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Giorgio Agamben: Elogio de la profanación

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Los juristas romanos sabían perfectamente qué significaba "profanar". Sagradas o religiosas eran las cosas que pertenecían de algún modo a los dioses. Como tales, ellas eran sustraídas al libre uso y al comercio de los hombres, no podían ser vendidas ni dadas en préstamo, cedidas en usufructo o gravadas de servidumbre. Sacrílego era todo acto que violara o infringiera esta especial indisponibilidad, que las reservaba exclusivamente a los dioses celestes (y entonces eran llamadas propiamente "sagradas") o infernales (en este caso, se las llamaba simplemente "religiosas"). Y si consagrar (sacrare) era el término que designaba la salida de las cosas de la esfera del derecho humano, profanar significaba por el contrario restituirlos al libre uso de los hombres. "Profano ,-escribe el gran jurista Trebacio- se dice en sentido propio de aquello que, habiendo sido sagrado o religioso, es restituido al uso y a la propiedad de los hombres". Y "puro" era el lugar que había sido desligado de su destinación a los dioses de los muertos, y por lo tanto ya no era más "ni sagrado, ni santo, ni religioso, liberado de todos los nombres de este género" (D. 11,7,2).

Pura, profana, libre de los nombres sagrados es la cosa restituida al uso común de los hombres. Pero el uso no aparece aquí como algo natural: a él se accede solamente a través de una profanación. Entre "usar" y "profanar" parece haber una relación particular, que es preciso poner en claro.

Es posible definir la religión como aquello que sustrae cosas, lugares, animales o personas del uso común y los transfiere a una esfera separada. No sólo no hay religión sin separación, sino que toda separación contiene o conserva en sí un núcleo auténticamente religioso. El dispositivo que realiza y regula la separación es el sacrificio: a través de una serie de rituales minuciosos, según la variedad de las culturas, que Hubert y Mauss han pacientemente inventariado, el sacrificio sanciona el pasaje de algo que pertenece al ámbito de lo profano al ámbito de lo sagrado, de la esfera humana a la divina. En este pasaje es esencial la cesura que divide las dos esferas, el umbral que la víctima tiene que atravesar, no importa si en un sentido o en el otro. Lo que ha sido ritualmente separado, puede ser restituido por el rito a la esfera profana. Una de las formas más simples de profanación se realiza así por contacto (contagione) en el mismo sacrificio que obra y regula el pasaje de la víctima de la esfera humana a la esfera divina. Una parte de la víctima (las vísceras, exta:1 el hígado, el corazón, la vesícula biliar, los pulmones) es reservada a los dioses, mientras que lo que queda puede ser consumido por los hombres. Es suficiente que los que participan en el rito toquen estas carnes para que ellas se conviertan en profanas y puedan simplemente ser comidas. Hay un contagio profano, un tocar que desencanta y restituye al uso lo que lo sagrado había separado y petrificado.
                                               
El término religio no deriva, según una etimología tan insípida como inexacta, de religare(lo que liga y une lo humano y lo divino), sino de relegere, que indica la actitud de escrúpulo y de atención que debe imprimirse a las relaciones con los dioses, la inquieta vacilación (el "releer")' ante las formas -las fórmulas- que es preciso observar para respetar la separación entre lo sagrado y lo profano. Religio no es lo que une a los hombres y a los dioses, sino lo que vela para mantenerlos separados, distintos unos de otros. A la religión no se oponen, por lo tanto, la incredulidad y la indiferencia respecto de lo divino sino la "negligencia", es decir una actitud libre y "distraída' -esto es, desligada de lareligio de las normas- frente a las cosas y a su uso, a las formas de la separación y a su sentido. Profanar significa abrir la posibilidad de una forma especial de negligencia, que ignora la separación o, sobre todo, hace de ella un uso particular.

El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a través de un uso (o, más bien, un reuso) completamente incongruente de lo sagrado. Se trata del juego. Es sabido que la esfera de lo sagrado y la esfera del juego están estrechamente conectadas. La mayor parte de los juegos que conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, de riruales y de prácticas adivinatorias que pertenecían tiempo atrás a la esfera estrictamente religiosa. La ronda fue en su origen un rito matrimonial; jugar con la pelota reproduce la lucha de los dioses por la posesión del sol; los juegos de azar derivan de prácticas oraculares; el trompo y el tablero de ajedrez eran instrumentos de adivinación. Analizando esta relación entre juego y rito, Emile Benveniste ha mostrado que el juego no sólo proviene de la esfera de lo sagrado, sino que representa de algún modo su inversión. La potencia del acto sagrado escribe Benveniste- reside en la conjunción del mito que cuenta la historia y del rito que la reproduce y la pone en escena. El juego rompe esta unidad: como ludus, o juego de acción, deja caer el mito y conserva el ritual; como jocus, o juego de palabras, elimina el rito y deja sobrevivir el mito. "Si lo sagrado se puede definir a través de la unidad consustancial del mito y el rito, podremos decir que se tiene juego cuando solamente una mitad de la operación sagrada es consumada, traduciendo sólo el mito en palabras y sólo el rito en acciones."

Esto significa que el juego libera y aparta a la humanidad de la esfera de lo sagrado, pero sin abolirla simplemente. El uso al cual es restituido lo sagrado es un uso especial, que no coincide con el consumo utilitario. La "profanación" del juego no atañe, en efecto, sólo a la esfera religiosa. Los niños, que juegan con cualquier trasto viejo que encuentran, transforman en juguete aun aquello que pertenece a la esfera de la economía, de la guerra, del derecho y de las otras actividades que estamos acostumbrados a considerar como serias. Un automóvil, un arma de fuego, un contrato jurídico se transforman de golpe en juguetes. Lo que tienen en común estos casos con los casos de profanación de lo sagrado es el pasaje de una religio, que es sentida ya como falsa y opresiva, a la negligencia como verdadera religio, y esto no significa descuido (no hay atención que se compare con la del niño mientras juega), sino una nueva dimensión del uso, que niños y filósofos entregan a la humanidad. Se trata de un tipo de uso como el que debía tener en mente Walrer Benjamin, cuando escribió, en El nuevo abogado, que el derecho nunca aplicado, sino solamente estudiado es la puerta de la justicia. Así como la religio no ya observada, sino jugada abre la puerta del uso, las potencias de la economía, del derecho y de la política desactivadas en el juego se convierten en la puerta de una nueva felicidad.

El juego como órgano de la profanación está en decadencia en todas partes. Que el hombre moderno ya no sabe jugar más lo prueba precisamente la multiplicación vertiginosa de juegos nuevos y viejos. En el juego, en los bailes y en las fiestas el hombre busca, de hecho, desesperada y obstinadamente, justo lo contrario de lo que podría encontrar: la posibilidad de volver a acceder a la fiesta perdida, un retorno a lo sagrado y a sus ritos, aunque sea en la forma de las insulsas ceremonias de la nueva religión espectacular o de una lección de tango en un salón de provincia. En este sentido, los juegos televisivos de masas forman parte de una nueva liturgia, secularizan una intención inconscientemente religiosa. Restituir el juego a su vocación puramente profana es una tarea política. Es preciso distinguir, en este sentido, entre secularización y profanación. La secularización es una forma de remoción que deja intactas las fuerzas, limitándose a desplazarlas de un lugar a otro. Así, la secularización política de conceptos teológicos (la trascendencia de Dios como paradigma del poder soberano) no hace otra cosa que trasladar la monarquía celeste en monarquía terrenal, pero deja intacto el poder. La profanación implica, en cambio, una neutralización de aquello que profana. Una vez profanado, lo que era indisponible y separado pierde su aura y es restituido al uso. Ambas son operaciones políticas: pero la primera tiene que ver con el ejercicio del poder, garantizándolo mediante la referencia a un modelo sagrado; la segunda, desactiva los dispositivos del poder y restituye al uso común los espacios que el poder había confiscado.

Los filólogos no cesan de sorprenderse del doble, contradictorio significado que el verboprofanare parece tener en laún: por una parte, hacer profano; por otro -en una acepción utilizada en muy pocos casos-, sacrificar. Se trata de una ambigüedad que parece penenecer al vocabulario de lo sagrado como tal: el adjetivo sacer, en un contrasentido que ya Freud había notado, significaría así tanto "augusto, consagrado a los dioses" como "maldito, excluido de la comunidad". La ambigüedad, que está aquí en cuestión, no se debe solamente a un equívoco sino que es, por así decir, constitutiva de la operación profanatoria (o de aquella, inversa, de la consagración). En cuanto se refieren a un mismo objeto, que debe pasar de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ellas deben tener en cuenta siempre algo así como un residuo de profanidad en roda cosa consagrada y un residuo de sacralidad presente en todo objeto profanado.

Veamos e! término sacer. Él designa aquello que, a través del acto solemne de la sacratio o de la devotio (con el cual el comandante consagra su vida a los dioses infernales para asegurarse la victoria) ha sido consignado a los dioses, pertenece exclusivamente a ellos. Y sin embargo, en la expresión homo sacer, el adjetivo parece designar a un individuo que, habiendo sido excluido de la comunidad, puede ser matado impunemente, pero no puede ser sacrificado a los dioses. ¿Qué es lo que ha sucedido aquí? Que un hombre sagrado, es decir, que pertenece a los dioses, ha sobrevivido al rito que lo ha separado de los hombres y sigue llevando una existencia aparentemente profana entre ellos. En el mundo profano, a su cuerpo es inherente un residuo irreductible de sacralidad, que lo sustrae al comercio normal con sus pares y lo expone a la posibilidad de una muerte violenta, la cual lo restituye a los dioses a los que en verdad pertenece. Considerado, en cambio, en la esfera divina, él no puede ser sacrificado y está excluido del culto, porque su vida es ya propiedad de los dioses y sin embargo, en la medida en que sobrevive, por así decir, a sí misma, ella introduce un resto incongruente de profanidad en el ámbito de lo sagrado. Sagrado y profano representan, así, en la máquina del sacrificio, un sistema de dos polos, en los cuales un significante flotante transita de un ámbito al otro sin dejar de referirse al mismo objeto. Pero es precisamente de este modo que la máquina puede asegurarse la repartición del uso enrte los humanos y los divinos, y restituir eventualmenre a los hombres aquello que había sido consagrado a los dioses. De aquí la promiscuidad entre las dos operaciones en el sacrificio romano, en el cual una parece de la propia víctima consagrada es profanada por contagio y consumida por los hombres, mientras que otra es asignada a los dioses.

Desde esta perspectiva se vuelven quizá más comprensibles la cura obsesiva y la implacable seriedad de las cuales debían dar prueba, en la religión cristiana, teólogos, pontífices y emperadores para asegurarse en la medida de lo posible la coherencia y la inteligibilidad de la noción de transustanciación en el sacrificio de la misa y de encarnación y homousía en el dogma trinitario. Estaba en juego nada menos que la supervivencia de un sistema religioso que había involucrado al propio Dios como víctima en el sacrificio y, de este modo, había introducido en él esa separación que, en el paganismo, tenía que ver solamente con las cosas humanas. Se trataba, así, de hacer frente, a través de la presencia contemporánea de dos naturalezas en una única persona o en una única víctima, a la confusión entre divino y humano que amenazaba con paralizar la máquina sacrificial del cristianismo. La doctrina de la encarnación garantizaba que la naturaleza divina y la humana estuvieran presentes sin ambigüedad en la misma persona, así como la transustanciación aseguraba que las especies del pan y del vino se transformaran sin residuos en el cuerpo de Cristo. Resulta de esto que, en el cristianismo, con el ingreso de Dios como víctima en el sacrificio y con la fuerte presencia de tendencias mesiánicas que ponían en crisis la distinción entre lo sacro y lo profano, la máquina religiosa parece alcanzar un punto limite o una zona de indecibilidad, en la cual la esfera divina está siempre en acto de colapsar en la humana y el hombre traspasa ya siempre en lo divino.

El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Benjamin. Según Benjamin, el capitalismo no representa sólo, como en Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso, que se desarrolla en modo parasitario del cristianismo. Como tal, como religión de la modernidad, está definido por tres características: 1) Es una religión cultual, quizá la más extrema y absoluta que haya jamás existido. Todo en ella tiene significado sólo en referencia al cumplimiento de un culto, no respecto de un dogma o de una idea. 2) Este culto es permanente, es "la celebración de un culto sans treve et sans meret'3. Los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran. 3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. "El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante... Una monstruosa conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal... y para capturar finalmente al propio Dios en la culpa... Dios no ha muerto, sino que ha sido incorporado en el destino del hombre."

Precisamente porque tiende con todas sus fuerzas no a la redención, sino a la culpa; no a la esperanza, sino a la desesperación, el capitalismo como religión no mira a la transformación del mundo, sino a su destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo de tal modo total, que aun los tres grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según Benjamin, con él; son solidarios, de alguna manera, con la religión de la desesperación. "Este pasaje del planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su recorrido es el éthos que define Nietzsche. Este hombre es el Superhombre, esto es, el primer hombre que comienza conscientemente a realizar la religión capitalista". Peto también la teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: "Lo reprimido, la representación pecaminosa... es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente paga los intereses". Yen Marx, el capitalismo "con los intereses simples y compuestos, que son función de la culpa... se transforma inmediatamente en socialismo".

Tratemos de proseguir las reflexiones de Benjamin en la perspectiva que aquí nos interesa. Podremos decir, entonces, que el capitalismo, llevando al extremo una tendencia ya presente en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el paso de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único, multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido -incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje- son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como se ha sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos, exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.

El canon teológico del consumo como imposibilidad de uso fue fijado en el siglo XIII por la Curia romana en el contexto del conflicto que la opuso a la orden franciscana. En su reivindicación de la "altísima pobreza", los franciscanos afirmaban la posibilidad de un uso completamente sustraído a la esfera del derecho, que ellos, para distinguirlo del usufructo y de todo otro derecho de uso, llamaron usus jáeti, uso de hecho (o del hecho). Contra ellos, Juan XXII, adversario implacable de la orden, emana su bula Adeonditorem eanonum. En las cosas que son objeto de consumo, argumenta, como la comida, los vestidos, etcétera, no puede existir un uso distinto de la propiedad, porque él se resuelve integralmente en el acto de su consumo, es decir de su destrucción (abusus). El consumo, que destruye necesariamente la cosa, no es sino la imposibilidad o la negación del uso, que presupone que la sustancia de la cosa quede intacta (salva rei substantia). Y no sólo eso: un simple uso de hecho, distinguido de la propiedad, no existe en la naturaleza, no es en ningún modo algo que se pueda "tener". "El acto mismo del uso no existe en la naturaleza antes de ejercitarlo, mientras se lo ejercita ni después de haberlo ejercitado. El consumo, en efecto, aun en el acto de su ejercicio, es siempre ya pasado o futuro y, como tal, no se puede decir que exista en la naturaleza, sino sólo en la memoria o en la expectativa. Por lo tanto no se lo puede tener si no en el instante de su desaparición."

De este modo, con una inconsciente profecía, Juan XXII provee e! paradigma de una imposibilidad de usar que debió alcanzar su cumplimiento muchos siglos después, en la sociedad de consumo. Esta obstinada negación de! uso capta, sin embargo, más radicalmente la naturaleza de lo que lo pudieron hacer los que lo reivindicaban dentro del orden franciscano. Dado que e! puro uso aparece, en su argumentación, no 108 tanto como algo inexistente -él existe, de hecho, instantáneamente en el acto del consumo-- sino más bien como algo que no se puede tener jamás, que no puede constituir nunca una propiedad (dominium). El uso es, así, siempre relación con un inapropiable; se refiere a las cosas en cuanto no pueden convertirse en objeto de posesión. Pero, de este modo, el uso también desnuda la verdadera naturaleza de la propiedad, que no es otra que el dispositivo que desplaza el libre uso de los hombres a una esfera separada, en la cual se convierte en derecho. Si hoy los consumidores en las sociedades de masas son infelices, no es solo porque consumen objetos que han incorporado su propia imposibilidad de ser usados, sino también -y sobre todo- porque creen ejercer su derecho de propiedad sobre ellos, porque se han vuelto incapaces de profanarlos.

La imposibilidad de usar tiene su lugar tópico en el Museo. La museificación del mundo es hoy un hecho consumado. Una después de la otra, progresivamente, las potencias espirituales que definían la vida de los hombres -el arte, la religión, la filosofía, la idea de naturaleza, hasta la política se han retirado dócilmente una a una dentro del Museo. Museo no designa aquí un lugar o un espacio físico determinado, sino la dimensión separada en la cual se transfiere aquello que en un mamenro era percibido como verdadero y decisivo, pero ya no lo es más. El Museo puede coincidir, en este sentido, con una ciudad entera (Evora, Venecia, declaradas por esto patrimonio de la humanidad), con una región (declarada parque u oasis natural) y hasta con un grupo de individuos (en cuanto representan una forma de vida ya desaparecida). Pero, más en general, todo puede convertirse hoy en Museo, porque este término nombra simplemente la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de hacer experiencia.

Por esto, en el Museo, la analogía entre capitalismo y religión se vuelve evidente. El Museo ocupa exactamente el espacio y la función que hace un tiempo estaban reservados al Templo como lugar del sacrificio. A los fieles en el Templo -o a los peregrinos que recorrían la tierra de Templo en Templo, de santuario en santuario- corresponden hoy los turistas, que viajan sin paz en un mundo enajenado en Museo. Pero mientras los fieles y los peregrinos participaban al final de un sacrificio que, separando la víctima de la esfera sagrada, reestablecía las justas relaciones entre lo divino y lo humano, los turistas celebran sobre su persona un acto sacrificial que consiste en la angustiosa experiencia de la destrucción de todo uso posible. Si los cristianos eran "peregrinos", es decir, extranjeros sobre la tierra, porque sabían que tenían su patria en el cielo, los adeptos del nuevo culto capitalista, no tienen patria alguna, porque viven en la pura forma de la separación. Dondequiera que vayan, ellos encuentran multiplicada y llevada al extremo la misma imposibilidad de habitar que habían conocido en sus casas y en sus ciudades, la misma incapacidad de usar que habían experimentado en los supermercados, en los shoppings y en los espectáculos televisivos. Por esto, en tanto representa el culto y el altar central de la religión capitalista, el turismo es hoy la primera industria del mundo, que involucra cada año más de 650 millones de hombres. Y nada es tan asombroso como el hecho de que millones de hombres comunes lleguen a vivir en carne propia la experiencia quizá más desesperada que es dada a hacer a todos: la de la pérdida irrevocable de todo uso, de la absoluta imposibilidad de profanar.

Es posible, sin embargo, que lo Improfanable, sobre lo cual se funda la religión capitalista, no sea verdaderamente tal, que se den todavía hoy formas eficaces de profanación. Para esto es preciso recordar que la profanación no restaura simplemente algo así como un uso natural, que preexistía a su separación en la esfera religiosa, económica o jurídica. Su operación -como muestra con claridad el ejemplo del juego es más astuta y compleja, y no se limita a abolir la forma de la separación, para reencontrar, más acá o más allá de ella, un uso incontaminado. También en la naturaleza se dan profanaciones. El gato que juega con el ovillo como si fuera un ratón -exactamente como el niño juega con antiguos símbolos religiosos o con objetos que pertenecieron a la esfera económica- usa conscientemente en el vado los comportamientos propios de la actividad predatoria (o, en el caso del niño, del culto religioso o del mundo del trabajo). Estos no son borrados, sino que, gracias a la sustitución del ratón por el ovillo, o del objeto sagrado por el juguete, son desactivados y, de este modo, se los abre a un nuevo, posible uso.

Pero, ¿de qué uso se trata? ¿Cuál es, para el gato, el uso posible del ovillo? Éste consiste en liberar un comportamiento de su inscripción genética en una esfera determinada (la actividad predatoria, la caza). El comportamiento así liberado reproduce e incluso imita las formas de la actividad de que se ha emancipado, pero vaciándolas de su sentido y de la relación obligada a un fin, las abre y dispone a un nuevo uso. El juego con el ovillo es la liberación del ratón de su ser presa y de la actividad predatoria de su necesario estar orientada a la captura y la muerte del ratón: y, sin embargo, pone en escena los mismos comportamientos que definían la caza. La actividad resultante deviene, así, un medio puro, es decir una praxis que, aun manteniendo tenazmente su naturaleza de medio, se ha emancipado de su relación con un fin, ha olvidado alegremente su objetivo y ahora puede exhibirse como tal, como medio sin fin. La creación de un nuevo uso es, así, posible para el hombre solamente desactivando un viejo uso, volviéndolo inoperante.


La separación se lleva a cabo también, y sobre todo, en la esfera del cuerpo, como represión y separación de determinadas funciones fisiológicas. Una de éstas es la defecación, que, en nuestra sociedad, es aislada y escondida a través de una serie de dispositivos e interdictos (que tienen que ver tanto con los comportamientos como con el lenguaje). ¿Qué querría decir profanar la defecación? No ya reencontrar una pretendida naturalidad, ni simplemente gozar de ello en forma de trasgresión perversa (que es sin embargo mejor que nada). Se trata, en cambio, de alcanzar arqueológicamente la defecación como campo de tensiones polares entre la naturaleza y la cultura, lo privado y lo público, lo singular y lo común. Es decir: aprender un nuevo uso de las heces, como los niños intentaban hacerlo a su manera, antes de que intervinieran la represión y la separación. Las formas de este uso común podrán ser inventadas solamente de manera colectiva. Como hizo notar una vez !talo Calvino, incluso las heces son una producción humana como las otras, sólo que de ellas no se ha hecho nunca una historia. Por eso, cada intento del individuo de profanarlas sólo puede tener valor paródico, como en la escena de la defecación alrededor de una mesa en la película de Buñuel.

Las heces -está claro- son aquí solamente un símbolo de aquello que ha sido separado y puede ser restituido al uso común. ¿Pero es posible una sociedad sin separaciones? La pregunta está, quizá, mal formulada. Ya que profanar no significa simplemente abolir y eliminar las separaciones, sino aprender a hacer de ellas un nuevo uso, a jugar con ellas. La sociedad sin clases no es una sociedad que ha abolido y perdido toda memoria de las diferencias de clase, sino una sociedad que ha sabido desactivar los dispositivos para hacer posible un nuevo uso, para transformarlos en medios puros.

Nada es, sin embargo, más frágil y precario que la esfera de los medios puros. Aun e! juego, en nuestra sociedad, tiene un carácter episódico, después de! cual la vida normal debe retomar su curso (y e! gato, su caza). Y nadie sabe mejor que los niños cuán atroz e inquietante puede ser un juguete, cuando e! juego de! que formaba parte ha terminado. El instrumento de liberación se convierte, entonces, en un torpe trozo de madera, la muñeca sobre la cual la niña ha vertido su amor, en un gélido y vergonzoso muñeco de cera, que un mago malvado puede capturar y hechizar para servirse de él en contra de nosotros.

Este mago malvado es el gran sacerdote de la religión capitalista. Si los dispositivos del culto capitalista son tan eficaces, es porque actúan no sólo, y no tanto, sobre los comportamientos primarios, como sobre los medios puros, es decir sobre comportamientos que le han sido separados de sí mismos y, de este modo, desligados de su relación con un fin. En su fase extrema, el capitalismo no es más que un gigantesco dispositivo de captura de los medios puros, es decir de los comportamientos profanatorios. Los medios puros, que representan la desactivación y la ruptura de cada separación, son a su vez separados en una esfera especial. Un ejemplo es el lenguaje. Ciertamente, el poder siempre ha tratado de asegurarse el control de la comunicación social, sirviéndose del lenguaje como medio para difundir la propia ideología y para inducir a la obediencia voluntaria. Pero hoy esta función instrumental -todavía eficaz en los márgenes del sistema, cuando se verifican situaciones de peligro y de excepción- ha dejado lugar a un procedimiento de control diferente, que, separándolo en la esfera espectacular, inviste el lenguaje en su girar en el vacío, es decir en su posible potencial profanatorio. Más esencial que la función de propaganda, que concierne al lenguaje como instrumento para un fin, es la captura y la neutralización del medio puro por excelencia, es decir del lenguaje que se ha emancipado de sus fines comunicativos y se dispone, así, para un nuevo uso. Los dispositivos mediáticos tienen precisamente el objetivo de neuttalizat este poder profanatorio del lenguaje como medio puro, de impedir que abra la posibilidad de un nuevo uso, de una nueva experiencia de la palabra. Ya la iglesia, después de los dos primeros siglos de esperanza y espera, había concebido su función como dirigida esencialmente a neutralizar la nueva experiencia de la palabra que Pablo, poniéndola en el centro del anuncio mesiánico, había denominado pístis, fe. Del mismo modo, en el sistema de la religión espectacular, el medio puro, suspendido y exhibido en la esfera mediática, expone el propio vado, dice solamente su propia nada, como si ningún nuevo uso fuera posible, como si ninguna otra experiencia de la palabra fuera ya posible.

Esta nulificación de los medios puros es evidente en el dispositivo que más que ningún otro parece haber realizado el sueño capitalista de la producción de un Improfanable. Se trata de la pornografía. Quien tiene alguna familiaridad con la historia de la fotografía erótica sabe que, en sus comienzos, las modelos ostentan una expresión romántica y casi soñadora, como si el objetivo las hubiera sorprendido, no visto, en la intimidad de suboudoir. A veces, perezosamente rumbadas sobre un canapé, fingen dormir o hasta leer, como en cierras desnudos de Braquehais y de Camille de Olivier; otras veces, el fotógrafo indiscreto las ha sorprendido justo mientras, solas consigo mismas, están mirándose en el espejo (es la puesta en escena preferida por Auguste Belloc). Pronto, no obstante, de la mano de la absolutización capitalista de la mercancía y el valor de cambio, su expresión se transforma y se vuelve atrevida, las poses se complican y se mueven, como si las modelos exageraran intencionalmente la indecencia, exhibiendo, de este modo, su conciencia de estar expuestas al objetivo. Pero es recién en nuestra época que este proceso alcanza su estadio extremo. Los historiadores del cine registran como una novedad desconcertante la secuencia de Monika (1952), en la cual la protagonista Harriett Andersson mantiene de manera imprevista la mirada fija por algunos segundos en el objetivo ("aquí por primera vez en la historia del cine", comentará retrospectivamente el director, Ingmar Bergman, "se establece un contacto descarado y directo con el espectador"). Desde entonces, la pornografía ha vuelto ciertamente banal el procedimiento: las pornostars, en el acto mismo de practicar sus caricias más íntimas, miran ahora resueltamente al objetivo, mostrando que están más interesadas en el espectador que en sus partners.

De este modo se realiza plenamente el principio que Benjamin había ya enunciado en 1936, mientras escribía el ensayo sobre Fuchs, es decir que "aquello que en estas imágenes funciona como estímulo sexual, no es tanto la visión de la desnudez, como la idea de la exhibición del cuerpo desnudo delante del objetivo". Un año antes, para caracterizar la transformación que sufre la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Benjamin creó el concepto de "valor de exposición" (Ausstellungswert). Nada mejor que este concepto podría caracterizar la nueva condición de los objetos y hasta del cuerpo humano en la edad del capitalismo realizado. En la oposición marxista entre valor de uso y valor de cambio, el valor de exposición insinúa un tercer término, que no se deja reducir a los dos primeros. No es valor de uso, porque lo que está expuesto es, en tanto tal, sustraído a la esfera del uso; no es valor de cambio, porque no mide en modo alguno una fuerza de trabajo.

Pero es quizás sólo en la esfera del rostro humano que el mecanismo de! valor de exposición encuentra su lugar propio. Es una experiencia común que el rostro de una mujer que se siente mirada se vuelve inexpresivo. La conciencia de estar expuesta a la mirada hace, así, el vacío en la conciencia y actúa como un potente disgregador de los procesos expresivos que animan generalmente el rostro. Es la indiferencia descarada lo que las mannequins, las pornostars y las otras profesionales de la exposición deben, ante todo, aprender a adquirir: no dar a ver otra cosa que un dar a ver (es decir, la propia absoluta medianía). De este modo el rostro se carga hasta estallar de valor de exposición. Pero precisamente por esta nulificación de la expresividad, el erotismo penetra allí donde no podría tener lugar: en el rostro humano, que no conoce desnudez, porque está siempre ya desnudo. Exhibido como puro medio más allá de roda expresividad concreta, se vuelve disponible para un nuevo uso, para una nueva forma de comunicación erótica.

Una pornostar, que hace pasar sus prestaciones por perfórmances artísticas, ha llevado recientemente al extremo este procedimiento. Se hace fotografiar en el acto de cumplir o padecer los actos más obscenos, pero siempre de modo que su rostro sea bien visible en primer plano. Y en vez de simular, según la convención de! género, el placer, ella afecta y exhibe -como los mannequins- la más absoluta indiferencia, la más estoica ataraxia. ¿A quién es indiferente Chloe Des Lyces? A su partner, ciertamente. Pero también a los espectadores, que se enteran con sorpresa que la estrella, incluso sabiendo perfectamente que está expuesta a la mirada, no tiene con ellos la más mínima complicidad. Su rostro impasible despedaza así toda relación entre la vivencia y la esfera expresiva, ya no expresa nada, pero se deja ver como lugar inexpresado de la expresión, como puro medio.

Es este potencial profanatorio lo que el dispositivo de la pornografía quiere neutralizar. Lo que es capturado en ella es la capacidad humana de hacer girar en el vacío los comportamientos eróticos, de profanarlos, separándolos de su fin inmediato. Pero mientras ellos se abrían, de este modo, a un posible uso diferente, que concernía no tanto al placer del partner, como a un nuevo uso colectivo de la sexualidad, la pornografía interviene en este punto para bloquear y desviar la intención profanatoria. El consumo solitario y desesperado de la imagen pornográfica sustituye, así, a la promesa de un nuevo uso.

Todo dispositivo de poder es siempre doble: él resulta, por un lado, de un comportamiento individual de subjetivación y, por el otro, de su captura en una esfera separada. El comportamiento individual en sí no tiene, a menudo, nada censurable y puede expresar más bien un intento liberatorio; es reprobable eventualmente -cuando no ha sido constreñido por las circunstancias o por la fuerza- solamente su haberse dejado capturar por el dispositivo. Ni el gesto descarado de la pornostar, ni el rostro impasible de lamannequin son, como tales, reprochables: son infames, en cambio -políticamente y moralmente- el dispositivo pornografía, el dispositivo desfile de moda, que los han apartado de su posible uso.

