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DOSSIER Alfredo Bryce Echenique “La patria de uno son unos cuantos amigos y unos cuantos paisajes inolvidables”

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Bryce Echenique se retira: “No tengo pensado otro proyecto”

El escritor peruano, homenajeado en el Instituto Cervantes, al que ha entregado un legado compuesto por varios ejemplares de sus obras




El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, y el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, en la Caja de las Letras de la institución.
El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, y el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, en la Caja de las Letras de la institución.  EFE




La taquilla número 1.216 de la Caja de las Letras, en el Instituto Cervantes, ya contiene el legado que entregó ayer en mano el escritor peruano  Alfredo Bryce Echenique, de 80 años. En el interior de la caja dejó nueve ejemplares, en ediciones en español, ruso, japonés, francés o italiano, de algunas de sus obras, como Un mundo para Julius, la primera y más celebrada, de 1970, y la última, la tercera entrega de sus Permiso para retirarme. Antimemorias, publicada en abril de este año. Un libro que, como prometió ayer el limeño, será el último: “El título es una declaración de principios. No tengo pensado otro proyecto”. Instantes después introdujo esos volúmenes en la caja que tiene su nombre y en la que algún día hubo dinero (la sede del Cervantes fue la del Banco Central). Hoy contiene libros.
Bryce, de traje gris oscuro y corbata roja, ha decidido que su caja se abra dentro de un siglo, el 18 de junio de 2119, fecha en la que, como añadió el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, “se podrá saber las dedicatorias a sus amigos que hay en estos libros”. Algunos de ellos estaban a su alrededor, por lo que el autor, “muy agradecido”, les dijo que estos “habían estado a la superaltura”. Preguntado por el caso de sus plagios de artículos de prensa, por el que fue condenado a una multa de 42.000 euros en Perú, en 2009, aseguró que recurrió y que la Fiscalía de Perú le absolvió “completamente”.
El homenaje al limeño continuó con una mesa redonda en la que participaron, además de García Montero, la escritora Almudena Grandes, el cantautor Joaquín Sabina (que desde hace años lo considera su “hermano”), el editor Jesús García Sánchez, el escritor José Esteban y el consejero cultural de la Embajada del Perú, Alonso Ruiz Rosas, moderados por la profesora Ana Pellicer. Una reunión con conocidos porque, como dijo Bryce, “la patria son unos cuantos amigos y unos cuantos paisajes inolvidables”. El escritor fue acogido con aplausos por el público que llenaba el salón de actos y que, desde una hora antes de que empezara el acto, hacía cola en la calle para escucharlo. Todos los participantes confiaron en que reconsidere su decisión de no escribir más.
Grandes afirmó que a Bryce “es uno de los escritores a los que más homenajes haría”. “Y de los que más me ha influido. Un mundo para Julius construyó un mundo para mí”, añadió la autora, colaboradora de EL PAÍS.

Alfredo Bryce Echenique, una literatura de amistad, alcohol y exageraciones

El escritor peruano recibe un homenaje en el Instituto Cervantes, donde ha legado varios libros a la Caja de las Letras y ha revivido anécdotas con amigos como Almudena Grandes, Chus Visor, Joaquín Sabina y Pepe Esteban.




El escritor peruano junto al director del Cervantes, Luis García Montero, introduciendo su legado en la Caja de las Letras
“La patria de uno son unos cuantos amigos y unos cuantos paisajes inolvidables”, repitió ayer en varias ocasiones el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) durante el homenaje que le brindaba el Instituto Cervantes de Madrid. Ese concepto irrenunciable de la amistad se dejó sentir en el legado que introdujo en la taquilla 1.216 de la Caja de las Letras, nueve ejemplares, en ediciones en español, ruso, japonés, francés o italiano, de algunas de sus obras que había dedicado a sus amigos. Toda una vida volcada en la escritura, reflejada en obras como Un mundo para Julius, su primera y más celebrada novela, y en la más reciente, la tercera entrega de sus “antimemorias”, Permiso para retirarme, cuyo título, como afirmó ayer el escritor “es una declaración de principios. No tengo pensado otro proyecto”.
Una retirada que supone el adiós literario a uno de los más jóvenes del boom (aunque él siempre ha negado pertenecer al grupo), un escritor desmesurado, dueño de frases cortas y de un ingenio punzante y socarrón, afecto a las más altas cotas de virtuosismo narrativo, que desbarata los puntos de vista, juguetea con los diálogos y deja al lector boquiabierto con inteligencia y su irónico sentido del humor. Para el recuerdo queda una trayectoria literaria con grandes luces como las novelas Un mundo para Julius, con la que fue Premio Nacional de Literatura en Perú (1972); La vida exagerada de Martín Romaña(1981), No me esperen en abril (1995) y Reo de nocturnidad, con la que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de España en 1998. También los volúmenes de cuentos Huerto cerrado (1968), Magdalena peruana y otros cuentos (1989),  Guía triste de París (1997) y La esposa del rey de las curvas (2010), y, por supuesto, su dos anteriores volúmenes de “antimemorias”, Permiso para vivir (1993) y Permiso para sentir (2005) .
Pero también con algunas sombras, como la acusación por el plagio de artículos periodísticos por el que fue condenado en 2009 a pagar una multa de 60.000 dólares, si bien el autor aseguró en 2012 tras ganar el Premio FIL de Guadalajara (lo que ocasionó otra agria polémica) que le retornaron el importe de la sanción. Preguntado al respecto, al autor considera el asunto un capítulo olvidado, pues afirma que «fui a juicio, en primera y segunda instancia, y la fiscalía no sólo me absolvió, sino que archivó el caso definitivamente».

Una realidad exagerada

Pero ajenos a polémicas, varias figuras de la cultura, amigos del escritor y especialmente del hombre, se dieron cita ayer para honrar la vida y la obra de Alfredo Bryce Echenique a sus 80 años recién cumplidos. Tras unas sentidas palabras de la profesora de literatura hispanoamericana Ana Pellicer, que le agradeció “crear un universo después del creado por el boom, otro mundo tras el Aleph de Borges” y recordó las palabras del también amigo del peruano,  Carlos Barral: “Alfredo jamás ha escrito una obra autobiográfica, las escribe de anticipación: sucederá todo después”, rompió el hielo el escritor Pepe Esteban. Y lo hizo recordando como conoció hace 40 años al escritor, con quien ha corrido “muchas aventuras, viajes, alcohol y literatura. Me dijeron en su día que confundía realidad y ficción, pero no es así. Yo he sido personaje suyo en varias narraciones y todo fue ficción, siempre cuenta las anécdotas desfiguradas para quedar bien él”, comentaba entre risas hablando de su tendencia a la desmesura y la exageración.


Acto de homenaje a Bryce Echenique ayer en el Cervantes

También de anecdotario tiraba el editor Chus Visor, recordando una anécdota sobre un viaje literario a La Habana en 1986. “Está todo en las memorias un poquito exagerado, pero yo recuerdo a Alfredo que se plantó sin siquiera subir las maletas en el bar del hotel y ahí estuvimos hasta las siete de la mañana tomando aguas”, narraba socarrón Visor. “Cada hora le decía que nos fuéramos a dormir, que al día siguiente daba el pregón de apertura del premio, pero él se negaba a subir a su habitación diciéndome que Ernesto Cardenal , el poeta nicaragüense, estaba en su habitación con 200 filipinos”.
De juergas habló asimismo la escritora Almudena Grandes, recordando como en 2010, cuando Bryce Echenique puso fin a sus varios años de exilio europeo y dejó Madrid para volver a Lima, “nos divertimos despidiendo a Alfredo. Estuvimos haciéndole despedidas durante dos años. Parecía que Alfredo no se iba a ir nunca, pero se fue, y dejó un vacío”. Pero Grandes también reivindicó al autor peruano como “uno de los escritores a los que más homenajes haría, y de los que más me ha influido como lectora y escritora. Cuando construyó Un mundo para Julius construyó también un mundo para mí”, confesaba la escritora, que ensalzó las grandes virtudes narrativas de la obra de Bryce Echenique. “Alfredo es dueño de una voz totalmente personal y es un maestro a la hora de equilibrar emociones imposibles, como el humor amargo o la ironía inocente”.  

«Que le den el Cervantes»

Quien también equilibró admiración literaria con anécdotas báquicas fue el cantautor Joaquín Sabina, fiel admirador y amigo del peruano, que reivindicó al novelista apátrida, al magnífico cuentista, “algo notable en el país de Julio Ramón Ribeyro”, y su humor, pues “el humor usado como lo usa Alfredo es de lo más difícil, con tristeza pero sin autocompasión”. Sin embargo, también destacaba que “Alfredo está muy dotado para la amistad, es lo que más le interesa junto con el alcohol. No sé dónde queda ahí la literatura, pero por ahí anda. Hace como hacía Gabo, vivir para contar”. Y de nuevo apeló el cantautor a ese trenzamiento del peruano entre realidad y ficción: “Nunca cuanta una anécdota igual, la última versión no se parece demasiado a la que tú viviste con él, pero es mucho mejor”, afirmaba entre risas. Para terminar, invocando la añoranza, Sabina comenzó a leer varios versos compuestos en honor del escritor, hasta que al final del último soneto, se ha lanzado a pedir «que le den el Premio Cervantes».
Bryce Echenique asistía al festival de elogios y recuerdos impasible, con una media sonrisa inteligente y burlona. «¿Qué voy a decir?, me he quedado tieso», dijo al final. Y para terminar, citando al icónico tenor y actor mexicano Pedro Vargas echó el telón al homenaje con un «Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido».

