela, cuenta casi a la manera del realismo sucio, sus experiencias como adicto. Ésta fue publicada en 1953 bajo el seudónimo de William Lee en un sello clase B y con el subtítulo (no de Burroughs) "Confesiones de un adicto a la droga sin redimir". Su novela Queer, escrita a principios de los 50, no fue publicada hasta 1985 por la franqueza con la que retrata los intensos deseos homosexuales de su alter-ego William Lee en la ciudad de México en los años 40.

Burroughs, tras la muerte de Vollmer, dejó a su hijo --también llamado William-- a cargo de sus padres y comenzó un peregrinaje (un paseo inmoral, como diría Gustavo Cerati, por México, Tánger y Londres).

La gran novela de Burroughs --su Moby Dick, su Ulises-- es Naked Lunch o El almuerzo desnudo. Publicada en 1959, cuando Burroughs tenía 45 años, es una narración fragmentaria que está basada en la vida de adicto del autor en México y Tánger.

Sobre escribir esta novela Burroughs dijo: "estuve cagando mi historia educada estadounidense de una vez por todas. Era un catarsis, donde digo las cosas más horripilantes que me pueda imaginar..."

Su amigo Jack Kerouac no solo le tipeó el manuscrito de centenares de páginas sueltas que había escrito en Tánger, sino que también le dio el título. Burroughs explicó: "El título significa exactamente lo que dice: almuerzo desnudo, un momento congelado en el cual cada persona ve lo que está en la punta de cada tenedor".

El libro fue prohibido en Boston por ser obsceno pero en un fallo de la corte suprema del estado de Massachusetts, en 1966, esta prohibición fue revertida en un jucio en Boston mismo. Norman Mailer, declarando a favor de Burroughs dijo:

"William Burroughs es, en mi opinión --más allá de su intención conciente-- un escritor religioso. Hay una sensación en El almuerzo desnudo de la destrucción de un alma que es mucho más intensa que cualquiera que he encontrado en cualquier otra novela moderna. Es una visión sobre cómo funcionaría la humanidad si estuviera totalmente divorciada de la eternidad..."

Tras El almuerzo desnudo, Burroughs comenzó a escribir con la ayuda de un procedimiento llamado la técnica cut-up que inventó junto con su amigo, el pintor Brion Gysin. Consiste en cortar textos y crear combinaciones aleatorias para descubrir nuevas intuiciones. En sus últimas obras literarias --son una trilogía de novelas que combinan el género de Western y de piratas con las más descabelladas aventuras sexuales y viajes por el tiempo-- abandona la técnica cut-up. Sin embargo, nunca descansó como artista: su última aventura creativa fue la pintura. Creaba cuadros parecidos a los del expresionismo abstracto pegando tiros con una escopeta a tarros de pintura delante de una madera. Y por fin se convirtió en una especie de Santo Secular para cierto grupo de artistas como Patti Smith, Laurie Anderson y Kurt Cobain, que grabó un disco con Burroughs, donde el escritor lee un cuento sobre un cura heroinómano y Cobain improvisa ruido en su guitarra eléctrica.

III.

Burroghs pertenece al tipo de escritores que escriben bien porque no tienen otra opción. Dijo de su vocación:

"Hasta la edad de 35, cunado escribí Junky, tenía un particular aborrecimiento hacia la escritura, por mis pensamientos y sentimientos puestos sobre un papel. Ocasionalmente escribía unas frases y luego paraba, abrumado por el asco y algún tipo de horror. En el presente, escribir me resulta una necesidad absoluta y al mismo tiempo tengo la sensación de que mi talento se ha perdido y no lograré nada. Una sensación como el conocimiento del cuerpo de su propia enfermedad que la mente intenta evadir o negar".

Concluimos esta fragmentaria introducción a Burroughs con las palabras de la escritora inglesa Angela Carter:

"El proyecto de Burroughs es hacer frenar el tiempo por un rato. Es una tarea dada más a la religión que a la literatura, y hay formas en las cuales el trabajo de Burroughs de hecho se parece al de otro William, el Blake de la mitología elaborada en los Libros Proféticos. Aunque se tiene que decir que Burroughs es mucho más gracioso"

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La mano esclava oculta en el tomate

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Explotación laboral. Según Wolf, la industria alimenticia de EE.UU. genera conflictos e injusticias en el trato a sus empleados que van desde salarios bajos hasta condiciones lamentables de trabajo.

POR NAOMI WOLF

ACTIVISTA POLITICA Y CRITICA SOCIAL. SU ULTIMO LIBRO ES “VAGINA: A NEW BIOGRAPHY”.


