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Bertolt Brecht Canción de la prostituta y otras

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Canción de la prostituta


1
Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete.)
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?
 



Balada del guardabosques y la condesa



En tierras de Suecia vivía una condesa
que era tan pálida y tan bella.
«¡Señor guarda, señor guarda, mi liga se soltó,
se soltó, se soltó!
¡Guarda, arrodíllate, pronto, y átamela!»

«Señora condesa, señora condesa, no me miréis así,
yo os sirvo por mi pan.
¡Vuestros pechos son blancos pero el hacha es fría,
es fría, es fría!
Dulce es el amor, pero amarga la muerte.»

El guarda escapó aquella misma noche.
Cabalgó monte abajo hasta que llegó al mar.
«¡Señor barquero, señor barquero, acógeme en tu barca,
en tu barca, en tu barca!
Barquero, tengo que ir hasta el fin del mar.»
Entre el gallo y la zorra brotó el amor.
«Oh, dorado, ¿me amas de verdad?»
y fina fue la noche, pero el alba llegó,
llegó, llegó:
todas sus plumas cuelgan del zarzal.

Canción de la viuda enamorada



Ay, ya sé, no deberla reconocer
que tiemblo cuando su mano me toca.
Ay, qué me ha sucedido
que rezo para que me seduzca.
¡Ay, ni cien caballos me arrastrarían al pecado!
¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Si me resisto tanto al amor
sólo me he resistido realmente en el fondo
porque sé que si estuviera ante él en camisón
me dejaría hasta sin camisa.
¡Como que le van a importar a él mis reproches!
¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Dudo que valga tanto como yo
y que para él sea amor de verdad.
Cuando todos mis ahorros se hayan gastado,
¿tirará el cacharro a la basura?
¡Ay, ya sé por qué le opuse tanta resistencia!
¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Si tuviera dos dedos de sentido
nunca le habría concedido lo que por desgracia me pidió,
sino que le habría pegado una paliza
en cuanto se me acercó demasiado, como hizo.
¡Ay, ojalá se fuera al infierno!
(¡Si al menos no me apeteciese tanto!)
 


Canción de una amada



1. Lo sé, amada: ahora se me cae el pelo por mi vida salvaje,
y me tumbo en las piedras. Me veis beber el aguardiente más
barato, y camino desnudo al viento.

2. Pero hubo un tiempo, amada, en que fui puro.

3. Tuve una mujer que era más fuerte que yo, como la hierba
es más fuerte que el toro: se vuelve a erguir.

4. Ella vio que yo era malo, y me amó.

5. No preguntó a dónde conducía el camino, que era su camino,
y quizás iba hacia abajo. Cuando me dio su cuerpo, dijo:
esto es todo. Y fue mi cuerpo.

6. Ahora ya no está en ningún lado, desapareció como una
nube cuando ha llovido, la abandoné y cayó, pues ése era su camino.

7. Pero de noche, a veces, cuando me veis beber, veo su cara,
pálida en el viento, fuerte y vuelta hacia mí, y me inclino ante
el viento.
 


Canción desde el acuario




Salmo 5 
He apurado la copia hasta el fondo. Es decir, he sido seducido.
Era un niño, y me amaron.
El mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. Ella
     se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos
     y atrayente trasero. Me mantuve firme.
Para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella
     y me volví impuro.
El pecado me satisfizo. La filosofía me ayudaba al amanecer,
     cuando velaba. Me convertí en lo que querían.
Miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba
     triste sobre mí. Pero veía que le era indiferente.
Él se amaba a sí mismo.
Ahora hace tiempo que me ahogué. Yazgo hinchado sobre
     el fondo.
Los peces viven dentro de mí. El mar se está agotando.


Hablar en tiempos oscuros (fragmento)

En enero de 1945, cuando la guerra de Hitler se acercaba ya a su fin, una campesina de Turingia soñó que su hijo la llamaba desde el campo y, al salir al patio ebria de sueño, creyó verlo junto a la bomba de agua bebiendo. Pero al dirigirle la palabra se dio cuenta de que era uno de los jóvenes prisioneros de guerra rusos que realizaban trabajos forzados en la granja. Unos días más tarde tuvo una experiencia muy extraña. Acababa de llevarles la comida a los prisioneros hasta un bosquecillo cercano, donde tenían que desenterrar tocones, cuando, ya de regreso, miró por sobre el hombro y vio al mismo joven prisionero -un ser de aspecto enfermizo- con la cara vuelta hacia la escudilla de sopa que alguien le alcanzaba en aquel momento, y ese rostro desilusionado se transformó de pronto en el de su propio hijo.
Durante los días siguientes se repitieron con más frecuencia esas visiones, en las que el rostro de aquel joven se convertía, repentina y fugazmente, en el de su hijo. Un día cayó enfermo el prisionero, que quedó tendido en el granero sin que nadie cuidara de él. Un impulso cada vez mayor de llevarle algo nutritivo se fue apoderando de la campesina, pero se lo impedía su hermano, un inválido de guerra que estaba a cargo de la granja y trataba rudamente a los prisioneros, especialmente en aquel momento en que todo empezaba a desmoronarse y la aldea comenzaba a sentir miedo de los prisioneros. La misma campesina no podía desoír los argumentos de su hermano, no consideraba en absoluto justo ayudar a esos seres infrahumanos, sobre los que había oído decir cosas escalofriantes. Vivía angustiada por lo que el enemigo pudiera hacerle a su hijo, que se hallaba en el frente oriental. De modo que aún no había realizado su medio propósito de ayudar a aquel desamparado, cuando una noche sorprendió en el huertecillo nevado a un grupo de prisioneros discutiendo acaloradamente pese al intenso frío, pues sin duda habían elegido ese sitio para evitar que los descubrieran. 
"



Historias del señor Keuner (fragmento)

El señor K. contemplaba un día una pintura que representaba ciertos objetos bastante caprichosamente.
-A algunos pintores -dijo- les ocurre lo mismo que a muchos filósofos cuando contemplan el mundo. Tanto se preocupan por la forma que se olvidan de la sustancia. En cierta ocasión, un jardinero con el que trabajaba me dió una podadora con el encargo de que recortase un arbusto de laurel. El arbusto estaba plantado en un macetón y se empleaba en las fiestas como elemento decorativo. Había que darle forma esférica. Comencé por podar las ramas más largas, mas por mucho que me esforzaba en darle la forma apetecida, no conseguía ni siquiera aproximarme. Una vez me excedía en los cortes por un lado; otra vez, por el lado opuesto. Cuando por fin obtuve una esfera, resultó demasiado pequeña. El jardinero me comentó decepcionado: "Muy bien, la esfera ya la veo, pero ¿dónde está el laurel?".
(...)
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
-En cualquier parte puedo morirme de hambre.
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella. 
"


Bertolt Brecht

       (Alemania, 1898-1956)
  Poeta, director teatral y dramaturgo alemán, cuyo tratamiento original y distanciado de los temas sociales y de los experimentos revolucionarios ha influido enormemente en la creación y en la producción teatrales modernas. Brecht nació el 10 de febrero de 1898 en Augsburgo (Baviera), y se formó en las universidades de Munich y Berlín. En 1924, aparece como autor teatral en el Berlín Deutsches Theater, bajo la dirección de Max Reinhardt. Sus primeras obras muestran la influencia del expresionismo, el principal movimiento dramático de la época. En 1928, escribió un drama musical, La ópera de los dos centavos (conocida en algunos países como tres peniques o tres centavos), con el compositor alemán Kurt Weill. Este musical, basado en The Beggar's Opera (1728) del dramaturgo inglés John Gay, era una cáustica sátira del capitalismo y se convirtió en el éxito teatral más importante de Brecht. Se estrenó en 1928 en Berlín. En 1924, había empezado Brecht a estudiar el marxismo, y, desde 1928 hasta la llegada de Hitler al poder, escribió y estrenó varios dramas didácticos musicales. La ópera Ascensión y caída de la ciudad de Mahagonny (1927-1929), también con música de Weill, volvía a criticar severamente el capitalismo. La preocupación por la justicia fue un tema fundamental en su obra. Durante este periodo inicial de su carrera, Brecht dirigía a los actores y empezó a desarrollar una teoría de técnica dramática conocida como teatro épico. Rechazando los métodos del teatro realista tradicional, prefería una forma narrativa más libre en la que usaba mecanismos de distanciamiento tales como los apartes y las máscaras para evitar que el espectador se identificara con los personajes de la escena. Brecht consideraba esta técnica de alienación, la -distanciación-, como esencial para el proceso de aprendizaje del público, dado que eso reducía su respuesta emocional y, por el contrario, le obligaba a pensar. Ejemplos, que incluía las obras La toma de medidas, La excepción y la regla, El que dice sí y el que dice no, es la expresión más radical del propósito socialista de Brecht.

A causa de su oposición al gobierno de Hitler, Brecht se vio forzado a huir de Alemania en 1933, viviendo primero en Escandinavia y estableciéndose finalmente en California en 1941. Fue durante esos años de exilio cuando produjo algunas de sus mejores obras, como La vida de Galileo Galilei (1938-1939), Madre Coraje y sus hijos (1941), que consolidaron su reputación como importante dramaturgo, y El círculo de tiza caucasiano (1944-1945). Brecht se consideraba a sí mismo un hombre de teatro que se había liberado de las tendencias del teatro expresionista para experimentar con nuevas formas. Quería mostrar que ese cambio no sólo era posible sino que era necesario. Su versátil empleo de la lengua y de las formas poéticas -lenguaje clásico mezclado con el habla del hombre de la calle, versos libres e irregulares- lo dirigió a sacudir la conciencia del público y a llevarlo de una pasividad acrítica a la reflexión y, esperanzadamente, a la acción. En 1948, Brecht volvió a Alemania, se estableció en Berlín Este y fundó su propia compañía teatral, el Berliner Ensemble. Fue una figura controvertida en la Europa del Este, ya que su pesimismo moral chocaba con el ideal soviético del socialismo realista. A lo largo de su vida escribió también varias colecciones de poemas, que, con sus obras de teatro, lo sitúan entre los más grandes autores alemanes. Murió el 14 de agosto de 1956 en Berlín.  © M.E.


El artista mas grande del siglo XX fue Pablo Ruiz Picasso

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Figura excepcional como artista y como hombre, Picasso fue protagonista y creador inimitable de las diversas corrientes que revolucionaron las artes plásticas del siglo XX, desde el cubismo hasta la escultura neofigurativa, del grabado o el aguafuerte a la cerámica artesanal o a la escenografía para ballets. Su obra inmensa en número, en variedad y en talento, se extiende a lo largo de más de setenta y cinco años de actividad creadora, que el pintor compaginó sabiamente con el amor, la política, la amistad y un exultante y contagioso goce de la vida.


                                 Pablo Picasso

Famoso desde la juventud, admirado y solicitado por los célebres y poderosos, fue esencialmente un español sencillo, saludable y generoso, dotado de una formidable capacidad de trabajo, enamorado de los barrios bohemios de París, del sol del Mediterráneo, de los toros, de la gente sencilla y de las mujeres hermosas, afición que cultivó sin desmayo.

Pablo Diego José Ruiz Picasso, conocido luego por su segundo apellido, nació el 25 de octubre de 1881, en el n.º 36 de la plaza de la Merced de Málaga, como primogénito del matrimonio formado por el pintor vasco José Ruiz Blasco y la andaluza María Picasso López. El padre era profesor de dibujo en la Escuela Provincial de Artes y Oficios, conocida como Escuela San Telmo. La primera infancia de Pablo transcurrió entre las dificultades económicas de la familia y una estrecha relación entre padre e hijo, que ambos cultivaban con devoción. El niño era un escolar menos que discreto, bastante perezoso y muy distraído, pero con precoz facilidad para el dibujo, que don José estimulaba.

En 1891 la familia se traslada a La Coruña, en cuyo Instituto da Guarda son requeridos los servicios del padre como profesor. Pablo inicia sus ensayos pictóricos, y tres años más tarde su progenitor y primer maestro le cede sus propios pinceles y caballetes, admirado ante el talento de su hijo. En 1895, Ruiz Blasco obtiene un puesto docente en la Escola d'Arts i Oficis de la Llotja de Barcelona. Pablo resuelve en un día los ejercicios de examen previstos para un mes, y es admitido en la escuela. En 1896, con sólo quince años, instala su primer taller en la calle de la Plata de la Ciudad Condal.

Dos años más tarde, obtiene una mención honorífica en la gran exposición de Madrid por su obra Ciencia y caridad, todavía de un realismo académico, en la que el padre ha servido de modelo para la figura de un médico. La distinción lo estimula a rendir oposición al curso adelantado en la Academia de San Fernando, mientras sus trabajos, influenciados por El Greco y Toulouse-Lautrec, obtienen nuevas medallas en Madrid y Málaga.

En 1898 realiza su primera muestra individual en Els Quatre Gats de Barcelona. Finalmente, en el otoño del año 1900 hace una visita a París para ver la Exposición Universal. Allí vende tres dibujos al marchante Petrus Mañach, quien le ofrece 150 francos mensuales por toda su obra de un año. Pablo es ya un artista profesional, y decide firmar sólo con el apellido materno. En 1901 coedita en Madrid la efímera revista Arte Joven, y en marzo viaja nuevamente a París, donde conoce a Max Jacob y comienza lo que luego se llamará su «período azul». Al año siguiente expone su primera muestra parisiense en la galería de Berthe Weill, y en 1904 decide trasladarse definitivamente a la capital francesa.


Picasso y Miró en el pabellón español
de la Feria Internacional de París (1917)

Picasso se instala en el célebre Bateau-Lavoir, en el número 13 de la calle Ravignan (hoy plaza Hodeau), alojamiento variadamente compartido por artistas sin blanca, entre otros el también español Juan Gris. Allí, Pablo traba amistad con Braque y Apollinaire, y se enamora de Fernanda Olivier. Durante tres años pinta y dibuja sin cesar, rendido a la influencia de Cézanne, mientras elabora con Braque las líneas maestras del cubismo analítico, cuya gran obra experimental, Las señoritas de Aviñón, es pintada por Picasso en 1907.

Pronto sobreviene el asombro y el escándalo ante un estilo deforme que rompe todos los cánones y va ganando nuevos adeptos, al tiempo que su audaz inventor expone en Munich (1909) y en Nueva York (1911). Pablo ha encontrado una nueva compañera en Marcelle Humbert, y siempre seguido por Braque, se lanza a inventar el cubismo sintético, que los acerca al borde de la abstracción (en su extensa y tan variada obra, Picasso jamás llegaría a abandonar la figuración). Poco después, se muda de Montmartre a Montparnasse, y se abren exposiciones suyas en Londres y Barcelona.

En 1914, con la guerra, llegan las tragedias: Braque y Apollinaire son movilizados, y Marcelle muere súbitamente ese otoño. Pablo abandona prácticamente el cubismo, y busca otros caminos artísticos. Los encuentra en 1917, cuando por medio de Jean Cocteau conoce a Diáguilev, que le encarga los decorados del ballet Parade de Eric Satie. El fin de la guerra le trae un nuevo amor, la bailarina Olga Clochlova, y también un nuevo dolor: la muerte de Apollinaire a consecuencia de una grave herida en la cabeza. Se casa con Olga en 1918, y hasta 1925 trabaja en diversos ballets que dan cauce a su evolución pictórica.

Un viejo retrato de su madre, pintado en 1918, le valdrá el millonario premio Carnegie de 1930, que le permite adquirir una suntuosa villa campestre en Boisgelup, y pasarse más de un año viajando por España. Por entonces vuelve a la escultura y mantiene un romance con Teresa Walter, del que nace su primera hija, Maya. La Clochlova inicia un escandaloso juicio para conseguir el divorcio, que el juez se niega a conceder. Despechado, Picasso se enamora de Dora Maar.

Al estallar la Guerra Civil, Picasso apoya con firmeza al bando republicano, y acepta simbólicamente la dirección del museo del Prado, mientras en 1937 pinta elGuernica en París. Dos años después se realiza una gran exposición antológica en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Deprimido por el triunfo de los nacionales y la posterior ocupación de Francia por los nazis, pasa la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial trabajando en su refugio de Royan.



En 1944, se afilia al Partido Comunista Francés y da a conocer 77 nuevas obras en el Salón de Otoño. Después se entusiasma por la litografía y por la joven y hermosa pintora Françoise Guillot, con la que convive hasta 1946. Se inicia así su etapa de Vallauris, en la que trabaja en sus magníficas cerámicas. Con Françoise tendrá dos hijos: Claude, nacido en 1947, y Paloma en 1949.
 
En 1954, el infatigable anciano se fascina por una misteriosa adolescente de delicado perfil y largos cabellos rubios llamada Sylvette D., que acepta posar para él a cambio de uno de los retratos, a su elección. El trato se cumple y su resultado produce algunas de las obras más conocidas y reproducidas del pintor, como el famoso perfil de Sylvette en la butaca verde.
 

Si la fascinación por la etérea Sylvette había sido platónica, no tuvo el mismo cariz su atracción por Jacqueline Roqué, joven de extraodinaria belleza a la que tomó como compañera en 1957, un año antes de pintar el gigantesco mural para la UNESCO. Fértil milagro del arte y de la vida, Picasso seguirá creando, amando, trabajando y viviendo intensamente hasta morir en 1973. Dejó tras de sí la mayor y más rica obra artística personal de nuestro siglo, y una fabulosa herencia que provocó agrias disputas hasta recaer en un ser de pacífico nombre: Paloma, su hija.


                                               Picasso y Miró en el pabellón español
                                              de la Feria Internacional de París (1917)

SIEMPRE PICASSO

Pablo Ruiz Picasso es el gran genio de la pintura contemporánea. Creador del cubismo junto a Braque, su capacidad de invención y de creación le sitúan en la cima de la pintura mundial. Nació en Málaga en 1881, ciudad en la que su padre era profesor de Dibujo y director del Museo Municipal. La familia Ruiz Picasso pronto se traslada a La Coruña y de allí a Barcelona, donde el joven Pablo inicia sus estudios artísticos dentro de un estilo totalmente académico; pero rápidamente contacta con grupos modernistas que hacen cambiar su forma de expresión. París se va a convertir en la gran meta de Pablo y en 1900 se traslada a la capital francesa por un breve periodo de tiempo. Al regresar a Barcelona, empieza a trabajar en una serie de obras en la que se observan las influencias de todos los artistas que ha conocido o cuya obra ha visto. Es una esponja que lo absorbe todo pero no retiene nada; está buscando un estilo personal. Entre 1901 y 1907 se desarrollan la Etapa Azul y la Etapa Rosa, caracterizadas por el uso de esos colores y por su temática con figuras sórdidas, aisladas, con gestos de pena y sufrimiento. La pintura de estos años iniciales del siglo XX está viviendo continuos cambios y Picasso no puede quedarse al margen. Así que se interesa por Cézanne y partiendo de él va a desarrollar una nueva fórmula pictórica junto a su amigo Braque: el cubismo. Pero Picasso no se queda ahí y en 1912 practica el collage en la pintura; a partir de este momento todo vale, la imaginación se hace dueña del arte. Picassso es el gran revolucionario y cuando todos los pintores se interesan por el cubismo, él se preocupa por el clasicismo de Ingres; durante una temporada va a alternar obras clasicistas con otras totalmente cubistas. El movimiento surrealista de 1925 no le coge desprevenido y, aunque no participa abiertamente, le servirá como elemento de ruptura con lo anterior, introduciendo en su obra figuras distorsionadas con mucha fuerza y no exentas de rabia y furia. Igual que le ocurre a Goya, a Picasso también le influye mucho la situación personal y social a la hora de trabajar. Sus relaciones con las mujeres, muy tumultuosas en ocasiones, van a afectar muy seriamente a su obra. Pero lo que afectó tremendamente al artista fue el estallido de la Guerra Civil Española y el bombardeo de Guernica, que provocó la realización de la obra más famosa del arte contemporáneo, en la que critica la guerra y la sinrazón que conlleva un enfrentamiento armado. París fue su refugio durante mucho tiempo, pero los últimos años de su vida los pasó en el sur de Francia, trabajando en un estilo muy personal, con vivos colores y formas extrañas. Falleció en Mougins en 1973, cuando preparaba dos exposiciones, demostrando su capacidad creativa hasta el final.

Las 10 mejores obras de Pablo Picasso


Las 10 mejores obras de Pablo Picasso
Tal día como hoy, hace más de 30 años, el Guernica volvía a España procedente del Museo de Arte Moderno de Nueva York junto a los 23 bocetos que lo completan. Recuperamos las mejores obras de Pablo Picasso. ¡Vota a tus favoritas!
  1. 1. Maternidad
    Maternidad
    144870 pts
  2. 2. El Guernica
    El Guernica

  3.  Los tres músicos
    Los tres músicos

  4. 4. La vida
  5. 5. Las señoritas de Avignon
    Las señoritas de Avignon

  6. 6. Retrato de Dora Maar
    Retrato de Dora Maar

  7. 7. Arlequín acodado
    Arlequín acodado
  8. 8. Craneo de buey
    Craneo de buey

  9. 9. Desayuno en la hierba
    Desayuno en la hierba

  10. 10. Bañista sentada a la orilla del mar
    Bañista sentada a la orilla del mar

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Virginia Woolf AL FARO - Entre los grandes renovadores de la novela moderna.

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Virginia Woolf

(Inglaterra, 1882-1941)
langosta, 1 año ago,


El nombre de Virginia Woolf figura junto con el de James Joyce, Thomas Mann o Franz Kafka entre los grandes renovadores de la novela moderna.

Experimentando con la estructura temporal y espacial de la narración, perfeccionó en sus novelas el monólogo interior, procedimiento por el que intenta representar los pensamientos de un personaje en su forma primigenia, en su fluir inconsciente, tal y como surgen en la mente.
Algunas de sus obras más famosas, como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) o Las olas (1931), ejemplifican este recurso mediante un poderoso lenguaje narrativo en el que se equilibran perfectamente el mundo racional y el irracional.
Woolf fue además pionera en la reflexión sobre la condición de la mujer, la identidad femenina y relaciones de la mujer con el arte y la literatura, que desarrolló en algunos de sus ensayos; entre ellos, destaca por la repercusión que posteriormente tendría para el feminismo Una habitación propia (1932). No sólo abordó este tema en los ensayos, sino que también lo hizo en novelas como la inquietante y misteriosa Orlando (1928), en la que se difuminan las diferencias entre la condición masculina y la femenina encarnadas en el protagonista, un aristócrata dotado de la facultad de transformarse en mujer.
Pocos saben de algunas de las técnicas de Woolf para formar a las futuras generaciones, por ejemplo, cuando dio clases en el Morley College, hacía a los alumnos escribir ensayos sobre ellos mismos. Por su parte, Woolf amaba escribir en papel, y, desde los 11 años de edad experimentó continuamente con diferentes tipos de plumas y bolígrafos esperando encontrar aquella que le brindara una sensación perfecta.
El 28 de marzo de 1941 desapareció de su casa de campo, hasta que días después su cuerpo fue hallado en el río Ouse. Años más tarde, Virginia Woolf fue interpretada en la cinta Las Horas (2002) por Nicole Kidman.
http://www.lalangostaliteraria.com/?work=virginia-woolf

Virginia Woolf

Al faro de Virginia Woolf


AL FARO

Abre la novela y abre con un capítulo titulado La ventana, una vez esta abierta van desfilando los personajes que habitan esta casa de veraneo en el mar. Arranca con la firme voluntad de ir al faro “… si hace bueno”. Y dos son los faros sobre los que pivota esta novela, el real, al que con todas su ansias infantiles quiere ir James, hijo de Mrs. Ramsay, y el que orienta todo y a todos cuantos se mueven allí, la propia Mrs. Ramsay. Al primero no se llega hasta el tercer y último capítulo -no es una novela de intriga, puedo contarlo- y el segundo faro, la principal dama, brilla especialmente -eso sí, durante 116 páginas de 197- en el primero.
     Con consumada habilidad en el manejo del monólogo interior de los personajes, cambia de la primera a la tercera persona describiendo el entorno, recogiendo reflexiones, impresiones, sentimientos de las distintas voces, creando una malla de relaciones, deseos, pequeñas frustraciones, grandes fruslerías y apuntalando, en resumen, las distintas perspectivas de los acontecimientos, de las emociones, de las personas. Tras Mrs. Dalloway Virginia Woolf se encuentra cómoda escribiendo, la novela fluye … me parece que ahora puedo sacarlo todo a flote; y “todo” es una considerable multitud y peso y confusión en la mente. El pretexto primero de su contemplación son sus padres, con el transfondo de hijos e intelectuales varios, añejos, machistas e incluso misógino alguno que otro. Sobre estos últimos apuntaba, con su personal ironía, que gustaba de verlos y oírlos de cerca Si no los veo, los idealizo. Esta reflexión la subscribo y me la quedo. Julia Stephen es Mrs. Ramsay, mujer de clase alta, convencional y perfecta, atenta servidora de su marido y alma mater en el funcionamiento del mecanismos aparentemente perfecto, aunque chirriante, que es su familia, siempre girando entorno al bienestar del padre, hombre caprichoso, iracundo, egocéntrico y más limitado de lo que él se piensa -no así los demás-. Si en un principio comenta en sus diarios que querría escribir básicamente sobre su padre, es sobre su madre sobre la que descansa la estructura familiar y también de la obra. De ella dijo que apenas consiguió estar nunca en su compañía más de 15 minutos, lo cual aclara su anotación sobre la protección maternal que, por alguna razón, es lo que más he deseado que me dieran todos. Y algo de esa hija observada con curiosidad por la señora de la casa hay en Lily Briscoe, de la que se vale Virginia Woolf para observar a Los Ramsay y demás satélites, y para reflexionar sobre el arte, la forma particular de buscar la luz, el color, la atmósfera, el tiempo, la esencia en su cuadros -Lily es pintora, como Vanessa Bell, hermana de Virginia- que no deja de ser una autoreflexión imbricada en toda la vasta mirada que la autora dirige al pasado y al presente. El tiempo y el arte, el arte y la vida, paisajes, luces, sombras, palabras, silencios… El todo de la obra que ella busca infatigablemente. Aún entonces.
     Dos tiempos marcan también la obra. El último afirma la posición de Lily, la recoge encontrando algo que había olvidado que buscaba. Es quizás el presente de Virginia Woolf que, con su padre vivo, no habría podido escribir. Los Ramsay del final no son lo mismos. Han pasado la adversidad y la Gran Guerra también por ellos. Faltan algunos. Los jóvenes han crecido y se someten al padre con dificultad. Mr. Ramsay no parece haber cambiado. Lily consigue apresar lo inaprensible, tal vez.
     Una excelente novela que a decir de la autora acabó resultando un exorcismo hacia sus padres, pero que, datos biográficos aparte, pues son absolutamente prescindibles, recoge la imagen de una mujer que es casi una efigie, tras la que tal vez se pueda intuir un algo soñador o perdido -Julia Stephen, al igual que él, era viuda cuando se casó con el padre de Virginia- mas ese algo está totalmente controlado, dedicada como vive en cuerpo y alma a los demás, y, esencialmente, al marido. Diríase que ese es el pacto. Un estilo de vida que ya entonces era contemplado por Virginia Woolf como caduco. Una narración rica, inteligente, suavemente irónica, poética, en la que cada página encierra un sinnúmero de detalles
https://pielagodelecturas.wordpress.com/2015/01/31/al-faro-de-virginia-woolf/



Fragmento del libro 

"Al faro" de Virginia Woolf.

"Al pensar en la vida aparecía ante sus ojos una estrecha franja de tiempo, sus cincuenta años. Allí estaba, delante de ella, la vida. La vida: se puso a pensar, pero el pensamiento quedó sin conclusión. Contempló la vida, porque tenía una clara sensación de su presencia, de una cosa real, privada, que no compartía ni

con sus hijos ni con su marido. Entre la vida y ella se producía algo semejante a una transacción: ella estaba de un lado y la vida de otro, y ella siempre procuraba sacar lo mejor de la vida, como la vida lo sacaba de ella; y en ocasiones parlamentaban (cuando ella se quedaba sola); se producían, lo recordaba, grandes escenas de reconciliación; pero, durante la mayor parte del tiempo, extrañamente, tenía que admitir que aquella cosa a la que llamaba vida le parecía terrible, hostil, dispuesta a saltarle a uno encima si se le daba la menor oportunidad. Estaban los problemas eternos: el sufrimiento, la muerte, los pobres. Incluso en la isla siempre había alguna mujer muriendo de cáncer. Y, sin embargo, les había dicho a todos sus hijos: "Tendréis que pasar por ello". Se lo había dicho incansablemente a ocho personas. Por esa razón, sabiendo lo que les esperaba -amor y ambición y ser desdichados y estar solos en sitios horribles-, no podía dejar de preguntarse muchas veces: ¿Por qué tienen que crecer y perderlo to



  1. Al Faro de Virgina Woolf

Dublineses, de James Joyce: un análisis sociocrítico

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REPORTAJE

Dublineses, de James Joyce:

un análisis sociocrítico (I)

REBECA LUQUE CUESTA
Licenciada en Historia. Estudiante de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.
Universidad Complutense de Madrid. Madrid. España.
spotglisten@gmail.com


Hombre funesto de claves nocturnas y cuerpo desnudo junto al río profundo de brillantes escupidas. Hombre de ojos anti-miopes exploradores de infinidad. Hombre de rostro en sombra y cuerpo genio abstracto. Hombre sin miedo de pluma en mano ni de ojos en ser ni sonrisa suprema. Hombre dios llegaste solo de infinitudes asombrofantasmales ornado de lágrimas de superioridad vergonzante. Hombre destructor de tabúes y cielos estrellados. Hombre de los frágiles vestidos que caen dejando hermanos desnudos. Hombre sin alimento para otorgar a los que buscan. Hombre de altos mares de surcos desolados. Hombre-barco blanco. Hombre que arrancaste el vómito para sepultar el mito. Hombre de tiempo y espacio que arrastran cuerdas locuras. Hombre superhombre, frialdad y tibieza en conjunción. Hombre. 
Dedalus Joyce, Alejandra Pizarnik.

Parque Saint Stephen’s Green en Dublín

Dublineses y James Joyce

James Joyce 

En cada uno de los quince cuentos reunidos bajo el título de Dublineses (Dubliners) su autor, James Joyce, nos muestra un fragmento de la vida de los dublineses, con la ciudad siempre de fondo, llegando a ser una protagonista más del libro. A partir de estas historias y de los personajes que las protagonizan, vemos cómo va quedando reflejada la sociedad de Dublín y también la Irlanda que conoció Joyce.
En estos cuentos, vemos una cierta unidad que no se limita sólo a que transcurran en la ciudad natal del autor, sino que podemos percibir dos hilos conductores más. Por un lado, se sigue un esquema de búsqueda-aventura-regreso del Ulises clásico, que volverá a poner en práctica en Ulises, su obra maestra. Por otro, vemos también el esquema de infancia-adolescencia-vida pública. Los primeros relatos están protagonizados por niños, luego por jóvenes, más tarde por adultos con presencia de ancianos y, finalmente, llegamos al relato que cierra el libro, Los muertos, que autores como Joaquim Mallafré1 han interpretado esto como el “momento de retorno como reconciliación” ateniéndose al primer hilo conductor del libro que he mencionado, puesto que el primer y en el último relato se habla de la muerte resaltando la influencia de los muertos en los vivos.
Además, también podemos percibir en alguno de los cuentos la presencia de guiños que nos remiten a otros cuentos del libro.
Los tres primeros cuentos son los protagonizados por niños, que están contados por ellos mismos, en primera persona. En ellos está muy presente la sensación de incomprensión ante un mundo turbio y decepcionante. Son los siguientes:
El primero de los relatos, Las hermanas (The sisters) un niño nos cuenta la muerte del padreFlynn, del que era amigo. Se le presenta como algo incomprensible y no es capaz de estar triste por la pérdida.
En Un encuentro (An encounter), dos niños hacen novillos una mañana y se van de excursión a la costa. Allí ven a un hombre que se puede interpretar como un pervertido sexual por la visión que da el niño de él.
Arabia (Araby) nos cuenta la desilusión del protagonista por llegar cuando ya están cerrando a una feria de objetos exóticos por culpa de su tío. El niño quería ir para comprarle un regalo a la hermana de un amigo, de la que se había enamorado.
Los cuatro siguientes están protagonizados por jóvenes y en ellos está presente, en mayor o menor medida, el tema del amor. Dichos relatos son los siguientes:
Eveline (Eveline) está a punto de fugarse con su novio, un marinero, a Buenos Aires, pero en el último momento decide quedarse en Dublín. A pesar de que concebía esta escapada como una liberación, al final prefiere la cotidianeidad segura al amor y a la aventura.
Después de la carrera (After the race) trata sobre la tarde y la noche que pasan unos jóvenes de esparcimiento. Van a una carrera de coches después a cenar y acaban jugando a las cartas. El personaje que podríamos considerar el protagonista pierde mucho dinero, pero “aunque sabe que al día siguiente se arrepentirá de ello, no le importa”.
Los Dos galanes (Two gallants) son dos jóvenes que llevan una vida de conquistadores y que viven a expensas del dinero que les sacan a las mujeres. En esta historia vemos cómo uno de los dos personajes ha quedado con una doncella y consigue que le dé una moneda de oro.
En La casa de huéspedes (The boarding hause) la hija de la regente de la casa de huéspedes, mantiene relaciones con uno de los hombres que tiene allí alojado. La madre de la chica lo dispone todo de tal manera que pueda conseguir que ellos dos se casen.
Luego llegamos al mundo adulto, formado por otros cuatro cuentos. Es Una nubecilla (A little cloud) la primera de estas historias. En ella, su protagonista –un escritor frustrado-, queda con un antiguo amigo que ha vuelto a Irlanda. Al ver el éxito de su amigo, tiene la sensación de que su vida ha sido un fracaso a pesar de tener más talento.
En Duplicados (Counterparts) un oficinista hastiado se va de su puesto de trabajo sin haber cumplido con lo que tenía que hacer para ese día y se va a emborrachar con sus amigos. Cuando llega a casa, pega a su hijo para desahogar sus frustraciones.
La protagonista de Polvo y ceniza (Clay) celebra la víspera de Todos los Santos con la familia de un hombre al que ha cuidado y que considera su hijo. La protagonista va a comprar unos pasteles para llevar a la fiesta y un hombre que se encuentra en el tranvía se lo roba. Una vez ya en la casa, en la celebración, le hacen un juego mediante el cual se puede adivinar el futuro.
Un triste caso (A painful case) nos muestra una relación entre un hombre y una mujer que se conocen en un concierto y entablan una amistad íntima. Ella se enamorará de él, quien la rechazará por considerar ridículo establecer una relación. Años después ella, que se había vuelto alcohólica, se suicida y él se arrepiente de haberla rechazado.
Después, vemos una serie de historias en las que se trata el tema de la vida política y pública. Efemérides en el comité (Ivy Day in the Committee room) es el relato en el que la política de la Irlanda del momento está más presente.  En este relato se deja ver lo vacío de la conmemoración de Charles Stewart Parnell, que resulta un fracaso.
En el segundo cuento de esta temática, Una madre (A mother) organiza un recital de piano a su hija para su lucimiento, con la pretensión de que triunfe. Al final, los conciertos organizados son un desastre y la hija no llega a cantar porque no le van a pagar. De esta historia se trasluce el entramado de la vida social.
Así como en Día de la patria en la oficina del partido decíamos que era en el que la política tenía más importancia, A mayor gracia de Dios (The grace) está marcado por la religión. Aquí se ven los trapicheos de un cierto proselitismo católico, ya que este relato trata de cómo los amigos del protagonista, que ha tenido un accidente estando borracho, intentan reconducirle a la senda católica.
Por último, llegamos a Los muertos (The dead), la narración más extensa de Dublineses. Por esto y por su estructura, se ha llegado a considerar una novela corta dentro del propio libro de relatos. En ella un hombre va con su esposa a una fiesta en la casa de sus tías. La fiesta se extiende hasta el amanecer y cuando ellos vuelven al hotel en el que se hospedan, ella le revela que estuvo enamorada de un chico que murió. El marido medita sobre esta revelación y se da cuenta de que los muertos determinan nuestra vida tanto como los vivos.
Parque Saint Stephen’s Green en DublínJoyce empezó a elaborar Dublineses en 1904, estando todavía en Dublín. El escritor irlandés George William Russell leyó Stephen Hero  y se quedó admirado. Fue él quien le propuso que escribiera un relato acorde con el Irish Homestead. Las hermanas fue la primera que escribió y lo llegó a publicar bajo el pseudónimo de Stephen Daedalus. Consiguió un cierto éxito, por lo que llegó a un acuerdo con el editor T. G. Keller que le pagó porque escribiera dos historias más, que fueron Eveline y Después de la carrera. Un año después, ya en Trieste, reescribiría Un triste caso, Casa de huéspedes, Duplicados, Efemérides en el comité, Un encuentro, Una madre, Arabia y A mayor gracia de Dios.
En 1906 trató de que le publicaran su libro de poesías Música de cámara pero dado que en el mercado era menos difícil publicar cuentos, lo intentó con los relatos que tenía de lo que sería Dublineses. Se lo envió a Grant Richards y unos meses después le mandó también Dos galanes. Cuando estaba a punto de enviarle Una nubecilla, le notificaron que tendría que hacer algunos cambios en los relatos, ante lo que Joyce optó por no publicar. Finalmente en 1907 escribiría Los muertos.
Después de algún intento fallido más de que le publicaran la obra, Dublineses se publicó por primera vez en 1914. Richard Ellmann, en su biografía de James Joyce, nos cuenta que en diciembre de 1912 Joyce mandó Dublineses a Martin Secker aconsejado por William Butler Yeats, poeta irlandés con el que tuvo una relación amistosa. El libro fue rechazado y en abril de 1913 Joyce lo envió a Elkin Mathews, quien también se lo rechazó.
James Joyce nació el 2 de febrero de 1882. Fue el primero de diez hermanos y se crió en un barrio de los suburbios de Dublín. Como es usual en todos los escritores, fue un ávido lector desde muy joven. Para él la historia de la literatura, la religión y la política se transmutarían en estímulos literarios. Incluso el erotismo, tema bastante presente en la obra de Joyce, tiene un componente de pasión verbal, no solamente carnal.
Siempre defendió la lengua inglesa frente a la irlandesa. Mostró un cierto rechazo al nacionalismo de Irlanda y consideró que el irlandés era un idioma que había sido readoptado y que se había promovido de manera artificial. No obstante, en sus obre pone en boca de sus personajes en ocasiones ciertas expresiones del irlandés coloquial.
Torre Martello, en el camino entre Malahide y Sutton, escenario del capítulo primero de Ulises. Su primera salida del país natal fue a París, cuando tenía veinte años, estancia que se vio interrumpida por la muerte de su madre. El 16 de junio de 1904 tuvo lugar su primera cita con Nora Barnacle, la que sería su pareja durante toda su vida. Escogería precisamente un 16 de junio para situar la acción de su novela Ulises.
El 8 de octubre de 1904 Joyce iniciaría su autoexilio con Nora. Desde Europa seguiría recreando su ciudad, dejando madurar su obra. Vivirá en ciudades como Zurich, Pola o Trieste y en esta época le acompañarán los problemas económicos. También, en estos primeros años fuera de Irlanda, nacieron sus dos hijos y le publicaron Música de cámara (Chamber music), un libro de poemas.
Antes de que le publicaran Dublineses y Retrato del artista adolescente (A portrait of the artist as a Young man) realizaría en 1909 y en 1914 dos breves visitas a Irlanda, que serían las últimas veces en las que visitase su país.
Ya había empezado a tomar forma la idea de la novela de Ulises cuando en 1923 escribió Finnegans Wake, que finalizaría y publicaría en 1939. Por otro lado, en 1925 y en 1926 se representaría en Nueva York y Londres, respectivamente, su obra teatral Exiliados (Exiles), publicada en 1918. También en 1927 publicaría su libro de poemas Pomes penyeach y en 1929 saldría la traducción francesa de Ulises.
De los últimos años de la vida de este escritor irlandés, podemos señalar su matrimonio en 1931 con Nora, sus relaciones de amistad con Samuel Beckett y T. S. Eliot, y la publicación de Ulises en Nueva York (1934) y en Londres (1936). A consecuencia de la II Guerra Mundial, salió de Francia y se instaló en Zurich. Allí moriría el 13 de enero de 1941, prácticamente ciego, a consecuencia de una úlcera de duodeno.
Torre Martello, en el camino entre Malahide y Sutton, escenario del capítulo primero de Ulises.


La sociocrítica

En el capítulo dedicado a los géneros épico-narrativos de Crítica literaria: iniciación al estudio de la literatura2 , podemos leer que la novela moderna representa la pluralidad social de los conflictos en la nueva edad, y que respecto a la epopeya, en la novela prima el debate psicológico íntimo respecto a la aventura externa de la acción.
En este mismo capítulo del manual de Berrio se nos habla del marco en la narrativa.  A partir de 1948, con Wolfgang Kayser (Interpretación y análisis de la obra literaria) la crítica empezaría a interesarse respecto al espacio y al tiempo. Más tarde sería Mijaíl Bajtín quien le concedería al marco una importancia capital, llegando a formular el concepto de “cronotopo”.  Cabría resaltar que en ambos casos se deja claro que la espacialidad de la obra está determinada por la temática de la misma. Por otra parte, nos encontramos en 1982 con Jean Burgos que en su libro Para una poética de lo imaginario, sostiene que la espacialidad está implicada en el texto novelesco y que además tiene consecuencias decisivas en el valor artístico de la obra literaria.
Serán varios los narratólogos franceses que se dediquen también a ahondar en el espacio y en el tiempo, como es el caso de Todorov, Ricoeur, y sobre todo, Genette.
Como vemos, estos intereses en los que uno de los focos de interés es el marco que recrea la historia, ya van enlazando con la sociocrítica, ya que donde mejor vemos reflejada la sociedad dentro de la cual se escribió un libro no queda plasmada solo en la temática, sino también en la ubicación de la obra literaria.
La sociocrítica, en palabras de Francisco Linares Alés3, “intenta profundizar en el conocimiento de la literatura como hecho social a partir de la peculiar y compleja realidad textual de la obra literaria (Según el manual).
En 1971 Claude Duchet publicará un artículo titulado “Littérature, ideologies, societé”, siendo uno de los iniciadores de este método crítico. Sin embargo, será a partir del hispanista Edmond Cros y su círculo del Centro de Investigaciones Sociocríticas de la Universidad “Paul Valéry” de Montpellier con el que se dé más impulso. Cros publicará en 1977 Imprevue, donde se propone una nueva concepción de la crítica sociológica de los textos. Además, cabe señalar que estos investigadores franceses, inspirarán al Sociocriticism, que surge en América en 1985; y también, dentro del continente europeo, en el ámbito cultural germano, Pierre Zima, que será uno de los autores de más peso dentro de la sociocrítica con su obra Manuel de sociocritique (1985).
Zima pretende aplicar la sociología crítica a una sociología del texto literario. Para él, la sociología del texto se interesa por el estudio del plano semántico, sintáctico y narrativo ya que sobre eso se articulan los problemas sociales y los intereses del grupo. Por su parte, Duchet resalta que la sociocrítica atiende al texto ante todo con la intención de restituirle de los formalistas su tenor social. En otras palabras, lo que buscan es orientar la investigación socio-histórica desde lo exterior hacia lo interior. Para Cros, la importancia de los elementos extratextuales, es decir, todo el contexto que rodea a la creación del texto, como es la situación histórica del momento y la del propio escritor, sólo existe en la medida en que recaigan en el texto de una u otra manera.
Basándonos en lo que estos tres autores proponen, podemos decir que la sociocrítica sí que recibe algunas aportaciones de la sociología, pero realiza una crítica sobre dichas aportaciones para poder así formar una disciplina social sobre la literatura que integre los aspectos lingüístico-textuales. Para Zima, la sociocrítica era una sociología no empírica que sigue modelos dialécticos y que tiene muy en cuenta los trabajos de Lukács, Goldmann y Adorno. La preocupación central de la sociocrítica estaría en la búsqueda de cómo el texto literario representa la realidad social.
Zima y Cros en sus teorías abordan una serie de nociones sociológicas fundamentales que son objeto de debate de las propuestas sociocríticas y que tratan de integrar en el estudio de la lengua y de la literatura, aunque no siempre coincidan exactamente.
Para Edmond Cros (Literatura, ideología y sociedad, 1986), aunque el proceso de escritura esté determinado ideológicamente, la escritura literaria se sitúa en un plano autónomo que está desligado de los demás discursos y que responde únicamente a las restricciones del sistema modelizante secundario. Podemos resaltar además dentro de todo lo que en su obra expone Cros, que el individuo, al realizar sus enunciados discursivos, actúa como sujeto ideológico que asume o toma posición respecto a los sentidos ya establecidos. En sus ideas, Cros recibe influencias de Balibar y Macheray.
Cros ve una necesidad teórica de no limitarse exclusivamente a los hechos de enunciación lingüística para considerar la práctica discursiva en cuanto a práctica social. Toda actuación discursiva se efectúa dentro del entramado histórico de la formación discursiva o interdiscurso. Cros considera que en la literatura están presentes discursos que remiten a intereses sociales contradictorios. Estos discursos son alterados por la producción ideológica de sentido que el texto literario realiza partiendo de ellos.
Pierre Zima en su Manuel de sociocritique (1978) nos muestra su sociología del texto literario. Lo que él nos propone es servirse de los conceptos semióticos existentes para desarrollar una socio-semiótica que propone profundizar en la función social de las estructuras semánticas y sintácticas del texto basándose en que las unidades sintácticas y semánticas articulan en el lenguaje valores sociales e intereses colectivos.
Siguiendo a Zima nos encontramos con un repertorio léxico estructurado según las leyes de una pertinencia colectiva particular y después su actualización en la sintaxis narrativa del discurso que se identifica con la ideología. Dentro de las estructuras discursivas, Zima distingue entre las que se limitan a presentar lo real y las que adoptan una actitud crítica o autocrítica sobre los valores y los intereses históricos del discurso.
Cros y Zima coinciden en fundamentar la explicación de la forma literaria en la dimensión sociológica del lenguaje, teniendo en cuenta la estructura social. Ambos también conceden un peso fundamental al papel histórico de la literatura. Sin embargo, sí que vemos diferencias entre los dos autores en lo que respecta a la concepción de la función ideológico-crítica de la actividad literaria: para Cros el texto es una forma ideológica mientras que para Zima en el texto hay aspectos ideológicos junto a otros aspectos conscientemente críticos en donde reside el valor artístico.
El método que proponía  Zima para el análisis del texto propone unas pautas para las que  primeramente hay que situar el texto en una situación sociolingüística particular teniendo en cuenta que unos sociolectos son más importantes que otros para la estructura de una obra literaria. Se debe situar un texto literario con respecto a las formas discursivas contra las que ha reaccionado y es a través de estas formas discursivas cuando se trata de explicar su estructura semántica y narrativa.