Lo Improfanable de la pornografía -todo improfanable- se funda sobre la detención y sobre la distracción de una intención auténticamente profanatoria. Por esto es necesario arrancarles a los dispositivos -a cada dispositivo- la posibilidad de uso que ellos han capturado. La profanación de lo improfanable es la tarea política de la generación que viene.


Notas

I [N. de T.} ExtaMrum: entrañas, intestinos.
2 [N. de T.] En italiano, "rileggere". El autor hace aquí un juego con "relegere".
3 [N. de T.] Sans tréve et sans merci: sin tregua y sin respiro.

En Profanaciones
Traducción de Flavia Cosra y Edgardo Casrro 
Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005. 

Profanaciones, de Giorgio Agamben

Marzo 2006 |
Hoy día –conocerán ustedes montones de personas así, y hasta podría darse el caso de que usted fuera una de ellas–, casi nadie celebra ya nada. Nada íntimo, me refiero, propio, personal, exclusivo. Por el contrario, las celebraciones impersonales y multitudinarias –gregarias es aquí término más exacto– abundan cada día más –la victoria de un equipo de fútbol es quizás el mejor ejemplo–, podría pensarse que para suplir la carencia de las otras. Claro que no lo consiguen, no pueden conseguirlo, pues en el fondo son dos manifestaciones antitéticas. De hecho estas celebraciones, todas ellas de un modo u otro vinculadas al juego, son propiamente hablando profanaciones. Porque la celebración tiene un carácter sagrado –de ahí quizás provenga pre-cisamente el rechazo actual– vinculado al gasto, al despilfarro, y a la ostentación en el sentido batailleano de estos términos. De modo que si hemos dejado de celebrar, también hemos dejado en consecuencia de profanar. Las turistas que visitan el Vaticano obligadas a cubrirse los generosos escotes no son conscientes ni por asomo de la profanación que significaría no ir cubiertas. Toman la imposición por una especie de rito, como el llevar al fútbol la bufanda de tu equipo. De modo que cuanto menos celebramos, menos posibilidades de profanación tenemos. Y de la profanación sí que podemos decir en cambio que responde a la misma necesidad, sólo que en el sentido contrario, claro, que la celebración. Una necesidad, de nuevo un término denostado, de trascendencia.
Giorgio Agamben, el filósofo italiano que ha acuñado una nueva categoría antropológica, el homo sacer, “el individuo excluido de la comunidad que puede ser asesinado impunemente”, habla en este último libro de “la divinización de la persona, el principio que rige y expresa su existencia entera”, y llama a este principio con el término latino genius, término derivado de “engendrar” (gignere) y del que derivan a su vez “genial”, “congeniar”, “ingeniar”, “ingeniero”, “congénito”, e incluso “genital” y “genitivo”. Una cadena etimológica como para hacer soñar a cualquiera. Genius viene a ser la suma de nuestras cualidades físicas y 
morales innatas, nos dice Agamben, y añade a renglón seguido que debemos ser condescendientes con genius y abandonarnos a él, ya que nuestra felicidad depende de un acuerdo más o menos tácito con él. No sé si cuando dice “abandonarnos” Agamben quiere decir “conformarnos”, porque algunas cualidades innatas (físicas o morales) pueden hacernos un flaco favor. Pero tanto si quiere decir “conformarse” o “abandonarse”, lo que posiblemente en muchos casos viene a ser lo mismo, la felicidad que pueden procurar esos predicados no parece ser algo muy feliz en el fondo. Creo más bien, que a las cualidades que debemos abandonarnos (y con las que debemos conformarnos) es a las adquiridas y no a las innatas, aunque el genio (genius), como él sugiere, posiblemente resida en las cualidades innatas, y el carácter en las adquiridas. Por lo demás, los ejemplos de Agamben son en sí mismos elocuentes. “Si, para escribir, tienes necesidad de ese papel amarillento, de esa pluma especial, si se prefiere además esa luz excelente que cae desde la izquierda, es inútil decirse que cualquier pluma haría el mismo servicio, que todo papel y toda luz son buenas”. Sin duda Rilke estaría completamente de acuerdo con esto, o Schiller, quien al parecer no podía trabajar sin aspirar los efluvios de un cajón de manzanas podridas, pero también puedo imaginar la sonrisa de Wittgenstein mientras escribía elTractatus en las trincheras. Digamos simplemente que cuando hay papel amarillento uno puede permitirse necesitarlo imperiosamente, pero que cuando no lo hay, el dilema se reduce a escribir o no escribir.

Pero volvamos a genius y a la tra-scendencia. “La espiritualidad es ante todo conciencia del hecho de que el ser individuado no está enteramente individuado sino que contiene aún cierta carga de realidad no-individuada; y que es necesario no sólo conservar esta carga sino además respetarla y, de algún modo, honrarla, como se honran las propias obligaciones”. Genius no es sólo lo impersonal, es también la emoción, el misterio, el aliento vital que no nos pertenece pero sin el que no podríamos vivir. Y genius es, como no podía ser menos en este mundo en el que casi todo tiene dos caras, doble. Nos guía y nos desorienta. Puede llegar a ser nuestra salvación y puede llegar a ser nuestra perdición. También, naturalmente, las dos cosas a la vez, pues hay quien se salva perdiéndose y quien se pierde al salvarse.
     Agamben prosigue su sugestiva deriva filosófico-literaria con una serie de calas sobre asuntos diversos, motivos de reflexión, o lo que tal vez sea lo mismo, de contemplación y de lectura. Una nota sobre lo que representa la fotografía, otra sobre el papel de los ayudantes en las novelas y en la vida, un texto sobre la parodia, otro sobre el deseo, una especulación sobre los espejos, y otra más sobre el autor. Sin duda se trata de profanaciones. Diversos tipos y diversas formas de profanaciones. En unos ca-sos somos nosotros el objeto, sujeto a la vez inevitablemente, de la profanación; como es el caso de la fotografía o de los espejos que profanan nuestra imagen, o también del deseo que profana nuestro amor. En otros son nuestras obras las que son objeto de profanación, las novelas, es decir la ficción, el concepto, es decir el estatuto de autor, o la función-autor que Foucault analizara (o “deconstruyera” si hubiera aceptado la particular terminología derrideana) en su célebre ¿Qué es un autor? Pero todas ellas, a la postre, profanaciones retóricas, en un mundo que al renegar de lo sagrado ha vuelto la profanación imposible. Lo que en el fondo no importaría demasiado, si no fuera porque la profanación, lo mismo que la celebración, y por idénticos, aunque antitéticos, motivos, es una necesidad del hombre. Tal vez por eso termina diciendo Agamben: “La profanación de lo improfanable es el deber político de la próxima generación”. ~


Oliverio Girondo - Que los ruidos te perforen los dientes...

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Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.

Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.

Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un meadero.

Que cuando quieras decir: «Mi amor», digas: «Pescado frito»; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.


En Espantapájaros, 1932

Umberto Eco: Autor, texto e intérpretes

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Sucede a veces que un traductor de alguna de mis obras me plantea la siguiente pregunta: «Me he perdido a la hora de interpretar este pasaje, porque es ambiguo. Se puede leer de dos maneras diferentes. ¿Cuál fue su intención?».
Dependiendo del caso, tengo tres posibles respuestas:

  1. Es cierto. He escogido una expresión equivocada. Por favor, elimine cualquier malentendido. Haré lo mismo en la próxima edición italiana.
  2. He querido ser deliberadamente ambiguo. Si lee con atención, verá que esa ambigüedad guarda relación con la manera de leer el texto. Por favor, esfuércese por mantener la ambigüedad en su versión.
  3. No me di cuenta de que fuera ambiguo, y, para ser sincero, no tuve intención de que lo fuera. Pero como lector, esa ambigüedad me parece absolutamente fascinante, y fructífera para desentrañar el texto. Por favor, esfuércese por mantener ese efecto en su traducción.
Ahora, si yo hubiera muerto hace algunos años (una hipótesis contraria a los hechos que tiene muchas posibilidades de hacerse realidad antes de que acabe este siglo), mi traductor —actuando como lector e intérprete normal de mi texto— podría haber llegado de forma independiente a una de las siguientes conclusiones, que de hecho coinciden con mis posibles respuestas:

  1. La ambigüedad en cuestión no tiene sentido y complica la comprensión del texto por parte del lector. Probablemente, el autor no se dio cuenta de ello, así que es mejor eliminar la ambigüedad. «Quandoque bonus dormitat Homerus» («A veces, incluso el buen Homero dormita»).
  2. Es posible que el autor quisiera ser deliberadamente ambiguo, así que yo debería respetar esa decisión.
  3. Es posible que el autor no se diera cuenta de que estaba siendo ambiguo. Pero desde un punto de vista textual, ese efecto de incertidumbre es rico en connotaciones e insinuaciones que resultan muy fructíferas para la estrategia textual en conjunto.
Lo que me gustaría decir aquí es que los llamados escritores «creativos» (y ya he explicado lo que puede significar ese pícaro término) no deberían facilitar jamás interpretaciones de su propio texto. Un texto es una máquina perezosa que desea implicar a los lectores en su trabajo, es decir, es un artilugio concebido para provocar interpretaciones (como escribí en mi libro The Role of the Reader). A la hora de interpretar un texto, es irrelevante preguntar al autor. Al mismo tiempo, el lector o la lectora no pueden ofrecer una interpretación cualquiera según su antojo, sino que tienen que asegurarse de que el texto, de algún modo, no solamente legitima una lectura determinada, sino que también la incita.
En Los límites de la interpretación, distingo entre la intención del autor, la intención del lector y la intención del texto. En 1962 escribí Obra abierta[7]. En ese libro, enfatizo el papel activo del intérprete en la lectura de textos dotados de valor estético. Cuando escribí esas páginas, mis lectores se concentraron principalmente en la parte «abierta» del asunto, subestimando el hecho de que la lectura de final abierto que yo apoyaba era una actividad suscitada por (y pensada para interpretar) la obra en cuestión. En otras palabras, estudié la dialéctica existente entre los derechos de los textos y los derechos de sus intérpretes. Tengo la impresión de que en el transcurso de las últimas décadas, los derechos de los intérpretes han cobrado una importancia excesiva.
En varios de mis escritos, he explicado con detalle la idea de la semiosis ilimitada que acuñara C. S. Peirce. Pero la idea de la semiosis ilimitada no lleva a la conclusión de que la interpretación carece de criterios. En primer lugar, la interpretación ilimitada se refiere a sistemas, no a procesos.
Permitan que me explique. Un sistema lingüístico es un mecanismo a partir y a través del cual pueden producirse infinitas cadenas lingüísticas. Si consultamos un diccionario para averiguar el significado de un término, encontramos definiciones y sinónimos —es decir, otras palabras— y tratamos de entender el significado de esas otras palabras, de modo que a partir de su definición podamos pasar a otras palabras, y así sucesivamente, en una cadena que puede alargarse ad infinitum. Un diccionario, como dijo Joyce en Finnegans Wake, es un libro escrito para un lector ideal que padezca un insomnio ideal. Un buen diccionario debe ser circular, debe decir qué significa la palabra «gato» usando otras palabras; de otro modo, bastaría con cerrar el diccionario, señalar a un gato y decir: «Esto es un gato». Muy sencillo, y a todos nos han dado a menudo ese tipo de explicación en nuestra infancia. Pero no es de esa forma como conocemos el significado de «dinosaurio», «sin embargo», «Julio César» o «libertad».
En contraste con ello, un texto, en cuanto resultado de la manipulación de las posibilidades de un sistema, no está abierto de la misma manera. Cuando uno compone un texto, reduce el rango de posibles elecciones lingüísticas. Si uno escribe: «Juan se está comiendo una…», hay una gran probabilidad de que la siguiente palabra sea un sustantivo, y de que ese sustantivo no sea «escalera» (si bien en determinados contextos podría ser «espada»). Al reducir la posibilidad de generar cadenas infinitas, un texto reduce también la posibilidad de intentar determinadas interpretaciones. En el léxico inglés, el pronombre «yo» significa «quienquiera que pronuncie la frase en la que sale "yo"». Por consiguiente, según el conjunto de posibilidades que ofrece el diccionario, «yo» puede referirse al presidente Lincoln, a Osama bin Laden, a Groucho Marx, a Nicole Kidman o a cualquier otro de los miles de millones de individuos que viven en el mundo presente, pasado o futuro. Pero en una carta firmada con mi nombre, «yo» significa «Umberto Eco», con independencia de las objeciones que hizo Jacques Derrida a John Searle en el transcurso de su famoso debate sobre la firma y el contexto[8].
Decir que las interpretaciones de un texto son potencialmente ilimitadas no significa que la interpretación no tenga objeto o cosa existente alguna (hecho o texto) sobre la que concentrarse. Decir que un texto potencialmente no tiene fin no significa que cada acto de interpretación pueda llevar a un final feliz. Por este motivo, en Los límites de la interpretación propuse una suerte de criterio de falsificabilidad (inspirado por el filósofo Karl Popper): si bien puede resultar difícil decidir si una interpretación determinada es buena, o decidir cuál de las dos interpretaciones de un mismo texto es mejor, siempre es posible ver que una interpretación determinada es descaradamente falsa, alocada o descabellada.
Algunas teorías contemporáneas de la crítica dicen que la única lectura fiable de un texto es una interpretación errónea, y que un texto solo existe en virtud de la cadena de respuestas que suscita. Pero esa cadena de respuestas representa los usos infinitos que podemos hacer de un texto (podríamos, por ejemplo, usar una Biblia en lugar de un leño en nuestra chimenea), no el conjunto de interpretaciones que dependen de una serie de conjeturas aceptables sobre la intención de ese texto.
¿Cómo se puede demostrar que una conjetura sobre la intención de un texto es aceptable? La única manera de hacerlo es cotejarla con el texto contemplado como un conjunto coherente. Esta idea es vieja, y procede de san Agustín (De doctrina christiana): cualquier interpretación de un determinado fragmento de un texto es aceptable si se ve confirmada por otro fragmento del mismo texto (y debe rechazarse si ese otro fragmento la desafía). En este sentido, la coherencia textual interna controla unos impulsos del lector que de otro modo serían incontrolables.
Permítanme poner un ejemplo referente a un texto que alienta las interpretaciones más atrevidas de forma intencionada y programática, Finnegans Wake. En los años sesenta, en la revista A Wake Newslitter, hubo un debate sobre alucinaciones históricas factuales que podían identificarse en Finnegans Wake; por ejemplo, referencias al Anschluss germano-austríaco y al Pacto de Munich de septiembre de 1938[9]. Para desafiar esas interpretaciones, Nathan Halper señaló que la palabra Anschluss tiene también significados cotidianos apolíticos (como «conexión» e «inclusión»), y que la lectura política no venía apoyada por el contexto. Para demostrar lo fácil que era encontrar absolutamente cualquier cosa en Finnegans Wake, Halper usó el ejemplo de Beria. En primer lugar, en el principio de «En la fábula del Ondt y el Gracehoper», encontró la expresión «So vi et!» y pensó que podía referirse a la cuasicomunista sociedad de las hormigas. Una página más adelante, encontró una alusión a un «berial», a primera vista una variante de «burial», entierro. ¿Podía tratarse de una referencia al ministro soviético Lavrenti Beria? Pero resulta que Beria era desconocido en Occidente antes del 9 de diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario de pueblo para Asuntos Internos (hasta entonces, no era más que un funcionario común), y en diciembre de 1938, Joyce ya había dado su manuscrito a la imprenta. Además, la palabra «berial» aparecía en una versión de 1929 publicada entransition 12. La cuestión parecía resolverse a partir de comprobaciones externas, aunque algunos intérpretes se mostraron dispuestos a dotar a Joyce de poderes proféticos y de la capacidad de predecir el ascenso de Beria. Ridículo, sin duda, pero entre los admiradores de Joyce se encuentran cosas aún más tontas.
Más interesantes son las pruebas internas, es decir, textuales. En un número posterior deA Wake Newslitter, Ruth von Phul señaló que la intención de «so vi et» podía ser también una especie de «amén» pronunciado por miembros de cuerpos religiosos autoritarios; que el contexto general de esas páginas no era político, sino bíblico; que el Ondt dice: «¡Tan extenso como el reino de Beppy florecerá mi reinado!»; que «Beppy» es el diminutivo italiano de «José»; que «berial» podría ser una alusión oblicua al José de la Biblia (hijo de Jacob y Raquel), que fue enterrado figuradamente dos veces, en el pozo y en la prisión; que José engendró a Effaín, quien a su vez engendró a Beria (Crónicas 23:10); que el hermano de José, Asher, tuvo un hijo llamado Beria (Génesis 45:30), y así sucesivamente[10].
Muchas de las alusiones que halla Von Phul son sin duda descabelladas, pero parece innegable que en esas páginas, todas las referencias son de naturaleza bíblica. Así, la comprobación textual excluye a Lavrenti Beria del opus joyceano. Y san Agustín hubiera estado de acuerdo.
Un texto es un artefacto concebido para producir su Lector Modelo. Este lector no es el que hace la «única conjetura acertada». Un texto puede prever un Lector Modelo destinado a ensayar infinitas conjeturas. El Lector Empírico, en cambio, es simplemente un actor que hace conjeturas sobre el tipo de Lector Modelo requerido por el texto. Puesto que la intención del texto consiste básicamente en producir un Lector Modelo capaz de hacer conjeturas sobre el mismo, la tarea del Lector Modelo consiste en encontrar un Autor Modelo, que no es el Autor Empírico y que se ajusta en última instancia a la intención del texto.
Identificar la intención de un texto significa identificar una estrategia semiótica. A veces, la estrategia semiótica se puede detectar en el terreno de las convenciones estilísticas establecidas. Si una historia comienza con «Érase una vez», tengo buenos motivos para pensar que se trata de un cuento de hadas, y que el Lector Modelo evocado y requerido es un niño (o un adulto ansioso por reaccionar con un espíritu infantil). Naturalmente, podría haber un matiz de ironía, y en ese caso el texto subsiguiente debería leerse de una forma más sofisticada. Pero aunque a medida que desciframos el texto podemos ver que es así como tiene que leerse, lo importante es que el texto finge empezar como un cuento de hadas.
Cuando un texto es lanzado al mundo como un mensaje en una botella —y esto sucede no solo con la poesía o la narrativa, sino también con libros como la Crítica de la razón purade Kant—, es decir, cuando un texto se produce no para un solo destinatario, sino para una comunidad de lectores, el autor sabe que no será interpretado de acuerdo con sus intenciones, sino de acuerdo con una compleja estrategia de interacciones que implica también a los lectores, junto con su competencia en su lenguaje como antología social. Con «antología social» no quiero decir solamente una lengua dada compuesta por una serie de reglas gramaticales, sino también toda la enciclopedia que han generado las ejecuciones de la lengua: las convenciones culturales que esa lengua ha producido y la historia de las interpretaciones previas de sus muchos textos, incluido el texto que el lector está leyendo.
El acto de leer tiene que tomar en consideración todos estos elementos, incluso siendo improbable que un solo lector los domine todos. Así que cada acto de lectura es una transacción compleja entre la competencia del lector (el conocimiento del mundo que posee el lector) y el tipo de competencia que un texto determinado requiere para ser leído de una manera «económica», o sea, de una manera que aumenta la comprensión y el disfrute del texto, y que viene apoyada por el contexto.
El Lector Modelo de una historia no es el Lector Empírico. Cuando leemos un texto, el Lector Empírico es usted, yo, cualquiera. Los Lectores Empíricos pueden leer de muchas maneras, y no existe ninguna ley que les diga cómo leer, porque a menudo usan el texto como vehículo de sus propias pasiones, que pueden venir de fuera del texto o que el texto puede despertar por casualidad.
Dejen que les cuente algunas situaciones divertidas en las que uno de mis lectores actuó como Lector Empírico, más que como Lector Modelo. Un amigo de la infancia al que no había visto durante años me escribió lo siguiente tras la publicación de mi segunda novela, El péndulo de Foucault. «Querido Umberto, no recuerdo haberte contado la patética historia de mis tíos, pero creo que has sido muy indiscreto al usarla en tu novela». Bien, resulta que en mi libro hay un par de episodios relativos a un tal tío Charles y una tal tía Catherine, que en la historia son el tío y la tía del protagonista, Jacopo Belbo. Es verdad que esas personas existieron. Con pocas modificaciones, yo estaba contando una historia de mi infancia sobre unos tíos míos, que por supuesto se llamaban de manera distinta que los personajes. Respondí a mi amigo diciendo que el tío Charles y la tía Catherine eran mis parientes, no los suyos (así que el coypright era mío), y que yo ni siquiera sabía que él tenía tíos o tías. Mi amigo se disculpó: la historia le había absorbido tanto que creyó reconocer acontecimientos que sucedieron a sus tíos, algo que no es imposible, ya que en tiempos de guerra (el período al que mi recuerdo retrocedía), cosas similares pueden suceder a diferentes tíos y tías.
¿Qué le había pasado a mi amigo? Había buscado en mi historia algo que estaba a su vez en su memoria personal. No interpretó mi texto, sino que más bien lo usó. Difícilmente se puede prohibir utilizar un texto para ensoñaciones personales; de hecho, todos lo hacemos a menudo, pero no se trata de un asunto público. Utilizar un texto de esa manera supone moverse dentro de él como si fuera nuestro propio diario íntimo.
Existen ciertas reglas del juego, y el Lector Modelo es alguien ansioso por jugar ese juego. Mi amigo olvidó el nombre del juego y sobrepuso sus propias expectativas como Lector Empírico con las expectativas que tenía el autor de un Lector Modelo.
En el capítulo 115 de El péndulo de Foucault, mi héroe, Casaubon, en la noche del 23 al 24 de junio de 1984, después de asistir a una ceremonia ocultista en el Conservatorio de Artes y Oficios de París, recorre a pie como poseído toda la rué Saint-Martín, cruza la rue aux Ours, llega al Centro Beaubourg, y luego a la iglesia de Saint-Merri. Después, continúa por varias calles, que en el libro figuran todas con sus nombres, hasta que llega a la place des Vosges.
Como he dicho anteriormente, para escribir ese capítulo recorrí la misma ruta varias noches, llevando una grabadora, anotando lo que veía y las impresiones que tenía (estoy revelando aquí mis métodos como Autor Empírico). Sin embargo, como tenía un programa de ordenador que me mostraba el aspecto del cielo a cualquier hora del día, en cualquier longitud o latitud, averigüé incluso que esa noche había luna, y que podía verse desde lugares concretos en momentos distintos. No hice eso porque quisiera emular el realismo de Émile Zola, sino (como ya he dicho) porque al narrar me gusta tener delante el escenario sobre el que estoy escribiendo.
Después de publicar la novela, recibí una carta de un hombre que era evidente que había ido a la Biblioteca Nacional para leer todos los periódicos del 24 de junio de 1984. Y descubrió que en la esquina de la rue Réaumur —que yo no nombraba, pero que atraviesa la rue Saint-Martin en un punto determinado—, después de medianoche, más o menos en el momento en que pasaba por allí Casaubon, se había producido un incendio, y tuvo que haber sido grande, ya que los diarios hablaron de él. El lector me preguntó cómo se las arregló Casaubon para no verlo.
Respondí que, ciertamente, Casaubon había visto el incendio, pero que no lo había mencionado por alguna misteriosa razón desconocida para mí, cosa que resultaba bastante verosímil en una historia tan cargada de misterios, verdaderos y falsos. Sin duda, mi lector sigue intentando averiguar por qué Casaubon guardó silencio sobre ese fuego, sospechando otra conspiración de los Caballeros Templarios. La verdad es que probablemente no pasé por esa esquina a medianoche, o que pasé justo antes de que se desatara el incendio o poco después de que fuera extinguido. No lo sé. Solo sé que mi lector usó mi texto para sus propios propósitos: quería que correspondiera en todo detalle con lo que había sucedido en el mundo real.
Ahora, dejen que les cuente otra historia sobre la misma noche. La diferencia es que, en el caso que acabo de mencionar, un lector quisquilloso quería que mi relato coincidiera con el mundo real, mientras que en el ejemplo que sigue los lectores querían que el mundo real se ajustara a mi ficción, un caso algo diferente y más gratificante.
Dos estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de París vinieron a ensenarme un álbum de fotos en el que habían reconstruido la ruta entera de Casaubon. Habían encontrado y fotografiado todos los lugares que yo mencionaba, uno por uno, a la misma hora nocturna. AI final del capítulo 115, Casaubon sale de una alcantarilla y entra, por el sótano, en un bar asiático lleno de clientes sudorosos, barriletes de cerveza y esputos grasientos. Los estudiantes encontraron ese bar e hicieron una foto. No hace falta decir que el bar fue una invención mía, si bien lo diseñé pensando en los muchos bares de aquel vecindario; pero esos dos chavales habían descubierto sin duda el bar descrito en mi libro. Repito: esos estudiantes no sobrepusieron en su deber como Lectores Modelo la preocupación del Lector Empírico que quiere comprobar y ver si mi novela describía el París real. Más bien quisieron transformar el París «real» en un lugar que existía en mi libro. De hecho, de todo lo que pudieron haber encontrado en París, eligieron solo los aspectos que se ajustaban a las descripciones contenidas en mi texto.
Ese bar existía en mi texto, aun cuando yo creí que simplemente me lo había imaginado. Confrontada con su presencia en el texto, la intención del Autor Empírico se vuelve bastante irrelevante. A menudo, los autores dicen cosas de las que no son conscientes; solo después de recibir las reacciones de sus lectores descubren lo que han dicho.
Hay sin embargo un caso en el que puede resultar revelador fijarse en las intenciones del Autor Empírico. Es cuando el autor aún vive, los críticos han ofrecido sus interpretaciones del texto y se puede preguntar al autor o a la autora hasta qué punto, como persona empírica, fue consciente de las múltiples interpretaciones que sostiene el texto. En ese punto, la respuesta del autor no debería usarse para validar las interpretaciones del texto, sino para mostrar las discrepancias entre su intención y la intención del texto. El propósito del experimento es más teórico que crítico.
Finalmente, está el caso en que el autor es también un teórico textual. Ahí, el autor puede responder de dos maneras distintas. La respuesta podría ser: «No he querido decir eso, pero tengo que admitir que el texto lo dice, y agradezco al lector que me haya llamado la atención al respecto». O podría ser: «Independientemente del hecho de que no he querido decir esto, pienso que un lector razonable no debería aceptar semejante interpretación, porque es antieconómica».
Permitan que les explique ahora algunos casos en los que, como Autor Empírico, tuve que rendirme ante un lector que se había adherido a la intención de mi texto.
En Apostillas a «El nombre de la rosa», dije que sentí un estremecimiento de satisfacción al leer una reseña que citaba una observación de Guillermo al final del juicio, en el capítulo «Quinto día. Prima». «¿Qué es lo que más os aterra de la pureza?», pregunta Adso. Y Guillermo contesta: «La prisa». Me encantaron, y siguen encantándome, esas dos líneas. Pero entonces uno de mis lectores observó que en la misma página, Bernardo Gui, amenazando al cillerero con torturarle, dice: «Al contrario de lo que creían los pseudoapóstoles, la justicia no lleva prisa, y la de Dios tiene siglos por delante». El lector me preguntó con acierto qué conexión había querido yo establecer entre la prisa que temía Guillermo y la ausencia de prisa ensalzada por Bernardo. No fui capaz de responder.
De hecho, el intercambio entre Adso y Guillermo no existe en el manuscrito original; añadí ese breve diálogo en las galeradas, porque por razones de equilibrio y de ritmo, necesitaba insertar unas pocas líneas más antes de volver a cederle el escenario a Bernardo. Y olvidé por completo que, un poco más tarde, Bernardo habla de la prisa. Usa una expresión estereotipada, el tipo de frase que esperaríamos de un juez, un lugar común del tipo «todos somos iguales ante la ley». Y, ay de mí, yuxtapuesto con la prisa que menciona Guillermo, la prisa que menciona Bernardo da la impresión de que está diciendo algo fundamental en lugar de algo de carácter formulario; y está justificado que el lector se pregunte si los dos hombres están diciendo lo mismo o si el aborrecimiento de la prisa expresado por Guillermo no es imperceptiblemente diferente del aborrecimiento de la prisa expresado por Bernardo. El texto está ahí, y produce sus propios efectos. Tanto si así lo quise como si no, nos vemos ahí confrontados con una cuestión, una provocativa ambigüedad, y me pierdo a la hora de resolver ese conflicto, si bien me doy cuenta de que un significado está allí al acecho (quizá incluso muchos significados).
Un autor que titula su libro El nombre de la rosa tiene que estar dispuesto a tropezar con múltiples interpretaciones del título. Como Autor Empírico, escribí (en las Apostillas) que elegí ese título precisamente para dar libertad al lector: «La rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las Dos Rosas, una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces…». Por otra parte, un estudioso descubrió que algunos manuscritos tempranos de De contemptu mundi, de Bernard de Morlay —de donde tomé prestado el hexámetro que cierra mi novela: «Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus» («La rosa de antaño solo sobrevive en su nombre; los nombres, por sí solos, son todo lo que tenemos»)—, decían «Stat Roma pristina nomine», que al fin y al cabo suena más coherente con el resto del poema y sus alusiones a la Babilonia perdida[11]. Así que, de haber dado con una versión diferente del poema de Morlay, el título de mi novela podría haber sido El nombre de Roma (y hubiera adquirido matices fascistas).
Pero resulta que el título es El nombre de la rosa, y ahora entiendo lo difícil que era restringir las infinitas series de connotaciones que suscita la palabra «rosa». Podría haber intentado multiplicar las posibles lecturas hasta el extremo de que cada una de ellas se tornara irrelevante, y como resultado, hubiera producido una enorme e inevitable serie de interpretaciones. Pero el texto está ahí, por el mundo, y el Autor Empírico tiene que guardar silencio.
Cuando llamé «Casaubon» a uno de los personajes principales de El péndulo de Foucault, estaba pensando en Isaac Casaubon, quien demostró en 1614 que el Corpus Hermeticum era una falsificación; y leyendo El péndulo de Foucault, se encuentran algunos paralelismos entre lo que el gran filólogo entendió y lo que acaba entendiendo mi personaje. Fui consciente de que pocos lectores captarían la alusión, pero fui igualmente consciente de que, en términos de estrategia textual, ese conocimiento no era indispensable. (Quiero decir que se puede leer mi novela y entender a mi Casaubon sin saber nada del Casaubon histórico. A muchos autores les gusta meter determinadas contraseñas en sus textos en beneficio de unos pocos lectores experimentados). Antes de terminar mi novela, descubrí por casualidad que Casaubon también era un personaje deMiddlemarch, de George Eliot, una novela que yo había leído décadas atrás pero que había olvidado. Fue ese un caso en el que, como Autor Modelo, intenté eliminar una posible referencia a George Eliot. En el capítulo 10, la traducción española contiene el siguiente diálogo entre Belbo y Casaubon:
—… por cierto, ¿cuál es su nombre?
—Casaubon.
—¿No era un personaje de Middlemarch?
—No lo sé. De todas maneras, también era un filólogo del Renacimiento, creo. Pero no somos parientes[12].
Hice lo que pude para evitar lo que consideraba una referencia inútil a Mary Ann Evans. Pero luego, un lector astuto, David Robey, observó que el Casaubon de Eliot escribía un libro titulado Clave para todas las mitologías. Como Lector Modelo, me sentí obligado a aceptar esa asociación. El texto, sumado a unos conocimientos enciclopédicos, permite hallar esa relación a cualquier lector culto. Tiene sentido. Mal asunto para el Autor Empírico, que no es tan astuto como sus lectores.
Del mismo modo, mi novela se titula El péndulo de Foucault porque el péndulo del que habla lo inventó Léon Foucault. Si el artilugio lo hubiera inventado Ben Franklin, el título hubiera sido El péndulo de Franklin. Esta vez, fui consciente desde el principio de que alguien podría olerse una alusión a Michel Foucault: mis personajes están obsesionados por las analogías, y Foucault escribió sobre el paradigma de la similitud. Como Autor Empírico, no estaba satisfecho con ese posible vínculo. Suena como un chiste, y no un chiste inteligente. Pero el péndulo que inventó Léon era el héroe de mi relato, y fijaba el título; así, esperé que mi Lector Modelo no intentara establecer un vínculo superficial con Michel. Me equivoqué: muchos lectores astutos lo hicieron. El texto está ahí. Quizá tengan razón; quizá yo sea responsable de un chiste superficial; quizá el chiste no sea tan superficial. No lo sé. Ahora mismo el asunto está ya fuera de mi control.
Ahora vamos a fijarnos en casos en los que —aunque puede que haya olvidado mis intenciones iniciales, mientras actúo de Lector Modelo y examino el texto— creo que tengo derecho, como cualquier ser humano, a rechazar interpretaciones que no parecen económicas.
Helena Costiucovich, antes de traducir (magistralmente) al ruso El nombre de la rosa, escribió un largo ensayo sobre el libro[13]. En un determinado momento, menciona un libro de Émile Henriot titulado La Rose de Bratislava (1946), que trata de la caza de un misterioso manuscrito y concluye con la destrucción de una biblioteca por medio del fuego. La historia sucede en Praga, y al principio de mí novela yo menciono Praga. Además, uno de mis bibliotecarios se llama Berengario, y uno de los bibliotecarios del libro de Henriot también se llama Berengario.
Yo no había leído la novela de Henriot; ni siquiera sabía que existía. He leído interpretaciones en las que mis críticos consultan fuentes que yo conocía, y me alegré mucho de que descubrieran de una forma tan astuta lo que yo había escondido de una forma tan astuta para llevarles a encontrarlo, por ejemplo el hecho de que en Doctor Fausto, de Thomas Mann, Serenus Zeitblom y Adrian Leverkühn eran el modelo de la relación narrativa entre Adso y Guillermo en El nombre de la rosa. Los lectores me han informado de fuentes que yo desconocía, y me encantó ser considerado suficientemente erudito para citarlas (hace poco, un joven medievalista me dijo que Casiodoro, en el siglo VI, menciona a un bibliotecario ciego). He leído análisis críticos en los que el intérprete descubre influencias que yo no tenía en mente al escribir, pero que ciertamente se contaron entre mis lecturas de juventud; está claro que, de manera inconsciente, habían ejercido alguna influencia sobre mí. Mi amigo Giorgio Celli, por ejemplo, dijo que mis lectores de antaño incluyeron seguramente las novelas del escritor simbolista Dmitri Merezhkovski, y me di cuenta de que tenía razón.
Como lector ordinario de El nombre de la rosa (dejando aparte la circunstancia de que yo soy el autor del libro), creo que el razonamiento de Helena Costiucovich no demuestra nada interesante. La búsqueda de un misterioso manuscrito y la destrucción de una biblioteca por el fuego son tópicos literarios muy comunes, y podría citar muchos otros libros que los usan. Praga se menciona al principio de la novela, pero si en lugar de Praga hubiera mencionado Budapest, habría sido lo mismo. Praga no desempeña un papel crucial en el relato.
Por cierto, cuando El nombre de la rosa se tradujo en cierto país del bloque del Este, mucho antes de la perestroika, el traductor me llamó y me dijo que la referencia que abre la novela a la invasión de Checoslovaquia por parte de Rusia podría causar problemas. Respondí que no aprobaba modificación alguna de mi texto, y que si lo censuraban de cualquier manera, pediría responsabilidades al editor. Luego, en broma, añadí: «Menciono Praga al principio porque es una de mis ciudades mágicas. Pero también me gusta Dublín. Ponga "Dublín" en lugar de "Praga". No hay ninguna diferencia». El traductor protestó: «¡Pero Dublín no fue invadida por los rusos!». Y yo repliqué: «No es culpa mía».
Finalmente, los nombres «Berengario» y «Berngardo» podrían ser una coincidencia. En cualquier caso, el Lector Modelo debe admitir que las cuatro coincidencias —manuscrito, incendio, Praga y Berengario— son interesantes. Y como Autor Empírico, no tengo derecho a hacer objeciones. A pesar de todo esto, recientemente di con una copia del texto francés de Henriot, y descubrí que el nombre del bibliotecario de su libro no es Berngardo, sino Bernhard, Bernhard Marr. Probablemente Costiucovich se basara en una edición rusa que contenía una transliteración errónea de ese nombre del cirílico. Así que al menos una de las curiosas coincidencias queda eliminada, y mi Lector Modelo puede relajarse un poco.
Pero Helena Costiucovich escribió algo más a la hora de fijar paralelismos entre mi libro y el de Henriot. Dijo que en la novela de Henriot, el codiciado manuscrito era la copia original de las memorias de Casanova. Y resulta que en mi novela hay un personaje secundario llamado Hugo de Newcastle (en el original italiano, Ugo di Novocastro). La conclusión de Costiucovich es que «solo pasando de un nombre a otro es posible concebir el nombre de la rosa».
Como Autor Empírico, podría decir que Hugo de Newcastle no es una invención mía, sino un personaje histórico mencionado en las fuentes medievales que utilicé: el episodio del encuentro entre la delegación franciscana y los representantes del Papa procede realmente de una crónica del siglo XIV. Pero no se puede esperar que el lector lo sepa, y mi reacción no puede ser tenida en cuenta. Sin embargo, pienso que sí tengo el derecho a expresar mi opinión como lector ordinario. En primer lugar, «Newcastle» no es una traducción de «Casanova», que si acaso debería traducirse por «New House» (etimológicamente hablando, el significado del nombre latino «Novocastro» es «Ciudad Nueva» o «Campamento Nuevo»). Así que «Newcastle» sugiere «Casanova» de la misma manera que podría sugerir «Newton».
Pero hay otros elementos que pueden demostrar textualmente que la hipótesis de Costiucovich es antieconómica. En primer lugar, Hugo de Newcastle aparece en la novela desempeñando un papel muy marginal, y no tiene nada que ver con la biblioteca. Si el texto quisiera sugerir una relación oportuna entre Hugo y la biblioteca (así como entre él y el manuscrito), hubiera tenido que decir algo más. Pero en el texto no hay ni una palabra de eso. En segundo lugar, Casanova fue —al menos, de acuerdo con el conocimiento enciclopédico culturalmente compartido— un amante profesional y un calavera, pero en la novela nada deja asomo de duda sobre la virtud de Hugo. En tercer lugar, no hay ningún vínculo evidente entre un manuscrito de Casanova y un manuscrito de Aristóteles, y la novela no alude en ninguna parte al libertinaje como una forma de comportamiento elogiable. Como Lector Modelo de mi propia novela, me veo con derecho a decir que esa búsqueda de una «conexión Casanova» no lleva a ninguna parte.
Una vez, en un debate, un lector me preguntó qué quise decir con la frase «La felicidad suprema reside en tener lo que se tiene». Me desconcertó, y afirmé que yo jamás habría escrito esa frase. Estaba seguro de ello, y por muchas razones. En primer lugar, no creo que la felicidad resida en tener lo que uno tiene; ni siquiera Snoopy se atribuiría semejante banalidad. En segundo lugar, es poco probable que un personaje medieval piense que la felicidad reside en tener lo que uno tiene, ya que en la forma de pensar de la Edad Media, la felicidad era un estado futuro que se alcanzaba por medio del sufrimiento en el presente. De modo que repetí que yo nunca habría escrito esa frase, y mi interlocutor me miró como si fuera incapaz de distinguir lo que yo mismo he escrito.
Más tarde me tropecé con la frase. Sale en El nombre de la rosa, en la descripción del éxtasis erótico de Adso en la cocina. Este episodio, como puede adivinar fácilmente hasta el más torpe de mis lectores, está elaborado a partir de citas del Cantar de los Cantares y de la mística medieval. En cualquier caso, incluso no estando identificadas las fuentes, el lector puede ver que esas páginas describen los sentimientos de un hombre joven después de su primera (y probablemente última) experiencia sexual. Si releemos la frase en su contexto (quiero decir, en el contexto de la novela, no necesariamente en el contexto de las fuentes medievales), encontramos: «¡Oh, Señor! Cuando el alma cae en éxtasis, la única virtud reside en amar lo que se ve (¿verdad?), la máxima felicidad reside en tener lo que se tiene». O sea, «la felicidad reside en tener lo que se tiene» no en general, en cualquier momento de la vida, sino solamente en el momento de la visión extática. Es este un caso en el que resulta innecesario conocer la intención del Autor Empírico: la intención del texto es evidente. Y si las palabras inglesas tienen un sentido convencional, el verdadero sentido del texto no es el sentido que ese lector —obedeciendo a algún impulso de su idiosincrasia— creyó que quería transmitir. Entre la intención inaccesible del autor y la discutible intención del lector existe también una transparente intención del texto que descarta interpretaciones sin sostén.
Disfruté leyendo un hermoso libro de Robert F. Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey on Literary Flora from Shakespeare to Eco (y espero que Shakespeare hubiera estado orgulloso de encontrar su nombre asociado al mío). Al hablar de los distintos vínculos que encontró entre mi rosa y todas las demás rosas de la literatura mundial, Fleissner dice algo bastante interesante: quiere hacer ver «cómo la rosa de Eco deriva deEl tratado naval de Doyle, que a su vez debe mucho a la admiración que Cuff siente por su flor en La piedra lunar»[14].
Pues bien, soy un adicto irredento a Wilkie Collins, pero no recuerdo (y tampoco lo recordé cuando escribía mi novela) que el personaje de Cuff tuviera una pasión por las rosas. Creo que he leído todo lo que escribió Arthur Conan Doyle, pero tengo que confesar que no recuerdo El tratado naval. Pero no importa: en mi novela hay tantas referencias explícitas a Sherlock Holmes que mi texto también puede sostener ese vínculo. Pero, a pesar de mi mente abierta, pienso que Fleissner sobreinterpreta cuando, al tratar de demostrar cuánto «eco» de la admiración de Holmes por las rosas hay en mi Guillermo, cita este pasaje de mi libro: «"Frangula", dijo de pronto Guillermo, inclinándose para observar una planta, que, como era invierno, reconoció por el arbusto. "La infusión de su corteza es buena"».
Es curioso que Fleissner corte su cita después de «buena». Tras una coma, mi texto continúa con «para las hemorroides». Sinceramente, creo que el Lector Modelo no está invitado a tomar «frangula» por una alusión a las rosas.
Giosuè Musca escribió un análisis crítico de El péndulo de Foucault que considero de los mejores que he leído en mi vida[15]. Ya desde el comienzo, admite haberse dejado corromper por el hábito de mis personajes de ir en búsqueda de analogías, y se pone a buscar relaciones. Señala de forma magistral muchas citas ocultas y analogías estilísticas que quise que fueran descubiertas; encuentra otras relaciones en las que yo no pensé, pero que suenan muy convincentes; y desempeña el papel de lector paranoico hallando relaciones que me asombran, pero que soy incapaz de desautorizar, incluso sabiendo que pueden distraer al lector. Por ejemplo, parece que el nombre del ordenador, Abulafía, junto con el nombre de tres de los principales personajes, Belbo, Casaubon y Diotallevi, se corresponden con las iniciales ABCD. No hace falta decir que hasta que terminé el manuscrito, el ordenador tenía un nombre distinto: los lectores podrían objetar que, inconscientemente, los cambié con el único fin de obtener una serie alfabética. Parece que a Jacopo Belbo le encanta el whisky, y sus iniciales son, y ya es raro, JB. No sirve de nada el reparo de que durante todo el proceso de escritura, su nombre no era Jacopo, sino Stefano, y que lo cambié por Jacopo en el último momento. No hay alusión alguna al whisky J&B.
Las únicas objeciones que puedo hacer a mi libro como Lector Modelo son 1) que la serie alfabética ABCD es textualmente irrelevante si los nombres del resto de personajes no alargan la cadena hasta X, Y y Z, y 2) que Belbo también toma martinis y, además, su leve adicción al alcohol no es su rasgo más importante.
En contraste con ello, no puedo discutir con mi lector cuando observa también que Cesare Pavese, un escritor al que amé y al que sigo amando, nació en un pueblo llamado Santo Stefano Belbo, y que mi Belbo, un melancólico piamontés, recuerda a Pavese. En efecto (aunque mi Lector Modelo se supone que no conoce este detalle), yo pasé mi infancia a las orillas del río Belbo, donde superé algunas de las pruebas que atribuyo a Jacopo Belbo. Es cierto que todo esto pasó hace mucho tiempo, antes de que yo empezara a conocer a Pavese, de modo que cambié el nombre original de Stefano Belbo por Jacopo Belbo precisamente para evitar una relación evidente con Pavese y Jacopo Belbo. Pero no era suficiente, y mi lector acertó al encontrar una relación entre Pavese y Jacopo Belbo. Probablemente, hubiera acertado igual si yo hubiera puesto a Belbo cualquier otro nombre.
Podría seguir con ejemplos de este tipo, pero me he decantado por mencionar solamente los que resultaban más elocuentes. He descartado otros casos, más complejos, porque me arriesgaba a adentrarme demasiado en asuntos de interpretación filosófica o estética. Espero que estarán ustedes de acuerdo en que he introducido al Autor Empírico en este juego solo para subrayar su irreíevancia y reafirmar los derechos del texto.
Sin embargo, a medida que me aproximo al final de mis observaciones, tengo la impresión de haber sido poco generoso con el Autor Empírico. Hay por lo menos un caso en que el testimonio del Autor Empírico cumple una función importante no tanto para permitir a los lectores entender mejor sus textos como para ayudarles a entender el impredecible devenir de todo proceso creativo. Comprender el proceso creativo significa también entender cómo ciertas soluciones textuales llegan por casualidad, o como resultado de mecanismos inconscientes. Eso nos ayuda a comprender la diferencia entre la estrategia del texto —un objeto lingüístico que los Lectores Modelo tienen ante sus ojos, posibilitándoles emitir juicios, independientemente de las intenciones del Autor Empírico— y la historia de la evolución de ese texto.
Algunos de los ejemplos que he ofrecido pueden funcionar en esa dirección. Permitan ahora que añada otros dos ejemplos curiosos, dotados de un rasgo especial: se refieren solamente a mi vida personal y carecen de un equivalente textual, detectable. En el negocio de la interpretación, son irrelevantes. Ilustran simplemente cómo un texto, que es un artefacto concebido para suscitar interpretaciones, acaba convirtiéndose a veces en un magma de origen profundo que no tiene nada que ver —o aún no lo tiene— con la literatura.
Primera historia. En El péndulo de Foucault, el joven Casaubon está enamorado de una chica brasileña llamada Amparo. Giosuè Musca encontró, burla burlando, una relación con el físico André-Marie Ampère, quien estudió la fuerza magnética entre las corrientes eléctricas. Demasiado astuto. No sé por qué escogí ese nombre. Me di cuenta de que no era un nombre brasileño, así que decidí escribir (en el capítulo 23) lo siguiente: «Nunca he entendido por qué esa descendiente de holandeses afincados en Recife y mezclados con indios y con negros sudaneses, con el rostro de una jamaicana y la cultura de una parisina, tenía un nombre español». En otras palabras, escogí el nombre de «Amparo» como si hubiera venido de fuera de mi novela.
Meses después de la publicación del libro, un amigo me preguntó: «¿Por qué "Amparo"? ¿No es el nombre de una montaña, o de una chica que está mirando una montaña?». Y a continuación, explicó: «Hay una canción, "Guajira Guantanamera", en la que sale algo como "Amparo"». Oh, Dios mío. Conocía muy bien esa canción, aunque no recordaba ni una palabra de la letra. La cantaba a mediados de los años cincuenta una chica de la que estuve entonces enamorado. Era latinoamericana, y muy hermosa. No era brasileña, ni marxista, ni negra ni histérica como Amparo; pero está claro que, al inventarme a la encantadora chica latinoamericana, pensé inconscientemente en esa otra imagen de mi juventud, cuando tenía la edad de Casaubon. Había pensado en esa canción, y de alguna manera el nombre de «Amparo», que había olvidado por completo, emigró de mi inconsciente a la página. Esta historia es completamente irrelevante para la interpretación de la novela. Por lo que se refiere al texto, Amparo es Amparo es Amparo es Amparo.
Segunda historia. Quienes han leído El nombre de la rosa saben que trata de un misterioso manuscrito, que esa obra perdida es el segundo libro de la Poética de Aristóteles, que sus páginas están impregnadas de veneno y que viene descrito (en el capítulo «Séptimo día. Noche») así: «Leyó en voz alta la primera página y después no siguió, como si no le interesase saber más. Hojeó rápidamente las otras páginas, hasta que de pronto encontró resistencia, porque en la parte superior del margen lateral, y a lo largo del borde, los folios estaban pegados unos con otros, como sucede cuando —al humedecerse y deteriorarse— la materia con que están hechos se convierte en una cola viscosa».
Escribí esas líneas a finales de 1979. En los años siguientes, y quizá porque tras publicarEl nombre de la rosa empecé a tratar más a menudo a bibliotecarios y coleccionistas de libros (y ciertamente porque tenía un poco más de dinero a mi disposición), me convertí en un coleccionista de libros raros. Había sucedido antes, en el transcurso de mi vida, que yo comprara algún libro viejo, pero lo había hecho por casualidad, y solamente si eran baratos. Solo en los últimos veinticinco años he sido un coleccionista serio de libros, y «serio» significa que uno tiene que consultar catálogos especializados y tiene que escribir, para cada libro, una ficha técnica, que incluya el cotejo, la información histórica sobre las ediciones previas y posteriores, y una descripción precisa del estado físico de la copia. Esta última tarea requiere una jerga técnica para especificar si el libro tiene manchas amarillentas o está amarronado, si presenta restos de humedad o está manchado, si tiene hojas con una capa acuática o almidonadas, márgenes recortados, borraduras, una encuadernación endurecida, juntas rozadas, etcétera.
Un día, hurgando en los estantes superiores de la librería de mi casa, encontré una copia de la Poética de Aristóteles anotada por Antonio Riccoboni, Padua, 1587. Lo había olvidado por completo. La cifra 1000 estaba escrita en lápiz en la guarda, y eso significaba que compré el libro en alguna parte por 1000 liras (hoy, unos setenta céntimos de dólar), probablemente en los años cincuenta. Mis catálogos decían que se trataba de una segunda edición, no excesivamente rara, y qué había una copia en el Museo Británico. Pero me gustaba tenerlo porque por lo visto era difícil de encontrar, y en cualquier caso un comentario de Riccoboni era menos conocido y se citaba menos que, digamos, los de Robortello o Castelvetro.
Así que empecé a escribir mí descripción. Copié la página del título y descubrí que la edición tenía un apéndice titulado «Ejusdem Ars Cómica ex Aristotele», que decía presentar el libro perdido de Aristóteles sobre la comedia. Evidentemente, Riccoboni había intentado reconstruir el segundo libro perdido de la Poética. No era ese, sin embargo, un empeño insólito, y continué completando la descripción física del volumen. Entonces tuve una experiencia similar a la de un tal Zasetsky, descrita por el neuropsicólogo soviético A. R. Luria[16]. Zasetsky perdió parte de su cerebro durante la Segunda Guerra Mundial, y con ello toda su memoria y su capacidad de hablar, aunque sí podía escribir. Su mano escribía automáticamente toda la información que él era incapaz de pensar, y paso a paso reconstruyó su propia identidad leyendo lo que había escrito.
De modo similar, yo contemplaba el libro de una manera fría y técnica, redactando mi descripción, cuando de repente me di cuenta de que estaba reescribiendo El nombre de la rosa. La única diferencia era que a partir de la página 120, cuando empieza la Ars Cómica, los márgenes inferiores estaban seriamente dañados, más que los superiores, pero el resto era el mismo. Las páginas, progresivamente amarronadas y manchadas de humedad, se pegaban en los bordes, y parecía que hubieran sido embadurnadas con una repugnante sustancia viscosa.
Tenía en mis manos, en forma impresa, el manuscrito que había descrito en mi novela. Lo había tenido durante años en una estantería de mi casa.
No fue una coincidencia extraordinaria, como tampoco un milagro. Compré el libro en mi juventud, le eché una ojeada, me di cuenta de que estaba muy manchado, lo puse en alguna parte y me olvidé de él. Pero, mediante una especie de cámara interna, yo había fotografiado esas páginas, y durante décadas la imagen de esas hojas venenosas se quedó en la parte más recóndita de mi alma, hasta el momento en que resurgió —no sé por qué—, y creí que había inventado el libro.
Esta historia, como la primera, no tiene nada que ver con una posible interpretación de El nombre de la rosa. La moraleja, si tiene alguna, es que la vida privada de los Autores Empíricos es, hasta cierto punto, incluso más insondable que sus textos. Entre la misteriosa historia de una creación textual y la incontrolable deriva de sus lecturas futuras, el texto qua texto no deja de representar una presencia reconfortante, un punto al que podemos agarrarnos con rapidez.