Es probable que la última hamburguesa que comió en un restaurante de comidas rápidas a usted no le haya costado prácticamente nada. Pero ¿cuánto le costó la rodaja de tomate que había en esa hamburguesa al trabajador que la hizo llegar hasta ahí? En casi todas partes del mundo –incluido EE.UU.– ese costo puede llegar a ser escandalosamente alto.
Los salarios pasmosos son sólo el comienzo. En Florida, los recolectores de tomate ganan un promedio de US$ 0,50 por cada balde de 14,5 kilogramos. Un trabajador que cosecha todo el día gana con suerte US$ 10.500 anuales quedando debajo de la línea de pobreza.
Siguen luego las alarmantes violaciones a los derechos humanos. En México, las autoridades liberaron recientemente a casi 300 personas, entre éstas 39 adolescentes, que eran mantenidas “en condiciones similares a la esclavitud en un campamento donde se clasifican tomates y se los envasa para exportación”. Las autoridades federales estadounidenses definieron a los campos de tomates de Florida como “la zona cero de la esclavitud actual”. Los abusos a los que son sometidos allí los trabajadores agrícolas por los intereses de la agroindustria han sido graves y sistemáticos.
Cabe señalar aquí la Campaña para una Comida Justa –una lucha por mejores salarios y condiciones que los recolectores de tomate en Florida y sus aliados han librado y en gran medida ganado. Su esfuerzo no sólo pone en evidencia los obstáculos que enfrentan las organizaciones de trabajadores en una época de subcontratación y cadenas de alimentos globales, sino que también podría servir como modelo para los trabajadores de otros sectores.
Durante muchos años, la industria del tomate en Florida dependió de trabajadores blancos y afro-estadounidenses pobres. Actualmente, depende de jornaleros con bajos salarios de Haití, México, Guatemala y otros países de América Central –un cambio que debe mucho a dos decenios de liberalización del comercio. Políticas como el Tratado de Libre-Comercio de América del Norte (TLCAN) permitieron a las multinacionales vender producción barata en México y otros países a precios más bajos que los agricultores locales y desalojar a millones de personas de sus tierras. En busca de empleo, muchos migraron a los EE.UU. donde, como trabajadores desprotegidos, fueron a trabajar para las mismas multinacionales.
Pero la globalización ahora está afectando la táctica que eligieron los trabajadores rurales. Como señala Jake Ratner, un joven activista que trabaja para Just Harvest USA, las corporaciones globales suelen estar al margen de tácticas tradicionales como los boicots. Por ello, los jornaleros rurales y sus aliados han elegido una metodología novedosa de “eliminación de marca” que ataca la imagen pública de las empresas –y eso ha atraído la atención de los encargados de tomar las decisiones en lo alto de la jerarquía alimentaria global.
El programa de Campaña para una Comida Justa se propone persuadir a todos los grandes compradores de tomates de adherir al Programa por una Comida Justa (FFP es su sigla en inglés) que, por un pequeño recargo –un penique por libra (453 gramos)– cambia considerablemente las vidas de los trabajadores y sus familias. Según FFP, los trabajadores que cobraban US$ 0,50 centavos por balde de 14,5 kilos (precio que no aumentó en más de 30 años) reciben US$ 0,82 –o sea un incremento de 64%. Una tercera organización, el Consejo de Normas para una Comida Justa monitorea el sector para verificar que se cumplan las normas vinculadas a los salarios y los derechos humanos.
Antes del lanzamiento del FFP en noviembre de 2010, la poderosa industria del tomate en Florida se había resistido a aumentar el precio por balde o a adherir a los códigos de conducta para proteger a los trabajadores de los abusos. Esto cambió cuando los activistas empezaron a acosar a las corporaciones multinacionales en lo alto de la pirámide y no a los productores (que en la actualidad son simplemente intermediarios aplastados por las empresas globales). A raíz de esto, once de las corporaciones alimentarias globales más grandes que compran sus tomates a los productores de Florida –como McDonald’s, Taco Bell y Burger King– y cadenas de supermercados como Whole Foods y Trader Joe’s adoptaron el FFP.
El FFP no solamente elevó los salarios de los trabajadores. Una línea confidencial para denuncias permite a los trabajadores informar sobre violaciones a los derechos humanos; desde 2011 se han recibido más de 300 llamadas (todas fueron investigadas y la gran mayoría se resolvió).
Asimismo, antes del FFP, los trabajadores del tomate en Florida debían levantarse entre las tres y las cuatro de la mañana para tomar autobuses y llegar a los campos en el momento en que entraban las órdenes. Pero no se les permitía comenzar a cosechar hasta 2-3 horas más tarde, cuando el rocío en las plantas se secaba –un tiempo por el que no se les pagaba nada. Ahora, con la introducción de los relojes obligatorios del FFP, los trabajadores pueden fichar y registrar sus horas de trabajo, garantizando que por lo menos recibirán el salario mínimo del Estado. De ahí que a los productores ya no les convenga que empiecen tan temprano, lo cual les da más horas de sueño –y pueden desayunar con sus familias.
Sin estos programas, la presión de las multinacionales subsiste. Al hacer uso de su enorme poder adquisitivo, las grandes corporaciones alimenticias multinacionales empujan los precios para abajo, lo cual no sólo empobrece a los trabajadores rurales, sino que también erosiona los beneficios de los productores que los emplean. Mientras tanto, la disgregación y la “des-intermediación” de las corporaciones globales permiten que éstas creen barreras formales gracias a las cuales los directivos no ven nunca a sus propios trabajadores (y productores), ni hablar de verse influenciados por ellos.
Viví esto directamente cuando me sumé a una protesta organizada por la Coalición de trabajadores de Immokalee contra el punto de venta de comidas rápidas de Wendy’s en Union Square, Nueva York. (Cuatro de las cinco corporaciones de comidas rápidas han adherido al FFP, Wendy’s quedó afuera.) Mencionando la política de la empresa, los gerentes de Wendy’s se negaron a aceptar una carta donde los manifestantes solicitaban a la empresa que adhiriera al FFP y les dieron el número del portavoz empresarial de Wendy’s. Los activistas dicen que el resultado de llamar a ese número es obtener un modelo de comunicado formal y que nadie habla nunca con ellos directamente.
De todas maneras, la campaña de FFP puede a la larga conseguir que Wendy’s firme –logrando que la rodaja de tomate sea un poco más sabrosa para los clientes con conciencia. Quizá más importante aún, desarrollar una coalición de trabajadores, clientes, y activistas aliados para ejercer presión arriba podría representar un modelo de cambio positivo para los trabajadores en las industrias globalizadas de India, Bangladesh, China y otros lugares.
© Project Syndicate. Traducción de Cristina Sardoy