Catedral de Saint Patrick, en Dublín.
Catedral de Saint Patrick, en Dublín.

Análisis sociocrítico de Dublineses

Cada relato nos muestra la situación de Irlanda de principios del siglo XX centrándose en aspectos distintos y desde una perspectiva diferente según el cuento. El modo en el que voy a realizar el análisis sociocrítico va a seleccionar un fragmento clave de cada cuento y voy a pasar a comentarlo poniéndolo en relación con el conjunto de la historia.

Las hermanas

-No me gustaría nada que un hijo mío- dijo [Mr. Coter]- tuviera mucho que ver con un hombre así.
- ¿Qué es lo que usted quiere decir con eso, Mr. Coter?- preguntó mi tía.
- Lo que quiero decir- dijo el viejo Coter-, es que todo eso es muy malo para los muchachos. Esto es lo que pienso: dejen que los muchachos anden para arriba y para abajo con otros muchachos de su edad y no que resulten…
[…] – ¿Pero por qué cree usted, Mr. Coter, que eso no es bueno para los niños?- preguntó ella.
- Es malo para esas criaturas- dijo el viejo Coter-, porque sus mentes son muy impresionables. Cuando ven estas cosas, sabe usted, le hacen un efecto…

 En este cuento, como es característico en toda la obra Joyce, está presente la religión católica, aunque en los más de los casos se pueda detectar una crítica. Este sería un ejemplo: un amigo de los tíos que cuidan al niño protagonista de Las hermanas pasara tanto tiempo con un cura.
Joyce durante los primeros años de su vida, los que pasó en Irlanda, vivió “asfixiado por el catolicismo”, tan fuerte e incluso invasivo en la sociedad del momento. Además, el propio Joyce vivió el fervor católico de cerca, pues su madre era católica y muy beata y él mismo estudió en un colegio de jesuitas.
De alguna forma vemos cómo el niño que protagoniza el relato puede estar dándole la razón a Coter en que es mejor que “los muchachos anden para arriba y para abajo con otros muchachos de su edad” ya que lo que fundamentalmente experimenta el muchacho con la noticia de la muerte del reverendo James Flynn, como se nos dice en otro momento del cuento, es una vaga sensación de alivio, liberación. Él tal vez no estaría dentro de la categoría de “muchachos impresionables” de la que habla Coter, ya que no siente una gran conmoción por su muerte, sino que más bien es indiferencia el sentimiento que experimenta.
Aquí podemos ver en cierto modo una invitación a replantearse que la educación infantil del momento, sobre todo la más selecta, estuviera en manos de eclesiásticos. El propio Joyce conoció este ámbito estudiando en tres colegios religiosos -Clongowes Wood College, Christian Brothers y Belvedere College-, pero, según nos cuenta Ellman, a partir de los dieciséis años, comenzó a renegar de este catolicismo, a raíz del descubrimiento de Ibsen y de sus primeras relaciones con mujeres.

Un encuentro

Entonces nos preguntó que quién de los dos tenía más novias. Mahony dijo a la ligera que tenía tres chiquitas. El hombre me preguntó cuántas tenía yo. Le respondí que ninguna. No quiso creerme y me dijo que estaba seguro que debía de tener por lo menos una. […] El hombre sonrió como antes y dijo que cuando él era de nuestra edad tenía novias a montones.
[…] Su actitud sobre este particular me pareció extrañamente liberal para una persona mayor. Para mí que lo que decía de los muchachos y de las novias era razonable. Pero me disgustó oírlo de sus labios.
[…] Después de un largo rato hizo una pausa en su monólogo. Se puso en pie lentamente, diciendo que tenía que dejarnos por uno o dos minutos más o menos, y, sin cambiar yo la dirección de mi mirada, lo vi alejarse lentamente. […] Después de unos minutos de silencio oí a Mahony exclamar:
-¡Mira para eso! ¡Mira lo que está haciendo ahora!
Como ni miré ni levanté la vista, Mahony exclamó de nuevo:
- ¡Pero mira para eso!... ¡Qué viejo tan estrambótico!
El fragmento seleccionado nos habla del noviazgo, aunque por parte de los niños sea entendido como algo bastante ingenuo, hasta el punto de que uno tiene tres novias. Este tema se tratará más adelante desde una perspectiva más madura, pero aquí, en lo que piensa el niño que narra la historia, que considera la postura del hombre como “extrañamente liberal para alguien de su edad”, ya nos está apuntando cómo se concebía el tema de las relaciones de pareja entre jóvenes, y en el fondo, de la sexualidad.
Antes decíamos quela religión era un tema muy recurrente en Joyce. Aquí vuelve aparecer también el tema de la educación religiosa, que controlan las lecturas de los niños, cosa que es más que probable que molestara a James Joyce especialmente. Además, también vemos otra mención a lo que es el mundo de la religión católica cuando se nos dice que el personaje de Joe Dillon, uno de los niños amigo del protagonista, quiere hacerse cura.
Además de la religión, el tema de la sexualidad también es muy recurrente en la obra de Joyce. Richard Brown en su libro James Joyce and Sexuality nos dice que “the treatment of sexuality was of the ut most importance to Joyce’s creativity and at the heart of what his fiction might be trying to investigate”.
Aunque no se dice, la interpretación más común y más aceptada de lo que el hombre que ha entablado conversación con los niños hace cuando se aparta de ellos es masturbarse. Por lo tanto, el protagonista que ha construido Joyce en este cuento es el de un viejo pervertido, pederasta. Joyce solía mostrarse crítico ante la represión sexual que había en Irlanda, causada obviamente sobre todo por la Iglesia católica. Sin embargo, aquí, tal vez lo que buscara hacer Joyce fuese más una crítica, o cuanto menos poner de manifiesto, la doble moral de la sociedad de la época, con su consiguiente perversión.


             Malahide
Arabia

- Ya todo el mundo está en la cama y en su segundo sueño- me dijo.
Ni me sonreía. Mi tía le dijo, enérgica:
-¿No puedes acabar de darle el dinero y dejarlo que se vaya? Bastante que lo hiciste esperar.
Mi tío dijo que sentía mucho haberse olvidado. Dijo que él creía en ese viejo dicho: “mucho estudio y poco juego hacen a Juan un majadero”.
En Arabia seven menciones a algunos de los temas que ya hemos referido- el ámbito de lo eclesiástico al referirse a la muerte de un cura-, el del noviazgo ingenuo de los niños también queda referirse al enamorarse el chico protagonista de la hermana de su vecino, y en menor medida también se dan unas pinceladas sobre la educación. Además, salen otros temas de los que ya hablaremos más adelante, como el alcoholismo.
De todos los temas que toca este cuento, quiero centrarme en la familia. Tanto en el primer cuento de Dublineses como en este el chico protagonista no vive con sus padres, sino con sus tíos. En una sociedad anclada en las costumbres ancestrales y, como ya he dicho varias veces, tan influida por la Iglesia Católica, sería habitual que los hijos vivieran con los padres y con varios hermanos, pues, por poner un ejemplo que guarde plena relación con el trabajo que estoy llevando a cabo, el propio James Joyce tuvo nueve hermanos. Por tanto, llama la atención no tanto el hecho de la ausencia de los padres, que sería más fácilmente explicable, como que en los tres primeros cuentos de Dublineses los protagonistas no parezcan tener hermanos.
Centrándonos en Arabia, podemos añadir a este respecto que, del amigo del protagonista y de la hermana, tampoco se hace ninguna alusión a la presencia de unos adultos que cuiden de ellos. De hecho, vemos cómo es la propia chica quien se encarga de llamar a su hermano para que vaya a tomar el té. Esto podríamos interpretarlo tanto como que el niño vive a cargo de su hermana, o como un reflejo de las responsabilidades que tendría una hermana mayor, fundamentalmente por ser de sexo femenino, de cumplir las labores de una segunda madre en muchos aspectos.
Por último, aunque no aparezca tratado en el párrafo que he seleccionado, no puedo dejar de decir respecto a este cuento que, de los tres relativos a la niñez, es en el que se ve más claro algo que en Las hermanas y Un encuentro ya se empezaba a intuir: el desencanto que sienten los niños cuando empiezan a tomar contacto con el mundo adulto.

Eveline

Se puso de pie bajo un súbito impulso aterrado. ¡Escapar! ¡Tenía que escapar! Frank sería su salvación. Le daría su vida, tal vez su amor. Pero ella ansiaba vivir. ¿Por qué ser desgraciada? Tenía derecho a la felicidad. Frank la levantaría en vilo, la cargaría en sus brazos. Sería su salvación.
En Eveline, el primero de los relatos del libro protagonizados por jóvenes, vemos cómo se tocan ya varios temas todos en relación con la mujer.
En primer lugar, podemos seguir ahondando en algo que ya anticipamos en el comentario del relato anterior, que es el papel que tenía que desempeñar la mujer. Joyce a lo largo de Dublineses hace una clara diferenciación entre las conductas que se veían propias del hombre y de la mujer en el Dublín de la época. Así como el hombre, como veremos en los cuentos sucesivos y ya hemos empezado a atisbar en los precedentes, está más vinculado a la vida fuera de casa, especialmente al entretenimiento en los bares; la mujer por su parte tendría como su espacio predominante la casa, con las consiguientes responsabilidades y tareas que eso implica.
La protagonista de este cuento planea escapar con su novio, cosa que la sociedad dublinesa del momento consideraría un escándalo y una vergüenza. Eveline se replantea su vida, piensa en las nulas posibilidades de ser feliz que Irlanda le ofrece, y quiere escapar. Sin embargo, al final, tal vez por no poderse librar del puritanismo católico del que la sociedad está impregnado hasta los tuétanos, en el último momento se echa atrás y deja a su novio partir sin ella rumbo a Buenos Aires. De esta manera, ella termina por aceptar o, cuanto menos, resignarse, a una vida sufrida, tal y como promovía el catolicismo, pasando a asumir también el papel que se les atribuía a las mujeres de ser ejemplo de beatitud y de severidad católica.
Podemos hacer también a raíz de este cuento una pequeña mención sobre la emigración en Irlanda de principios de siglo. Desde la Gran Hambruna Irlandesa, que se empezó a sufrir a desde 1945 a consecuencia de una serie de malas cosechas, comenzaron a generalizarse las migraciones de irlandeses, fundamentalmente teniendo América como destino. Estas migraciones fueron notables hasta 1929, que se redujeron considerablemente a consecuencia de la Gran Depresión.
Por otro lado, podemos relacionar también el hecho de dejar Irlanda no entendiéndolo solamente como una migración, sino también, vinculando la historia de Eveline con la vida de su autor, con un autoexilio a consecuencia del desencanto con el país natal y la falta de esperanzas y oportunidades que ofrece.
 El río Liffey en las proximidades a DúnLaoghaire, el puerto de Dublín
El río Liffey en las proximidades a DúnLaoghaire, el puerto de Dublín

Después de la carrera
Jimmy se dio cuenta de que el juego estaba entre Routh y Ségouin. ¡Qué excitante! Jimmy también estaba excitado; claro que él perdió. ¿Cuántos pagarés había firmado? Los hombres se pusieron en pie para jugar los últimos quites, hablando y gesticulando. Ganó Routh. El camarote tembló con los vivas de los jóvenes y se recogieron las cartas. Luego empezaron a colectar lo ganado. Farley y Jimmy eran buenos perdedores.
Sabía que lo lamentaría a la mañana siguiente, pero por el momento se alegró del receso, alegre con ese oscuro estupor que echaba un manto sobre sus locuras.
Patio interior del Trinity College. Este relato nos ofrece una imagen de la nueva clase adinerada que empezaba a formarse en Irlanda. Aquí ya se empieza ver también otra de las ideas que se repetirán en otros cuentos de la vida social en relación a la consumición de bebidas alcohólicas protagonizada en este caso por la fiesta que se corre Jimmy, un chico irlandés, con otro chico francés, otro canadiense y otro húngaro, el más pobre de los cuatro.
La economía de Irlanda no ha experimentado grandes cambios hasta finales del s. XX. Irlanda era un país pobre, con una economía pequeña, moderna y dependiente del comercio. También podemos decir que la agricultura era un sector primordial en aquella época, pero ya empezaban a cobrar importancia los otros dos sectores, especialmente la industria.
En este relato vemos los delirios de grandeza, en parte heredados de su padre, de un joven de clase media-alta, que vive una noche de fiesta por encima de sus posibilidades económicas, movido por el deseo de aparentar,abrumado por el tren de vida que llevan sus amigos franceses y en cuya conducta se puede detectar además una cierta compasión hacia su amigo húngaro por su pobreza.

Dos galanes
En noviembre cumpliría los treinta y un años. ¿No iba a conseguir nunca un buen trabajo? ¿No tendría jamás casa propia? Pensó lo agradable que sería tener un buen fuego al que arrimarse y sentarse a una buena mesa. Ya había caminado bastante por esas calles con amigos y con amigas. Sabía bien lo que valían todos esos amigos. También conocía bastante a las mujeres. La experiencia lo había amargado contra todo y contra todos. Pero no lo había abandonado la esperanza. Se sintió mejor después de comer, menos aburrido de la vida, menos vencido espiritualmente. Quizá todavía podría acomodarse en un rincón y vivir feliz, con tal de que encontrara una muchacha buena y simple que tuviera lo suyo.
En este cuento se nos presenta a dos jóvenes sin vida estable. Uno, Corley, vive orgulloso de que su ocupación sea aprovecharse de las mujeres que conquista, y el otro, Lenehan, está frustrado por no haber tenido nunca ni trabajo ni relación estable. Representarían estos dos personajes, por tanto, el tema de lo rufianesco, y el de la falta de oportunidades que ofrece Irlanda, respectivamente. Sin embargo, aparece un tercer personaje del que podemos sacar también dos asuntos más a comentar, que resultarían más interesantes: estos serían el de la servidumbre y el de la prostitución en Irlanda.
Centrémonos primero en la descripción de la chica a la que Corley conquista para sacarle el dinero. En primer lugar podemos decir que esta chica se había dedicado a la servidumbre. En Irlanda, como característica también común al resto de Europa, lo más común es que las criadas no fueran de otras razas o nacionalidades, sino que fueran del propio país. Por lo tanto, lo que hace James Joyce para vulgarizar su imagen y equipararla a la fealdad del propio Corley, es describirla como una mujer de apariencia robusta, tosca y vulgar.
Respecto a la prostitución, trabajo que desempeña esta chica cuando Corley la conoce, podemos decir, primeramente, que así como otros temas que ya hemos ido nombrando, el de la prostitución también es recurrente en Joyce, como vemos en sus otras obras Retrato de un artista adolescente y Ulises. Poniendo el tema en relación con la historia de Irlanda, podemos hablar de la institución del Asilo de las Magdalenas, formada en el s. XIX en Irlanda, donde estuvo controlada por la Iglesia Católica, y Reino Unido. Se encargaban de acoger a mujeres que se habían dedicado a la prostitución y les daban un trabajo, siendo el de lavanderas el más frecuente.  Sin embargo, ya desde los primeros años del siglo XX empezó a transformarse en centro penitenciario al que iban a parar las mujeres que practicaban esta actividad. El número de prostitutas en la Irlanda de Joyce, colectivo con el que él mismo se relacionó, era considerable. Si en otros países de Europa más prósperos era la única solución de muchas mujeres para conseguir dinero, esta situación en Irlanda se agravaba por ser un país más pobre.
 Patio interior del Trinity College.
La casa de huéspedes

[…] era una madre ultrajada. Le había permitido a él vivir bajo su mismo techo, dando por sentada su hombría de bien, y él había abusado así como así de su hospitalidad. Tenía treinta y cuatro o treinta y cinco años de edad, de manera que no se podía poner su juventud como excusa; tampoco su ignorancia podía ser una excusa, ya que se trataba de un hombre que había corrido mundo. Simplemente se había aprovechado de la juventud y de la inexperiencia de Polly: aquello era evidente. El asunto era: ¿cuáles serían las reparaciones a hacer?
En tales caso había que repara el honor primero. Estaba muy bien para el hombre: se podía salir con la suya como si no hubiera pasado nada, después de disfrutar y de darse gusto, pero la mujer tenía que cargar con el bulto. Algunas madres se sentirían satisfechas de zurcir un parche con dinero: conocía casos así. Pero ella no haría nunca semejante cosa. Para ella una sola reparación podía compensar la pérdida del honor de su hija: el matrimonio.

Estatua de Molly Malone frente al Trinity College
Estatua de Molly Malone frente al Trinity College 

En esta historia vemos sobre todo ambición, ambición de una madre por conseguir un buen marido, entendiendo realmente “buen marido” como “marido rentable”. Para ello se sirve de los convencionalismos propios y de las prácticas habituales en la sociedad dublinesas de principios del siglo pasado. A ella no sólo que no le preocupa tanto la “deshonra” sobre su hija a consecuencia de las relaciones extramaritales que ha mantenido con uno de los huéspedes, sino que lo ve como una oportunidad maravillosa para conseguir un fin que le interesa. Es por ello por lo que propicia el encuentro entre los dos jóvenes, por lo que, enlazando con el comentario de Dos galanes, también veríamos en este cuento la presencia de otra forma de prostitución.
Como en toda sociedad tremendamente católica, las relaciones extramaritales nos estaban bien vistas, ni tampoco, por supuesto, permitidas. Eso lo sabe bien la protagonista de este cuento, la señora Mooney, cuyo nombre no podemos tomar por arbitrario. Cuando se daban este tipo situaciones en la Europa de la época, en las que un joven se acostaba con una chica soltera, en bastantes ocasiones violándola, la moral de la sociedad les obligaba a casarse con ellas, aunque, como se nos dice en el propio cuento, también se podía solventar dando una indemnización económica. Sin embargo, a la madre de Polly esto no le parece suficiente, considera que su hija, a la que tiene dominada, y ella obtendrán mayores beneficios con un enlace matrimonial.
Donde Joyce quiere poner el punto de atención en este relato no es en los meros hechos que realizan los tres personajes principales, sino en la moralidad de estos. También es una crítica a un tipo de personas hacia el que Joyce manifestó su desagrado, el de las mujeres “mandonas” que hacen cualquier cosa para perseguir sus fines, arquetipo que se vuelve a desarrollar en el cuento de Una madre, que veremos más adelante.

Notas

1. “James Joyce”, capítulo 86 de Lecciones de literatura universal; Llovet, Jordi (Ed.). Cátedra, 2003.

2. García Berrio, Antonio y Hernández Fernández, Teresa. Cátedra, Madrid, 2006.

3. Sánchez Trigueros, Antonio (Dir.), Sociología de la literatura. Síntesis, Madrid, 1996.


Bibliografía

Ediciones utilizadas de Dublineses/Dubliners (James Joyce):
Alianza, Madrid, 1985.
Cátedra, Madrid, 1993.
PenguinBooks, Londres, 1992.
Bibliografía consultada

BLOOM, Harold; El canon occidental. Compactos Anagrama, Barcelona, 2005.
BOURDIEU, Pierre; Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Anagrama, colección argumentos, Barcelona, 2002.
EFE, “James Joyce se sentía <> irlandés”. ABC, Londres 30/05/2011.
ELLMANN, RICHARD James Joyce, Oxford university Press. The first revision of the 1959 classic, 1983.
GARCÍA BERRIO, Antonio y HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Teresa. Cátedra, Madrid, 2006.
LLOVET, Jordi (Ed.);Lecciones de literatura universal. Cátedra, Madrid, 2003.
MÉNDEZ ESCRIBANO, Ana Isabel; Identidad, lenguaje y pensamiento en la litertura del siglo XX. Editorial pliegos, Madrid, 2009.
O’BEIRNE RANELAGH, John; Historia de Irlanda. Cambridge UniversityPress, Madrid, 1999.
SÁNCHEZ TRIGUERO, Antonio (Dir.), Sociología de la literatura. Síntesis, Madrid, 1996.

«Dublineses», el gran libro de relatos de James Joyce, cumple 100 años

La segunda obra del escritor irlandés celebra su centenario con la sensación de no haber perdido un ápice de su vigencia


No todos los días se cumplen cien años. «Dubliners» («Dublineses») la colección de cuentos publicada por el escritor irlandés James Joyceen 1914, celebra hoy su centenario con la sensación de no haber pérdido ni un ápice de su vigencia. Este compendio de quince relatos fue la segunda obra del autor de «Ulises» y está ambientada en Dublín, su ciudad natal.

James Joyce (Irlanda, 1882) está considerado uno de los representantes más destacados del llamado modernismo anglosajón. En «Dublineses»,escrita a la edad de 32 años, Joyce realiza un importante ejercicio de observación de la gente de su ciudad. Él, que pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, se toma muy en serio su deseo de recrear la vida y costumbres de la capital.

«Dublineses», el gran libro de relatos de James Joyce, cumple 100 años
El autor irlandés ambienta su historia en los meses previos a la independencia de la católica Irlanda respecto al protestante Reino Unido. Joyce, que decía sentirse «asfixiado por el catolicismo», aseguró que su intención era «escribir un capítulo de la historia moral de mi país, y escogí Dublín para escenificarla porque esa ciudad me parecía el centro de la parálisis». James Joyce alude en más de una ocasión a ese concepto de la parálisis. Se refería a una especie de bloqueo cultural, mental y social que, según él, aquejaba a su ciudad por el «sometimiento» al Imperio Británico y la Iglesia Católica.

Esta obra, en la que muchos encuentran importantes componentes autobiográficos del autor, ha inspirado a infinidad de escritores y no escritores. Hace tres años, el dibujante Alfonso Zapico publicó con el título «Dublinés» una novela gráfica que recorría la vida de James Joyce. Una última muestra de que «Dubliners», que cumple cien años, desató la imaginación de todo aquel que recorrió sus quince raltos.

Un mensaje «oculto» en «Las hermanas»
Hace tan solo unos días, un profesor de Historia y Literatura de la Universidad de Harvard aseguró que el célebre autor irlandésperdió la vista por culpa de la sífilis. El docente, de nombre Kevin Birmingham, se basó en algunos fragmentos de sus obras que, según su criterio, reflejan fases de esta enfermedad. Birmingham puso como ejemplo un párrafo del relato «Las hermanas», el primero de los quince de «Dublineses»:
¡Pero el pobre James, que Dios lo tenga en su Gloria, se puso tan nervioso!
–¿Y qué fue eso? –dijo mi tía–. Yo oí algo de...
Eliza asintió.
–Eso lo afectó, mentalmente –dijo–. Después de aquello empezó a descontrolarse, hablando solo y vagando por ahí como un alma en pena (…) ¿Y qué le parece, que estaba allí, sentado solo en la oscuridad del confesionario, bien despierto y así como riéndose bajito él solo?

http://www.abc.es/cultura/libros/20140615/abci-dubliners-james-joyce-201406142201.html


                            James Joyce






  1. Dublineses de James Joyce




Un analisis de En busca del tiempo perdido Marcel Proust

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En busca del tiempo perdido: 
Diez pilares del universo Proust

Winston Manrique Sabogal 
14 NOV 2013 - 

Desengaño y belleza. 'En busca del tiempo perdido' es la manera artística en que Marcel Proust (1871-1922) nos recuerda que todo es finito, que el universo y la perpetuidad están en los detalles y de que solo nuestras ilusiones y sueños pueden aspirar a la eternidad. Una obra que nos lleva por la ruta de la verdad real e inesperada. Gran conocedor del corazón y la razón de los lugares abisales de nuestra alma e identidad y de nuestros deseos desconocidos y dormidos pero atentos a despertar a la más leve señal. Siete libros que nos muestran en un lenguaje convertido en arte la vida misma y, sobre todo, quiénes somos en realidad, qué queremos y anhelamos de verdad. Una lección magistral y cautivadora sobre el teatro que es la vida, sobre el simulacro que se necesita para que el mundo siga girando. A pesar, o gracias, a los corazones rotos.

Uno de los libros que resume las principales ideas y conceptos de Proust en su obra cumbre es 'El almuerzo en la hierba'. Una antología seleccionada por Jaime Fernández y traducida por María Teresa Gallego y Amaya García, publicada por Hermida Editores. Más de 60 conceptos y su registro en los siete volúmenes con términos que van desde Adolescencia hasta Vida, pasando por Arte, Envidia, Literatura o Soledad.

He seleccionado diez que considero como los pilares de su literatura y que sirven para entender el valor de esta obra cumbre de las letras. Como prólogo el siguiente pasaje:

"[…] para dar a conocer la verdad no es necesario decirla, y quizá podamos captarla con mayor certidumbre, sin necesidad de esperar a las palabras y sin siquiera tenerlas mínimamente en cuenta, en mil señales externas e incluso en determinados fenómenos invisibles, que son, en el mundo de los caracteres, lo mismo que los cambios atmosféricos en la naturaleza física. Quizá podría haberlo sospechado, pues yo mismo, a la sazón, solía decir a menudo cosas totalmente ajenas a la verdad, mientras la daba a conocer mediante tantísimas confidencias involuntarias de mi cuerpo y de mis actos". (del volumen III de 'En busca del tiempo perdido')


TIEMPO

"Sabemos, en teoría, que la Tierra gira, pero de hecho no nos damos cuenta; el suelo que pisamos no parece moverse y vivimos en paz. Otro tanto sucede con el Tiempo en la vida. (volumen II)

"Pero a veces el porvenir mora en nosotros sin que lo sepamos y las palabras que decimos creyendo mentir bosquejan una realidad cercana". (vol. IV)

"Igual que existe una geometría en el espacio, existe una psicología en el tiempo, en que los cálculos de una psicología plana no serían ya exactos porque no tendríamos en cuenta el tiempo ni una las formas que adopta, el olvido: el olvido, cuya fuerza empezaba yo a notar y que es una herramienta tan poderosa de adaptación a la realidad porque destruye poco a poco en nosotros el pasado superviviente que está en constante contradicción con ella". (vol. VI)

"El ser que había vuelto a nacer en mí cuando, con aquel estremecimiento de dicha, oí el ruido ese que les era común a la cuchara que toca el plato y al martillo que golpea la rueda, y cuando noté el desnivel de los pasos en los adoquines del patio de Guermantes y del baptisterio de San Marcos, ese ser sólo se nutre de la esencia de las cosas, sólo en ellas halla la subsistencia y sólo en ellas se deleita. Se mustia si contempla el presente, en que los sentidos no pueden proporcionársela, si se fija en un pasado que la inteligencia le agosta, si espera un porvenir que la voluntad construye con fragmentos del presente y del pasado a los que desvía aún más de su realidad, no conservando de ellos sino lo que encaja con la finalidad utilitaria y cicateramente humana que les asigna. Pero si un ruido oído anteriormente, si un olor notado antaño vuelven a oírse o a notarse, en el presente y en el pasado a un tiempo, reales sin ser actuales, ideales sin ser abstractos, en el acto queda liberada la esencia permanente y habitualmente oculta de las cosas, y nuestro yo auténtico, que parecía muerto, y a veces desde hacía mucho, pero que no lo estaba en absoluto, despierta y cobra vida al recibir el alimento celestial que le traen. Un minuto, manumiso del orden del tiempo ha vuelto a crear en nosotros al hombre manumiso del orden del tiempo para que sintamos su esencia. Y ese hombre se comprende que confíe en su alegría; incluso aunque en el simple sabor de una magdalena no parezcan darse, lógicamente, las razones de esa alegría, se comprende que la palabra «muerte» carezca de sentido para él; si está fuera del tiempo, ¿qué podría temer del futuro? (vol. VII)


 

MEMORIA


"Porque los trastornos de la memoria tienen mucho que ver con las intermitencias del corazón. Es seguramente la existencia de nuestro cuerpo, que nos parece semejante a una vasija donde está encerrada nuestra espiritualidad, lo que nos anima a suponer que siempre están en posesión nuestra todos los bienes interiores, las alegrías pasadas, todos los dolores. Quizá carece no menos de exactitud creer que estos huyen o que regresan (vol. II)

"Los días van cayendo poco a poco encima de los anteriores y, a su vez, los entierran los siguientes. Pero todos los días pasados se quedan depositados en nosotros como en una inmensa biblioteca donde hay libros más viejos, y algún ejemplar que seguramente nadie pedirá nunca. No obstante, si ese día pasado, cruzado por el espacio traslúcido de las épocas siguientes vuelve a la superficie y nos cubre, tapándonos del todo, entonces, por un momento, los nombres recuperan el significado antiguo; y las personas el rostro antiguo; y nosotros nuestra alma de entonces; y sentimos, con un sufrimiento inconcreto, pero que se ha vuelto tolerable y no durará, los problemas que hace mucho se tornaron insolubles y tanto nos angustiaban a la sazón. Se compone nuestro yo de la superposición de nuestros estados sucesivos. Pero esa superposición no es inmutable como los estratos de una montaña. Hay perpetuamente plegamientos que hacen aflorar las capas antiguas". (vol. VI)

"Esa era la razón de que hubiese cesado las preocupaciones referidas a mi muerte en el preciso momento en que reconocí, inconscientemente, el sabor de la magdalenita, ya que en ese momento la persona que yo había sido era un ser extratemporal y, por lo tanto, despreocupado de las vicisitudes del porvenir. Aquel ser nunca había acudido a mí, nunca se había manifestado sino fuera de la acción, del disfrute inmediato, en todas las ocasiones en que el milagro de una analogía me había permitido evadirme del presente. Solo él tenía el poder para hacerme recuperar los días pasados, el tiempo perdido, ante el que los esfuerzos de mi mente y mi inteligencia siempre iban a encallarse. (vol. VII)

"El tiempo que cambia a las personas no modifica la imagen que de ellas nos ha quedado. Nada resulta más doloroso que esa oposición entre la alteración de las personas y la fijeza del recuerdo cuando caemos en la cuenta de que tenemos una vida vagabunda, pero una memoria sedentaria (vol. VII)


APARIENCIA Y REALIDAD

“Pero aun desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida, no somos un todo constituido materialmente, idéntico para todo el mundo y de cuyo contenido pueda cualquiera limitarse a tomar constancia como si se tratase de un pliego de cargos o un testamento; nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Incluso ese hecho tan sencillo que llamamos ‘ver a una persona conocida’ es, en parte, un hecho intelectual. Rellenamos la apariencia física de la persona a la que estamos viendo con todas las nociones que poseemos de ella y, en el aspecto global con cuya representación contamos, esas nociones son seguramente las que más lugar ocupan”. (vol.I)

“Nuestro error es creer que las cosas suelen presentarse tal y como son en realidad, los nombres tal y como se escriben, las personas según esa noción inmóvil que proporcionan de ella la fotografía y la psicología. De hecho no es eso en absoluto lo que vemos habitualmente. Vemos, oímos, concebimos el mundo de mala manera. Repetimos un nombre tal y como lo oímos hasta que la experiencia rectifique el error, cosa que no siemrp sucede (…) No tenemos del universo sino visiones informes, fragmentadas, y que completamos con asociaciones de ideas arbitrarias, que crean sugestiones peligrosas”. (vol. VII)


 


CREACIÓN, LITERATURA Y LENGUAJE


“La impresión es para el escritor lo que la experimentación para el científico, con la diferencia de que en el científico la labor de la inteligencia es anterior y en el escritor llega después. Lo que no hemos tenido que descifrar ni aclarar mediante un esfuerzo personal, lo que ya estaba claro anteriormente a nosotros, no es nuestro. Solo procede de nosotros lo que sacamos de la oscuridad que llevamos dentro y de la que nada saben los demás”. (vol. VII)

“…para escribir el libro esencial, el único libro auténtico, un gran escritor no tiene que inventárselo, en el sentido usual, puesto que existe ya en todos y cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor” (vol. VII)

“…los libros auténticos tienen que ser hijos no de la plena luz y la charla sino de la oscuridad y del silencio”. (vol. VII)

Literatura: "[…] el hábito determina tanto el estilo del escritor cuanto el carácter del hombre, y el autor que se ha conformado en varias ocasiones con alcanzar, al expresar lo que piensa, una forma un tanto grata, está asentando así para siempre los límites de su talento. (vol. II)

Lenguaje: "[…] en aquella época aún pensaba que las palabras eran la forma de contarles a los demás la verdad. Incluso las palabras que me decían depositaban con tanta eficacia su significado inalterable en mi mente sensible que me parecía del todo imposible que alguien que hubiera dicho que me quería no me quisiera […]. (vol. III)

                   
  •                                           Tarde de domingo en la isla Grand jatte', de Seurat.



RELACIONES SOCIALES


"La ignorancia en que nos hallábamos de esa brillante vida de sociedad que llevaba Swann se debía en parte, claro está, a que era de carácter reservado y discreto; pero también a que, a la sazón, la clase media tenía de la sociedad una idea que recordaba hasta cierto punto a la que tienen en la India y consideraba que se componía de castas cerradas en que todos ocupaban desde que nacían el mismo rango que sus padres y de las que nada, a no ser los azares de una carrera excepcional o de un matrimonio inesperado, nos podía sacar para situarnos dentro de la casta superior". (vol. I)

"Las tres cuartas partes de los esfuerzos ingeniosos y de las mentiras fruto de la vanidad, tan habituales desde que el mundo existe en personas a quienes, de ese modo, les hacían de menos, se los prodigaron éstas a los inferiores. Y Swann, que era sencillo y descuidado con una duquesa, temía que lo despreciasen y era afectado en presencia de una doncella". (vol. I)

"[…] hay momentos en los que necesitamos salir fuera de nosotros y aceptar la hospitalidad del alma de los demás, a condición de que esta alma, por humilde y fea que nos parezca, sea un alma ajena". (vol. III)


                  
                  Almuerzo sobre la hierba', de Edouard Manet


AMOR

“Que creamos que una persona es partícipe de una vida desconocida en que nos introduciría su amor, eso es lo que requiere el amor para nacer, y lo que más le importa y lo mueve a no tener muy en cuenta todo lo demás”. (vol. I)

“El amor físico, tan injustamente desacreditado, fuerza de tal modo a cualquier persona a mostrar hasta las mínimas parcelas de bondad que en ella residen y su capacidad de entrega, que su entorno más inmediato la ve resplandecer”. (vol. I)

“Pero, a la edad, un tanto desengañada ya, a la que se estaba acercando Swann y en que sabemos contentarnos con estar enamorados por el gusto de estarlo, aspirando muy poco a la reciprocidad, esa aproximación de los corazones, aunque no sea ya, como en la primera juventud, la meta hacia la

que tiende necesariamente el amor, no por ello deja de existir una asociación de ideas tan fuertemente vinculadasal amor que puede convertirse en causa de amor si aparece de forma previa. Antes soñábamos con poseer el corazón de la mujer de la que estábamos enamorados; más adelante, notar que poseemos el corazón de una mujer puede bastar

para que nos enamoremos de ella. Y así, a esa edad en que parecería, porque buscamos sobre todo en el amor un placer subjetivo, que la parte del gusto por la belleza de una mujer debería ser preponderante, puede nacer el amor —el amor más físico— sin que exista en su base un deseo previo.

En esa época de la vida hemos padecido ya el amor varias veces; ya no evoluciona él solo según sus propias leyes desconocidas y fatales ante nuestro corazón asombrado y pasivo. Le echamos una mano, lo alteramos con la memoria y con la sugestión. Vuelven los recuerdos, al reconocer

uno de sus síntomas, y propiciamos que vuelvan a nacer los demás. Como nos sabemos ya la canción, que llevamos grabada entera por dentro, no nesitamos que una mujer nos diga cómo empieza —comienzo repleto de la admiración que inspira la belleza— para saber cómo sigue. Y si ella la

empieza por la mitad —en ese punto en que los corazones se aproximan, en que se habla de no vivir ya sino uno para otro— estamos ya lo bastante acostumbrados a esa música para alcanzar en el acto a nuestra pareja en el pasaje en que nos está esperando”. (vol. I)

“No cabe duda de que pocas personas entienden el carácter puramente subjetivo de ese fenómeno que es el amor y que consiste en algo así como la creación de un apersona añadida, diferente de esa que lleva en sociedad el mismo nombre que nosotros y cuyos elementos proceden en su mayoría de nosotros mismos”. (vol. II)

“… si la vida no les trae cambios a nuestros amores, seremos nosotros quienes querremos traerlos o fingirlos, y hablar de separación, pues hasta ese punto notamos que todos los amores y todas las cosas van evolucionando velozmente hacia el adiós. Queremos llorar las lágrimas que vendrán con ese adiós mucho antes de que llegue”. (vol. V)

“… amar es un maleficio como esos que salen en los cuentos, contra los que nada se puede hasta que concluye el sortilegio”. (vol. VII)


                      
                     "El triunfo de Venus', de Bronzino.

CELOS

“… como supe que más adelante, una angustia como esta lo estuvo atormentando muchos años y nadie como él habría podido comprenderme; supo de esa angustia que da saber que la persona amada está en un lugar de diversión donde no estamos nosotros, adonde no podemos ir a reunirnos con ella por el amor, ese amor al que está predestinada esa angustia, como quien dice, y que la acaparará y la convertirá en especialsita suya”. (vol. I)

“Por lo demás, los celos son una de esas enfermedades intermitentes de causa caprichosa, imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo y, a veces, diferente por completo en otro. (…) No hay celoso cuyos celos no admitan ciertas derogaciones. Hay quien consiente en que lo engañen con tal de que se lo cuenten; y otro, con tal de que se lo oculten; en lo cual no es aquél menos absurdo que este, ya que si a este lo engañan más, puesto que le esconden la verdad, aquél exige en dicha verdad el alimento, el crecimiento y la renovación de los sufrimientos que padece”. (vol. V)

“Y resulta así que los celos son interminables, pues incluso aunque el ser amado hubiera muerto, por ejemplo, y no pudiera ya causarlos con su comportamiento, ocurre que hay recuerdos que, posteriormente a cualquier acontecimiento, se portan de forma tal en nuestra memoria como si fueran también acontecimientos, unos recuerdos que no habíamos aclarado hasta ahora y a los que basta con que reflexionemos, sin ningún hecho exterior, para darles un sentido nuevo y terrible (…) Por lo tanto no debemos temer en el amor, como sucede en lal vida cotidiana, solo el porvenir, sino, además, el pasado, que muchas veces no cobra realidad para nosotros más que después del porvenir, y nos estamos refiriendo solo al pasado del que nos enteramos a posteriori, sino de ese que llevamos mucho conservando por dentro y que, de pronto, aprendemos a leer”. (vol. V)

“Los celos son también un demonio que es imposible exorcizar y regresan siempre para encarnarse en una nueva forma”. (vol. V)

“Es asombroso qué poca imaginación tienen los celos, que se pasan la vida haciendo, sin salir de la falsedad, suposiciones de poca monta, cuando de lo que se trata es de descubrir la verdad”. (vol. VI)

“…puesto que para los celos no existen ni pasado ni futuro y que lo que imaginan siempre es presente”. (vol. VI)


             
              'Niños en el pasto', de Winslow Homer.


IMAGINACIÓN

"Intentamos hallar en las cosas, que un hecho así ha convertido es muy valiosas, el reflejo que proyectó en ellas nuestra alma; nos decepciona comprobar que, al natural, parecen carecer de ese encanto que le debían, en nuestros pensamientos, a la vecindad con determinadas ideas; hay veces en que convertimos todas las fuerzas de dicha alma en habilidad y en esplendor para influir en personas a las que notamos, desde luego, más allá de nosotros y a las que nunca alcanzaremos”. (vol. I)

“Nos hallamos todos en la obligación, para que la realdiad nos resulte soportable, de cultivar unas cuantas locuras menores”. (vol. II)

“Siempre se nos olvida (que la hermosura y la felicidad) son individuales y, al sustituirlas en nuestras mentes por una categoría convencional que elaboramos, haciendo algo así como el promedio de las diversas caras que nos han agradado y de los placeres que hemos conocido, no tenemos sino imágenes abstractas que son lacias y desabridas porque carecen precisamente de ese carácter de cosa nueva, diferente a lo que ya conocíamos, ese carácter que es lo propio de la hermosura y la felicidad”. (vol. II)

“…hay siempre menos egoísmo en la pura imaginación que en el recuerdo”. (vol. IV)

“…mi destino era no perseguir sino fantasmas, seres cuya realidad tenía yo, en buena parte, en la imaginación; hay personas, efectivamente, -y tal había sido mi caso desde la juventud- para quienes todo cuanto posee un valor fijo que otros pueden comprobar; el dinero, el éxito, las posiciones elevadas no cuenta; lo que necesitan los fantasmas. Por ello sacrifican todo lo demás, arbitran todos los medios y lo ponen al servicio de poder encontrarse con tal o cual fantasma. Pero éste no tarda en desvanecerse, entonces, persiguen a otro, sin que ello impida que vuelvan después al primero”. (vol. IV)


              
             'Mujer con sombrilla', de Monet.

ARTE


"[…] la genialidad, por no mencionar el talento magno, no procede tanto de elementos intelectuales y especialmente agudos, superiores a los del prójimo, cuanto de la capacidad de transformarlos, de transponerlos. (vol. II)

"Si el arte no era en realidad más que una prolongación de la vida, ¿valía la pena sacrificar algo por él? ¿No era acaso tan irreal como la vida misma?" (vol. V)

"El único viaje auténtico, el único baño de eterna juventud, no sería encaminarnos hacia paisajes nuevos, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que ve cada uno de ellos, que son cada uno de ellos; y eso podemos conseguirlo con un Elstir, con un Vinteuil; con sus semejantes volamos de verdad de unas estrellas a otras". (vol. V)

"Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber qué ve otra persona de ese universo que no es igual que el nuestro y cuyos paisajes habrían sido para nosotros tan desconocidos como los que puedan existir en la luna. Gracias al arte, en vez de ver un único mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, contamos con tantos mundos a nuestra disposición como artistas originales hay, y son más diferentes unos de otros que los mundos que ruedan por el infinito y que, muchos siglos después de que se haya apagado la lumbre de que brotaban, ora se llamase Rembrandt, ora Vermeer, nos envían su particular rayo de luz". (vol. VII)

"La felicidad le resulta salutífera al cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas de la mente. Por lo demás, aunque no nos descubriese en todas las ocasiones una ley, no por ello dejaría de ser indispensable para encauzarnos hacia la verdad en todas las ocasiones y obligarnos a tomarnos las cosas en serio, arrancando en todas esas ocasiones las malas hierbas de los hábitos, del escepticismo, de la superficialidad y de la indiferencia. Cierto es que esa verdad, que no es compatible con la felicidad ni con la salud, no siempre lo es con la vida. La pena mata a la postre. Con cada pena demasiado grande notamos que se abulta otra vena más, que va desarrollando su sinuosidad mortal por la sien o por de bajo de los ojos. Y así es, poco a poco, como aparecen los estragos en esos terribles rostros de Rembrandt viejo, de Beethoven viejo, de los que todos se reían". (vol. VII)

                  
                 'Bañistas', de Paul Cezanne.