Notas 


[7] Umberto Eco, Obra abierta, Barcelona, Ariel, 1979.

[8] Véase Jacques Derrida, «Signature Event Context» (1971), Glyph, I (1977), pp. 172-177, reimpreso en Derrida, Limited Inc., y John Searle, «Reiterating the Differences: A Reply to Derrida», Glyph, 1 (1977), pp. 198-208, reimpreso en Searle, The Construction of Social Reality, Nueva York, Free Press, 1995 (hay trad. cast.: La construcción de la realidad social, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997).
[9] Véase Philip L. Graham, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1964), pp. 13-14; Nathan Halper, «Notes on Late Historical Events», A Wake Newslitter (octubre de 1965), pp. 15-16.
[10] Ruth von Phul, «Late Historical Events», A Wake Newslitter (diciembre de 1965), pp. 14-15.
[11] Hay que observar, sin embargo, que en términos de cantidad silábica, la o de «Roma» es larga, de modo que el dáctilo inicial del hexámetro no funcionaría. «Rosa» es por lo tanto la lectura correcta.
[12] Umberto Eco, El péndulo de Foucault, Barcelona, Lumen. Traducción de R.P., revisada por Helena Lozano.
[13] Helena Costiucovich, «Umberto Eco: Imia Rosi», Sovriemiennaya hudoziestviennaya literatura za rubiezom, 5 (1982), pp. 101 y ss.
[14] Robert R Fleissner, A Rose by Another Name: A Survey of Literary Flora from Shakespeare to Eco, West Cornwall (Reino Unido), Locust Hill Press, 1989, p. 139.
[15] Giosuè Musca, «La camicia del nesso» Quaderni Medievali, 27 (1989).
[16] A. R Luria, The Man with a Shattered World: The History of a Brain Wound, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1987 (hay trad. cast.: Mundo perdido y recuperado: historia deuna lesión, Oviedo, KRK, 2010).


Confesiones de un joven novelista
Título original: Confessions of a Young Novelist
Umberto Eco, 2011
Traducción: Guillem Sans Mora
Foto: UE en Milan © Ferdinando Scianna/Magnum Photos

Peter Sloterdijk: "Europa está determinada por la metamorfosis de la ira"

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El filósofo alemán afirmó que que los seres humanos "desarrollamos un resentimiento colectivo".


POR JUAN RODIL

La Vanguardia
El filósofo alemán Peter Sloterdijk, considerado uno de los grandes pensadores del momento, ha afirmado que la historia de Europa "está determinada por la metamorfosis de la ira". Sloterdijk ha hecho esta afirmación en Santiago de Compostela, con motivo de su presencia en esta ciudad para recibir el Premio Bento Spinoza de ensayo en su tercera edición, que concede un jurado integrado por alumnos de institutos gallegos. El profesor alemán, cuyas ideas plasmadas en Ira y tiempo generan debates públicos en los medios de comunicación de su país y también europeos, sostuvo que los temas más actuales que mueven a las sociedades son en definitiva los más clásicos.


En su ensayo político-psicológico, el filósofo alemán destaca que la ira está de una manera determinante detrás de la historia de Occidente hasta los tiempos actuales, por lo que afirmó que "lo que habría que preguntarse es cuál es la primera palabra de Europa". Es, por este motivo, que el profesor afirmó que la idea principal de su ensayo Ira y tiempo "es que la historia de Europa está determinada por la metamorfosis de la ira". Sloterdijk alude en su obra a que la ira ya estaba presente en la Grecia clásica, manifestada en la cólera de Aquiles, que refleja La Ilíada, de Homero, pero dijo que en el año 2006, cuando él sitúa cronológicamente el final de su ensayo, "la cólera ha vuelto, la indignación; todo esto vuelve a estar presente, pero más que antes".

Afirmó que los seres humanos "somos personas ofendidas como individuos y queremos satisfacernos a nosotros mismos, pero en grupo también nos podemos sentir ofendidos y entonces desarrollamos un resentimiento colectivo e intentamos que ese resentimiento colectivo se convierta en una venganza viva colectiva". 

Preguntado por si se sentía identificado con alguna escuela filosófica en particular, Peter Sloterdijk contestó un rotundo "no", y añadió: "Tengo mi propia biografía que a la vez es una especie de currículum, y un currículum siempre está hecho de distintos tipos de escuelas filosóficas".
"Estoy contento de no ser ya un alumno", apostilló. Peter Sloterdijk departió esta mañana en el instituto Rosalía de Castro con un grupo de periodistas y en presencia también de alumnos de este centro que, junto a los de otros cuatro institutos gallegos, forman parte del jurado del Premio Bento Spinoza de ensayo, que ha sido concedido al filósofo alemán.

Este galardón es una apuesta por la reflexión y el espíritu crítico y representa una reivindicación del pensador holandés de origen judío del siglo XVII Bento Spinoza, descendiente de una familia de la Península Ibérica con antepasados posiblemente originarios de Ourense. El Premio Bento Spinoza de ensayo nace al amparo de otro galardón ya consagrado del instituto compostelano Rosalía de Castro, el San Clemente de Novela, que han recibido ya algunos de los más prestigiosos escritores internacionales.

Fuente: EFE. 


Peter Sloterdijk 

«El mundo necesita otra revolución»



" No más relaciones ni más disculpas. Sólo saludos lejanos en las encrucijadas del infinito, saludos de meteoro a meteoro. Un intercambio de destellos de incandescencia a incandescencia y un cauto caminar en compañía con los pasos inaudibles del amor. "



" La ideología nacionalsocialista fue un híbrido de movimiento fitness militarizado y cultura de acontecer popular [völkisch], apoyado en una doctrina muy superficial y crudamente naturalista en torno al poder. Esto nada tiene que ver con la religión. El fascismo es una política basada en la venganza integral; se dirige a colectivos de perdedores y los conduce a compensaciones autodestructivas. 

(…) 
El hombre es, par excellence, el animal que va más allá de la reacción. Crear arte es sobre-reaccionar, pensar es sobre-reaccionar, casarse es sobre-reaccionar. Todas las actividades humanas decisivas son excesos. Ya desde el principio el caminar erguido del hombre era una hipérbole que no se dejaba encuadrar por completo dentro de las ventajas biológicas de la adaptación. Desde los orígenes, lo que aquí entra en liza es una tendencia a romper los quicios, al exceso. Toda palabra humana no es sino un disparo a lo abierto. "




Peter Sloterdijk nació en Alemania en 1947. Estudió filosofía, germanística e historia en las universidades de Múnich y Hamburgo. Sus primeros trabajos académicos denotan su propensión por el estructuralismo y la hermenéutica poética. Se doctoró con una tesis sobre Literatura y organización de las experiencias vitales. En la actualidad es catedrático de filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe. La publicación de 'Crítica de la razón cínica' en 1983 (Taurus, 1989) le catapultó a la fama, ya que se convirtió en el libro de filosofía más leído y debatido en Alemania. 

Del autor han sido traducidas al castellano, entre otras: 'El árbol mágico: el nacimiento del psicoanálisis' en 1975 (1986), 'En el mismo barco: ensayo sobre la hiperpolítica' (Siruela,1994), y 'El extrañamiento del mundo' (Pre-textos, 1998) que obtuvo el premio Ernst Robert Curtius (1993). Año en el que Siruela publica su trilogía 'Esferas'. Fue acusado de usar una «retórica fascista» y plantear una nueva selección genética en Reglas para el parque humano. El instigador de la polémica fue un superviviente de la escuela de Franckfurt, el filósofo Habermas. 


«La era de los hijos de moral hiperdesarrollada de padres nacionalsocialistas toca a su fin. Una generación más libre avanza». 



Europa 


«En un periodo de un año o quizá dos la situación política de Austria se va a estabilizar. Sin embargo, no considero que haya que establecer una relación directa entre Haider y el fascismo. Además los países que acusan a Haider de fascista como Francia y Portugal también cuentan con movimientos fascistas; creo que en cierta medida están apelando a sus propias neurosis. El único problema que puede existir en Austria es que se persista en la política de aislamiento».



Sloterdijk considera que Europa es uno de los grandes temas del momento, de hecho acaba de escribir un libro, 'Cuando Europa despierte', en el que trata el viejo continente desde un punto de vista histórico pero también dramático. 