La temprana muerte, David Foster Wallace

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David Foster Wallace

En cuerpo y en lo otro / Todas las...

Con su temprana muerte, David Foster Wallace (1962-2008) se ha convertido, tristemente, en un mito de la literatura contemporánea, sólo comparable a otro fenómeno de alcance global, Roberto Bolaño, con el que comparte la cúspide del martirologio postmoderno. No obstante, tienen muy poco en común. Roberto Bolaño fue un autodidacta nato; Foster Wallace, el producto de la más elitista cultura universitaria norteamericana. La vida de Bolaño puede verse como una lucha contra las circunstancias familiares, sociales e históricas para convertirse en el gran escritor que llegó a ser; Foster Wallace poseyó un enorme talento natural y, además, triunfó casi desde el principio de su carrera. 


Su segunda novela, la monumental La broma infinita –que ocultaba bajo una fina capa de ciencia-ficción blanda y sátira social una negrísima reflexión sobre la adición a las adicciones y la insustancialidad del mundo contemporáneo-, obtuvo un recibimiento apoteósico, igual que su primer –y bastante extraordinario- libro de relatos, La niña del pelo raro. Su estatus de gran promesa de las letras norteamericanas quedó confirmado con otro libro magnífico, y quizás el más influyente e imitado de toda su obra, Algo supuestamente divertido que jamás volveré a hacer. En ese libro hallábamos ensayos sobre la influencia de los medios audiovisuales en la narrativa, descacharrantes reportajes en los escenarios más variados –el rodaje de la última película de David Lynch, una feria estatal en el corazón rural de Norteamérica, un crucero por el Caribe- y una constante preocupación por la cultura alta baja de su país, por la televisión, la política, los deportes, el porno o, incluso, los hábitos alimenticios. Todo unificado por la maravillosa, exhaustiva, detallista, erúdita e inimitable (y a pesar de ello imitada por sus seguidores) prosa de Wallace, y por una perspectiva irónica, pero a la vez llena de compasión y, lo más importante, profundamente moral. El David Foster Wallace-escritor parecía decidido a convertirse en un intelectual en el centro de los debates culturales de su tiempo, en un auténtico clásico vivo, pero lo que no sabíamos y ahora nos descubre la recién publicada biografía de D. T. Max, Todas las historias de amor son historias de fantasmas es que, mientras tanto, el David Foster Wallace-persona se iba hundiendo progresivamente en un marasmo depresivo que, finalmente, lo conduciría al suicidio. 
En el libro de Max conocemos a otro Foster Wallace: solitario, pero constantemente necesitado de compañía, mujeriego compulsivo, adicto –como muchos de sus personajes- a los antidepresivos, tentado más que por la muerte por el deseo de anulación y la desesperanza. Si Roberto Bolaño luchó hasta el fin de sus días para completar su obra con un texto que lo justificara, por terminar su novela póstuma, 2666David Foster Wallace murió porque no halló ni en la literatura, ni en ninguna otra parte, un sentido a su existencia. 

Junto a la biografía, no llega la inevitable recuperación de textos inéditos o, al menos, nunca compilados, En cuerpo y en lo otro. Como suele suceder en estos casos, el libro resulta interesante sobre todo para aquellos lectores avezados en la obra de Foster Wallace y que no se resignan a no leer jamás ningún otro texto firmado por él, Hallamos un par de artículos seminales sobre la narrativa norteamericana de los ochenta, la representación literarias de las matemáticas avanzadas en varias novelas recientes o sobre el tenis, que como todo fosterwallaniano sabe, fue una de las grandes pasiones del escritor, pero en modo alguno comparables a los que ya hemos leído en sus libros anteriores. El mejor ensayo del conjunto es la larga, densa y apasionada crítica de la novela experimental de David MarksonLa amante de Wittgenstein; un ensayo, este si, tan magistral que, aunque carezcamos de interés por la filosofía analítica o no hayamos leído la obra que le sirve de marco, acaba siendo uno de esos (de los muchos) textos de David Foster Wallace que sus lectores consideramos imprescindibles. Y aunque en conjunto En cuerpo y en lo otro sea un libro débil y desigual, pero es un libro en el que las obsesiones de uno de nuestros autores favoritos – la lógica, la influencia de los medios, los deportes, la moral- nos siguen iluminando.