HOMOSEXUALIDAD, FELICIDAD, MÚSICA


Homosexualidad:

"Raza sobre la que pesa una maldición y debe vivir en la mentira y el perjurio porque sabe que se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese deseo suyo, eso que constituye para todas las criaturas la magna dulzura de vivir; que tiene que renegar de su Dios, ya que, por muy cristianos

que sean, cuando comparecen ante un tribunal como acusados, no les queda más remedio, en presencia de Cristo y en nombre suyo, que defenderse, como si de una calumnia se tratase, de eso que constituye su vida misma; hijos sin madre, esa madre a quien tienen que pasarse la vida mintiendo, incluso llegada la hora de cerrarle los ojos; amigos sin amistades, pese a todas las personas a quienes inspira amistad ese encanto suyo que con frecuencia se les reconoce […]. Amantes, en fin, […] que tienen casi cerrada la posibilidad de ese amor cuya esperanza les da fuerzas para soportar tantos riesgos y soledades". (vol. IV)

Felicidad

"Lo que nos hace tan dichosos es la presencia en el corazón de algo inestable que nos apañamos continuamente para que dure y de lo que no somos ya casi conscientes en tanto no se mueva del sitio". (vol. II)

Música

"La música, muy diferente en esto del trato con Albertine, me ayudaba a ensimismarme y a descubrir cosas nuevas en mí: esa variedad que había buscado en vano en la vida, en el viaje, cuya nostalgia me hacía sentir no obstante aquella marea sonora y sus olas bañadas de sol que venían a morir junto a mí". (vol. V)

Metamorfosis

"Cuando hemos pasado ya de cierta edad, el alma de ese niño que fuimos y el alma de los muertos de los que procedemos acuden a tirarnos a puñados sus riquezas y sus maleficios y exigen tener arte y parte en los nuevos sentimientos que notamos y en los que, borrando su antigua efigie, volvemos a fundirlos en una creación original. Es así como todo mi pasado, desde mis años más remotos, y, aún más allá, el pasado de mis padres, mezclaban con mi amor impuro por Albertine la dulzura de un afecto filial y maternal al tiempo. Hora llega en que tenemos que acoger a todos nuestros antepasados, que vienen de tan lejos y se reúnen a nuestro alrededor. (vol. V)

http://elpais.com/elpais/2013/11/13/fotorrelato/1384369532_955211.html#1384369532_955211_1384374673


  1. En Busca del Tiempo Perdido de Marcel Proust

Alejo Carpentier (Dossier) Considerado como uno de los grandes escritores del siglo XX

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Alejo Carpentier
(La Habana, 1904 - París, 1980) 

Novelista, narrador y ensayista cubano con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo XX, además de ser una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como El siglo de las luces.
                                      
Sobre su biografía existen varias lagunas y contradicciones dada la desigual información de la que se dispone. Según el propio autor, nació en La Habana, fruto del matrimonio de un arquitecto francés y una pianista rusa, y se formó en escuelas de Francia, Austria, Bélgica y Rusia. Tras su muerte, sin embargo, se empezó a documentar una muy distinta biografía que situó el nacimiento del autor en Suiza, procedente de una familia humilde que emigró a Cuba instalándose en el pueblo de Alquízar, donde el futuro escritor trabajó como repartidor de leche.

                                   

Lo que sí está fuera de dudas es que Carpentier inició su actividad literaria en simultáneo con la musicología, su otra vocación de toda la vida en la dirección de la revista Carteles, entre 1924 y 1928. Además, colaboró en la fundación de laRevista de Avance, en 1927. En 1928 fue encarcelado bajo la dictadura de G. Machado y a la salida huyó de la isla, hasta que regresó a ella, tras un exilio en París de prácticamente una década. De este período fue su primera obra, Ecué-Yamba-O (publicada en 1933, aunque al parecer la escribió ya en 1927), una novela de temática negra con la que Carpentier inauguró su carrera como escritor.

En 1944 se trasladó a Caracas, donde vivió varios años, dedicándose al periodismo radiofónico y ejerciendo también de profesor universitario y columnista en diarios y revistas, mientras realizaba una interesante difusión de la música contemporánea. Luego de una temporada en Haití, regresó a Cuba tras la Revolución castrista y ocupó varios cargos oficiales hasta que en 1966 fue nombrado embajador en París, donde permaneció hasta sus últimos días.

Su actividad literaria, aunque iniciada en 1933, no tuvo continuidad hasta 1944, año en que vio la luz una compilación de cuentos titulada Viaje a la semilla. Escribió también antes de su siguiente novela un ensayo titulado La música en Cuba (1946). Finalmente, en 1949, apareció uno de sus trabajos literarios más emblemáticos: El reino de este mundo, un ejercicio de excelente rigor histórico, como serán en adelante la mayor parte de sus obras, en el que Carpentier narró un episodio del surgimiento de la república negra de Haití. Precisamente en el prólogo de esta novela, el autor expuso la tesis que definía "lo real maravilloso".
                               
Su definitiva consagración como escritor llegó sin embargo con Los pasos perdidos(1953) novela en la que un musicólogo antillano que reside en Nueva York, casado con una actriz, es enviado a un país sudamericano con el encargo de rescatar y encontrar raros instrumentos.

En el viaje lo acompaña una amante francesa, que parece representar la decadencia europea y a la que el musicólogo abandona por una mujer nativa a través de la cual entra en contacto con la vida de una comunidad indígena, de donde es rescatado y llevado de nuevo a una civilizada ciudad a la que no llega jamás a adaptarse, hasta que regresa a la selva. Un relato abstracto e irreal donde se funden los conocimientos y la inteligencia del autor con las imágenes más profundas de su expresión literaria.

                                 
Más tarde llegó El acoso (1956), tras su experiencia en Venezuela, una novela corta de temática entre política y psicológica, donde se refleja fielmente el círculo de represión y violencia de la Cuba anterior a la Revolución, en la década de 1950, aunque no fue una novela documental: en esta obra los episodios se suceden en coincidencia con los cuarenta y seis minutos que dura la interpretación de la Sinfonía Heroica de Beethoven.

Le siguió el volumen Guerra del tiempo (1958), donde el autor reunió tres relatos que suponían otras tantas variaciones sobre el tiempo en una ambientación pretérita: Camino de Santiago, una reedición de Viaje a la semilla y Semejante a la noche. Fueron tres breves incursiones de Carpentier en el mundo de lo fantástico y de la ficción, protagonizadas por la irreversibilidad de lo ocurrido. Posteriormente, regresó a la novela histórica con El siglo de las luces (1962), ambientada en Francia y las Antillas en el período de la Revolución Francesa.

En esta obra narró la peripecia de un personaje llamado Víctor Hugues que llevó a la isla de Guadalupe la ideología de los revolucionarios franceses y también la guillotina. Una novela cautivante que confirmó el poder de convocatoria visual de su autor, en la que presenta personajes y ambientes lejanos en la historia y los acerca al lector atrapándolo en un asombroso tejido verbal.

                                

A esta célebre novela siguió Concierto barroco (1974), una obra breve donde reconstruyó con minucioso detalle y estricto rigor histórico y musicológico, el viaje de un criollo por la Europa dieciochesca, acentuando la funcionalidad de la música en su narrativa, ya que el libro está organizado y estructurado sobre fundamentos musicales, y el mismo año El recurso del método, en la que recrea la imagen del tirano ilustrado, en versión latinoamericana.

                            

Cronológicamente se sitúa luego La consagración de la primavera (1978), novela en la que recreó una historia ambientada en tiempos de la Revolución Cubana y que había anticipado en forma de relato breve en Los convidados de plata (1973).La consagración de la primavera muestra su proceso autorreflexivo acerca de las revoluciones, a lo largo de un período que abarca desde la soviética hasta la castrista, incluyendo los hechos de Playa Girón, y donde además aparecen la Guerra Civil española y los ecos de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, El arpa y la sombra (1979), supuso una visión desmitificadora de Cristóbal Colón a través del relato de una íntima confesión en la que el Almirante, a las puertas de la muerte, decide hacer una especie de inventario de sus hazañas y debilidades.

En su totalidad, la narrativa de Carpentier no se caracterizó por los análisis psicológicos, dada la vastedad de una propuesta que planteaba más bien la diversidad de lo real. No mostró por tanto con excesivo detalle los aspectos de la vida individual, más allá de arquetipos como el Libertador, el Opresor o la Víctima. Su propósito central fue acaso cambiar la perspectiva del lector, trasladarlo hasta un universo más amplio, un cosmos donde la tragedia personal queda adormecida dentro de un conjunto que, aun siendo sencillo, es mucho más vasto y profundo.

Cabe recordar también sus títulos teóricos, tales como Tientos y diferencias(1964), Literatura y conciencia política en América Latina (1969) y Razón de ser(1976), ensayos recogidos en un volumen publicado póstumamente en La Habana, precisamente bajo el título genérico de Ensayos (1984). En 1977 se le concedió el Premio Cervantes.


http://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/carpentier.htm


Alejo Carpentier. Cronología de obras

1944.- "Viaje a la semilla"
1946.- "La música en Cuba"
1949.- "El reino de este mundo"
1949.- "Tristán e Isolda en tierra firme"
1953.- "Los pasos perdidos"
1956.- "El acoso"
1958.- "Guerra del tiempo: tres relatos y una novela; El camino de Santiago; Viaje a la semilla; Semejante a la noche; El acoso"
1962.- "El siglo de las luces"
1964.- "Tientos y diferencias: ensayos"
1967.- "El camino de Santiago"
1969.- "Literatura y conciencia en América Latina"
1970.- "La ciudad de las columnas"
1972.- "Los convidados de plata"
1972.- "El derecho de asilo"
1973.- "Alejo Carpentier"
1974.- "Concierto barroco"
1974.- "Novelas y relatos"
1974.- "El recurso del método"
1975.- "América Latina en su música"
1975.- "Crónicas"
1975.- "Letra y solfa"
1976.- "Cuentos"
1976.- "Dos novelas"
1976.- "Razón de ser"
1978.- "La consagración de la primavera"
1979.- "Afirmación literaria americanista"
1979.- "El arpa y la sombra"
1979.- "Bajo el signo de Cibeles: crónicas sobre España y los españoles, 1925-1937"
1980.- "El adjetivo y sus arrugas"
1980.- "Ese músico que llevo dentro"
1981.- "La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos"
1983.- "Obras completas"
1984.- "Ensayos"
1985.- "La aprendiz de bruja: drama en tres actos: 1956"
1987.- "Conferencias"
1990.- "Historia de lunas; Los fugitivos"

Texto revisado febrero 2012
                               
                                       
FRASES DE ALEJO CARPENTIER

Escritor comprometido soy y como tal actúo... Trataré de realizar las tareas que aún me quedan por cumplir en el Reino de este mundo.

Considero que el escritor debe empezar a escribir cuando, primeramente, tiene algo que decir y, en segundo lugar, cuando sabe cómo decirlo.

Debemos buscar el comienzo de todo, de seguro, en la nube que reventó en lluvia aquella tarde, con tan inesperada violencia que sus truenos parecían truenos de otra latitud.

Silencio es palabra de mi vocabulario.

Podríamos definir al periodista como un hombre que trabaja en caliente, que sigue, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo.

Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema.

Callan los grillos bajo la hierba que el viento aplastó. Las auras giran lento por un cielo cargado de pesar. No veremos jamás tu pueblo, tu fanfarria, tu brujo.


En América Latina, lo maravilloso se encuentra en vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades... En nuestra naturaleza... Y también en nuestra historia.



Alejo Carpentier Valmont (Lausana, 1904 - París, 1980). Gran novelista cubano. Intelectual excepcional y descollante figura de la vanguardia estética y el pensamiento cubanos. Cultivó con éxito, además de la narrativa -considerado el culminador de la madurez narrativa insular del siglo XX-, la crítica periodística cultural y el ensayo. Se destacó también como teórico del mundo latinoamericano y caribeño, musicólogo y gestor de proyectos editoriales, plásticos y musicales. Es una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como El siglo de las luces y El reino de este mundo.

Debido a su obra fue el segundo escritor en recibir el importante Premio Miguel de Cervantes, otorgado en 1977, y considerado el máximo reconocimiento a la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española.

Sobre su biografía existen varias lagunas y contradicciones dada la desigual información de la que se dispone. Según el propio autor, nació en La Habana, fruto del matrimonio de un arquitecto francés y una pianista rusa, y se formó en escuelas de Francia, Austria, Bélgica y Rusia. Tras su muerte, sin embargo, se empezó a documentar una muy distinta biografía que situó el nacimiento del autor en Suiza, procedente de una familia humilde que emigró a Cuba instalándose en La Habana.


Nacimiento
Alejo Carpentier Balmont, nació en Lausana, Suiza, el 26 de diciembre de 1904, hijo del arquitecto francés Georges Julien Carpentier y de la profesora rusa Catherine Balmont o Blagoobrasoff, que había sido estudiante de Medicina en Lausana, Suiza, donde conoció a su esposo.

Sobre el segundo apellido de Carpentier existen algunas discrepancias. Lisandro Otero en dos artículos periodísticos dedicados a la familia materna del novelista lo da como Balmont;[2][3] Marta Rojas al escribir sobre documentos inéditos de Carpentier, hallados en Francia lo transcribe Valmont[4] y en su expediente de estudios en la Universidad de La Habana, en el certificado de matrimonio de sus padres, aparece como Blagoobrasoff y con este apellido firma Carpentier en el expediente[5].

En tan importante documento de estudios también se lee que nació en Lausana, Suiza, en la fecha citada, haciendo pensar que esto se debe a que fue inscrito en dicha ciudad, donde vivía la familia materna y que allí se registró como ocurrido su nacimiento, hecho que después él siempre aclaró que sucedió en la calle Maloja, en La Habana. Esta aclaración suya se supone que haya sido una estrategia para burlar la represión machadista, que podía deportarlo como extranjero no grato.

Infancia y estudios

 
Fotografía del pequeño Alejo Carpentier.

Tras casarse los padres de Carpentier se trasladan a La Habana, en 1908 o 1909, junto al pequeño Alejo. Alejo Carpentier gozó de una esmerada educación que combinó una formación bilingüe -en español y francés-, la pasión por la lectura y una gran vocación musical.

En 1910 Carpentier comienza sus estudios en el capitalino Candler College, institución fundada por la Iglesia Metodista Episcopal del Sur en Cuba. Un años después, a los siete años de edad, ya toca al piano preludios de Chopin, y gusta hacer juegos de pedales con obras de Debussy. En ese 1911 ingresa en el Colegio Mimó de La Habana, institución educativa fundada y dirigida por el notable profesor de geometría y trigonometría de la Universidad de La Habana, doctor Claudio Mimó y Caba, de quien guardará siempre Carpentier como recuerdo el libro Historia de las sociedades humanas, de la Biblioteca Ilustrada, dedicado por su maestro en premio a su aplicación. Durante este tiempo vive con su madre en el Cotorro con quien estudiaba música.

En 1913 realiza, por circunstancias familiares, un viaje con sus padres de unos cuantos meses a la Rusia pre-revolucionaria. De allí viaja a Francia, Austria y Bélgica. En París estudia en el Liceo Jeanson-de-Sailly durantes tres meses. En 1915 regresa a La Habana donde su padre lo puso al frente de una pequeña granja, confiando en la inteligencia despierta y el gusto por la lectura de su único hijo. Un año después su padre lo introduce en la lectura de las obras de Honorato de Balzac, Emilio Zola y Gustavo Flaubert.

En 1917 ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, para estudiar teoría musical, aunque no llego a concluir dichos estudios. Su primer escrito fue una pequeña prosa sobre la importancia del ciclón en la vida del Caribe. Escribe novelas y cuentos influido por las lecturas de Emilio Salgari y Anatole France. En 1920 la familia se va a vivir a una finca en Loma de Tierra, actual municipio del Cotorro.

Deseoso de seguir los pasos de su padre ingresó en la Escuela de Ingenieros, Electricistas y Arquitectos de la Universidad de La Habana, lo llevó a cabo por examen que realizó el 30 de septiembre de 1922 ante un tribunal compuesto por los ingenieros Aurelio Sandoval García, Plácido Jordán Tremoleda y Virgilio Quiñones Gómez. Ante la ruptura familiar que ocasionó la marcha de su padre, Georges Carpentier, hacia Panamá y luego en Colombia, Alejo decide abandonar el proyecto de estudiar en la Universidad para buscar trabajo. En noviembre de ese mismo año comienza a publicar artículos en la prensa habanera bajo el seudónimo de Lina Valmont[6] pues, según el investigador Sergio Chaple, no contaba con la edad suficiente para ser contratado. El 20 de noviembre firma por primera vez con su nombre. Tres días más tarde aparece en el periódico habanero La Discusión su primer artículo con el título Pasión y muerte de Miguel Servet por Pompeyo Gener con el que inicia la sección Obras Famosas que el redactará. Su último artículo lo escribió en la mañana del mismo día de su muerte para la revista francesa Le Nouvel Observateur con el título Flaubert y el mundo hispano.

Grupo Minorista

                                        
                                                  Firmas del Manifiesto del Grupo Minorista por el cual
                                                   Carpentier es detenido en 1927 acusado de ser comunista.

Con apenas 18 años era visto como un joven con un gran futuro en el periodismo. Colaboró con los diarios habaneros La Discusión, Chic, El Universal, El Heraldo de Cuba, donde hace la función de cronista teatral, y Social. En 1923 fue nombrado jefe de redacción de Hispania y, al año siguiente, de Carteles, revista en la que colaboró asiduamente hasta 1948. En el momento de comenzar a colaborar con Carteles ya era miembro del denominado Grupo Minorista (1923-1927), el cual estaba integrado por jóvenes artistas, literatos, músicos y creadores en general, siempre a favor de las causas más nobles, aunque algún integrante postulara tendencias políticas que luego no fueran compartidas por la mayoría, era una agrupación opuesta a la situación de la Isla en aquellos momentos. Fueron los tiempos de la vanguardia y Carpentier participa plenamente en la vida intelectual cubana. Ocupa la jefatura de redacción de una pequeña revista que se proclamaba “órgano de la Unión de Fabricantes de Calzado de Cuba”, en la cual publica una historia del calzado.


El 18 de marzo de 1923 se produjo la llamada Protesta de los Trece, liderada por Rubén Martínez Villena y otros jóvenes del Grupo Minorista debido a la fraudulenta adquisición del Convento de Santa Clara de Asís por parte del entonces presidente cubano Alfredo Zayas y Alfonso. A pesar de que Alejo no participó directamente en las protestas fue objeto de persecución por el gobierno al igual que el resto de los minoristas.

Desde el 26 de febrero de 1926 y hasta el 18 de noviembre de 1925 colabora en el periódico El País. En abril participa en el Movimiento de Veteranos y Patriotas organizado contra la corrupción existente durante el gobierno de Alfredo Zayas. En junio ocupa la jefatura de redacción de la revista Carteles hasta 1928. Ese mismo año viaja a México, donde conoce a Diego Rivera y José Clemente Orozco. De regreso en La Habana organiza, junto al músico Amadeo Roldán, conciertos de música nueva, en los cuales se presentan por primera vez en Cuba obras de Stravinsky, Malipiero, Ravel, Poulenc y Erick Satie.

En 1927 se encuentra entre los firmantes de la declaración o manifiesto del Grupo Minorista. Por tal motivo es encarcelado, el 9 de julio, con otros escritores, acusado de comunista y por haber firmado este manifiesto contra el dictador Gerardo Machado. El 14 de agosto el juez decreta la libertad provisional con fianza para los cubanos y traslada para el buque-cárcel Máximo Gómez a los extranjeros hasta ser deportados. Carpentier está entre los expulsados del país. Por consejo y gestiones legales de Emilio Roig de Leuchsenring se niega a pagar la fianza y permanece preso. Se declara “cubano por nacimiento”. Mientras Roig le arregla los papeles transcurren dos semanas más. Sale bajo fianza y con libertad provisional. Escribe en la cárcel la primera versión de su novela ¡Écue-Yamba-Ó!.

Escritor reconocido

Alejo Carpentier y Félix Pita Rodríguez en París junto a dos amigos.


A pesar de su corta edad ya va siendo un escritor reconocido en la capital cubana. Por esta época colabora en el Diario de la Marina y es uno de los cinco escritores que aparecen en el primer número de la Revista de Avance, vocero del vanguardismo en Cuba, donde publicó su poema «Liturgia». Escribe La hija del ogro, acción coreográfica en un acto y tres episodios con música de Amadeo Roldán. También escribe dos poemas afrocubanos: Marisabel y Juego Santo, musicalizados por Alejandro García Caturla. Colaboró en Revista de La Habana y Aventura en Mal Tiempo, esta de Santiago de Cuba.

En 1928, durante el Congreso de la Prensa Latina en La Habana (6-15 de marzo) conoce al periodista y poeta surrealista Robert Desnos, quien le ayuda a embarcar en el buque España, prestándole el pasaporte y las identificaciones; Mariano Brull, funcionario de la embajada de Cuba en Francia, le facilita el desembarco en Saint-Nazaire.

Vida en Francia


Alejo Carpentier y Félix Pita Rodríguez en París junto a dos amigos.
Carpentier llega a Francia en 1928 y se establece en París donde comenzó a colaborar con la revista Musicalia, fundada por el compositor mexicano Manuel Ponce, también colaboró en Bifur, Documents, Revista de Oriente, Cahiers du Sud. En la capital francesa estrena Yamba-O, tragedia burlesca, con música de Marius Francois Gaillard, en el Théâtre Beriza. Ese mismo año se estrena en La Habana el ballet La Rebambaramba, página sinfónica de Amadeo Roldán sobre libreto de Carpentier.

En 1929 escribe el libreto de El milagro de Anaquillé, auto coreográfico, con música de Amadeo Roldán. Ese mismo año publica en París Poèmes des Antilles, nueve canciones con música de Marius Francois Gaillard. El escritor francés André Breton lo invitó a colaborar en La Revolution Surrealista. En 1930 escribe Manita en el suelo, opera bufa en un acto y cinco escenas con música de Alejandro García Caturla. Ese mismo año Edgar Varèse escribe la Canción de la niña enferma de fiebre, para soprano y orquesta, basada en uno de los poemas de Carpentier. Un año después publica, en francés, el ensayo Los puntos cardinales de la novela en América Latina, en la revista parisina Le Cahier. Es nombrado jefe de redacción de Imán, revista publicada en castellano.

En 1932 Paul Deharme lo contrata para la emisora de radio Poste Parisien. Escribe para el compositor francés Marius F. Gaillard el texto de la cantata La pasión negra, cuyo estreno constituyó un indiscutible éxito en París. En 1933 fue nombrado director de programas en la emisora de radio Le Poste Parisien. A partir de ese año y hasta 1939 dirigió los estudios Fonoric, de París, dedicados a grabaciones musicales y programas de radio.

Pertenece a una célula de propaganda de la organización clandestina antimachadista ABC en París. Participa, dentro del Comité de Jóvenes Revolucionarios (en Francia), en la publicación de El terror en Cuba con ilustración de Carlos Enríquez y financiamiento del músico Edgar Varèse.

En 1934 viaja a Madrid, donde publicó ¡Ecué-Yamba-O! y entabló amistad con Federico García Lorca, Rafael Alberti Merello, José Bergamín y Pedro Salinas, allí festeja el fin de la tiranía machadista.

En 1937 participó, junto a Nicolás Guillén, Juan Marinello, Leonardo Fernández Sánchez y Félix Pita Rodríguez, como representantes de Cuba, en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Madrid, Valencia y Barcelona, en medio de bombardeos y ciudades sitiadas. Publica en Carteles una serie de trabajos titulados España bajo las bombas en los que describe sus experiencias de la España Republicana. Ese año compone una música incidental para la Numanciade Cervantes, presentada por Jean-Louis Barrault en el Thèâtre Antoine.

En 1938 escribe la cantata para voces masculinas Invocaciones, a la que puso música Darius Milhaud. Realiza la adaptación radiofónica de El libro de Colón, de Paul Claudel. Publica, el 18 de julio, el artículo ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte! en la revista Mediodia de La Habana. Ratifica aquí su condena al franquismo.

Primer regreso a Cuba

En 1938 regresa a Cuba y en junio de ese año pronuncia una conferencia titulada Las zonas inexploradas del sonido, en la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Comienza a colaborar con las publicaciones Revista Cubana, Conservatorio, La Gaceta del Caribe, Orígenes y Nuestro Tiempo. En 1940 inicia su colaboración con el magazine habanero Tiempo Nuevo y también desempeña la jefatura de redacción. El 17 de abril prepara, junto a Ángel Lázaro, una adaptación radiofónica de El Quijote. Imparte un curso de Historia de la Música en el Conservatorio Nacional.

El 19 de octubre de 1940 se realiza el estreno del cortometraje El desahucio, auspiciado por la Cuba Sono Film, primer film cubano de ficción de temática social, fotografiado por José Tabío, con textos escritos por Juan Marinello sobre un cuento de Vicente Martínez, musicalizado por Alejo Carpentier e interpretado por obreros aficionados. El estreno se efectuó en el Club Social de Empleados y Obreros de la ruta 20, en La Ceiba, Marianao.

En 1941 se casa en Santa María del Rosario, con Lilia Esteban Hierro, con cuya familia estaba ligado, desde la adolescencia, por múltiples lazos de amistad. Ese año imparte un curso de Historia de la Música en el Conservatorio Nacional de Música Hubert de Blanck en La Habana. En 1942 organiza la primera exposición de Pablo Picasso en La Habana. La Agrupación de la Crónica Radial Impresa (ACRI), lo seleccionó como el autor dramático más destacado del año.

En abril de 1942 atiende el laboratorio de sonido de la nueva película de José Tabío El desalojo del Hato del Estero, la cual es escrita por Nicolás Guillén. El 30 de septiembre de ese mismo año se realiza el estreno de Manzanillo, un pueblo alcalde, patrocinado por la Cuba Sono Film, con realización y fotografía de José Tabío, textos escritos por Ángel Augier y musicalización de Alejo Carpentier. El estreno ocurrió en la inauguración del Club Mella, en el reparto Los Pinos.

En 1943 escribe una novela inédita e inconclusa, titulada el El clan disperso, que habría de evocar la época de creación y actividades del Grupo Minorista. Se realiza por la Cuba Sono Film el documental Azúcar amargo, que denunciaba la explotación de los trabajadores de la caña de azúcar. El texto de la narración estuvo a cargo de Luis Felipe Rodríguez. A Alejo Carpentier le correspondió la grabación en disco y la selección musical. El estreno de Azúcar amargo tuvo lugar en la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros, en la calle Tejadillo.

Visitó Haití con Louis Jouvet y su esposa Lilia en 1944. Ese mismo año viaja a México, donde el Fondo de Cultura Económica le encarga La música en Cuba para su colección Tierra Firme. Regresa a Cuba y se incorpora a la actividad musical y literaria del país. Realiza investigaciones musicales y descubre la obra de Esteban Salas en la Catedral de Santiago de Cuba. El 17 de mayo inicia sus crónicas en el periódico habanero Información, que aparecen ilustradas con su caricatura. Publica el cuento Oficio de tinieblas en la revista cubana Orígenes y, en una plaquette, Viaje a la semilla, con ilustraciones de Esteban Boloña.

Vida en Venezuela

 
Carpentier junto a su esposa Lilia Esteban Hierro en Caracas en la década del cincuenta.


En 1945 viaja a Caracas, capital de Venezuela, a causa de una invitación que le hizo Carlos Eduardo Frías, quien le pidió ayuda para fomentar un Departamento de Radio en Caracas. Esta empresa llega a convertirse en publicidad Ars, en la que trabaja hasta 1959. En este periodo dirige programas radiales y las relaciones públicas requeridas por Ars y comienza a colaborar en El Nacional de Caracas entre 1946 y 1958.

En 1946 comienza a dirigir la cátedra de Historia de la Cultura en la Escuela de Artes Plásticas, labor que realiza hasta 1957. Es mismo año publica en México La música en Cuba, donde Carpentier mediante un recorrido por la historia musical de la isla y sus interrelaciones con el acontecer cultural y social del país, dotó al catálogo editorial cubano de un volumen profundo y sugerente en sus análisis[7]. También publica en diario El Nacional de Caracas el cuento Los fugitivos, con mención honorífica en el concurso anual de este periódico.

Un año después comienza un recorrido por la Gran Sabana Venezolana, Alto Orinoco y el territorio amazónico, cuando regresa publica en El Nacional de Caracas la primera parte de Visión de América, colección de cinco artículos que, a partir del 25 de enero de 1948, aparecerán en la revista Carteles. Los elementos de esta bibliografía activa integrarían años después Los pasos perdidos.

Finaliza en 1948, en Caracas, El reino de este mundo, relato inspirado en su viaje a Haití en 1944. El prólogo de esta obra, titulado Lo real maravilloso de América, había sido publicado por primera vez el 8 de abril en El Nacional de Caracas. Al año siguiente publica en la capital venezolana, tras el estrenó de la ópera Tristán e Isolda del compositor alemán Richard Wagne, el ensayo Tristán e Isolda en Tierra Firme[8] y en México, El reino de este mundo.

El 1 de junio de 1951 inicia en El Nacional de Caracas la sección Letra y Solfa, en la cual publicaría, hasta 1959, cerca de tres mil artículos de literatura, música y arte universales. En 1952 publica el cuento Semejante a la noche en la revista Orígenes. Dos años después publica un fragmento de El acoso en la revista Les Temps Modernes, de París. Participa activamente en la organización del Primer Festival de Música Latinoamericana de Caracas.

Realiza un viaje de descanso a París en 1955 y el avión aterriza forzosamente por reparaciones en Guadalupe. En esta isla concibe la idea de escribir El Siglo de las Luces.

En 1956 publica en Buenos Aires, El acoso. Recibe el premio del mejor libro extranjero (otorgado por once de los principales críticos literarios de París) por su novela Los pasos perdidos, la cual sería llevada al cine al año siguiente por la Tyrone Power Corporation. Toma parte activa en la organización del Segundo Festival de Música Latinoamericana, que tuvo lugar en Caracas en 1957.

En 1958 realiza un viaje a las Antillas Francesas. Publica en México su obra Guerra del tiempo. Mientras que en Munich, la Editorial Piper publica Los pasos perdidos en idioma alemán bajo el título Die Flucht nach Manoa, siendo proclamado el mejor libro del mes por un jurado de críticos literarios de la ciudad de Darmstadt.

Regreso definitivo a Cuba


Alejo Carpentier junto a Carlos Rafael Rodríguez, Blas Roca y Fidel Castro.
Con el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, regresa a la capital cubana donde es designado administrador general de la Editorial de Libros Populares de Cuba y el Caribe. Publica en la Nueva Revista de Cuba una versión de los capítulos I-III de El siglo de las luces. Colabora, a partir de esta fecha, en publicaciones seriadas cubanas: El Mundo, Revolución, Granma, La Gaceta de Cuba, Unión, Cuba, Islas, Casa de las Américas, Bohemia, Revolución y Cultura.

En 1960 es nombrado por el Gobierno Revolucionario vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura. Siendo ratificado al año siguiente, en el cual también es designado vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Representa a la Isla en, junto con Nicolás Guillén, en el Séptimo Festival del Libro Mexicano.

Participa en el Primer Congreso de Escritores y Artistas Cubanos. En 1962 es nombrado por el Decreto NO. 3174, Director Ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba, cargo que ocupa hasta 1966. Impartió clases de Historia de la Cultura en la Escuela de Historia de la Universidad de La Habana. Fue uno de los responsables de la revista Unión, junto con Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar.

En 1963 Ediciones R publican en La Habana la novela El siglo de la luces. En París, un jurado de nueve críticos de la prensa la eligió como uno de los diez mejores libros del año. Encabeza la delegación de Cuba a la Bienal de Arte de Sao Paulo, Brasil.

En 1965 Realiza una gira de conferencias por importantes universidades francesas y dos años después presenta testimonio ante el Tribunal Rusell en Estocolmo, donde denuncia los crímenes de Estados Unidos en Viet Nam. Un año después es designado Ministro Consejero de la Embajada de Cuba en Francia hasta 1980.

En 1968 publica Héroe de América, un homenaje a Ernesto Che Guevara en un número especial de la revista Casa de las Américas, y en 1969 los ensayos Literatura y conciencia política en América Latina. Viaja a Francia como Ministro Consejero para Asuntos Culturales en la Embajada de Cuba en París.

La Casa de las Américas editó un disco con fragmentos de El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El acoso, El siglo de las luces y presentó el 30 de diciembre la exposición Lo real maravilloso en la obra de Alejo Carpentier. El ICAIC edita el cartel Carpentier 70 y realiza los documentales Habla Carpentier sobre La Habana (1912-1920), Habla Carpentier sobre la música cubana, Habla Carpentier sobre el surrealismo y Habla Carpentier sobre su novelística, dirigidos todos por Héctor Veitía[9].

En 1972 publica en Barcelona El derecho de asilo. Dos años después publica en México El recurso del método y Concierto barroco. Ese año se realiza un homenaje nacional, en Cuba, por su setenta aniversario. El acto inicial fue celebrado el 20 de diciembre en la librería Lalo Carrasco del hotel Habana Libre. El 26 de diciembre, el Comité Central del Partido Comunista de Cuba le rinde homenaje en el Auditorium Amadeo Roldán.

En 1975 recibe de la Universidad de La Habana el título de Doctor Honoris Causa. Reciben una invitación de la Universidad Central de Venezuela para visitar esa nación, en la cual permanece durante tres semanas. Pronuncia varias conferencias recogidas en Razón de ser. Recibe los Premios Internacionales Alfonso Reyes y el Cino del Duca[10]. El 2 de diciembre del año siguiente es electo Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio Habana Vieja, cargo que ocupa hasta su fallecimiento.


El Rey Juan Carlos I de España le entrega a Carpentier el Premio Miguel de Cervantes 1977.
En 1978 viaja a España para recibir el Premio Miguel de Cervantes 1977, la más alta distinción literaria de España. Es el primer intelectual latinoamericano que lo obtiene. La personalidad de Carpentier, de formación francesa y raigambre indigenista, fue definida en el acto de entrega del premio por Pío Cabanillas como[11]:
universal, por su peripecia vital, que le lleva a conocer la civilización de nuestro viejo continente, y a contrastarla con las raíces autóctonas amerindias, por las que siente una visceral inclinación, para desarrollar el concepto de americanía como factor aglutinante de varias culturas: la europea, la americana y la indígena, en un esfuerzo por hallar la identidad cultural hispanoamericana.
Publica en el propio 1978 La consagración de la primavera en la latinoamericana Siglo XXI Editores. El recurso del método es llevado al cine por el cineasta chileno Miguel Littin[12].

En 1979 publica El arpa y la sombra (Siglo XXI Editores). En noviembre recibe del mismo año viaja a París para recibir el Premio Medicis Extranjero por la traducción al francés de El arpa y la sombra. Muchos lo ven como un fuerte candidato para ganar el Premio Nobel de Literatura, pero lo sorprende la muerte en la capital francesa el 24 de abril de 1980. A su cadáver tendido en la base del Monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución, le rindieron conmovedor homenaje fúnebre el gobierno revolucionario en pleno y el pueblo habanero en representación de todos los cubanos.

Obras

                                                Edición cubana de su obra El reino de este mundo.
                                                       Edición cubana de su obra El reino de este mundo.
Edición cubana de su obra El siglo de las luces.
Edición cubana de su obra El siglo de las luces.

Alejo Carpentier es considerado uno de los artífices de la renovación de la narrativa latinoamericana, en particular por su estilo de escritura, que incorpora todas las dimensiones de la cultura –incluidos sueños, mitos, magia y religión- en su idea de América. Definió su método artístico como expositor de lo "real-maravilloso" americano en su barroca realidad. Incursiono en el periodismo, la poesía, la narrativa, la música (letras para música) y muchas otros géneros que lo convirtieron en un escritor universal. 
Ejerció la modalidad de periodismo culto, la cual dio a conocer sus extraordinarias cualidades como crítico literario, de teatro, de pintura, de escultura y de cine, sus profundos conocimientos de historia, arquitectura clásica y moderna, etnología, geografía, filosofía y política. Una muestra muy exigua de su virtuosismo, pues su obra total en este campo comprende más de 4 000 artículos, se puede hallar en sus Crónicas, La Habana, 1976, dos tomos, donde se reúnen 146 artículos y en Letra y solfa, Caracas, 1975, con un centenar de los publicados en El Nacional de Caracas, todo lo cual confirma su variada y profunda cultura y su depurado estilo periodístico.

Escribió los libretos de las cantatas Yamba-O 1928 y La pasión negra 1932, ambos con música de Marius François Gallard, y Las puertas del sol 1970, con música de Michel Pung. Colaboró con Darius Milhaud en la cantata Invocations, con Paul Claudel en Le livre de Cristophe Colombo -para radio- y con René Dahon Maeterlink en La princese Maleine. Textos suyos fueron musicalizados por varios compositores, entre ellos el cubano Alejandro García Caturla. En Social y Carteles, publicó traducciones del francés de cuentos, ensayos y artículos. Tradujo al francés el poema de Pablo Picasso El entierro del Conde de Orgaz.

A partir de El reino de este mundo, sus novelas han sido traducidas a distintas lenguas occidentales: alemán, checo, danés, eslovaco, finlandés, francés, holandés, húngaro, inglés, italiano, lituano, noruego, polaco, portugués, rumano, ruso, sueco, serviocroata; algunas de ellas han visto numerosas ediciones.

Sus obras más destacadas en la narrativa fueron:

Ensayos
La música en Cuba (1946)
Tirstán e Isolda en tierra firme (reflexiones al margen 
de una representación Wagneriana) (1949)
Tientos y diferencias (1964)
La ciudad de las columnas (1970)
La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos (1981)



Novelas


Poesía
Liturgia en Revista de Avance, La Habana, 1927.
Relato
Viaje a la semilla (1944)
Guerra del tiempo (1958)
El camino de Santiago (1967)
El derecho de asilo (1972)
El arpa y la sombra (Madrid, 1979)
El camino de Santiago
Semejante a la noche
Los fugitivos
Los advertidos
Oficio de tinieblas
Testimonio
Crónicas (1972.2 Vols)

Premios

Premio Internacional Alfonso Reyes en Ciencias y Literatura (1975)
Condecorado con la Orden José Joaquín Palma por la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), por sus cincuenta y tres años de trabajo ininterrumpido como periodista.
Premio Mundial Cino del Duca[10], (1975)
Título de Honorary Fellow, por Consejo Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la Universidad de Kansas (Estados Unidos, 1976)
Premio Miguel de Cervantes (España, 1978)
Premio Medicis Extranjero[1] (Francia, 1979)


Alejo Carpentier en 'A fondo' (1977), A fondo - RTVE.es A la ...

www.rtve.es › Televisión › Archivo › A fondo

Alejo Carpentier en 'A fondo' (1977), A fondo online, completo y gratis en RTVE.es


               

Un diario inédito de Carpentier revela sus angustias literarias

Se publican en Cuba escritos en los que el autor de 'El siglo de las luces' cuenta sus dudas en el proceso creativo, su ocupación en la publicidad, la televisión y su estancia en París en los años 30

Alejo Carpentier en 1978, cuando recibió el Premio Cervantes. / MARISA FLÓREZ


Alejo Carpentier (1904-1980) era un hombre meticuloso y capaz de acumular una ingente información enciclopédica que luego vertía en su obra. El novelista y musicólogo cubano anotaba todo lo que veía, oía y le llegaba a través de su cosmopolita vida, ya estuviera en París, Caracas o La Habana. De hecho, varios estudios sobre su obra narrativa han apuntado ese rigor documental que luego se volvía estilo. Faltaban los diarios publicados ahora por la Fundación Alejo Carpentier que revelan sus angustias y preocupaciones durante el proceso de creación literaria. Un hallazgo que permite asistir a parte del asomo creativo de obras como El siglo de las Luces, Los pasos perdidos, El acoso y El camino de Santiago.
También se sabe que Carpentier estaba ordenando parte de su correspondencia cronológicamente con la idea de publicarla en forma de diario epistolar, empeño que quedó en suspenso a la muerte del escritor. Este hallazgo, editado ahora comoDiario, quizás contenga también las claves del giro copernicano de su obra, su inmersión, por otra parte frustada, en una épica política a la que cantaba desde un corsé tan artificial como evidente.
De cualquier manera, resulta sorprendente que estos cuadernos se mantuvieran solapados dentro de la papelería de Carpentier, muy estudiada y clasificada, al ser el único escritor cubano, además de José Martí que cuenta con una institución propia dedicada en exclusiva a estos menesteres. Mientras vivió su viuda Lilia, vieron la luz numerosos inéditos de otro carácter, literario o ensayístico, pero no de algo, tan precioso por íntimo y revelador. Puede especularse con que el celo custodio de ella reservara en el tiempo este hallazgo, lo postergara hacia un tiempo donde los testigos oculares y directos, y por enden los aludidos, ya no estarían en el reino de este mundo.
El Diario consta de 149 folios sobre el día a día de su estancia en Venezuela entre 1951 y 1957. Los textos hallados están escritos a máquina, con notas a mano al margen y correcciones. Para la directora de la Fundación, Graziella Pogolotti, se trata de una "invitación a la relectura de Carpentier, al redescubrimiento de su obra a partir de las pistas que esta confesión parcial -como todas las confesiones- nos da sobre sus búsquedas y sus inquietudes".
El autor del prólogo de Diario, Armando Raggi, explicó que el texto descubre el "tortuoso" proceso creativo de Carpentier, sus dificultades editoriales, los periodos de poca productividad creativa, su ocupación en la publicidad radiofónica y la televisión, pasajes enigmáticos y episodios de su estancia en París entre 1938 y 1939, así como sus frecuentes sueños y pesadillas.
Al repasar detalles del texto, Graziella Pogolotti analizó que en 1951 cuando Carpentier está comenzando este diario "responde al apremio de una necesidad interna en un momento de crisis singular". "Necesita encontrar un interlocutor, una suerte de espejo en el que se reconoce y explora una vez más el lugar donde se encuentra, en aquel momento estaba terminando la elaboración de Los pasos perdidos, una novela que significó un punto de giro en su obra".
"Al leer un diario como este podemos percibir hasta qué punto en la obra de un escritor está su experiencia, su vida", apuntó Pogolotti y adelantó que "tiene de todo", "elementos anecdóticos, de algún modo las mujeres que pasaron por su vida", y también están "algunos amigos y amigos que dejaron de serlo".
Actualmente la Fundación sigue un plan de publicaciones críticas de su obra que ha incluido la novela Ecué Yambaó, trabaja ahora en Concierto Barroco y tiene en perspectiva "El arpa y la sombra, su última novela publicada, donde hizo un retrato elocuente de la soledad de un pontífice frente a sus decisiones trascendentales
Para ese fin aseguran que disponen de la documentación esencial y la biblioteca personal de escritor con más de 4.500 volúmenes, un tesoro para dar a conocer y socializar.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/27/actualidad/1388134459_519741.html



Pirandello "vivimos en una sociedad morbosa"

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"Pirandello sabía que vivimos en una sociedad morbosa"



"Una parábola sobre la verdad en equilibrio entre la comedia de la curiosidad y el drama de lo desconocido", así definía Luigi Pirandello (1867-1936) Así es (si así os parece), una de sus grandes obras, estrenada en 1917 y en la que confluyen drama, teatro de tesis, farsa, melodrama, teatro clásico...
Si algún director escénico conoce en profundidad al autor italiano es Miguel Narros, quien a sus 73 años se embarca en su cuarto Pirandello y con ello vuelve a corroborar que es uno de los directores de escena más activos del teatro español contemporáneo, al que ha proporcionado algunos de sus momentos más gloriosos y recordados. Con el objetivo de incidir en lo mismo ensaya estos días Así es (si así os parece) para estrenarlo como producción invitada del Centro Dramático Nacional en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, donde permanecerá del 22 de noviembre al 23 de diciembre. Una vez más, Narros forma equipo con el escenógrafo y vestuarista Andrea D'Odorico (también productor del montaje).
"Pirandello habla de las personas que no quieren saber la verdad, sino construir su farsa"
"Interesa saber cosas de cama, de traiciones, pero sin intentar comprender los motivos"
Como ya es costumbre en el director, su trabajo con los actores es minucioso, de orfebrería. Algunos ya han trabajado con él como Julieta Serrano, Chema León, Mélida Molina, Rosa Vivas, Arantxa Aranguren y Fidel Almansa; con otros, como Rubén Ochandiano y Maru Valdivielso, se estrena.
"La obra se escribió en la época en la que vivían Jung, Freud y todos los que revolucionan el mundo de la psique y ello está muy presente en esta obra de Pirandello", dice Narros de este texto basado en el relato La señora Frola y su yerno el Señor Ponza (1915). "Ello le permitió la transposición de temas de la narrativa al teatro y jugar con la mezcla de géneros y con el enfrentamiento de personajes nacidos de estilos diferentes", puntualiza Juan Carlos Plaza Asperilla, traductor de la obra.
La conversión del relato en comedia produjo un salto cualitativo de tal envergadura, que se ha afirmado que la revolución teatral de Pirandello se inicia con esta obra a la que llamaba "farsa filosófica" y "gran diablura".
Si bien en Seis personajes en busca de autor (escrita en 1921 y con la que se hizo mundialmente famoso) encontramos un curioso antecedente de lo que luego han sido los reality show, en Así es... tropezamos con una bella, lúcida y despiadada metáfora de lo que hoy son los programas televisivos de la prensa rosa. "De lo que habla Pirandello es de la curiosidad y el morbo de la gente, de las personas que no quieren saber la verdad en sí, sino construir su propia farsa y su interpretación de los hechos", señala Narros quien recuerda una frase de Unamuno: "La verdad asusta porque la verdad es desnuda".
Narros sostiene que lo que cuenta hoy Pirandello al espectador es algo que todos sabemos: "Que vivimos en una sociedad enferma y morbosa en la que interesa saber cosas de cama, de traiciones, pero sin llegar a intentar comprender los motivos..., lo que se pone de relieve es el morbo del ser humano por no querer conocer al hombre, pero sí hacer conjeturas sobre él; Pirandello muestra la punta del iceberg de una sociedad neurótica y además no da lugar a la esperanza, condena a esta sociedad, algo que ha hecho en casi todas sus obras". La obra "nos saca a todos los colores", añade sobre los posibles efectos de Así es..., donde los protagonistas son víctimas y sospechosos, perseguidores y detectives, caricaturas de mujeres cotillas sedientas de enredos y noticias y hombres dispuestos a encontrar soluciones a situaciones incomprensibles.
"El teatro es un espejo y Pirandello dijo 'si se pusiera al ser humano ante un espejo y observara cómo vive se suicidaría o se moriría de risa'; quizá yo no me miro porque mi vida me podría horrorizar; vivir es la cosa más absurda del mundo, al menos tal y como lo hacemos, marcados por represiones y tabúes", sostiene el director quien ejemplifica con la figura del homosexual: "Durante largo tiempo era algo prohibido y penado con cárcel, al menos en algo hemos mejorado y ahora soy un respetable marido de un señor", dice Narros quien no hace mucho contrajo matrimonio.
Su Así es... recoge la simbología que Buñuel volcó sobre El ángel exterminador. "En ambas obras nos encontramos con personas que buscan, pero no saben qué quieren", dice Narros de su montaje, planteado con un espacio escénico de D'Odorico casi desnudo.