«El desarrollo del sentimiento nacionalista en Europa tiene mucho que ver con los medios de comunicación. Sea a través de los medios impresos o la televisión, es todo una cuestión mediática». Este es el caso de Austria; Sloterdijk cree que han sido los medios de comunicación los que han inflado el problema, porque la política de Haider es más bien provinciana. «Haider se defiende de la globalización que tiende a eliminar las identidades culturales. Se confunde el fascismo con la política de Haider, que es sólo un movimiento austriaco. La forma en que Haider está siendo tratado por los medios es más peligroso aún que el aislamiento que propone. De lo que se trata es de saber cuándo funciona la teoría de McLuhan y cuándo no funciona. Existe una relación directa entre el nacionalismo y la prensa. Se ha hablado también de que esa prensa puede ser postnacionalista, pero ese postnacionalismo, ese eliminar fronteras, también lleva a que las comunidades defiendan su identidad, su forma de entender la vida. Un ejemplo concreto y bastante evidente es 'La Gramática' de Nebrija, es un momento en que la idea del estado nación empieza a tener importancia. Es importante que exista una lengua propia y una manera de establecer cómo se define un país a través de su cultura. Es un proceso donde una lengua universal como era el latín en aquel momento se transforma y pasa a constituir la lengua propia de cada país y de este modo su cultura».




Considera que las ideologías del siglo XIX y del XX se han agotado y las divide en el marxismo, cuya representación es la metástasis del comunismo, y en el mito del liberalismo. 


«Sin embargo, mientras los hombres no pierdan las ilusiones habrá otras ideologías que sustituyan a las viejas. La ideología capitalista no ha convencido a toda la población europea. Creo que ha surgido una nueva religión que denomino como neofatalista y que se remite a la época del Imperio Romano. En aquel momento, los gladiadores se encomendaban a la diosa fortuna, que es precisamente la diosa de los desheredados».



Sloterdijk considera que los últimos 400 años ha sido una época caracterizada por el renacimiento sublime del arte. 


«Por desgracia, hoy en día estamos asistiendo a un renacimiento vulgar basado en esta religión neofatalista. Las catedrales de este neofatalismo son los estadios de fútbol y los programas baratos que emite la televisión».






«Existe una diferencia muy importante entre los lugares públicos que se construyen en el siglo XVIII y XIX que tienen forma de anfiteatros, como la ópera, el teatro, o incluso, las aulas universitarias, y los que se construyen hoy, que tienen forma de foro romano, porque es una vuelta al circo romano. En cuanto a los centros comerciales es cierto que se ajusta a esta idea de circo, sin embargo, su concepción es mucho más democrática porque en él sólo se dan perdedores, mientras que en los estadios se dan perdedores y ganadores».









Alemania 

Sloterdijk piensa que la unificación alemana no ha tenido lugar, sino que más bien ha habido una especie de anexión. 


«El recuerdo del holocausto y de la Segunda Guerra Mundial va a dejar de ser algo neurológico, un shock continuo, y se convertirá, cuando hayan desaparecido todos los testigos de la guerra, en un símbolo de lo que no se debe repetir».



Milenio 


«La Tercera Edad de la humanidad la comparo con la navegación en tanques gigantes que dada sus exageradas dimensiones casi no pueden maniobrar. Así, no navegamos hacia el futuro (a no ser que seamos turistas ricos con un yate en el Mediterráneo), estamos sentados en la cubierta de un barco enorme y esperamos que éste no choque con ningún iceberg».






«La futura genética será interesante sobre todo como un nuevo estilo de medicina. En las actuales condiciones estas técnicas nuevas no significan una ganancia para colectivos o unidades políticas».





«El último hombre en el prólogo de Zarathustra es el hombre sin descendencia, en este sentido el hombre de un único camino. No quiere ser intermediario entre los antepasados y los descendientes, sino él mismo última estación de la evolución. Como un monje pero sin creencias».





«Todo ser viviente superior necesita un mecenas. La primera mecenas es la madre, vivimos en su cuerpo nueve meses como en un oscuro hotel de cinco estrellas. Después aparecen otros mecenas en el escenario, padres, profesores, modelos, los clásicos. ¿Sabía que los poetas son los patrocinadores de sus naciones? Son los mecenas de sus idiomas, enriquecen a todos los que los leen».





«Continuaremos viviendo como hasta ahora, en una tendencia individualista, visitados una y otra vez por la nostalgia del grupo, siempre sobrepasados por la exigencia de tener que interesarnos por el destino de individuos lejanos, no sólo en la misma ciudad o nación, sino cada vez más de todo el planeta. La atención será mas preciada que el dinero puesto que todos querrán obtener tu atención».




«El mundo necesita otra revolución u otro cambio para corregir su curso autodestructivo. Sin embargo nadie sabe cómo ha de realizarse este cambio. Todos los intentos revolucionarios añadidos han fracasado horriblemente».




Filosofía 

Sloterdijk considera que filosofar es una forma de 'autohipnosis': se rechazan todas las opiniones con el pretexto de tener que pensarlas uno mismo. 


«En este sentido tiene el carácter de un poderoso mecanismo de protección. El filósofo tiene que tener (a diferencia del artista, que necesita una infancia infeliz) una infancia feliz y no resignarse nunca a que ésta se ha perdido; tiene que estar convencido de que antes de él no se ha pensado realmente nunca y que todos los sistemas anteriores surgen de charlatanes; tiene que sentirse a gusto en el infierno».




Vida 

«Tiene unas patas muy feas pero un paso suave. La nariz está más allá del bien y del mal y su memoria es fuera de lo común. Lo mejor de los elefantes es que son queridos a pesar de ser grandes». 




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● La evolución del mundo como una fiesta de suicidas; Sloterdijk y el pesimismo metodológico - Adolfo Vásquez Rocca. En Luke, Revista de Arte y Literatura Contemporánea, N º 86, junio, 2007, España. 

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● "Peter Sloterdijk; del pesimismo metodológico al cinismo difuso de nuestras sociedades exhaustas. ", En Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Córdoba, Argentina, Nº 15, Año IV, Segundo Cuatrimestre 2007, (pp. 84-92). - Adolfo Vásquez Rocca 

● "Peter Sloterdijk, Esferas, flujos, sistemas metafísicos de inmunidad y complejidad extrahumana. ", En Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Córdoba, Argentina, Nº 15, Año IV, Segundo Cuatrimestre 2007, (pp. 93 -100). - Adolfo Vásquez Rocca 

● Adolfo Vásquez Rocca, Artículo "Peter Sloterdijk: la música de las Esferas y el olvido del ser desde todos los altavoces" En Revista CuadrantePhi, Publicación de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá - Colombia, Nº15 junio a diciembre de 2007. 

● Adolfo Vásquez Rocca, Artículo "Peter Sloterdijk; Espumas, mundo poliesférico y ciencia ampliada de invernaderos" En KONVERGENCIAS, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Nº 16 - 2007, Capital Federal, Argentina, pp. 217-228 

● Artículo "Sloterdijk y Nietzsche; Posthumanismo, antropotécnicas y complejidad extrahumana", En Escáner Cultural, Revista de Arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 101 - enero - febrero 2008 

● "Sloterdijk y Nietzsche; Posthumanismo, antropotécnicas y complejidad extrahumana"Reproducido en Revista ESPIRAL, Nº 15, 2008, Revista de Cultura y Pensamiento Contemporáneo, México 

● Artículo "Peter Sloterdijk: Espacio tanatológico, duelo esférico y disposición melancólica", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, | Nº 17 | Enero-Junio 2008 -1º / 1 | pp. 151-158 

● Vásquez Rocca, Adolfo, Artículo "Peter Sloterdijk: Temblores de aire, atmoterrorismo y crepúsculo de la inmunidad", En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, | Nº 17 | Enero-Junio 2008 -1º / 1 | pp. 159-168 

● Vásquez Rocca, Adolfo, "El Palacio de Cristal: Peter Sloterdijk y Walter Benjamin; De los 'pasajes' a los invernaderos de la posmodernidad", En Escáner Cultural, Revista de Arte contemporáneo y nuevas tendencias, Nº 104 - mayo, 2008 

● "De domesticados y domesticadores". (El post-humanismo de Peter Sloterdijk) María José Cisneros Torres, En Psikeba, Nº 7, 2008 

● Alcances Antropológicos del anunció de "la muerte de Dios" en Nietzsche, Heidegger y Sloterdijk Lic. Isaac Moctezuma Perea - Universidad Nacional Autónoma de México En Revista Observaciones Filosóficas Nº 6, 2008 

● Vásquez Rocca, Adolfo, "Peter Sloterdijk: La Constitución Hipercomunicativa del Espacio Social; La Jauría del Espectáculo y El Mundo Interior del Capital" En KONFINES © - Voces ante el tercer milenio - Buenos Aires, 2008 

● Artículo "Sloterdijk; Entre rostros, Esferas y Espacio interfacial. Ensayo de una historia natural de la afabilidad", En EIKASIA, Revista de Filosofía, Nº 17 - 2008, ISSN 1885-5679 - Oviedo, España, pp. 221-235 

http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/5381029/Peter-Sloterdijk-El-mundo-necesita-otra-revolucion.html

La trágica vida Jean Seberg victima del FBI

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Jean Seberg (13 de noviembre de 1938 - 30 de agosto de 1979) fue una actriz estadounidense. Recordada por su participación en numerosas películas, entre ellas: Juana de Arco (1957), Buenos días tristeza (1958), Al final de la escapada (1960) y Lilith (1964), es un icono de la nouvelle vague francesa.
Seberg falleció a los 40 años en París, víctima de una sobredosis de barbitúricos la policía determino que la actriz se suicido. Seberg es conocida también, por ser una de las víctimas más mediáticas del Programa de Contrainteligencia del Buró Federal de Investigación (FBI), como una represalia por a su apoyo a distintos grupos de derechos civiles durante los años 60.


Ella no me hacía caso, todo por culpa de su hermana. Había intentado besarla en la oscuridad del portal de su casa y acabó por contárselo a su hermana. Yo le decía que no era cierto, que le mentía, pero ella y yo sabíamos que el motivo era otro. Ella había notado el parecido con la chica de mi póster. Era como una obsesión. Era ella, Jean Seberg. Con sus dedos señalando el número de sus amantes. Una imagen robada del cine Goya unos años antes. Estaba a mis espaldas cuando dormía y cada noche soñaba con pelearme con ella en aquella cama.
La conocí en aquella película, como todos, bajando Les Champs Elysées vendiendo periódicos, con el pelo corto y una camiseta del New York Herald Tribune. Era A bout de soufflé de Jean-Luc Godard. Y me enamoré de ella.
Busqué y rebusqué, le pregunté a todo el mundo, lo quisé saber todo sobre ella y, al final, robé aquel póster y lo colgué en mi habitación. Se llamaba Jean Seberg y era americana. Sí, americana, no francesa. Hasta los diecisiete años fue una chica normal de algún pueblecito normal del medio de los Estados Unidos. Poco sé de ella hasta que Otto Preminger la escogió para protagonizar su versión de Santa Juana de Arco.

Santa Juana : Foto Jean Seberg, Otto Preminger
Jean vive su vida
La vida de Jean Seberg es un completo misterio, con hipótesis sobre sus inclinaciones políticas, sexuales, sus adicciones y su propia muerte. De ella se sabe que estudiaba en la universidad de Iowa hasta que fue elegida para hacer el papel de Juana de Arco. No existen muchos datos sobre su vida anterior. En ese momento, 1957, su vida da un giro y se convierte en un personaje odiado por los más fundamentalistas cristianos estadounidenses y admirado por los sectores más progresistas, debido al talante que le inquiere al personaje de Juana de Arco. Al año siguiente, Otto Preminger, que se ha quedado prendado del halo interpretativo que desprende, la elige para protagonizar la versión cinematográfica de la novela más de moda del momento, Bonjour tristesse, de la escritora francesaFrançoise Sagan. El personaje de Cecille, pensado en principio para ser interpretado por Audrey Herpburn, lo encarna con tal convicción que hasta los franceses de la nouvelle vague piensan que la talJean Seberg es en realidad de origen francés. Sería Jean-Luc Godard quién, al año siguiente en 1959, la elige como protagonista de su opera prima, la inolvidable A bout de souffle, el nacimiento del cine moderno. Una película que cambiaría la vida de toda una generación de adolescentes, y no tanto, interpretada por un jovencisimo Jean Paul Belmondo y que también cambiará una vez más la vida de nuestra Jean.

Es una estrella ahora. Todos los chicos se enamoran de ella y todas las revistas de moda quieren tenerla en su portada. Se convierte en el referente de todas las chicas, con su pelo a lo garçon y sus hipsters de pata de gallo. Inaugura lo que más tarde será explotado hasta la saciedad por toda la escena mod y sixties, el pop-art le debe mucho a esta mujer.
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A caballo entre Europa y los EEUU, la carrera cinematográfica de Jean Seberg tambalea con facilidad. Excepto su inclusión en Saint Joan, Bonjour Tristesse y A bout de souffle, los otros papeles que lleva a cabo son pequeños y en coproducciones de bajo presupuesto. Hasta que en 1964 protagoniza al lado de otro sex-simbol, Warren Beaty, la última película de Robert RossenLilith. Una historia bastante oscura y de trama psicológica sobre un hospital de enfermos mentales. Su papel es bastante complicado y la película es ahora una joya no sólo por su presencia sino también por su fuerza visual y por las presiones políticas que sobrevolaban el rodaje; no en vano, el director era uno de los perseguidos por Mcarthy en su caza de brujas.
Godard la vuelve a llamar ese mismo año para protagonizar un episodio de Les plus belles escroqueries, pero el resultado no será comparable al éxito de A bout de souffle. Jean siempre será la chica que vendía periódicos en les champs elysses.
Para nuestra suerte Jean aceptará la oferta de Jean Becker de rodar en España una película conBelmondo títulada “A escape libre” y que a gusto de alguno de nosotros muestra una imagen mucho más erótica y sofisticada de Jean. El argumento es bastante malo pero la imagen ofrecida por nuestra admirada es suficiente para que engrose en la lista de esas películas que visionamos con frecuencia.

Une femme marieé
Jean estaba casada con Romain Gary y aunque su vida de casada era más o menos buena estaba frustrada por no tener hijos. Algo que la llevaba a mantener relaciones esporádicas con multiples amantes, en su mayoria jovenes desconocidos que conocía en rodajes y en sus escapadas nocturnas a fiestas llenas de excesos alcohólicos y experimentacion con alucinógenos. En alguna de estas fiestas comenzó a relacionarsela con un lider de los “terroristas” Black Panthers comenzando uno de los capitulos más turbios de la biografía de Jean. El hecho es que Jean tenía unas ideas políticas cercanas a la ultra-izquierda norteamericana, es decir, un peligro para la moral, política y sociedad americana de la época. Entre esos sectores con los que se la relacionaba estaban los Black Panthers, un supuesto grupo terrorista que gozaba de mucho prestigio en Europa y sobre todo entre los intelectuales franceses con los que Jean también estaba relacionada. Motivo por el cual el FBI comenzó a investigar su vida llegando a creer que se trataba de una espía que, a modo de mata-hari, portaba información de una lado al otro del atlántico. Además, en un momento dado se barajó la idea de que el hijo que iba a tener era del lider de la banda. Un niño que nunca nació porque con todo el revuelo que se armó y su adición a los barbituricos provocó que naciese muerto. Hecho que al FBI le valió para abrir otra investigación ya que temían que ella se hubiese provocado el aborto.
Todos estos motivos la llevaron de depresión en depresión durante el resto de su vida, deteriorando si cabe aún más la relación que mantenía con su marido. 
Su carrera cinematográfica no levantaba el vuelo aunque mantenía su popularidad. Desde su papel en A escape libre solamente realizó otra serie de películas de bajo presupuesto y poco recomendables, intercaladas con pequeños papeles en dos películas de Claude Chabrol, otro de aquellos jovenes turcos de la nouvelle vague. 
Es en 1969 cuando realiza otro de esos papeles a recordar. se trata de el western Paint your wagon ( La leyenda de la ciudad sin nombre ) de Joshua Logan, el director de la mítica película deMarilynBus Stop. Junto a Lee Marvin, Jean Seberg se atreve incluso a cantar en la banda sonora, muy codiciada desde entonces. Una bella balada que nos descubre un nuevo talento en nuestra admirada. Y una oportunidad única, ya que nunca más se atrevería a cantar. 
Entre sus amigos más cercanos se encontraba Nico, la cantante de la Velvet y actriz, modelo y mujer de Philippe Garrel, director de cine que la retratará en una película del año 74 titulada Les Hautes Solitudes, por desgracia inédita para nosotros, pero que por referencias sé que se trata de un filme en blanco y negro protagonizado por ellas dos y que recoge la vida cotidiana de una casa. Y además tiene como curiosidad que es muda. Pura vanguardia de la segunda generación de la nouvelle vague, ya duedora de la herencia del tan polémico mayo del 68, integrada por el propio Garrel y por mi admirado Jean Eustache, director de la polémica y fascinante La maman et la putain.
Dos años antes, en 1972, Jean se embarcará en otro proyecto peleagudo, una película de carácter político realizada en Francia por Ives Boisset, El atentado. Película en la que Jean se involucrará bastante y que le reportará algún premio por su interpretación magistral. Aunque no se trate de una gran película, merece la pena por su breve pero intensa actuación.
Ese mismo año es reclamada desde España por un Juan Antonio Bardem en horas bajas para interpretar a la madre de Marisol (sí habeis leido bien) en uno de esos pastiches pseudoeróticos que se estilaban por estos lares en los albores de la dictadura. La corrupción de Chris Miller, que así se llama el engendro, es la historia de una madre y una hija que se rifan e intercambian a los novios y mantienen una relación semi-incestuosa, que dará lugar a escenas bastante cutres y poco eróticas que llegaban hasta donde la, ya en horas bajas, censura permitia; es decir, muy poca cosa y risible vista en la actualidad. 
En ese viaje a España sucede otro de los capitulos extraños dentro de la vida de Jean Seberg. Conoce a un joven meritorio, en aquellos entonces, Ricardo Franco, futuro director de cine de joyas tales como El desencanto de 1975. Comenzando una relación ocultada por ambos y secreta hasta hace unos años. Una relación de amor-odio que muchos años más tarde dará lugar al magistral guión y malograda última película de Ricardo, titulada Lágrimas negras y que protagonizó Ariadna Gil. Una película intensa sobre la relación que mantuvo durante algún tiempo con Jean. Una historia triste que habla de drogas, depresión, locura y amour fou. Una relación que estaba desde su comienzo maldita y que nunca ninguno de los dos quiso contar en primera persona. Aunque si habeis visto la película que se hizo hace unos años sabreis que fue muy dura y llena de inseguridades por las dos partes. Se trataba de dos personas acomplejadas y de un universo interior muy rico que se acercaron en un momento complicado en sus vidas, las cuales quedarán marcadas desde entonces hasta la muerte trágica de ambos.
Cabe decir que el guión de la película no deja de ser ficción. No se trata de una trasposición literal de su vida juntos.
vivir rodando
Sí, también dirigió.
En 1974, Jean se puso por primera y última vez detrás de las camaras. Sería para rodar como directora una película que también pertenece inédita titulada The Ballad of the Kid y de la que apenas tengo información. Es una más de esas películas que se han quedado en el olvido como pueden serlo las películas que rodó Philippe Garrel a principios de los setenta o las de Eustache, Pialat, Rouch, Mekas, Anger, Zulueta o el propio Ricardo Franco. Pequeñas películas que sólo son visibles a veces en salas de las denominadas hace años, de arte y ensayo o en cine-clubs de los pocos que quedan esparcidos por nuestras tierras.
mother´s little helper
La última etapa de su vida transcurrió entre psiquiatricos y las casas de sus pocos amigos ( Nico y Garrel ). Jean se vio sumida en una gran depresión debida a los barbituricos y el alcohol. Algo demasiado típico para alguien que se ha convertido en un mito, pero cierto como su propia vida.

Nunca repuesta de su persecución por el FBI se dedicó a vagar por las calles de su llorado Paris, igual que una clochard cualquiera, en busca de su dosis y en la huida de si misma. 

Intentando olvidar el dolor de no haber conseguido sus pequeños propósitos. Tan sencillos como difíciles de conseguir para alguién como ella. Tener un hijo y ser feliz tranquila y sola, rodeada de los suyos. Algo que no consiguió, ya que una sobredosis se la llevó en otra de sus escapadas hasta el último suspiro. 
Después de varios días desaparecida alguien encontró su cadáver  medio descompuesto ya, cerca de un basurero en las afueras de Paris. Era el 7 de diciembre de 1979.
La foto que abajo veis es igual al poster que hay pegado en mi habitación, ese poster robado igual que los besos robados de Truffaut y que nos devuelve la imagen que más nos gusta de Jean. La juventud y casualidad de una mujer de vida triste que nos hace volar y sentir cuando nos acercamos a ella en esos trozos de cinta magnética que conservamos todavía y visionamos como adictos siempre que queremos recrearnos en la mirada y en la expresión de nuestra querida Jean Seberg.
Un mito más a añadir a la lista, pero no uno cualquiera, sino una mujer que simpre supo transmitir con sus gestos y su mirada, la limpieza o la perversidad de las mujeres que soñamos que nos quisieran.
Por cierto, aquella chica que se parecía tanto a ella desapareció de mi vida en algún momento, aunque a veces la veo entre las imágenes que se componen entre mi video y mi cabeza.



Bienvenida, tristeza. Y adios.

GUILLERMO ARIAS

Adiós a Las Vegas ( Leaving Las Vegas)

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Ben Sanderson (Nicolas Cage en el papel que le valió el Oscar) es un guionsta de Hollywood que no parece tener motivos aparentes para beber ni para morir. No es un fracasado, tampoco es pobre, y tiene familia. Lo que le ocurre es que tiene sus propios demonios, y son éstos los que le llevan hasta Las Vegas, la ciudad donde los bares nunca cierran, con la intención de beber hasta morir.
Director: Mike FiggisIntérpretes: Nicolas CageElisabeth ShueJulian SandsRichard LewisTítulo en VO: Leaving Las Vegas
País: USA Año: 1995.
Duración: 115 min.Clasificación: Mayores 18 añosGénero: DramaColor o en B/N: ColorGuión: Mike FiggisFotografía: Declan QuinnMúsica: Mike Figgis
"La trama parte de un hecho muy simple y muy crudo, seguramente por todos bien conocido: un guionista fracasado pretende embriagarse hasta morir; en su carrera suicida conoce a una prostituta, aficionada a las adicciones de tipo psicológico, de la que irreparablemente se enamora. La vida, en su infinita sabiduría, les presenta a los dos una segunda oportunidad y ellos, en su obstinación y ceguera, la echan a la basura. Es en extremo lamentable y dramático observar como se despilfarra una existencia.

Creo que es la mejor historia de amor que se ha podido ver en el cine. Está tan bien realizada que nunca se cae en la cursilería a la que estamos tan habituados. Contrario a lo que ha sucedido hasta el cansancio, no se crea un guión para glorificar un amor imposible o lleno de dificultades; es todo lo contrario, la mesa está puesta y ellos prefieren seguir con sus vicios porque están profundamente arraigados. A pesar de todo lo que hay en contra, la tan inusual pareja se acepta tal y como es y bastan algunos diálogos para saber que están hechos “el uno para el otro”. Sera quiere tanto a Ben que soporta su repugnante comportamiento y aunque lo cuestiona, sabe que no puede hacer nada. Él por su parte consiente su profesión y aunque le duele profundamente nunca trata de censurarla.

Es efectivamente una historia romántica; totalmente sui generis si se quiere pero muy sentimental. Lo más rescatable es que se deja a un lado el cliché barato y narra las cosas como son en la vida real, duras, complicadas y bastante crueles.

Afirma Ben Sanderson, al explicar la razón de su comportamiento: “No sé si empecé a beber porque mi familia me dejó o si mi familia me dejó porque empecé a beber”. El hecho es que es un sujeto moralmente destrozado y ya no le importa nada, sólo desea un poco de felicidad, la cual es proporcionada por el alcohol. Por eso se dirige a Las Vegas, donde los bares nunca cierran.

Toda ella es un gran complejo de emociones inteligentemente amarradas. La fotografía es memorable, la musicalización es acertadísima y la dirección está impecablemente ejecutada, pero por sobre todas las cosas las actuaciones resplandecen y opacan su entorno. Sin duda, y por mucho, son los papeles mejor representados en la carrera de Nicolas Cage y Elizabeth Shue.

La cinta está basada en la novela autobiográfica de John O’Brien. Este escritor nació en 1960 y en 1990 redactó el libro “Leaving Las Vegas”. En 1994, dos semanas posteriores al inicio del rodaje, se suicidó; contaba con 34 años. Su padre aseguró que la novela era su nota póstuma."

http://luppanar.blogspot.com/2007/09/leaving-las-vegas-adis-las-vegas-1995.html





















 




Aboud Saeed habla por qué él es “el más inteligente de Facebook”.

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"En Siria, la guerra nos dejó desnudos”

Redes sociales. Aboud Saeed habla en su libro de la guerra, la desesperanza y el porvenir. En una entrevista exclusiva en Berlín cuenta por qué él es “el más inteligente de Facebook”.



Aboud Saeed logró salir de Siria por invitación de su editorial alemana que le organizó una gira por diferentes ciudades de ese país. El 19 de octubre pasado era su primera aparición en Berlín y dos días antes no se sabía si tomaría el avión en Estambul o si las autoridades turcas y alemanas seguirían exigiendo algún documento adicional para acreditar que iba a abandonar Europa una vez vencido el permiso de seis semanas de estadía.

Por primera vez en mi vida me tocó estar junto a una persona con quien no podía comunicarme en ningún idioma conocido. Saeed habla un poco de inglés (más de lo que aparenta) pero después de la primera frase vira al árabe y allí empieza el abismo. Pensé que esa resistencia a abandonar el árabe era una estrategia para hablar poco. Me asombró su flacura. Las fotos que exhibe en su página de Facebook no dan cuenta de esa delgadez que es fruto no del hambre, sino de la crispación. A pesar de todo tuvo para conmigo una extraña afabilidad expresada más allá de palabras o gestos, era simplemente o casi una inclinación de su cuerpo. Sandra Wentzl, quien lo descubrió en las redes sociales, tradujo al alemán su libro Yo, el más inteligente de Facebook (Mardulce) y editó sus mensajes de Facebook, hace de traductora. Estamos en su precario departamento de Neukölln en una soleada siesta del otoño berlinés.
–¿Por qué sos el hombre más inteligente de Facebook?

–Cuando empecé a escribir en Facebook era un usuario marginal. Me costaba ganar amigos y me sentía permanentemente rechazado como en un estado de orfandad. Eso tienen las redes sociales: te hacen sentir un paria. Ganar amigos fue el desafío y me concentré en elaborar una especie de estrategia en la que increpaba a todos. Un día escribí: “Soy la persona más inteligente de Facebook” y recibí una avalancha de mensajes agresivos. En ese momento supe que había logrado lo que quería.
–¿Qué querías?

–Lo que allí se quiere. Que te miren.
–Eso es bastante narcisista.

–Las redes estimulan el narcisismo. Facebook es la otra vida, es casi más real que la vida vivida. Lo que de mí saben mis amigos de Facebook no se compara con lo que conocen de mí mis amigos “reales”. Mis lazos personales allí son más íntimos que los de afuera. En Facebook hago el amor, me doy el lujo de odiar, de tener angustia cuando alguien me repudia. Y cuando me enojo, ese enojo me dura días.
–En tu libro mencionás una gran cantidad de intelectuales, artistas y activistas del mundo árabe para nosotros absolutamente desconocidos. ¿Te sentís protegido o amparado en esa red?

–Por supuesto. Más que en la familia. Son compañeros de mi revolución personal, esa que se inició cuando decidí ganarme la mayor cantidad de amigos posibles.
–Insistís mucho en la palabra “revolución” para definir lo que pasa en Siria. Nunca hablás de una revuelta, ni siquiera de una guerra civil. ¿Por qué?

–Cuando empezó lo que en Occidente se llama “primavera árabe”, en Siria estalló una revolución. La primera de la historia de este país. Fue tan profunda que con el desarrollo de los hechos, todos se sienten indefensos. Dentro y fuera de Siria nadie sabe qué hacer: la comunidad internacional no lo sabe; yo no lo sé. El rasgo más significativo de esta revolución es su radical incertidumbre y todos la padecen: desde la madre que pierde a su hijo hasta los que han abrazado las armas. En la incertidumbre la gente suele replegarse y recurre a conceptos simplistas para definir situaciones complejas. “Guerra civil” es uno de ellos. Los que se sienten superados por los acontecimientos tienden a minimizarlos y se dicen que hay guerra civil. En Siria no hay guerra civil, hay una guerra y hay una revolución que arrasó con todos los preconceptos, desnudó prejuicios, puso en jaque a las ideologías y nos dejó en carne viva, desnudos.
–¿Cómo sería el triunfo de esa revolución para vos?

–Nadie lo sabe. Yo tampoco. Pero todos los que se quedan en Siria, no importa si recurran a la lucha armada o simplemente intenten sobrevivir en su cotidianeidad, saben que se trata de una revolución. Nadie sabe cuánto tiempo va a durar, nadie sabe cómo será la vida en Siria en el futuro. Vivimos en un tiempo de excepción y nos estamos acostumbrando a la idea de que no tiene fin. Así como la revolución arrasó con el pasado, también puede arrasar con nosotros. No podemos soñar, no podemos imaginar ni desear nada. No ahora, no en esta situación de paréntesis que vivimos.
–No queda claro quiénes luchan contra Assad. Por un lado, están los fundamentalistas como el Frente Nusra (fracción de Al Qaeda), hay una oposición civil armada y una fracción de ex militares. ¿Quién lucha contra Assad más allá de intereses sectarios?

–La fracción que importa es la del Ejército libre de Siria constituida por desertores del ejército y civiles armados. Ellos representarían a la revolución. Todo el resto, tanto islamistas fundamentalistas o terroristas… le hacen el juego a Assad, son sus aliados y están en connivencia con él. Sobre todo el Frente Nusra. Con sus actos sangrientos contribuye a que la gente haya empezado a creer que Assad en el poder es el mal menor. Al mismo tiempo, Assad contribuye a darles una entidad.
–También es confusa la constelación internacional respecto del conflicto. Por un lado, China y Rusia apoyan a Assad y a ellos se suma Irán. Luego, los países del Golfo, EE.UU. y la Comunidad Europea. Todos con grandes divisiones entre sí. ¿Cómo se percibe en Siria la falta de reacción de la comunidad internacional? Desde afuera parece que nadie se quiere meter...