Alfredo Bryce Echenique

Biografía de Alfredo Bryce Echenique

Autor peruano, Alfredo Bryce Echenique se licenció en Derecho y más tarde se doctoró en Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima. Marchó a Francia y se doctoró en Literatura Francesa Clásica y Literatura Francesa Moderna en la Sorbona. 

En 1964 Bryce Echenique abandonó Perú para afincarse en Europa, pasando por Francia, Italia, Grecia y Alemania, y desde 1984, en España. Ha sido profesor en varias universidades europeas y americanas. En los últimos años, se ha visto involucrado en varias acusaciones de plagio. 

Ha obtenido varios premios, como el Juan Rulfo, destacando en España el Nacional de Literatura en su modalidad de narrativa en 1998, y el Planeta en el año 2002.

Es autor de novelas, cuentos, ensayos y crónicas, de entre las que habría que destacar libros como Reo de nocturnidadEl huerto de mi amada o Un mundo para Julius, entre otros.

Libros de Alfredo Bryce Echenique


Diez obras esenciales que no te puedes perder de Alfredo Bryce Echenique

Desde 'Huerto cerrado', 'Un mundo para Julius' a 'El huerto de mi amada' y 'Permiso para vivir. Antimemorias 1'. 




Te recomendamos una serie de libros de Alfredo Bryce Echenique (USI).



Redacción PERÚ21
REDACCIÓN PERÚ21
Desde un sillón Voltaire y un trago en mano, Alfredo Bryce Echeniqueimaginó una serie de obras que lo han convertido en una de las principales figuras de la literatura peruana. Hoy cumple 80 años y recordamos al notable escritor sugiriendo una serie de libros para celebrarlo de la mejor manera: leyéndolo. 
'Huerto cerrado' (1968)
​El libro reúne 12 cuentos sobre Manolo. Un personaje tierno, tímido, observador y obsesivo al que conoceremos desde su infancia hasta su adultez. El cuentario fue reconocido con una mención honrosa en 1968 en el Premio Casa de las Américas y representó un gran impulso en la carrera literaria de Alfredo Bryce Echenique

Alfredo Bryce Echenique



Portada de 'Huerto cerrado'.
'Un mundo para Julius' (1970) 
Primera novela de Alfredo Bryce Echenique en la que se retrata, desde la mirada de Julius - un niño tímido y solitario - la existencia de una sociedad aristocrática a la que pertenecía, y el de la servidumbre. La obra fue galardonada como mejor novela en el Premio Nacional de Literatura de 1970. 

Alfredo Bryce Echenique



Portada de 'Un mundo para Julius (Difusión).
'Tantas veces Pedro’ (1977)
La novela sigue la historia de Pedro Balbuena y "su maravillosa habilidad artística para la infelicidad, su incapacidad para escribir y su perfección en el arte de morir de amor", según Alfredo Bryce Echenique. Reside en París con el objetivo de convertirse en escritor. Y con Malatesta (un perro de bronce) entabla largas conversaciones. Balbuena vive enamorado de Sophie, su amor ideal, lo que le impide mantener una relación estable. 
Goig' (1987)
Cuento de Alfredo Bryce Echenique sobre Goig, un perro bóxer que entabla una relación con Martín. Se conocen bajo una mesa mientras se esconden durante una fiesta de cumpleaños. Martín crece y deja el país para estudiar en Francia. Entonces Goig decide ir tras su gran amigo. 
Resultado de imagen para Portada de 'Goig' (Difusión).


Portada de 'Goig' (Difusión).
La vida exagerada de Martín Romaña' (1981)
Inspirado en la vida de Ernest Hemingway, Martín Romaña sale de Perú y se dirige a Francia. Sin embargo, nada ocurre como en los libros del escritor estadounidense. En París, Martín vive una serie de anécdotas: se casa con una militante de extrema izquierda e intenta, sin suerte, convertirse en un revolucionario modelo. En tanto, escribe una novela sobre los latinoamericanos que sobreviven en la Ciudad Luz. 
No me esperen en abril' (1995)
La novela sigue la vida del tímido y extravagante Manongo Sterne desde su encuentro con Tere Mancini, su primer amor de adolescente. Un hecho que se convierte en el nucleo de la historia que lo sigue hasta su adultez. La obra retrata el mundo de los jóvenes de clase alta de la Lima de los años cincuenta, al ritmo de "Unforgettable" de Nat King Cole y "Lili Marlene. El libro es también un homenaje, como varios libros de Alfredo Bryce, a la amistad. 
El huerto de mi amada' (2002)
Novela sigue la historia del amor entre ​el joven Carlos Alegre y Natalia de Larrea, una bella y acaudalada mujer. Su primer encuentro ocurre en una fiesta y prosigue en la casa de campo de Natalia. La relación ocasiona un gran escándalo entre familiares y amigos, que el padre de Carlos demanda a Natalia por corrupción de menores. La situación los obliga a tomar nuevas medidas para salvar su romance. La novela fue ganadora del Premio Planeta. 

Alfredo Bryce Echenique



Portada de 'El huerto de mi amada' (Difusión).
'Permiso para vivir. Antimemorias 1' (1993)
Primera parte de las memorias de Alfredo Bryce Echenique. Incluye un conjunto de testimonios personales que conforman su autoretrato . La obra presenta un capítulo perdido de 'Un mundo para Julius' y su experiencia en Cuba. Asimismo, una serie de anécdotas que vivió el notable escritor. 
A trancas y barrancas' (1996)
Selección de los artículos escritos por Alfredo Bryce Echenique entre 1982 y 1996 para distintos medios del Perú y el extranjero. En los textos se tratan temas como su experiencia en Europa, los problemas del Perú, sus viajes, la literatura, el mundo contemporáneo, y otros. 

Alfredo Bryce Echenique



Portada de 'Aforismos. Dichos, dichas y desdichas' (Difusión).
Aforismos. Dichos, dichas y desdichas' (2016)
La reúne varias líneas recogidas de novelas, cuentos y ensayos de Alfredo Bryce Echenique. Todas son frases que divididos en segmentos sobre el amor, la literatura, sus amigos (entre ellos, Julio Ramón Ribeyro) y otros. Los textos fueron seleccionados por Hugo Vallenas y Christian Reynoso. Permiten generar una gran atracción por la obra de Bryce. 

Alfredo Bryce Echenique y la clave de sus libros: “Necesito huir, encerrarme en un lugar lejano, generalmente en una isla”

En conversación con Héctor Soto y Arturo Fontaine, el escritor peruano reflexionó sobre su carrera, habló de depresión y contó varias anécdotas de su ajetreada vida.

 25 Abril, 2019

Alfredo Bryce Echenique, autor de la destacada novela “Un mundo para Julius”, conversó con Héctor Soto y Arturo Fontaine a propósito de la publicación del tercer volumen de sus “antimemorias”, titulado “Permiso para retirarme”.
El escritor peruano contó que tiene la necesidad de “huír, encerrarme en un lugar lejano, generalmente en una isla” para lograr darle forma a sus trabajos. También confesó que ha sido “depresivo” y que se ha “medicado siempre para eso”.
“Cuando terminé de escribir mi primera novela, que es ‘Un mundo para Julius’, terminé en un hospital. Y después con otra novela, terminé en otro hospital en Montpellier por una crisis de insomnio”, reveló.
También conversó sobre sus estudios, sobre su relación con Alan García, sobre Vargas Llosa y García Márquez, entre otras temáticas. Puedes escuchar todo en el audio.
Feria del Libro

Bryce Echenique hace memoria

El escritor peruano, autor de Un mundo para Julius, viene a presentar Permiso para retirarme, el tercer tomo de su autobiografía.

Alfredo Bryce Echenique. El autor celebra el Día de Perú en la Feria
Nacido en Lima, Perú, en 1939, Alfredo Bryce Echenique vivió largos años en París y Barcelona. El autor de las novelas Un mundo para JuliusTantas veces PedroLa vida exagerada de Martín Romaña, entre otras, jugó muchas de sus cartas a la comicidad (quizá también la que terminó en denuncias en su contra por plagio de artículos periodísticos, que acaso consideró una travesura más). Tras leer el manuscrito de Tantas veces Pedro, su compatriota y amigo, el escritor Julio Ramón Ribeyro, opinó que Bryce "es el más grande narrador humorístico peruano". Y lo que Ribeyro anticipó sobre esa novela –que tendría "grandes defensores y grandes detractores"– también resultó cierto para su autor.
Este sábado, en la Feria del Libro de Buenos Aires, Bryce Echenique presentará “Permiso para retirarme. Antimemorias 3”, un libro de memorias que cree completo. Con esto, también, Perú celebra su día en el encuentro literario.
-A sus libros de recuerdos –Permiso para vivirPermiso para sentirPermiso para retirarme–los calificó de "antimemorias", como las de André Malraux, pero en su caso en clave dicharachera, socarrona.
-Es cierto, no hay en el libro un tono grave, es todo más bien festivo.
-Hay pasajes en los que se presenta como personaje, incluso risible.