http://elpais.com/diario/2006/11/15/cultura/1163545208_850215.html

Escritor y premio Nobel italiano, considerado como el más importante autor teatral de la Italia del periodo de entreguerras. Pirandello nació el 28 de junio de 1867 en Agrigento, Sicilia, y estudió en las universidades de Roma y Bonn. Fue profesor de literatura italiana en la Escuela Normal Femenina de Roma, entre los años 1897 y 1921, cuando su creciente reputación como escritor le permitió dedicarse por completo a su carrera literaria. Se hizo mundialmente conocido en 1921, a raíz de la publicación de Seis personajes en busca de autor (1921). Las obras más sorprendentes de Pirandello, son las teatrales, cuyos protagonistas, profesores, propietarios de pensiones y curas, entre otros, suelen pertenecer a la clase media-baja. En estas obras se reflejan las ideas filosóficas del autor, como la existencia de un arraigado conflicto entre los instintos y la razón, que empuja a las personas a una vida llena de grotescas incoherencias; igualmente considera que las acciones concretas no son ni buenas ni malas en sí mismas, sino que lo son según el modo en que se les mire; y, por último, cree que un individuo no posee una personalidad definida, sino muchas, dependiendo de cómo es juzgado por los que entran en contacto con él. Sin fe en ninguno de los sistemas morales, políticos o religiosos establecidos, los personajes de este autor encuentran la realidad sólo por sí mismos y, al hacerlo, descubren que ellos mismos son fenómenos inestables e inexplicables. Pirandello expresó su profundo pesimismo y su pesar por la condición confusa y sufriente de la humanidad a través del humor. Sin embargo, éste es singularmente macabro y desconcertante. La sonrisa que despierta procede más bien de lo embarazoso, y a veces amargo, que resulta reconocer los aspectos absurdos de la existencia. Fue un importante innovador de la técnica escénica e, ignorando los cánones del realismo, prefirió usar libremente la fantasía con el fin de crear el efecto que deseaba. Ejerció una gran influencia al liberar al teatro contemporáneo de las desgastadas convenciones que lo regían, y preparar el camino al pesimimismo existencialista de Anouilh y Sartre, así como a las comedias absurdas de Ionesco y Beckett, y al teatro en verso, de carácter religioso, de Eliot. Entre las restantes obras de Pirandello destacan El placer de ser honrado (1917), Así es si así os parece (1917), Enrique IV (1922), y Esta noche se improvisa (1930). Paralelamente escribió narraciones breves que fueron reunidas bajo el título general Cuentos para un año (1933) y la novela La excluida (1901). Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1934 y falleció dos años más tarde, el 10 de diciembre de 1936, en Roma.  © eMe

                              
             

Enrique IV (fragmento)

ENRIQUE.- ¡Bravo; un poco de luz! Sentaos allí, en derredor de la mesa. (Pausa). No, así no. En elegantes y cómodas posturas. (A Arialdo.) Espera... tú así. (Lo acomoda; luego Bertoldo.) Y tú así (Lo acomoda.) ¡Bien! (Va a sentarse frente a ellos). Y yo acá. (Volviendo la cabeza hacia una de las ventanas) Deberíamos poder ordenar a la luna que nos envíe un rayo decorativo. A nosotros nos conviene la luna, nos ayuda. Yo siento que la necesito y, a menudo, mirándola desde mi ventana, me olvido de mí. ¿Quién podrá creer, al contemplarla, que ella no sabe que pasaron ochocientos años, y que yo, sentado a mi ventana no puedo ser de veras Enrique IV que mira a la luna como un hombre cualquiera? ¡Pero mira, mirad qué magnífico cuadro nocturno: el Emperador entre sus leales consejeros! ¿No os causa placer? ¡Magnífico!. "

l difunto Matías Pascal (fragmento)

Tal suerte me tocó también a mí, y desde el primer día concebí un tan mísero aprecio por los libros, tanto si son impresos como manuscritos (como algunos antiquísimos de nuestra biblioteca), que ahora no me habría puesto nunca a escribir si, como he dicho, no considerara realmente extraño mi caso y de tal índole, que pudiera servir de enseñanza a algún curioso lector que por casualidad, realizándose finalmente la antigua esperanza del bueno de monseñor Boccamazza, viniera a esta biblioteca, a la que dejo este manuscrito, con la condición, sin embargo, de que nadie pueda abrirlo hasta después de cincuenta años de mi tercera, última y definitiva muerte.
Ya que, por el momento (y sólo Dios sabe cuánto me duele), yo me he muerto ya dos veces, la primera por equivocación, y la segunda... ya veréis.
La idea, o mejor, el consejo de escribir, me la ha dado mi reverendo amigo don Eligio Pellegrinotto, que en la actualidad tiene en custodia libros de la Boccamazza, y al cual confiaré el manuscrito en cuanto esté terminado, si llega a estarlo.
Lo escribo aquí, en la ermita desconsagrada, a la luz que me llega de la claraboya, allá arriba, en la cúpula; aquí, en el ábside reservado para el bibliotecario y cerrado por una baja cancela de columnas de madera, mientras don Eligio resopla bajo la tarea que ha asumido heroicamente de poner un poco de orden en esta babilonia de libros. Me temo que no lo consiga nunca. 
"
                     
El mantón negro (fragmento)

Creía firmemente que no se levantaría ya más de aquel sillón; creía que de un momento a otro se moriría de congoja. Pero no; al contrario, algunos días después pudo sostenerse en pie y dar algunos pasos, apoyada, por la habitación; luego, con el tiempo, pudo incluso descender la escalera y salir al aire libre del brazo de Gerlando y de la sirvienta. Finalmente, tomó la costumbre de ir, hacia la puesta de sol, hasta el borde que limitaba la finca por el sur. Desde allí se divisaba una vista magnífica sobre la playa que estaba a sus pies, y el mar abierto. Allí fue los primeros días acompañada habitualmente por Gerlando y Gesa; después, sin Gerlando; finalmente ella sola. Sentada sobre una roca, a la sombra de un olivo centenario, contemplaba toda la orilla lejana que apenas se curvaba, con pequeños golfos y salientes recortándose en el mar que cambiaba de tonalidades a los soplos del viento. "
Trovarsi (fragmento)

¿Por qué ficción? No, todo es vida en nosotros. Vida que es revelada a nosotros mismos. Vida que ha encontrado su expresión. Ya no se finge más, cuando nos hemos apropiado de esta expresión hasta convertirla en la fiebre de nuestro pulso, en lágrimas de nuestros ojos, o en risa de nuestra boca. Comparen las muchas vidas que puede vivir una actriz, con la que cada cual vive cotidianamente: de una estupidez, a menudo, deprimente.... No lo advertimos, pero todos, cada día, sofocamos el florecer de quién sabe cuántos germenes de vida, posibilidades que están dentro de nosotros, obligados como estamos a continuas renuncias, mentiras, hipocresías...¡Evadirnos, transfigurarnos, convertirnos en otros!
(...)
Ahora bien, el ejecutar una acción, nunca es el espíritu todo quien la ejecuta, toda la vida que está en nosotros, sino aquel que somos únicamente en ese momento. Y, sin embargo, hete aquí que aquel acto momentáneo nos aprisiona, nos demora allí, con obligaciones, responsabilidades, de ese modo determinado y no de otro. Y de tantas semillas que podrían engendrar una selva, una sola semilla cae ahí; el árbol nace ahí, nunca podrá moverse de ahí... Todo ahí, para siempre... Este horror, justamente, yo lo estoy viviendo con los ojos bien abiertos, cada noche, frente a un espejo, cuando terminada la función me encierro en el camarín a quitarme el maquillaje. 
"            
                     

                          

             
Obras

Teatro

L'Esclusa, 1908
Il Turno
El difunto Matías Pascal (Il Fu Mattia Pascal) 1904
Suo Marito (Su marido)
La vira nuda, 1911
Terzetti 1913
Le due maschere, 1914
I Vecchi e I Giovani (Los viejos y los jóvenes), 1913
Quaderni di Serafino Gubbio o Si gira (Los cuadernos de Serafino Gubbio o Se filma) 1915
Uno, Nessuno e Centomila (Uno, ninguno y cien mil), 1912-1925
Seis personajes en busca de autor (Sei Personaggi in Cerca d'Autore)
Cada uno a su manera (Ciascuno a Suo Modo)
Así es (si así os parece) Così è (se vi pare)
Questa Sera si Recita a Soggetto
Enrique IV 
El hombre de la flor en la boca (L'Uomo dal Fiore in Bocca)
La vida que te di (La Vita che ti Diedi)
El juego de roles (Il Gioco delle Parti)
Diana e La Tuda
El placer de la honestidad (Il Piacere dell'Onesta)
El imbécil (L'Imbecille)
El hombre, la bestia y la virtud (L'Uomo, La Bestia e La Virtù)
El injerto (L'injerto)
Los gigantes de la montaña

Poesía

Mal Giocondo
Pasqua di Gea
Elegie Renane
La Zampogna
Fiore di Chiave



*buscabiografias.com

CESAR VALLEJO: uno de los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX

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César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 16 de marzo de1892-París, 15 de abril de 1938) fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país. Es, en opinión del críticoThomas Merton, «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal» y según Martin Seymour-Smith, «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas».

Publicó en Lima sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918), con poesías que si bien en el aspecto formal son todavía de filiación modernista, constituyen a la vez el comienzo de la búsqueda de una diferenciación expresiva; y Trilce (1922), obra que significa ya la creación de un lenguaje poético muy personal, coincidiendo con la irrupción delvanguardismo a nivel mundial. En 1923 dio a la prensa su primera obra narrativa: Escalas, colección de estampas y relatos, algunos ya vanguardistas. Ese mismo año partió hacia Europa, para no volver más a su patria. Hasta su muerte residió mayormente en París, con algunas breves estancias en Madrid y en otras ciudades europeas en las que estuvo de paso. Vivió del periodismo complementado con trabajos de traducción y docencia.
                             
En la última etapa de su vida no publicó libros de poesía, aunque escribió una serie de poemas que aparecerían póstumamente. Sacó en cambio, libros en prosa: la novela proletaria o indigenista El tungsteno (Madrid, 1931) y el libro de crónicas Rusia en 1931 (Madrid, 1931). Por entonces escribió también su cuento más famoso, Paco Yunque, que saldría a luz años después de su muerte. Sus poemas póstumos fueron agrupados en dos poemarios: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicados en 1939 gracias al empeño de su viuda, Georgette Vallejo. La poesía reunida en estos últimos volúmenes es de corte social, con esporádicos temas de posición ideológica y profundamente humanos. Para muchos críticos, los “poemas humanos” constituyen lo mejor de su producción poética, que lo han hecho merecedor del calificativo de “poeta universal”.

http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9sar_Vallejo

                 

Los heraldos negros
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!


                                         

Sauce
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
Lirismo de invierno, rumor de crespones,
cuando ya se acerca la pronta partida;
agoreras voces de tristes canciones
que en la tarde rezan una despedida.

Visión del entierro de mis ilusiones
en la propia tumba de mortal herida.
Caridad verónica de ignotas regiones,
donde a precio de éter se pierde la vida.

Cerca de la aurora partiré llorando;
y mientras mis años se vayan curvando,
curvará guadañas mi ruta veloz.

Y ante fríos óleos de luna muriente,
con timbres de aceros en tierra indolente,
cavarán los perros, aullando, ¡un adiós!

                                              

España, aparta de mí este cáliz
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que esta
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

                  

La copa negra
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo
del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler.
Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste,
la onda aún es negra y me hace aún arder?
La Tierra tiene bordes de féretro en la sombra.
Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.
A carne nada, nada
en la copa de sombra que me hace aún doler;
mi carne nada en ella,
como en un pantanoso corazón de mujer.
Ascua astral... He sentido
secos roces de arcilla
sobre mi loto diáfano caer.
Ah, mujer! Por ti existe
la carne hecha de instinto. Ah mujer!
Por eso ¡oh, negro cáliz! aun cuando ya te fuiste,
me ahogo con el polvo;
y piafan en mis carnes más ganas de beber!

                 


Y si después de tantas palabras
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!


                                          

Entre el dolor y el placer median tres criaturas
[Poema: Texto completo.]
César Vallejo
Entre el dolor y el placer median tres criaturas,
de las cuales la una mira a un muro,
la segunda usa de ánimo triste
y la tercera avanza de puntillas;
pero, entre tú y yo,
sólo existen segundas criaturas.
Apoyándose en mi frente, el día
conviene en que, de veras,
hay mucho de exacto en el espacio;
pero, si la dicha, que, al fin, tiene un tamaño,
principia ¡ay! por mi boca,
¿quién me preguntará por mi palabra?

Al sentido instantáneo de la eternidad
corresponde
este encuentro investido de hilo negro,
pero a tu despedida temporal,
tan sólo corresponde lo inmutable,
tu criatura, el alma, mi palabra.



Obras seleccionadas

Poesía

Los heraldos negros
Trilce
Poemas humanos
España, aparta de mí este cáliz

Narrativa

Escalas melografiadas
Fabla salvaje
Hacia el reino de los Sciris
El Tungsteno
Paco Yunque
El niño del carrizo
Viaje alrededor del porvenir
Los dos soras
El vencedor 


LOS HERALDOS NEGROS 

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé! 
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, 
la resaca de todo lo sufrido 
se empozara en el alma... Yo no sé! 
Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras 
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán talvez los potros de bárbaros atilas; 
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. 
Son las caídas hondas de los Cristos del alma, 
de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones 
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. 
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como 
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; 
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido 
se empoza, como charco de culpa, en la mirada. 
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


*buscabiografias.com


                                             Portada





Thomas Stearns Eliot - T. S. Eliot Gran poeta del Siglo XX

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Thomas Stearns Eliot - T. S. Eliot 


Poeta, crítico literario y dramaturgo inglés nacido en Estados Unidos. Premio Nobel de Literatura y autor del famoso poema Tierra Baldía, una de las obras más discutidas e importantes de comienzos del siglo XX. Sus obras de teatro, basadas en el empleo coloquial del verso sin rima, intentan revivir el drama poético para el público contemporáneo. Sus métodos de análisis literario han tenido una influencia muy importante en la crítica inglesa y estadounidense. Eliot nació en St Louis (Missouri) en una distinguida familia de Nueva Inglaterra. Hijo de un hombre de negocios y de una poetisa, estudió en las universidades de Harvard, la Sorbona y Oxford. En 1915 se hizo residente en Londres y adquirió la nacionalidad inglesa en 1927. Entre 1915 y 1919 trabajó en varios oficios, incluyendo los de profesor, empleado de banca y subdirector de la revista literaria Egoist. En 1915 se casó con Vivien Haigh-Wood, pero el matrimonio se rompió en 1932-1933 tras el deterioro físico y mental de su esposa. En 1993 apareció una película, Tom y Viv, basada en este primer matrimonio de Eliot.

Su primer poema importante fue Canción de amor de J. Alfred Prufrock (1915). En su primer libro de poemas, Prufrock y otras observaciones (1917), empleó imágenes de la vida urbana en un contexto de intensidad poética. Los poemas carecen de forma fija o de un patrón regular, y la rima sólo aparece ocasionalmente. Durante los años veinte Eliot desarrolló opiniones muy decididas sobre temas literarios, religiosos y sociales. Su largo poema de cinco partes, Tierra Baldía (1922), una obra erudita que expresa vivamente su idea de la esterilidad de la sociedad moderna en contraste con las sociedades del pasado, se convirtió en un hito de la modernidad. Eliot influyó profundamente en los principios de la crítica literaria escribiendo ensayos sobre los dramaturgos isabelinos, los poetas metafísicos ingleses y el poeta italiano Dante. En su libro El bosque sagrado (1920) sostuvo que el crítico debe poseer un hondo sentido histórico para juzgar la literatura desde una perspectiva rigurosa, y que el poeta debe ser impersonal en el ejercicio creativo de su oficio. Como fundador y director de The Criterion entre 1922 y 1939, proporcionó un foro para muchos escritores importantes contemporáneos. Desde 1925 fue también director de la editorial Faber and Faber, donde reunió una lista de poetas que representaron el movimiento moderno de la poesía británica. En su libro de ensayos Para Lancelot Andrewes (1928) expuso su posición como la de un clasicista en literatura, un monárquico en la política y un anglocatólico en religión.


En los años treinta, la serenidad y la humildad religiosa empezaron a ser primordiales en su poesía, sobre todo en Miércoles de ceniza (1930), La roca (1934) y su larga obra en verso, Asesinato en la catedral (1935), basada en el martirio de santo Tomás Becket en el siglo XII. Cuatro cuartetos (1943), considerado por muchos críticos como su mejor obra, expresa un transcendental sentido del tiempo en versos emotivos. Recibió el Premio Nobel de Literatura y la Orden del Mérito en 1948, así como la medalla presidencial de la libertad de Estados Unidos en 1964. Su fama como dramaturgo data del éxito del estreno de El cóctel (1949), comedia moderna de salón que analiza el tema de la salvación. Otras obras dramáticas de tema religioso y moral son El secretario particular (1954) y El viejo estadista (1958). Destacan también El libro práctico de los gatos (1939), libro de poesía para niños que fue adaptada al teatro musical; las obras Sweeney Agonistes (1932) y Reunión de familia (1939), y los ensayos La idea de una sociedad cristiana (1940) y Notas para la definición de la cultura (1948).  © M.E.
                           

East Cocker, de Cuatro Cuartetos

En mi comienzo está mi fin, en sucesión se levantan y caen casas,
se desmoronan, se extienden, se las retira, se las destruye, se las restaura,
o en su lugar hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
viejas hogueras para cenizas, y cenizas para la tierra, que ya es carne,
piel y heces, hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren, hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y engendrar,
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo,
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.
En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz a través del campo abierto,
dejando la hundida vereda tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección hacia la aldea,
hipnotizada en el calor eléctrico.
En cálida neblina, la sofocante luz es absorbida, no refractada,
por piedra gris, las dalias duermen en el silencio vacío,
esperad el búho tempranero
(...)
Llevando el compás, marcando el ritmo en su danzar,
como en su vivir en las estaciones vivas,
el tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar,
el tiempo de aparearse hombre y mujer y el de los animales,
pies subiendo y bajado, comiendo y bebiendo, estiércol y muerte.
La aurora apunta, y otro día se prepara para el calor y el silencio.
Mar adentro el viento de la aurora se arruga y resbala.
Estoy aquí, o allí, o en otro lugar, en mi comienzo.
Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
Y luego cojeando, cojeando la novia. 
"


El primer coro de la roca

Se cíerne el águila en la cumbre del cielo,
El cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
Conocimiento del habla, pero no dei silencio;
Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo. 
"
                              

Prufrock y otras observaciones (fragmento)

La niebla amarilla que lava su espalda en el cristal de las vidrieras,
el humo amarillo que lava su hocico en el cristal de las vidrieras
pasó su lengua por el interior de las esquinas de la tarde,
se quedó suspenso largo tiempo sobre los charcos de las cunetas,
dejó caer sobre su espalda el tizne que cae de las chimeneas,
se deslizó por la terraza, dio un salto súbito,
y, viendo que era una noche suave de octubre,
se enroscó una vez a la casa y se quedó dormido.

Y, en verdad, habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle,
frotando su espalda sobre el cristal de las vidrieras;
habrá tiempo, habrá tiempo
para preparar un rostro que acepte los rostros que encuentres,
habrá tiempo para matar, habrá tiempo para crear
y tiempo para todas las labores y los días hábiles
que levanten y dejen caer una pregunta en tu plato;
habrá tiempo para tí y habrá tiempo para mí,
y habrá tiempo incluso para cien indecisiones,
y habrá tiempo para cien visiones y revisiones
antes de que tomemos una tostada y té. 
"

http://www.epdlp.com/texto.php?id2=1845

Thomas Stearns Eliot - T. S. Eliot

Obras

Poesía

1909-1917: Inventos de la liebre de marzo
1917: Prufrock y otras observaciones
1920: Poemas
1922: La tierra baldía
1925: Los hombres huecos
1927-1954: Poemas de Ariel
1930: Miércoles de ceniza
1931: Coriolano
1934: "El Primer Coro de la Roca"
1939: El libro de los gatos habilidosos
1939: "The Marching Song of the Pollicle Dogs"
1939: "Billy M'Caw: The Remarkable Parrot"
1943: Cuatro cuartetos


Teatro

1926: Sweeney Agonista
1934: The Rock
1935: Asesinato en la catedral
1939: The Family Reunion
1949: The Cocktail Party
1954: The Confidential Clerk
1959: The Elder Statesman


Ensayo

1920: The Sacred Wood: Essays on Poetry and Criticism
1920: The Second-Order Mind
1920: Tradition and the individual talent
1924: Homage to John Dryden
1928: Shakespeare and the Stoicism of Seneca
1928: For Lancelot Andrewes
1929: Dante
1917-1932: Selected Essays
1933: The Use of Poetry and the Use of Criticism
1934: After Strange Gods 
1934: Elizabethan Essays
1936: Essays Ancient and Modern
1940: The Idea of a Christian Society
1948: Notes Towards the Definition of Culture
1951: Poetry and Drama
1954: The Three Voices of Poetry
1957: On Poetry and Poets


*buscabiografias.com



22 años
1910

28 años
1916

40 años
1928

54 años
1942

60 años
1948

76 años
1964

Ezra Pound: santo laico, poeta loco

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Ezra Pound en su laberinto

Más allá de las adhesiones y rechazos que suscita, o tal vez por eso mismo, Ezra Pound es una de las figuras literarias que más estudios ha generado alrededor de su obra y persona. Juan Malpartida pone los puntos sobre las íes en este nuevo acercamiento al controvertido y genial poeta de Idaho.
Enero 2003 
Ezra Pound (Hailey, Idaho, 1885-Venecia, 1972) fue un poeta de la estirpe de los viejos colonos y conquistadores de los Estados Unidos de América, tanto en el sentido literal (sus antepasados llegaron inmediatamente después delMayflower) como en el figurado: se internó en la literatura y la historia social y política de medio mundo como un aventurero que quisiera refundar (al darle un fondo lanzado hacia el futuro) su patria con los tesoros acaparados en sus apasionadas y no pocas veces confusas incursiones: tesoros formados de fragmentos, retazos de culturas y civilizaciones orillados a un canto inmenso y, tal vez, ilegible, quiero decir, un canto que no termina de revelar su rostro, si es que lo tiene. Pound fue esencialmente un poeta pero dedicó ímprobos esfuerzos a la crítica literaria y política, especialmente a ciertas ideas económicas relativas a la usura y el crédito social. No es muy seguro que de toda la obra ensayística pueda leerse con provecho más de un volumen de cierta extensión, y creo que el mismo T. S. Eliot lo vio así al publicar una antología de sus ensayos literarios que todavía hoy sigue reeditándose. En cuanto a sus miles de artículos sobre política y economía, sólo sirven para entender al personaje que los escribió, no a la realidad que tratan de designar. No se puede olvidar que fue, además, un animador cultural, en el mejor sentido de esta expresión: dio movimiento y alma a la poesía de lengua inglesa en un momento en que parecía estancada en el romanticismo tardío y el simbolismo. Y fue también algo poco habitual en el medio intelectual: un hombre generoso con muchos artistas y escritores. Esta generosidad tomó en ocasiones la forma de la colaboración, en el sentido mayéutico del término. Se recordará la frase suya relativa a su "lectura" deLa tierra baldía: "Ezra Performed the caesarean operation". Alguien dirá que no puede olvidarse su tarea de traductor: lo fue en un sentido profundo; entendió que la cultura es, si quiere estar realmente viva, traducción, y buena parte de su poesía es una prueba evidente de esta idea: traducir en él es volver a hacer nuevo, y no sólo traduce de otras lenguas sino de la propia. De cualquier manera, ahí están (Translations, 1953) las versiones y recreaciones (lecturas interesadas, en suma) de Cavalcanti, Arnaut Daniel, el teatro Noh y la poesía china, Catulo, Bertrand de Born, Ventadour y muchos otros que muestran, entre otras cosas, algo precioso: traducir no es un acto nostálgico de un texto previo definitivo, originario en el sentido ontológico, sino una búsqueda de formas y de sentidos a través de una herencia que se abre paso en el tiempo: en las nuevas obras. "Las historias de la literatura inglesa —escribió Pound, y nosotros podríamos añadir: la española— siempre saltan sobre las traducciones (supongo que será por un complejo de inferioridad); sin embargo, algunos de los mejores libros en lengua inglesa son traducciones". Esta sugerencia fue recogida en 1980 por Charles Tomlinson —un poeta que, muy lejos de los modales de Pound, retomó con destreza varias de sus enseñanzas relativas al verso— al editar The Oxford Book of Verse in English Translation.
     A diferencia de Eliot, no creo que fuera un lector agudo de la tradición literaria inglesa (ni de ninguna otra), pero es indudable que se le puede tener por un descubridor de lo que apenas se estaba haciendo entonces y un inventor de caminos no sólo en su propia obra sino en la de otros. Le interesaban las obras que se abrían, o parecían hacerlo, hacia el futuro. En cuanto al pasado, lo vio como una materia presente, viva, incluso a veces mostró una cierta petulancia en la que lo adivinamos tuteando a Platón, Dante y Confucio como si hubieran asistido con él al mismo colegio de Filadelfia. Hizo, para la lengua inglesa y tal vez para algunas otras, dos rescates fundamentales: por un lado, la poesía trovadoresca, especialmente Arnaut Daniel y Cavalcanti, y por el otro, la poesía china y japonesa, vía Fenollosa, de quien fue albacea literario. De la poesía japonesa aprendió una lección fundamental para su poética y que cerró las puertas a buena parte de la tardía retórica romántica y simbolista: la concisión, el tono directo y el simultaneísmo, procedimiento éste que se dio primeramente en la literatura francesa y en la plástica (cubismo) de los primeros años del siglo XX. Fue antirromántico, aunque un crítico inglés, F. R. Leavis, sugirió, creo que con alguna razón, que la Provenza de Pound es, a pesar de todo, una forma de evasión romántica ("Ezra Pound", recogido en Ezra Pound. A Collection of Critical Essays, ed. Walter Sutton, 1963). El mundo amoroso de los poetas provenzales, tan felizmente presente en Personae, volumen que recoge su poesía comprendida entre 1908 y 1920, fue motivo de numerosos estudios por parte de Pound, pero curiosamente no estudió la originalidad de su concepción amorosa. Hay que decir, además, que en la poesía provenzal Pound encontró la alianza entre música y poema, ya que se trataba de composiciones que solían cantarse, aunque no habitualmente por el poeta, acompañadas de algún instrumento. ¿La poesía provenzal fue el romanticismo que Pound quiso desechar de sí? La idea es arriesgada porque, salvo lo esencial de la concepción amorosa, las características de ambos momentos literarios son muy distintas.
     Aunque le interesó la novedad no fue ciego a la superstición de la misma, y ya muy tempranamente se dio cuenta de que el pasado (Dante, por ejemplo) podía ser cualquier cosa menos sinónimo de ignorancia. No fue con la historia pasada ni jactancioso ni nostálgico. De educación presbiteriana, Pound evoluciona hacia un escepticismo trufado de paganismo, peleado, especialmente a partir de los años veinte, con el catolicismo y el judaísmo. Como Hemingway, Joyce, Eliot y algunos otros, fue un americano que buscó y se buscó en Europa, pero no en Francia, Inglaterra o España sino en Italia, una Italia musoliniana y trovadoresca en la que pergeñó una épica antinarrativa, un paraíso y un inferno de la modernidad que tituló The Cantos,compuesto por 117 fragmentos de gran extensión, usando un sistema verbal de elisión y síntesis extremas. Cantos, oCantares (como le dijo Pound a Vázquez Amaral que debía traducirse al español), fue una de las más grandes tentativas poéticas del siglo XX, por eso su fracaso —para los que piensan, y me cuento entre ellos, que no es una obra lograda— es tan digno. No cualquiera puede fracasar así. La carencia de sentido, de forma, de coherencia en suma, le fue criticada desde muy temprano, aunque pocos fueron insensibles a la profunda belleza de algunos de los cantos, o de momentos de éstos.
     Ezra Pound fue el más americano de los poetas del siglo XX. Sólo Walt Whitman ("We have one sap and one root", dijo de él en un poema de Personae) tiene en buena medida el mismo perfil. Los dos se empeñaron en un cantar de gesta, sólo que el poema de Pound es un poema crítico, una revuelta, por momentos de gran acritud, contra la modernidad, justo la que Whitman parece encarnar en susHojas de hierba. La confianza en la democracia americana de Whitman es en Pound recelo y, quizás, nostalgia de la sociedad estamental (su periodo más querido puede situarse en la Italia del final del Medioevo y comienzo del Renacimiento). Criticó, dentro y fuera de este poema, con obsesión rayana en la locura, lo que él conceptuó como usura con una actitud generosa, ingenua y reaccionaria. Dicha generosidad fue en cierta medida ciega y obtusa: veía su idea pero no la realidad, hasta el punto de que la idea le impidió ver a los otros y a la historia de gran parte de su siglo. No puede decirse que desde 1945 hasta 1972 (casi treinta años), a pesar de las revelaciones sobre la verdad del fascismo, del nazismo y del comunismo, se hubiera dado en él una reacción intelectual responsable. A los 72 años confesó en una entrevista que "El mundo contemporáneo no existe. No existe nada que no esté en relación con el pasado y con el futuro. El mundo actual es una fusión, un arco en el tiempo". Aunque esta frase está dicha dentro de una confesión mayor de ignorancia y error respecto a sus ideas y su aventura poética, creo que su sentido apunta a una actitud intelectual poco novedosa en él: desde una perspectiva política sus Cantos quizás estén demasiado inclinados hacia el futuro, en menoscabo del tiempo presente, que siempre suele ser más vital, ambiguo, reticente y melancólico. Sin embargo, ese desafío hercúleo y mefistofélico no debe leerse, finalmente, como un texto político sino como lo que es, un poema capaz, cuando lo logra, de convertir los errores en imágenes, en ritmo, y así trascender las ideas en presencias más allá del error y del acierto. No discutimos las verdades políticas, históricas y filosóficas de Homero o Dante, aunque podamos tenerlas en cuenta cuando tratamos de entender asuntos como la política, la historia y la filosofía, pero difícilmente accederemos a entender esos poemas si los leemos con Sócrates y le pedimos a Homero que se atenga a la lógica (filosófica) o con Russell e, instalados en el primer tercio del siglo XX, exigimos razones al catolicismo de Dante. Con esto no quiero decir que el hombre Ezra Pound esté más allá de un intento por parte de cualquier lector de comprender sus móviles e ideas, sus conocimientos e ignorancias, sino que al acercarnos a aquello que realmente lo hace o lo puede hacer permanente (trascendiendo su biografía) nos vemos empujados a aproximarnos más y más al núcleo resistente de su escritura: la poesía.
     Es admirable, e inolvidable —no tanto por su valor conceptual o analítico como por su gesto—, un artículo que Pound publicó en la revista Poetry, en junio de 1916, respondiendo a alguien que había escrito que la poesía se escribe para entretener: "¿Acaso ha leído quien afirma estoThe Seafarer en anglosajón? ¿Nos quiere decir el autor para quién fueron escritas estas líneas, únicas entre las obras de nuestros antepasados que se pueden comparar con Homero..., para el entretenimiento de quién? No se hicieron para entretener a nadie, sino porque un hombre que se aferraba al silencio no pudo dejar de hablar". ¿No es admirable? ¿No lo es más en un tiempo, el nuestro, tan obsesionado con entretenernos a costa de nuestras propias vidas y a cambio de nada? No estoy en contra de la distracción, pero no quiero dejar de expresar mi sospecha de una cultura empeñada en distraernos. Para los muy dados a la distracción les pondré un ejemplo de lo que trato de decir: el sultán se distrae con los cuentos de Sherezade, pero Sherezade, con sus cuentos, se recrea: salva su vida diariamente; por eso, como el marino de The Seafarer ,"no pudo dejar de hablar".
     Pound y Eliot no se preguntaron mucho acerca de qué fuera el arte y la poesía; ambos prestaron más atención a cuestiones formales y temáticas. En concreto, Pound fue un gran entendido en estilística y retórica, y en este sentido se explica su alto interés en una pequeña e inacabada obra de Dante: De Vulgaris Eloquentia. En "El arte de la poesía", comprendido en Literary Essays of Ezra Pound (ny, 1954), dejó claro que detestaba escribir acerca del arte pero fue maestro, como he señalado, de muchos, y quizás no fuera necesario recordar la famosa dedicatoria de Eliot (il miglior fabbro) para, desde una gran autoridad, valorar su habilidad en el manejo del verso. No puede decirse lo mismo en el campo de la prosa, quizás porque la prosa es más mental y exige una mayor coherencia lógica. Pound podía ser prosaico pero no escribir verdaderamente en prosa. Se interesó vivamente por la épica, y de hecho fue una de sus grandes pasiones como lector y estudioso, pero en realidad lo que le define no es la gesta como la lírica. Pound, que también fue músico y un gran amante de la música (sobre la que también tuvo muchas opiniones), creía en la existencia de un "ritmo absoluto" y que por lo tanto el poeta debía buscar el ritmo que correspondiera a la emoción que quisiera expresar. Su obsesión con la música del verso fue tan profunda que a veces llega a convencernos de que la música del verso es ajena a su significado (alianza entre la imagen, el nivel semántico y el rítmico), es decir, que podría leerse un poema sin entenderlo, lo que es una verdadera necedad: la música verbal de un poema, ajena a su entendimiento, es incomparable a cualquier música de mediano valor. Quizás la riqueza de vocales de la lengua inglesa y su ágil articulación casi monosilábica hayan tendido a equivocar —en este sentido— a más de un poeta de esa lengua.
     Pound creyó en la poesía, creo que por encima de cualquier cosa, salvo algún periodo de obsesión política en su primera etapa italiana. Quizás no tuvo grandes ideas sobre la poesía: repitió una y otra vez estas características que consideraba necesarias para el arte venidero: economía verbal, capacidad sintética, dureza, un rigor relacionado con su verdad y no con la proliferación retórica y el lujo verbal. Acaso por ello, exagerando un poco, escribió Stephen Spender en su diario de 1953: "Sus ideas generales sobre poesía son negativas, estériles y secas. La poesía debe ser concentrada y dura, afirma, pero muy poco más". Ciertamente, con estas premisas, aunque no sólo con éstas, se puede escribir toda la obra de Hilda Doolittle, y La tierra baldía, de Eliot, pero no Anábasis, de Perse, Poeta en Nueva York de Lorca o las novelas de Stendhal (sí Madame BovaryTres cuentos de su admirado Flaubert).
     Antes que Borges, dijo esta frase humilde en la que se expresa el orgullo de un verdadero lector: "Es de enorme importancia que se escriba gran poesía, pero no importa en absoluto quién la escriba". Buscó en su poesía y en la de sus coetáneos, con furia vanguardista, la precisión y lo definido (enseñanza que le agradeció Yeats), y aquello que, en línea con Antonio Machado, se denomina señal del tiempo. Pound hablaba refiriéndose tanto a la naturaleza externa como a la emoción, pero como testimonios oculares o síntomas de primera mano. La falta de temporalidad, por decirlo de manera abstracta, es lo que Machado le criticaba a buena parte del barroco y de la poesía moderna, que él denominaba del "nuevo gaitrinar". Por eso Pound reivindica a Daniel y a Cavalcanti y no digamos ya a François Villon, frente a lo que entendía como vaguedad en la poesía victoriana. Y antes que éstos a Catulo, Ovidio y Propercio, tres latinos muy presentes en algunos cantos. En fin, no es el lugar de continuar con sus gustos y disgustos, con sus imperdonables condenaciones (la de Baudelaire) o sus exageradas exaltaciones (la de Gautier, por ejemplo). Sí habría que decir que sus gustos suelen ser coherentes, tanto como sus disgustos, asistidas la afirmación y la negación por una percepción excesivamente nítida de lo que debía ser y no debía ser la literatura.
     Ezra Pound es un poeta con unos principios tan firmes como un moralista. Supo, desde muy temprano, lo que se debía hacer. Tuvo carácter y talento de líder en una época de ruptura, lanzada hacia nuevos órdenes estéticos y poéticos. Sin embargo no siempre fue el mejor maestro para su propia obra, algo que vio tempranamente su amigo Yeats. Mucho más tarde, Octavio Paz insistió en que Los Cantos no tuvieron el lector que sí tuvo La tierra baldía.Quizás se debió a que Pound era más creativo —se entiende que exagero un poco— cuando trabajaba haciendo palimpsestos, es decir sobre textos previos. En Personae, varios de los momentos más perdurables son traducciones, recreaciones de poetas provenzales, de Cavalcanti, de Catulo o de poesía china. A esto se puede contraponer algunos poemas de Lustra (1913-15) o el bellísimo Hugh Selwyn Mauberly (1920), que numerosos críticos han señalado como antecedente de La tierra baldía (1922) y en el que es visible, al contrario, un poco de la atmósfera y de ciertas líneas de Prufrock. Aunque no hay que engañarse. Eliot, otro enmascarado y señor de metamorfosis, tomó del poema de Pound y de otros tantos lo que le vino bien para su obra, pero la comparación entre ambos no resiste un análisis profundo: Pound no tuvo las preocupaciones religiosas y antropológicas que tuvo Eliot. La Roma cristiana de Eliot se llama en Pound Confucio, y, aunque admiradores ambos de Dante, lo hacen por razones no siempre parecidas, cuando no claramente divergentes. Los dos fueron críticos con su tiempo, pero Eliot vio la ausencia de alma en el mundo moderno, mientras Pound criticó con verdadera obsesión la falta de generosidad y la rapiña no tanto en la gente común como en los políticos y financieros. Confuciano, Pound creía en una verdadera reforma de nuestro sistema social, basada en unas cuantas ideas éticas y un puñado de teorías sobre el dinero. Pound, incluso en los momentos más confusos de su vida, y tuvo varios, creyó en la capacidad transformadora del amor. Fue un poeta amoroso, algo que no podemos decir de Eliot. En éste hay pequeñas visiones del amor, pero perdidas en un mundo seco o bien salvado por la religión. En Pound no hay religión, salvo la de la poesía. En fin, esto y muchas otras cosas no nos permiten hablar de verdadera influencia.
     The Cantos ha sido una realidad problemática en la literatura del siglo XX. Sin duda contiene varios momentos de poesía verdadera, pero la mayor parte de sus más de setecientas páginas —que se convierten en más de dos mil en cualquier edición mínimamente anotada— es ilegible o intrascendente. Es, curiosamente, uno de los pocos poemas modernos que no pueden leerse sin un inmenso aparato de explicaciones. Es cierto que ha alimentado a muchos profesores pero, en cambio, a muy pocos poetas. El hermetismo de buena parte de este texto no le viene de que la realidad sea oscura o requiera una iniciación en el lector que lo transforme, intelectual, sensiblemente, en el lector que el poema requiere, sino de un procedimiento erudito basado en la referencia velada o elidida que una vez reconstruida no tiene más valor que si hubiera sido dicho en buena prosa. Su sistema, inspirado en la poesía china, o más exactamente en el sistema pictográfico de la lengua china, enfrenta sobre un plano realidades diversas, elidiendo los nexos y buscando un alto grado de síntesis. De esta manera, Pound nos cuenta, haciendo uso abusivo de textos previos (de nuevo: el palimpsesto), la vida de Malatesta y las perversas acciones de los Sforza, los Médicis, etcétera, o parafrasea para mostrarnos a Kublai Khan El libro de las maravillas de Marco Polo. Usa el mismo procedimiento en los capítulos en que revisa críticamente los milagros y pecados de algunos de los "Padres Fundadores" de la república americana, o bien en los muchos cantos dedicados a la historia de China, tomada, capítulo a capítulo, principalmente, de la obra del jesuita francés Père Joseph-Anne-Marie de Moyrac: Historia general de la China. Algún sinólogo dijo, contra cualquier observación sensata, que era la mejor introducción a la historia de este pueblo que se podía leer. No quiero ni pensar cómo serían sus clases si Pound le parecía claro. Como boutade puede ser admitida, pero no podemos admitirle ninguna otra licencia. Nada de esto podría ser considerado una crítica si el resultado fuera excelente poesía, pero no lo es: no lo es buena parte de esta obra en la que se salvan, como conjuntos, cantos como el ii (en el que el tema de la metamorfosis se expresa con una fuerza imaginativa asombrosa), el XLV y, dentro del conjunto final, donde la calidad y el sentido poético son más evidentes, el famoso CXVI. Pero estos cantos, y algunos más (no trato de ser exhaustivo en mi selección), al rescatarlos, desgajándolos de un conjunto que no termina de revelar su sentido, no hacemos otra cosa que alzarlos de manera crítica contra buena parte de los demás en los que, en realidad, Pound se dedica durante páginas y páginas a pegar recortes de frases, de manera literal o casi, apoyándose en su gran facilidad para usar el verso libre. Algunos críticos, bien intencionados, han discutido sobre cuál sea el tema de esta inmensa obra, o bien su coherencia. Cuando esté puesta la última pieza, todo encajará, dijo Hemingway con verdadera amistad; otros sospecharon que era una huida hacia adelante. Un número grande de profesores y de poetas que juran sobre el tocho de los cantos sin haberlo leído (en el doble sentido del término) pone los ojos en blanco ante el nuevo traje del emperador. No hay por qué cerrar los ojos: Pound es autor de diez o doce poemas, contenidos en Personae, realmente memorables, un conjunto de traducciones que tampoco podemos separar de sus mejores y más personales logros, además de los fragmentos citados de su obra (pretendidamente) magna. No es necesario, pues, admirarlo por lo que no logró hacer. El citado canto CXVI resume, retomando Pound todos sus poderes de poeta, lo que fue su aventura: "La belleza no es locura/ Aunque yo esté rodeado por mis errores y mis ruinas". ~


Ezra Pound: santo laico, poeta loco

El escritor demostró desde el principio que su audacia literaria no tenía límites. Y su alma, entre el egocentrismo legendario y la generosidad sin límites, tuvo siempre dos vertientes: una le llevaba a la santidad; otra, a cometer cualquier bajeza

La mezcla de un santo laico y de un poeta loco da como resultado un profeta. Hubo uno que se llamó Ezra Pound. Nació por casualidad el 30 de octubre de 1885 en el poblado perdido de Hailey, en Idaho, profundo Oeste de Norteamérica, donde su padre fue a inspeccionar una mina de oro de su propiedad, pero a los seis meses lo devolvieron a Nueva York y allí paseó la adolescencia como un perro urbano sin collar ni gloria alguna. Se licenció en lenguas románicas por la Universidad de Pensilvania. Fue maestro de escuela, recusado muy pronto por raro. Tuvo una primera novia, Mary Moore, que un día le preguntó por su casa. Ezra contestó que su casa era solo su mochila y cargó con ella. Cuando su madre, Isabel Weston, abandonada por el marido, se recluyó en un asilo, el poeta, con 20 años, cogió los bártulos y se fue a Inglaterra en busca de los escritores y otros colegas que admiraba, Joyce, D. H. Lawrence, Eliot, Yeats, y compartió con ellos la admiración con la emulación, alimentado solo con patatas. Desde el principio demostró que su audacia literaria carecía de límites. Yeats le entregó unos poemas para que los mandara a la revista Poetry de Chicago y el joven discípulo se permitió corregirle algunos versos de propia mano antes de ponerlos en el correo. Después del ataque de cólera, Yeats admitió que las correcciones habían mejorado el original y añadió: "Ezra tiene una naturaleza áspera y testaruda, y siempre está hiriendo los sentimientos de las personas, pero creo que es un genio".
Se consideraba un hombre reducido a fragmentos e imaginaba el universo como un poema roto. Para recomponerlo lo reducía todo a poesía
"Tiene una naturaleza áspera y testaruda, y siempre está hiriendo los sentimientos de las personas, pero creo que es un genio", dijo Yeats
Parece que este zumbado vino al mundo, como los fieros catequistas, con el único propósito de hacer cambiar de opinión o de convencer de algo inútil a cuantos le rodeaban, siempre y en cualquier lugar, un empeño que estuvo a punto de llevarle ante el pelotón de fusilamiento. Fue uno de esos tipos que luchan denodadamente a lo largo de la vida para alcanzar el propio fracaso y no cesan de combatir hasta conseguirlo. Ezra Pound inició su aventura literaria en Londres, la siguió en el París de entreguerras, luego en Rapallo, después en el manicomio penitenciario de St. Isabel en Washington, donde estuvo condenado 12 años por traición a la patria, y finalmente entregó su alma atormentada en Venecia el 1 de noviembre de 1972.
La primera regla era hacerse notar, bien por la suprema actitud de desvivirse siempre por sus colegas, bien por cometer cualquier excentricidad que le hiciera visible en todo momento, entre aristócratas y bohemios. Durante un banquete en Londres en homenaje a D. H. Lawrence, sintió que Yeats estaba acaparando toda la atención. Para contrarrestar esta pequeña gloria, a la hora de los postres Ezra Pound se comió un tulipán rojo del ramo que adornaba la mesa y viendo que no era suficiente con uno se comió otro más y no cesó de comer flores hasta reclamar todas las miradas. Total para nada, pero al final en aquel banquete levantó una buena pieza, la que sería su mujer, Dorothy, hija de la aristócrata Olivia Shakespear, amante de Yeats.
Se consideraba un hombre reducido a fragmentos e imaginaba el universo como un poema roto. Para recomponerlo lo reducía todo a poesía, su propia vida, las noticias de los periódicos, los datos de la economía, los episodios de la Biblia, las cotizaciones de Wall Street, los partes meteorológicos, la filosofía de Lao Tse, el carro de la basura, la gloria de los griegos y todos los desechos de la historia. Metabolizaba textos ajenos, aspiraba el detritus que el ganado humano iba dejando a su paso y convertía cada mínimo excremento en una punta de diamante, como si recogiera todo el material que había quedado fuera de la Divina Comedia para someterlo a ritmo interno y forma libre.
Pero en medio de esta elevada vorágine del espíritu tuvo una bajada. Un día se hartó de ser pobre y volvió a Nueva York tentado por el dinero crudo. A medias con un socio tostado como él emprendió un negocio de medicamentos antisifilíticos para vendérselos a los ricachones de África. La ruina le llevó de nuevo a la poesía y esta al París del Barrio Latino, años veinte, y allí formó parte de la Generación Perdida en torno a la gallina clueca de Gertrude Stein y de la celeste librera Sylvia Beach, junto con Dos Passos, Scott Fitzgerald y la recua de pintores de Montparnasse. Aunque Hemingway había dicho que Ezra tenía ojos de violador fracasado, luego en 1925 escribió: "Pound, el gran poeta, dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad". De hecho Pound reunió el dinero que permitió a Joyce terminar el Ulises, aunque luego no pudiera soportar la fama que estaba acaparando el libro. Antes ya le había ayudado a publicar Retrato de artista adolescente por capítulos en la revista americana The Egoist.
Entre su egocentrismo legendario y la generosidad sin límites, el alma de Ezra Pound tuvo siempre dos vertientes: una le llevaba a la santidad; otra, a cometer cualquier bajeza. De la misma forma que no encontraba barrera alguna entre la prosa y el verso, tampoco distinguió el judaísmo de la usura y la estética fascista de la redención de la especie humana. Un día le dio por la economía y la política y la emprendió con ellas como un filósofo individualista, esteta desesperado, socialista aristocrático y anticapitalista. Había asistido a la marcha de Mussolini sobre Roma. Comenzó a clamar contra los que se lucraban con el trabajo ajeno, y su propia exaltación poética le llevó a atacar la plusvalía y los préstamos usureros que practicaban los judíos. De pronto, en 1939 se encontró ante un micrófono en Italia transmitiendo por Radio Roma alegatos fascistas contra su propio país, primero bajo su firma, luego con soflamas anónimas. Cuando el Ejército norteamericano invadió Italia, el poeta fue apresado y primero lo exhibieron públicamente en una jaula como a un mono durante varias semanas en Pisa. Después lo llevaron a Washington para ser juzgado como traidor a la patria. Los amigos le echaron una mano. Se prestaron a testificar que ya era un demente en Londres y en París. El juez asumió estos testimonios en su veredicto y lo salvó de morir fusilado a cambio de pasar 12 años encerrado en un manicomio. Y al final de esta condena un juez llamado Bolitha J. Laws, en 1958, lo volvió a declarar loco, pero inofensivo, y lo dejó en libertad, con la barba ya florida de ceniza. Y entonces Pound anunció: "Cualquier hombre que soporte vivir en Estados Unidos está loco" y se fue a Italia. Murió en Venecia a los 87 años en brazos de su hija. Poco antes se paseaba por el jardín entonando sus excelsos cantares rotos e inconexos como si aún estuviera exhibido en público como un mono en la jaula. En realidad solo fue un incendiario que trató de quemar el mundo con sus versos.
http://elpais.com/diario/2010/07/24/babelia/1279930366_850215.html





Tres poemas de Ezra Pound
 Traducción: Andrés A. Ugueruaga


“Simplemente quiero una nueva civilización...”. Vaya personalidad la del dueño de esta leyenda. Se trata de Ezra Pound: el poeta norteamericano que viajó a Europa para buscarse a sí mismo. El poeta que en la Italia del Duce se convirtió en “el fascista de izquierda”; fue la celebridad que ayudó a difundir los libros de James Joyce, y la de sus pares como Robert Frost, William Carlos Williams o Rabindranath Tagore, entre otros; también a poetas chinos como Li Po; el poeta de vanguardia por excelencia que quería traducir Horizon Carré de Vicente Huidobro.