–Yo no soy analista político. No puedo saber –y menos interpretar– qué ocurre entre las bambalinas políticas internacionales. Nuestro pueblo viene de muchos siglos de sojuzgamiento y está totalmente desideologizado. Yo soy parte de ese pueblo. Lo importante es saber que esa revolución va a seguir su curso más allá de quién sea el presidente de EE.UU., de las armas que suministre Arabia Saudita, de los medios. La revolución no es política en ese sentido, ni siquiera tiene un programa demasiado definido. Por ello, la inacción internacional tiene un motivo bien sencillo: la alianza incondicional de EE.UU. con Israel. Como Assad siempre fue funcional a esa alianza, prefieren mantenerlo hasta que Siria desaparezca del todo.
–¿Cómo te convertiste en escritor? ¿Hubo una causa desencadenante o en tu infancia ya pensabas en escribir?

–No sé si soy un escritor. Creo que no, y no lo digo por falsa modestia sino porque estoy lleno de dudas. Dudo mucho de mí mismo. Pero suponiendo que fuera un escritor, creo que me construí a partir del vacío y de la marginación. Soy hijo de todo eso: del rechazo y de la marginación.
–¿Escribís más allá de Facebook?

–No, no escribo más de lo que se lee en Facebook.
–No te creo, te escuché decir otra cosa.

–¿Qué me escuchaste decir?
–Algo sobre una novela.

A veces hago apuntes, es cierto. Pero siempre los uso en mis posts. Eso es todo. En materia de escritura, para mí todo empieza y termina en Facebook.
–¿Qué sabés sobre la Argentina?]

–Muy poco, lamentablemente. Sé que tiene futbolistas increíbles como Maradona o Messi. Sé que se toma mate y que el cine argentino es muy bueno. Pero es poco y me encantaría que alguna vez me inviten
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"Una imagen de Proust" por Walter Benjamin.

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Traducción Jesús Aguirre
I
Los trece volúmenes de A la Recherche du Temps Perdu, de Marcel Proust, son el resultado de una síntesis inconstruible, en la que la sumersión del místico, el arte del prosista, el brío del satírico, el saber del erudito y la timidez del monómano componen una obra autobiográfica. Se ha dicho, con razón, que todas las grandes obras de la literatura fundan un género o lo deshacen, esto es que son casos especiales. Entre ellos es éste uno de los más inaprehensibles. Comenzando por la construcción, que expone a la vez creación, trabajo de memorias y comentario, hasta la sintaxis de sus frases sin riberas (Nilo del lenguaje que penetra, para fructificarlas, en las anchuras de la verdad), todo está fuera de las normas. El primer conocimiento, que enriquece a quien considera este importante caso de la creación literaria, es que representa el logro más grande de los últimos decenios. Y las condiciones que están a su base son insanas en grado sumo. Una dolencia rara, una riqueza poco común y una predisposición anormal. No todo es un modelo en esta vida, pero sí que todo es ejemplar. A la sobresaliente ejecutoria literaria de nuestros días le señala su lugar en el corazón de lo imposible, en el centro, a la vez que en el punto de equilibrio, de todos los peligros; caracteriza además a esa gran realización de la "obra de una vida" como última y por mucho tiempo. La imagen de Proust es la suprema expresión fisiognómica que ha podido adquirir la discrepancia irreteniblemente creciente entre vida y poesía. Esta es la moral que justifica el intento de conjurar dicha imagen.
Se sabe que Proust no ha descrito en su obra la vida tal y como ha sido, sino una vida tal y como la recuerda el que la ha vivido. Y, sin embargo, está esto dicho con poca agudeza, muy, pero que muy bastamente, Porque para el autor reminiscente el papel capital no lo desempeña lo que él haya vivido, sino el tejido de su recuerdo, la labor de Penélope rememorando. ¿0 no debiéramos hablar más bien de una obra de Penélope, que es la del olvido? ¿No está más cerca el rememorar involuntario, la mémoire involontaire de Proust, del olvido que de lo que generalmente se llama recuerdo? ¿Y no es esta obra de rememoración espontánea, en la que el recuerdo es el pliegue y el olvido la urdimbre, más bien la pieza opuesta a la obra de Penélope y no su imagen y semejanza? Porque aquí es el día el que deshace lo que obró, la noche. Cada mañana, despiertos, la mayoría de las veces débiles, flojos, tenemos en las manos no más que un par de franjas del tapiz de la existencia vivida, tal y como en nosotros las ha tejido el olvido. Pero cada día, con labor ligada a su finalidad, más aún con un recuerdo prisionero de esa finalidad, deshace el tramaje, los ornamentos del olvido. Por eso Proust terminó por hacer de sus días noche, para dedicar sin estorbos, en el aposento oscurecido, con luz artificial, todas sus horas a la obra de no dejar que se le escapase ni uno solo de los arabescos entrelazados.
Los romanos llaman a un texto tejido; apenas hay otro más tupido que el de Marcel Proust. Nada le parecía lo bastante tupido y duradero. Su editor Gallimard ha contado cómo las costumbres de Proust al leer pruebas de imprenta desesperaban a los linotipistas. Las galeradas les eran siempre devueltas con los márgenes completamente escritos. Pero no subsanaba ni una errata; todo el espacio disponible lo rellenaba con texto nuevo. La legalidad del recuerdo repercutía así en la dimensión de la obra. Puesto que un acontecimiento vivido es finito, al menos está incluido en la esfera de la vivencia, y el acontecimiento recordado carece de barreras, ya que es sólo clave para todo lo que vino antes que él y tras él. Y todavía es en otro sentido el recuerdo el que prescribe estrictamente cómo ha de tejerse. A saber, la unidad del texto la constituye únicamente el actus purus del recordar. No la persona del autor, y mucho menos la acción. Diremos incluso que sus intermitencias no son más que el reverso del continuum del recuerdo, el dibujo retroactivo del tapiz. Así lo quiso Proust y así hay que entenderlo, cuando él mismo dice que como más le gustaría ver su obra es impresa a dos columnas en un solo volumen y sin ningún punto y aparte.
¿Qué es lo que buscaba tan frenéticamente? ¿Qué había a la base de este empeño infinito? ¿Se nos permitiría decir que toda vida, obra, acto, que cuentan, nunca fueron otra cosa que el despliegue sin yerro de las horas más triviales, fugaces, sentimentales y débiles en la existencia de aquél al que pertenecen? Y cuando Proust, en un pasaje célebre, ha descrito esa hora que es la más suya, lo ha hecho de tal modo que cada uno vuelve a encontrarla en su propia existencia. Muy poco falta para que podamos llamarla cotidiana. Viene con la noche, con un gorjeo perdido o con un suspiro en el antepecho de una ventana abierta. Y no prescindamos de los encuentros que nos estarían determinados, si fuéramos menos proclives al sueño. Proust no está dispuesto a dormir. Y sin embargo, o más bien por eso mismo, ha podido Jean Cocteau decir, en un bello ensayo, respecto de su tono de voz, que obedecía a las leyes de la noche y de la miel. En cuanto entraba bajo su dominio vencía en su interior el duelo sin esperanza (lo que llamó una vez "l'imperfection incurable dans l'essence même du présent") y construía del panal del recuerdo una mansión para el enjambre de los pensamientos. Cocteau se ha dado cuenta de lo que de derecho hubiese tenido que ocupar en grado sumo a todos los lectores de este creador y de lo cual, sin embargo, ninguno ha hecho eje de su cavilación o de su amor. En Proust vio el deseo ciego, absurdo, poseso, de la dicha. Brillaba en sus miradas, que no eran dichosas. Aunque en ellas se asentaba la dicha como en el juego o como en el amor. Tampoco es muy difícil decir por qué esa voluntad de dicha, que paraliza, que hace estallar el corazón y que atraviesa las creaciones de Proust, se les mete dentro tan raras veces a sus lectores. El mismo Proust les ha facilitado en muchos pasajes considerar su "oeuvre" bajo la cómoda perspectiva, probada desde antiguo, de la renuncia, del heroísmo, de la ascesis. Nada les ilustra tanto a los discípulos ejemplares de la vida como que logro tan grande no sea sino fruto del esfuerzo, de la aflicción, del desengaño. Que en lo bello pudiese también la dicha tener su parte, sería demasiado bueno. Su resentimiento jamás llegaría a consolarse.
Pero hay una doble voluntad de dicha, una dialéctica de la dicha. Una figura hímnica de la dicha y otra elegíaca. Una: lo inaudito, lo que jamás ha estado ahí, la cúspide de la felicidad. La otra: el eterno una vez más, la eterna restauración de la dicha primera, original. Esta idea elegíaca de la dicha, que también podríamos llamar eleática, es la que transforma para Proust la existencia en un bosque encantado del recuerdo. No sólo le ha sacrificado amigos y compañía en la vida, sino acción en su obra, unidad de la persona, fluencia narrativa, juego de la fantasía. No ha sido el peor de sus lectores —Max Unhold— el que, apoyándose en el "aburrimiento" así condicionado de sus escritos, los ha comparado con "historias cualesquiera" y ha encontrado la siguiente formulación: "Proust ha conseguido hacer interesante una historia cualquiera. Dice: imagínese usted, señor lector, que ayer mojé una magdalena en mi té y me acordé de repente de que siendo niño estuve en el campo. Y así utiliza ochenta páginas, que resultan tan irresistibles, que creemos ser no ya quienes escuchan, sino los que sueñan despiertos." En estas historias cualesquiera —"todos los sueños habituales se convierten, no más contarlos, en historias cualesquiera"— ha encontrado Unhold el puente hacia el sueño. En él debe apoyarse toda interpretación sintética de Proust. Hay suficientes puertas discretas que conducen a él. Por ejemplo, el studium frenético de Proust, su culto apasionado por la semejanza. La cual no deja que se conozcan los verdaderos signos de su dominio precisamente cuando el creador la destapa por sorpresa, inesperadamente, en las obras, en las fisionomías o en las maneras de hablar. La semejanza de lo uno con lo otro, con la que contamos y que nos ocupa despiertos, juega alrededor de otra más profunda, la del mundo de los sueños, en el cual lo que ocurre nunca es idéntico, sino semejante: emerge impenetrablemente semejante a sí mismo. Los niños conocen una señal distintiva de ese mundo, la media, que tiene la estructura del mundo de los sueños, cuando enrollada en el cajón de la ropa puede serlo todo a la vez. E igual que ellos no pueden saciarse y con un toque todo lo transforman en otra cosa, así Proust tampoco se sacia de vaciar el cajón de los secretos, el yo, poniendo dentro con un toque su otra cosa, la imagen que aplaca su curiosidad, no, su nostalgia. Devorado por la nostalgia se tendía en la cama, por una añoranza por el mundo tergiversado en el estado de la semejanza y en el cual irrumpe el verdadero rostro surrealista de la existencia. A ese mundo pertenece lo que sucede en Proust y el modo cuidadoso y distinguido en que todo emerge. A saber, nunca aisladamente, patéticamente, visionariamente, sino anunciándose, apoyándose mucho, sustentando una realidad preciosa y frágil: la imagen. Se desprende ésta de la ensambladura de las frases de Proust (igual que el día de verano en Balbec entre las manos de Françoise), antigua, inmemorial, como una momia entre los visillos de tul.
II
Lo más importante que uno tiene que decir no siempre lo proclama en alto. Y tampoco, quedamente, lo confía siempre al de mayor confianza, al más próximo, no siempre al que más devotamente está dispuesto a recibir su confesión. Y no sólo personas, sino que también épocas tienen esa casta, redomada y frívola manera de comunicar a quienquiera que sea su intimidad; no precisamente son Zola o Anatole France en el siglo diecinueve los que lo hacen, sino que es el joven Proust, snob sin importancia, juguetón en los salones, quien caza al vuelo las confidencias más sorprendentes sobre el tiempo envejecido (como de otro Swann mortalmente lánguido). Proust es el primero que ha hecho al siglo diecinueve capaz de memorias. Lo que antes de él era un espacio de tiempo sin tensiones, se convierte en un campo de fuerzas en el que despertaron las corrientes múltiples de autores posteriores. Tampoco es una casualidad que las dos obras más importantes de este tipo procedan de autores cercanos a Proust como admiradores y amigos. Se trata de las memorias de la princesa Clermont-Tonnerre y de la obra autobiográfica de León Daudet. Una inspiración eminentemente proustiana ha llevado a León Daudet, cuya extravagancia política es demasiado tosca y estrecha para que pueda desgastar su admirable talento, a hacer de su vida una ciudad. A Paris vécu —la proyección de una biografía sobre el plan Taride— le rozan en más de un pasaje sombras de figuras proustianas. Y en lo que concierne a la princesa Clermont-Tonnerre, ya el título de su libro, Au Temps des Equipages, es antes de Proust apenas concebible. Por lo demás es el eco que vuelve suavemente a la llamada plural, amorosa y exigente del creador del Faubourg Saint-Germain. Además esta exposición melódica está llena de relaciones directas o indirectas a Proust tanto en su actitud como en sus figuras, entre las cuales él mismo y no pocos de sus objetos de estudio preferidos provienen del Ritz. Con lo cual estamos desde luego, no es cosa de negarlo, en un medio muy feudal y con apariciones como la de Robert de Montesquiou, al que la princesa Clermont-Tonnerre representa con maestría y de manera además muy especial. Es decir, que estamos en Proust, en el que tampoco falta, como sabemos, la contraposición a Montesquiou.
Pero esto no merecería ser discutido, toda vez que la cuestión de los modelos es de segundo rango, si la crítica no gustase facilitar las cosas. Sobre todo: no podía dejar pasar la ocasión de encanallarse con la chusma de las librerías de compra y venta. A los habituales nada les resultaba más fácil que del ambiente snob de la obra concluir sobre su autor, caracterizando la obra de Proust como asunto francés interno, como un apéndice cotilla al Gotha. Está a la mano: los problemas de los personajes proustianos proceden de una sociedad saturada. Pero ni siquiera hay uno que se arrope con los del autor. Estos son subversivos. Si tuviésemos que reducirlos a una fórmula, su deseo sería construir toda la edificación interna de la sociedad como una fisiología del chisme. En el tesoro de los prejuicios y máximas de ésta no hay nada que no aniquile su peligrosa comicidad. Pierre-Quint es el primero que ha dirigido su mirada sobre ella. "Cuando se habla de obras de humor, por lo común se piensa en libros breves, divertidos, con portadas ilustradas. Se olvida a Don Quijote, a Pantagruel y a Gil Blas, mamotretos informes de impresión apretada." Claro que no se acierta la fuerza explosiva de la crítica social proustiana con estas comparaciones. Su sustancia no es el humor, sino la comicidad. No alza al mundo en risas, sino que lo arruina en risas. Corriendo el peligro de que se haga pedazos, ante los cuales él mismo rompa a llorar. Y se hace pedazos: la unidad de la familia y de la personalidad, de la moral sexual y del matrimonio por conveniencia. Las pretensiones de la burguesía tintinean en risas. El tema sociológico de la obra es su contramarea, su reasimilación por parte de la nobleza.
Proust no se cansó nunca del entrenamiento que exigía el trato en los círculos feudales. Perseverantemente, y sin tener que hacerse demasiada fuerza, maleaba su naturaleza para hacerla tan impenetrable y diestra, tan devota y difícil como debía ser por su tarea. Más tarde la mixtificación, el formalismo son en él en tal medida naturales, que a veces sus cartas son sistemas enteros de paréntesis —y no sólo gramaticales, cartas cuya redacción infinitamente ingeniosa y ágil, por momentos recuerdan aquel esquema legendario: "Distinguida, respetada señora, advierto ahora que olvidé ayer en su casa mi bastón, y le ruego que se lo entregue al portador de esta carta. P. S. Disculpe Ud., por favor, la molestia; acabo de encontrarlo."¡Qué ingenioso era en las dificultades! Muy entrada ya la noche se presenta en casa de la princesa Clermont-Tonnerre y condiciona quedarse a que le traigan de su casa un medicamento. Y envía al ayuda de cámara, dándole una larga descripción de los alrededores y de la casa. Por último: "No podrá Ud. equivocarse. Es la única ventana en el boulevard Haussmann en la que todavía hay luz encendida." Pero lo único que no le dice es el número. Si intentamos averiguar en una ciudad extraña la dirección de un bordel y recibimos una información por demás prolija, todo menos la calle y el número de la casa, entenderemos el amor de Proust por el ceremonial, su veneración por Saint-Simon, y (no precisamente en último término) su francesismo intransigente. ¿No es la quintaesencia de la experiencia: experimentar lo sumamente difícil que resulta experimentar mucho de lo que en apariencia podría decirse en pocas palabras? Sólo que esas palabras pertenecen a una jerga fija según una casta y una clase y los que están fuera de éstas no pueden entenderlas. No es extraño que a Proust le apasionase el lenguaje secreto de los salones. Cuando más tarde dispone la implacable descripción del "petit clan", de los Courvoisier, del "esprit d'Oriane", había ya aprendido en su trato con los Bibesco un lenguaje en clave al que también nosotros hemos sido introducidos recientemente.
En los años de su vida de salón, Proust no sólo ha adquirido en grado eminente, casi diríamos que teológico, el vicio de la adulación, sino que también ha desarrollado el de la curiosidad. En sus labios había un destello de aquella sonrisa que, en las bóvedas de muchas de las catedrales, que él amaba tanto, se deslizaba como un reguero de pólvora sobre los labios de las vírgenes necias. Es la sonrisa de la curiosidad. ¿Es la curiosidad la que en el fondo le ha hecho un parodista tan grande? Sabríamos entonces a qué atenernos respecto a este término de "parodista". No mucho. Puesto que aun haciendo justicia a su malicia sin fondo, reconozcamos que pasa de largo por lo amargo, escabroso, sañudo de los grandes reportajes, que redacta al estilo de Balzac, de Flaubert, de Sainte-Beuve, de Henri de Régnier, de los Goncourt, de Michelet, de Renan y finalmente de su preferido, Saint-Simon, y que luego recoge en el volumen Pastiches et Mélanges. Es la mimética del curioso, martingala genial de esta serie, pero que a la vez ha sido un momento de toda su creación, en la que nunca tomaremos lo bastante en serio su pasión por lo vegetal. Es Ortega y Gasset el primero que ha prestado atención a la existencia vegetativa de las figuras proustianas que de manera tan persistente están ligadas a su yacimiento social, determinadas por un estamento feudal, movidas por el viento que sopla de Guermantes o de Méséglise, impenetrablemente enmarañadas unas con otras en la jungla de su destino. La mimética, como comportamiento del creador, procede de este círculo. Sus conocimientos más exactos, más evidentes, se posan sobre sus objetos como insectos sobre sus hojas, flores y ramas, insectos que nada delatan de su existencia hasta que un salto, un golpe de alas, una pirueta, muestran al espectador asustado que una vida incalculablemente propia se ha entrometido, inadvertida, en un mundo extraño. Al verdadero lector de Proust le sacuden constantemente pequeños sustos. En las parodias como juego con "estilos" encuentra lo que muy de otra manera le ha concernido en cuanto lucha por la existencia de ese espíritu en el enramaje de la sociedad. Es éste el lugar para decir algo sobre lo íntima y fructíferamente que ambos vicios, la curiosidad y la adulación, se han interpenetrado. Un pasaje de la princesa Clermont-Tonnerre nos parece rico en enseñanzas: "Y para acabar, no podemos callarnos: a Proust le arrebataba el estudio del personal de servicio. ¿Era porque se trataba de un elemento que nunca encontraba en otra parte, estimulante de su sagacidad, o les envidiaba que pudiesen observar mejor los detalles íntimos de las cosas que a él le interesaban? Sea como sea, el personal de servicio, en sus figuras y tipos diversos, era su pasión." En los sombreados extraños de un Jupien, de un monsieur Aimé, de una Céleste Albaret, prosigue la línea de la figura de Françoise, que parece surgir en persona de un libro de oraciones con los rasgos ásperos y cortantes de una Santa Marta, y de esos grooms y chasseurs a quienes no se paga trabajo, sino ocio. Y quizá nunca como en estos grados ínfimos capte la representación el interés tenso de este conocedor de las ceremonias. ¿Quién medirá cuánta curiosidad de quien está servido entra en la adulación de Proust, cuánta adulación de quien está servido entra en su curiosidad? ¿Dónde tenía sus límites en las alturas de la vida social esta copia taimada del papel de quien está servido? La dio, ya que no podía hacer otra cosa. Porque como él mismo delató una vez: "Voir et désirer imiter" eran para él lo mismo. Esta es la actitud que, soberana y subalterna como era, fijó Maurice Barrès en las palabras más perfiladas que jamás se han acuñado sobre Proust: "Un Poéte persan dans une loge de concierge."
En la curiosidad de Proust había un soplo detectivesco. La crema de la sociedad era para él un clan de criminales, una banda de conspiradores con la que ninguna otra puede compararse: la carnorra de los consumidores. Excluye de su mundo todo lo que participe en la producción, y por lo menos exige que esa participación se esconda, graciosa y púdicamente, tras un gesto, igual que la exhiben los profesionales consumados de la consumición. El análisis de Proust del snobismo, que es mucho más importante que su apoteosis del arte, representa en su crítica a la sociedad el punto culminante. Porque no otra cosa es la actitud del snob que la consideración consecuente, organizada, acerada de la existencia desde el punto de vista químicamente puro del consumidor. Y puesto que en esa comedia satánica había que exilar el recuerdo más lejano, tanto como el más primitivo, de las fuerzas productivas de la Naturaleza, la liaison pervertida le resultaba en el amor más utilizable que la normal. El consumidor puro es el explotador puro. Lógica, teóricamente, está en Proust en la completa actualidad concreta de su existencia histórica. Concretamente, porque es impenetrable y no se deja exponer. Proust describe una clase obligada a camuflar su base material y que por eso se imagina un feudalismo que, sin tener de suyo una importancia económica, es tanto más utilizable como máscara de la alta burguesía. El desencantador implacable, sin ilusiones, del yo, del amor, de la moral, que así es como Proust gustaba verse a sí mismo, hace de su arte ilimitado un velo para ese misterio, el más importante para la vida de su clase: el económico. No como si por ello estuviese a su servicio. No es en este punto Marcel Proust quien habla, sino que habla la dureza de la obra, habla la intransigencia del hombre que va por delante de su clase. Lo que lleva a cabo, lo lleva a cabo como su maestro. Y mucho de la grandeza de esta obra seguirá siendo inexplorado, quedará sin descubrir, hasta que en la lucha final esa clase haya dado a conocer sus rasgos más pronunciados.
III
En el siglo pasado había en Grenoble —no sé si existe todavía— un local llamado "Au temps perdu". También en Proust somos huéspedes, que atravesamos, bajo un letrero oscilante, un umbral tras el cual nos esperan la eternidad y la ebriedad. Con razón ha distinguido Fernandez en Proust un tema de la eternidad de un tema del tiempo. Desde luego que esa eternidad no es nada platónica, nada utópica: es embriagadora. Por tanto, si "el tiempo le descubre, a cada uno que ahonda en su decurso, una índole nueva, desconocida hasta entonces, de eternidad", no es que cada uno se acerque por eso a "los nobles paisajes, que un Platón o un Spinoza alcanzaran con un golpe de alas". No; porque en Proust hay rudimentos de un idealismo perenne. Pero hacer de ellos base de una interpretación —y el que más groseramente lo ha hecho es Benoist-Méchin— es un desacierto. La eternidad de la que Proust abre aspectos no es el tiempo ilimitado, sino el tiempo entrecruzado. Su verdadera participación lo es respecto de un decurso temporal en su figura más real, que está entrecruzada en el espacio, y que no tiene mejor sitio que dentro, en el recuerdo, y afuera, en la edad. Seguir el contrapunto de edad y recuerdo significa penetrar en el corazón del mundo proustiano, en el universo de lo entrecruzado. Es el mundo en estado de semejanza y en él dominan las "correspondencias", que en primer lugar captó el romanticismo y más íntimamente Baudelaire, aunque ha sido Proust el único capaz de ponerlas de manifiesto en nuestra vida vivida. Esta es la obra de la mémoire involontaire, de la fuerza rejuvenecedora a la altura de la edad implacable. Donde lo que ha sido se refleja en el "instante" fresco como el rocío, se acumula también, irreteniblemente, un doloroso choque de rejuvenecimiento. Así, la dirección de los Guermantes se entrecruza para Proust con la dirección de Swann, ya que (en el volumen decimotercero) ronda una última vez los parajes de Combray y descubre que los caminos se entrecruzan. Al instante como con el viento cambia el paisaje. "Ah que le monde est grand à la clarté des lampes, aux yeux du souvenir que le monde est petit." Proust ha conseguido algo enorme: dejar que en un instante envejezca el mundo entero la edad de la vida de un hombre. Pero precisamente esa concentración, en la cual se consume como en un relámpago lo que de otro modo sólo se mustiaría y aletargaría, es lo que llamamos rejuvenecimiento. A la Recherche du Temps Perdu es un intento ininterrumpido de dar a toda una vida el peso de la suma presencia de espíritu. El procedimiento de Proust no es la reflexión, sino la presentización. Está penetrado por la verdad de que ninguno de nosotros tiene tiempo para vivir los dramas de la existencia que le están determinados. Y eso es lo que nos hace envejecer. No otra cosa. Las arrugas y bolsas en el rostro son grandes pasiones que se registran en él, vicios, conocimientos que nos visitaron, cuando nosotros, los señores, no estábamos en casa.
Difícilmente ha habido en la literatura occidental, desde los Ejercicios Espirituales de Loyola, un intento más radical de autoinmersión. Esta tiene en su centro una soledad que arrastra al mundo en sus torbellinos con la fuerza del Maelström. Y el parloteo más que ruidoso, huero de todo concepto, que brama hacia nosotros desde las novelas de Proust, no es más que el ruido con el que la sociedad se hunde en el abismo de esa soledad. Este es el lugar de las invectivas de Proust contra la amistad. La calma en el fondo de este vórtice —sus ojos son los más quietos y absorbentes— debe ser preservada. Lo que en tantas anécdotas se manifiesta irritante y caprichosamente es que la intensidad sin ejemplo de la conversación va unida a una insuperable lejanía de aquel con quien se habla. Jamás ha habido alguien que pudiera mostrarnos las cosas como él. El dedo con el que señala no tiene igual. Pero en la compañía amistosa, en la conversación se da otro gesto: el contacto. Dicho gesto a nadie le es más ajeno que a Proust. No es capaz de tocar a su lector y no lo es por nada del mundo. Si se quisiera ordenar la creación literaria según esos dos polos, el que señala y el que toca, el centro del primero sería la obra de Proust y el del segundo la de Péguy. En el fondo se trata de lo que Fernández ha captado de manera excelente: "La hondura o, mejor, la penetración está siempre de su lado, no del lado de aquel con quien habla." En su crítica literaria aparece esto con virtuosismo y con un ramalazo de cinismo. Su documento más importante es un ensayo que surgió a la gran altura de su fama y en la miseria del lecho de muerte: A propos de Baudelaire. En acuerdo jesuítico con su propio padecimiento, sin medida en la cotorrería del que reposa, aterrador en la indiferencia de quien está consagrado a la muerte y quiere hablar de lo que sea. Lo que le inspiró frente a la muerte, le determina en el trato con sus contemporáneos: una alternancia dura, a modo de golpe entre el sarcasmo y la ternura, la ternura y el sarcasmo. Bajo ella amenaza su objeto quebrarse por agotamiento.
Lo perturbador, lo versátil del hombre, concierne también al lector de las obras. Ya es bastante pensar en la cadena imprevisible de los "soit que", los que muestran una acción de manera exhaustiva, deprimente, a la luz los innumerables motivos que hubiesen podido servirles de base. Y, desde luego, es en esta fuga paratáctica donde aparece lo que en Proust es a una genio y debilidad: la renuncia intelectual, el escepticismo bien probado que oponía a las cosas. Llegó después de las suficientes interioridades románticas y, como dice Jacques Rivière, estaba resuelto a no otorgar la fe más mínima a las "sirènes intérieures". "Proust se acerca a la vivencia sin el más leve interés metafísico, sin la más leve proclividad constructivista, sin la más leve inclinación al consuelo." Nada es más verdad. Y así es también la figura fundamental de esta obra, de la cual Proust no se cansó nunca de afirmar nada menos que la construcción de un plan completo. Pero la plenitud de un plan es como el curso de las líneas de nuestras manos o como la disposición de los estambres en el cáliz. Proust, niño viejo, se recuesta, profundamente cansado, en los senos de la Naturaleza no para mamar de ella, sino para soñar junto a los latidos de su corazón. Así de débil hay que verle. Jacques Rivière ha acertado al entenderle por su debilidad, cuando dice: "Marcel Proust ha muerto de la misma inexperiencia que le ha permitido escribir su obra. Ha muerto por ser extraño al mundo y porque no supo modificar las condiciones de su vida que terminaron por destruirle. Ha muerto por no saber cómo se enciende el fuego, cómo se abre una ventana." Y desde luego a causa de su asma nerviosa.
Frente a esta dolencia los médicos son impotentes. No así el creador literario que la ha puesto planificadoramente a su servicio. Proust era, para comenzar por lo más externo, un consumado director de escena de su enfermedad. A lo largo de meses une con ironía destructora la imagen de un admirador, que le había enviado flores, con el insoportable perfume de éstas. Con los tempi de flujo y reflujo de su dolencia alarma a sus amigos, que temen y desean el instante en que el novelista aparece de pronto, muy entrada la medianoche, en el salón, roto de fatiga y anunciando que es sólo por unos minutos, aunque luego se quede hasta el albor de la mañana, demasiado cansado para levantarse, demasiado cansado para interrumpir su charla. Incluso escribiendo cartas no pone fin a ganarle a su mal los efectos más remotos. "E1 ruido de mi respiración se oye por encima del de mi pluma y del de una bañera que han dejado correr en el piso de abajo." Pero no es solamente esto. Tampoco es que la enfermedad le arrancase a la existencia mundana. Ese asma ha penetrado en su arte, si no es su arte quien lo ha creado. Su sintaxis imita rítmicamente, paso a paso, su miedo a la asfixia. Y su reflexión irónica, filosófica, didáctica, es todas las veces una respiración con la que su corazón se descarga de la pesadilla del recuerdo. Pero en mayor medida la muerte, que tiene incansablemente presente, sobre todo cuando escribe, es la crisis que amenaza, que ahoga, Mucho antes de que su padecimiento adoptase formas críticas, estaba ya frente a Proust. No desde luego como extravagancia hipocondríaca, sino en cuanto "realité nouvelle", en cuanto esa realidad nueva, desde la cual la reflexión sobre hombres y cosas es rasgo de envejecimiento. Un conocimiento fisiológico del estilo conduciría a lo más íntimo de esta creación. Nadie que conozca la tenacidad especial con la que se guardan recuerdos en el olfato (de ningún modo olores en los recuerdos) declarará que la sensibilidad de Proust para los olores es una casualidad. Cierto que la mayoría de los recuerdos que buscamos se nos aparecen como imágenes de rostros. Y en buena parte las figuras que ascienden libremente de la mémoire involontaire son imágenes de rostros aisladas, presentes sólo enigmáticamente. Por eso, para entregarse con conciencia a la vibración más íntima en esta obra literaria, hay que transponerse a un estrato especial y muy hondo de su rememorar nada caprichoso: a los momentos del recuerdo, que no ya como imágenes, sino sin imagen, sin forma, indeterminados e importantes, nos dan noticias de un todo igual que el peso de la red se la da al pescador respecto de su pesca. El olfato es el sentido para el peso de quien arroja sus redes en el mar del temps perdu. Y sus frases son el juego muscular del cuerpo inteligible; contienen el indecible esfuerzo por alzar esa pesca.
Por lo demás: la intimidad de la simbiosis de esa creación determinada y de ese determinado padecimiento se muestra muy claramente en que jamás en Proust irrumpe el heroico "sin embargo" con el que los hombres creadores se alzan contra su sufrimiento. Por ello podemos decir (desde el otro lado): sobre otra base, y no sobre una dolencia tan honda e ininterrumpida, la complicidad de existencia y curso del mundo, tan profunda como se dio en Proust, hubiese tenido que conducir infaliblemente a un contentarse con lo común y perezoso. Pero su dolencia estaba determinada a dejarse señalar, por un furor sin deseos ni remordimientos, su sitio en el proceso de la gran obra. Por segunda vez se alzó un andamiaje como el de Miguel Angel, en el que el artista, la cabeza sobre la nuca, pintaba la creación en el techo de la Sixtina: el lecho de enfermo en el que Marcel Proust dedicaba a la creación de su microcosmos las hojas incontadas que cubría como en el viento con su escritura.