En 2002. Bryce Echenique, Premio Planeta con María Pauu Janer. /EFE
En 2002. Bryce Echenique, Premio Planeta con María Pauu Janer. /EFE
-En efecto. Así ha sido mi vida. Y ha quedado este recuento de personas entrañables o desdeñables que me ha tocado conocer a lo largo de los años.
-Algunos aseguran que el humor envejece en literatura y usted ha apostado fuerte por él.
-Siempre. Pertenezco a una familia en la que hubo mucho humor. Siempre nos criticábamos entre nosotros y a nosotros mismos, si bien de una manera mesurada. Nos gustaba ver el lado ridículo de las cosas, el lado tosco, necio. Así fueron mis familiares. Y en esas reuniones, en las que yo era un niño y ellos se divertían y yo los observaba, me di cuenta de que así también iba a ser mi vida.
-Estas últimas memorias usted las ha dictado, pero en el caso de los dos tomos anteriores, ¿en qué se diferenciaron de su escritura de ficción y en qué se parecieron a ella?
-No han sido necesariamente iguales, al contrario. Es una mirada al pasado, en la que pasado y presente se mezclan hasta no saber cuál es uno y cuál el otro. Pero la exigencia con la escritura ha sido la misma.
-¿Y cuánto siente que se ha permitido mentir en su autobiografía?
-No, nada. Yo creo que nada.
-¿Qué le fue indicando cuánto contar y qué callarse de la vida propia?
-Pues en principio para mí se trató de contarlo todo. Es un libro para ser escuchado. Y fue escrito por una persona que escucha.


En 1999. Bryce Echenique presentaba "La amigdalitis de Tarzán" , una novela casi epistolar sobre el amor, la amistad y los desencuentros de la vida. / EFE
En 1999. Bryce Echenique presentaba "La amigdalitis de Tarzán" , una novela casi epistolar sobre el amor, la amistad y los desencuentros de la vida. / EFE
-¿Qué autobiografías o libros de memorias de escritores le han servido de modelo o ha admirado?
-Hay muchos, pero he admirado especialmente a Stendhal.
-Este es su autorretrato, pero ¿cómo se ve retratado, por ejemplo, por su amigo Julio Ramón Ribeyro en su libro La tentación del fracaso?
-Siempre con una intimidad muy grande. Con Julio fuimos como hermanos. Siempre fue así y eso se ve, es palpable.
-¿En qué medida cree que lo influyó, literariamente, tener un gran amigo como Ribeyro? 
-Julio era un gran lector. Fue mi consejero literario. Yo leía las cosas que él leía. Al revés no, porque los autores que a mí me interesaban a él no le interesaban nada. Tuvimos una relación en la que se mezclaba bastante la realidad con la fantasía. Éramos bastante soñadores.
-Desfilan muchos escritores en sus memorias. ¿Cuál fue el que más lo impactó a nivel personal, más allá de lo literario?
-Sin duda, Julio Ramón Ribeyro.


Julio Ramón Ribeyro. Escritor y amigo. / EFE
Julio Ramón Ribeyro. Escritor y amigo. / EFE
-En el libro cuenta una anécdota simpática de los gatos del escritor chileno Mauricio Wacquez.
-Sí. Fue un gran amigo. Me dejó un día prestado su departamento de Barcelona y un día que dejé la puerta abierta se me escaparon todos los gatos. Yo corría por todo el edificio buscando gatos, ¡y no todos los que volvieron eran los de Mauricio! Me equivoqué con varios.
-Uno podría considerar el plagio como vender gato por liebre… ¿Cómo evalúa hoy, en retrospectiva, el escándalo por plagio que protagonizó? 
-Positivamente. Porque terminó muy bien para mí. Quiero decir, fui juzgado por la fiscalía de Lima y me absolvió. Y no solamente me absolvió sino que archivó el expediente definitivamente. Salí ganando, digamos.
-¿O sea que hoy usted preferiría ver esos episodios más como una obra de ficción que como parte de su autobiografía?
-Así es, exactamente.
-Una autobiografía, en todo caso, es el lugar ideal para realizar un mea culpa.
-En mi caso no. Tampoco está escrita contra nadie. Incorpora a los personajes afectivamente. Es una mirada entrañable hacia el mundo. 



ALFREDO BRYCE ECHENIQUE, escritor “La realidad es lo que más me molesta”

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Quienes en 1981 descubrimos la novela "La vida exagerada de Martín Romaña" quedamos para siempre fascinados por el mundo relatado por Alfredo Bryce Echenique, un tipo que se escondía tras una copa, un bigote y unas gafas. La Inés de sus amores, el París del supuesto mayo del 68 y los problemas de adaptación a un
mundo real tan falso, quedaban para siempre marcados en nuestra mitología. Casi al mismo tiempo nos llevó a leer "A vuelo de buen cubero", sus "Cuentos completos", (rápidamente convertidos en incompletos), y apenas cuatro años más tarde la extraordinaria novela "El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz", en la que ante el realismo mágico imperante ofrecía algo distinto, la magia de la realidad.
En aquella época, el lector avisado disfrutó de "Huerto cerrado", "Un mundo para Julius", "Tantas veces Pedro" y "Magdalena peruana y otros cuentos". Aunque no hubiera vuelto a escribir ya merecía un lugar muy destacado en la literatura del Siglo XX. Últimamente ha ganado el Premio Planeta con "El huerto de
mi amada" y prepara la segunda parte de su autobiografía.  

–El cotilleo, el chisme, están
muy presentes en sus novelas.
¿Por qué?
–Tal vez porque está en las costumbres, en el alma popular, de mi
ciudad natal. En Lima se respeta el pacto infame de hablar a media voz. No hay nada altisonante, es un murmullo permanente. A pesar de sus pecados, todo el mundo cae de rodillas a las seis de la tarde, a la hora del ángelus, y el mundo empieza de nuevo. Es muy católico y muy profano; es una violación del código católico. Los hombres iban a las iglesias a fumar y a mirar, a buscar novia.
–Personajes suyos como Martín Romaña o el Max Gutiérrez de "Reo de nocturnidad" son peruanos y profesores de literatura. ¿Autobiografía o coincidencia?
–Es simplemente un hartazgo del realismo. La realidad es lo que más me molesta. Opté por estos personajes para desembarazarme de la realidad y poder, así, escribir lo que quería. No por usar la primera persona se habla de uno mismo. Es más bien una biografía de la propia sensibilidad. Yo, es otro. ¿Qué es el "yo" en literatura? Yo, es una ficción.
–Dijo Borges que "dormir es distraerse del mundo"
¿Y escribir también?
–En cierta forma sí. Es desafiarlo, querer dominarlo,
superarlo, reemplazar la realidad por los sueños.
–En "Permiso para vivir" afirma que es mejor reírse
de todo que llorar. ¿No le parece que su risa es un
tanto amarga?
–Creo que en todas las risas hay un llanto incorporado. Son risas frágiles que no pretenden derruir a nadie,
sino que empiezan por reírse de uno mismo. Es una risa
con reflexión incorporada y con una cierta tristeza.
–¿Es falsa mi impresión de que en ocasiones la vida
le resulta un poco asquerosa y la sobrelleva con humor, un buen trago e ironía?
–Es muy cierto. Los otros pueden ser el Infierno, o el
Paraíso. Pero la vida, su cotidianeidad y mediocridad,
lleva a mis personajes a rebelarse o, al menos, a intentar escabullirse.
–Usted reconoce que le agobian las cartas de los lectores. ¿Y las entrevistas?
–A veces me agobian, pero no necesariamente. No
creo que se me pueda considerar un escritor demasiado
interesado en conceder entrevistas, pero me encanta la
conversación.
–¿El Perú que encontró al volver después de tantos
años le resultó desconocido?
–No me resultó desconocido, pero ha cambiado mucho, y Lima ha cambiado muchísimo. Dejé una ciudad con un millón de habitantes y al volver su área metropolitana tenía diez millones de personas y nadie se conocía. Tuve que reorganizar el mundo a medida de mis recuerdos. Hacía peregrinaciones, al modo de Ulyses, salía a las cinco o a las seis de la mañana para recorrer la ciudad, para reencontrarme con lo que conocía y descubrir lo nuevo. Viví un desarraigo grande. Fue duro, porque no quería asumir que ya no pertenecía a ese lugar.
–Hablemos de Iberoamérica. Benedetti me dijo en una
ocasión que la presión que EE.UU. ejercía sobre la América hispana era enorme. ¿Exageraba o era realidad?
–Sí, es realidad. Es una presión enorme. Sufrimos una
influencia de las peores cosas de Estados Unidos, que al incorporarse a la realidad iberoamericana vician la sociedad.
Por ejemplo, la cultura de la comida rápida, que en Perú se
ha convertido en comida carísima y larguísima. Todo es importado, ni siquiera la harina de los panecillos es peruana, todo es carísimo y no queda ninguna riqueza en el país.
–Mucha gente se sorprenderá al saber que usted fue
despedido –hace ya muchos años– del diario La
Prensa por procastrista.
–Sí, no sabían qué hacer conmigo. Había un censor español, aún recuerdo su nombre, llamado Arnoldo Zamora, al que había que entregar todos los artículos para que diera su visto bueno antes de la publicación. Me fijé en un artículo de Sartre que decía que Cuba, antes de Fidel Castro, durante la dictadura de Batista, era el burdel de Estados Unidos, y que de la vergüenza de los cubanos ante aquello nacía el sentimiento revolucionario que llevó a los cubanos a acabar con la dictadura y a librarse de Estados Unidos. Al traducir el artículo debía someterlo al censor, pero lo pasé directamente a imprenta, se publicó, y me despidieron. Ahora me preocupa en lo que pueda convertirse
Cuba después de Castro. Quizá se convierta en algo peor que en un burdel. Cuba tiene ventajas, como que no hay analfabetismo, pero la Cuba que Castro cogió era próspera, aunque fuera debido a las mafias norteamericanas y a la prostitución, pero debido a los acontecimientos de estas décadas, la Cuba que entregará será pobre.
–Sigamos en el pasado lejano. Usted se enamoró en
una ocasión de una muchacha y ese amor casi le
cuesta la vida.
–Es una historia muy real. No podía tener nada con ella porque su familia consideraba que éramos de clases diferentes. Se me impidió acercarme a ella del modo más brutal. Yo no creía aún en ese factor de realidad total.
Aquello me hizo cambiar mis comportamientos, me hizo más terco. Como me impedían atravesar aquella puerta me hizo tomar conciencia de que debía atravesarla.
–¿Qué escribe en estos días?
–Estoy escribiendo el segundo volumen de mis memorias. Tras "Permiso para vivir", que fue el primer volumen, el segundo se titulará "Permiso para sentir". En la primera parte se habla de recuerdos, tal y como vienen, escritos a lo largo de los últimos diez años. En la segunda parte de este volumen, "Qué cosas te dice la
patria", título tomado de Hemingway, trato de la historia de mi regreso a Perú. 
http://www.notariado.org/liferay/c/document_library/get_file?folderId=12092&name=DLFE-11566.pdf