Su producción como poeta ha sido vasta: Personae (1909), Provença (1910), Canzoni (1911), Sonetos y baladas de Guido Cavalcanti (1912), Cathay (1915), Lustra (1916) y Hugh Selwyn Mauberley (1920), Cantos pisanos (1949) y los Cantares (1956). Más allá de sus célebres y desacertadas preferencias políticas (las cuales le valieron un verdadero infierno), ¿cabe decir que su obra es la síntesis de muchos años de poesía, la depuración máxima tras siglos de labor, la síntesis de varias tradiciones, la depuración estilística al extremo? A menudo sus versos me hacen recordar las pretensiones de Joseph Joubert: dejar que sus nubes se amontonen y condensen. La univocidad, la precisión y la claridad como sus mayores rasgos, lejos de cualquier sentimentalism0. Como pocos ha revolucionado la poesía: condensó al máximo cada palabra, consiguió comunicarnos más mediante sus poemas, ha hecho hablar de alguna manera al silencio.


En su libro de ensayos El ABC de la lectura, fiel a su estilo, escribió: “La gran literatura es sencillamente el idioma cargado de sentido hasta el grado máximo (...). Empiezo con la poesía pues es la forma más concentrada de la expresión verbal”. He traducido algunos de sus poemas breves, en donde creo advertir sus piezas mejor logradas. Además de sus poesías, Pound nos ha dejado tres libros como ensayista: el ya citado El ABC de la lectura, El ABC de la economía y Cómo leer.

Ezra Loomis Pound nació en Hailey (Idaho) en 1885 y falleció en Venecia en 1972.


La chica
El árbol ha penetrado mis manos
La savia ha remontado mis brazos,
El árbol ha crecido en mi pecho
Hacia abajo,
Las ramas salen de mí, como brazos.
Árbol tú eres,
Musgo tú eres,
Eres las violetas con el viento encima de ellas.
Una chica —muy alta— tú eres,
Y todo esto es locura para el mundo.

The Girl
The tree has entered my hands,
The sap has ascended my arms,
The tree has grown in my breast —
Downward,
The branches grow out of me, like arms.
Tree you are,
Moss you are,
You are violets with wind above them.
A child —so high— you are,
And all this is folly to the world.


Una canción de progresiones
I
Descanso entre colores chinos
Porque pienso que el vidrio es vil

II
El viento se sacude sobre el centeno —
con un combate plateado,
Una escuálida guerra de metal.
He sabido de un redondel dorado
Lo he visto derretirse sobre mí
He conocido el sitio de piedras brillantes
El recinto de colores diáfanos.

III
¡Oh vidrio! ¡insidioso mal!, ¡Oh confusión de colores!
Oh luz encadenada y corrupta en espíritu de cautivo,
¿Por qué estoy inquieto? ¿Para qué fui tirado?
¿Por qué está tu brillo lleno de curiosa desconfianza?
Oh vidrio insidioso y tímido. ¡Oh explosivo oro!
Oh filamentos de ámbar, con dos caras tornasoladas.

A Song Of The Degrees
I
Rest me with Chinese colours,
For I think the glass is evil.

II
The wind moves above the wheat —
With a silver crashing,
A thin war of metal.
I have known the golden disc,
I have seen it melting above me.
I have known the stone-bright place,
The hall of clear colours.

III
O glass subtly evil, O confusion of colours!
O light bound and bent in, soul of the captive,
Why am I warned? Why am I sent away?
Why is your glitter full of curious mistrust?
O glass subtle and cunning, O powdery gold!
O filaments of amber, two-faced iridescence!


Griego
Vive en mí como las atmósferas inmortales
del desamparado viento, y no
Como temporales objetos que son —
el regocijo de las flores.
Me retienen en la fuerte soledad
de peñascos sin soles
Y de aguas grises.
Que los dioses nos hablen mansamente
En los días por venir,
Las sombrías flores del Orco
Te conmemoran.

Greek
Be in me as the eternal moods
of the bleak wind, and not
As transient things are —
gaiety of flowers.
Have me in the strong loneliness
of sunless cliffs
And of gray waters.
Let the gods speak softly of us
In days hereafter,
the shadowy flowers of Orcus
Remember thee.

 http://www.letralia.com/transletralia/pound/01.htm

7 POEMAS DE EZRA POUND



Francesca


Saliste de la noche
y había flores en tus manos,
ahora saldrás de una muchedumbre,
de un tumulto de dichos sobre vos.

Yo que te ví entre las cosas primordiales
me enojé cuando pronunciaron tu nombre
en lugares comunes.
Yo quisiera que las olas frías fluyeran en mi mente,
y que el mundo se secara como una hoja muerta,
o una semilla de diente de león y así fuese barrido,
para volver a encontrarte,
a solas.




Una chica

El árbol ha entrado por mis manos,
la savia ha subido por mis brazos,
el árbol ha crecido en mi pecho –
hacia abajo,
las ramas salen de mí, como brazos.

Árbol eres,
musgo eres,
y las violetas en el viento.
Un niña – tan alta- eres,
Y para el mundo todo esto es un delirio.




Δώρια 

Sé en mí como el ánimo eterno
del viento frío, y no
como las cosas efímeras—
regocijo de flores.
Tenme en la intensa soledad
de los riscos sin sol
y de las aguas grises.
Deja que los dioses hablen de nosotros en voz baja
de ahora en más,
y que las flores sombrías de Orco
te recuerden. 


*
 


Y los días no son tan plenos
Y las noches no son tan plenas
Y la vida se desliza como un ratón de campo
     Sin agitar la hierba.





Meditación

Cuando considero detenidamente las costumbres curiosas de los perros
me veo obligado a concluir
que el hombre es el animal superior

Cuando considero las costumbres curiosas de los hombres
te confieso, amigo, que estoy desconcertado.




El Encuentro

Mientras estuvieron hablando de la nueva moral
Sus ojos me exploraban.
Y cuando me levanté para irme
Sus dedos fueron como el tissue
de una servilleta de papel japonés.



Erat Hora

“Gracias, que sea lo que sea.” Y se volvió
y, como se desvanece un rayo de sol
sobre las flores suspendidas cuando el viento las mueve,
rápido se alejó de mí. No, sea lo que sea
una hora fue soleada y los dioses más altos
no pueden jactarse de mejor cosa
que de haber visto esa hora mientras pasó.

Descarga: Henry Miller - Nueva York ida y vuelta

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Descarga: Henry Miller - Nueva York ida y vuelta

Es verdaderamente fascinante cómo Henry Miller sabe crearse a voluntad el instrumento expresivo que se adapte con natural elasticidad a lo que tiene que decir en determinado momento. En este caso particular, el vehículo es una especie de carta-diario en la cual ha vertido torrencialmente de su memoria la sustancia vital o el costado insólito de una serie de experiencias cotidianas, vividas casi todas sobre el filo de la madrugada y en compañía de los más dispares, sórdidos o extraños personajes del secreto submundo neoyorquino. Miller es un hombre y un escritor impar, conectado a la vitalidad terrestre por varios cordones umbilicales y dotado de una percepción multifacetada pero justa, aunque nunca común, de los verdaderos valores existenciales de nuestro tiempo.

El descreído, insobornable autor de Trópico de Cáncer, Pesadilla de aire acondicionado, Nexus, Plexus, Sexus,Los libros de mi Vida y otras obras, tiene como permanentes compañeros de navegación, en Nueva York, ida y vuelta, los agridulces componentes de su intelecto: la ironía, la crítica implacable, el elogio generoso, el humor sin diques, el desprecio absoluto, la inocencia vital, el sarcasmo, la estremecida pero no sensiblera evocación de su juventud y sus luchas y, sobre todo, su indiscutible genio verbal. Así viaja en el «Champlain», de Nueva York a Europa, y absorbe tanto del aire del mar como de la respiración interior de los hombres y las cosas. Se siente un ser en marcha, al revés de ese neoyorkino que vive en una cadena de montaje, que tiene el mejor reloj, pero que ignora qué es el tiempo.

Miller ha dinamitado las bases del idioma meramente inteligible y lo ha trasmutado en material altamente comunicante. Es como él mismo dijo de su amigo Blaise Gondrars «un hombre realmente desplegado».

Christopher Hitchens - La religión como pecado original

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Christopher Hitchens - La religión como pecado original


En realidad, hay aspectos en los que la religión no solo es amoral, sino positivamente inmoral. Y estos delitos y faltas no deben buscarse en la conducta de sus fieles (que a veces puede ser ejemplar), sino en sus preceptos originales.

Estos delitos son los siguientes:

Presentar una imagen falsa del mundo para los ingenuos y los crédulos.

La doctrina del sacrificio de sangre.

La doctrina de la expiación.

La doctrina de la recompensa y/o el castigo eternos.

La imposición de tareas y normas imposibles.

Ya nos hemos ocupado del primer aspecto. Se sabe desde hace mucho tiempo que todos los mitos de creación de todos los pueblos son falsos, y que recientemente han sido sustituidos por explicaciones infinitamente superiores y más majestuosas. A su lista de disculpas, la religión debería añadir sencillamente una disculpa por endilgar parches artificiales y mitos populares a las personas confiadas y por tardar tanto tiempo en reconocer que lo habían hecho. Se percibe cierta reticencia para hacer este reconocimiento, puesto que podría hacer estallar la visión del mundo religiosa en su conjunto; pero cuanto más se demore, más abyecta será la negación.

Sacrificios de sangre
 
Antes de que apareciera el monoteísmo, los altares de la sociedad primitiva apestaban a sangre, gran parte de ella humana y alguna incluso infantil. La sed de ella, al menos en su variante animal, todavía nos acompaña. Los judíos devotos intentan criar actualmente la «vaca roja» pura e inmaculada que se menciona en el capítulo 19 del libro de Números, la cual, si se sacrifica de nuevo siguiendo el ritual preciso y meticuloso, provocará el regreso de los sacrificios humanos en el Tercer Templo y acelerará el fin de los tiempos y la llegada del Mesías. Tal vez esto parezca sencillamente absurdo, pero mientras escribo estas palabras un grupo de agricultores cristianos obsesionados con esta idea trata de ayudar a sus colegas fundamentalistas empleando técnicas de cría especiales (prestadas o robadas de la ciencia moderna) para criar una bestial «Vaca Roja» en Nebraska. Mientras tanto, en Israel los judíos fanáticos de la Biblia también intentan criar en una «burbuja» pura y libre de contaminación un niño que cuando alcance la mayoría de edad tendrá el privilegio de degollar a esa vaca. En condiciones ideales, esto debería llevarse a cabo en la Explanada de las Mezquitas, la inoportuna sede de los santos lugares musulmanes; pero, en todo caso, el auténtico lugar en el que supuestamente Abraham blandió el cuchillo sobre el cuerpo vivo de su propio hijo. En el mundo cristiano y musulmán se producen otros degollamientos y destripamientos sacramentales a diario, ya sea para celebrar la Pascua o la fiesta del Eid.

Esta última, que alaba la disposición de Abraham para realizar el sacrificio humano de su hijo, es común a todos los monoteísmos y proviene de sus antepasados primitivos. No hay forma de suavizar el evidente sentido de esta escalofriante historia. El preludio tiene que ver con una serie de vilezas y decepciones, desde la seducción de Lot por parte de sus hijas hasta el matrimonio de Abraham con su hermanastra, el nacimiento de Isaac de Sara cuando Abraham tenía cien años y muchos otros delitos y faltas toscos e increíbles. Afligido tal vez por los remordimientos, pero en todo caso creyendo seguir los dictados de dios, Abraham se aviene a asesinar a su hijo. Recoge las astillas, tiende al muchacho atado sobre ellas (mostrando así que conocía el procedimiento) y toma el cuchillo para matar al chico como a un animal. En el último instante posible, su mano se detiene; no ha sido dios, según parece, sino un ángel, y desde las nubes se le alaba por demostrar su inquebrantable disposición para asesinar a un inocente con el fin de expiar sus pecados. En recompensa a su fidelidad, se le augura una larga posteridad en la abundancia.

No mucho después de esto (aunque la narración del Génesis no resulta muy ilustrativa en lo tocante al tiempo) fallecía su esposa Sara a la edad de ciento veintisiete años, y su respetuoso marido encuentra una sepultura para ella en una cueva de la ciudad de Hebrón. Habiéndola sobrevivido hasta alcanzar la excelente edad de ciento setenta y cinco años, y tras haber engendrado mientras tanto a otros seis hijos, Abraham es enterrado finalmente en la misma cueva. Hasta el día de hoy, las personas religiosas se matan entre sí y matan a los hijos de los demás por el derecho a la propiedad exclusiva de este agujero ilocalizable e imposible de identificar en una montaña.

Durante la revuelta árabe de 1929 hubo una terrible matanza en la que fueron asesinados sesenta y siete judíos residentes en Hebrón. Muchos de ellos eran lubavitchers, que consideran que todos los no judíos son inferiores desde el punto de vista racial, y que se habían trasladado a Hebrón porque creían en el mito del Génesis, si bien esto no es excusa para el pogromo. La ciudad, que hasta 1967 se encontraba al otro lado de la frontera de Israel, fue tomada aquel año a bombo y platillo por las fuerzas israelíes e incorporada al territorio de Cisjordania. Los colonos judíos bajo la dirección de un rabino particularmente violento y repelente llamado Moshe Levinger empezaron a «regresar» y a construir en lo alto de la ciudad una fortificación llamada Kiryat Arba, así como algunos asentamientos más reducidos en su interior. Entre los habitantes principalmente árabes, los musulmanes siguieron afirmando que el meritorio Abraham se había mostrado dispuesto a asesinar de verdad a su hijo, pero tan solo por su religión, y no por la de los judíos. Esto es lo que significa «sumisión». Cuando visité aquel lugar descubrí que la supuesta gruta de los Patriarcas o cueva de Machpela contaba con accesos independientes y lugares de oración separados para los dos grupos en liza que reclamaban el derecho a conmemorar esta atrocidad en su propio nombre.

Poco antes de mi llegada se había cometido otra atrocidad. Un fanático doctor israelí llamado Baruch Goldstein había entrado en la cueva y, tras descolgarse el arma automática que se le había permitido portar la descargó sobre la congregación musulmana. Mató a veintisiete feligreses e hirió a otros muchos antes de ser aplastado y morir apaleado. Resultaba que muchas personas ya sabían que el doctor Goldstein era peligroso. Mientras sirvió como médico en el ejército israelí había anunciado que no trataría a pacientes no judíos, como los árabes israelíes, sobre todo en sabbat. Según parece, muchos tribunales religiosos israelíes han confirmado que al negarse a hacerlo estaba obedeciendo la ley rabínica; de manera que un modo sencillo de descubrir a un asesino inhumano era apreciar que le guiaba un respeto sincero y literal a las instrucciones divinas. Desde entonces, los judíos más obstinadamente observantes han levantado santuarios en su nombre; y de los rabinos que condenaron su acción no todos lo hicieron en términos inequívocos. La maldición de Abraham continúa envenenando Hebrón, pero el mandato divino de realizar sacrificios de sangre envenena toda nuestra civilización.

Expiación

Los sacrificios humanos anteriores, como los de los aztecas u otras ceremonias que nos repugnan, eran habituales en el mundo antiguo y adoptaban la forma de asesinato propiciatorio. Se suponía que la ofrenda de una virgen, de un niño o de un prisionero aplacaba a los dioses; una vez más, no es muy buena publicidad de las cualidades morales de la religión. El «martirio» o sacrificio deliberado de uno mismo puede considerarse bajo un prisma ligeramente distinto, si bien en la India los británicos lo castigaban tanto por razones imperiales como cristianas cuando lo practicaban los hinduistas en forma de suttee o «suicidio» insinuado con persistencia a las viudas. Los «mártires» que en un acto de exaltación religiosa desean matar a otros además de a sí mismos reciben una consideración muy distinta: el islam se opone abiertamente al suicidio per se, pero parece no poder decidir si debe condenar o recomendar la acción de un shahid valiente.

De todos modos, la idea de expiación vicaria como las que tanto perturbaron incluso a C. S. Lewis representa un refinamiento adicional de la antigua superstición. De nuevo nos encontramos a un padre manifestando su amor por someter a un hijo a la muerte mediante tormento, pero en esta ocasión el padre no trata de impresionar a dios. Es dios, y trata de impresionar a los seres humanos. Formúlese usted la pregunta: ¿qué moral subyace a lo siguiente? Me hablan de un sacrificio humano que tuvo lugar hace dos mil años, sin que fuera mi deseo y en unas circunstancias tan horrendas que, en caso de haber estado presente y haber podido ejercer alguna influencia, me habría sentido obligado a tratar de impedirlo. Como consecuencia de este crimen, mis múltiples pecados son perdonados y puedo esperar gozar de vida eterna.

De momento pasemos por alto todas las contradicciones entre las narraciones del episodio original y supongamos que es esencialmente cierto. ¿Qué consecuencias tiene? No son tan tranquilizadoras como aparentan ser a primera vista. Para empezar, para poder obtener el beneficio de esta maravillosa ofrenda tengo que aceptar que soy responsable de los azotes, las burlas y la crucifixión, algo en lo que no tuve arte ni parte, y aceptar que cada vez que declino esta responsabilidad, o que peco de palabra u obra, incremento la agonía del mismo. Además, se me exige que crea que la agonía era necesaria con el fin de compensar un delito anterior en el que tampoco tomé parte: el pecado de Adán. Es inútil objetar que Adán parece haber sido creado con una insatisfacción y curiosidad insaciables y que después se le prohíbe saciarlas: todo esto se dispuso mucho antes de que el propio Jesús hubiera nacido. Por consiguiente, mi culpa en el asunto se considera «original» e ineludible. No obstante, se me asigna en todo caso una voluntad libre con la que rechazar la oferta de la redención vicaria. Sin embargo, en caso de que haga valer esta opción debo afrontar una eternidad de tormentos mucho más atroces que cualquiera de los sufridos en el Calvario, o que cualquiera de aquellos otros con los que se amenazó a los primeros que escucharon los Diez Mandamientos.

El relato no se vuelve más fácil de seguir por el hecho de descubrir necesariamente que Jesús deseaba y tenía que morir, o que acudió a Jerusalén en Pascua con el fin de hacerlo, o que todos los que participaron en su asesinato estaban haciendo la voluntad de dios sin saberlo y cumpliendo antiguas profecías. (En ausencia de la versión gnóstica, esto convierte en algo lamentablemente inexplicable que Judas, que se supone que llevó a cabo el acto curiosamente redundante de identificar a un predicador muy famoso ante aquellos que llevaban buscándolo mucho tiempo, sufriera semejante oprobio. Sin él, no habría habido ningún «Viernes Santo», que es como los cristianos lo llaman con ingenuidad incluso cuando no tienen un ánimo vengativo.)

Hay una acusación (presente solo en uno de los cuatro evangelios) de que los judíos que condenaron a Jesús pidieron que su sangre recayera «sobre sus cabezas» durante las futuras generaciones. No es un problema que afecte solo a los judíos o a los católicos preocupados por la historia del antisemitismo cristiano. Supongamos que el sanedrín judío hubiera hecho realmente ese llamamiento, como Maimónides pensaba que hizo y debía hacer. ¿Cómo podría mantenerse de algún modo vinculado a las futuras generaciones? Recordemos que el Vaticano no afirmó que fueran algunos judíos los que mataron a Cristo, sino que quienes habían ordenado su muerte fueron los judíos y que el pueblo judío en su conjunto era portador de una responsabilidad colectiva. Parece estrafalario que la Iglesia no consiguiera abandonar la acusación de «deicidio» judío generalizado hasta hace muy poco. Pero la clave de su reticencia puede encontrarse con facilidad. Si se reconoce que los descendientes de los judíos no están implicados, resulta muy duro sostener que cualquier otra persona que no estuviera allí presente tampoco estaba implicada. Como suele suceder, una grieta en el tejido amenaza con romper toda la tela (o en convertirla en algo tejido y fabricado sencillamente por el hombre, como la vergüenza del sudario de Turín). En resumen: la colectivización de la culpa es intrínsecamente inmoral, como la religión se ha visto obligada a reconocer de vez en cuando.

El castigo eterno y las tareas imposibles

Cuando era niño, el episodio del huerto de Getsemaní del Evangelio me atraía mucho porque su «irrupción» en la acción y su llanto humano hacía que me preguntara si algo de aquel fabuloso drama podía ser al fin y al cabo cierto. Jesús pregunta de hecho. «¿ Tengo que seguir con esto?». Es una pregunta impresionante e inolvidable y hace mucho que decidí que de buena gana apostaría mi alma por la idea de que la única respuesta correcta a ella es «no». No podemos esperar, como si fuéramos campesinos atemorizados de la Antigüedad, cargar todos nuestros delitos en un chivo inocente y después arrojar al desventurado animal al desierto. Hay una expresión cotidiana bastante sensata que trata con desprecio la idea de ser un «chivo expiatorio». Y la religión nos convierte de forma muy acusada en chivos expiatorios. Yo pago tus deudas, amor mío, si tú has sido imprudente; y si yo fuera un héroe como Sidney Cartón en Historia de dos ciudades podría incluso cumplir tu condena u ocupar tu lugar en el patíbulo. Ningún hombre experimenta amor tan grande. Pero no puedo absolverte de tus responsabilidades. Sería inmoral por mi parte ofrecerlo e inmoral por tu parte aceptarlo. Y si se nos hace esa misma oferta desde otra época y otro mundo, a través de intermediarios y acompañada de incentivos, pierde toda su grandeza y se degrada en fantasias ilusorias o, peor aún, en una combinación de chantaje y soborno.

Blaise Pascal, cuya teología no carece de cierta sordidez, dejó incómodamente patente que todo esto era una degeneración absoluta rayana en el mero regateo. Su famosa «apuesta» lo plantea de forma un tanto charlatana: ¿qué tiene uno que perder? Si uno cree en él y se equivoca, ¿qué más da? En una ocasión escribí una réplica a este astuto texto de cobertura de apuestas que adoptaba dos formas. La primera era una versión de la hipotética respuesta de Bertrand Russell a una pregunta también hipotética: ¿qué diría usted si muriera y fuera llevado ante su Creador? ¿Cuál sería su respuesta? «Yo diría, ¡Oh Dios!, no nos diste suficientes pruebas». Mi respuesta: Imponderable señor, en virtud de parte de la fama que se te atribuye, no de toda, supongo que preferirías a un no creyente honrado y convencido antes que el fingimiento hipócrita e interesado de una fe falsa o los humeantes tributos de unos altares sangrientos. Pero no estaría tan seguro.

Pascal me recuerda a los hipócritas y los impostores que abundan en la racionalización talmúdica judía. No realices ningún trabajo el sabbat, pero paga a algún otro para que lo haga. Si uno obedece la letra de la ley, ¿a quién le importa? El Dalai Lama nos dice que se puede visitar a una prostituta siempre que sea otro el que la pague. Los musulmanes chiíes ofrecen «matrimonios temporales» vendiendo a los hombres la autorización para tomar una esposa durante una o dos horas profesando los votos habituales para después divorciarse de ella cuando han terminado. La mitad de los espléndidos edificios de Roma jamás se habrían erigido si la venta de indulgencias no hubiera sido tan lucrativa: la propia basilica de San Pedro se financió mediante una única ofrenda especial de este tipo. El actual Papa, el otrora Joseph Ratzinger, atrajo hace poco a los jóvenes católicos a un festival ofreciendo a quienes asistieran cierta «remisión del pecado».

Este patético espectáculo moral no sería necesario si las reglas originales fueran tales que se pudieran obedecer. Pero a los edictos totalitarios que comienzan con la revelación emanada de una autoridad absoluta, se imponen mediante el miedo y se fundan en un pecado que habría sido cometido hace mucho tiempo, se suman normas que a menudo son inmorales e imposibles al mismo tiempo. El principio esencial del totalitarismo consiste en promulgar leyes que sean imposibles de obedecer. La tiranía resultante es aún más impresionante si puede imponerse mediante una casta o partido privilegiado que vigila con mucho celo la detección del error. A lo largo de su historia la mayor parte de la humanidad ha vivido bajo una u otra modalidad de esta estupefaciente dictadura y una gran parte de ella todavía continúa viviendo así. Permítaseme aportar unos cuantos ejemplos de reglas que deben pero no pueden obedecerse.

El mandamiento del Sinaí que prohibía a las personas pensar siquiera en codiciar bienes constituye el primer indicio. El Nuevo Testamento vuelve a hacerse eco de él en el mandamiento que afirma que un hombre que piensa en una mujer de forma incorrecta ya ha cometido realmente adulterio. Y es casi igualado por la actual prohibición musulmana, y anteriormente cristiana, que impide prestar dinero obteniendo un interés. Todos ellos, en sus diferentes formas, tratan de imponer restricciones imposibles sobre la iniciativa humana. Solo pueden cumplirse de una de dos maneras posibles. La primera es mediante el azote y la mortificación continuos de la carne acompañados por una incesante lucha con los pensamientos «impuros», que se hacen realidad en cuanto son nombrados, o incluso imaginados. De ello se derivan confesiones histéricas de culpa, falsos propósitos de enmienda y sonoras y violentas denuncias de otros pecadores y reincidentes: un estado policial espiritual. La segunda solución es la hipocresía organizada, donde se rebautiza a los alimentos prohibidos con el nombre de otra cosa, o donde una donación a las autoridades religiosas sirve para alquilar un reservado, o donde la ostentación de la ortodoxia servirá para comprar algo de tiempo, o donde el dinero se puede ingresar en una cuenta y después recuperarse en otra, tal vez con un ligero incremento porcentual y de forma no usurera. A esto podríamos denominarlo «república bananera espiritual». Muchas teocracias, desde la Roma medieval hasta la actual Arabia Saudí wahabí, han conseguido ser al mismo tiempo estados policiales espirituales y repúblicas bananeras espirituales.

Esta objeción sirve incluso para algunos de los preceptos más nobles y fundamentales. La orden «Ama a tu prójimo» es dulce y sin embargo severa: es un recordatorio de nuestras obligaciones para con los demás. La orden «ama a tu prójimo como a ti mismo» es demasiado radical y demasiado enérgica para poder obedecerla, como también lo es la instrucción muy difícil de interpretar de amar a los demás «como yo os he amado». La constitución de los seres humanos impide que se preocupen por los demás tanto como por ellos mismos: eso sencillamente no se puede hacer (como cualquier «creador» inteligente habría comprendido muy bien tras estudiar su propio diseño). Instar a los seres humanos a ser sobrehumanos so pena de muerte y tortura es instar a una terrible autodegradación y al reiterado e inevitable fracaso a la hora de respetar las reglas. ¡Menuda mueca burlona, además, en el rostro de quienes aceptan los donativos en efectivo que se hacen para sustituirlo! La denominada Regla de Oro, a veces identificada innecesariamente con una leyenda popular sobre el rabino Hillel de Babilonia, simplemente nos anima a tratar a los demás como hubiéramos deseado que nos trataran ellos. Este precepto sobrio y racional que podemos enseñar a cualquier niño con su innato sentido de la justicia (y que es anterior a todas las «bienaventuranzas» y parábolas de Jesús) queda perfectamente al alcance de cualquier ateo y cuando se infringe no exige masoquismo e histeria, ni sadismo e histeria. Se aprende de forma gradual, integrada en la lenta y dolorosa evolución de la especie y, una vez captado, jamás se olvida. Bastará la conciencia ordinaria sin necesidad de que lo respalde ninguna cólera celestial.

Por lo que se refiere a las normas más fundamentales, solo es preciso consultar una vez más el argumento del diseño. La gente desea enriquecerse y prosperar, y aunque pueden muy bien prestar o incluso regalar dinero a algún amigo o pariente que lo necesite y no pedir a cambio nada más que se lo devuelvan en algún momento o que les den las gracias, no adelantarán dinero a un absoluto desconocido sin esperar algún interés a cambio. Por una bonita casualidad, la codicia y la avaricia son los acicates del desarrollo económico. Nadie que haya estudiado este tema desde David Ricardo hasta Karl Marx o Adam Smith ha dejado de ser consciente de este hecho. «No es la benevolencia» del panadero, señalaba Smith con su sagaz estilo escocés, la que nos procura el pan nuestro de cada día, sino su propio interés por cocerlo y venderlo. En cualquier caso, podemos optar por ser altruistas (lo que quiera que esto signifique), pero por definición no se nos puede obligar a ser altruistas. Tal vez fuéramos mejores mamíferos si no estuviéramos «hechos» así, pero nada puede ser sin duda más absurdo que tener un «creador» que luego te prohíbe el instinto que él mismo instiló en ti.

«Libre albedrío», responden los casuistas. Tampoco hay que obedecer las leyes que prohíben el asesinato o el robo. Bueno, uno puede estar genéticamente programado para hacer gala de determinadas dosis de agresividad, odio y gula, y no obstante también lo bastante evolucionado para tener cautela antes de dejarse llevar por cualquier impulso. Si nos entregáramos siempre a todos y cada uno de nuestros instintos más básicos, la civilización habría sido imposible y no existiría escritura con la que proseguir esta discusión. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que un ser humano, hombre o mujer, de pie o tumbado, ve que su mano llega justo hasta los genitales. Resulta útil sin duda para protegerse de agresores primitivos una vez que nuestros antepasados decidieron asumir el riesgo de ponerse en pie y exponer sus vísceras a las agresiones, y es al mismo tiempo un privilegio y una provocación negada a la mayoría de los cuadrúpedos (algunos de los cuales pueden compensarlo aproximando el hocico al mismo lugar al que nosotros podemos llegar con los dedos y las palmas de las manos). Ahora bien: ¿quién concibió la regla de que esta fácil aposición entre lo manual y lo genital estuviera prohibida, incluso como pensamiento? Por decirlo más claramente, ¿quién ordenó que se debe tocar (por otros motivos que no tengan nada que ver con el sexo ni la reproducción) pero también que no se debe? Ni siquiera parece haber aquí ninguna auténtica autoridad de las escrituras, y sin embargo casi todas las religiones han convertido esta prohibición en algo casi absoluto.

Podríamos escribir todo un libro dedicado únicamente a la grotesca historia de la religión y el sexo y al sagrado pánico al acto procreador y a los impulsos y necesidades asociados a él, desde la emisión de semen hasta la efusión de sangre menstrual. Pero un modo adecuado de condensar toda esta fascinante historia puede ser formular una única pregunta provocativa.


En Dios no es bueno

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Esta revolucionaria obra ha inspirado un movimiento mundial de defensa de los derechos de los animales que aspira a transformar nuestra actitud y eliminar la crueldad que se les inflige. Peter Singer niega el «especismo», es decir, la creencia de que la especie humana es superior a todas las demás. Expone la escalofriante realidad de las granjas y los procedimientos de experimentación, destrozando las justificaciones que los defienden y ofreciendo alternativas a un dilema moral, social y medioambiental.

"Las maravillas de Walter Benjamin" por Coetzee.

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Coetzee. 

Publicado por Sefarad Editores.

La historia es ya tan conocida que apenas hace falta contarla de nuevo. El escenario es la frontera franco-española; el año, 1940. Walter Benjamin, huyendo de la Francia ocupada, se presenta a la esposa de un tal Fittko, a quien ha conocido en un campo de internamiento. Tiene entendido que Frau Fittko podrá guiarlos a él y a sus compañeros al otro lado de los Pirineos, a la España neutral. Frau Fittko le lleva en un viaje para comprobar cuáles son las mejores rutas; él lleva una pesada cartera. ¿Es realmente necesaria la cartera?, pregunta ella. Contiene un manuscrito, replica Benjamin, «no puedo arriesgarme a perderlo. Hay que salvarlo. Es más importante que yo».
 
Al día siguiente cruzan las montañas, y Benjamin ha de pararse cada pocos minutos por su débil corazón. En la frontera les dan el alto. Sus papeles no están en orden, dicen los policías españoles; deben regresar a Francia. Desesperado, Benjamin toma una sobredosis de morfina. La policía hace un inventario de las pertenencias del muerto. En ese inventario no se registra ningún manuscrito.

Lo que había en la maleta y dónde fue a parar es algo que sólo podemos suponer. El amigo de Benjamin Gershom Scholem insinuó que se trataba de la última revisión de su obra inconclusa, Passagen-Werk, conocida en inglés como el Arcades Project [Proyecto de los pasajes]. («A los grandes escritores», escribió Benjamin, «las obras terminadas les resultan más ligeras que aquellos fragmentos sobre los que llevan toda la vida trabajando»). Con su heroico aunque fútil esfuerzo por salvar su manuscrito del fuego del fascismo y llevarlo a lo que él considera la seguridad de España, y de ahí a Estados Unidos, Benjamin se convierte en un símbolo del erudito de nuestros tiempos.

La anécdota tiene un sesgo feliz. Un amigo de Benjamin, Georges Bataille, había escondido en la Bibliothèque Nationale una copia del manuscrito. Recuperada después de la guerra, se publicó en 1982 en su forma original, es decir, en alemán, con enormes trozos en francés. Y ahora que tenemos la obra magna de Benjamin traducida al inglés, por Howard Elland y Kevin McLaughlin, estamos al menos en condiciones de hacer la pregunta de por qué tanto interés por un tratado sobre las tiendas de la Francia del siglo XIX.

Benjamin nació en 1892 en Berlín, en el seno de una familia judía integrada. Su padre era un próspero subastador de arte que había hecho también inversiones inmobiliarias; los Benjamin eran, según todos los criterios, acomodados. Tras una niñez enfermiza y protegida, a Benjamin lo enviaron a los 12 años a un internado progresista en el campo, y allí se dejó influir por uno de los directores, Gustav Wyneken. Durante años, después de dejar el colegio, siguió participando activamente en el movimiento juvenil antiautoritario y partidario de la vuelta a la naturaleza de Wyneken; rompió con él sólo después de que éste se mostrase partidario de la I Guerra Mundial.

En 1912 Benjamin se matriculó como estudiante de Filología en la Universidad de Friburgo . Considerando que el entorno intelectual no era de su gusto, se dedicó a promover la reforma educativa. Cuando estalló la guerra, eludió el servicio militar, primero fingiéndose enfermo y después trasladándose a la neutral Suiza. Allí permaneció hasta 1920, leyendo filosofía y trabajando en una tesis doctoral para la Universidad de Berna. Su esposa se quejaba de que no tenían vida social.

Benjamin se sentía atraído por las universidades, señaló su amigo Theodor Adorno, de la misma forma que a Kafka le atraían las compañías de seguros. A pesar de los recelos, siguió los pasos requeridos para obtener la Habilitation (el doctorado superior) que le permitiese convertirse en profesor, y, en 1925, envió su tesis sobre el teatro alemán del Barroco a la Universidad de Fráncfort. Sorprendentemente, la tesis no fue aceptada. Caía en los intersticios entre la literatura y la filosofía, y Benjamin carecía de mecenas académico dispuesto a favorecer su causa.

Tras fracasar en sus planes, se ganó la vida como traductor, cronista de radio y periodista independiente. Entre sus encargos se encontró la traducción de Á la recherche de Proust; tradujo tres de los siete volúmenes.

En 1924 Benjamin visitó Capri, en aquel momento un lugar de veraneo favorito de los intelectuales alemanes. Allí conoció a Asja Lacis, directora de teatro de Latvia y comunista convencida. El encuentro fue decisivo. «Cada vez que he experimentado un gran amor, he experimentado un cambio tan fundamental que me ha hecho asombrarme de mí mismo», escribió posteriormente. «Un amor verdadero me hace parecerme a la mujer que quiero». En este caso, la transformación supuso el cambio de dirección política. «La senda del pensamiento de los progresistas que conservan el juicio conduce a Moscú, no a Palestina», le dijo Lacis drásticamente. Era necesario abandonar todos los rastros de idealismo de su pensamiento, por no decir nada de su coqueteo con el sionismo. Su mejor amigo, Scholem, ya había emigrado a Palestina, y esperaba que Benjamin le siguiera. Benjamin encontró una excusa para no ir; y siguió poniendo excusas hasta el final.

Comprender Moscú

En 1926 viajó a Moscú para una cita con Lacis. Ésta no le recibió con los brazos abiertos (estaba con otro hombre); en el relato que Benjamin hace de la visita, plantea por una parte su infeliz estado de ánimo, así como la cuestión de si debería unirse al Partido Comunista y someterse a la línea del partido. Dos años más tarde ambos se reunieron brevemente en Berlín; vivieron juntos y asistieron a reuniones de la Liga de Escritores Proletarios Revolucionarios. La relación precipitó los trámites del divorcio, en los que Benjamin se comportó con notable mezquindad con su esposa.

En el viaje a Moscú, Benjamin llevó un diario que más tarde revisó para su publicación. El autor no hablaba ruso. En lugar de recurrir a intérpretes, intentó comprender Moscú desde el exterior -lo que él posteriormente denominaría método fisonómico- intentando evitar la abstracción o el juicio, presentando la ciudad de tal forma que «toda objetividad es ya teoría» (la frase es de Goethe).

Algunas de las afirmaciones de Benjamin sobre el experimento «histórico mundial» que en su opinión se estaba llevando a cabo en la URSS parecen ahora ingenuas. Sin embargo, su capacidad de observación sigue siendo aguda. Muchos nuevos moscovitas son todavía campesinos, observa, que viven vidas de aldea, según el ritmo de las aldeas; las distinciones de clase quizá se hayan abolido, pero dentro del partido se está desarrollando un nuevo sistema de castas. Una escena de un mercadillo capta la humilde situación de la religión: un icono en venta, entre dos retratos de Lenin, «como un prisionero entre dos policías».

Aunque Asja Lacis es una presencia constante en el fondo del Diario de Moscú, y aunque Benjamin insinúa que sus relaciones sexuales eran problemáticas, nos da poca idea del aspecto físico de ella. Como escritor, Benjamin carecía del don de evocar a otras personas. En los escritos de Lacis obtenemos una impresión mucho más viva de Benjamin: sus gafas como pequeños focos, sus manos torpes.

Durante el resto de su vida, Benjamin se consideró a sí mismo comunista o partidario del comunismo. ¿Fue realmente profundo este romance con el comunismo?