David Foster Wallace En cuerpo y en lo otro (inedito)

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Con su temprana muerte, David Foster Wallace (1962-2008) se ha convertido, tristemente, en un mito de la literatura contemporánea, sólo comparable a otro fenómeno de alcance global, Roberto Bolaño, con el que comparte la cúspide del martirologio postmoderno. No obstante, tienen muy poco en común. Roberto Bolaño fue un autodidacta nato; Foster Wallace, el producto de la más elitista cultura universitaria norteamericana. La vida de Bolaño puede verse como una lucha contra las circunstancias familiares, sociales e históricas para convertirse en el gran escritor que llegó a ser; Foster Wallace poseyó un enorme talento natural y, además, triunfó casi desde el principio de su carrera. 

Su segunda novela, la monumental La broma infinita –que ocultaba bajo una fina capa de ciencia-ficción blanda y sátira social una negrísima reflexión sobre la adición a las adicciones y la insustancialidad del mundo contemporáneo-, obtuvo un recibimiento apoteósico, igual que su primer –y bastante extraordinario- libro de relatos, La niña del pelo raro. Su estatus de gran promesa de las letras norteamericanas quedó confirmado con otro libro magnífico, y quizás el más influyente e imitado de toda su obra, Algo supuestamente divertido que jamás volveré a hacer. En ese libro hallábamos ensayos sobre la influencia de los medios audiovisuales en la narrativa, descacharrantes reportajes en los escenarios más variados –el rodaje de la última película de David Lynch, una feria estatal en el corazón rural de Norteamérica, un crucero por el Caribe- y una constante preocupación por la cultura alta baja de su país, por la televisión, la política, los deportes, el porno o, incluso, los hábitos alimenticios. Todo unificado por la maravillosa, exhaustiva, detallista, erúdita e inimitable (y a pesar de ello imitada por sus seguidores) prosa de Wallace, y por una perspectiva irónica, pero a la vez llena de compasión y, lo más importante, profundamente moral. El David Foster Wallace-escritor parecía decidido a convertirse en un intelectual en el centro de los debates culturales de su tiempo, en un auténtico clásico vivo, pero lo que no sabíamos y ahora nos descubre la recién publicada biografía de D. T. Max, Todas las historias de amor son historias de fantasmas es que, mientras tanto, el David Foster Wallace-persona se iba hundiendo progresivamente en un marasmo depresivo que, finalmente, lo conduciría al suicidio. 

En el libro de Max conocemos a otro Foster Wallace: solitario, pero constantemente necesitado de compañía, mujeriego compulsivo, adicto –como muchos de sus personajes- a los antidepresivos, tentado más que por la muerte por el deseo de anulación y la desesperanza. Si Roberto Bolaño luchó hasta el fin de sus días para completar su obra con un texto que lo justificara, por terminar su novela póstuma, 2666David Foster Wallacemurió porque no halló ni en la literatura, ni en ninguna otra parte, un sentido a su existencia. 

Junto a la biografía, no llega la inevitable recuperación de textos inéditos o, al menos, nunca compilados, En cuerpo y en lo otro. Como suele suceder en estos casos, el libro resulta interesante sobre todo para aquellos lectores avezados en la obra de Foster Wallace y que no se resignan a no leer jamás ningún otro texto firmado por él, Hallamos un par de artículos seminales sobre la narrativa norteamericana de los ochenta, la representación literarias de las matemáticas avanzadas en varias novelas recientes o sobre el tenis, que como todo fosterwallaniano sabe, fue una de las grandes pasiones del escritor, pero en modo alguno comparables a los que ya hemos leído en sus libros anteriores. El mejor ensayo del conjunto es la larga, densa y apasionada crítica de la novela experimental de David MarksonLa amante de Wittgenstein; un ensayo, este si, tan magistral que, aunque carezcamos de interés por la filosofía analítica o no hayamos leído la obra que le sirve de marco, acaba siendo uno de esos (de los muchos) textos de David Foster Wallace que sus lectores consideramos imprescindibles. Y aunque en conjunto En cuerpo y en lo otro sea un libro débil y desigual, pero es un libro en el que las obsesiones de uno de nuestros autores favoritos – la lógica, la influencia de los medios, los deportes, la moral- nos siguen iluminando.

http://www.notodo.com/libros/ensayo/5161_david_foster_wallace_en_cuerpo_y_en_lo_otro__todas_las.html

Pan, Bruno Schulz (traducción) Biografia,dibujos y bibliografia

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Traducción de el relato Pan, de Las tiendas color canela, de Bruno Schulz.




Yo no conocía el trabajo de Schulz. Alguna vez leí algo de él en el diminuto Cult Fiction -un manual de bolsillo de autores de culto que Guillermo Barquero me encargó durante un viaje a Londres y del cual compré los últimos tres ejemplares-. La historia de Schulz era, para ese volumen lleno de dementes, relativamente poco notoria. Maestro de arte y pintor y escritor aficionado en un pueblito del imperio austro-hungaro, escribió un poco, pintó un poco y luego fue asesinado por los Nazis a sangre fría. No era una historia inusual y no me llamó demasiado la antención. Luego emepcé a encontrar su nombre en comentarios de grandes escritores y todos, sin excepción, decían que la prosa de Schulz era incomparable. Me pareció raro que no se hablara más de él, que sus libros no se vieran en las librerías.   Mande a traer por Amazon The Street of Crocodiles, que es la traducción de Celina Wieniewska del polaco al inglés de Sklepy cynamonowe, o Las tiendas color canela. El libro es pequeño y está compuesto de relatos cortos, conectados únicamente por el tema, que se supone componen una novela. Aparentemente estos textos formaban parte de cartas que Schulz le enviaba a una amiga, poeta, describiendo su vida en el pueblito de Drohobych. Los relatos no tienen casi trama y no son cuentos en el estricto sentido de la palabra, así como no son capítulos de una novela tampoco. No suena muy prometedor, pensé.  Luego leí la primera página del libro y me di cuenta, inmediatamente, de que yo nunca había leído prosa como la de Schulz. Mi asombro y mi admiración son tan grandes que no logro describirla y por eso opté por la traducción -traducción de la traducción de Wieniewska- que casi de seguro desmejora enormemente el texto, pero que me evita la imposible, desagradable tarea de tratar de describir su prosa y tener que fallar miserablemente.  Este relato está a la mitad del libro:


Pan
de Las tiendas color canela
por Bruno Schulz

En una esquina a espaldas de los cobertizos y bodegas había un callejón ciego que venía del patio; el más distante, último fondo, incrustado entre la letrina y el gallinero –un sitio lúgubre mas allá del cual no se podía ver nada más. Este era el fin de la tierra, el Gibraltar del patio, desesperadamente golpeando su cabeza contra la cerca de tablas horizontales, encerrando ese pequeño mundo con determinación. 

Debajo de la cerca salía un hilo de agua hedionda y negra, una vena de un grasoso lodo putrefacto que nunca se secaba –el único camino que atravesaba del límite de la cerca hacia el mundo más amplio. La desesperación del fétido callejón había empujado por tanto tiempo contra el obstáculo de la cerca que había aflojado una de sus tablas. Los niños nos encargamos del resto y la arrancamos, haciendo una brecha, abriendo una ventana hacia el sol. Poniendo un pie sobre la tabla que habíamos tirado como un puente sobre el charco, el prisionero del patio podía estrujarse por el hueco y entrar a un más ancho y nuevo mundo de brisas frescas. Abriéndose frente a él, había un amplio, enmontado jardín. Perales altos y anchos manzanos crecían profusamente, cubiertos de plateadas hojas susurrantes, de una resplandeciente red de blanca espuma. Espeso césped enredado, que nunca se cortaba, cubría el suelo ondulante con una alfombra afelpada. Ahí crecía el césped común de las praderas; perejil salvaje con su delicada filigrana; hiedra rastrera con sus bruscas hojas arrugadas y ortigas muertas que olían a menta. Plátanos nervudos y brillantes, moteados de herrumbre, se disparaban hacia arriba ofreciendo racimos de gruesas semillas rojas. Toda esta selva estaba bañada de aire tierno y llena de brisas azules. Cuando te recostabas en el césped yacías bajo un mapa azul celeste de nubes y continentes flotantes, inhalabas completa la geografía del cielo. A causa de esta comunión con el aire las hojas y briznas se habían cubierto de un delicado vello, con una capa de suave pelusa, un crudo encrespamiento de ganchos hechos, pareciera, para atrapar y sostener a las olas de oxigeno. Esa capa delicada y blancuzca emparentaba a la vegetación con la atmósfera, le daba el tinte gris plateado del aire, de los silencios penumbrosos entre dos vistazos del sol. Y una de las plantas, amarilla, inflada de aire, sus pálidos tallos llenos de jugo lechoso, producía de sus brotes vacíos solo aire puro, puro en la forma de esponjosas bolas de dientes de león esparcidas por el viento para disolverse insonoras en el silencio azul.

El jardín era vasto y cruzado de senderos, y tenía varias zonas y climas. Por un lado estaba abierto al cielo y al aire, y ahí ofrecía la más suave, más delicada cama de afelpado verde. Pero en donde se extendía por un sendero bajo y se sumergía en la sombra de la tapia trasera de una fábrica de refrescos abandonada, se volvía más brusco, enmontado y salvaje por el descuido, desordenado, fiero de cardos, erizado de ortigas, cubierto por un salpullido de malasyerbas, hasta que, al final entre las paredes, en una apertura rectangular, perdía toda moderación y se precipitaba a la locura. Ahí, ya no era un manzanal sino un paroxismo de la demencia, un brote de ira, de desvergüenza cínica y de lujuria. Ahí, bestialmente liberadas, dando rienda suelta a su pasión, mandaban las vacías y enmarañadas cabezas de repollo de los abrojos –brujas enormes, mudando sus voluminosas enaguas a plena luz del día, tirándolas al suelo, una a una, hasta que sus hinchados trapos, susurrantes y llenos de huecos enterraban toda su raza bastarda y pendenciera bajo su extensión demente. Y esas enaguas se hinchaban y empujaban, apilándose unas sobre otras, esparciéndose y creciendo siempre – una masa de hojas metálicas alzándose hacia los aleros bajos del cobertizo.

Fue ahí donde lo vi por primera y única vez en mi vida, durante un medio día enloquecido por el calor. Era un momento en el que el tiempo, demente y salvaje, se libera del molino de los eventos y, como un vagabundo en fuga, huye gritando por entre los campos. Luego el verano crece sin control, regándose por todos los puntos con un ímpetu salvaje, duplicándose y triplicándose en una dimensión lunática y desconocida.

A esa hora, me sometía al frenesí de la caza de mariposas, a la pasión de perseguir estos puntos titilantes, estas hojuelas errantes, tiritando en torpes zigzags en el aire ardiente. Y sucedió que uno de estos puntos de luz se dividió durante el vuelo en dos, y luego en tres –y el resplandeciente, cegador triángulo de puntos me llevó, como un fuego fatuo, a través de la jungla de espinas, abrasadas por el sol.

Paré al borde de los cardos, sin atreverme a avanzar hacía el abismo silencioso.

Y luego, de repente, lo ví.

Sumergido hasta las axilas en los matorrales, se agazapaba frente a mí.
Vi su ancha espalda en una camisa sucia y el costado mugriento de su saco. Estaba sentado ahí, como esperando a abalanzarse, sus hombros contraídos como bajo una carga tremenda. Su cuerpo jadeaba de tensión y el sudor corría por su cara de cobre, brillando en el sol. Inmóvil, parecía estar haciendo un gran esfuerzo, batallando bajo un gran peso.

Yo estaba parado, clavado al sitio por su mirada, cautivo de ella.

Era la cara de un borracho o un vago. Un mechón de cabello sucio se erizaba sobre su ancha frente, redonda como una piedra lavada por un rio, una frente que ahora se arrugaba en surcos profundos. Yo no sabía si era el dolor, el calor incendiario del sol, o el esfuerzo sobrehumano lo que había carcomido esa cara y estirado esas facciones al punto de reventar. Sus ojos oscuros penetraban en mi con la fijeza de la desesperación suprema o del sufrimiento. Me miraba sin mirarme, me veía sin verme del todo. Eran ojos a punto de estallar, presionados por el trance del dolor o la exaltación salvaje de la inspiración.

Y de pronto sobre esas facciones tensas se expandió una mueca terrible. La mueca se intensificó, tomando de la locura previa y la tensión, ensanchándose, haciéndose más y más amplia, hasta que reventó en un rugiente, ronco grito de risa.

Profundamente afectado, vi como, aún rugiendo su risa, se levantaba lentamente de sus cuclillas y jorobado como un gorila, sus manos en los bolsillos rotos de su andrajoso pantalón, comenzó a correr, cortando a grandes saltos a través del aluminio crepitante de los abrojos –Pan sin una flauta, huyendo a sus dominios privados.


Fragmento de “Sanatorio bajo la clepsidra” (Bruno Schulz).




Los sucesos ordinarios están alineados en el tiempo, permanecen enhebrados en su curso como en un hilo. Allí tienen sus antecedentes y sus consecuentes que, apretujándose, se pisan los talones sin parar, sin cesar. Mas, ¿qué hacer con los acontecimientos que no tienen su propio lugar en el tiempo, los acontecimientos que llegaron demasiado tarde, cuando el tiempo ya había sido distribuido, compartido, descompuesto, y ahora se hallan suspendidos, no clasificados, flotando en el aire desamparados y errantes? ¿Acaso el tiempo es demasiado insignificante para todos los sucesos? ¿Es posible que todas las localidades del tiempo fuesen vendidas? Preocupados, corremos a lo largo del tren de sucesos preparándonos para el viaje. Por el amor de Dios, ¿acaso no hay aquí venta de billetes para el tiempo?... 
¡Señor revisor!
Bruno Schulz (DrogóbichUcrania12 de julio de 1892 – íbid.19 de noviembre de 1942) fue un escritor, artista gráfico, pintor, dibujante y crítico literario polaco de origen judío, reconocido como uno de los mayores estilistas de la prosa polaca del siglo XX.

LECTURAS / Bruno Schulz

Confieso medio avergonzado que el escritor polaco Bruno Schulz me penó tres veces antes de que yo lo empezara a tomar en serio. La primera, en Francia, cuando lo descubrí en el Museo Judío de París con motivo de una exposición sobre escritores y artistas polacos de la preguerra. En aquella muestra figuraba también Witold Gombrowicz, quizás el escritor más famoso y reputado de su generación. Los dibujos de Schulz se me quedaron grabados en la memoria pero no así su literatura. La segunda aparición fantasmal de Schulz ocurrió en Estocolmo; recuerdo entonces que una compañía de teatro local había hecho una dramatización de sus textos, proclamando su estreno a los cuatro vientos. Pero no asistí. Tampoco busqué sus libros. El tercer y último momento schultziano-epifánico aconteció en Internet, a propósito de una búsqueda que nada tenía que ver con el escritor polaco. Pero quién sabe cómo, llegué a él y entonces me dije: este señor, que me anda persiguiendo, quiere algo conmigo; por lo demás, nada de misterioso, pues lo que un escritor pide siempre es ser leído, nada más. Me puse entonces en campaña y acudí a librerías y bibliotecas en busca de sus libros. Así, pude leer dos de sus maravillas: “Las tiendas de canela fina” y “El sanatorio de la clepsidra”, traducidas al castellano por Ediciones Maldoror.

El otoño al acecho”, uno de los retratos más vivos de la personalidad y obra de Schulz, está firmado por Adam Zagajewski, cuya semblanza del escritor polaco fuera divulgada en su día por el extinto boletín LA QUINTA DE RECREO, el que hoy ante notario ha autorizado su reproducción es este blog. Aquí está, pues, en persona, Bruno Schulz, inspirador secreto, entre otros, de nuestro Roberto Bolaño, quien lo nombra un par de veces en la biografía del infame aviador y poeta, Ramírez Hoffmann.


EL OTOÑO AL ACECHO
El tímido y menudo profesor de dibujo y manualidades del instituto de secundaria de Drohobycz había saboreado unos cuantos momentos dulces de fama literaria antes de morir, en noviembre de 1942, de un disparo de un miembro de las SS en una calle de su ciudad natal. Si olvidamos por un instante su trágica muerte, su carrera recuerda a la de los escritores de otros países o continentes. Un autodidacta de provincias empieza a escribir y a dibujar para sí mismo y para un puñado de amigos íntimos. Se cartea con artistas desconocidos y principiantes como él, con quienes comparte sus sueños, pensamientos y proyectos. Cada vez que conoce a alguien que tiene acceso al mundo artístico real, a las editoriales reales y a los escritores famosos, se muestra temeroso y zalamero, como en las cartas que dirigió al profesor Szuman (a quien vi alguna vez en Cracovia en los años sesenta: un anciano psicólogo obligado por razones políticas a romper por completo y de forma prematura con la universidad)

Luego, gracias sobre todo a la influencia de la eminente escritora Zofia Nalkowska, el profesor de dibujo con talento se convierte en la sensación literaria de la temporada y entre los destinatarios de sus cartas aparecen de repente los nombres de las figuras más relevantes de la escena cultural polaca de preguerra: Stanislaw Ignacy Witkiewicz (Witkacy), Julian Tuwim o Witold Gombrowicz. Schulz llega a conocer a Boleslaw Leśmian, un poeta al que admira. Mantiene una breve aventura amorosa con Nalkowska. Visita Varsovia, en cuyos salones literarios se introduce calladamente, como siempre, y sin ninguna pretensión. Allí capta una imagen del ambiente literario de la Varsovia anterior a la Segunda Guerra Mundial: los cafés y apartamentos elegantes en los que, por el momento y en igualdad de condiciones, se encuentran las futuras víctimas de dos totalitarismos y quienes en la posguerra llegarán a ser los funcionarios de una literatura nacionalizada. Witkacy se quitará la vida en septiembre de 1939 tras la invasión de los territorios orientales de Polonia por parte del Ejército Rojo. Gombrowicz partirá hacia Argentina. Tuwim hacia Estados Unidos. Nalkowska y Tadeusz Breza acabarán siendo representantes del aparato literario comunista.

Pero el Schulz famoso y reconocido no abandonará la correspondencia con sus amistades menos ilustres, sobre todo si son mujeres. Escribirá largas cartas a Debora Vogel, Romana Halpern y Anna Plockier, todas las cuales perecerán en diferentes episodios del Holocausto.

Schulz publicó sus obras con los mejores editores y en el semanario más destacado, Wiadomości Literackie (Novedades literarias) y fue atacado por los críticos de las dos vertientes del espectro político: por los agresivos críticos marxistas, que lo atacaban por no ser realista, y por los propagandistas de la extrema derecha, que lo acusaban de ser demasiado judío; pero su posición no quedó debilitada por estas incursiones enemigas. Schulz, que como artista era un poeta y un bardo de provincias, en el mundo literario recibió, paradójicamente, el apoyo y la protección de los exponentes de la corriente política y literaria dominante. Sus viajes a la Varsovia hegeliana (¿acaso no son hegelianos todos los capitalistas?) se convirtieron en otra fuente de tensión en su vida y su pensamiento. Claro que las lumbreras de la capital tenían cierto atractivo. En una de sus cartas, por ejemplo, señala que ha conocido al famoso director Ryszard Ordyński, pero regresa aliviado a su pequeña Drohobycz. Se plantea la posibilidad de trasladarse a Varsovia, pero siempre regresa a su ciudad natal.
Los destinatarios menos famosos de las cartas de Schulz solían ser personas con conflictos de identidad profundamente arraigados, personas que, de vez en cuando, quedaban suspendidas en un estadio intermedio entre la enfermedad y la salud, que vacilaban entre dos lenguas (el yiddish y el polaco), que no estaban seguras de haber acertado con su opción artística y que experimentaban la misma atracción por la música y la pintura que por la literatura. Estaban unidos a Schulz porque él tampoco estaba seguro de su elección entre las artes gráficas y la prosa, entre la vida familiar y la soledad creadora, entre la literatura polaca y la alemana (adoraba a Rilke y a Mann), entre Drohobycz y Varsovia. Sin embargo, partiendo de estas contradicciones e indefiniciones, Schulz fue capaz de alumbrar una visión soberana, evocadora y personal. Incluso a finales de los años treinta, cuando la Academia Polaca de Literatura le concedió el Laurel de Oro, Schulz todavía comprendía bien a sus insatisfechos, híbridos y heridos interlocutores epistolares. Adquirió celebridad, cumplió con el rito de peregrinar a París e impulsó la traducción de sus narraciones a otras lenguas, pero durante todo ese tiempo siguió manteniendo de buena gana sus contactos epistolares, ya que los dilemas y conflictos de sus interlocutores eran un emblema de lo periférico, de todo cuanto hay de fronterizo y provinciano, y Schulz necesitaba mantenerse vinculado a las provincias tanto como el aire que respiraba.

Sólo había una cosa que defendía con una ferocidad y crudeza fabulosas: el sentido y la envergadura del mundo espiritual. Cuando en una carta escrita con muy mal genio a petición de una revista literaria, su antiguo aliado Witold Gombrowicz le atacó diciendo que para la consabida «esposa del médico de la calle Wilcza», de clase media, el universo artístico de las narraciones de Schulz tal vez no tuviera visos de realidad y que, para ese mismo personaje ultrasensato, el autor de Las tiendas de color canela estaba «simplemente fingiendo», Schulz le contestó con dureza y decisión. El valor del universo espiritual puede verse mermado por la depresión, la desesperación, la duda o el ataque de un crítico malicioso, pero no por la legendaria «esposa del médico de la calle Wilcza». Aquí se separaron las sendas de los dos amigos. A Gombrowicz le fascinaba la cuestión del valor del arte tal como lo entendían los filisteos, los bobalicones y los idiotas; fue capaz de contemplar la literatura desde fuera y de indagar en su condición sociológica. Schulz, por el contrario, vivió en el interior de una precaria torre de marfil (¿de canela?) y se mostraba reacio a abandonarla ni siquiera por un instante.

A menudo las cartas de Schulz vuelven sobre el motivo clásico del esfuerzo necesario para mantener la tensión de una vida interior que se ve amenazada sin cesar por unas circunstancias externas triviales y por la melancolía. Al igual que muchos otros artistas, Schulz confió a los destinatarios de sus misivas otro tema universal: las dudas sobre el destino de su propia obra. Hoy día observamos el destino de Bruno Schulz desde la perspectiva de su absurda muerte en el gueto de Drohobycz, ya que la sombra de esta muerte se proyecta sobre la totalidad de su existencia. Pero en su vida hubo muchas cosas normales y corrientes. La más extraordinaria fue sin duda su talento, esa maravillosa capacidad para trasmutar lo ordinario en cautivador. Y es precisamente aquí, como sucede en el caso de muchos escritores, donde se localiza la angustia de Schulz: en el miedo a carecer de tiempo o de inspiración, a que lo devorara la agonía de la docencia diaria.
¿Quién fue Bruno Schulz «sociológicamente hablando»? En su prosa, la Drohobycz provinciana se transformó en una especie de Bagdad oriental, una ciudad exótica sacada de Las mil y una noches. Su vida, tocada por esa misma varita mágica, se resiste también a ser catalogada. Si no hubiera escrito ni dibujado, habría sido sólo un profesor de manualidades melancólico, judío y de clase media, el desventurado vástago de una familia de comerciantes, un soñador que escribía largas cartas a otros soñadores. Pero como escribió y dibujó con tanta soltura, dejó atrás la sociología; dejó atrás incluso ese peculiar estrato social típico de la Polonia de entreguerras: la intelectualidad, o esa parte de la intelectualidad que no pudo o no quiso sumarse a la vida del país, que no fue aceptada por la realidad provisional de la Segunda República (a la que tampoco aceptó) y que a veces anhelaba la materialización de una utopía política de izquierdas.

La utopía de Schulz no nos obliga a esperar su advenimiento; habitaba en su imaginación, en su pluma, en sus epítetos y sus sinécdoques. No existe ninguna clave oculta en la obra de Schulz. Casi todo está dicho en sus narraciones, incluida la obsesión erótica, de la que se ocupa con la familiaridad y la intimidad con la que otros se ocupan de su fiebre del heno o sus migrañas. La mayor parte de las veces, la prosa de Schulz reacciona a estímulos de naturaleza puramente poética; si tuviéramos que anotar las preguntas a las que quiso «responder» artísticamente, serían las formuladas por un poeta metafísico deseoso de conocer cuál es la esencia de la primavera, de un árbol o de una casa. A la hora de abordar los temas, la suya es una franqueza imponente, una pasión avasalladora en busca de las respuestas últimas. Su prosa nace de la tensión neorromántica, antipositivista y antinaturalista de la literatura, inspirada en parte por Bergson y Nietzsche, pero que en realidad era una respuesta a la visible preeminencia real y creciente de las ciencias duras.

En Europa Central, esta tensión neorromántica, que aspiraba a cierta especie de religión indefinida a pesar del hecho de que Dios había «muerto», dio a luz a muchos poetas y escritores tocados por una fiebre metafísica; fueron los autores de tratados místicos y novelas que se arrojaban al misterio de hallarse ante la auténtica primera página de sus obras. No es preciso decir que muchos de quienes participaron de este movimiento metafísico sufrieron una derrota artística. Quienes fueron autores tardíos, más lentos y más pacientes que el resto, a veces triunfaron, a veces consiguieron crear su propio lenguaje, su propio método, su propia metafísica privada. Entre los veteranos de la crisis neorromántica, que alcanzó su apogeo con el cambio de siglo, se encontraban escritores europeos tan sobresalientes como Robert Musil e incluso Rilke, que concluyó sus Elegías de Duino en otra época muy distinta: cuando ya había hecho su aparición en París ese emisario del espíritu del jazz, el deporte y el laconismo que fue Ernest Hemingway.

Llegar tarde puede ser una virtud, y lo fue sin duda en el caso de Schulz, exactamente igual que Witkacy y Leśmian tuvieron la fortuna de aparecer en la literatura polaca después de su tiempo. No obstante, el caso de Schulz es diferente: en su obra, la tendencia metafísica e imaginativa encuentran un contrapeso real bajo la forma de una realidad geográfica y familiar concreta, que el autor de Sanatorio bajo la clepsidra dibuja a raudales, como si recordara que la literatura está hecha de cuerpo y alma y que el anhelo neorromántico de los elementos definitivos y absolutos del mundo debiera contraponerse con un ser duro, implacable, provinciano y peculiar.
El incómodo socio del misticismo de Schulz es Drohobycz (una ciudad pequeña en las inmediaciones de Lvov), que Schulz no escogió, del mismo modo que uno no escoge su cuerpo, sus genes, ni tener o no pecas. Schulz nació en Drohobycz, una ciudad tan modesta como su persona. Su imaginación vivía en Drohobycz, y la imaginación es increíblemente ladina. Es capaz de ensalzar un objeto material real de un modo enormemente ambiguo. Es capaz de enaltecer, aumentar, glorificar y embellecer. Sin embargo, al mismo tiempo, el embellecimiento y el elogio son la fuga más sofisticada, ¡la trampa más elegante del mundo para abandonar nuestra adorada ciudad! Al transformar en un lugar extraordinario y divino la sucia y abarrotada Drohobycz, en la que seguramente sólo eran verdaderamente hermosos los jardines medio silvestres, los huertos, los cerezos, los girasoles y las verjas enmohecidas, Schulz pudo despedirse de ella, consiguió abandonarla.

Logró fugarse al mundo de la imaginación sin ofender a la pequeña ciudad, elevándola, por el contrario, a cumbres singulares. Ahora, hasta Nueva York sabe un poco de Drohobycz, de una Drohobycz que ya no existe; todo a causa de los disparatados subterfugios de la imaginación de un profesorcillo de arte y manualidades.

Sólo ha sobrevivido la Drohobycz creada por Schulz; el viejo casco histórico lleno de comercios judíos y callejuelas retorcidas ha desaparecido de la faz de la Tierra. Ya sólo existe la Drohobycz soviética, muy probablemente una obra maestra del realismo socialista.

Entre los objetos de contemplación predilectos de Schulz se encuentran las estaciones del año, especialmente a su paso por ciudades adormiladas y provincianas. La capital lleva su propia vida agitada y narcisista, mientras que la provincia es un lugar en el que la civilización, diluida en las periferias, entabla diálogo con el cosmos, con la naturaleza. En el relato «Otoño», Schulz califica el verano como la estación de la utopía, una época del año exuberante y opulenta que promete mucho, pero es incapaz de cumplir sus promesas porque en sus orillas acecha un otoño mezquino y adusto que no guarda el menor respeto por los juramentos hechos durante el estío.