Alfredo Bryce Echenique

(1939/02/19 - Unknown)

Alfredo Bryce Echenique

Escritor peruano

  • Uno de los más importantes escritores peruanos.
  • Obras: La vida exagerada de Martín Romaña,
  •  La amigdalitis de Tarzán...
  • Género: Novela, cuentos...
  • Padres: Francisco Bryce Arróspide y Elena Echenique Basombrío
  • Cónyuges: Maggie Revilla, Pilar de Vega
  •  Martínez, Ana Chávez Montoya
  • Pareja: Tere Llenza
  • Nombre: Alfredo Marcelo Bryce Echenique

"Mi literatura nace de un empacho de asombro. El escritor es un ser sorprendido"

Alfredo Bryce Echenique
Alfredo Bryce Echenique nació el 19 de febrero de 1939, en Lima (Perú), en una familia anglo-peruana de clase alta.

Hijo del banquero Francisco Bryce Arróspide y su esposa, Elena Echenique Basombrío, nieta del ex presidente José Rufino Echenique.

Recibió su educación primaria en el colegio Inmaculado Corazón, y la secundaria en el colegio Santa María y el Colegio de San Pablo, un internado británico en Lima.


Cursó estudios en la Universidad de San Marcos y en el año 1964, con una beca del gobierno francés, viaja a París, donde obtuvo su doctorado en la Sorbona y trabajó como profesor, al igual que en las universidades de Vincennes y Montpellier.

Alfredo Bryce Echenique se radicó en Madrid, donde comienza a forjar su fama.

En 1968 fue galardonado con el Premio Casa de las Américas por su libro de cuentos Huerto cerrado.

Obras

Su primera novela fue, Un mundo para Julius (1970). En 1974 publicó su segundo libro de cuentos, La felicidad ja, ja.


Posteriormente aparece Tantas veces Pedro (1977), La vida exagerada de Martín Romaña(1981) y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz (1985); las dos últimas pertenecen a "Cuadernos de navegación en un sillón Voltaire". Le siguen La última mudanza de Felipe Carrillo (1988) y No me esperen en abril (1995). 

Autor de libros de narraciones como Magdalenta peruana y otros cuentos (1986) y Dos señoras conversan (1990), y sus "antimemorias" Permiso para vivir (1993). En 1997, apareció Reo de nocturnidad, una novela agridulce y divertida.

En 1988 adoptó la nacionalidad española sin perder la peruana.

En 1999 Alfredo Bryce Echenique sale de Perú debido a la situación política. Se radica en Barcelona en 2002 y publica su segundo libro de memorias, Permiso para sentir en 2005.

El 16 de octubre de 2002 gana el premio Planeta con la novela "El huerto de mi amada" donde narra la relación entre un adolescente y una divorciada que le dobla la edad. En el mismo año recibió el premio Grinzane Cavour (Italia) por su novela La amigdalitis de Tarzán.

El escritor fue condenado el 9 de enero de 2009 por un tribunal peruano a pagar una multa de 177.500 soles, por el plagio de 16 artículos periodísticos de 15 autores diferentes. Varios de esos textos aparecieron originalmente en medios españoles.


El 2 de julio de 2012, presentó Dándole pena a la tristeza, basada en la vida de su abuelo Francisco Echenique Bryce.

Casado en tres ocasiones con Maggie Revilla, Pilar de Vega Martínez y Ana Chávez Montoya; además mantuvo una relación con la modelo puertorriqueña Tere Llenza, 32 años menor que él.

Obras

    Novelas

    1970 - Un mundo para Julius
    1977 - Tantas Veces Pedro
    1981 - La vida exagerada de Martín Romaña
    1985 - El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz
    1988 - La última mudanza de Felipe Carrillo
    1990 - Dos señoras conversan
    1995 - No me esperen en abril
    1997 - Reo de nocturnidad
    1999 - La amigdalitis de Tarzán
    2002 - El huerto de mi amada
    2007 - Las obras infames de Pancho Marambio
    2012 - Dándole pena a la tristeza

    Cuentos

    1968 - Huerto cerrado
    1974 - La felicidad ja ja
    1979 - Todos los cuentos, Mosca Azul, Lima
    1986 - Magdalena peruana y otros cuentos
    1987 - Goig
    1995 - Cuentos completos
    1999 - Guía triste de París
    2009 - La esposa del rey de las curvas

    Autobiográficos

    1977 - A vuelo de buen cubero
    1987 - Crónicas personales
    1993 - Permiso para vivir ("Antimemorias" I)
    2003 - Doce cartas a dos amigos
    2005 - Permiso para sentir ("Antimemorias" II)

    Artículos y ensayos

    1996 - A trancas y barrancas
    2000 - La historia personal de mis libros
    2002 - Crónicas perdidas
    2004 - Entrevistas escogidas
    2005 - Entre la soledad y el amor

Alfredo Bryce Echenique y la historia detrás de la foto de portada de su último libro

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Alfredo Bryce Echenique y la historia detrás de la foto de portada de su último libro. FOTOS: Rolly Reyna


Miguel Villegas

A dos pasos de la ventana, a tres de unos árboles que le dan sombra a la sala, el hijo de Don Francisco Bryce está sentado, elegante, esperando. Quince minutos antes de las cuatro, como manda su educación francesa. Son los primeros días de mayo y no lo esperan en abril. Hay unos libros ordenados en fila, como en el ejército. Una libreta en la mesa de caoba con nuestra cita y todas las citas. Una foto mirando -riendo- con Julio Ramón Ribeyro, el escritor peruano que fue uno de sus entrañables amigos. Solo se escucha el ruido del televisor, un aparato que ha sabido administrar con tres controles remotos, sin ninguna prisa. Más allá, un espejo a toda pared hace más grande lo que ya no puede ser.

-Cómo estás, viejo, dice Alfredo Bryce.

Unos minutos, dos señores conversan. Afuera, en esta calle de San Isidro que le da la espalda al mar, están levantando un edificio. "Lima ya no es Lima", bromea, "pero aquí todavía hay mucho silencio". Es el reportero gráfico Rolly Reyna y el autor de La Amigdalitis de Tarzán, que vuelven a coincidir, esta vez, sobre la imagen que ilustra el libro con el que Alfredo Bryce Echenique hace una pausa en su carrera. El punto final, la verdad. "En serio, es el último", aclara, por si quedan dudas. El libro se llama Permiso para Retirarme (Peisa, 2019) y es el tercer volumen de sus antimemorias, una colección de recuerdos, postales, aventuras que el autor peruano ha reunido a partir de una generosa idea: "Tratando de transmitir la sensación de que se está leyendo un libro muy familiar, muy íntimo, muy sincero y pues, lograrlo ha sido mi intención". La foto de tapa corresponde al último viaje que Bryce Echenique realizó a Tarma, una ciudad en los andes peruanos que gatilla buenos recuerdos. Un valle donde vuelve a ver, como antes, a su silencioso padre, Francisco Bryce.