Años después de conocer a Lacis, Benjamin repetía las verdades marxistas -«la burguesía... está condenada a perecer debido a las contradicciones internas que la aquejan y que se volverán mortales según se vayan desarrollando»- sin haber leído a Marx. «Burgués» siguió siendo su insulto para un estado de ánimo ­materialista, carente de curiosidad, egoísta, orgulloso, y sobre todo, ridículamente satisfecho de sí mismo­ al que era visceralmente hostil. Proclamarse comunista era un acto de elección de bando, moral e históricamente, contra la burguesía y contra sus propios orígenes burgueses. «Hay algo... que nunca se puede reparar: el no haber escapado de los padres de uno», escribe en Dirección única, la colección de anotaciones de diario, recuerdos de sueños, aforismos, mini ensayos, y observaciones mordaces sobre la Alemania de Weimar con la que se anunció en 1928 como intelectual independiente. El no haber escapado lo bastante pronto significaba que estaba condenado a escapar de Emil y Paula Benjamin durante el resto de su vida: al reaccionar contra la obsesión de sus padres por integrarse en la clase media alemana, se parecía a muchos judíos alemanes de su generación, incluido Kafka. Lo que preocupaba a sus amigos era que el marxismo de Benjamin parecía un tanto forzado, algo meramente reactivo.

Resulta deprimente leer sus primeras incursiones en el discurso de la izquierda. Hay un deslizamiento hacia lo que sólo se puede denominar estupidez voluntaria cuando elogia a Lenin (cuyas cartas tienen «la dulzura de la gran épica», dice en un artículo no reimpreso por los editores de Harvard), o cuando ensaya los penosos eufemismos del partido: «El comunismo no es radical. Por lo tanto, no tiene intención de abolir sin más las relaciones de familia. Simplemente las pone a prueba para determinar su capacidad de cambio. Se pregunta a sí mismo: ¿es posible desmantelar a la familia para poder dar a sus componentes una nueva función social?»

Estas palabras estaban incluidas en una reseña sobre una obra de teatro de Bertolt Brecht, a quien Benjamin conoció por Lacis y cuya «tosca forma de pensar», libre de detalles burgueses, atrajo a Benjamin durante un tiempo. «Esta calle lleva el nombre de Asja Lacis, en honor a aquélla que, como un ingeniero, la trazó en el autor», dice la dedicatoria de Dirección única. Se supone que la comparación es un cumplido. El ingeniero es el hombre o la mujer del futuro, aquél que, impaciente con la palabrería, armado de conocimiento práctico, actúa de una manera decisiva para cambiar el paisaje. (También Stalin admiraba a los ingenieros. Desde su punto de vista, los escritores debían convertirse en ingenieros del alma humana, con lo cual se refería a que debían aplicarse a la tarea de «buscar una nueva función»).

De las obras más conocidas de Benjamin, El autor como productor (1934) es la que más claramente muestra la influencia de Brecht. Lo que se plantea es la antigua cuestión de la estética marxista: ¿qué es más importante, la forma o el contenido? Benjamin propone que una obra literaria «sólo será políticamente correcta si es también literariamente correcta». El autor como productor es una defensa del ala izquierda de la vanguardia modernista, para él tipificada en el surrealismo, contra la actitud del Partido Comunista respecto a la literatura, y su tendencia a las historias realistas y comprensibles, con un fuerte sesgo progresista. Para presentar su causa, Benjamin se siente obligado de nuevo a apelar a la fascinación de la ingeniería: el escritor, como el ingeniero, es un especialista técnico, y debería concedérsele voz en asuntos técnicos.

La argumentación en este nivel tan elemental no le resultaba fácil a Benjamin. ¿Acaso su fe en el partido no le causaba incomodidad en un momento en el que la persecución de Stalin a los artistas estaba en pleno apogeo? (La propia Asja Lacis se convertiría en una de las víctimas de Stalin, y pasó años en un campo de trabajo). Una breve pieza del mismo año, 1934, quizá nos dé una clave. En ella Benjamin se burla de los intelectuales que «convierten en una cuestión de honor el ser ellos mismos en cualquier asunto», negándose a comprender que para tener éxito tienen que presentar diferentes caras ante diferentes públicos. Son, dice, como un carnicero que se negase a cortar un esqueleto, insistiendo en venderlo completo.

¿Cómo se interpreta esto? ¿Está Benjamin elogiando irónicamente la integridad intelectual pasada de moda? ¿Está presentando una velada confesión de que él, Walter Benjamin, no es lo que parece ser? ¿Está intentando explicar de forma práctica, si bien amarga, la vida del escritor de poca monta? Una carta a Scholem (a quien, sin embargo, no siempre contaba toda la verdad) sugiere esta última interpretación. Aquí Benjamin defiende su comunismo como «el intento obvio y razonado de un hombre completamente, o casi completamente, privado de medios de producción para proclamar su derecho a ellos». En otras palabras, sigue al Partido Comunista por la misma razón por la que debería seguirlo cualquier proletario: porque redunda en su beneficio material.

Los nazis llegan al poder

Cuando los nazis llegaron al poder, muchos conocidos de Benjamin, incluido Brecht, habían comprendido la situación y emprendido la huida. Benjamin, que en cualquier caso llevaba años sintiéndose fuera de lugar en Alemania, y pasaba temporadas en Francia e Ibiza siempre que podía, pronto los siguió. (Su hermano menor, Georg, fue menos prudente: arrestado por actividades políticas en 1934, pereció en Mauthausen en 1942). Se instaló en París, donde vivió una precaria existencia publicando colaboraciones en los periódicos alemanes bajo seudónimos que sonaban a arios (Detlef Holz, K. A. Stempflinger), o viviendo de las dádivas. Con el estallido de la guerra, se encontró internado como un enemigo extranjero. Liberado gracias a los esfuerzos del PEN francés, hizo enseguida gestiones para huir a Estados Unidos, e inició su fatal viaje a la frontera española.

Las más interesantes reflexiones de Benjamin sobre el fascismo, el enemigo que lo privó de un hogar y una carrera y en última instancia lo mató, abarcan el medio que éste utilizaba para venderse al pueblo alemán: transformándose en teatro. Estas reflexiones se expresan más plenamente en La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica (1936), pero ya asoman en 1930 en una reseña del libro La guerra y los guerreros, publicado por Ernst Jünger.

Es habitual observar que las concentraciones de Hitler en Nuremberg, con su combinación de declamaciones, música hipnótica, coreografía masiva e iluminación teatral, encontraron su modelo en las producciones de Bayreuth de Wagner. Lo original de Benjamin es afirmar que la política como teatro grandioso, más que como debate, no era simplemente la trampa del fascismo, sino el fascismo en esencia.

El fascismo como teatro

En las películas de Leni Riefensthal, así como en todos los noticiarios proyectados en cada cine del país, a las masas alemanas se les ofrecían imágenes de sí mismas como sus líderes les pedían que fueran. El fascismo utilizaba el poder del arte del pasado -que Benjamin llama arte áureo- para multiplicar el poder de los medios de comunicación post-áureos, sobre todo el cine, y crear a sus nuevos ciudadanos fascistas. Para los alemanes comunes, la única identidad que se mostraba, aquélla que les devolvía la mirada desde la pantalla, era una identidad fascista, vestida con traje fascista y que adoptaba posturas fascistas de dominación u obediencia.

El análisis que Benjamin hace del fascismo como teatro suscita muchas cuestiones. ¿Es la política como espectáculo realmente el centro del fascismo alemán, más que el resentimiento y los sueños de retribución histórica? Si Nuremberg era una política estetizada, ¿por qué no considerar que los espectáculos organizados por Stalin el Primero de Mayo y sus juicios-espectáculo no eran también política estetizada? Si el genio del fascismo era borrar la línea entre la política y los medios de comunicación, ¿dónde está el elemento fascista en la política de las democracias occidentales, dirigida por los medios? ¿No hay acaso diferentes variedades de política estética?

El concepto clave que Benjamin inventa (aunque su diario insinúa que era en realidad una idea de la librera y editora Adrieane Monnier), el describir lo que le sucede a la obra de arte en la era de la reproducción tecnológica (principalmente la era de la cámara; Benjamin tiene poco que decir respecto a la imprenta) es la pérdida de aura. Hasta aproximadamente la mitad del siglo XIX, afirma, no hay una relación intersubjetiva que haya sobrevivido entre la obra de arte y su espectador: el espectador miraba y la obra de arte, por así decirlo, devolvía la mirada. «Percibir el aura de un fenómeno [significa] investirlo de la capacidad de devolvernos la mirada». Hay por lo tanto algo mágico en el aura, derivado de vínculos antiguos que ahora se desvanecen entre el arte y el ritual religioso.

Benjamin habla primero del aura en su Pequeña historia de la fotografía (1931), donde intenta explicar por qué (en su opinión) los primeros retratos realizados por la fotografía -los incunables de la fotografía, por así decirlo- tienen aura, mientras que las fotografías de una generación posterior la han perdido. En La obra de arte... la noción de aura se ha ampliado bastante imprudentemente de las antiguas fotografías a las obras de arte en general. El final del aura, afirma Benjamin, estará más que compensado por las capacidades emancipadoras de las nuevas tecnologías de la reproducción. El cine sustituirá al arte áureo.

Incluso a los amigos de Benjamin les resultaba difícil comprender el significado del aura. Brecht, a quien Benjamin expuso el concepto durante las largas visitas que hacía al primero en su casa de Dinamarca, escribe lo siguiente en su diario: «[Benjamin] dice: cuando sientes la mirada de alguien fija en ti, incluso a tu espalda, respondes(!). La idea de que todo lo que miras te mira crea el aura... todo muy místico, a pesar de sus actitudes antimísticas. ¡Esta es la forma en la que se adapta el planteamiento materialista de la historia! Resulta horroroso». Otros amigos no fueron más alentadores.

A lo largo de la década de 1930, Benjamin luchó por presentar una definición aceptablemente materialista del aura y de su pérdida. El cine es post-áureo, dice, porque, al ser la cámara un instrumento, no es capaz de ver. (Un argumento cuestionable: está claro que los actores responden a la cámara como si los estuviese mirando). En una revisión posterior, Benjamin sugiere que el fin del aura se puede remontar a ese momento de la historia en el que las multitudes urbanas se hacen tan densas que las personas ­los viandantes­ ya no devuelven las miradas de los demás. En el Proyecto de los pasajes incluye la pérdida del aura como parte de una evolución histórica más amplia: la generalización de la conciencia desencantada de que la unicidad, incluida la unicidad de la obra de arte tradicional, se ha convertido en una mercancía cualquiera. La industria de la moda, dedicada a la fabricación de obras de artesanía ­«creaciones»­ pensadas para ser reproducidas a gran escala, es la que marca el camino aquí.

Benjamin no estaba especialmente interesado por la novela como género; a juzgar por las narraciones suyas incluidas en el Volumen 2, no tenía talento como escritor narrativo. En cambio, sus escritos autobiográficos están compuestos de momentos intensos y descontinuos. Sus dos ensayos sobre Kafka tratan a este autor como creador de parábolas y maestro de sabiduría, más que como novelista. Pero la hostilidad más duradera de Benjamin la reservó para la historia narrativa. «La historia se descompone en imágenes, no en narrativas», escribió. La historia narrativa impone la causalidad y la motivación desde el exterior; a las cosas se les debería dar la oportunidad de hablar por sí mismas.

Infancia en Berlín hacia 1900, la más interesante obra autobiográfica de Benjamin, inédita mientras el autor vivía, aparecerá en el volumen 3 de Selected Writings. Lo que tenemos en el Volumen 2 es una obra anterior, Crónica de Berlín, escrita también a la sombra de Proust. A pesar de su título, esta obra no está organizada cronológicamente, sino que es un montaje de fragmentos, intercalados con reflexiones sobre la naturaleza de la autobiografía, y en definitiva trata más de las vicisitudes de la memoria que sobre los sucesos reales de la niñez de Benjamin. Benjamin utiliza una metáfora arqueológica para explicar su oposición a la autobiografía como narración de una vida. La persona que escribe su autobiografía debería pensar en sí misma como en un excavador, afirma, que profundiza cada vez más en los mismos lugares para buscar las ruinas enterradas del pasado.

Además del Diario de Moscú y Crónica de Berlín, los Volúmenes 1 y 2 contienen una serie de autobiografías más cortas: un recuerdo bastante literario de una amante que lo abandonó; anotaciones sobre sus experimentos con el hachís; transcripciones de sueños; fragmentos de diario (a Benjamin le preocupó el suicidio entre 1931 y 1932); y un diario de París, preparado para su publicación, que incluye la visita al burdel de hombres frecuentado por Proust. Entre las revelaciones más sorprendentes: la admiración que siente por Hemingway («una educación en el pensamiento correcto mediante una escritura correcta»), y el disgusto que le produce Flaubert (demasiado arquitectónico).

El trabajo preliminar para la filosofía del lenguaje de Benjamin lo realizó al comienzo de su carrera. En el ensayo clave «Sobre el lenguaje como tal y sobre el lenguaje humano» (1916), argumenta que una palabra no es un mero signo, un sustituto de otra cosa, sino el nombre de una Idea. En «La tarea del traductor» (1921), intenta dar forma a su idea de la Idea, apelando al ejemplo de Mallarmé y un lenguaje poético liberado de su función comunicativa.

La fuerza de los niños

Cómo se podría reconciliar una concepción simbolista del lenguaje con el posterior materialismo histórico de Benjamin es algo que no está claro, pero el autor mantenía que se podía construir un puente, «independientemente de lo tirante y problemático que fuese ese puente». En sus ensayos literarios de la década de 1930, insinúa el aspecto que podría tener. En Proust, en Kafka, en los surrealistas, afirma, la palabra se separa del significado en el sentido «burgués» y retoma su poder elemental y gestual. Así en El castillo, los dos asistentes del Supervisor K muestran su categoría similar a la de un feto, todavía no nacido, encogiendo los miembros cada vez que pueden y juntándose en una sala. El gesto es «la forma suprema en la que la verdad se nos puede presentar durante una época privada de doctrina teológica».

En tiempos de Adán, la palabra y el gesto de nombrar eran lo mismo. Desde entonces, el lenguaje ha experimentado una gran caída, de la que Babel fue sólo una fase. La tarea de la teología es recuperar la palabra, en todo su poder mimético originario, de los textos sagrados en los que ha sido conservada. La tarea de la crítica no es esencialmente diferente, porque las lenguas caídas pueden todavía, en la totalidad de sus intenciones, acercarnos al lenguaje puro. De ahí la paradoja de «La tarea del traductor»: que una traducción es algo superior a su original, en el sentido de que es un gesto al lenguaje anterior a Babel.

Benjamin escribió una serie de obras sobre astrología, que son colofones esenciales a sus escritos sobre la filosofía del lenguaje. La ciencia astrológica que tenemos hoy, afirma, es una versión degenerada de un conjunto de conocimientos antiguos de tiempos en los que la facultad mimética, al ser mucho más fuerte, permitía correspondencias reales e imitativas entre la vida de cada ser humano y el movimiento de las estrellas. Hoy en día sólo los niños conservan y responden al mundo con una fuerza mimética comparable.

En ensayos que datan de 1933, Benjamin esboza una teoría del lenguaje basada en la mimesis. El lenguaje de Adán era onomatopéyico, afirma; los sinónimos en diferentes idiomas, aunque tal vez no suenen igual o no tengan un aspecto parecido (se suponía que la teoría hacía referencia al lenguaje tanto escrito como hablado), tienen similitudes «no sensoriales» con lo que significan, como las teorías «místicas» o «teológicas» del lenguaje han reconocido siempre. Las palabras pain, Brot, Zieb, aunque superficialmente diferentes, son similares en un nivel profundo, al expresar la Idea de pan. (Persuadirnos de que esta idea no es tan vacía como parece exige los principales poderes de Benjamin). El lenguaje, supremo resultado de la facultad mimética, lleva en su interior un archivo de estas similitudes no sensoriales. La lectura tiene el potencial de convertirse en una experiencia onírica que da acceso a un inconsciente humano común, el emplazamiento del lenguaje y de las Ideas.

La teoría del lenguaje de Benjamin es completamente diferente a la ciencia lingüística del siglo XX, pero le da acceso regio al mundo del mito y la fábula, especialmente (tal y como el lo concibe) al «mundo primitivo, casi prehumano, de Kafka». La lectura intensiva de Kafka dejaría una marca indeleble en los últimos escritos de Benjamin, tan pesimistas.

La Bella Durmiente

La historia del Passagen-Werk es a grandes rasgos la que sigue:

A finales de la década de 1920, Benjamin concibió una obra inspirada en las galerías comerciales de París. Trataría de la experiencia urbana; sería una versión del cuento de La Bella Durmiente, un cuento de hadas dialéctico contado surrealísticamente mediante un montaje de textos fragmentarios. Como el beso del príncipe, despertaría a las masas europeas y les haría comprender cómo es su vida bajo el capitalismo. Tendría unas cincuenta páginas: en la preparación para su escritura. Benjamin comenzó a copiar citas de sus lecturas bajo epígrafes como Aburrimiento, Moda, Polvo. Pero según iba uniendo el texto, éste se engrosaba con nuevas citas y notas. Discutió sus problemas con Adorno y Max Horkheimer, quienes lo convencieron de que no podía escribir sobre el capitalismo sin conocer adecuadamente a Marx. La idea de La Bella Durmiente perdió su brillo.

En 1934, Benjamin tenía un plan nuevo y filosóficamente más ambicioso. Utilizando el mismo método de montaje, rastrearía hacia atrás la superestructura de la Francia del siglo XIX hasta llegar a las mercancías y su capacidad para convertirse en fetiches. Según iban creciendo sus notas, él las encajaba en un elaborado sistema de archivo basado en treinta y seis convolutas (del alemán Konvolut, fajo, dossier) con palabras clave y referencias cruzadas. Bajo el título «París, capital del siglo XIX», escribió un resumen del material recogido hasta entonces, que ofreció a Adorno (en aquel momento recibía un estipendio del Instituto de Investigación Social, y estaba en cierta medida en deuda con dicho Instituto, que había sido trasladado por Adorno y Horkheimer de Fráncfort a Nueva York).

Benjamin recibió una crítica tan severa de Adorno que decidió dejar a un lado el proyecto por el momento y extraer de su masa de materiales un libro sobre Baudelaire. Adorno vio parte de este libro y se mostró de nuevo crítico: se dejaba que los hechos hablasen por sí mismos, dijo; no había suficiente teoría. Benjamin hizo nuevas revisiones, que recibieron una acogida más calurosa.

Baudelaire era un elemento básico del plan de los Pasajes porque, en opinión de Benjamin, Baudelaire en Les Fleurs du mal reveló por primera vez la ciudad moderna como un tema poético. (Benjamin parece no haber leído a Wordsworth, quien, cincuenta años antes que Baudelaire, escribió acerca de lo significaba ser parte de la multitud de una calle, bombardeado por todas partes con miradas, hechizado por los carteles publicitarios).

Pero Baudelaire expresó su experiencia de la ciudad alegóricamente, un modo literario que no había estado de moda desde el Barroco. En «Le Cygne», por ejemplo, presenta una alegoría del poeta como un pájaro noble, un cisne, que se mueve cómicamente por el pavimento del mercado, incapaz de extender sus alas y remontar el vuelo.

¿Por qué optó Baudelaire por el modo alegórico? Benjamin usa El Capital de Marx para contestar a su propia pregunta. La elevación del valor del mercado hasta convertirse en la única medida de valor, afirma Marx, reduce la mercancía a nada más que un signo, el signo de por lo que se va a vender. Bajo el reinado del mercado, las cosas se relacionan con su valor real tan arbitrariamente como, por ejemplo, en los emblemas del Barroco se relaciona la cabeza de la muerte con la sujeción del hombre al tiempo. De esa forma, los emblemas vuelven a la escena histórica en forma de mercancías, que bajo el capitalismo no son ya lo que parecen, sino que, como Marx había advertido, «[abundan] en sutilezas metafísicas y detalles teológicos». La alegoría, sostiene Benjamin, es exactamente el método adecuado para la era de las mercancías.

Mientras trabajaba en el libro de Baudelaire, que nunca llegó a terminar, Benjamin siguió tomando notas para los Pasajes y añadió nuevas convolutas . Lo que se recuperó del escondite después de la guerra en la Bibliothèque Nationale de París equivalía a unas novecientas páginas de extractos, principalmente de escritores del siglo XIX, pero también de contemporáneos de Benjamin, agrupados por encabezamientos, con comentarios intercalados, más una variedad de planos y sinopsis. Estos materiales se publicaron en 1982, en una edición de Rolf Tiedemann, como Passagen-Werk. El Proyecto de los pasajes de Harvard utiliza el texto de Tiedemann, pero omite gran parte de su material introductorio y del aparato editorial. Traduce todo el francés al inglés y añade notas útiles así como gran cantidad de ilustraciones pictóricas. Es un buen libro y en su manejo de las complejas referencias cruzadas de Benjamin es un triunfo de la inventiva tipográfica.

Un libro incompleto

La historia de El proyecto de los pasajes , una historia de falta de decisión y falsos comienzos, de divagaciones por laberintos de archivos en una búsqueda de la exhaustividad tan típica del temperamento coleccionista, de cambio de fundamento teórico, de crítica demasiado fácilmente presentada, y en general de que Benjamin no conocía su propia mente, significa que el libro que nos queda es radicalmente incompleto: incompletamente concebido y malamente escrito en cualquier sentido convencional. Tiedemann lo compara con los materiales de construcción de una casa. En la casa hipotéticamente completada, estos materiales quedarían unidos por el pensamiento de Benjamin. Poseemos buena parte de ese pensamiento en forma de interpolaciones del autor, pero no podemos siempre comprender cómo encaja el pensamiento o cómo engloba a los materiales.

En dicha situación, afirma Tiedemann podría parecer mejor publicar sólo las palabras de Benjamin, dejando fuera las anotaciones. Pero la intención de Benjamin, por utópica que fuese, era que en algún momento se pudiese retirar a discreción su comentario, dejando que el material citado soportase todo el peso de la estructura.

Las galerías comerciales de París, dice una guía de 1852, son «bulevares internos... con techo de cristal, pasillos con paredes de mármol que se extienden a lo largo de bloques completos de edificios... A ambos lados... están las tiendas más elegantes, de forma que ese tipo de galerías es una ciudad, un mundo en miniatura». Su etérea arquitectura de cristal y acero fue pronto imitada en otras ciudades occidentales. El momento culminante de las galerías comerciales se extendió hasta finales del siglo, cuando fueron eclipsadas por los grandes almacenes.

Nunca se pretendió que Pasajes fuese una historia económica (aunque parte de su ambición era actuar como correctivo de toda la disciplina de la historia económica). Uno de los primeros bocetos sugiere algo más bien parecido a Infancia en Berlín:

«Uno sabía de lugares en la Grecia Antigua en los que el camino conducía a los bajos fondos. De la misma forma, nuestra existencia que despierta es un territorio que, en ciertos lugares escondidos, conduce a los bajos fondos; un territorio de lugares insospechados del que surgen los sueños. Todo el día, sin sospechar nada, pasamos por delante de ellos, pero en cuanto llega el sueño, ansiosamente buscamos a tientas el camino de vuelta para perdernos en los oscuros corredores. Por el día, el laberinto de las viviendas urbanas se parece a la conciencia; las galerías comerciales... salen desapercibidas a las calles. Por la noche, sin embargo, bajo la tenebrosa masa de casas su oscuridad más densa sobresale como una amenaza, y el peatón nocturno apresura su paso ante ellas, a no ser, claro está, que lo hayamos animado a penetrar en la senda estrecha».

Dos libros sirvieron a Benjamin de modelo: Un paysan de Paris [Un lugareño de París], de Louis Aragon, con su afectivo tributo al Passage de l'Opéra y Spazieren in Berlin [Paseos por Berlín], de Fran Hessel, que se centra en la Kaisersgalerie y su poder para evocar los pasos de una época pasada. En su libro, Benjamin trataría de captar la experiencia «fantasmagórica» del paseo parisino entre los escaparates de mercancías, una experiencia todavía recuperable en sus días, cuando «las galerías salpican el paisaje metropolitano como cuevas que contienen los restos fósiles de un monstruo desaparecido: el consumidor de la era preimperial del capitalismo, el último dinosaurio de Europa». La gran innovación de El proyecto de los pasajes sería su forma. Estaría organizada según el principio del montaje, la yuxtaposición textual de fragmentos de pasado y presente, esperando que lancen chispas y se iluminen uno a otro. Así, por ejemplo, si el elemento 2.1 de la Convoluta L, referido a la inauguración de un museo de arte en el palacio de Versalles en 1837, se dice en conjunción con el elemento 2,4 de la Convoluta A, que sigue la conversión de las galerías en grandes almacenes, entonces lo ideal es que en la mente del lector surja la analogía «el museo es al gran almacén lo que la obra de arte es a la mercancía».

Según Max Weber, lo que marca el mundo moderno es la pérdida de la creencia, el desencanto. Benjamin tiene una opinión diferente: el capitalismo ha puesto a las personas a dormir, y éstas se despertarán de su encantamiento colectivo sólo cuando se les haga comprender lo que les ha sucedido. La inscripción de la Convoluta N procede de Marx: «La reforma de la conciencia consiste exclusivamente... en despertar al mundo del sueño que experimenta sobre sí mismo».

Los sueños de la era capitalista están plasmados en las comunidades. En conjunto, éstas constituyen una fantasmagoría, una forma siempre cambiante según las mareas de la moda, y ofrecida a las multitudes de fieles encantados como la plasmación de sus deseos más profundos. La fantasmagoría siempre esconde sus orígenes (que se encuentran en el trabajo alienado). La fantasmagoría de Benjamin es por lo tanto algo parecido a la ideología en Marx ­un tejido de mentiras públicas sostenidas por el poder del capital­, pero es más parecida a una obra onírica que opera colectiva y socialmente.

«No necesito decir nada. Simplemente mostrar», dice Benjamin; y en otra parte: «Las ideas son a los objetos lo que las constelaciones a las estrellas». Si el mosaico de citas se construye correctamente, debería emerger un patrón, un patrón que es más que la suma de sus partes, pero no puede existir independientemente de ellas: ésta es la esencia de la nueva forma de escribir del materialismo histórico que Benjamin creía que estaba practicando.

Lo que consternó a Adorno sobre el proyecto en 1935 fue la fe de Benjamin en que un mero montaje de objetos (en este caso, citas descontextualizadas) podría hablar por sí mismo. Benjamin estaba, escribió, «en el cruce de caminos entre la magia y el positivismo». En 1948 Adorno tuvo la oportunidad de ver todo el trabajo sobre las galerías, y de nuevo expresó sus dudas respecto a la falta de base teórica.

La respuesta de Benjamin a este tipo de crítica fue inventar la noción de imagen dialéctica, en busca de la cual acudió a los emblemas barrocos ­ideas representadas por las pinturas­ y a la alegoría de Baudelaire; la interacción de las ideas reemplazada por la interacción de los objetos emblemáticos. La alegoría, sugirió, podía asumir el papel del pensamiento abstracto.

Los objetos y figuras que habitan las galerías ­jugadores profesionales, prostitutas, escaparates, polvo, figuras de cera, muñecos mecánicos­ son (para Benjamin) el emblema, y sus interacciones generan medios, medios alegóricos que no necesitan la intrusión de la teoría. Junto a las mismas líneas, fragmentos de texto sacados del pasado y situados en el campo cargado del presente histórico pueden comportarse de la misma forma que los elementos de la imagen su- rrealista, interactuando espontáneamente para liberar energía política. («Los acontecimientos que rodean al historiador y en los que éste toma parte», escribió Benjamin, «subrayarán su presentación como un texto escrito con tinta invisible»). Al hacerlo, los fragmentos constituyen la imagen dialéctica, el movimiento dialéctico congelado por un momento, abierto a la inspección, «la dialéctica paralizada». «Sólo las imágenes dialécticas son imágenes verdaderas».

Ésta es toda la teoría, si bien ingeniosa, a la que apela el libro profundamente antiteórico de Benjamin. Pero para el lector que no conoce la teoría, el lector para el que las imágenes dialécticas nunca llegan a estar tan vivas como se supone que deben estar, el lector quizá poco receptivo a la narrativa que el maestro presenta del largo sueño del capitalismo seguido de la aurora del socialismo, ¿qué tiene que ofrecerle El proyecto de los pasajes?

La lista más breve incluiría: un tesoro de curiosa información sobre París; una multitud de citas que invitan a meditar, la cosecha de una mente aguda e idiosincrásica que ha recorrido miles de libros; sucintas observaciones, publicadas con un gran brillo aforístico, sobre varios de los temas favoritos de Benjamin (por ejemplo: «La prostitución puede exigir que se la considere «trabajo» desde el momento en que el trabajo se convierte en prostitución»); e insinuaciones de que Benjamin jugaba con una nueva forma de verse a sí mismo: como coleccionista de «entradas de un diccionario secreto». De repente, Benjamin, lector esotérico de una ciudad alegórica, parece cercano a su contemporáneo Jorge Luis Borges, fabulista de un universo reescrito.

Desde la distancia, la obra magna de Benjamin recuerda curiosamente a otra gran ruina de la literatura del siglo XX, los Cantos de Ezra Pound. Ambas obras son el resultado de una lectura incesante. Ambas están compuestas de fragmentos y citas, y se adhieren a la estética de imagen y montaje propia de las época culminante del modernismo. Ambas tienen ambiciones económicas y a los economistas como figuras cumbre (Marx en un caso, Gesell y Douglas en el otro). Ambos autores han invertido en corpus de conocimientos antiguos cuya importancia para su propio tiempo han sobrevalorado. Ninguno de ellos sabe cuándo parar. Y ambos acabaron al final consumidos por el monstruo del fascismo. Benjamin trágicamente, Pound vergonzosamente.

El destino de Cantos ha sido el disponer de una serie de antologías extraídas, mientras que el resto se ha perdido silenciosamente. El destino de Pasajes puede muy bien ser similar. Es fácil prever una edición condensada, para estudiantes, obtenida principalmente de las Convolutas B («Moda»), H («El coleccionista»), I («El Interior»), J («Baudelaire»), K («La ciudad del sueño»), N («Sobre la teoría del conocimiento») e Y («Fotografía»), en la que las citas se reducirán al mínimo y la mayoría del texto superviviente será el del propio Benjamin. Y eso no sería del todo malo.

¿Filósofo?, ¿crítico?, ¿historiador?

La gama de intereses representados en Selected Writings de Benjamin es amplia. Además de las obras señaladas en esta reseña, hay una selección de sus primeros escritos sobre educación, bastante serios e idealistas; numerosos artículos de crítica literaria, incluidos dos ensayos sobre Goethe, uno de ellos una interpretación de Las afinidades electivas; el otro una magistral perspectiva sobre la trayectoria de Goethe; digresiones sobre diversos temas filosóficos (lógica, metafísica, estética, filosofía del lenguaje, filosofía de la historia); ensayos sobre pedagogía, sobre libros infantiles, sobre juguetes; una obra atractivamente personal sobre la colección de libros; y una variedad de artículos de viaje e incursiones en la ficción. El ensayo sobre Las afinidades electivas sobresale por su resultado especialmente extraño: una extensa aria, escrita en prosa de gran sutileza y estilo mandarín, sobre el amor y la belleza, el mito y el destino, en la que se consigue un tono de gran intensidad gracias a los parecidos que Benjamin encontraba entre el argumento de la novela y el tragicómico cuarteto erótico en el que él y su esposa estaban inmersos.

El tercer y último volumen de Selected Writings, que se publicará en la primavera de 2002, incluirá resúmenes de 1935, 1938 y 1939 de Arcades Project; The Work of Art [La obra de arte] en dos versiones; The storyteller [El narrador]; A Berlin Childhood [Infancia en Berlín]; y una serie de cartas clave entre Benjamin, Adorno y Scholem, incluida la importante carta de 1938 sobre Kafka.

La traducción de los volúmenes 1 y 2, realizada por diversos traductores, es excelente. Si alguno de los traductores merece ser señalado, es Rodney Livingstone, por su discreta eficiencia al mostrar los cambios de estilo y tono que marcan la evolución de Benjamin como escritor. Las notas explicativas son casi del mismo nivel, aunque no por completo. La información en cifras a la que Benjamin hace referencia está a veces desfasada (como en lo referente a Robert Walser) o es incorrecta: las fechas para Karl Korsch, en cuya interpretación de Marx se basó Benjamin en gran medida (Korsch fue expulsado del Partido Comunista alemán por sus opiniones disidentes), se dan como 1892-1939, cuando en realidad fueron 1886-1961. Hay errores en el griego y en el latín.

Algunas prácticas generales de los editores y los traductores son también cuestionables. Benjamin tenía el hábito de escribir párrafos de una página: a buen seguro el traductor debería sentirse libre para dividirlos. A veces se incluyen dos borradores de la misma obra, por razones que no quedan claras. Se utilizan las traducciones existentes de los textos alemanes citados por Benjamin, cuando está claro que dichas traducciones no están a la altura.

¿Qué era Walter Benjamin? ¿Un filósofo? ¿Un crítico? ¿Un historiador? ¿Un simple «escritor»? La mejor respuesta es quizá la de Hannah Arendt: era uno de «los inclasificables... cuya obra no encaja en el orden existente, pero tampoco introduce un nuevo género».

Su método característico ­entrar en un tema no directamente, sino en ángulo, avanzar paso a paso de una recapitulación perfectamente conseguida a la siguiente es tan instantáneamente reconocible como inimitable, ya que depende de la agudeza del intelecto, del aprendizaje ligeramente gastado, y de un estilo de prosa que, una vez que dejó de pensar en sí mismo como el profesor doctor Benjamin, se convirtió en una maravilla de precisión y concisión. Tras su proyecto de llegar a la verdad de nuestra época subyace un ideal que él encontró expresado en Goethe: presentar los hechos de tal forma que los hechos sean su propia teoría.El libro de las galerías, cualquiera que sea el veredicto que se dicte sobre él ­ruina, fracaso, proyecto imposible­ sugiere una nueva forma de escribir sobre una civilización, utilizando como materiales sus desechos más que sus obras de arte: la historia desde abajo más que desde arriba. Y su llamada (en la «Tesis») a una historia centrada en los sufrimientos de los derrotados, más que sobre los logros de los victoriosos, es profética de la forma en que el análisis histórico ha comenzado a pensar de sí mismo en nuestra época.


Aldous Huxley escritor, visionario y filósofo,

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Novelista y ensayista; interesado en la filosofía, el misticismo y la experiencia psiquedélica

Nota que Huxley escribió a su segunda esposa momentos antes de morir.En ella pedía que se le administrara 100 mcg de LSD. Huxley, aquejado de un cáncer de lengua, murió pocas horas después, en paz y sin sentir dolor.

   Aldous Huxley, escritor, visionario y filósofo, fue uno de los pioneros más relevantes en el campo de la psiquedelia. Nacido en el seno de una familia británica de reputada tradición intelectual, pasó su infancia entre libros, y a pesar de quedarse prácticamente ciego a raíz de una enfermedad que sufrió durante la adolescencia, su infinita curiosidad acabó por granjearle una renombrada fama de enciclopedia viviente.
   El interés de Huxley por las drogas se remonta a los años 30, cuando publicó su famosa novela Un mundo feliz, en la que una droga llamada soma se convierte prácticamente en el personaje central de la obra. Por aquel entonces la actitud de Huxley ante los psicotrópicos era ambivalente. Por una parte intuía que el campo de la farmacología estaba a punto de ofrecer una sustancia que despojaría al ser humano de sus miedos, permitiéndole abrirse a la belleza de la vida; pero al mismo tiempo temía que esta promesa fuera truncada por los poderes estatales, ofreciendo un sucedáneo deencefalograma plano que no hiciera otra cosa que reforzar aun más el control del Estado sobre el individuo. Esta última hipótesis es la que presentó enUn mundo feliz, una visión pesimista del ahora presente, que según los entendidos va más allá que el tétrico 1984 de G. Orwell.
   Pasaron los años y el interés de Huxley en el misticismo fue despuntando cada vez más, hasta el punto de concentrar toda su actividad intelectual en la redacción del libro La filosofía perenne, un compendio de tradiciones espirituales orientales que apuntaban hacia el reencuentro del alma humana en contraposición a la amenaza de alienación que ofrecía la técnica. La vivencia directa de la trascendencia había desaparecido de nuestra desalmada sociedad mecánica, y Huxley se preguntaba si el olvido de esta experiencia no habría sido una pérdida inestimable para el ser humano.
    Fue a principios de los años 50 cuando Huxley decidió llevar a cabo su primera sesión con mescalina, el alcaloide visionario del peyote. De esta primera experiencia nació el libro Las puertas de la percepción, un ensayo sobre arte y religión destinado a revolucionar la escena americana de los años siguientes.
   Hasta el mismo momento de su muerte Huxley desplegó una actividad incansable como divulgador de lo que la experiencia psiquedélica podía aportar. En su último libro, Isla, describe un mundo sumido en la neurosis de la guerra, en el que un pequeño grupo de personas que habita en una isla conserva la sabiduría de la desvelación del alma. Los pacíficos miembros de esta sociedad tienen por costumbre ingerir unas misteriosas setas en el momento del tránsito, como vehículo para iluminar este trascendente momento de la vida -Huxley fue un firme defensor de que en el momento de la muerte la persona debería tener la mente más clara que en cualquier otro momento de la vida, por lo que rechazaba la administración de opiáceos y aspiraba a la claridad aportada por los psiquedélicos-. Fiel a su propia profecía, en el momento de su tránsito, Aldous Huxley pidió a su esposa que le administrara 100 mcg de LSD, hecho que más tarde fue alabado por E. Jünger como un gesto del más alto valor psiconáutico.

             

Descarga: Aldous Huxley - Las puertas de la percepción - Cielo e infierno

En este libro, tan singular como precursor, Aldous Huxley expresa sus propias experiencias sensoriales bajo la acción de la mescalina, el principio activo del peyotl, denominación mexicana del cacto, venerado como una deidad por los indios de México y del sudeste de los Estados Unidos. A la descripción minuciosa de su experimento una experiencia de la trascendencia del yo expresada magistralmente en la cita de Blake: "Si las puertas de la percepción quedaran depuradas todo se habría de mostrar tal cual es: infinito" siguen las conclusiones filosóficas y sociológicas que Huxley desprende como obligado corolario.


Philosophia Perennis: la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa —la metafísica que reconoce una divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la divina Realidad, o aun idéntico a ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser—, la cosa es inmemorial y universal. Pueden hallarse rudimentos de la Filosofía Perenne en las tradiciones de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene su lugar en cada una de las religiones superiores. Una versión de este Máximo Factor Común en todas las precedentes y subsiguientes teologías fue por primera vez escrita hace más de veinticinco siglos, y desde entonces el inagotable tema ha sido tratado una y otra vez desde el punto de vista de cada una de las tradiciones religiosas y en todos los principales idiomas de Asia y Europa. En las páginas que siguen he reunido cierto número de estos escritos, escogidos principalmente por su importancia —porque ilustraban eficaz- mente algún punto determinado en el sistema general de la Filosofía Perenne—, pero también por su intrínseca belleza y memorabilidad. Estas selecciones están dispuestas bajo diversos títulos e incrustadas, por decirlo así, en un comentario mío destinado a ilustrar y relacionar, a desarrollar y elucidar.

                    



                     
                           
Desde mi primer ensayo (...) he ido más allá de la visión y me he internado en muchas de las experiencias de la literatura oriental y occidental: trascender de la relación objeto-sujeto, sentirse solidario con todo -sabiendo realmente por experiencia lo que significa "Dios es amor"-, o sentir que a pesar de la muerte y del sufrimiento todo está, de algún modo y en última instancia, perfectamente en orden."
          Carta de Huxley a Isherwood

            

""(...) el hombre que salió por la Puerta en el Muro ya no será nunca el mismo que entró por ella. Será más instruido y menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia más humildemente, pero al mismo tiempo, estará mejor equipado para comprender la relación de las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable Misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender."
         Las puertas de la percepción


                       



Descarga: Franz Kafka - Aforismos, visiones y sueños

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Descarga: Franz Kafka - Aforismos, visiones y sueños

Kafka se ha convertido en el autor del mundo moderno por antonomasia. Su obra refleja los temores, las inseguridades y la alienación psicológica del ser humano en la sociedad industrializada y secularizada. No obstante, Kafka no alcanzó el éxito literario en vida: su dedicación a la literatura tenía algo de compulsivo, siniestro, como si al escribir fundiera el camino de la salvación y el de la condenación. A pesar de ello, el éxito literario póstumo del que ha gozado demuestra la profunda convicción del hombre moderno de que su obra ha captado elementos esenciales de nuestra existencia. Para facilitar al lector un acercamiento al universo de Kafka, acometemos con la presente selección la empresa de sistematizar algunos de los aforismos, visiones y sueños principales que fecundaron su obra: los elementos esenciales que determinan el mundo kafkiano, que pueden servir tanto de introducción para los neófitos, como de profundización para los ya iniciados.

A CORAZÓN ABIERTO Jacques Derrida Entrevistas televisivas con Catherine Paolett

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A CORAZÓN ABIERTO
Jacques Derrida
Entrevistas televisivas con Catherine Paoletti, en la semana del 14 al 18 de diciembre de 1998. Traducción de Cristina de Peretti y Paco Vidarte en DERRIDA, J., ¡Palabra! Instantáneas filosóficas, Trotta, Madrid, 2001.

Pregunta: -Es una tarea temible el tener que presentarle. Diga lo que diga, voy a caer en la anécdota o en unas categorías universalizantes vacías que usted no ha dejado nunca de criticar, igual que si afirmo que usted es el padre de la deconstrucción. Finalmente, si digo que basta con leer cualquier pasaje de sus textos para ver resplandecer en él toda la riqueza de sus reflexiones, me podría responder que infiero que desde hace cuarenta años usted no hace más que repetirse, aunque la repetición haya adquirido con usted un valor filosófico. Sé por último de antemano que nunca tendré razón al darle a usted la razón.
Yo podría decir, a la manera de Kant: «Jacques Derrida nació el 15 de julio de 1930 en El-Biar, cerca de Argel, vive, escribe y escribirá todavía». Sin embargo, no tengo más remedio que constatar que lo que constituye el hilo conductor más explícito de su recorrido intelectual se inscribe, se escribe, en sus textos con el filtro mismo de la autobiografía.
J. D.: -Es verdad que, al repetirme, al desplazarme -porque lo que me interesa es el desplazamiento en la repetición-, no he dejado de acercarme a una escritura de la que con frecuencia se dice que es cada vez más autobiográfica. Aunque los primeros textos que publiqué no estaban en primera persona y eran conformes, con ciertas distancias, a unos modelos más bien académicos, ya en el transcurso de los dos últimos decenios, de un modo a la vez ficticio y no ficticio, los textos en primera persona se han multiplicado: rememoraciones, confesiones, reflexiones sobre la posibilidad o la imposibilidad de la confesión... Estoy convencido de que, en cierto modo, cualquier texto es autobiográfico y esa «tesis» se vuelve a encontrar dentro de esos escritos así llamados autobiográficas. Por lo tanto, diré que lo que ha variado en la repetición no es la relación con la autobiografía o el paso de unos textos no autobiográficos a unos textos autobiográficos, sino cierta modulación, cierta transformación del tono y del régimen de la autobiografía. Creo, de hecho, que habría que desconfiar tanto de la apariencia no autobiográfica de mis textos así denominados antiguos como de la apariencia autobiográfica de mis textos llamados recientes. En Mémoires d’aveugletexto que escribí para la exposición del Louvre, intento demostrar en qué medida incluso cuadros que no son autorretratos son autorretratos y que, en todo caso, la distinción ya no es tan pertinente como se cree.

Pr.: -Usted nació, pues, en Argelia. Entre 1934 y 1941 fue al jardín de infantes y, después, a la escuela primaria de El-Biar; pero esos años también corresponden al principio de la guerra y a la petainización de la escuela, en una Argelia que jamás vio a un soldado alemán, que jamás fue ocupada, pero en donde el estatus de los judíos ya era problemático, puesto que hubo que esperar a 1875 y al decreto Crémieux para que tuviesen derecho a la ciudadanía francesa.
¿Cómo vio usted esos acontecimientos? ¿Qué se le pasa en ese momento por la cabeza a un niño pequeño?
J. D.: -Me cuesta trabajo contestar a esa pregunta, no sólo porque las cosas están enmarañadas en esa historia sino también porque no sé muy bien, ni siquiera hoy, lo que, como usted dice, se le pasaba por la cabeza a ese niño. Con frecuencia intento acordarme -más allá de los hechos documentados y de los puntos de referencia subjetivos- de lo que yo podía pensar, sentir, experimentar en aquel momento, pero esos intentos fracasan muy a menudo. Por eso reconstruyo. Siempre se reconstruye, pero aquí la reconstrucción es con frecuencia abstracta. De lo que sí me acuerdo es de 1934: jardín de infantes, sufrimiento extremo. Me acuerde muy bien del desamparo, desamparo de separarme de mi familia, de mi madre, los llantos, los gritos en el jardín de infantes, vuelvo a ver esas imágenes cuando la profesora me decía: «Tu madre vendrá a buscarte», yo preguntaba: «¿Dónde está?» , y ella me contestaba: «Está guisando», y yo imaginaba que en ese jardín de infantes -que por cierto sigue existiendo, lo he vuelto a ver cuando estuve en Argelia- había un sitio en donde mi madre estaba guisando. No me imaginaba que pudiera estar en otro lugar que no fuera ese jardín de infantes. Me acuerdo de las lágrimas y de los gritos a la entrada, y de las risas a la salida, hasta el punto de que mi madre me preguntó una vez: «¿Por qué lloras y gritas al entrar, y sales riendo y cantando?», y yo respondí con esta tautología: «Porque prefiero salir que entrar». Llegaba incluso a inventar enfermedades para no ir al colegio, pedía que me tomasen la temperatura. Recuerdo un día en que, habiéndome olvidado de que, antes de ir al colegio, le había pedido a mi madre que me pusiese el termómetro porque yo decía que estaba enfermo, la vi pasar ante las rejas del colegio durante el recreo, y le grité: «Mamá, mamá, ¡no te has acordado de ponerme el termómetro!».
La escuela primaria estaba enfrente del jardín de infantes. Yo era un buen alumno en la escuela primaria, con mucha frecuencia el primero de la clase, lo que me permitió darme cuenta de los cambios debidos a la Ocupación y a la llegada al poder del mariscal Pétain. En los colegios de Argelia, en donde no había alemanes, empezaron a obligarnos a mandarle cartas al mariscal Pétain, a cantar «Mariscal, ¡henos aquí!», etc., a izar la bandera todas las mañanas al comenzar las clases y, si bien se le pedía siempre al primero de la clase que izase la bandera, cuando llegaba mi turno, hacían que otro me sustituyese.