La secuencia de un verano utópico seguido por un otoño cruel y cínico constituye una tentadora metáfora tanto de la vida de Schulz (en su paso de la tensión creadora de su obra a su trágica muerte en el gueto de Drohobycz) como del destino de la literatura europea, que primero se deleita con los placeres de la imaginación para inmediatamente después recibir una doble advertencia de la historia: la Primera Guerra Mundial y el tiro de gracia de la Segunda Guerra Mundial acompañada de sus socios, el genocidio y el vil totalitarismo. La vida y la obra de Schulz sucumben a esta pauta marcada por el verano y el otoño como si el espíritu de la literatura europea necesitara de alguien que, con su destino, confirmara la evolución de los acontecimientos: la desaparición de la era de la imaginación, el advenimiento de la era de la devastación.

El lenguaje de Schulz, sus tesoros poéticos y derrochadores, se caracteriza por exhibir una fabulosa precisión. El lenguaje resuena con esa misma amalgama de cualidades contradictorias que están presentes en el contorno artístico general de Schulz: la unificación de la pasión metafísica con el amor a los detalles, a las cosas concretas, absolutamente individuales.

El poeta alemán Gottfried Benn, nacido seis años antes que Schulz, solía utilizar la expresión «die Ausdrückswelt», «el mundo de la expresión». Este término no alude a ningún grupo determinado ni a ninguna tendencia artística; más bien, caracteriza la obra de aquellos escritores que, con mayor o menor grado de conciencia, sobrevivieron a los tumultuosos años de efervescencia neorromántica y emergieron deslumbrados definitivamente por las posibilidades lingüísticas y expresivas de la literatura. Los escritores marcados por el signo del Ausdrückswelt han quedado prendados del poderío estético del lenguaje y, al mismo tiempo, dependen de la capacidad del lenguaje para entonar la melodía de la vida interior. No esperemos que estos escritores participen en debates sobre la situación en que se encuentra la sociedad.

En la magistral estructura del tejido lingüístico-poético de los escritos de Schulz, aparecen incorporadas las advertencias relativas a la inevitable proximidad del otoño/aniquilación. La sobria Adela recuerda en ciertos aspectos al personaje de Teresa en Auto de fe, de Elias Canetti; la imaginación sufre el asedio de sus enemigos. Así también en sus cartas hay cierta tensión interna; la de un ánimo creador rodeado de enemigos, del tedio de las clases, de las tristes exigencias de la vida. Hay demonios malos y demonios buenos; el mundo está lleno de misterios; el vagabundo oculto en el jardín puede ser el dios pagano Pan. Pero Schulz no es ningún profeta. No pronostica la guerra, no augura su propia muerte. Su mensaje es sutil y se revela únicamente a los lectores confiados en el acto de la lectura. Es inaccesible a los críticos. Schulz era reservado; no proclamaba nada. Era aún más comedido que Kafka. Para él, el arte representaba el placer supremo, un acto de expresión, la amplificación de la mirada, del habla, el acto primordial de ligar cosas otrora muy distantes entre sí. Lo que afirmaba no tenía carácter político, ni siquiera filosófico. Lo que llamamos «filosofía» en Schulz es un pájaro que sólo puede vivir en una jaula, en las cautivadoras frases de su aterciopelada prosa.
[Texto publicado originalmente como prefacio a la edición inglesa de Jerzy Ficowski (ed.), Letters and Drawings of Bruno Schulz, Harper & Row, 1988]



Bruno Schulz, Kobiety swawolne, ŻIH








Bibliografía

  • Schulz, Bruno: Las tiendas de color canela. Barcelona, Seix Barral, 1972. Traducción: Salvador Puig. - 187 p.
  • Schulz, Bruno: Sanatorio bajo la clepsidra. Barcelona, Montesinos, 1986. Vers. castellana de Elzbieta Bartkiewicz y Juan C. Vidal. - 265 p.
  • Schulz, Bruno: Las tiendas de color canela. Madrid, Debate, 1991. Vers. castellana de Salvador Puig. - 196 p.
  • Schulz, Bruno: Obras completas. Madrid, Siruela, 1993. Vers. castellana de Juan Carlos y Elsbieta Vidal. - Reeditado en 1998.
  • Schulz, Bruno: El Libro Idólatra [Texto: Jerzy Ficowski]. Vigo, Maldoror ediciones, 2003. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 81 p.
  • Schulz, Bruno: El sanatorio de la clepsidra. Vigo, Maldoror ediciones, 2003. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 222 p.
  • Schulz, Bruno: Las tiendas de canela fina. Vigo, Maldoror ediciones, 2003. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 135 p.
  • Schulz, Bruno: Ensayos críticos. Vigo, Maldoror ediciones, 2004. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 147 p.
  • Schulz, Bruno: La república de los sueños. Vigo, Maldoror ediciones, 2005. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 93 p.
  • Schulz, Bruno: Correspondencia. Vigo, Maldoror ediciones, 2008. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 185 p.
  • Schulz, Bruno: Madurar hacia la infancia. Madrid, Siruela, 2008. Traducción: Elzbieta Bortkiewicz Morawska y María Cóndor. - 532 p.
  • Schulz, Bruno: La Primavera. Vigo, Maldoror ediciones, 2009. Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck. - 113 p.






La disidencia académica y el compromiso científico

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La socióloga Saskia Sassen trabaja al margen de falsas excelencias e investigaciones banales


La concesión del premio Príncipe de Asturias a la socióloga Saskia Sassen es una gran noticia. Saskia Sassen es brillante y navega contracorriente en un mundo de falsas excelencias, permanentes evaluaciones burocráticas, productos científicos banales y una enseñanza universitaria cada vez más precaria. De sus múltiples y valiosas enseñanzas quiero destacar tres:
1. La globalización tiene geografía, actores y luchas por el poder. La ideología dominante vende a la globalización como un proceso automático e imparable. Saskia Sassen, en cambio, nos enseña que la globalización tiene una base territorial jerárquica liderada por un reducido grupo de “ciudades globales” que aglutinan las sedes centrales de las corporaciones transnacionales y grupos financieros, los centros de poder político, las élites de capital humano. Allí se concentran los beneficiarios de la globalización, pero también una nueva clase de explotados. Los ricos globalizados necesitan mano de obra servil y barata para limpiar sus casas y oficinas, lavar su ropa, cuidar sus niños y coches y vigilar sus puertas. La globalización, insiste Sassen, no genera más riqueza sino que abre una brecha creciente entre ricos y pobres con las clases medias menguantes.
Ahora bien, la presión polarizadora se siente en todas las ciudades globales, pero de forma muy desigual. Mientras Madrid o Manila, por ejemplo, viven un proceso de desigualdad y exclusión social sin apenas capacidad de corrección, Oslo y Copenhague minimizan estos efectos con el mantenimiento de un Estado de bienestar bien dotado y articulado.

Una de sus enseñanzas
es que la globalización
tiene geografía, actores
y luchas por el poder
Por otro lado, Sassen también nos enseña que la inversión extranjera en los países en vías de desarrollo no ayuda a retener y emplear a la población autóctona, sino que destruye las economías tradicionales y fomenta la emigración y la desigualdad. La presión de la competitividad y de los agentes financieros reduce las inversiones en educación y bienestar, ahoga el desarrollo y estimula todavía más la emigración y la economía sumergida.
Finalmente, Sassen contradice la visión generalizada de los Estados-nación. Los Estados no desaparecen sino que se transforman en un proceso de “desnacionalización”. Las políticas, los bancos, las universidades, las infraestructuras, etc., permanecen insertados en estructuras estatales pero adoptan funciones globalizadoras. Las grandes categorías sociales, el territorio, la autoridad y los derechos, se habían nacionalizado en largos procesos históricos y ahora se están desnacionalizando facilitando una nueva geografía global.
2. La reivindicación de la Sociología Histórica. Metodológicamente, Saskia Sassen vuelve a la Sociología clásica y a los grandes estudios de la Sociología Histórica del siglo XX de autores como Elias, Moore, Skocpol o Tilly. Se opone, así, a la tendencia dominante de las últimas tres décadas de reducir a la Sociología a analizar fenómenos puntuales mediante operaciones estadísticas sobre encuestas y a interpretaciones basadas en teorías planas como la elección racional.
Las modernas aglomeraciones urbanas forman para los ojos analíticos de Sassen una “zona heurística”, un tipo de laboratorio para identificar procesos de cambio social de largo alcance. Pero para identificar estos procesos hay que “usar la historia como un experimento natural”. La globalización actual aparece, en esta perspectiva, como un complejo conjunto de transformaciones institucionales o “capacidades”, en referencia a Martha Nussbaum, desarrolladas por el sistema de Estados soberanos.

El merecido premio
Príncipe de Asturias
nos deja a la vez un
sabor agridulce
Las transformaciones fundacionales desde la época nacional a la global forman nuevas “lógicas organizativas”, un ensamblaje entre capacidades desarrolladas en el orden anterior y nuevas capacidades emergentes. Durante la época nacional, las políticas fiscales, económicas y tecnológicas fortalecían a las naciones y sus ciudadanos. Estas capacidades del Estado-nación se convierten hoy en capacidades de la globalización donde las políticas fiscales y económicas fortalecen a las empresas transnacionales en detrimento de las naciones y los ciudadanos. Estos últimos reaccionan con un distanciamiento frente a sus Estados, no consideran a los Gobiernos del Estado suyos (“¡No nos representan!”), rompiendo así el contrato histórico de la revolución burguesa entre Estado y ciudadanía.
3. La tercera enseñanza de Saskia Sassen nos lleva a la futura quiebra de nuestro sistema académico-universitario. Una de las científicas más importantes de nuestra época no ha conseguido ningún sexenio, ninguna acreditación, frente a los criterios de nuestras agencias de evaluación, que anteponen siempre el mismo criterio: tres publicaciones JCR (Journal Citation Reports) en los últimos cinco años. Sassen no tiene ni una, sino que ha publicado libros e informes, fruto de proyectos de investigación de verdad y referencias fundamentales para académicos comprometidos, ha publicado numerosos artículos en medios de gran difusión, etc., pero se ha resistido a la práctica de inflar su currículum con artículos estandarizados sin interés ni lectores, más allá de círculos de amigos de citación mutua. Estamos entregando nuestra calidad científica a Thompson Reuters (la empresa gestora de los JCRs) igual que la calificación de nuestras economías a Fitch, Moody's y Standard & Poor's. La estandarización de nuestra enseñanza universitaria y de nuestra producción científica nos llevará a universidades sin debates, investigaciones sin compromiso y un sistema académico sin pensamiento.
El tan merecido premio para Saskia Sassen nos deja, por lo tanto, un sabor agridulce porque puede representar un galardón para una representante de una estirpe en proceso de extinción.

Holm-Detlev Köhler es profesor de Sociología de la Universidad de Oviedo.

Louis Malle. Les amants (Los amantes / The Lovers)

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(Francia, 1958) [B/N, 90 m.].
Género: Drama romántico, Drama matrimonial / Alta Burguesía, Hipocresía (y cuernos), Nouvelle vague.


Ficha técnica.

Dirección: Louis Malle.

Argumento: Dominique Vivant (novela, "Point de Lendemain", no acreditada).
Guión: Louis Malle, Louise de Vilmorin (diálogos).
Fotografía: Henri Decaë (B&W / Dyaliscope).
Música: Alain de Rosnay / Johannes Brahms (""Streichsextett No. 1").
Producción: Irénée Leriche
Productora: Nouvelles Editions du Films (NEF).

Premios:
- 1958: Venecia: Premio Especial del Jurado


Reparto: Jeanne Moreau (Jeanne Tournier), Alain Cuny (Henri Tournier), Jose Luis de Villalonga (Raoul Florès), Jean-Marc Bory (Bernard Dubois-Lambert), Gaston Modot (Coudray), Judith Magre (Maggy Thiébaut-Leroy), Claude Mansard (Marcelot), Georgette Lobre (Marthe), Lucienne Hamon (Chantal), Michèle Girardon (La secrétaire), Jean-Claude Brialy (Un garçon à manège), Pierre Frag, Gib Grossac.

Sinopsis: Una mujer burguesa está casada con un hombre respetable y además, tiene un amante español que es jugador de polo. Sin embargo, su vida le parece tediosa. De repente, un día, volviendo desde París a su casa de campo, se le estropea el coche, pero consigue llegar a su casa gracias a la ayuda de una joven. Este breve encuentro la hará recapacitar y plantearse la posibilidad de comenzar una nueva vida. (FILMAFFINITY)

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Críticas:



- Los amantes, de Louis Malle (Paul Rotha. Films and Filming, Londres, junio de 1959). MALBA. Fundación Constantini.
- "Los amantes de Louis Malle, la noche de amor para la que se creó el cine", por Ricardo Sánchez. Código Cine.
- Los amantes. Comentario de Frederic Soldevila. Cine Archivo.





Louis Malle (1932-1995)

.

A lo largo de su considerable carrera, Louis Malle destacó como un transgresor impertinente, que abordaba sus trabajos desde el ataque a todo lo establecido, y con una predilección por el retrato de las mujeres como eje de las relaciones humanas. Pero antes de iniciarse en el cine su recorrido vital corresponde al de un joven de clase burguesa educado en prestigiosos centros docentes que dio un giro a un futuro acomodado para buscar la aventura del séptimo arte. 

Malle ingresó en el Instituto de Estudios Cinematográficos a los veintiún años y posteriormente, trabajó como cameraman y codirector de El mundo en silencio. El Oscar al mejor documental que obtuvo el film concebido por el comandante Jacques Costeau le abrió las puertas al cine. Después de un breve período como ayudante de dirección, debutó detrás de la cámara con Ascensor para el cadalso. Paralelamente a este bautizo cinematográfico, lo hacía la llamada nouvelle vague, circunstancia que algunos aprovecharon para integrar a Malle dentro de esta corriente. A pesar de que se tendría que identificar la nouvelle vague exclusivamente con los directores que surgieron de la redacción de Cahiers du cinéma, Malle no se pudo sustraer -un caso muy similar al de John Schlesinger respecto al free cinema- a un tratamiento de las historias parecidas a los films de François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol, dentro de su primera etapa que se caracteriza por la irreverencia y la provocación, una seña de identidad que nunca más lo abandonaría. 
El director francés alcanzó unas elevadas cotas de popularidad, gracias sobre todo a la sensualidad que despertaban dos de las actrices con las que más trabajó, Brigitte Bardot y Jeanne Moreau (Vida privadaFuego fatuoEl soplo al corazón), hecho que no le privó de alternar encargos de documentales para la televisión (Calcuta), auténticos tributos a una realidad y a una forma de vida tan alejada de las películas al servicio de los mitos anteriormente citados. Mientras tanto, Malle abordó nuevos temas, escabrosos y espinosos para la época, incluida una poco complaciente visión del período de la resistencia gala en Lacombe Lucien, subtitulada con un explícito No todos fueron valientes
La animadversión que empezaba a sufrir en su país natal, ligado a su afán por conquistar nuevos espacios cinematográficos, motivaron su peregrinaje a los Estados Unidos, donde obtuvo una desigual cosecha, posiblemente provocada por la dispersión de géneros que trató -la comedia en Crackers, la crítica social en La bahía del odio, el drama intimista en Atlantic City USA- al mismo tiempo que conseguía la estabilidad emocional al lado de Candice Bergen, su esposa desde 1980. 
Su retorno al cine francés coincidió con la presentación de Adiós, muchachos, una nueva mirada a través de los ojos de un adolescente -Zazie en el metroLa pequeña- sobre la problemática antisemita de la Francia ocupada. Siete años después cerraba su actividad cinematográfica -que pudo haber sido una biografía sobre Marlene Dietrich que preparaba cuando le sobrevino la muerte- con un film de planteamiento experimental, Vania en la calle 42 que significaba el reencuentro con su viejo amigo André Gregory y con su debilidad por el jazz. La historia de Malle ha sido un contínuo ir y venir, de desengaños y de éxitos. Pero nunca se quedó a medio camino. Siempre iba al límite. Todo un glosario para este espíritu vitalista, romántico y apasionado, que fusiónó su propia existencia personal con el cine (Cine Archivo).




Capturas:
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Enlace ed2k: no disponible.

Torrent:
The Pirate BayMagnet Les.Amants.aka.The.Lovers.1958.720p.BluRay.x264-FiDELiO [PublicH 
PublicHDMagnet Magnet Link 

Subtítuloscastellano / inglés.
Subs en castellano sincronizados por albertbope.


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Enlaces relacionados

Louis Malle.

Ascenseur pour l'échafaud (Ascensor para el cadalso / Elevator to the Gallows. Louis Malle, 1958) HD 720p VO+SE
Les amants (Los amantes / The Lovers. Louis Malle, 1958) HD 720p VO+SE
Zazie dans le métro (Zazie en el metro / Zazie in the Underground. Louis Malle, 1960) HD 720p / BRRip VO+SE
Le feu follet (El fuego fatuo / The Fire Within. Louis Malle, 1963) HD 720p VO+SE
Le souffle au coeur (El soplo al corazón / Murmur of the Heart. Louis Malle, 1971) HD 720p VO+SE
Lacombe Lucien (Louis Malle, 1974) HD 720p VO+SE
Au revoir les enfants (Adiós, muchachos. Louis Malle, 1987) HD 720p / BBRip VO+SE
Vanya on 42nd Street (Vania en la calle 42. Louis Malle, 1994) HD 720p VO+SE

Documentales.

Calcutta (Calcuta. Louis Malle, 1969) DVDRip VO+SE
Humain, trop humain (Humano, demasiado humano / Human, Too Human. Louis Malle, 1974) DVDRip VO+SE
Place de la République (Louis Malle, 1974) DVDRip VO+SE
And the Pursuit of Happiness (Y la búsqueda de la felicidad. Louis Malle, 1986) DVDRip VO+SE
God's Country (Le Pays de Dieu. Louis Malle, 1986) DVDRip VO+SE

Il Bidone (Federico Fellini, 1955) Almas sin conciencia

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Almas sin conciencia

Ficha Técnica:

Título original:

Il Bidone

Año:

1955

País:

Italia, Francia

Género:

Drama

Dirección:

Federico Fellini

Guión:

Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli

Duración:

114 min

Reparto:

Broderick Crawford, Giulietta Masina, Richard Basehart, Franco Fabrizi, Alberto De Amicis

Datos del archivo:

Idioma:

Italiano con subs en español (srt)

Calidad:

AVI

Resolución:

656x480

Formato:

AVI

Tamaño:

701 MB + 701 MB


Sinopsis:
Tres estafadores que operan en Roma, Augusto, Roberto y Picasso, preparan un golpe con la ayuda de otro timador, conocido con el sobrenombre de "El Barón". Éste les espera en una solitaria carretera para entregarles las instrucciones. El trío llega a una casa de campo donde, aprovechándose de la buena fe de unas pobres mujeres, les estafan cerca de medio millón de liras. (FILMAFFINITY)

Segundo film de la "trilogía de la soledad", de Federico Fellini, basado en hechos reales. Se rodó en exteriores del Acueducto del Agua Feliz, Cerveti y Marino (Lacio, Roma) y Roma y en los Estudios Titanus (Roma). Fue nominado a León de oro de Venecia. Producido por Mario Derecchi, se estrenó el 9-IX-1955 (Italia).

La acción tiene lugar en Roma y alrededores en 1953/54. Augusto (Broderick Crawford), Roberto (Franco Fabrizi), Carlo "Picaso" (Richard Basehart) y el Barón Vargas (Giacomo Gabrielli) forman una banda de timadores dedicada a estafar a personas sencillas e impresionables. El cerebro del grupo es Vargas, que prepara los golpes. Augusto es el protagonista de su ejecución, tiene 48 años, se siente atrapado por la edad y la soledad. Roberto desea emular a Johnny Ray y busca divertirse y gozar de la vida. Carlo está casado con Iris (Giulietta Masina), es un pintor frustrado y roba para sostener a la familia.

La película explica una historia dramática y amarga, de personajes derrotados por la pobreza, la falta de habilidades personales y la escasez de oportunidades de la Posguerra en Italia. Son personas desesperadas y desarraigadas, que malviven abusando de la credulidad de ingenuos, a los que engañan con el timo del tesoro escondido. Usan hábitos clericales para acrecentar la verosimilitud de sus propuestas y ganar la confianza de las víctimas (viudas, labradores, discapacitados). Los hurtos que hacen en la ciudad son descubiertos con facilidad. El relato evoluciona desde la exploración del patetismo que envuelve las figuras de los timadores, los timados y las situaciones que los reúnen, hacia la emergencia gradual de la mala conciencia, el desasosiego moral y el rechazo interior de timos, cuyas víctimas son personas frágiles y desheredadas que venden medios de subsistencia (vacas) o renuncian a medios de producción (mulos), en un contexto de angustiosa y mísera precariedad. El film deja de lado las cuestiones éticas y morales, para adentrarse en los aspectos humanos. La narración, saturada de melancolía y tristeza, construye un discurso poético que extrae lirismo de la desventura. Exento de sentimentalismos, aporta un dibujo penetrante de la soledad, los sentimientos de culpa, los propósitos dificilísimos de enmienda y los deseos de redención. La escena en la que Augusto es identificado por una de sus víctimas en el cine ante su hija y la conversación que mantiene con una muchacha poliomelítica, son memorables.

La música, de Nino Rota ("El padrino", 1972) refuerza el aire melancólico y dramático con melodías jazzísticas excelentes. Añade canciones del momento en las escenas de las fiestas sociales. La fotografía realza el realismo y el sentido tragicómico. Broderick Crawford ("El político", 1949) ofrece una interpretación sentida, ajustada y rica en matices. Masina brilla en un papel breve pero deslumbrante. Considerado un film menor, contiene elementos de gran potencia cinematográfica. (Miquel, FilmAffinity)

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Andrey Tarkovsky in Nostalghia (Donatella Baglivo, 1984) y la película NOSTALGIA

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Andrey Tarkovsky in Nostalghia (Donatella Baglivo, 1984)



Andrey Tarkovsky en Nostalgia

Ficha Técnica:

Título original:

Andrey Tarkovsky in Nostalghia

Año:

1984

País:

Italia

Género:

Documental, Sobre cine

Dirección:

Donatella Baglivo

Guión:

Donatella Baglivo

Duración:

89 min.

Reparto:


Datos del archivo:

Idioma:

Italiano con subs incrustados en inglés y subs en español (srt algo desincronizado) / Italiano con subs incrustados en español

Calidad:

DVDRip

Resolución:

496x368 / 720x576

Formato:

AVI

Tamaño:

699 MB / 1,05 GB


Sinopsis:
Segundo documental de una serie de tres, rodados durante la estancia de Tarkovski en Italia para el rodaje de "Nostalghia". (FILMAFFINITY)

Versión original con subs incrustados en inglés y subs en español (srt algo desincronizados):
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Versión original con subs incrustados en español:
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Enlaces de descarga (Contraseña: HmB79):

Versión original con subs incrustados en inglés y subs en español (srt algo desincronizados):

http://speedy.sh/nHtaB/8ANJJATINDB4.part1.rar?ref=57504
http://speedy.sh/zwySF/8ANJJATINDB4.part2.rar?ref=57504
http://speedy.sh/4sKrf/8ANJJATINDB4.part3.rar?ref=57504
http://speedy.sh/Q9rYZ/8ANJJATINDB4.part4.rar?ref=57504

Versión con subs incrustados en español:

http://speedy.sh/WTSU6/8ANJJATINDB4VS.part1.rar?ref=57504
http://speedy.sh/haRHP/8ANJJATINDB4VS.part2.rar?ref=57504
http://speedy.sh/AeTGh/8ANJJATINDB4VS.part3.rar?ref=57504
http://speedy.sh/jxF2E/8ANJJATINDB4VS.part4.rar?ref=57504
http://speedy.sh/rd97z/8ANJJATINDB4VS.part5.rar?ref=57504
http://speedy.sh/kjM93/8ANJJATINDB4VS.part6.rar?ref=57504



Nostalghia (Andrei Tarkovsky, 1983)



Nostalgia

Ficha Técnica:

Título original:

Nostalghia

Año:

1983

País:

Italia. Unión Soviética

Género:

Drama

Dirección:

Andrey Tarkovsky

Guión:

Andrei Tarkovsky, Tonino Guerra

Duración:

120 min.

Reparto:

Oleg Yankovskiy, Erland Josephson, Domiziana Giordano, Patrizia Terreno, Laura De Marchi, Delia Boccardo

Datos del archivo:

Idioma:

Italiano y ruso con subs en español (srt)

Calidad:

DVDRip gracias a Dr.Brown

Resolución:

624x384

Formato:

AVI

Tamaño:

1,62 GB


Sinopsis:
Andrei Gorèakov, un poeta ruso, recorre Italia en compañía de Eugenia con la intención de investigar la vida de un compositor del siglo XVI. En su viaje se encontrarán con el apocalíptico Domenico. (FILMAFFINITY)


1983: Festival de Cannes: Mejor director, Premio del Jurado Ecuménico

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Zerkalo (Andrei Tarkovsky, 1975) Cargada de símbolismo, onirismo metafórico, mística y poesía

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Zerkalo (Andrei Tarkovsky, 1975)



El espejo

Ficha Técnica:

Título original:

Zerkalo

Año:

1975

País:

Unión Soviética

Género:

Drama. Familia. Años 30.

Dirección:

Andrei Tarkovsky

Guión:

Andrei Tarkovsky, Alesandr Misharin

Duración:

101 min

Reparto:

Margarita Terekhova, Philip Yankovsky, Ignat Daniltsev, Oleg Yankovskiy, Nikolai Grinko, Alla Demidova, Innokenti Smoktunovsky, Anatoly Solonitsyn

Datos del archivo:

Idioma:

Ruso con subs en español incrustados

Calidad:

DVDRip

Resolución:

448x336

Formato:

AVI

Tamaño:

700 MB


Sinopsis:
Un hombre habla con su esposa sobre los motivos de su mutuo distanciamiento. (FILMAFFINITY)

Ponerse a descifrar y analizar a Tarkovski y en particular esta película sería una tarea ardua a la par que pedante y pretenciosa.

Cargada de símbolismo, onirismo metafórico, mística y poesía como para llenar una biblioteca, el Espejo de Tarkovski es un ejemplo de trascendencia y desarraigo narrativos. No interesa la trama. Pero trasciende. Imposible apartar los ojos de la pantalla. Ciento seis minutos embelasado, con cada diseño de plano, con la luz, con la magia. El Espejo alcanza cotas artísticas y estéticas tan altas que parece un lienzo de los maestros holandeses por momentos. El subconsciente despega y el viaje es maravilloso. El sueño meridiano pre-mortis de un hombre que revisita los recuerdos que han marcado su infancia a través de los ojos de su mujer, su madre, su hijo y él mismo siendo todos y ninguno a la vez. Un espejo para el espectador que convierte la película del genio ruso en su propio reflejo, en su propia historia. Impresiones, sensaciones, olores. Los cuatro elementos testigos hilvanadores de los ciclos vitales. El misterio de la vida, de los sueños, de lo inerte. La belleza de las palabras y de los objetos. Arte y poesía. Las estaciones. La tristeza, el llanto. La pérdida de la inocencia. Los temores, las pulsiones. El amor de madre, el primer amor.

La película comienza con una sesión de hipnosis para curar un defecto en el habla de un adolescente que no es capaz ni de decir su nombre. Tarkovski nos prepara de este modo para que comprendamos que sólo desde el subconsciente podemos ver el alma humana e intentar comprender el gran misterio del amor y la muerte. El último travelling, es el último verso del poema de la vida, el instante eterno de dos amantes sobre la hierba y el grito del niño a manos de su madre, que aúlla haber vuelto a nacer, mientras la cámara se adentra en el sombrío y misterioso bosque que es la muerte. Arte y trascendencia en estado puro. Genios de esta categoría no son de este mundo, y al igual que los Da vinci, Bach, o Shakespeare están aquí para hacernos pensar en la condición humana y en la belleza innata e implícita que trasciende de la vida el amor y muerte. (Borx, FilmAffinity)

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Enlaces de descarga (Contraseña: HmB79): 

Ivanovo detstvo (Andrei Tarkovsky, 1962) La infancia de Iván

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Ivanovo detstvo (Andrei Tarkovsky, 1962)




La infancia de Iván

Ficha Técnica:

Título original:

Ivanovo detstvo (The Criterion Collection)

Año:

1962

País:

Unión Soviética

Género:

Drama. Bélica

Dirección:

Andrei Tarkovsky

Guión:

Vladimir Bogomolov & Mikhail Papava

Duración:

01:35:15

Reparto:

Nikolai Burlyayev, Valentin Zubkov, Yevgeni Zharikov, Stepan Krylov, Nikolai Grinko, Valentina Malyavina

Datos del archivo

Idioma:

Ruso con subs en español (srt)

Calidad:

DVDRip gracias a parangutin

Resolución:

640 x 480

Formato:

avi

Tamaño:

1.45 Gb


Sinopsis:
Iván, un niño ruso de 12 años, golpeado por la vida, y cuyos padres murieron en la invasión nazi, trabaja espiando a los alemanes en el frente oriental en la Segunda Guerra Mundial. (FILMAFFINITY).


1962: Venecia: León de Oro

Ópera prima de Andrei Tarkovsky, que sustituyó al director titular poco después del inicio del rodaje. Se basa en el relato "Iván" (1958), de Vladimir Bogomolov. Rodada en blanco y negro, ganó el León de oro de Venecia, el Golden Gate Award (director) y otros premios. J. P. Sartre le dedicó un artículo muy elogioso.

La acción tiene lugar a orillas de Dnieper en los últimos meses de la II GM. Narra la historia de Iván, un muchacho huérfano, de unos 12 años, que perdió la madre y la hermana a manos de soldados nazis y cuyo padre, guardia fronterizo, se halla desaparecido. La acción se desarrolla en el tiempo que media entre el regreso de una misión de exploración tras las líneas enemigas y el inicio de otra misión similar.