http://www.notodo.com/libros/ensayo/5161_david_foster_wallace_en_cuerpo_y_en_lo_otro__todas_las.html

“Las élites saben la verdad sobre el asesinato de JFK, pero los medios se la callan”

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"ROBERT ESPERABA LLEGAR AL PODER PARA HABLAR"
John Fitzgerald Kennedy

David Talbot tenía 16 años y trabajaba como voluntario para la campaña de Robert Kennedy la noche en que éste fue alcanzado por ocho balas de calibre 22. Para Talbot, periodista de éxito (trabajó en The New York Times, colaboró con Rolling Stone y New Yorker, y fue fundador y editor de la revistaSalonaquel momento supuso, como para tantos otros estadounidenses, el fin de la esperanza en el futuro de su país. Con su excelente La conspiración (cuyo título original es Brothers), la obra que la editorial Crítica vuelve a poner en el mercado con motivo del 50 aniversario del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, Talbot trató de recomponer la confianza perdida buscando respuestas desde una nueva perspectiva. El libro repara especialmente en la figura de Robert, su hermano y más fiel seguidor, para construir una memoria sentimental y política de una época que marcó de modo definitivo el resto del siglo XX.
La conspiración es, ante todo,  una tragedia griega llena de afectos, intrigas y malvados, cuyto telón de fondo es el de las vidas del ciudadano medio de Occidente.  El Confidencial habló extensamente con David Talbot, quien arroja luz en la conversación sobre los años que van desde el inicio de la presidencia de JFK hasta el asesinato de Robert.
E.C. Ha definido La conspiración como un drama épico americano. Y hay mucho de gran tragedia, porque es la historia de dos hermanos provenientes de la élite que quisieron transformar el mundo, se enfrentaron a las fuerzas que impedían el cambio y acabaron asesinados.
D.T. Sí, Brothers da la verdadera medida del valor de los hermanos Kennedy. A los medios de EEUU les gusta centrarse principalmente en el aspecto físico y en el estilo de la familia mucho más que en la parte más valiente de los Kennedy. La verdadera razón por la que hay que recordar a John F. Kennedy y a su hermano Robert, quien fue su principal compañero político, es quesacrificaron sus vidas para hacer que la historia avanzase. Los dos grandes problemas a los que se enfrentaba Estados Unidos cuando John asume la presidencia en 1961 eran la supervivencia humana en la era nuclear y el creciente clamor por la justicia racial. Los Kennedy lograron que se avanzase enormemente en esas dos cuestiones esenciales y, al hacerlo, se enfrentaron contra el poderoso establishment de seguridad nacional de EE.UU. que estaba decidido a tener un enfrentamiento nuclear con la Unión Soviética, a pesar de las enormes pérdidas de vidas humanas que se habrían derivado de ello. Los Kennedy también desafiaron al ala sureña de su propio partido y al racismo arraigado en el sur estadounidense. Hay que tener en cuenta que JFK envió agentes federales y soldados del Ejército de Estados Unidos a la Universidad de Mississipp,i en una noche infernal de disturbios y violencia, para obligar a la universidad a admitir a su primer estudiante negro y tuvieron que pagar un precio terrible por ello en forma de profundos resentimientos.
La posición de Robert fue peculiar, porque sospechaba que la muerte de su hermano no la había causado un francotirador solitario, pero tampoco podía investigar a fondo para saber qué había ocurrido y menos aún proclamar sus dudas. Tuvo que soportar mucho dolor, y mucho miedo, mientras planificaba los movimientos estratégicos que le podrían llevar al poder de nuevo.
Sí, Robert Kennedy fue sometido a una prueba agónica tras el asesinato de su hermano. RFK fue uno de los investigadores más experimentados de los Estados Unidos, cuya destreza adquirió en la lucha contra la Mafia que llevó a cabo cuando fue un joven asesor del Senado y que prosiguió como Fiscal General, una vez que su hermano alcanzó el poder. Robert Kennedy también se enfrentó con la CIA, que a su juicio no era lo suficientemente leal al presidente Kennedy.
Robert sabía que iba a tener que esperar a regresar al poder para investigar a fondo la muerte de su hermano
En 1962, Robert estaba profundamente alarmado al descubrir que estas dos fuerzas clandestinas, la CIA y la Mafia, habían planeado un complot para asesinar a Fidel Castro. Cuando Robert Kennedy escuchó la trágica noticia de la muerte de su hermano el 22 de noviembre de 1963,inmediatamente sospechó que esta peligrosa alianza entre la CIA y la Mafia se había vuelto contra JFK. Pero el nuevo presidente en la Casa Blanca, Lyndon Johnson, odiaba al joven Kennedy, y la Comisión Warren, designada por el presidente Johnson para investigar el asesinato de JFK, fue dirigida por enemigos de los Kennedy. Así que Robert sabía que iba a tener que esperar a regresar al poder para investigar a fondo la muerte de su hermano. Esa es una de las razones por las que RFK decidió postularse a la presidencia en 1968.