Pr.: -¿Entendía usted por qué en ese momento?
J. D.: -No.

Pr.: -Y en su familia ¿no se hablaba de eso?
J. D.: -No. Yo ya no sé lo que sentía, sé que ocurría, que no lo entendía, pero no consigo saber si eso me afectaba mucho, confusa o vagamente. Eso es lo que me resulta difícil reconstruir en mi memoria.
Después entré en sixième en el liceo. En 1941. En octubre de 1942, poco antes del desembarco de los Aliados en el norte de África, fue cuando se aplicaron las leyes sobre los numerus clausus en mi liceo. Ya se habían aplicado antes, a mi hermana y a mi hermano los habían expulsado del colegio. A mí, por una razón que ignoro, me habían concedido un año más, pero el primer día de curso, en el liceo de Ben Aknoun, el vigilante general me llamó a su despacho y me dijo: «Vas a volver a casa, tus padres te lo explicarán».
No me lo esperaba en absoluto y no comprendía nada. Trato de hallar lo que pudo ocurrir dentro de mí en ese momento, pero es en vano. Hay que decir que, en mi familia, tampoco me explicaron por qué pasaba eso. Creo que seguía resultando incomprensible para muchos judíos de Argelia, tanto más cuanto que no había alemanes. Se trataba de iniciativas de la política francesa de Argelia, más severa que en Francia: todos los profesores judíos de Argelia fueron expulsados de los colegios. Para esa comunidad judía las cosas seguían resultando enigmáticas, quizás no eran aceptadas, pero sí padecidas como una catástrofe natural para la que no hay explicación. En mi casa al menos, no había ninguna explicación que dar, menos aún que compartir con los niños. Prácticamente no se hablaba de ello. Cuando los Aliados desembarcaron, las lenguas se soltaron un poco, tanto más cuanto que, lo supe más adelante, en Argelia había movimientos de resistencia organizados, en los cuales participaban muchos intelectuales judíos de Argel.
Después las cosas no se restablecieron con tanta normalidad como cabía esperar: durante más de seis meses, en la época en que el general Giraud y el general de Gaulle compartían el poder en lo que se llamó el episodio bicéfalo, las leyes raciales antisemitas no fueron abolidas. Giraud se planteó incluso la necesidad de prolongarlas indefinidamente. Al final de una larga guerra entre Giraud y de Gaulle, Giraud perdió y yo pude volver al liceo la primavera siguiente. Habría mucho que decir también sobre ese episodio en el que, tras haber desembarcado los Aliados y haber sido «liberada» Argelia, se mantuvieron las leyes raciales. Hay viejas raíces en todo ello.

Pr.: -Cuando usted presenta su escolaridad como un tanto desigual, desordenada, alborotadora, cuando se describe a sí mismo como un golfillo más preocupado por los partidos de fútbol, por las carreras y por las competiciones de todo tipo que como un alumno al que le importan sus estudios, ¿imagina que era una especie de reacción ante esa situación?
J. D.: -Se debía a la situación histórica y política de Argelia. ¡Seguíamos en guerra! Cuando volví al liceo, estaba ocupado por los ingleses. Se había transformado en un hospital inglés. Dábamos clase en una especie de barracón cercano al liceo, y como los profesores, los hombres, estaban movilizados, se echaba mano de profesores jubilados o de mujeres.
Todo esto pasó, naturalmente, dentro de un inmenso desorden, entre 1942 y 1945, y durante esos años fue cuando mis compañeros de clase y yo pensábamos más, efectivamente, en alborotar. Armábamos jaleo violentamente, casi me daría vergüenza contar las broncas que organizábamos, porque a veces eran crueles. También jugábamos al fútbol. Mi pasión por el deporte en general y por el fútbol en particular viene de esa época en la que ir al colegio quería decir marcharse con las zapatillas de fútbol dentro de la cartera. Tenía un verdadero culto por esos zapatos que limpiaba, que cuidaba más que mis cuadernos. Fútbol, carreras, béisbol que nos enseñaron los americanos, partidos contra los prisioneros italianos, eso es lo que nos importaba; la escolaridad era muy secundaria. También, en este caso, con la confusa conciencia de no estar haciendo de verdad lo que debería hacer, de no pertenecer a esos grupos de «golfillos», de jóvenes tan alborotadores, intentaba al mismo tiempo que me aceptasen.
Esto siguió a los traumas de la expulsión, que provocaron en mí dos oscilaciones: por un lado, el deseo de que me aceptasen de nuevo mis compañeros, sus familias, el entorno no judío que era mi entorno y, por lo tanto, el deseo de romper con el impulso gregario que se había constituido dentro de mí para responder a la agresión y al trauma. En cierto modo yo no quería pertenecer a la comunidad judía, había estado haciendo novillos durante casi un año antes de aceptar volver de nuevo al liceo judío de Argel, creado con los profesores judíos expulsados y en el que me habían inscrito. No soportaba el encierro dentro de esa comunidad y, por consiguiente, dentro de mí se había producido una profunda ruptura afectiva. Por otro lado, me convertí en alguien extremadamente vulnerable ante cualquier manifestación antisemita o racista, muy sensible a las injurias que brotaban a cada paso, sobre todo por parte de los niños. Esa violencia me marcó para siempre.
De ese momento procede sin duda el sentimiento, el deseo de soledad, de retirada respecto a cualquier comunidad, incluso a cualquier «nacionalidad» , y el sentimiento de desconfianza respecto incluso a esa palabra de «comunidad»: en cuanto veo que se constituye una pertenencia un poco demasiado natural, protectora y fusional, desaparezco... Se trata de una secuela de esa época que es propiamente mía, pero que puede justificar hoy en día una ética más general.

Pr.: -Su sueño en aquel tiempo era convertirse en futbolista profesional. Entonces, ¿cómo es que desde ese sueño pudo «caer» en el terreno de la filosofía?
J.D.: -Como a veces he hablado de ese sueño de futbolista profesional, con mucha frecuencia me lo recuerdan como si hubiera sido mi único sueño desde mi adolescencia. Creo que tengo que complicar un poco las cosas. Es verdad que compartí ese sueño con mis amigos, que tenía muchas ganas de jugar bien al fútbol y que los días en que marcaba un gol estaba muy contento. Sin embargo, desde los 12-13 años, es decir, en la misma época, empecé a leer unos textos que los «golfillos» en cuestión no leían, y a querer escribir. Algunos profesores de francés, desde sixième y cinquièmeme hablaron de Gide, por ejemplo. Me acuerdo de que, en sixièmetenía un profesor que se llamaba Lefevre. Venía de Francia, era un joven entusiasta de cabello pelirrojo, me parece que lo estoy viendo: un día nos habló de Los alimentos terrenalesNos aconsejó que lo leyésemos, tras un ferviente elogio. Me lancé sobre el libro en cuanto tuve ocasión. La lectura de Gide, lo mismo que la de Rousseau, me llegó a través del colegio, pero El inmoralista de Gide me condujo él solo hacia Nietzsche y, a partir de ese momento, empecé a comprar libros. Había muy pocos libros en mi casa y, por lo tanto, en cuanto tenía un poco de dinero, iba a comprar. Gide fue una gran pasión mía de los 14 años. Después vinieron Nietzsche y Valéry. Luego me puse a comprar revistas literarias. Argel era una capital cultural al final de la guerra y al comienzo de la posguerra. Había muchas publicaciones, a veces argelinas, en editoriales como Charlot, y asimismo había revistas literarias, que yo leía religiosamente, y que guardaba: tenía montones de revistas literarias.

Pr.: -¿Y, en ese momento, cómo se representaba usted el deseo de escribir?
J. D.: -Es complicado. Ese deseo pasaba a la vez probablemente por un mimetismo, ese mimetismo del adolescente respecto a unos modelos pero también a su propia imagen narcisista; en este caso Rousseau, Las ensoñacionesNietzsche, Gide en cierto modo, eran mis modelos. Yo ya escribía, llevaba un diario, como Gide, y tenía libretas, trocitos de papel, cuadernos, etc.
Pero también es probable, y eso merecería largos análisis, incluso un psicoanálisis, que yo me replegase ante lo que consideraba cono una incomprensión de mi familia. Escribir, llevar un diario, escribir poemas en el diario, era la respuesta secreta y privada del niño al que su familia no escuchaba.

Pr.: -Una forma de resistencia...
J. D.: -Una forma de resistencia, de distanciamiento. En ese diario había a la vez confidencias autobiográficas, pero ya también esbozos de pequeñas disertaciones sobre Rousseau y Nietzsche: me acuerdo muy bien de ese debate interno, trataba de reconciliarlos, admiraba por igual a uno y a otro, sabía que Nietzsche era un crítico despiadado de Rousseau, y me preguntaba cómo se puede ser nietzscheano y rousseauniano a la vez, como finalmente lo era yo. Todos ésos modelos competían en ese diario.
¿Sabe? Si hay un sueño que jamás me ha abandonado, haya escrito lo que haya escrito, es el de escribir algo que tenga la forma de un diario. En el fondo, mi-deseó de escribir es el de una crónica exhaustiva. ¿Qué es lo que se me pasa por la cabeza? ¿Cómo escribir lo suficientemente deprisa como para que todo lo que se me pasa por la cabeza quede guardado? He llegado a retomar apunas libretas, algunos diarios, pero los abandonaba cada vez; finalmente he renunciado, y ahora ya no llevo ningún diario. Pero es el disgusto de mi vida, porque lo que me hubiese gustado escribir es eso: un diario «total».

Pr.: -Pero, entonces, ¿en qué circunstancias decidió escoger filosofía, es decir, fijarse ese objetivo en sus estudios?
J. D.: -El proceso fue lento. Evidentemente, desde la edad de 14-15 años soñaba con ser escritor, y, para ganarme la vida, profesor de Letras. Era la profesión más compatible con la libertad del escritor que quería ser. En clase de Terminalees cuando empecé de verdad a leer filosofía; y como me enteré también en ese momento de que, al no haber estudiado griego en el liceo, no podría presentarme al concurso para profesor de letras, me dije en el fondo: ¿por qué no conciliar las dos cosas y convertirme en profesor de filosofía? Los grandes modelos de entonces, como Sartre, eran gente que hacían a la vez literatura y filosofía. Así, poco a poco, sin renunciar a la escritura literaria, pensé que, profesionalmente, la filosofía era un mejor cálculo.

Pr.: -Sus primeros trabajos filosóficos se inscriben bajo el rótulo de la filosofía de Husserl: en 1954 redacta una memoria sobre «El problema de la génesis en la filosofía de Husserl» (obra que no será publicada en PUF hasta 1990) y en 1962 hace la introducción a El origen de la geometría. Eligió usted traducir ese texto precisamente porque Husserl tropezaba con el problema de la escritura en la constitución de objetos tan ideales como los objetos matemáticos. Los cuestionamientos que usted elabora en aquella época ya no le abandonarán, puesto que todas sus investigaciones derivan de esa problemática de la escritura entre literatura, filosofía y ciencia, a las que usted añadirá más adelante otros registros discursivos, los de la lingüística, de la antropología, del psicoanálisis, peto asimismo los que no pertenecen a registros discursivos, como son la fotografía, la pintura, la arquitectura. (Por qué, finalmente, esa fascinación por la inscripción?
J. D.: -Por un lado, porque eso es lo que viene a ser el deseo de escribir, es como si tuviese que forzarme a una especie de transacción, de compromiso entre el afán de escribir literatura, de pensar filosóficamente lo que son la literatura y la escritura literaria, y de hacer las dos cosas a la vez. Durante los primeros años de mis estudios filosóficos, cuando empecé a leer y a escribir sobre Husserl, al principio de los años cincuenta, después de que Sartre y Merleau-Ponty introdujesen la fenomenología, sentía la necesidad de plantear la cuestión de la ciencia, de la epistemología, a partir de la fenomenología, cosa que Sartre y Merleau-Ponty en cierto modo no habían hecho. Por lo tanto, escribí mis primeros ensayos sobre Husserl orientándolos hacia las cuestiones de la objetividad científica y matemática: Cavaillès, Tran-Duc-Tao, y también la cuestión marxista. A lo largo de esos primeros escritos buscaba, por fidelidad a ese anhelo de escritura, lo que dentro de la fenomenología husserliana podía permitirme problematizar la escritura. ¿Dónde habla de la escritura? ¿Qué hace con ella? ¿Cómo articular esas cuestiones de la ciencia, de la fenomenología y de la escritura? Encontré ese lugar en El origen de la geometríaque, por consiguiente, empecé a interpretar en esa primera memoria a la que usted aludía, y que inmediatamente después decidí traducir. Justo después de la agregación recuerdo haber ido a ver a Jean Hyppolite y haberle dicho: «Quiero traducir El origen de la geometría y trabajar sobre ese texto». Porque en el . había una observación breve y elíptica sobre la escritura, sobre la necesidad que tenían las comunidades de sabios de constituir objetos ideales comunicables a partir de intuiciones del objeto matemático. Husserl decía que la escritura era la única que podía darles a esos objetos ideales su idealidad final, que era la única que en cierto modo les permitiría entrar en la historia: su historicidad les venía de la escritura. No obstante, esa observación de Husserl seguía siendo equívoca y oscura, y yo traté, por consiguiente, de formar un concepto de escritura que me permitiese a la vez dar cuenta de lo que pasaba en Husserl y, si era preciso, plantearle cuestiones a la fenomenología y al intuicionismo fenomenológico y, por otra parte, desembocar en la cuestión que seguía interesándome: la inscripción literaria. ¿Qué es una inscripción? ¿A partir de que momento y en que condiciones una inscripción se torna literaria?.

Pr.: -Pero, en esa época, la cuestión de la escritura no se trabajaba sólo en los círculos filosóficos, sino que también se planteaba en los círculos más literarios o vinculados con la lingüística, puesto que es también en esa época, después de sus trabajos sobre Husserl, cuando conoce a Philippe Sollers y se lanza momentáneamente a la aventura de Tel Quel.
J. D.: -Después de publicar El origen de la geometría me puse a escribir para revistas como Critiqueescribí sobre Jabès, sobre Foucault, y para Tel Quel sobre Artaud, precisamente; en ese texto es donde el concepto de différance con una «a» apareció por primera vez, antes incluso de que escribiese «La différance» y, por consiguiente, en ese momento, en los años 1964-1968, es cuando en efecto, gracias a Tel Quel en cierto modo y en unas condiciones de complicidad que me fueron muy favorables, pude elaborar un discurso que tratase de mantener unidas las cuestiones filosóficas, fenomenológicas, las cuestiones antropológicas, históricas sobre la escritura, y las cuestiones de la literatura, de laexplicación del escritor con su firma, de la relación entre habla y escritura, etc.
En ese momento estaba eso que llamaban el estructuralismo, representado por Lévi-Strauss, Lacan y algunos más. Yo sentía a la vez mucha simpatía e interés por lo que allí ocurría y, al mismo tiempo, tenía la impresión de que el concepto de escritura que me interesaba seguía siendo ignorado, desconocido o mantenido al margen por esos grandes discursos. De la gramatología fue muy bien acogida por una parte y levantó muchas sospechas por otra. El entorno de Tel Quelen la persona de Sollers sobre todo, la acogió muy bien, y ése fue él momento en el que, sin dejar de proseguir con lo que había iniciado, comencé a plantear cuestiones críticas, «deconstructivas» por decir la palabra, con respecto a lo que prevalecía en esos discursos estructuralistas de la época con cierto Saussure, cierto Lacan, cierto Lévi-Strauss, cierto Foucault, mediante un gesto que no era sólo negativo, sino de aprobación desconfiada, de aprobación y de desconfianza, tratando de discutir sin rechazar, lo que provocó todo tipo de malentendidos e, incluso, reacciones de mal humor.

Pr.: -Lo que me parece un poco sorprendente en su relación con la literatura es que usted parece concederle a la literatura que puede decirlo todo, y que incluso puede expresar el engaño; en Droit de regards escribe usted: «Se puede leer un texto (que no existe «en sí») como un testimonio así llamado serio o auténtico, como un archivo o como un documento, como un síntoma o como la obra de una ficción literaria que simula todos los estatus enumerados». Usted concede ese privilegio a la literatura, como si la filosofía conceptualmente normativizada careciese de él.
¿Acaso el sentido de su trabajo no es también, finalmente, el de restituir a la filosofía aquello de lo que está privada, logrando que el texto filosófico mismo se estremezca mediante unos subterfugios o unas escenificaciones textuales que se han podido encontrar en algunos de sus libros como Glas, La tarjeta postal, Circonfesión?
J. D.: -Sin renunciar a la filosofía, lo que me ha interesado es devolverles sus derechos a unas cuestiones sobre cuya represión se construyó la filosofía, al menos en lo que tiene de predominante, de hegemónico. Lo que es hegemónico en la filosofía se constituyó por el desconocimiento, la negación, la marginación de unas cuestiones que algunas obras literarias permiten formular, que son el cuerpo mismo de esos escritos literarios. He tratado de agudizar la responsabilidad filosófica ante una posibilidad que no es simplemente literaria, pero que también forma parte de los discursos filosófico, jurídico, político, ético: la posibilidad de simulacro, de ficción.,
Insisto en general en la posibilidad de «decirlo todo» como derecho reconocido en principio a la literatura, para marcar no la irresponsabilidad del escritor, de cualquiera que firma literatura, sino su hiper-responsabilidad, es decir, el hecho de que su responsabilidad no responde ante las instancias ya constituidas. Poder decirlo todo en nombre de la ficción, incluso de la fantasía, es señalar que la institución literaria (considero la literatura una institución, por eso distingo con frecuencia la literatura en sentido estricto, que es algo moderno, relativamente reciente, de las «Bellas Letras», de la poesía, del teatro o de la épica en general), la literatura en sentido estricto es una institución indisociable del principio democrático, es decir, de la libertad de hablar, de decir o de no decir lo que se quiere decir. Por supuesto, sé que la literatura no ha vivido siempre en un régimen democrático y que la suspensión de la censura, masiva o sutil, es una historia muy complicada. Sin embargo, el concepto de literatura está-construido sobre el principio de «decirlo todo» interroga, pues, el acontecimiento, lo qué está llamado a llegar mediante simulacros y ficciones, y así también interroga la estructura de ficción que puede constituir cualquier discurso, sobre todo los discursos performativos, aquellos que producen derecho y normas.

Pr.: -Sí, pero lo que resulta paradójico es que usted dice, por ejemplo en La tarjeta postal, que la literatura siempre le ha parecido inaceptable, la falta moral por excelencia, como si estuviera a punto de transgredir la ley.
J. D.: -Tomemos la precaución de señalar que, en La tarjeta postales el firmante ficticio de ciertos envíos el que representa con seriedad esa escena. Si se enfurece con la literatura es precisamente debido a su posibilidad de decirlo todo. Ya que ésta, al no asumir nada aparentemente, puede irresponsabilizar.
Ciertamente soy yo quien otorga ese discurso a un personaje cuyas palabras tomo bastante en serio, pero no lo diría en mi nombre ni como una tesis. Creo que, en la literatura, existe en efecto el riesgo de la irresponsabilidad, o bien de la no-firma (digo cualquier cosa, puesto que no soy yo), o bien el riesgo de confundir la ética con la estética, el riesgo de parecer, el del fetichismo; todos esos riesgos son: inherentes como posibilidad a la literatura. Hay, por lo tanto, una voz enLa tarjeta postal que dice: «Desde el momento en que lo que te escribo se convierte en literatura, ya no me dirijo a ti y, por consiguiente, falto a ese deber que me ordena que me dirija a ti de forma singular». La literatura puede conducir a la mayor responsabilidad, pero también es la posibilidad de la peor traición.

Pr.: -Es también la posibilidad de la peor desposesión, incluso de lo que se ha escrito.
J. D.: -Eso es. Y la desposesión es también el riesgo de no firmar siquiera una declaración de amor. En el fondo, no soy yo quien firma; desde el momento en que algo se lanza al mercado literario, ya no viene de mí, no se dirige a ti, la huella se me escapa, cae en el mundo, un tercero dispone de ella, y con esa condición se convierte en literatura, y esa literatura es la que pervierte mi relación contigo. El sujeto. que firma esos envíos no oculta esta inquietud.
El problema es que no se puede negociar esto desde el punto de vista filosófico; no es negociable, al menos, es una negociación siempre desgraciada. Si hay filosofía, en todo caso como deseo de lucidez y de verdad, ésta consiste en levantar acta de esta tragedia, de esta necesidad, que es una amenaza pero también una oportunidad, porque se trata de la oportunidad de hablar. Si yo quisiera escapar de este riesgo a cualquier precio, ya no diría nada, ni siquiera me dirigiría al otro; por consiguiente, el riesgo de perversión, de corrupción, de deriva, es al mismo tiempo la única oportunidad de dirigirme al otro. Y, por lo tanto, si la oportunidad es una amenaza (asocio constantemente la oportunidad con una amenaza), lo que aquí se denomina filosofía consiste por lo menos en decirlo, en formalizarlo y en asumir nuestras responsabilidades en cada momento, teniendo en cuenta este doble postulado.

Pr.: -Parece, justamente, que por todos los medios y formas de escritura nunca ha dejado de enfrentarse a esa amenaza. Se la puede detectar en todos sus trabajos. ¿Sigue teniendo usted la misma relación con esa amenaza?
J. D.: -Sí. Nunca he dejado de tenerla, porque la solución o la respuesta adecuada no llega o sólo llega en parte. En cualquier caso, cuando esa imposibilidad toma la forma de un texto, el texto queda como una huella que ya no me pertenece y hay que volver a empezar, y no dejo de volver a empezar la misma historia de forma diferente. Ya sé que la respuesta apaciguadora no vendrá, pero al intentar hacer que esa oportunidad llegue, sé también que asumo cada vez la responsabilidad que puedo. Sentenciar esa doble inyunción no puede ser más que una sentencia de muerte. La muerte tampoco es una respuesta satisfactoria, pero es la única que puede disponer que la doble inyunción no opere con doble filo. Eso es lo que hace hablar primero y eso es lo que hace escribir: es lo que a la vez hace posible y amenaza todo lo que se intenta cuando nos dirigimos al otro.

Pr.: -Si le parece bien, me gustaría abordar la cuestión: de la presencia de lo femenino, de la feminidad, en su trabajo. El primer aspecto de la. feminidad es que usted la asocia a menudo con la cuestión de la ley, lo cual puede parecer extraño, a pesar del carácter femenino de la palabra. El segundo aspecto es que usted parece tener con el texto una relación como la de una madre que porta a su criatura. He extraído una frase de La tarjeta postal en donde escribe: «Mientras no sepas lo que es una criatura, no sabrás lo que es un fantasma ni, por supuesto, por las mismas, un saber».
J. D.: -En cierto modo, la cuestión de la diferencia sexual atraviesa en efecto todos mis textos desde el principio, y el hecho de que la deconstrucción haya sido, de entrada, una deconstrucción del falocentrismo, de manera esencial, o del falogocentrismo, subraya muy bien que lo que la deconstrucción pone en cuestión es cierta autoridad masculina, en nombre si no de la feminidad, sí al menos de la diferencia sexual. En lo que respecta a la ley, si en este o aquel texto he reconocido en ella una figura femenina, pienso especialmente en un texto sobre La locura de la luz de Blanchot, esto es algo que no es constante, la figura masculina también le resulta apropiada.
La ley está indiscutiblemente vinculada con la diferencia sexual, a veces con una inflexión femenina, a veces con una inflexión paterna o masculina. El hecho de que la palabra «ley» sea femenina en francés sólo importa en el texto de Blanchot al que aludía. La palabra «ley» no es femenina en todas las lenguas. Podría citar muchos textos en donde, por el contrario, es la figura paterna de la ley, la que es interrogada, puesta en escena. Por otra parte, el discurso que mantengo al respecto no es un discurso feminista; puede encontrar aliadas entre las mujeres, lo mismo que enemigas entre las feministas. Más allá de la dualidad masculino/femenino, si la cuestión de la diferencia sexual es efectivamente indisociable de todos estos textos, no creó que se pueda inmovilizar su alcance sobre una posición feminista.


Pr.: -El año 1949-1950 es el de su primer viaje a la metrópoli. En París empieza estando interno en el liceo Louis-le-Grand, luego, en 1952, entra usted en la ENS[École Normale Supérieure]. Ha conservado un recuerdo doloroso de rodos esos años de Escuela, de los que dice que no le aportaron nada en un primer momento. En 1960, y hasta 1964, es usted el asistente de Suzanne Bachelard, GeorgesCanguilhern, Paul Ricoeur y Jean Wahl. Pero, a pesar de todos esos malos recuerdos de la Escuela, renuncia usted a un puesto en el CNRS [Centre National de laRecherche Scientifique] y vuelve, a invitación de Jean Hyppolite y de LouisAlthusser, a la ENS para quedarse allí veinte años. En 1991 dijo usted que siempre había tenido «el mal de la escuela», igual que se dice en francés el mal de mer[mareo], que no podía atravesar el umbral de una institución de enseñanza sin experimentar signos físicos de malestar y de angustia. ¿Vislumbra usted hoy en día la posibilidad de una curación.
J. D.: -Preparé la Escuela Normal desde París. Me marché de Argelia en barco y pisé Francia por primera vez a los 19 años. Las khâgnes [i] del liceo Louis-le-Grand, los concursos para entrar en la Escuela Normal, los concursos de agregación (lo digo en plural porque suspendí al menos una vez en uno y otro caso), fueron unas pruebas terroríficas, unos momentos de angustia y de cansancio hasta un punto que no he vuelto a conocer desde entonces; me encontraba mucho más vulnerable física y psíquicamente que ahora. Esta situación rozó el límite de lo soportable durante tres años antes de entrar en la ENS, y luego durante cuatro años en la ENS. La culpa la tiene el sistema de esos concursos. La amenaza de la guillotina, al menos así era como lo experimentábamos, convirtió para m: esos años en infernales Ese pasado fue doloroso, nunca me gustó la escuela, por decir las cosas muy deprisa, me he sentido muy mal allí; no obstante, siempre he vuelto, y la ENS fue el mejor ejemplo de ello porque, a través del sufrimiento, el modelo seductor, fascinante, de la escuela se me impuso, de forma que, cuando Hyppolite y, Althusser me propusieron volver allí aunque yo podía estar en otro sitio (yo ya estaba en el CNRS), presenté mi dimisión del CNRS para volver a la ENS. Cualquiera que sea la crítica que pueda hacer a esa Escuela, en ese momento era un modelo, y enseñar en ella era una especie de honor y de gratificación que nunca tuve el valor ni el deseo de rechazar. Esa ambigüedad de la escuela -detestada, hacia la que se vuelve todo el tiempo- ha seguido siendo una constante. Hoy, en cierto modo, me siento libre, ya que no tengo ninguna obligación de enseñar, pero no obstante sigo dando un seminario, sin contar que la enseñanza en el extranjero siempre es posible. Mediante una especie de compromiso, de transacción que habrá sido la marca de mi relación con eso que se denomina la escuela, voy por consiguiente a seguir estando en ella sin estar, a no elegir entre quedarme e irme. En el fondo, es lo que siempre he hecho.

Pr.: -Lo que es bastante paradójico es que, aunque en la EHESS [École des Hautes Études en Sciences Sociales] usted fue nombrado director de estudios hace 13 años, con una dirección de estudios sobre «Las instituciones filosóficas», ha seguido siendo el «malquerido» de la institución académica en Francia. Esa denegación es inversamente proporcional al reconocimiento que se le ha podido otorgar en las instituciones académicas extranjeras o en unos espacios culturales que no tienen nada que ver con la institución. ¿Cómo explica esto? La cuestión de la institución es la nervadura de su trabajo, nunca ha dejado de reflexionar sobre ella, de tratar de descifrar los fenómenos. En ese sentido, estuvo usted en el origen de unas iniciativas de reflexión a la vez personales y colectivas, como el GREPH[Groupe de recherches sur l’enseignement philosophique] en 1974, los Estados Generales de la filosofía en la Sorbona en 1979, la fundación del Colegio internacional de filosofía cuyo primer director fue usted, el informe -con JacquesBouveresse- sobre el estado y las perspectivas de la enseñanza filosófica en Francia. ¡Es como si su interés por la filosofía fuera contrario por su naturaleza al interés de las instituciones filosóficas!
J. D.: -Malquerido, decía usted. Sí, quizás he sido querido, mal, malquerido. Si echo una mirada retrospectiva desenvuelta, objetiva sobre esta historia, limitándome a los hechos, en efecto, a pesar de la voluntad organizada de cortarme un determinado número de accesos, el hecho es que he sido profesor de hypokhâgneasistente en la Sorbona, docente durante 20 años en la ENS y, durante 15 años, en la EHESS, es decir, en lugares extremadamente envidiables, privilegiados, en donde he podido beneficiarme de la mayor libertad posible. Por lo tanto, en cierto modo, no he sido tan mal tratado e incluso he tenido mucha suerte.
Creo que no es simplemente fortuito. Los que no tenían ganas de verme en su casa, como en la universidad, notaban muy bien que yo ni estaba ni estaría en su casa, que no me sentía allí en mi casa. Es su respuesta a cierta ética de la institución la que se ha formado dentro de mí a partir de los acontecimientos de los que hablábamos al principio. Yo no quería pertenecer a esas instituciones con un consentimiento pasivo, sin ponerlas en tela de juicio, y eso se reflejaba de dos maneras: por un lado, siempre he respondido a lo que considero que son las exigencias más dignas de la universidad y de la enseñanza filosófica, pero me he visto conducido a cuestionar cierto número de normas institucionales, no sólo en la práctica cotidiana, sino en la escritura, en la enseñanza, en la forma de plantear las preguntas, en lo que yo escribía a fin de cuentas. No era mi persona o el color de mis ojos lo que no les gustaba, sino que era lo que yo escribía -y la relación entre lo que enseñaba y escribía- lo que se consideraba difícilmente aceptable. Creo que la respuesta era a la vez chocante y normal, previsible viniendo de parte de una institución que se ha defendido contra esas cuestiones.
No he insistido en «mal» querido para hacer un juego de palabras, pues creo que si dicha contrariedad no se hubiese dado en un movimiento de amor o de interés, tampoco habría habido rechazo. No hay rechazo violento que no traduzca un poco su opuesto o la defensa ante su opuesto.

Pr.: -Con frecuencia se le ha reprochado ser demasiado hermético, haberse- aislado voluntariamente. Usted no parece acreditar esa tesis.
J. D.: -No, la acusación de hermetismo no se sostiene. ¡Hay tantos filósofos más herméticos qué-yo! Y si yo fuese simplemente hermético, no sería grave. Los que me acusan de ser hermético es o bien porque no hacen el trabajo de lectura correctamente, o bien porque comprenden lo suficiente como para pensar que es mejor rechazarlo de antemano. Hago todo lo que puedo para ser claro, en la medida en que la claridad no perjudica a la complejidad de las cosas, y pienso que mucha gente comprende muy bien de lo que se trata.

Pr.: -Sí, pero justamente eso significa también que usted ha elaborado una reflexión filosófica que amenaza a la institución en sus normas establecidas.
J. D.: -Tal vez. No me gustaría demasiado traducir esto en lenguaje guerrero, pero es probable que, más allá incluso del contenido, los códigos, las normas de escritura o de lenguaje que he creído tener que proponer parecían más amenazadores que el contenido mismo. Las maneras de formular las cuestiones, de hablar, de dirigirse al otro, de hacer las frases, de entrecruzar referencias, la retórica o el gesto de escribir, han sido probablemente considerados todavía más temibles que el contenido mismo. Creo que cuando alguien propone un contenido «revolucionario», dentro del código corriente de la retórica, sin volver a poner en cuestión las normas institucionales, la universidad o las instituciones en general, lo aceptan más fácilmente que cuando alguien cambia la escenificación o se pregunta acerca de la escena misma, de la organización de los protocolos, de los procedimientos, de las evaluaciones, de las jerarquías, etc. Eso es lo que inquietó, creo yo, y no era una falta de lucidez inquietarse por ello porque se trataba efectivamente de cambiar algunas cosas.

Pr.: -Entonces, a pesar de todos los esfuerzos que ha desplegado con otros, en cuanto a reflexión y también a intentos de elaboración de nuevas estructuras que conciernen a la enseñanza de la filosofía, cuyo recorrido se puede seguir en Dudroit à la philosophie (Galilée), ha establecido cierto número de mandamientos para defender la filosofía, mandamientos contestatarios como «protestar contra la sumisión de lo filosófico a cualquier finalidad perteneciente al orden de lo útil, de lo rentable, de lo productivo, protestar contra su confinamiento». Finalmente, se puede decir que todos esos trabajos o bien han resultado ser letra muerta o bien se han desviado de sus objetivos iniciales. Pienso sobre todo en el Colegio internacional de filosofía, que se ha convertido prácticamente en una institución, pese a seguir dando pie a numerosas polémicas.
¿Cómo vive usted esa situación? ¿Como un fracaso, una retractación, un efecto tal vez de la deconstrucción en la medida en que su trabajo apunta a los límites del sistema académico de enseñanza, o considera usted que ese trabajo era prematuro: ¿Ha renunciado usted a pelearse en ese frente?
J. D.: -Renunciar a pelearme en la forma en que lo hacíamos en los años setenta-ochenta, sin duda alguna. Mis sentimientos al respecto están mezclados: hubo en efecto una especie de desaliento ante una serie de resistencias que no eran simplemente políticasquiero decir por parte de los poderes, sino asimismo de la corporación de los docentes. En los años setenta-ochenta pusimos en marcha unos trabajos teóricos y de investigación filosófica sobre la historia de la enseñanza en Francia, sobre los axiomas, los presupuestos, los prejuicios que fundamentaban a veces la organización y las instituciones de dicha enseñanza. La cuestión no se refería sólo al lugar de la enseñanza filosófica y a la edad en que se impartía esa enseñanza. Ciertamente, esa cuestión ocupaba un lugar estratégico en nuestros análisis y en nuestro combate, puesto que nuestras investigaciones filosóficas estaban asociadas a una acción militante. En ese punto es en donde hemos chocado, por un lado, con la inmovilidad política, tanto de los gobiernos de izquierdas como de derechas, y, por otro lado, con unas resistencias muy fuertes, a veces espontáneas e irreflexivas, a veces organizadas, por parte de los colegas de la enseñanza filosófica. Por no hablar de las otras disciplinas, porque también se trataba de transformar la relación de la filosofía con las demás disciplinas. Esta acción se desarrolló desde 1974-1975 hasta 1980. Los Estados Generales de la filosofía de 1979 hicieron que el gobierno se echase atrás en una reforma que iba a desembocar si no en la desaparición, síal menos en una reducción peligrosa de la filosofía en TerminaleLa creación del Colegio internacional de filosofía, cuyas premisas eran las del GREPH, permitió que la filosofía se abriese a nuevos objetos, a intercambios de otro tipo no «piramidal» como solía decirse, no jerárquico, con las disciplinas científicas, literarias, artísticas. El afán era abrir un espacio a objetos que no fueran todavía legítimos en las instituciones universitarias, al tiempo que se acogía a docentes de la enseñanza secundaria, a artistas, arquitectos, extranjeros.

Pr.: -Las cuestiones de la enseñanza le siguen importando ahora, puesto que de todas formas continúa impartiendo sus seminarios...
J. D.: -Por supuesto. No sólo porque siempre he enseñado, sino porque no imagino una filosofía ni una investigación disociada de su enseñanza. He intentado introducir en esa enseñanza nuevas pedagogías, nuevas escenificaciones, cambiar la política de la enseñanza y su relación con la sociedad.

Pr.: -En la medida en que ha planteado al mismo tiempo la cuestión del derecho de propiedad de las obras, de la firma, del mercado o, digamos de forma más general, de la cultura y de sus representaciones, se puede decir que, finalmente, ha cogido el toro por los cuernos en lo que se refiere a la cuestión de saber lo que bordea las estructuras institucionalmente admitidas.
J. D.: -Se podría mostrar que la cuestión de la enseñanza, tal y como ha podido ocuparme, comprometerme, no está nunca simplemente en la enseñanza. Se plantea a través de todos los temas, de todos los motivos aparentemente ajenos a la cuestión de la enseñanza filosófica. De ese modo, con el paso de los años, los caminos de mis discursos, de los textos y de las conferencias, de los compromisos institucionales han resultado semejantes al mapa que dibujaba usted hace un momento en el que la filosofía se encuentra...

Pr.: -¿ ... en el centro de las interacciones?
J. D.: Yo no diría en el centro precisamente, la topología de este asunto es muy complicada; no es el centro, tampoco es excéntrico extrínseca, no está en la cima de la jerarquía, de una pirámide desde la cual el filósofo vigila todos los campos del saber. Sin embargo, está ligada con todo, fecundada por todo y a veces es fecundante, pero sin relación de dominación, de coextensividad o, por el contrario, de marginalidad extrínseca con las demás disciplinas. Con frecuencia he insistido en el hecho de que lo que se ha denominado la muerte de la filosofía, su precariedad, la reducción de su campo, iban de la mano o eran la consecuencia de su hegemonía. Era porque ésta se situaba a sí misma en la cima de la pirámide del saber, desde donde pretendía conocer el sentido de cada región, era porque estaba tan alta por lo que su espacio se reducía como el de una punta y por lo que estaba a la vez moribunda y reprimida en la institución. Por consiguiente, al cambiar la tópica de esa relación, al cuestionar el dominio filosófico, se le daban más oportunidades, más espacio, más «vitalidad».

Pr.: -Existen ecos más bien inesperados de sus textos. Pienso sobre todo en la música en donde, de una forma muy extraña, hay una especie de relación con la gramofonía de sus textos que se ha instalado, casi a su pesar, como un efecto de su trabajo.
J. D.: -Inesperados y esperados. Inesperados y deseados. No es a mi pesar, en todo caso, aunque esas creaciones se hagan sin mí. Ya sea en arquitectura o en música, dichas iniciativas no me inquietan, al contrario, cuando puedo participar en ellas, a mi manera y modestamente, ¡voy corriendo!
Es inesperado porque la iniciativa no es mía, pero al mismo tiempo no me sorprende del todo porque creo que ahí hay posibilidades o afinidades en las que oscura, virtualmente, he pensado.


Pr.: -Su compromiso filosófico empieza muy pronto, desde 1952, con su entrada en la Escuela Normal Superior. Milita de forma intermitente en grupos de extrema izquierda no comunistas, mientras que en la rue d’Ulm[ii] es más bien el comunismo estalinista el que domina.
Es también en esa época cuando conoce a Louis Althusser, al que seguirá unido hasta su muerte.
En 1968 se aparta usted  mucho respecto de los movimientos del momento, a pesar de que usted organiza la primera asamblea general en la ENS.
En 1981. funda con Jean-Pierre Vernant la asociación Jan Hus de ayuda a los intelectuales checos disidentes o perseguidos. Va a Praga para animar allí un seminario clandestino, pero es usted detenido, encarcelado, condenado por tráfico de drogas. En esas circunstancias, al volver a Francia, se convierte usted en un personaje público, puesto que en el tren que le traía a París un equipo de televisión rodó las primeras imágenes que hay de usted.
En 1983 participa en la Fundación cultural contra el apartheid y en el Comité de escritores en defensa de Nelson Mandela.
En 1988 se encuentra con varios intelectuales palestinos en territorio ocupado y es la ocasión de esa singular intervención "Interpretation at War".
En 1989, tras la caída del Muro, participa en un grupo de reflexión, una manera para usted de hacer el balance de ese acontecimiento al que seguirá la década de Cerisy sobre Le passage des frontières; 1989 es también el año de su compromiso en torno al colectivo 89 para la igualdad, que reclamaba el derecho al voto de los inmigrantes en las elecciones locales.
Desde 1990 ha tenido usted ocasión de intervenir en los países del antiguo bloque comunista así como en Moscú, en la Academia de las Ciencias y en la universidad; también ha formado parte del Parlamento Internacional de Escritores de Estrasburgoen el asunto Rushdie, con el que se articulará su reflexión sobre las ciudades-refugio.
Finalmente, hoy en día sigue preocupándose por la suerte de los intelectuales argelinos.
Lo que caracteriza su compromiso político, en mi opinión, es que pasa ante todo por los textos, tal y como atestiguan sus publicaciones en estos diez últimos años: El otro cabo, Espectros de Marx, Marx en jeu, vinculados con la caída del comunismo, con la cuestión de Europa, con el deber de memoria, con la vuelta de los espectros, con la cuestión de la democracia en Políticas de la amistad, o bien con la justicia y con el derecho en Fuerza de ley, con la hospitalidad en¡Cosmopolitas de todos los países..., un esfuerzo más!, De l’hospitalité así misino El derecho a la filosofía desde un punto de vista cosmopolítico. Es un poco como si la efervescencia de nuestro fin de siglo fuese pensada en su necesidad y su urgencia al hilo de su pluma... Pero :estaría de acuerdo en decir que, bajo la presión de los acontecimientos, su compromiso político se ha inclinado, a partir de lo que usted finalmente siempre consideró como una política interior de la escritura, hacia una política más exterior, un poco como si hoy la filosofía tuviera el deber de enfrentarse a una especie de urgencia del acontecimiento?
J D.: -Políticamente, nunca se hace bastante, es decir, que siempre se tiene la impresión de no trabajar lo suficienteafuerapuesto que usted me habla de exterioridad. Cuando uno se compromete políticamente, se sea o no un intelectual, es imposible estar satisfecho con lo que se hace, siempre hay todavía algo que hacer, más cosas que hacer. Escribir textos para responder a esas urgencias políticas nunca es suficiente, en todo caso. Sin embargo, cualquier acción política pasa por unos discursos y unos textos. Evidentemente, también hay que salir fuera, a la calle por ejemplo; yo lo he hecho, no lo suficiente, bien es verdad. Hay que hacerlo comprometiéndose ahí con el cuerpo, con la voz, con los pies y con las manos, pero sería fácil mostrar que nunca se compromete uno sin un discurso organizado, por lo tanto, sin un texto. Por consiguiente, el hecho de que, en mi humilde caso, lo esencial de lo que he tratado de hacer haya pasado por unos escritos subraya a la vez la insuficiencia de la que hablaba, pero asimismo la necesidad de pensar la cosa política.

Pr.: -¿ Acontecimientos como su encarcelamiento han cambiado en algo su reflexión, su compromiso, la necesidad de comprometerse?
J. D.: -De forma masiva o decisiva, no, no lo creo.

Pr.: -Usted se tornó más visible, no obstante, a partir de ese momento.
J. D.: -Sí, pero no lo hice para tornarme visible... Lo acepté, mientras que, antes, jamás había aceptado esa visibilidad, como usted decía, en relación con libros o con cualquier otra actividad mía, pero cuando, al volver de Praga, un equipo de televisión me abordó en el tren para pedirme que les contase lo que había ocurrido, consideré que debía hacerlo. No para tornarme visible, sino porque pensaba que había que dar testimonio públicamente allí donde yo era el único que podía hacerlo en cierto modo. Nunca he tratado de actuar políticamente de forma visible o para ser visible, pero a veces, hay que reconocerlo, la visibilidad forma parte del compromiso político. La legibilidad es igualmente decisiva, es el destino y la evolución de los procesos de comunicación: cierta legibilidad en el ordenador, en Internet por ejemplo, se torna tan determinante como la visibilidad en la televisión o en la calle. Los modos de manifestarse han cambiado mucho a lo largo de las tres últimas décadas y estamos envueltos en ese cambio, ya se trate de los textos, de los discursos o de la visibilidad de los cuerpos.