La película muestra a un muchacho decidido, voluntarioso, listo y obstinado, que cumple misiones de espionaje en zonas ocupadas por tropas nazis. La información que reúne sobre emplazamientos militares y movimientos de tropas enemigas es de gran utilidad al mando superior. Su figura corresponde a la del héroe infantil, capaz de cumplir con éxito misiones de alto riesgo gracias a su agilidad, astucia y corta estatura. Encarna, además, la figura trágica del niño destrozado interiormente por la guerra, movido por deseos incontenibles de vengar la muerte de la madre y la hermana, incapaz de vivir sin participar en la lucha y de aceptar las indicaciones superiores para que se incorpore a la Academia militar. Iván, más que un héroe, es una víctima de la guerra, que lo ha convertido en una persona de comportamientos compulsivos y vengativos. La guerra no sólo mata a los caídos, también mata interiormente a muchos de los que quedan con vida. La obra se erige en un alegato convencido y convincente contra la barbarie de la guerra, contra todo tipo de violencia y contra la venganza. Son escenas destacadas las del regreso de Iván a las bases rusas, su sueño de la mariposa, la visión del centro de tortura que descubren las tropas rusas tras la toma de Berlín y el breve documento visual de los hijos de Goebbels.

La música, original de Sviacheslav Ovtchinnikov, fue dirigida por E. Khatchaturian. La fotografía hase uso de recursos expresionistas (proyección de sombras, encuadres inclinados, rostros desfigurados, edificaciones derruídas, etc.). Se apoya en secuencias largas y en primeros planos de gran expresividad. La narración visual es de gran belleza plástica. El guión desarrolla una historia trágica, que el director utiliza para combinar sucesos, sueños, imaginaciones y alucinaciones, que confieren al relato lirismo y ensoñación. La interpretación de Iván y de los militares a los que sirve son convincentes, pese a las críticas posteriores de Tarkovsky a Kolia Burliaiev (Iván). La dirección aporta algunas de las constantes de su obra posterior, como la afición al agua.

Película más compleja de lo que aparenta, de gran belleza visual, que emociona hasta el escalofrío. (Miquel, FilmAffinity)



CAPTURAS:


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Cinéma, de notre temps: Une journée d'Andrei Arsenevitch (Chris Marker, 2000)

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Cinéma, de notre temps: Une journée d'Andrei Arsenevitch (Chris Marker, 2000)




Un día en la vida de Andrei Arsenevitch

Ficha Técnica:



Título original:

Cinéma, de notre temps: Une journée d'Andrei Arsenevitch

Año:

2000

País:

Francia

Género:

Documental

Dirección:

Chris Marker

Guión:

Chris Marker

Duración:

55 min



Reparto:



Andrei Tarkovsky, Alexandra Stewart, Eva Mattes, Margarita Terekhova, Marina Vlady



Datos del archivo:



Idioma:

Varios idiomas con subs en español (srt)

Calidad:

DVDRip

Resolución:

640 x 480

Formato:

AVI

Tamaño:

698 MB


Sinopsis:
Chris Marker nos acerca a la figura de su amigo y colega Andrei Tarkovsky y recoge algunos momentos del final de su vida. (FILMAFFINITY)


El turno para homenajear a Tarkovski correspondió ayer a “Un día en la vida de Andrei Arsenevich”, de Chris Marker. El genial director francés realizó este documental (cuyo nombre alude a la obra de Alexander Solzhenitsyn “Un día en la vida de Iván Denisovich”, sobre la vida en los campos de trabajo estalinistas) hace siete años para la serie televisiva francesa “Cinéma de notre temps”.

Comparaciones y gustos aparte, “Un día en la vida de Andrei Arsenevich” es una aproximación muy completa (en lo que dan de sí cincuenta y cinco minutos) a la vida, obra y genio de Tarkovski. Si hemos dicho que “Elegía de Moscú” era un documental para iniciados debido a su esencia contemplativa y a la exigencia de un espectador devoto, la obra del francés se dirige a un público más amplio gracias a su hábil combinación de registros y sin dejar de lado la veneración por Tarkovski.

Marker deja clara la estructura del documental desde el inicio y comienza su homenaje con una metáfora entre una escena de “El espejo” e imágenes de Larissa, la esposa de Tarkovski, esperando frente a la ventana del hospital. En “El espejo”, el moño de la actriz simboliza la espera, según la tradición rusa; en el documental, la Larissa espera la llegada de su hijo, a quien ni Tarkovski ni ella han visto desde hace cinco años. Las imágenes del reencuentro ya las conocemos pero nos cautivan más que en otras ocasiones porque Marker, además de ofrecernos mayor cantidad de metraje, reflexiona sobre ellas. La expresión del rostro de Tarkovski, postrado en la cama, sus palabras improvisadas, su reacción espontánea ante el reencuentro con el hijo.
Tarkovski pregunta a Marker: ¿lo tienes todo, no?. Quiere saber si su amigo ha registrado lo que ha ocurrido; en ese instante tenemos la impresión de que el escultor en el tiempo, como en sus películas, como en su vida, necesita del cine para obrar uno de sus milagros, redimir la realidad de su destino: diluirse en el tiempo. Tarkovski ve lo grabado y analiza su comportamiento: se ve “antinatural”, cree que ha dicho “tonterías”. Intuimos que si pudiera mejoraría la escena, pero el cine también tiene sus límites, aunque él y su vida nos hagan dudarlo. Nuestras sospechas no acaban ahí y la magia, la confusión entre el cine y la vida, se alarga un poco más: vemos a Larissa salir del hospital exclamando que en uno de los días más felices de su vida está lloviendo, como si se tratara de una de las películas de su marido, en las que el agua, como el fuego, el aire y la tierra, son algo esencial.

La escena significa muchas más cosas (que cada uno haga su labor), entre ellas el aviso del mecanismo narrativo que Marker empleará: un documental que enlace vida y obra, como no podía ser de otra forma para retratar con verosimilitud a nuestro cineasta.

A continuación el director francés nos muestra mediante ejemplos la relevancia que tienen en las obras de Tarkovski los cuatro elementos. Sucintas pero valiosas explicaciones que, sin desvelarnos los secretos de las películas, nos invitan a adentrarnos en su misterio. Este tono didáctico es toda una novedad en los documentales que hemos visto hasta ahora, y tendrá sus detractores, claro está, pero Marker lo articula de tal forma que no chirría en una obra-homenaje hasta conseguir lo que pretende: democratizar algunas claves de Tarkovski en solidaridad con el espectador novel.

Aún así, la veneración no cesa: el documental explica la grabación del plano de “Sacrificio” en el que el protagonista prende fuego a su propia casa como acto de fe para salvar a la humanidad. Una vez más, Marker arroja luz sobre la multidisciplinariedad de su homenaje: tenemos tiempo para “contemplar” a Tarkovski, ser testigos de su fuerza brutal tras la cámara y saber cómo se relacionaba con su equipo sin que la voz en off se olvide de explicarnos la relación de esta secuencia con la vida del propio Tarkovski.

El documental avanza y Marker selecciona modos de hacer, rasgos característicos y reflexiones de Andrei (el tráveling no como cuestión, moral, sino metafísica, el sentimiento de nostalgia, el significado del espejo…) para mostrarnos (y demostrarnos) a qué nos enfrentamos cuando en la pantalla es Tarkovski el que manda, el único director (como dice el narrador al final) cuya filmografía se encuentra entre dos niños y dos árboles. Al acabar la proyección, algunos aplausos. Entre amigos: se empezaban a echar de menos, porque “quizá Stalker sólo se había inventado la Zona para que los hombres fueran menos desgraciados”.

David (http://docuaderno.espacioblog.com/post/2007/02/26/pdv-critica-un-dia-la-vida-andrei-arsenevich-)


CAPTURAS:

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Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979)

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Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979)


Stalker

Ficha Técnica:



Título original:

Stalker

Año:

1979

País:

Unión Soviética

Género:

Ciencia-ficción. Intriga

Dirección:

Andrei Tarkovsky

Guión:

Arcadi Strougatski (Arkady Strugatsky) & Boris Strougatski (Boris Strugatsky)

Duración:

161 min



Reparto:



Alexandre Kaidanovski, Anatoli Solinitsyne, Nikolai Grinko, Natacha Abramova, Alisa Freindlikh



Datos del archivo:



Idioma:

Ruso con subs en español (contenedor MKV)

Calidad:

DVDRip (Ripeo propio)

Resolución:

720 x 576

Formato:

MKV

Tamaño:

1,12 GB + 1,01 GB (Extras: 989 MB)


Sinopsis:
Cita:
En Rusia existe un lugar conocido como la Zona, donde un meteoro se estrelló años atrás. A pesar de que el acceso a la Zona está prohibido, los Stalker se dedican a guiar a quienes se atreven a aventurarse en este inquietante paraje. (FILMAFFINITY).
1979: Cannes: Premio del Jurado Ecuménico


Stalker nace a partir del relato Partida de recreo en el campo, de los hermanos Arcadi y Boris Strugatsiki, que escribieron el guión junto con Tarkovski, aunque no aparece acreditado. Como en Solaris (Solyaris, 1972), la ciencia—ficción le sirve al director ruso una vez más como un mero pretexto para indagar en la naturaleza humana mediante el planteamiento de conflictos morales de difícil solución a sus personajes, frágiles e insignificantes humanos, débiles humanos.

Cerca de una pequeña ciudad rusa cayó un meteorito. Desde entonces, la zona ( La Zona ) ha sido acordonada por el ejército prohibiéndose su entrada a toda la población. Existe la creencia de que en La Zona hay una Habitación donde el que entra puede ver hechos realidad todos sus deseos. Los Stalkers o guías se encargan de sortear todos los peligros y conducir hasta La Habitación a aquellos que lo desean.

Stalker es un viaje de ida y vuelta a La Zona, a la Habitación, de tres hombres: El Guía (El Stalker), El Escritor y El Profesor. El Stalker únicamente busca ayudar a los otros, saliendo perjudicado él mismo (los Stalkers tienen hijos mutantes, todo el mundo lo sabe, y su hija no es una excepción). Al final, su sacrificio solo obtendrá a cambio desagradecimiento y desilusión; El Escritor busca la inspiración que ha perdido. Poco a poco se irá dando cuenta de que es posible que si la consigue, si se convierte en un genio, entonces lo que escriba no le servirá para nada, ya que nada podrá demostrarse a sí mismo; Lo que realmente busca El Profesor no se revelará hasta el final. Hasta entonces, los diálogos con sus compañeros dejan intuir que la verdad que busca a través de la ciencia del mismo modo que el Escritor lo hace mediante el arte, es precisamente lo que quiere encontrar en esa Habitación, aunque su verdadero objetivo es bastante distinto.

Pero a su vez Stalker también es un viaje al interior de sus almas, y en lugares tan recónditos a veces se pueden encontrar cosas muy desagradables.

No será un viaje fácil, porque La Zona está llena de trampas, y, como si de un ser vivo se tratase, es capaz de discernir quién puede y quien no puede entrar en ella. El Stalker cree que sólo a los más desgraciados se les permite la entrada en La Habitación. El resto, morirá en el camino. Y aún así, no se asegura que se cumplan los deseos, más bien, no se asegura si se cumplirán los deseos nobles o aquellos que permanecen ocultos en el subconsciente. Eso es lo que le ocurrió a Puercoespín, otro Stalker, que se suicidó cuando se cubrió de riqueza al regresar a la ciudad en lugar de recuperar a su hermano muerto. El Escritor ya sospecha todo esto antes incluso de comenzar el viaje: «Mi consciencia desea la victoria del vegetarianismo en todo el mundo. Mi subconsciencia anhela un pedazo de carne fresca». Después, terminará concluyendo que los únicos dignos de entrar en esa Habitación son las personas bondadosas con tal limpieza en el alma que no tuviesen nada que ocultar, sin un ápice de maldad ni deseos de los que avergonzarse. Pero, ¿Existe alguien así? ¿Hay alguien capaz de creer hasta tal punto en sí mismo como para, sabiendo lo que ha dicho El Escritor, atreverse a pedir algo en esa Habitación?

La trampa más peligrosa de La Zona es, por tanto, la propia naturaleza humana, algo a lo que resulta muy difícil enfrentarse. El Stalker se lamentará al final del viaje de la inutilidad de la misión, de la inutilidad de su trabajo, y lo peor de todo, la inutilidad de su vida, dándose cuenta de que nadie necesita esa Habitación, porque nadie cree, nadie tiene Fe. ¿Tal vez su esposa le salve de ese vacío existencial? ¿Tal vez su hija, como la niña de La palabra (Ordet, Carl T, Dreyer, 1954), sea la única capaz de devolverle al protagonista la Fe en la Humanidad ?

El director de El espejo (Zerkalo, 1975), haciendo gala de su habitual ritmo pausado, se toma su tiempo para irnos contando todas estas cosas, que se van descubriendo con cuentagotas, a medida que avanza el viaje. Primero vemos a los hombres que se reunen, parece que van a un lugar llamado misteriosamente La Zona, pero no sabemos que es lo que van a hacer allí. Pronto veremos las dificultades que tienen para entrar, como a punto están de perder la vida a manos del ejército. Pasados los alambres de espinos, una vez dentro, comenzamos a oir hablar de Puercoespín, el Stalker que se suicidó, de La Habitación, de los deseos e inquietudes de los protagonistas. Poco a poco, se va creando una atmósfera de misterio e incertidumbre en torno a todo lo referente a La Zona y sus peligros, y el espectador se sumerge en el viaje como si fuera el cuarto expedicionario, dispuesto a llegar a esa Habitación cueste lo que cueste. Si se tarda dos horas y media, como si se tarda cinco, no será tiempo perdido.

Como todo el cine de Tarkovski, que en el fondo siempre se ha definido a sí mismo como un poeta, Stalker está plagado de imágenes que permanecerán para siempre en la memoria —que permiten, años después de vista la película, reconocer al instante el trayecto inicial en tren, por ejemplo, al verse reproducido en el televisor del protagonista de Lejano (Uzak, Nuri Bilge Ceylan, 2002)—, pues desprenden una insólita belleza que atrae al espectador, al que no debiera importarle, sino sólo disfrutar con, la longitud de ciertos planos en los que no ocurre nada (para que negarlo), pero lo que esta viendo ha de contemplarse como lo que es, un cuadro, un poema visual, un trozo de realidad esculpida en el tiempo. «La humanidad existe para crear obras de arte. Esto es altruista, a diferencia de otras acciones humanas» dice el Escritor.

Sorprende en Stalker la parte inicial de la película, con una fotografía en color sepia que no llega a ser blanco y negro, pero casi, que convierte a la ciudad en un lugar lúgubre y penoso a ojos del espectador, para transformarse en vivo color al llegar a La Zona, el lugar donde se realizan los sueños. Una Zona plagada de campos verdes, como los que aparecen en otros filmes del director como Solaris, El espejo, Sacrificio (Offret, 1986) o Nosthalgia (id., 1983), logrando así un contraste para nada gratuito, que refleja la diferencia entre ambos lugares: La Zona, que como un animal venenoso, aunque tiene colores llamativos puede ser mortal, y la ciudad, gris, sombría y monótona, un lugar del que muchos quieren escapar. La Habitación es la válvula de escape que todos anhelan.

Como en sus otras películas, Tarkovski introduce fragmentos de conocidas piezas clásicas en algunos momentos clave, subrayando la importancia del instante. En esta ocasión los elegidos son el bolero de Ravel, cuando termina la expedición y el desencanto se apodera de los tres exploradores, y la Novena de Beethoven (el Himno de la Alegría ), en el final de la película, el momento revelador, el momento de la Fe, el momento de creer en la Humanidad. Pero ¿Es la Fe de la niña, esa que dicen que mueve montañas, la que mueve los vasos, o ese movimiento es únicamente una parte más de la mutación adquirida por la hija del Stalker, que adquiere poderes mentales? Como suele decirse, es cuestión de Fe. Que el espectador decida. (WWW.MIRADAS.NET)

Cita:

EXTRAS (VOSE): 
Interviuw to Cameraman Alexander Knyazhinsky (05:44)
Interviuw to composer Eduard Artemyev (21:08)
Interviuw to Production desing Rashit Safiullin (14:23)
Tarkovsky's house (05:44)
Fragmento de El Violin y la Apisonadora (04:56)

CAPTURAS:

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Enlaces de descarga: 
PARTE I:
http://speedy.sh/baNTH/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Parte-I.mkv?ref=57504

PARTE II:
http://speedy.sh/GTksU/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Parte-II.mkv?ref=57504

Enlaces de 200MB:
Parte I:

http://speedy.sh/TzqaS/reklatS7901.part1.rar?ref=57504
http://speedy.sh/suFTC/reklatS7901.part2.rar?ref=57504
http://speedy.sh/eB52T/reklatS7901.part3.rar?ref=57504
http://speedy.sh/Xrxes/reklatS7901.part4.rar?ref=57504
http://speedy.sh/c3zXJ/reklatS7901.part5.rar?ref=57504
http://speedy.sh/8Duc2/reklatS7901.part6.rar?ref=57504

Parte II:
http://speedy.sh/qvQ8e/reklatS7902.part1.rar?ref=57504
http://speedy.sh/FnyqX/reklatS7902.part2.rar?ref=57504
http://speedy.sh/pNBFc/reklatS7902.part3.rar?ref=57504
http://speedy.sh/Zkrp8/reklatS7902.part4.rar?ref=57504
http://speedy.sh/5t35q/reklatS7902.part5.rar?ref=57504
http://speedy.sh/xPDxF/reklatS7902.part6.rar?ref=57504

EXTRAS:
http://speedy.sh/KUugw/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Fragmento-de-El-Violin-y-la-Apisonadora.mkv?ref=57504
http://speedy.sh/VgQj4/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Interviuw-to-Cameraman-Alexander-Knyazhinsky.mkv?ref=57504
http://speedy.sh/EbBGA/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Interviuw-to-composer-Eduard-Artemyev.mkv?ref=57504
http://speedy.sh/HR3SV/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Interviuw-to-Production-desing-Rashit-Safiullin.mkv?ref=57504
http://speedy.sh/C26eb/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Tarkovsky-s-house.mkv?ref=57504
http://speedy.sh/YemXG/Stalker-Andrei-Tarkovsky-1979-Trailer-Solaris.mkv?ref=57504

Offret (Andrei Tarkovsky, 1986) SACRIFICIO

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Offret (Andrei Tarkovsky, 1986)




Sacrificio

Ficha Técnica:



Título original:

Offret

Año:

1986

País:

Suecia

Género:

Drama

Dirección:

Andrei Tarkovsky

Guión:

Andrei Tarkovsky

Duración:

145 min



Reparto:



Erland Josephson, Susan Fleetwood, Valerie Mairesse, Allan Edwall, Gudrun Gildottir, Sven Wolter



Datos del archivo:



Idioma:

Sueco con subs en español incrustados

Calidad:

DVDRip

Resolución:

624 x 384

Formato:

AVI

Tamaño:

700 MB


Sinopsis:
Mientras la familia se reúne para celebrar su cumpleaños, el periodista Alexander está afligido por la pérdida de espiritualidad que asola al mundo contemporáneo. Sus temores demuestran estar fundados cuando, durante la fiesta, llega la noticia de un inminente conflicto nuclear: la Tercera Guerra Mundial. El final, definitivo e irreversible, está cerca. Quienes rodean a Alexander en ese momento son su angustiada esposa, sus dos hijos, un amigo médico y un peculiar cartero, que acaba convenciéndole de que una de sus criadas es una bruja que tiene el poder de salvar al mundo mediante un último sacrificio. (FILMAFFINITY).
1986: Seminci: Espiga de Oro: Mejor película. 1986: Cannes: Premio del Jurado Ecuménico


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Gonzo: Vida y obra del Doctor Hunter S. Thompson

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Gonzo: The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson (Alex Gibney, 2008)




Gonzo: Vida y obra del Doctor Hunter S. Thompson

Ficha Técnica:



Título original:

Gonzo: The Life and Work of Dr. Hunter S. Thompson

Año:

2008

País:

Estados Unidos

Género:

Documental. Biográfico

Dirección:

Alex Gibney

Guión:

Alex Gibney

Duración:

121 min



Reparto:



Hunter S. Thompson, Johnny Depp, Joe Cairo, David Carlo, Victor Ortiz, Gilleon Smith, Alex Ziwak, Eugenia Care, Brian Kimmet, Muhammad Ali, Warren Beatty, John F. Kennedy, Martin Luther King



Datos del archivo:



Idioma:

Inglés con subs en español (srt)

Calidad:

DVDRip

Resolución:

624 x 352

Formato:

AVI

Tamaño:

1401 MB


Sinopsis:
Gibney, de la mano de un narrador de excepción, el actor Johnny Deep, nos invita a un extraordinario viaje a la extraña y salvaje vida del Dr. Hunter S. Thompson, creador del periodismo Gonzo y autor de la célebre “Miedo y Asco en Las Vegas”. Un documental brutalmente entretenido que retrata los momentos más decisivos en la vida de Thompson, desde su rebelde juventud, sus primeros trabajos como periodista, la turbulenta relación que le unió a los Ángeles del Infierno, su infructuosa candidatura a Sheriff de Aspen o su notoria implicación en la campaña presidencial de 1972. Todo ello narrado por las personas más importantes en la vida de ese rebelde con causa que fue Hunter Stockton Thompson. (FILMAFFINITY)




Alcohol y estupefacientes como combustible para un motor cerebral genial. El motor de un tipo que reinvento parte del periodismo moderno. Hunter S. Thompson se pego un tiro en la cabeza en su rancho de Woody Creek, Colorado el 20 de febrero de 2005.

Cuando el director Alex Gibney, ganador del Óscar, comenzó a filmar la historia del periodista estadounidense Hunter S. Thompson en su funeral, dijo que fue uno de sus 'mayores fracasos' al hacer un documental. "Nadie quiso hablar, así que solo nos sentamos allí con el equipo de filmación pidiendo servicio a la habitación; fue patético", dijo Gibney al recordar el funeral del 2005, que costó cerca de dos millones de dólares y que pagó el actor Johnny Depp, al que asistieron amigos y actores como Bill Murray. "Ellos sintieron: esto es Hunter, él es muy personal para nosotros (...) Y ellos no me conocían y pensaron, ¿quién es este tipo?", señaló. Pero con la eventual ayuda de Depp y del editor de "Vanity Fair", Graydon Carter, Gibney accedió a los archivos de Thompson y terminó "Gonzo: The Life an Work of Dr. Hunter S. Thompson".

El documental examina los trabajos de Thompson, incluida su primera nota para la revista "Rolling Stone" sobre el club de motociclistas "Hell's Angels" y sus libros "Fear and Loathing in Las Vegas". Gibney presenta entrevistas con colegas y personas, entre ellos el derrotado candidato a la presidencia de Estados Unidos George McGovern, sobre quien Thompson escribió mientras cubría la carrera presidencial de 1972, además del dibujante británico y colaborador Ralph Steadman.

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HUNTER S. THOMPSON por Tom Wolfe

Hunter S. Thompson era uno de esos pocos escritores que resultan ser lo que parecen. Stephen King, por ejemplo: sus cejas a lo Locos Addams en las fotos de solapa combinadas con los horrores delirantes de sus historias siempre me hicieron pensar en Drácula. Cuando finalmente lo conocí, King estaba en Miami tocando, junto a Amy Tan, en una banda de jook-house llamada Los Remainders. Era un verdadero rayo de sol, pura risa, la imagen misma de la diversión inocente, un Conde Drácula que en la vida real era Peter Pan. Por poner otro ejemplo: Carl Hiaasen, el genio que ha escrito novelas tan sencillas como Striptease, Sick Puppy, y Skinny Dip, es en persona muy inteligente, reflexivo, sobrio, cortés, incluso galante, el caballero sureño más educado que se puede pedir (y yo los pido todo el tiempo y nunca los encuentro). Pero el caso de Hunter Thompson era distinto: el gonzo –término acuñado por el propio Hunter– que se leía en las páginas de Miedo y asco en las Vegas (1971) y en sus clásicos de la Rolling Stone, tales como The Kentucky Derby is Decadent and Depraved (1970), era el mismo que uno después conocía en persona. Uno no almorzaba ni cenaba con Hunter Thompson. Con él, uno asistía a un evento a la hora de comer.

Yo no conocía a Hunter cuando el libro que lo estableció como una figura literaria, The Hell’s Angels, a Strange and Terrible Saga (Los Angeles del Infierno), fue publicado en 1967. Era periodismo de investigación brillante, arriesgado, escrito con un estilo y una voz que nadie había visto ni escuchado antes. El libro revelaba que él había estado presente en una fiesta para los Hell’s Angels organizada por Ken Kesey y los Merry Pranksters, su comuna hippie (en una época en que el término no era “hippie” sino “acid-head” (adictos al LSD). La fiesta sería una escena clave en el libro que yo estaba escribiendo (The Electric Kool-Aid Acid Test). Llamé sin más a Hunter a California, y él me brindó generosamente no sólo sus recuerdos sino también las grabaciones que había hecho en esa primera famosa alianza de los hippies y las bandas de motociclistas “forajidos”, una saga terrible y extraña en sí misma, que culminó con los Rolling Stones contratando a los Angels como guardias de seguridad para un recital en Altamont, California, y los “guardias de seguridad” matando a golpes a un espectador con tacos de billar.

Como agradecimiento, invité a Hunter a almorzar cuando estuviera en Nueva York. Fue un brillante día de primavera de 1969. Resultó ser uno de esos tipos jóvenes, larguiruchos, altos y huesudos, de ojos alarmantemente iluminados, de esos que, según mi experiencia, son más propensos a las explosiones maníacas que cualquier otro tipo de ser humano. Hunter no conversaba con uno sino que hablaba mediante salvas explosivas de palabras sobre un tema determinado.

Ibamos caminando por la calle 46 Oeste hacia un restaurante, The Brazilian Coffee House, cuando pasamos por un local de náutica. Hunter se detuvo, se zambulló en el local y emergió con una pequeña bolsa de papel madera. Un sexto sentido, probablemente activado por los ojos alarmantes y la elevación y caída de tres centímetros de la nuez en su garganta, me dijo que no preguntara qué había en su interior. En el restaurante lo dejó sobre la mesa mientras comíamos. Finalmente, el tonto que llevo dentro no pudo con la curiosidad y preguntó: “¿Qué hay en la bolsa, Hunter?”

“Tengo algo que podría vaciar este restaurante en 20 segundos”, dijo Hunter. Comenzó a abrir la bolsa. Sus ojos se habían iluminado a 300 watts. “No, no importa”, le dije. “¡Te creo! ¡Mostramelo más tarde!”. De la bolsa sacó algo que parecía un pequeño frasco de espuma de afeitar para viajes, sin tapa, y lo presionó. Entonces sobrevino el sonido más penetrante que había escuchado jamás. No despejó el Brazilian Coffee House. Lo congeló. El lugar quedó tan en silencio que se escuchaba el tic tac del reloj antiguo de la cocina. Los trozos de carne en los tenedores habían quedado suspendidos en el aire. Un mozo que preparaba un cocktailquedó petrificado, sosteniendo la coctelera con ambas manos apenas debajo del mentón. Hunter deslizaba la pequeña lata hacia el interior de la bolsa de papel. Era el aparato de señales de alarma de la Marina, audible a 30 kilómetros en el agua.

La siguiente vez que lo vi fue en junio de 1976, en la Conferencia de Diseño de Aspen, Colorado. Para ese entonces Hunter había comprado una enorme granja cerca de Aspen en la que parecía criar principalmente perros viciosos y armas mortales, tales como su Magnum .357. Alardeaba con ellas a modo de advertencia hacia quienes (presuntamente los Hell’s Angels) le habían estado enviando amenazas de muerte. Lo invité a cenar a un restaurante elegante y a una presentación en Big Tent, donde se llevaba a cabo la conferencia. La mujer que pronto sería mi esposa, Sheila, y yo le hicimos nuestros pedidos a la moza. Hunter pidió dos daiquiris de banana y dos banana splits. Una vez que los terminó, llamó a la moza, giró su dedo índice en el aire y dijo: “De nuevo”. Sin dudarlo un instante se bajó los tercer y cuarto daiquiris de banana y los tercer y cuarto banana splits, y partió con un vaso de Wild Turkey en la mano.

Cuando llegamos a la carpa, los porteros se negaron a dejarlo entrar con el whisky. Comenzó una ruidosa discusión. Yo le murmuré a Hunter: “Dame el vaso, lo paso bajo mi campera y te lo devuelvo adentro”. Pero eso no le interesó en lo más mínimo. Lo que yo no había entendido era que no se trataba de entrar a la carpa o de tomar whisky. Era el grand finale de un evento, un happening destinado a poner las cosas de cabeza. A la larga, todos fuimos expulsados del lugar, y Hunter no podría haber estado más feliz. La cortina bajó. Al menos por esa noche.

Según su visión de las cosas, había cortinas... y cortinas. En el verano de 1988 yo me encontraba en el Festival de Edimburgo, Escocia, cuando un escocés de cabello plateado, agitado pero de todos modos serio y mesurado, se me acercó y me dijo: “Tengo entendido que usted es amigo del escritor norteamericano Hunter Thompson.”

Le dije que sí.

“Por Dios, se suponía que su amigo el Sr. Thompson iba a dar una conferencia en el Festival esta noche, y acabo de recibir una llamada de él diciendo que está en el aeropuerto Kennedy y que se ha encontrado con un viejo amigo. ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Se encontró con un viejo amigo? ¡No hay manera de que llegue acá para esta noche!”

“Señor –le dije–, cuando uno compromete a Hunter Thompson para una conferencia, tiene que darse cuenta de que no va a ser realmente una conferencia. Es un evento, y me temo que usted acaba de tener el suyo.”

La vida de Hunter, como su obra, fue un alarido largo y salvaje, para usar la expresión de Whitman, de libertad y parodia –alimentada por las drogas– de todas las convenciones sociales que comenzaron en los ‘60. En esa empresa, Hunter fue algo completamente nuevo, algo único en nuestra historia literaria. Cuando incluí un fragmento de The Hell’s Angels en una antología de 1973 llamada El Nuevo Periodismo, él me dijo que no formaba parte de ningún grupo. Que él escribía a lo “gonzo”. Que era sui géneris. Y eso es lo que era.

Sin embargo, también fue parte de una tradición centenaria de las letras norteamericanas: la tradición de Mark Twain, Artemus Ward y Petroleum V. Nasby, escritores cómicos que le agregaron a la comedia humana un nuevo capítulo en la historia de Occidente, en particular, en la historia norteamericana, y escribieron de un modo que era parte periodismo y parte memorias personales, combinadas con los poderes de una invención salvaje y una retórica aún más salvaje inspirada por la bizarra exuberancia de una civilización joven. Ninguna categorización abarca esta nueva forma, excepto la palabra inventada por el propio Hunter Thompson: gonzo. Siendo así, Mark Twain fue el rey de todos los escritores gonzo en el siglo XIX.En el XX fue Hunter Thompson, a quien yo nominaría como el mayor escritor cómico en lengua inglesa del siglo XX. 


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