Robert y John F. Kennedy en 1959. (Corbis)Robert y John F. Kennedy en 1959. (Corbis)
Robert tenía la sospecha de que después de su hermano, vendría él, que su persona constituía un problema pendiente. Usted asegura que un aspecto importante de la operación contra JFK era lograr inmovilizar a Robert.
El complot contra JFK fue orquestado por expertos y tenía todas las características de una operación de inteligencia sofisticada. Tan pronto como Robert se enteró de la muerte de su hermano, supo que se estaba enfrentado a un enemigo poderoso. Y sabía que no podía confiar en las agencias de seguridad que habían traicionado a su hermano,  la CIA , el FBI o el Servicio Secreto. Así, en la tarde del 22 de noviembre 1963, la casa de RFK en McLean, Virginia, fue rodeada por US Marshals partidarios de Kennedy, figuras pertenecientes a un departamento menor del gobierno federal. Los US Marshals estaban dirigidos entonces por un duro neoyorquino de origen irlandés en quien la familia Kennedy confiaba. Este es un momento sumamente dramático en la historia de  EEUU, con el gobierno violentamente fracturado y con el Fiscal General y el hermano del presidente rodeado de protección porque le podían matar y no sabía quién, si la CIA o los sicarios de la Mafia.
¿Qué le parecen las versiones que insisten en que fue Lee Harvey Oswald el autor del asesinato, instigado por Castro? ¿Por qué surgen ahora tantos anti-Kennedy?
Los rumores y las acusaciones que vinculan a Harvey Oswald con Fidel Castro comenzaron inmediatamente después del asesinato de JFK, y esta campaña de desinformación está vinculada a fuentes de la CIA. De hecho, el último libro encargado de vender esta mentira, Secretos de Castro, de Brian Latell, fue escrito por un exoficial de la CIA. No hay nada de cierto en esta acusación, una conclusión a la que incluso llegó la Comisión Warren, y que fue ratificada por investigaciones posteriores. Castro sabía que atentar contra el Presidente de Estados Unidos equivalía a suicidarse y ciertamente el líder cubano no era un estúpido. Pero además, a pesar de las hostilidades que el presidente Eisenhower y la CIA habían iniciado contra el régimen de Castro, en los últimos meses de su presidencia, JFK había abierto canales diplomáticos secretos con La Habana con vistas a diseñar una solución pacífica. Castro, de hecho, se quedó muy abatido al enterarse de la muerte de Kennedy, ya que se dio cuenta al instante de que eso "iba a cambiarlo todo”.
Llama la atención la convicción absoluta de Robert en que no habían sido los comunistas. De hecho, mandó un emisario a Moscú para comunicarles que sabía que ellos no habían sido, ¿no?
El mensaje que Robert mandó a la URSS, explicando que no culpaba a Moscú del asesinato, revela la escasa confianza que tenía en su propio gobierno
Robert se dio cuenta inmediatamente de ese trabajo de desinformación que intentaba hacer de Oswald un agente comunista. Y se lo comunicó a Moscú a través de un amigo de confianza, muy cercano a la familia, llamado Bill Walton. En los días posteriores al asesinato de JFK, cuando estos rumores sobre Oswald se propagaban masivamente a través de los medios de EEUU, Robert y Jacqueline Kennedy, la viuda de JFK, pidieron a Walton que llevase un mensaje a los funcionarios soviéticos trasladándoles que ellos no culpaban a Moscú del asesinato y que sospechaban que el presidente había sido víctima de una conspiración en el más alto nivel de EEUU. Se trata de un mensaje muy peculiar para enviarlo a Moscú durante la Guerra Fría, y revela de modo inequívoco la escasa confianza que Robert Kennedy tenía en su propio gobierno.