Bryce
Alfredo Bryce en su departamento de San Isidro. FOTO: Rolly Reyna.

Bryce
Alfredo Bryce en Tarma. Detrás, el hotel de turistas que era paso obligatorio de sus visitas a la ciudad con su padre, don Francisco. FOTO: Rolly Reyna.



Ha dicho usted que Permiso para retirarme es su último libro. ¿No podría repensar su decisión?
No es mi parecer, como dicen (risas).

¿Por qué tiene tanto significado la foto de la portada?
Por mi padre, Francisco, un hombre al que yo admiraba muchísimo. A él le encantaba ir a Tarma y a mí me encantaba por él.

¿Por qué?
Mi padre había vivido de chico allí. Era muy tímido él, poco dado a hablar, muy silencioso. En casa nadie quería acompañarlo y quedaba yo, para enrumbarme con él cada vez que así lo quería. Era lindo saber que viajar a Jauja era un motivo para estar juntos. Íbamos manejando. Mi padre era súper callado, tímido. Y a fuerza de estar solos en el carro, podíamos conversar. Una vez, y yo estuve allí por eso lo cuento, fuimos a que se corte el pelo y el hombre le dijo, muy serio, a mi padre:

-Entonces..., ¿cómo quiere que le corte el señor?
-Sin hablar, por favor, le dijo. Ese era mi padre.
Bryce
La portada de Permiso para retirarme (Peisa, 2019). FOTO: Rolly Reyna.



A veces es mejor callar que hablar sin tener nada bueno que decir, ¿no?
Ya lo creo, a veces es mejor.

¿La foto corresponde al último viaje que hizo usted a Tarma?
Sí. Desde entonces no volví a ir pero volveré. La eligió Germán (Coronado), mi editor (en Peisa) y me gustó mucho. Estábamos en la hacienda La Florida, de unos primos de Julio Ramón Ribeyro y fue allí que escribió ese cuento maravilloso Silvio en el rosedal. Eso también influyó mucho.
Alfredo Bryce Echenique
Alfredo Bryce en el momento exacto en que se hizo la fotografía de su último libro. Ocurrió hace unos meses

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Entonces, este último libro también es un homenaje para él.
Mi familia tenía una bonita costumbre: las comidas franciscanas; cada uno llevaba una fuente de algo y compartíamos. A mi viejo le sacaban, entre copa y copa, sus historias de una larga vida como marino mercante. Cosas como que había cantado en el (teatro) Scala de Milán con Carusso. Una vez -contaba- descubrió un tenor peruano. Lo oyó cantando un vals criollo y le pareció una voz excelente. Se lo llevó a Milán y este hombre triunfó con Carusso, con Tito Schipa. Este hombre llegó a Lima luego de otros años y recordó a Giuseppe Francesco Bryce. Ese era mi padre. Una cosa que nunca pudo probar es que había sido torero en España...


Bryce
Bryce en Tarma. Alfredo vuelve a ser aquí un niño. Vuelve a ser Julius. FOTO: Rolly Reyna.



Bryce
Alfredo Bryce frente al rosedal donde Julio Ramón Ribeyro, su entrañable amigo, escribió Silvio en el rosedal. FOTO: Rolly Reyna.



A las 5 en punto, Alfredo Bryce tiene una entrevista pactada con agencia EFE: parte del último tour. Aquí se acaba la nota. Va a hablar de La Amigdalitis de Tarzán, de Tantas Veces, Pedro, de Ciclista Lima y la 'U', el equipo donde fue arquero sin guantes de sus calichines -"y muy bueno", de las presentaciones del libro este 16 de mayo en Lima y el 25 en La Punta. La foto de la tapa de Permiso para Retirarme no solo es nostalgia; también es una postal que está en su habitación, tamaño familiar, impresa a blanco y negro, casi debajo del Sillón Voltaire.

Quizá en el cuadro no se noten los colores de la provincia, tanto como en la memoria: la silla de madera barnizada en la que descansa, la boina a cuadros gris, el pantalón de corduroy que tan bien combinan con los zapatos sin pasadores. Y el polvo que los decora, símbolo de Tarma, su padre, de todo lo que caminó y que ya es hora de irse.

https://elcomercio.pe/somos/alfredo-bryce-echenique-historia-detras-foto-portada-libro-noticia-ecpm-635185

Teoría y práctica de un mentiroso: Permiso para vivir (Antimemorias) de A. Bryce Echenique