Pr.: ¿La presión de los acontecimientos, desde la caída del muro de Berlín, por fijar un punto de referencia, ha acelerado su compromiso con la reflexión?
J. D.: -Sí, de acuerdo con la aceleración de dicha transformación. La aceleración es justamente uno de mis temas de reflexión cuando se trata de la cosa política. Tratar de comprender por qué y cómo, bajo qué condiciones, ha cambiado el ritmo de los procesos políticos. Tanto si se trata de la Unión Soviética, de los países del Este, de Sudáfrica, de los países de Sudamérica, todos ellos han conocido una aceleración imprevisible, aun cuando el sentido de dicha aceleración fuese, por su parte, previsible, como en el caso de la abolición del apartheid.

Pr.: -Existen otros fenómenos de aceleración del tiempo que nos sobrepasan, como el de la evolución de las tecnologías, que está un poco en contradicción con lo que se podría denominar el aguante del pensamiento. Las conexiones informáticas se hacen muy deprisa, más deprisa que las conexiones sinápticas.
J. D.: -Es verdad, a pesar de que las conexiones sinápticas vayan muy deprisa. Dicho eso, creo que la transformación tecnológica es uno de los factores esenciales de la aceleración política. Los fenómenos políticos de los que hemos hablado no han podido acelerar su devenir sino en función de la aceleración tecnológica. Se ha dicho a menudo que un régimen totalitario no sobreviviría a cierta densidad de la red telefónica. Tampoco resiste a cierta densidad de la información televisiva, del correo, etc. La tecnología y la política van de la mano en su aceleración.

Pr.: -Sí, pero esa medalla también tiene su reverso, lo que se  puede denominar el liberalismo salvaje... ¿Cómo resistir a otras formas hegemónicas de presión, cómo defenderse de ellas y cómo defender la democracia? ¿Cómo luchar frente a un poder político que se torna totalmente dependiente del poder económico, que se convierte en una especie de mano ciega? El pensamiento, que necesita tiempo, resiste con dificultad.
J. D.: -Los peligros a los que usted alude están vinculados con las oportunidades. La concentración del poder económico que rige a los mediaa las telecomunicaciones, a la informatización, es en efecto un peligro para la democracia, pero puede ser al mismo tiempo una oportunidad de democratización. ¿Cómo responder al peligro sin anular la oportunidad? ¿Cómo reservarle una oportunidad a un pensamiento que no regula su ritmo a ese ritmo? No tengo ninguna respuesta normativa ni general; creo que hay que resistir inventando una forma de resistencia que no sea reaccionaria o reactiva. Por ejemplo, no hay que arremeter sólo contra la tecnología, las telecomunicaciones, la televisión de forma masiva, homogénea y unilateral, sin saber que esas máquinas pueden asimismo servir a la democracia. En cada situación hay que asumir de forma singular la responsabilidad de inventar una respuesta, y que cada cual imagine la mejor negociación posible. No puedo defender simplemente el Estado, el poder del Estado, la soberanía del Estado contra el mercado o las potencias económicas internacionales, sin correr el riesgo de cultivar un nacionalismo estatal que iría en contra de lo que trato de proteger. Hay, por lo tanto, situaciones en las que hay que estar del lado del Estado en contra de las potencias económicas internacionales, creo yo, y ya que hablamos de cosas filosóficas, intelectuales o literarias, hay que resistir al AIMI, a aquello que dentro del mercado puede amenazar a cierta creatividad y a cuya resistencia puede contribuir un grupo de Estados, pero al mismo tiempo quiero conservar el derecho y la posibilidad de criticar cierta prerrogativa estatal en nombre de poderes universales, internacionales, de creación o de circulación. Ya que estamos atrapados en unos imperativos contradictorios, la respuesta buena no puede tener una forma general; inamovible y estática. Es preciso reinventarla. No puedo separar lo que usted denomina el pensamiento de la invención singular, de la responsabilidad tomada por cada cual a su ritmo (la cuestión del ritmo es importante, es necesario, en efecto, tomarse el tiempo para pensar y para leer). Puesto, que digo «libro», quiero ser a la vez de los que militan a favor del libro, del tiempo del libro, de la pervivencia de la lectura, de todo lo que la vieja civilización del libro ordena, pero al mismo tiempo no quiero defender el libro contra todo tipo de progreso técnico que pareciese amenazar al libro. Quiero hacer las dos cosas a la vez: estar a favor del libro y de los medios de comunicación, de impresión, de distribución, de intercambio que no dependen simplemente del libro, y éstos son numerosos. Entre ambos, me gustaría tratar de inventar una estrategia singular.

Pr.: -¿No encuentra usted que los datos del mundo político sin embargo han cambiado profundamente, que las líneas de separación prácticamente se han desmoronado, que vemos surgir nuevas formas de identificación vinculadas con el consumo masivo por ejemplo? ¿Las formas de pérdida de identidad originaria y de reconstrucciones en forma de guetos no son acaso un riesgo para nuestro porvenir?
Es como si tuviésemos que vérnoslas con una forma de «desterritorialización del individuo», pero lo que está en juego es casi más una cuestión de espíritu, depsychéy, por consiguiente, es casi una nueva forma del hombre lo que hay que volver a pensar. De ahí la dificultad de las resistencias que es preciso pensar.
J. D.: -Lo que se está preparando a un ritmo incalculable, de una forma a la vez muy lenta y muy rápida, es por supuesto un nuevo hombre, un nuevo cuerpo del hombre, una nueva relación del cuerpo del hombre con las máquinas. Ya se percibe dicha transformación. Cuando hablo de las máquinas, me refiero tanto a las máquinas de signos como a las máquinas de movimiento, de desplazamiento. La situación erecta es incluso la que cambia, el susodicho «hombre» está atravesando una zona de gran turbulencia. Aquí, una vez más, no tengo ninguna respuesta unilateral. Todos los elementos de esta mutación que está en curso me dan miedo y, al mismo tiempo, me parece que tienen que ser bienvenidos y afirmados.
Lo que tengo que hacer en este caso es confesar. declarar. hacer manifiesta de la forma más formalizada posible, esa contradicción de mi deseo. Les tengo cariño a las formas existentes o heredadas de la condición humana, del cuerpo del hombre, de lo que le resulta cercano, de su relación con lo político, con los signos, con el libro, con lo viviente y, al mismo tiempo, no quiero decirle no a todo lo que viene del porvenir. Tanto si se trata de lo viviente, de prótesis, de injertos, de genoma, de toda la aventura genética, como si se trata de la técnica, de la tecnología de comunicación, de los media que transforman profundamente el espacio público y político.
He de reconocer que, tomado de esa forma, lo que digo es contradictorio, pero no veo por qué tendría que renunciar a dicha contradicción. Vivo en esa contradicción, es incluso lo que permanece más vivo en mí; por consiguiente, la declaro. Y añado que si hay que asumir alguna responsabilidad, que tomar alguna decisión, éstas han de ser tomadas a través de esta tensión contradictoria. Si sé, si creo saber que hay que agarrarse al pasado, o que hay que precipitarse soltando el lastre del pasado hacia las nuevas formas de lo viviente, de la organización social, del espacio público, de lo geopolítico, ya no hay que asumir ninguna responsabilidad, sé lo que hay que hacer, tengo respuestas ya listas a la pregunta «¿cómo?». En ese momento es cuando dejamos hacer; y, por lo demás, eso es lo que se hace a menudo.
Para asumir responsabilidades es preciso evaluar los riesgos en cada situación. Por poner un ejemplo sencillo y ridículamente cercano. ¿cree usted que en mi casa voy a tener que elegir entre el libro y el ordenador? Vivo entre manuscritos escritos mano, el ordenador, máquinas... y, en todo momento, tengo que tomar la decisión de saber qué me gustaría más: en un caso el ordenador, en otro la máquina de escribir, en otro la escritura a mano, este o aquel otro ritmo; cambio de ritmos, vivo a varios ritmos, no quiero encerrarme en un solo ritmo.

Pr.: -Sí, pero no obstante a veces eligen por usted.
J. D.: -Sí, en muchos casos me siento impotente ante esas elecciones más fuertes que las mías, han elegido por mí casi todo: mi lengua... no voy a hacer una lista de ello. Pero cuando no puedo hacer nada para remediarlo, no puedo hacer nada. Allí donde me queda una zona de elección, me encuentro en la antinomia, la contradicción y, en cada momento, quiero conservar la mayor libertad posible para negociar entre ambas.

Pr.: -Pero, entonces, ¿cuáles son los riesgos que usted experimenta? ¿Cuáles los que analizaría?
J. D.: -La muerte. Cada vez la muerte, puesto que se trata de vida. El riesgo más grande es la muerte. [Y, aun así, tampoco estoy tan seguro de ello.] Si sólo existiese la tradición, el pasado, el cierre a todo lo que llega, sería la muerte. Si sólo hubiese lo que llega de nuevo y no conozco, lo que viene a mí sin que yo tenga la más mínima capacidad de responder o de prepararme para ello, también sería la muerte. En cualquier caso, a lo que resisto es a la muerte. Elijo, por lo tanto no la vida (en el sentido biológico) a cualquier precio, sino -digamos- la mayor intensidad de vida posible en cada momento.
Quizá no sea una elección, puesto que digo que es lo que más vale en todos los casos, pero al menos es el principio que me guía. Es mi deseo.

Pr.: -Sí, pero usted no se siente atrapado en una especie de inmensa red que haga perder los puntos de referencia. Eso es, por lo demás, lo que se puede experimentar dada la situación política.
J. D.: -Sin duda.

Pr. --Por lo tanto, hay que inventar otros.
J. D.: -Cuando se pierden los puntos de referencia...

Pr.: -... ya no hay horizonte.
J. D.: -... Volveremos a hablar del horizonte dentro de un momento. Si uno inventa una referencia sólo para uno mismo, allí donde las referencias del mundo están borrosas o son irreconocibles, no se hace nada. Lo que hay que hacer es proponérselas a otros, en todo caso hacer que esos puntos de referencia sean identificables y acreditados por otros. En eso es en lo que todos estamos comprometidos, cada cual a su manera. Cuando se escribe, cuando se enseña, cuando se habla, se les está proponiendo a otros un nuevo punto de referencia, un nuevo contrato, una nueva interpretación, y ya está. El otro es quien tiene que contestar o no.
La cuestión del horizonte es una gran cuestión filosófica. Me obstino en recordar, en contra de la gran tradición ontológica, fenomenológica del discurso sobre el horizonte según la cual todo se anuncia en un horizonte [finito o infinito], que lo que llega no lo hace sino allí donde no hay horizonte ni anticipación. Cuando un acontecimiento llega es porque el fondo sobre el que se destaca ya no está ahí. Cuando hay un horizonte sobre cuyo fondo puedo determinar lo que llega, en ese momento lo que llega es secundario, previsible, programable, etc., y, por consiguiente, nada llega de verdad. La ausencia de horizonte es la condición del acontecimiento. Es cierto que, hoy en día más que nunca, lo que parece sustraérsenos es ese horizonte histórico de la filosofía y de los filósofos de la historia como lo último de lo que nos podemos fiar.
Quizá lo que sucede es que algo inaudito está llegando y ¿qué se puede desear que sea mejor? La ausencia de horizonte da miedo, pero es tal vez la condición para que algo inaudito llegue. Ese algo puede ser la muerte, como siempre.
Negar que el «plus» que ha de venir pueda siempre ser lo peor o la muerte es la forma última de la denegación. No digo que yo escape a esa denegación, pero cuando pienso, pienso que es una denegación y, por consiguiente, trato de no encerrarme demasiado en ella, esto es, que voy a morir, por ejemplo, o que vamos a morir.

Pr.: -La cuestión de la muerte queda esbozada entre líneas en su trabajo y es una forma de horizonte de sus pensamientos. Vuelve usted a hablar de ella en uno de sus textos más recientes, Demeure, en torno a un texto de Maurice Blanchot, Elinstante de mi muerte; y lo que es curioso es que ese horizonte de la muerte es un lugar pero también es una especie de imperativo categórico de deber sobrevivir.
J. D.: -Demeure es un verbo francés de una multiplicidad extrema. Originariamente, demeurer significa «posponer para más adelante», designa lo diferido, la demora determinada, también en términos de derecho la cuestión del retraso siempre me ha tenido ocupado y no opondré el sobrevivir a la muerte. He llegado incluso a definir el sobrevivir como una posibilidad diferente o ajena tanto a la muerte como a la vida, como un concepto original. El sobrevivir es un concepto que no se deriva. Hay supervivencia desde el momento en que hay huella; dicho de otro modo, el sobrevivir no supone una alternativa a la muerte o al vivir. Es otra cosa. No sé si sobrevivir es un imperativo categórico, creo que es la forma misma de la experiencia y del deseo irrenunciable. Sobrevivir es irrenunciable incluso a través de la muerte o a través de la experiencia de la anticipación de la muerte, en cualquier caso todo lo que me ha podido retener a través de tantos y tantos textos sobre la muerte no ha sido nunca contrario a la vida. Jamás pude pensar el pensamiento de la muerte o la atención a la muerte, incluso la espera o la angustia de la muerte como algo distinto de la afirmación de la vida. Se trata de dos movimientos -que, para mí, son inseparables: una atención en todo momento a la inminencia de la muerte no es necesariamente triste, negativa o mortífera, sino por el contrario, para mí, la vida misma, la mayor intensidad de vida.

Pr.: -¿La articula usted con la cuestión del placer y del deseo?
J. D.: -Sin duda. No imagino un deseo que nazca o se alce si no es a partir de la experiencia de la muerte posible. Es lo mismo. Por decirlo en términos directos e inermes, no pienso nunca en la muerte tanto como en los de felicidad, de placer o de intenso deseo.

Pr.: -Sin embargo, usted inscribe siempre el placer en el registro de lo indecidible. Pienso especialmente en La tarjeta postal, en donde evoca usted esa relación con el placer. Para usted hay una especie de confrontación.
J. D.: -Dudo en utilizar ahora esa palabra de indecidible, porque con demasiada frecuencia se la ha interpretado, de modo ridículo, como parálisis, duda, neutralización, de forma negativa. Para mí, lo indecidible es la condición de la decisión, del acontecimiento, y puesto que habla usted del placer y del deseo, es evidente que si yo supiese y pudiese decidir de antemano que el otro es efectivamente el otro identificable, accesible al movimiento de mi deseo, si no hubiese siempre el riesgo de que el otro no estuviese ahí, de que yo me confunda de dirección, de que mi deseo no llegue a su destino, de que el movimiento amoroso que destino al otro se extravíe o no encuentre respuesta, si no hubiese ese riesgo marcado por la indecidibilidad, no habría deseo. El deseo se abre a partir de esa indeterminación, que puede denominarse lo indecidible. Por consiguiente, creo que, lo mismo que la muerte, la indecidibilidad, lo que denomino también la «destinerrancia», la posibilidad que tiene un gesto de no llegar nunca a su destino, es la condición del movimiento de deseo que, de otro modo, moriría de antemano. Y concluyo de esto que lo indecidible y todos los demás valores que se le pueden asociar son cualquier cosa menos negativos, paralizadores e inmovilizadores. Para mí; es exactamente lo contrario.

Pr.: -¿Cómo imagina hoy en día su propia muerte? Ha articulado también mucho su reflexión con la de la inmortalidad...
J. D.: -No puedo decirle cómo imagino mi muerte, la imagino de tantas maneras... Gasto tantos recursos de imaginación, por ese lado, que por decencia no voy a saturar de ese modos sus oídos. Evidentemente, hay formas especialmente recurrentes de esas imágenes, imagino accidentes de coche o muertes por ahogo. El teatro del suicidio también está presente, pero de forma incrédula, pues pienso a menudo en ello pero no creo en mi suicidio. Lo cual no me impide representarme constantemente el escenario del suicidio, dentro de mi cabeza...

Pr.: -En lo que respecta a las cuestiones de porvenir, que no son las de lamuerte, ¿cuáles son las que usted considera urgentes hoy en día?
J. D.: -Hay urgencias que me sobrepasan mucho y a las que querría responder; urgencias políticas por ejemplo, en el sentido amplio del término, y luego hay urgencias que son más singulares o privadas. Me gustaría, en el tiempo que me queda -quede mucho o poco (me dice usted que vamos a hablar del porvenir y no de la muerte, para mí es lo mismo, no porque me hago mayor, sino que siempre me ha pasado lo mismo, puesto que el porvenir es la posibilidad de la muerte)- pensar y escribir cosas que todavía no he podido pensar o escribir. Más específicamente, me gustaría escribir con unas formas o unas experiencias de la lengua, de la frase o de la puesta en el texto con las que sueño desde hace tiempo y que nunca he podido poner a prueba ya sea por desfallecimiento o impotencia personal, ya porque, al ceder demasiado a otras urgencias precisamente, he retrasado el momento de encerrarme con ese experimento de escritura. Ello implica un retiro del que todavía no he sido capaz hasta ahora. Evidentemente, cuando hablo de experimento de escritura, no se trata de unos ejercicios formales en una página: un experimento de escritura para mi es total es el de la vida. Así que tal vez sea un poco: tarde, pero es que me parece más urgente, aunque retrase esa urgencia, se trata siempre de la forma de la urgencia: pensar y escribir, hacer que, por asedio del pensamiento y de la escritura, llegue algo que hasta ahora se ha anunciado quizás pero jamás se ha mostrado como tal.

Pr.: -... ¿que usted designaría cómo?
J. D.: -¡Si pudiera designarlo, ya estaría hecho! Eso no tiene nombre, con frecuencia doy apodos, en todo lo que he tratado de escribir hasta ahora hay apodos, pseudónimos, metonimias de esa cosa que espero o que querría provocar, o que espero que me provoque. Pero, por definición, no poseo ni el dominio ni el control de eso. Si llega, me llegará. Ya veremos.

Pr.: -También hay una cuestión que todavía no hemos abordado y que es la de su relación con los extranjeros que han acogido sus trabajos y su reflexión. Todo este espacio es relativamente desconocido en Francia: ¿qué es lo que hace singular esa acogida que se le ha otorgado a usted desde finales de los años setenta en Estados Unidos, pero asimismo en Italia y en otras partes?
J.D.: No insista demasiado en los Estados Unidos porque se trata [en lo que a mí respecta] de un enorme prejuicio que se mantiene en Francia. La acogida (que, por supuesto, no puedo negar) es allí muy contradictoria porque también hay muchos rechazos, una guerra en torno a mí y a unos trabajos con los que se me asocia y, por otra parte, en países que no tienen nada que ver con Estados Unidos la acogida es a veces mas generosa.
La singularidad reside tal vez en este hecho: a pesar de que lo que escribo y enseño está ligado en cuerpo y alma con el idioma francés y con el idioma menos traducible, a pesar de que escribir de forma bastante idiomática con el fin de hacer que la traducción sea más difícil es incluso una regla que yo me doy a mí mismo, sin embargo, la lectura en el extranjero, lejos de descorazonarse por ello, resulta por el contrario tanto más intensa. Con los traductores de todos los países es con los que mejor me entiendo, con los que mejor trabajo. Una de las cosas mas singulares y más difíciles de pensar para todo el mundo es la siguiente: ¿cómo es que lo más intraducible es lo que mas se traduce y lo que atraviesa más fronteras? Esto puede explicarse ,por todo tipo de razones: un análisis político no bastaría, pero es no obstante indispensable para dar cuenta de este fenómeno; quizás el psicoanálisis, el interés por la tecnología, lo que concierne a la academia, a la institución sean otros elementos de respuesta, puesto que esos problemas tienen sus analogías en todos esos países.

Pr.: -Lo que pasa en los países del Este, poco acostumbrados hasta ahora a nuestro modo de reflexión y que, por razones históricas o políticas, no han tenido la misma formación para la reflexión filosófica, es interesante. A usted le han llamado a esos países, ¿qué le pedían?
J. D.: -Ha pasado lo mismo con Sudamérica, España, Grecia o Sudáfrica. Resulta que siempre he ido allí después de un principio de democratización, en situaciones en las que el país se estaba abriendo, en las que lo que estaba fermentando antes clandestinamente encontraba por fin una vía pública; en ese espacio histórico es donde yo he trabajado con los universitarios, los intelectuales o los escritores de esos países. Éstos encontraron, en lo que se había elaborado en Francia -tanto la deconstrucción como los diversos movimientos y la efervescencia teórica y filosófica de la Francia de los años sesenta-setenta-, algo con lo que formular nuevas cuestiones a la medida de su nueva situación. A veces por lo demás, resistiéndose a ello, rechazando lo que denominaban muy deprisa deconstrucción, postmodernidad, estructuralismo o postestructuralismo. Sin embargo, con más frecuencia, no se daban esos movimientos de rechazo sino de apropiación para pensar y comprometerse en esas nuevas experiencias que les estaban esperando, a la vez para abrirse a Occidente o al mercado, y para resistir al susodicho mercado.

Pr.: -¿Ha tenido ese tipo de diálogo efectos en su propio pensamiento?
J. D.: -Por supuesto. Naturalmente, aquí no puedo decir que tal encuentro ha contado para mí más que tal otro, pero lo que ha contado es la posibilidad de intercambiar el trabajo que me interesaba con lo que pasaba en esos países. a través de la experiencia de esos países en vía de democratización, que constituyen una buena parte del planeta hoy en día, y con los que hay, tal vez, no una sincronía o una contemporaneidad, no creo en eso, sino una correspondencia. Hay correspondencia entre los trabajos franceses de estas últimas décadas y lo que ha pasado -y pasa todavía- tras la caída de los regímenes totalitarios de todo tipo. No hay nada fortuito en que estas cosas hayan pasado al mismo tiempo. No diré, evidentemente, que lo que pasó en Francia haya preparado la caída de los totalitarismos, pero no obstante creo que estas cosas pertenecen al mismo tiempo y que habría que pensar estos últimos cincuenta años después de la guerra como una gran secuencia. Desde el punto de vista de la historia del derecho especialmente, de la relación del derecho y, el Estado, de la constitución en curso del nuevo derecho internacional, todo lo que depende del concepto de, crimen contra la humanidad definido en Nuremberg, con lo que denomino «la mundialización de la confesión» y que está desplegándose a escala planetaria bajo la forma todavía muy bíblico-cristiana de la confesión, del arrepentimiento, del perdón. Todo esto está por pensar como una inmensa secuencia, no homogénea pero que sí tiene cierta unidad y que define el período de después de la guerra.
No hay corpus, sino una dispersión de textos, de discursos, de personas que reclaman distintas modalidades de herencia. La experiencia de la herencia es fundamental, pero la palabra conlleva a menudo connotaciones piadosas o edificantes que también me resultan sospechosas. Tal vez haya que encontrar otra palabra. Hay paso de una generación a otra, de un lugar a otro, un envite: transmisión y envite.

Pr.: -Sí, pero esa cuestión de la herencia para un filósofo o un pensador se plantea no obstante de una forma muy concreta; hay filósofos que crean escuela, por lo tanto, piensan en su herencia, en fin, en lo que dejan.
J. D.: -Sí, siempre se puede pensar en ello, ¿quién puede negar que no se piensa en ello? El primer lector es ya un heredero. ¿Voy a ser leído? ¿Escribo para ser leído? ¿Y para ser leído aquí, ahora, mañana o pasado mañana? Esta pregunta es inevitable, pero se plantea como pregunta a partir del momento en que sé que no lo puedo controlar. La condición para que pueda haber herencia es que la cosa que se hereda, aquí, el texto, el discurso, el sistema o la doctrina, ya no dependa de mí, como si yo estuviese muerto al final de mi frase [antes incluso de firmar un pensamiento]. Dicho de otro modo, la cuestión de la herencia debe ser la pregunta que se le deja al otro: la respuesta es del otro. No podemos preguntarnos acerca de lo que hará el otro, pero lo que debemos desear es que la respuesta sea la del otro y no la mía, que no sea dictada por mí, y que el otro, aunque esté bajo la autoridad o la ley de mi testamento por ejemplo, no se determine más que por sí mismo. No deseo que mis lectores o mis herederos se constituyan en herederos sino libremente. Si lo hiciesen constreñidos, no los consideraría herederos. Es preciso que yo renuncie a estar detrás de lo que digo, hago o escribo para que la cuestión de la herencia se plantee.

Pr.: -¿Es también por esa razón por la que nunca ha querido usted «crear escuela»?
J. D.: -Creo, en-efecto, que no he creado escuela, pero no estoy seguro de haber organizado algo para no crear escuela. Si he huido de ese fenómeno de escuela, es tal vez porque notaba que los que heredan porque están en la escuela o porque reproducen escolarmente modelos, no son verdaderos herederos. Aplican, reciben, reproducen, pero no son verdaderos herederos. Los herederos auténticos, los que podemos desear, son herederos que han roto lo suficiente con el origen, el padre. el testador, el escritor o el filósofo como para ir, por su propio movimiento, a firmar o refrendar su herencia. Refrendar es firmar otra cosa, la misma cosa y otra cosa para hacer que advenga otra cosa. La rúbrica implica en principio una libertad absoluta.

Pr.: -;Una forma de infidelidad?
J. D.: -Una posibilidad de infidelidad, evidentemente. No hay fidelidad posible para alguien que no pudiese ser infiel. A partir de la-infidelidad posible es como se logra la herencia, como se la asume, como se retoma y se refrenda la herencia para hacer que vaya a parar a otro sitio, que respire de otra forma. Si la herencia consiste simplemente en mantener cosas muertas, archivos y en reproducir lo que fue, no es lo que se puede llamar una herencia. No se puede desear un heredero o una heredera que no invente la herencia, que no se la lleve a otra parte con fidelidad. Una fidelidad infiel. Volvemos a encontrarnos con esa doble inyunción que siempre me acompaña.

Pr.: -Pero usted de quién se siente heredero? ¿De Gide? ¿De Nietzsche?
J. D.: Mi problema, o mi suerte, lo que me empuja constantemente a reflexionar acerca de la herencia, es que pertenezco a un gran número de filiaciones. Es bastante común, pero he de decir que, desde el punto de vista cultural, tuve la suerte de nacer en Argelia, en una comunidad judía, de lengua francesa, la cual, a través de todo tipo de guerras y en medio de la tragedia, ha atravesado múltiples filiaciones. En la cultura que es la mía no terminaría nunca de enumerar a mis padres y a mis madres. Esto también me da mucha libertad porque, cuando la filiación es múltiple, podemos manejar al uno contra el otro o el uno sin el otro y vuelta a empezar. Por dejar de lado mi humilde caso, creo que una filiación siempre es múltiple. Una filiación única no es una filiación. Más o menos múltiple, más o menos enmarañada, pero siempre hay más de un padre y más de una madre.
Jacques Derrida


 

[i] En lenguaje familiar, la khâgne es la clase que, en los liceos, prepara a los estudiantes de Letras para entrar en la ENS. La hypokhâgne, por su parte es la clase que precede a la khâgne. [N. de los T.]

[ii] En esta calle parisina es donde está situada la ENS, que, coloquialmente también se denomina, por lo tanto, con el nombre de dicha calle. [N. de los T.]

Jacques Derrida (El-BiarArgelia francesa 15 de julio de 1930 - París8 de octubre de 2004), ciudadano francés nacido en Argelia, es considerado uno de los más influyentes pensadores y filósofos contemporáneos. Su trabajo ha sido conocido popularmente como pensamiento de la deconstrucción, aunque dicho término no ocupaba en su obra un lugar excepcional. Lo revolucionario de su trabajo ha hecho que sea considerado como el nuevo Immanuel Kantpor el pensador Emmanuel Lévinas y el nuevo Friedrich Nietzsche, segúnRichard Rorty.1 Es, acaso, el pensador de finales del siglo XX que más polémicas ha levantado, por su iconoclasia y por su empeño crítico. En cierta medida, logró realizar el sueño nietzscheano del filósofo-artista

Al interior de 5 infames hospitales psiquiátricos abandonados (FOTOS)

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POR: PIJAMASURF - 08/11/2014 

Ubicado en Nueva Jersey, su director creía en la amputación de dientes y órganos como tratamiento para la sífilis.
Belchertown
Una casa con los ojos cerrados.
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Belchertown School

Se llamaba escuela y no hospital porque recibía sobre todo a niños. A los más violentos se les ataba, y los reportes indican condiciones sanitarias deplorables.





Durante la Segunda Guerra Mundial, mucha gente sin preparación entró a trabajar en los asilos y hospitales mentales, dejando un legado de brutalidad y maltrato.


Rollying Hills Asylum
Se convirtió en hospital durante los 50 y cerró en los 70; a partir de entonces se reportan fenómenos paranormales. Se estima que 1,700 personas fueron enterradas ahí.


Las instituciones son formas de preservación y regulación del poder; algunas instituciones, como la prisión o el hospital psiquiátrico, ayudan a regular ese poder a través de la ideología que impregna los cuerpos de los sujetos y los convierte en proscritos, marginales o “enfermos mentales”.

Los hospitales psiquiátricos son una de las instituciones modernas más difíciles de juzgar: ¿centro de investigación sobre los padecimientos anímicos o crujía para guardar bajo llave a los indeseables, a los dolientes y a los disidentes? Lo cierto es que la eugenesia, la esterilización forzada, los abusos físicos y las experimentaciones suicidas de nuevos tratamientos fueron situaciones que se repitieron sistemáticamente, y dejaron un estigma que la cultura pop asocia con el hospital mental. Los fenómenos paranormales son sólo la cereza del pastel.

Del Sanatorio Internacional Berghof en La montaña mágica de Thomas Mann al asilo Arkham de Batman, el hospital psiquiátrico no deja de oscilar entre su misión terapéutica y las dificultades de curar una mente que no se comprende del todo. Un escritor frustrado y un psicópata enmascarado pueden terminar compartiendo un pabellón. O un capítulo de American Horror Story.

Libros como La Castañeda y Nadie me verá llorar, de Cristina Rivera-Garza, han contado también la historia del hospital psiquiátrico en México a través de la apropiación de documentos e historias clínicas, para que sean las propias víctimas quienes se reapropien de sus historias. En el caso de al menos uno de los hospitales presentados en las imágenes, los registros permanecen como Clasificados.

La ‘top model’, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano

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Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw


El titular podría ser el que abre la entrada, pulp hasta el amaneramiento: La top model, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano. No sería inaceptable otra versión menos relamida: El crimen más teatral del siglo XX. Tampoco una tercera más afrancesada: La mujer del columpio de terciopelo rojo.
La historia, que subyugó al novelista E.L. Doctorow (Ragtime, de 1975, adaptada al cine unos años después por Miloš Forman), tiene también lo necesario para ser el germen del libreto de una ópera de trama funesta, una crónica sobre el pozo negro del final de un siglo, la base para un ensayo sobre el fariseísmo social o una parábola sobre la belleza y sus desgracias.
Sea cual sea la versión, los protagonistas son Evelyn NesbitStanford White y Harry Kendall Thaw.
Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)
Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)
Evelyn Nesbit, a quien llamaban la “Eva americana”, tenía en la foto, tomada en 1900, 16 años.
Para considerarla una llama encendida no es necesario anotar lo que está a la vista: la caída de los párpados, la promesa de abandono, la piel lactescente del genoma celta… Poco más de un año antes, mientras el siglo XIX moría entre gritos de júbilo y admoniciones de apocalipsis, Evelyn rondaba la miseria. Trabajaba en una tienda por departamentos de Filadelfia 12 horas al día y seis días a la semana por un salario que alcanzaba para seguir muriendo.
Un encuentro casual con una pintora le permitió cambiar de oficio a los 14 años: modelo de estudio, a veces desnuda, por un dólar al día. Suficiente para mantener a la madre y el hermano chico, arruinados hasta el hambre por la muerte prematura a los 40 años del cabeza de familia, un abogado que sólo dejó en la tierra sueños demasiado ambiciosos y un hatajo de deudores.
"Portrait of Evelyn Nesbitt" - James Carroll Beckwith, c. 1901
“Portrait of Evelyn Nesbitt” – James Carroll Beckwith, c. 1901
La evocadora belleza de la muchacha y el apetito insaciable del público por buscar nuevos ideales de belleza y sensualidad para el siglo XX convirtieron a Evelyn en un icono.
La llama ardió rápido: en 1902 aparecía en la portada de las revistas —todas: Vanity Fair,Harper’s BazaarThe DelineatorWomen’s Home CompanionLadies’ Home JournalCosmopolitan…— y también en la publicidad del interior.
Era inagotable: vendía marcas de pasta de dientes o cerveza, Coca Cola o pólizas de seguro; una presencia tenaz: aparecía en postales, calendarios, tarjetas, se multiplicaba —geisha, ninfa, diosa griega, campesina, gitana...—, y mantenía el misterio de lo carnal.
La consideraron, con razones sobradas, tres veces icono inaugural: la primera pin-up, la primera top model y la primera sex symbol. Dicen que hasta la llegada de Marilyn Monroe nadie calentó tanto la imaginación de los EE UU.
"Woman: the Eternal Question" - Charles Dana Gibson, 1905
“Woman: the Eternal Question” – Charles Dana Gibson, 1905
En 1905 un perfil de la exuberante muchacha fue dibujado, con el elocuente título de Mujer: la pregunta eterna, por Charles Dana Gibson, constructor de lasGibson Girls, mujeres nuevas que bebían martini, montaban en bicicleta, regían su vida, no atendían a convenciones y estaban muy por encima de los cánones de belleza.
Evelyn, que también fue musa de algunos de los pioneros de la fotografía de moda y cobraba una tarifa de diez dólares por sesión, añadió pronto a los ingresos el salario como corista en Florodorauno de los primeros musicales de éxito masivo en los teatros de Broadway. En 1902 consiguió un papel secundario —la gitana Vasthi— en otra obra, The Wild Rose.
Su madre, que vigilaba de cerca a la fuente de ingresos, aceptó complacida que su hija, que acaba de cumplir 18 años, iniciase una carrera en los escenarios, porque le dijeron que las actrices lo tenían fácil para pescar millonarios.
Evelyn era mediocre como intérprete —tanto que el resto del elenco solía burlarse de ella durante los ensayos—, pero algunas críticas destacaron que mientras permanecía en silencio era capaz de iluminar la escena con más intensidad que todo el equipo eléctrico.
Entre los aduladores que rondaban a la joven diva el más cautivador —aunque a Evelyn le parecía “demasiado viejo”— era el arquitecto Stanford White, un bon vivant cincuentón y dandi pese al sobrepeso. Era adorado por la alta sociedad neoyorquina por la aguda palabrería, la extravagancia del enérgico bigote rojizo, la fundación de un estilo que llamaba con pompa Richardsonian Romanesque y que no era otra cosa que una aplicación, quinientos años más tarde, del ideario renacentista, las casas que diseñaba para la altísima burguersía —entre ellas las mansiones en la Quinta Avenida de los Vanderbilt y los Astor—, y la reforma del Madison Square Garden de 1890, que coronó con una réplica de la Giralda de Sevilla.
Stanford White (1853-1906)
Stanford White (1853-1906)
La obra de la que White estaba más orgulloso era su“apartamento para adulterios”, entre las avenidas 22 y 24, una casa de ladrillo que había decorado con la estridencia de un burdel: en una habitación tenía un columpio de terciopelo rojo para que sus conquistas se balanceasen, a ser posible ligeras de ropa, y en otra había cubierto las paredes de espejos para multiplicar hasta el infinito las hazañas sexuales de las que se ufanaba.
Aunque White se mostró en un principio como “paternal y cariñoso”, según escribiría Evelyn en sus memorias, prontó pasó a la acción y, con la connivencia de la madre de la actriz, que veía con buenos ojos el asunto y se apartó muy gratamente de la ciudad aceptando unas vacaciones pagadas por el arquitecto, logró que la joven entrase en su cama. No hubo coacción, pero sí fascinación, mucho champán, cenas íntimas con platos que Evelyn nunca había visto ni en estampas, el regalo de un bellísimo quimono y un columpio de terciopelo.
John Barrymore (1882-1942)
John Barrymore (1882-1942)
En escena apareció fugazmente el actor John Barrymore, que todavía era un aspirante a estrella pero cautivó a Evelyn con el magnetismo que le convertiría en uno de los grandes galanes de la primera mitad del siglo. Fueron amantes durante una corta temporada porque la madre de ella y White intervinieron para cortar el romance y separar a los novios.
A los pocos meses Evelyn fue internada en una clínica: la versión oficial fue una apendicitis, pero siempre se especuló que se había sometido a un aborto porque estaba embarazada de Barrymore.
Dominada y con escasa voluntad, la “Eva americana” eligió salir del laberinto mediante la peor de las opciones: Harry Kendall Thaw, hijo de un magnate del carbón y los ferrocarriles. El heredero, hijo único, vivía sin pegar clavo gracias a una holgada asignación familiar.
Harry Kendall Thaw (1871-1947)
Harry Kendall Thaw (1871-1947)
Señorito calavera, criado como un reyezuelo despótico —mantuvo durante toda la vida la costumbre de hablar con el código lingüístico y el tono amanerado con que los adultos hablan a los bebés—, tahúr de partidas de póquer, consumidor de cocaína, morfina y opio, expulsado de una universidad tras otra (incluso de Harvard, que lo había admitido tras una donación millonaria de papá), Harry distribuyó el escándalo y los caprichos con pasión y logró que la prensa acuñara un término que hasta entonces era desconocido: playboy.
Acudía cada noche a ver actuar a Evelyn, le enviaba regalos, primero desde el anonimato y luego a cara descubierta. Cuando ella salió del hospital la invitó a un viaje a todo trapo por Europa para recuperarse. La madre de Evelyn, por supuesto, se apuntó. Al fin adivinaba el yerno millonario con el que siempre había soñado.
Manipulador de efectividad suprema, Thaw organizó un recorrido agotador de saltos entre ciudades, hoteles de lujo, salones de alto copete y diversiones mundanas. Al mismo tiempo malmetió para que madre e hija —cansada la primera y abatida la segunda— se distanciaran y propuso, presentándose como apaciguador, que se la señora se quedara unos días en Londres para recuperar aliento mientras él y Evelyn se iban a conocer París.En la capital inglesa, tras una noche iluminada por el champán, propuso matrimonio a la joven por primera vez.
Residencia de los Thaw en Pittsburgh
Residencia de los Thaw en Pittsburgh
Después de casi dos años de insistencia, Evelyn dijo que sí. En sus memorias afirma que antes contó a Thaw toda la verdad sobre las relaciones previas con White y Barrymore.
La boda, que se celebró en abril de 1905, fue un prólogo de la vida que tenía por delante la joven, que acababa de cumplir 21 años: Thaw y su madre, una fanática que interpretaba literalmente el Viejo Testamento, obligaron a la novia a vestir de negro. La pareja viviría en la aislada residencia palaciega de la familia. Desde luego, la carrera como actriz y modelo terminó de inmediato.
La jaula de oro era, finalmente, una simple jaula. Nada faltaba pero nada era del todo real: las apariencias mandaban y la alienación de Evelyn, que nunca había ejercido el libre albedrío, se acentuaba por momentos. En el interior del marido anidaba una creciente paranoia. Aseguraba que la mafia planeaba secuestrarle, que le perseguían, que el arquitecto White deseaba recuperar a Evelyn. Empezó a sufrir episodios de ira y violencia y a llevar encima una pistola.
"Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza" (Portada del 'New York American' del 26 de junio de 1906)
“Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza” (Portada del ‘New York American’ del 26 de junio de 1906)
El 25 de junio de 1906 fue un día de extraordinario calor en Nueva York. Los termómetros rozaron los 30 grados centígrados y la humedad agudizaba la sensación térmica. A las 11 de la noche, la terraza del Madison Square Garden —diseñada por Stanford White precisamente para servir como refrescante alternativa teatral a cielo abierto durante la temporada de verano— estaba poblada por la alta sociedad de Nueva York. Representaban el vodevil Mam’zelle Champagne (Señorita Champán), una deliciosa nadería para regocijarse con la frivolidad.
Cuando la compañía afrontaba el número final —I Could Love A Million Girls (Podría amar a un millón de chicas)— acaso White pensaba en que el temita podría aplicarse a sus experiencias en el salón de los espejos del “apartamento para adulterios”.
Las bandas sonoras siempre caen del cielo.
El bigotudo arquitecto, charlando como siempre, no vió venir a Thaw, que descargó tres tiros en la cabeza y la espalda de White. En el revuelo y la histeria posteriores, el asesino permaneció inmóvil. “Arruinó a mi esposa”, dijo en voz baja antes de tomar a Evelyn del brazo y dirigirse al ascensor.
— ¿Qué has hecho? —preguntó ella, consternada y en estado de shock.
— Salvar tu vida —dijo él.
Harry Thaw en comisaria unas horas después de asesinar a White
Harry Thaw cenando en comisaria unas horas después de asesinar a White
El proceso judicial, bautizado como “el juicio del siglo”, fue una pantomima. El dinero inagotable del imperio Thaw pagó las minutas de los mejores penalistas del país y de una agencia de relaciones públicas para influir sobre los diarios —fue la primera vez en la historia que un gabinete de prensa representó a un asesino—. El jurado fue secuestrado en un hotel —también una circunstancia inédita hasta entonces— para intentar aislarlo de la contaminación de los muchos tribunales paralelos.
La opinión pública tragó con el mensaje: Thaw era un caballero que defendió el honor de su esposa ante el arquitecto abusador que se había aprovechado de la inocencia de una menor de edad. Algunas revistas de arquitectura se dejaron sobornar y publicaron críticas feroces al estilo “irrelevante y pretencioso” de White, que pasó a ser un apestadopostmortem.
Thaw fue condenado a cadena perpetua en un sanatorio mental, donde vivía como un capo, con comidas traídas desde el restaurante Delmonico’s y tres sirvientes a su servicio. Intentó fugarse varias veces y llegó a escapar a Canadá, pero fue extraditado. En 1915, nueve años después del crimen, fue considerado como “curado” y puesto en libertad por un tribunal.
Evelyn Nesbit y su hijo - Foto: Arnold Genthe, 1913
Evelyn Nesbit y su hijo Russell William Thaw – Foto: Arnold Genthe, 1913
Unos cuantos epílogos pueden ser anotados para culminar la narrativa de esta crónica sobre una cenicienta elevada a la fama discutible de la admiración y la indiscutible bajeza de los cotilleos.
Evelyn Nesbit tuvo un hijo, nacido en Berlín en 1910. Sostenía que el padre era Thaw y el crío había sido concebido durante una visita privada en el sanatorio. El millonario nunca reconoció la paternidad del crío, aunque permitió que fuese registrado con su apellido.
Russell William Thaw actuó con su madre en media docena de pésimas películas que pretendían explotar el morbo y se dedicó a la aeronáutica. Fue piloto de prototipos y héroe en cazabombarderos durante la II Guerra Mundial. Murió en 1984.
Evelyn Nesbit (1884-1967)
Evelyn Nesbit (1884-1967)
En 1911 la actriz se reconcilió con su madre, la mujer que le había dirigido y manipulado la vida. Intentaron sacar dinero a la familia Thaw, pero sólo recibieron “migajas”. Cuando se ultimó el divorció en 1915 el tribunal dictó una compensación de 25.000 dólares. A Evelyn le pareció tan insultante que donó el dinero a la anarquista, libertaria y feminista Emma Goldman, que lo empleó para financiar el libro prosoviet Diez días que estremecieron al mundo, del propagandista John Reed.
La primera top model trabajó en compañías de burlesque de tres al cuarto. Algunos dicen que también se ofrecía como stripper para fiestas privadas. Murió en una residencia de ancianos en California en 1967, a los 82 años.
Thaw fue detenido en 1916 por agresión sexual contra un chico de 19 años. El dinero volvió a resolver el asunto, que se cerró con un acuerdo fuera de los tribunales. En 1924 compró una granja en el campo y escribió un libro de memorias. “Bajo las mismas circunstancias volvería a matarlo mañana”, dijo sobre el ataque mortal contra White.
El playboy asesino”, como le llamaban los diarios, murió de un ataque al corazón en Florida en 1947. Tenía 76 años y una fortuna estimada en un millón de dólares.
El edificio que había construido White para sus adulterios se derrumbó en 2007. Nadie lo derribó: cayó por abandono.
Jose Ángel González

La escena, narrada con cadencia de llanto por Francis Ford Coppola en El Padrino

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 Ellis Island

A su llegada a Nueva York en 1901, escapando de las balas de una lupara de la mafia siciliana, el niño de diez años Vito Andolini es rebautizado por el gendarme de Inmigración, que le otorga por error el apellido de su pueblo natal, Corleone. El crío está enfermo de viruela y lo internan en cuarentena en un hospital para inmigrantes. En el triste cuarto de la tierra nueva, sentado frente a la Estatua de la Libertad, cuyo significado dudosamente conoce, el dulce huérfano —objetivo de una vendetta que le ha deja solo en el mundo porque su padre se atrevió a insultar al capo local— canta una tonadilla en dialecto siciliano.
La escena, narrada con cadencia de llanto por Francis Ford Coppola en El Padrino —esa trilogía sobre una saga italoestadounidense que debería ser considerada como patrimonio de la humanidad—, se desarrolla en la Isla Ellis, en la bahía de Nueva York.
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