¿Menospreciaron los Kennedy las fuerzas a las que se enfrentaban? Porque parece evidente que cuando tu enemigo es J. Edgar Hoover, va a haber problemas seguro. O cuando lo es alguien como Curtis LeMay, un militar que, según cuenta, fue capaz de decirle a la esposa de un senador que la guerra con la Unión Soviética era inevitable, que la mayoría de las ciudades estadounidenses acabarían destruidas y que lo mejor que podía hacer era huir a una zona despoblada.
Es cierto que los Kennedy, a causa de su riqueza, sus privilegios y su ambición, tenían demasiada fe en su capacidad de transformar la estructura de poder de Washington. Ellos no valoraron plenamente el poder de hombres como el jefe de la Fuerza Aérea Curtis LeMay (a quien JFK consideraba un belicista fuera de control), el director del FBI J. Edgar Hoover, y el legendario director de la CIA Allen Dulles. Cuando JFK despidió a Dulles, después de la desastrosa invasión de Bahía Cochinos en 1961, se ganó un enemigo peligroso. Dulles estaba en el centro de lo que el profesor Peter Dale Scott ha llamado "política profunda" (Deep politics) esa red oculta de intereses poderosos que manipulan las acciones oficiales desde bastidores. Cuando fue expulsado de la CIA, Dulles siguió trabajando como si estuviera todavía en el poder, convirtiendo su casa en el barrio de Georgetown de Washington en el centro de un gobierno en el exilio contra Kennedy. Entre los muchos agentes de la CIA que fueron a visitar a Dulles o que se comunicaron con él estaban James AngletonRichard HelmsHoward Hunt y William Harvey, todos ellos conectados, según los investigadores, con el asesinato del presidente Kennedy y su posterior encubrimiento.
El periodista David Talbot, a la derecha, charlando con Bill Clinton. El periodista David Talbot, a la derecha, charlando con Bill Clinton.
¿Esa lucha entre el poder político y los poderes que, sintetizados en lo que se llamó el “complejo militar-industrial”, pretendían dirigir de facto los países, sigue existiendo? ¿Es tan complicado llevar adelante las decisiones de los políticos, como entonces?
Todos los presidentes desde Kennedy han sabido lo peligroso que resultaría hacer frente a los pilares del poder de EEUU, como Wall Street, la industria de la energía y el complejo de seguridad nacional
El "complejo militar-industrial", acerca del cual el presidente Eisenhower advirtió a Estados Unidos cuando dejó la Casa Blanca en 1961, ha crecido hasta dominar toda la economía de EEUU. Nuestro país ha sido una sociedad militarizada desde la Segunda Guerra Mundial, con la Guerra Fría y ahora la Guerra contra el Terror como los motores que impulsan las empresas estadounidenses. JFK fue el último presidente en desafiar a esta enorme fuerza y pagó con su vida. Todos los presidentes desde Kennedy han sabido lo peligroso que resultaría hacer frente a los pilares del poder de EEUU, como Wall Street, la industria de la energía y el complejo de seguridad nacional. La administración Bush-Cheneyera una criatura que pertenecía por completo a este complejo, que se nutre de la guerra y la expoliación planetaria. El presidente Obama llegó al poder ofreciendo una visión más optimista de América y de su lugar en el mundo, pero ha presidido el periodo de mayor crecimiento del estado de vigilancia masiva.

Los asesinatos de los hermanos Kennedy fueron algo traumático. Generaron mucha desconfianza, especialmente entre las élites, por lo que tenía de aviso para navegantes.
El asesinato descarado del presidente Kennedy, a plena luz del día en las calles de una ciudad de Estados Unidos, envió un mensaje escalofriante a la élite de EEUU. Los líderes políticos como Lyndon Johnson y Richard Nixoninmediatamente se dieron cuenta de que JFK fue víctima de una poderosa conspiración y hablaban entre ellos en voz baja entre ellos acerca de las consecuencias de este crimen, mientras aseguraban al público que Oswald había actuado solo y que el caso estaba cerrado. Los medios de EEUU, incluyendo amigos cercanos de JFK como el editor del Washington Post Ben Bradlee,  también estaban preocupados en privado acerca de la existencia de una conspiración, pero no hacían nada para investigar el crimen y promovían el mito del francotirador solitario. Ningún miembro de las élites políticas o de los medios de comunicación de EEUU estaba dispuesto a arriesgar su carrera (o su vida) abriendo la puerta de este oscuro túnel. A excepción de Robert Kennedy, que corrió la misma suerte que su hermano.
También fue traumático para el ciudadano, que vio cómo la máxima autoridad de su país podía morir asesinada sin mayor problema. En este sentido, ¿en qué cambiaron los asesinatos de los hermanos Kennedy los EEUU?
El asesinato de JFK traumatizó a toda una generación de estadounidenses.Desde Dallas, las encuestas han mostrado que la mayoría de la población de EEUU ha tendido a rechazar la versión oficial de los hechos. Esto no sólo condujo a una constante erosión de la confianza pública en la autoridad del gobierno y de los medios sino que también dio lugar a un creciente malestar cívico que percibe que la democracia de EEUU es una farsa y que el poder real está en manos de una élite despiadada dispuesta a hacer cualquier cosa para mantener su estatus privilegiado.
Desde Vietnam EEUU ha estado en un constante estado de guerra virtual
El asesinato de los hermanos Kennedy, y de otros líderes visionarios como Martin Luther King Jr., nos privó a los americanos de una confianza esencial en nuestro futuro. Sus muertes llevaron a la guerra de Vietnam y a conflictos cívicos y, a largo plazo, a una polarización cada vez mayor entre los súper ricos y los súper poderosos y el resto de nosotros. También dio lugar a un estado de guerra permanente y a la vigilancia a lo Gran Hermano. Desde Vietnam, EEUU ha estado en un constante estado de guerra virtual.