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Theory and practice of a liar: Permiso para vivir (Antimemorias) of A. Bryce Echenique
Mary Mac-Millan** 
** Chilena. Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Friburgo, Alemania. Académica de la Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago, Chile. mary.macmillan@uai.cl
El texto autobiográfico Permiso para vivir (Antimemorias) (1993), del novelista peruano Alfredo Bryce Echenique se constituye en un cuestionamiento de la escritura autobiográfica como medio para acceder a una verdad. De ahí que sea necesario transparentar la teoría ya implícita en el título Anti-memoria. Para ello se retoman las referencias intertextuales a la obra de André Maulraux y a Oscar Wilde. De esta operación surgen los conceptos de «mentira artística» y de «exageración». En un segundo momento, y a la luz de esta teoría, se intenta un juicio a la propia puesta en práctica del texto en cuestión. Tarea que revelará las paradojas que subyacen a estas Antimemorias: juego del mostrar y del ocultar, de la verdad y la mentira.
Palabras clave: Bryce Echenique; autobiografía; memorias; anti-memorias
The autobiographical text Permiso para vivir (Antimemorias) (1993), from the peruvian novelist Alfredo Bryce Echenique constitutes a questioning of the autobiographical writing as a mean to access a truth. From there it is necessary to transparency the theory that´s implicit on the title Anti-Memoirs. For that purpose intertextual references are taken from the work of André Maulraux and Oscar Wild. From this operation comes the concepts of «artistic lie» and «exaggeration». On a second moment, and in light of this theory, an intent of judgement is put on the practicity of the text itself. Task that will reveal the paradoxs that underlie this Antimemoirs: the game of showing and hiding, the truth and the lie.
Keywords: Bryce Echenique; autobiography; memoirs; anti-memoirs
Hemos titulado este artículo Teoría y práctica de un mentiroso ya que el texto autobiográfico de Alfredo Bryce Echenique1 contiene un postulado estético literario muy claro, es decir, una teoría y, al mismo tiempo, la anti-memoria en sí se constituye en una práctica.
Primeramente explicaremos en qué consiste este postulado literario, el que se fundamenta en dos autores: André Maulraux y Oscar Wilde. En un segundo momento intentaremos evaluar críticamente Permiso para vivir (antimemorias) mostrando la puesta en práctica de la teoría en la propia escritura de su antimemoria2.
1. Teoría de un mentiroso
1.1. Maulraux y Wilde
Bryce Echenique plantea desde el título mismo un modelo de lectura: habremos de leer Permiso para vivir no como una memoria sino como una «antimemoria». El término es tomado de André Maulraux, uno de sus escritores favoritos. «Antimemoria» implica plantearse crítica y más bien escépticamente frente a la posibilidad de llegar a escribir o a dar cuenta sobre uno mismo. Y no porque el escritor no sea honesto al escribir sus memorias, sino que se le escaparía irremediablemente el acceso a sí mismo: «Malraux dixit que las memorias ya han muerto del todo puesto que las confesiones del memorialista más audaz o las del chismoso más amarillo son pueriles si se las compara con los monstruos que exhibe la exploración psicoanalítica» (Permiso 17)3 . Para Maulraux las memorias del siglo veinte tienen una doble naturaleza: por un lado, son un informe de lo que ha acontecido y, por otro, un camino que conduciría a la interioridad del hombre. Y es aquí donde radica el gran problema de las memorias modernas: después de la luz que han otorgado los estudios del psicoanálisis resulta difícil seguir creyendo en la eficacia de la literatura (al menos no de la misma manera). La siguiente anécdota grafica este hecho. Se cuenta que el psicoanalista Carl G. Jung, al ser interrogado por el animal tótem de su tribu (en un viaje de investigación a Nuevo México), contestó que en Suiza no tenían ni tribus ni menos un animal tótem. Al terminar la reunión los indígenas descendieron de la sala por una escalera según su costumbre, con la espalda en dirección a ésta y mirando de frente hacia afuera. Al bajar, Jung descendió al revés, es decir, con el rostro hacia la escalera. Abajo, sorprendido y en silencio, el jefe de la tribu señala al visitante: el oso es el único animal que al descender del árbol lo hace con el rostro vuelto hacia el tronco. Es decir, Jung llevaba en sí mismo al tótem que había negado verbalmente. Solo ese acto inconsciente y automático reveló lo que ni él mismo sabía de su persona. Maulraux, al resaltar este hecho y problematizarlo, obliga a replantear la finalidad y la posibilidad que la escritura autobiográfica tiene frente a esta limitación. ¿Cómo escribir memorias? Memorias que ahora se llamarán antimemorias, puesto que ya se es consciente de su limitación. Si la verdad del hombre se encuentra sobre todo allí donde se le oculta, ¿qué poder tiene la escritura? Para Maulraux, la antimemoria solo tendrá sentido en la medida en que el escritor sepa encontrar y profundizar en las preguntas adecuadas. La escritura misma no se constituirá en una respuesta, sino en la búsqueda de una pregunta: «Mas el hombre no avanza hacia los fundamentos de lo humano, no encuentra su imagen al interior de los conocimientos adquiridos, sino que encuentra una imagen de sí mismo en las preguntas que plantea» (Maulrax 14)4. La pregunta más importante es aquella que, según la creencia de los gnósticos, los ángeles le hacen a cada muerto: ¿de dónde vienes?
Junto al énfasis en la pregunta se destaca la recurrencia a la fantasía como segundo rasgo que caracteriza las antimemorias de Maulraux: «[...] en ellas [antimemorias], con frecuencia ligado a lo trágico, se encuentra una irresistible y silenciosa contemporaneidad, la cual se asemeja al gato que se desliza en la oscuridad: ya que sin querer he despertado al duende del mundo de la fantasía, cuyo nombre es le farfelu, a nueva vida» (17).
Es decir, en la medida en que seamos conscientes de la ingenuidad de pretender alcanzar la verdad del ser humano, la escritura podrá tener un sentido si asume la profundización en la pregunta más que en una respuesta, y apelando al mundo de la fantasía.
La explícita intertextualidad de Bryce Echenique con Malraux nos sitúa en el campo de la incredulidad o de la pérdida de confianza en la escritura. Bryce Echenique no le adjudica a su trabajo un valor de verdad sino de «invención». El escritor peruano, al igual que Maulraux, propondrá su propia salida al problema de esta escritura incapacitada de acceder a la verdad del ser humano. Para ello se basará en los postulados de Oscar Wilde, los que explicaremos a continuación.
La primera parte de Antimemorias lleva un epígrafe del poeta Konstantino Kavafs. El poema en sí no interesa tanto como la nota añadida por Bryce Echenique: «digamos que andante ma non troppo y que, muy probablemente, el gran poeta que fue Kavafs debe exagerar en su afán de embellecer» (Permiso 9). Un poco después se dirá que las «únicas autobiografías que existen son las que uno se inventa» (17). Es decir, exageración e invención son los moldes que se ofrecen en las primeras páginas. Ya más explícitamente Bryce Echenique trae a colación un ensayo de Oscar Wilde titulado La decadencia de la mentira (1970) y se manifiesta un abierto defensor y propulsor de las ideas expuestas mediante el diálogo de Cyril y Vivian.
El ensayo de Wilde plantea la libertad del arte y su derecho a utilizar la mentira como medio artístico para enfrentar la pálida naturaleza. No se trata de la mentira cotidiana de aquél que quiere esconder la verdad, sino, muy por el contrario, es aquella que se eleva y se constituye en una nueva realidad: la del arte. Según Vivian, el personaje del ensayo, esta mentira consiste en lo siguiente: «Así como reconocemos al poeta en su alegre tono, así también reconocemos al mentiroso en su habla de opulento ritmo» (397). Podríamos establecer aquí una sinonimia entre el adjetivo «opulento» y la citada exageración de Bryce Echenique, en el sentido de abundancia, de una escritura que se nos ofrece lejos de la parquedad y la sobriedad. Vivian continúa su defensa: «De la literatura esperamos dignidad, encanto, belleza y fantasía» (400). Así, la literatura, tal como la propone Wilde y la asume Bryce Echenique, no tiene necesariamente que ver con la verdad, puede que la alcance o no, pero de ningún modo es su objetivo. La verdad, lisa y llanamente, será una pregunta de estilo. Otro aspecto que de este punto se deriva es un cierto grado de «amoralidad».
Vivian, criticando y burlándose del realismo, comenta en relación a cierto escritor: «Además posee la mala costumbre de extenderse en sin sentidos moralizantes» (399). Wilde ironiza duramente sobre la literatura que tiene como «mala costumbre» inclinarse hacia el juicio moral. Puesto que éste es un ámbito que no le competería a la escritura, la cual se movería en una esfera muy distinta: «Ya que el objetivo del mentiroso es simplemente encantar, fascinar y predisponer al placer» (410).
Una última característica que resalta en relación a la «mentira artística» es la condición que para ella se ha de poseer: «Algunos jóvenes comienzan la vida con un natural don a la exageración. Con el correr del tiempo y los años, esta inclinación que no es otra que la fantasía, es aplacada y extinguida por el mundo de los adultos, los cuales conducen la fantasía propia de la infancia hacia una dañina inclinación hacia la verdad» (410).
1.2. Exageración y dramatización
Expuesto el sentido de «mentira artística», podemos ahora contestar la pregunta planteada anteriormente. ¿Qué salida ofrece Bryce Echenique al problema de las antimemorias? Hasta cierto punto su camino se asemeja al de Maulraux, en la medida en que también apela al mundo de la fantasía. Sin embargo, Bryce Echenique se aleja ostensiblemente de la búsqueda originaria de su antecesor ya que opta por la invención. Situando así la autobiografía en el mismo plano de la creación novelesca o la ficción literaria5. Todo esto nos lleva a la compleja situación de la máscara como vía de acceder a la identidad velada. Bryce Echenique, al apelar a la mentira artística, se declara abiertamente un escritor de la máscara, que oculta su verdadera identidad bajo un cúmulo de palabras y palabras y más palabras: «Lo nuestro es inventar máscaras y caricaturas orales. Estos son nuestros escondites preferidos, aunque pueden doler mucho también» (Permiso 218). La pregunta que brota de inmediato es la finalidad de esa máscara. Según el propio escritor nos confesa, es para esconderse, es decir, no se revelaría la identidad, sino que se encubriría bajo una mentira. Pero: ¿conduce la máscara realmente a un ocultamiento de la verdad o nos revelaría ella la verdadera identidad del sujeto? O planteado de otra manera: si Bryce Echenique, al escoger la mentira artística como estética literaria, simplemente ha abandonado la búsqueda de la verdad postulando el reemplazo de la realidad por la ficción, o por el contrario, intenta acceder a la verdad a través de la mentira artística. Dejaremos de momento el problema en reposo y lo retomaremos en una segunda parte.
Ahora bien, de todas las posibles manifestaciones que tiene la mentira artística, la más propia y persistente en la escritura de Alfredo Bryce Echenique es la exageración6. Recordemos aquí el título de su novela central: La vida exagerada de Martín Romaña. La exageración como recurso literario, según el crítico Roy Pascal (1998), es precisamente uno de los peligros en los que se puede caer al escribir autobiografías ya que desvía al escritor de alcanzar la supuesta verdad deseada. La sobredimensión de la realidad se produce de dos maneras. La primera es mediante la recurrencia a la fantasía, los juegos o el sueño. Consiste en «adornar» un recuerdo del pasado, de la infancia, por ejemplo, de excesiva fantasía. Esta fantasía es un rasgo que el hecho mismo que se recuerda no posee, es el escritor desde su presente quien se lo adjudica. De tal manera se falsea un momento de nuestra historia al cargársele de elementos que más pertenecen por propiedad a la poesía que al género autobiográfico. Sobre el trabajo de Chateaubriand, para dar un ejemplo, Roy Pascal sentencia: «En relación a las narraciones de Chauteaubraind es mucho más probable que haya estado sumido en salvajes juegos de ensoñaciones y fantasía. En este punto, pasado y presente no se han fundido con éxito, ya que el presente cubre y oscurece el pasado» (101).
El segundo modo de falsear la autobiografía mediante la exageración es la inclinación a la dramatización: «Notamos la inclinación a retocar lo vivido, a dramatizarlo, a hacerlo más escabroso» (102). Pascal sostiene que el riesgo de falsear un recuerdo mediante cualquiera de estas dos formas se nota especialmente cuando la exageración [«mentira»] es el resultado de una intención calculada. Pero no será algo negativo cuando esa exageración pueda considerarse como parte esencial del ser, de la persona del escritor: Pero si desde un comienzo tomamos al escritor como a un exaltado, como en el caso de Haydons y Celline, cuando su impulso vital es en sí mismo extravagante, fantasioso, quijotesco [...] entonces percibimos sus invenciones y sus contorsiones como una parte de su ser, como su verdad. (103)
El problema que se suscita es que el crítico no aclara cómo distinguir entre un exageramiento ficticio que falsea el texto autobiográfico y un exageramiento propio de la verdad constitutiva del escritor.
Volviendo a Bryce Echenique, este se inclina claramente por una dramatización de los hechos. Si esta exageración es falseada o no, en el sentido de buscada, deberemos inclinarnos por ambas posibilidades al mismo tiempo: Bryce Echenique busca la exageración como un recurso literario, pero al mismo tiempo le resulta absolutamente natural y espontáneo. Al menos eso es el efecto que se produce en la lectura, que Bryce Echenique es un mentiroso perfecto, y que si exagera lo hace estupendamente bien, tan bien como si fuera parte constitutiva de su persona. ¿O será nuevamente una máscara tan perfectamente montada que no alcanzamos a percibir la diferencia?
Al dramatizar, lo que Bryce Echenique hace es convertirse él mismo en un personaje de los acontecimientos. Transforma sus experiencias y sus recuerdos en escenas de un teatro cómico. Es decir, dramatizar va de la mano del humor, que no es más que otro modo de crear distanciamiento. El verse a sí mismo cómicamente dentro de una situación en realidad dramática, le ayuda a sobrellevar ese hecho. Pareciera que sólo a Bryce Echenique pueden pasarle las cosas que le pasan: le roban la redacción de su primer libro, lo toman por un profesor de dactilografía, encierra a los gatos equivocados en el departamento del escritor Mauricio Wacquez provocando un caos total, escribe una tesis doctoral por error sobre Montherland cuando en realidad se trataba de Maeterlinck, etc., etc., etc. Y lo extraño es que justamente las cosas «le pasan» a Bryce Echenique. Da la sensación de que él no tiene injerencia ni responsabilidad alguna en los hechos ocurridos. Estos son narrados como si le cayeran del cielo y él solo fuera un agonista de la realidad. Esta es la dramatización del autor, ponerse a sí mismo como un personaje que padece los acontecimientos. Hay un capítulo decidor en relación el tema, en donde se muestra cómo la exageración era absolutamente necesaria para mostrarnos una realidad, o más bien dicho, una verdad. Nos referimos a «Verdad de las caricaturas /verdad de las máscaras». En el capítulo se narra la escena en que Bryce Echenique, junto a su hermana y cuñado, asiste a una pomposa cena en la casa de un adinerado embajador peruano. La situación es en extremo desagradable para el escritor ya que se siente nada más lejano y en directa oposición con tal tipo de sociedad. Resultado: se pone a temblar y para enmascarar el temblor, que a su vez no es más que el enmascaramiento de su inhabilidad para enfrentar la situación, recurre al alcohol. Tenemos dos enmascaramientos o dos exageraciones, si se les quiere llamar así: temblor y alcohol. Pero el hecho es que si no fuera por esa brutal exageración de Bryce Echenique (¿temblará realmente tanto como dice?) no resultaría tan palpable, tan evidente su verdadera incapacidad, su temor profundo a cierto tipo de círculos. Es la caricatura misma, el imaginarse a un Bryce Echenique todo tembloroso y tomando trago tras trago, lo que hace comprender lo enorme de ese miedo, de esa, su verdadera condición. Este es un ejemplo de cómo la dramatización a veces revela la verdadera identidad del yo que bajo ella se esconde.
No estamos del todo seguros de que el enmascaramiento siempre lleve a la mostración intencionada de la verdad. Creemos más bien que es un resultado indirecto e involuntario al leer a Bryce Echenique. Y que su verdadera intención fue buscar lo mismo que buscaba Wilde: el encantamiento, la diversión. Pero para comprender esta aseveración se hará necesario una segunda parte.
2. Práctica de un mentiroso
2.1. Rol social
¿Qué hace interesante o provechosa la lectura de una memoria? ¿Por qué leer (o no leer) el texto autobiográfico titulado Permiso para vivir (Antimemorias) del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique? En un primer instante se podría pensar que lo que avala la lectura es el prestigio y el renombre del escritor7. Leer La plenitud de la vida, por ejemplo, implicaría reconocer el grado de importancia de Simone de Beauvoir y el rol que ella jugó en determinado movimiento literario y en su relación con Sartre. Es decir, es el nombre del escritor el que valida su lectura.
Recordamos aquí el rasgo dominante que según Bernd Neuman (1970) debe poseer una memoria: «Las memorias están indisolublemente atadas a un rol social [...] Como sujeto de una memoria se existe tan sólo en la medida en que se asume el rol integrante de una sociedad» (12).
Pero, ¿cuál es el rol social que le cabe a Bryce Echenique? La pregunta se orienta a su oficio como escritor y a la posible participación de su persona en el desarrollo de una determinada corriente literaria, como podría ser el caso de un Gabriel García Márquez en relación al realismo mágico o un Mario Vargas Llosa en relación a su incursión política en el Perú (El pez en el agua, 1993). En el caso de Bryce Echenique estamos frente a un escritor solitario, ya que cuesta insertarlo ya sea dentro de la gestación de una corriente literaria o como miembro de alguna. Tampoco se caracteriza por tener algún grado de ingerencia social, política o ideológica como podrían ser un Julio Cortázar, un Alejo Carpentier o un José María Arguedas. Así, el rol social que como hombre de letras le correspondería a Bryce Echenique es más bien débil.
Ahora bien, un texto autobiográfico no sólo puede resultar provechoso por el rol social de su autor, sino por la calidad literaria del mismo. A veces resulta decepcionante la lectura de una autobiografía de alguien famoso debido a que el texto en sí no nos revela nada especialmente nuevo sobre la condición humana. El caso de Anais Nin8 es un buen ejemplo de texto autobiográfico que se avala por la belleza del texto mismo y no por su renombre de escritora. De hecho, el renombre de Anais Nin proviene justamente del hecho de haber escrito los diarios que escribió y del modo en que profundizó en la condición femenina y la escritura como medio en sí mismo de sanación y descubrimiento psicológico. Algunos argumentarán que en el caso de Anais Nin también juega un rol importante su «amistad» con Henry Miller, y suponiendo que esto llegara a ser en parte cierto, si obviamos este punto, nos encontraremos con una riquísima obra autobiográfica escrita por casi una completa desconocida. Planteemos finalmente la pregunta que aquí interesa: ¿Qué méritos posee Permiso para vivir?
De los capítulos pertenecientes a la primera parte, ocho son de contenido autobiográfico (se refieren a la infancia y a la juventud del autor): «Primeros contactos con el pueblo», «Hugo jugo», «Escrito después de una partida», «El seminarista, Abogado asociado», «Después del amor primero», «La mujer incompleta», «Breve retorno visual a la infancia». Otros diez podrían ser reunidos bajo la categoría de memoria por tratarse de reflexiones o hechos relacionados con su rol de escritor: «Una novela y sus consecuencias», «Pude haber sido un escritor precoz», «Mis diez libros preferidos», «La corta vida feliz de Alfredo Bryce Echenique», «De escritor profesional al más extraño cliente», «Doctor por error», «Los hombres sin horario», «La hora veinticinco», «Verdad de las caricaturas/verdad de las máscaras» y «El vizconde de Calafellel». Y por último, hay dieciocho capítulos restantes de difícil clasificación que aquí denominaremos como anécdotas, las que a su vez son de variado tipo: amorosas, de amistad, de viajes, etc. La segunda parte, que relata la estadía en Cuba, merece reflexión aparte. El hecho de que gran cantidad de la memoria esté basada en estas anécdotas no implica en sí un juicio literario. Sin embargo, si leemos algunas de ellas, veremos que por muy bien escritas que estén y aunque gocen del consabido humor de Bryce Echenique, éstas no logran elevarse de la graciosa historia que un amigo podría contarle o otro mientras se toma una cerveza en el bar (ver a modo de ejemplo: «Los gatos del escritor Mauricio Wacquez», «Pánico a volar», «Crónicas Sevillanas», «Mi hijo, el del correo»). Es decir, la anécdota no revela un especial modo de ver la condición humana, ni ilumina con nuevas facetas la escritura de Bryce Echenique. En relación a los capítulos amorosos o pertenecientes a la vida afectiva-sexual del autor, surge la pregunta sobre la necesidad de estos. Si bien es cierto que el hecho amoroso o sexual constituye un momento central de todo individuo y podría convertirse en una vital mostración de lo humano, no podemos afirmar que los capítulos de Permiso para vivir nos muestren de ese modo el tema en cuestión. A lo más se constituyen en un momento más de la «exagerada vida de Alfredo Bryce Echenique», sobre todo los episodios referidos a «Claudia X». En los capítulos de rasgos autobiográficos (infancia y juventud) y los con rasgos de memoria (rol de escritor) se cae nuevamente en lo anecdótico (por ejemplo: el primer amor de Teresa o la aventura como seminarista). Es decir, están excelentemente bien escritos, con gracia y soltura, pero tampoco logran revelarnos alguna singularidad que ilumine el hecho de la infancia o la adolescencia en sí. El mayor interés que suscita la lectura de Permiso para vivir está en los capítulos restantes: aquellos en los que se duda sobre la condición de escritor y se revelan tanto las dificultades como los logros en el proceso de reconocerse definitivamente como tal. Y es solo en relación a este punto que el resto de los capítulos citados adquiere algún valor: en la medida en que iluminen o amplíen la historia de este proceso de convertirse en escritor.