John y Robert Kennedy en una imagen que ilustra la portada de 'La conspiración'. John y Robert Kennedy en una imagen que ilustra la portada de 'La conspiración'.
Es curioso, porque todo el mundo sabe que la tesis de que fue Lee Harvey tiene demasiadas lagunas. La gente de la calle lo sabe, y la élite lo sabe, pero los medios suelen ser muy escépticos respecto de otra explicación que no sea la de que Lee Harvey Oswald fue el autor de todos los disparos. ¿Por qué?
Es correcto decir que la “calle” de Estados Unidos no se cree el mito de Oswald, lo cual dice mucho del estadounidense medio, que ha sido objeto de enormes lavados de cerebro sobre el asesinato y el verdadero legado de JFK. Este lavado de cerebro a través de los medios ha alcanzado un nivel enorme de ignorancia en el 50 aniversario de la muerte de JFK. A pesar de que altos funcionarios como el secretario de Estado John Kerry se atrevieron a expresar sus dudas sobre el mito Oswald, los principales medios de comunicación no han permitido ningún debate serio sobre la posibilidad de la conspiración de Dallas. Este “apagón” de las opiniones discrepantes es muy similar al control absoluto de la conciencia pública que se ve en las sociedades totalitarias.
Los medios corporativos en los Estados Unidos trabajan bajo muchos tabúes oficiales. Esto se hace evidente cada vez que una crisis como el caso deEdward Snowden tiene que aparecer en los medios. En estas circunstancias, cuando la viabilidad del estado de seguridad nacional de EEUU está en juego, incluso los periódicos liberales como el New York Times se apresuran a reforzar la confianza del público en los mitos oficiales. El New York Timesabrazó rápidamente el Informe Warren en 1964 ¡antes de que el informe se hubiera finalizado!
Cuando la historia finalmente promulgue su sentencia acerca del monumental crimen contra la democracia que tuvo lugar en Dallas, los miembros del cuarto poder serán seguro condenados por su vergonzosa actuación.
Está trabajando en un documental acerca de La conspiración y dirige ahora una nueva empresa tras abandonar el periodismo diario. ¿Cree que una revista como Salon, que usted dirigió, es hoy más importante que nunca o, por el contrario, cree que ya no tiene sentido? ¿Cree que el periodismo ya no puede dar cobijo a buenas historias, que sólo se pueden contar a través de libros y documentales televisivos o cinematográficos?
Actualmente estoy trabajando en un documental basado en La conspiración, así como un nuevo libro sobre el difunto director de la CIA Allen Dulles y el surgimiento del estado de seguridad nacional de EEUU. Este nuevo libro, El tablero de ajedrez del diablo, será publicado por Harper Collins en 2015 y arrojará más luz sobre el complot dirigido por la CIA para matar a JFK.
La CIA sigue desafiando la ley de EEUU mediante la ocultación de más de 1.100 documentos relacionados con el asesinato de JFK
He dejado el periodismo diario (por ahora) para concentrarme en libros y documentales a través de mi empresa, Talbot Players, porque creo que es mucho más factible llegar a través de estos formatos a contar verdades más profundas sobre el poder y la lucha social.

Sin embargo, me parece muy interesante la nueva iniciativa de periodismo en internet que ha llevado a cabo mi antiguo colega deSalon Glenn GreenwaldYo apoyo firmemente los esfuerzos valientes de Greenwald para exponer los crímenes y escándalos del coloso de seguridad nacional. Dado que la CIA sigue desafiando la ley de EEUU mediante la ocultación de más de 1.100 documentos relacionados con el asesinato de JFK, es posible que necesitemos un periodista valiente como Greenwald y un denunciante como Snowden para asegurar la publicación de esta información vital. La historia pertenece al pueblo estadounidense.

Las 46 muertes cómicas de Woody Allen

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Woody Allen (Nueva York, 1935) estrenó Balas sobre Broadway (1994) poco antes de cumplir sesenta años. En contra de lo que era habitual hasta entonces, el cineasta neoyorquino no participó como actor en el filme. Fue una de las primeras veces que se habló sobre su avanzada edad y su progresiva retirada como actor y director. 
Un debate que quizás se abrió un poco precipitadamente, dado que Allen ha dirigido veinte películas desde entonces, incluida Magic in the Moonlight, que aún no ha llegado a los cines. En efecto, este fin de semana se ha estrenado en España su último filme, Blue Jasmine, y a Allen, que en dos semanas cumplirá 78 años, ya le ha dado tiempo a rodar otro...
Desde que debutó como director con  What's up, Tiger Lily? (1965), hace 48 años, Allen ha dirigido 46 películas. Más allá de las explicaciones del artista sobre su incapacidad para vivir sin rodar, este frenesí creativo también tiene una explicación técnica: a Allen, que escribe sus propias películas, le salen las ideas por las orejas. Literalmente.
En Woody Allen: A Documentary (Robert B. Weide, 2011), película sobre su vida y obra, el director explicaba las causas de su diarrea creativa mostrandodecenas de hojas garabateadas con ideas para futuros filmes, como se ve en las siguientes imágenes:
Tantas y tantas ideas desordenadas que quizás no sea consciente de que ha repetido muchas de ellas en varios filmes. En efecto, Woody Allen también es un icono del autoplagio. Algo que no parece preocupar a sus fans. El culto europeo a Allen es uno de los fenómenos culturales más estables de las últimas décadas. Allen tiene ahora mucha más relevancia cultural en España que en EEUU.
Angustia vital cómica
Pero volvamos a sus ideas. ¿Por qué nos siguen haciendo tanta gracia? Posible explicación: su humor se resiste a pasarse de moda porque gira sobre un tema que difícilmente puede pasarse de moda. La muerte.
Allen, de hecho, lleva mucho tiempo tratando de explicar que la muerte no tiene ninguna gracia y que él es más un cenizo que un cómico, pero lo único que consigue es que la gente se parta de risa cada vez que suelta alguna declaración angustiada.
Ejemplo: Si durante una celebración familiar alguien soltara la siguiente frase de Allen le tomaríamos por un siniestro aguafiestas: "La vida no tiene ningún sentido. Todos nos morimos y el universo acabará por desaparecer". Pero cuando la dice el director neoyorquino, nos meamos de risa.
Es un intelectual judío tan enclenque, torpe, neurótico e hipocondriaco que resulta una presa fácil en cuanto estalla el más mínimo conflicto
Lo que convierte a Allen en un Kierkegaard humorístico es el personaje que ha creado a su alrededor. Un intelectual judío tan enclenque, torpe, neurótico e hipocondriaco que resulta una presa fácil en cuanto estalla el más mínimo conflicto, ya sea sentimental, sexual, psicológico o metafísico. "El germen de la destrucción reside en uno mismo", dijo sobre su personaje tipo en Conversaciones con Woody Allen (Eric Lax, Mondadori,2008).

Puede que Woody Allen sea el actor más encasillado de todos los tiempos, pero quizá sea ese uno de los factores que expliquen su popularidad humorística. "Nunca voy a escribir una historia donde tenga que hacer, por ejemplo, de un sheriff sureño. Sólo soy creíble en ciertos papeles, como el de un urbanita cretino con pinta de intelectual de mi edad. No sería creíble, por ejemplo, en el papel de un héroe de los marines. Puedo encarnar versiones variadas de lo que soy, es decir, un personaje típicamente neoyorquino. Y eso no me deja mucho margen de maniobra. El público aceptará que represente ciertos momentos serios dentro de una comedia, pero no una película seria. Nunca podría interpretar un personaje realmente serio. Quedaría ridículo", explicaba en el libro. Conclusión: nadie le toma en serio por muy serio que se ponga.  
Breve infancia feliz

El director también desvelaba en el libro otra de las claves de su humor metafísico: decir las palabras justas. "Cuando uno cuenta o escribe un chiste,el factor de la concisión es fundamental, como ocurre con la poesía. En muy pocas palabras condensas un sentimiento y todo depende de lo bien equilibradas que estén. Por ejemplo: 'No tengo miedo a morir. Simplemente no quiero estar presente cuando eso suceda' es una frase que expresa algo de forma sucinta y si se emplea una sola palabra de más o menos pierde fuerza".

En el documental de Weide, Allen aseguraba que vivió una infancia feliz hasta que cumplió seis años. Entonces sufrió su primer brote de angustia metafísica al hacerse consciente de la mortalidad humana. ¿Quién puede jugar tranquilo sabiendo que tiene los días contados?, se preguntaba. Si lo piensan, es terrible. De hecho, desde entonces, Allen no ha levantado cabeza. Eso sí, cuanto más angustiado parece, más hilaridad provoca en el espectador. Una tragicomedia en toda regla.
Una comedia de la vida y de la muerte que el director neoyorquino resumió una vez así: "Mi relación con la muerte no cambió durante los años, es la misma de siempre, estoy totalmente en contra de ella". Genio y figura hasta la, ejem, sepultura.

Spello (Perugia, Umbría, Italia)

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Spello es un municipio italiano de 8.585 habitantes, perteneciente a la provincia de Perugia (región de Umbría). Se encuentra al pie del monte Subasio. La ciudad dista alrededor de 5 km de Foligno y 35 de Perugia. La superficie del municipio se extiende por montañas, colinas y llanuras. Su terreno, muy fértil, es cultivado con cereales, vides y olivos.
Es de esta última planta de la que Spello extrae su producto gastronómico más conocido: el aceite de oliva virgen extra. La ciudad forma parte de la Associazione Nazionale Città dell'Olio.
Se corresponde con la antigua Hispellum.
Esta ciudad, densamente habitada, construida en piedra, tiene un aspecto decididamente medieval, y se encuentra encerrada por un circuito de murallas medievales sobre cimientos romanos, incluyendo tres puertas de la antigüedad romana tardía (Porta ConsolarePorta di Venere y el «Arco de Augusto») y restos de otras tres, de un anfiteatro, así como varias puertas medievales.


Natividad en Santa Maria Maggiore de Spello, obra de Pinturicchio.
Spello tiene una docena de pequeñas iglesias, la mayor parte de ellas de época medieval, de las cuales la más destacada es Santa Maria Maggiore (conocida desde 1159), probablemente construida sobre un antiguo templo dedicado a Juno y Vesta. La fachada tiene un pórtico románico y un campanario del siglo XIII, mientras que las pilastras jutno al ábside tienen frescos de Perugino (1512). El rasgo más destacado, sin embargo, es la Cappella Bella con frescos obra de Pinturicchio. El artista umbrio fue llamado para pintarla en 1500 por Troilo Baglioni, después de que acabara los Apartamentos Borgia en el Vaticano. El ciclo incluye la Anunciación, la Natividad y la Disputa con los doctores, más cuatro Sibilas en la bóveda. El Palazzo dei Canonici, anejo a la iglesia, alberga la Galería de arte municipal.




Spello (Perugia, Umbría, Italia) - Callejón típico con macetas y flores Foto de archivo - 18535775
Callejón típico con macetas y flores


Callejuela en Spello, Perugia, Italia



Gato solitario en calle típica de Spello, Perugia, Italia

Atractivo rincón en Spello, Perugia, Italia



Spello, Ombrie, Italie

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