La segunda parte de estas Antimemorias otorga importantes luces sobre la escritura de Bryce Echenique. Se trata, primero, de un hecho histórico-político de profunda relevancia (al menos para un lector hispanoamericano) como fue la revolución cubana y, segundo, se centra en la figura del gestor de esa revolución: Fidel Castro. Bryce Echenique tiene acceso directo a este hecho histórico, vive y trabaja en Cuba durante un largo periodo y se relaciona amistosamente con el propio Fidel y su gente. Recordemos de paso que fue la revolución cubana y un hecho emanado de ella, el «caso Padilla», el que provocó la profunda división entre los miembros del llamado Boom Literario Hispanoamericano. La revolución prácticamente no dejó a ningún escritor latinoamericano indiferente. Algunos, como Julio Cortázar, se declararon abiertos partidarios y otros, como Mario Vargas Llosa, terminaron siendo detractores. ¿Qué ofrece esta segunda parte de Permiso para vivir? Nuevamente el relato está basado en anécdotas divertidas y llenas del ya tan conocido humor de Bryce Echenique. El escritor peruano explicitará su postura vital: jugará la primera parte del partido por un equipo de fútbol y la segunda mitad por el otro. O sea, se mueve por el valor de la amistad. Es aquí, en este punto, donde el valor de memoria en el sentido anteriormente citado de Bernd Neuman, como un rol social, hubiera cobrado su punto más álgido. Pero Bryce Echenique elude este rol y se mantiene siempre en el plano del amigo. Como si la amistad le impidiera asumir una determinada postura. Insistimos: es en la reflexión y juicio como protagonista de un hecho social y en última instancia moral, donde una memoria cobra verdadera proyección. Sin embargo, Bryce Echenique nos deleita una vez más con divertidísimas situaciones todas absolutamente exageradas y muy propias de su estilo. Así, Permiso para vivir se constituye en una negativa a asumir el rol social propio de una memoria. Esto lo podemos ejemplificar con patente claridad en el discurso que Bryce Echenique leyó en el acto inaugural del concurso Casa de las Américas, donde una vez más prima el tono de broma y anécdota.
3. Balance final
Recopilemos: un texto autobiográfico puede resultar interesante debido a dos motivos. Primero, por ser el autor del texto un personaje relevante dentro del campo ya sea artístico, político o histórico al cual pertenezca. Y segundo, si el texto da luces sobre la condición humana o nos muestra un determinado aspecto de ella comprendido o enriquecido desde la experiencia de un yo cercano y personal. Notable y misterioso es constatar que el mismo material literario resulte tan logrado al escribirse en una novela y tan poco feliz al ser traspasado a un texto autobiográfico. Decimos el mismo «material literario» porque resulta evidente que tanto El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz como La vida exagerada de Martín Romaña, novelas cúlmines de Bryce Echenique, poseen un fuerte substrato autobiográfico9. ¿Quizás no fue Echenique suficientemente mentiroso? ¿O será que la mentira artística, como dice Wilde, necesita de un mayor distanciamiento y que la máscara de Bryce Echenique deja traslucir el rostro? El planteamiento estético y literario que asume Alfredo Bryce Echenique, el de la mentira artística, con todas las características que ella implica: divertir, exagerar, encantar, etc., no parece, al llevársela al plano de la autobiografía obtener el efecto deseado. Puesto que Permiso para vivir ya no encanta sino que desencanta. Traemos a colación el caso del escritor español Enric Marco, quién publicó Los cerdos del comandante (1978) bajo el pacto autobiográfico, es decir, su texto se leyó como un testimonio. Al saberse la verdad, es decir, que Marco no había estado en un campo de concentración, el texto perdió toda su fuerza y razón de ser. El lector se sintió engañado. Lo mismo ocurre con el texto autobiográfico que nos ocupa: todos sus logros narrativos ficcionales se trastocan al insertarlos dentro de una lectura autobiográfica. El problema se presenta al trasladar una misma teoría, válida y de hecho positiva para la obra de ficción, al plano de la autobiografía. La máscara que supuestamente debió haber escondido a Bryce Echenique se revela en contra del autor y, más que esconderlo, lo ha desenmascarado en su más profunda y triste verdad: el descompromiso total con el rol social y moral que conlleva el acto de escritura. Hacemos hincapié en este rasgo, pues si bien las definiciones que la crítica maneja para los géneros de memoria y autobiografía son siempre discutibles y difusas10, suele haber un acuerdo en el componente social para el caso de las memorias: «Las distinciones entre los dos primeros tipos textuales citados [autobiografía y memoria] se basan en el hecho de que en la autobiografía el énfasis se pone en la intimidad, mientras que en las memorias es importante sobre todo el aspecto social: la relación de una persona con los acontecimientos de relevancia histórica que ha presenciado o con la gente a la que ha conocido» (Sánchez Zapatero 4). Ejemplo cruel y palpable de la negativa del escritor peruano a asumir su rol social es la anécdota de la monjita. Bryce Echenique recibió una carta de una ex monja que al leer su libro Huerto cerrado se sintió de tal modo tocada que decidió abandonar sus votos religiosos y pedir consejo al autor del libro que tanto le había marcado. La respuesta de Bryce Echenique fue enviar una nota firmada por su mujer diciendo: «Alfredo Bryce Echenique murió hace un año en accidente automovilístico» (Permiso 17).
Extrañamente, la escritura de Permiso para vivir se constituye en una paradoja: queriendo esconderse se ha mostrado. Bryce Echenique, en el puntual caso de su antimemoria, es un mentiroso que, fracasando en su mentira, nos conduce a la revelación de su verdad: el rostro bajo la máscara. A la luz de la lectura llevada a cabo, consideramos que, más allá de la discusión sobre las definiciones del género, Permiso para vivir (Antimemorias), muestra claramente que una autobiografía no puede, ni debe renunciar a su rol social. Es de este centro, más que del despliegue escritural o ficcional, de dónde sigue brotando su sentido y razón de ser.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Bryce Echenique, Alfredo. La vida exagerada de Martín Romaña. Barcelona, Seix Barral, 1981. [ Links ]
______. El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz. San Isidro, Peisa, 2005. [ Links ]
______. Permiso para vivir (Antimemorias). Barcelona, Anagrama S.A., Narrativas Hispánicas, 1993. [ Links ]
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Maulraux, André. Anti-memorien. Frankfurt, S. Fischer Verlag, 1968. [ Links ]
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Zapatero, Javier Sánchez. «Autobiografía y Pacto Autobiográfico: Revisión Crítica de las últimas aportaciones teóricas en la bibliografía científica hispánica». Revista Ogigia, no. 7, 2010, pp. 5-17. [ Links ]
AGRADECIMIENTOS
El presente artículo se enmarca en el contexto del Grupo de Investigación de Literatura Chilena y Latinoamericana del Magíster de Literatura Comparada de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez
1Alfredo Bryce Echenique nació en Lima en 1934. Entre sus obras se destacan: Un mundo para Julius (1970), Tantas veces Pedro (1977), El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz (1985) y La vida exagerada de Martín Romaña (1981).
2Aclaramos que nuestro centro de interés es el texto mencionado de Bryce Echenique, la descripción de los postulados expresados en éste y una posterior evaluación crítica. De ahí que no entraremos en una teorización sobre el género en cuestión. Para una mirada panorámica sobre las, a estas alturas, complejas y disímiles concepciones acerca de la autobiografía, recomendamos el artículo de Franco Rodríguez titulado «El género autobiográfico y la construcción del sujeto autorreferencial«. En este artículo se realiza un recorrido histórico desde un origen situado en Wilhelm Diltey (El mundo histórico), siguiendo con Philippe Lejeune («El pacto autobiográfico»), pasando por Bernd Neumann («La identidad personal») y Georges Gusdorf (Condiciones y Límites de la autobiografía) hasta llegar a Paul de Man (La autobiografía como desfiguración). En este recorrido las concepciones de lo biográfico van variando: desde una escritura centrada en la identidad clara y sin cuestionamiento, pasando por un reconocimiento de lo ficcional hasta la postura más extrema de De Man basada en una lectura retórica.
3Todas las citas se refieren a la edición de 1993.
4Las traducciones de todos los textos no españoles son nuestras desde el alemán.
5Es ya un cierto lugar común de la crítica posmodernista señalar la indistinción estructural entre texto ficcional y texto autobiográfico o referencial, como lo afirma Javier Sánchez Zapatero en su artículo «Autobiografía y pacto autobiográfico» (2010): «En la medida en que el lector ha de aceptar sin cuestionamiento alguno el pacto de lectura, queda evidenciado que no hay desde el punto de vista formal ninguna característica que permita distinguir la ficción de la autobiografía. Así lo aseguraba De Man, y así lo han mantenido otros autores como Molino, para quien ´nada distingue intrínsecamente la autobiografía de la novela […], sólo la relación exterior con el sistema de creencias del lector´» (9). Concretamente, en relación a Permiso para vivir y su rasgo ficcional, recomendamos el artículo de Milagros Socorro (1995), «Poder de la invención en las antimemorias de Alfredo Bryce Echenique», el que se centra en esta problemática.
6En relación al uso de la exageración como una herramienta en la obra general de Alfredo Bryce Echenique, ver: «Alfredo Bryce Echenique y la estética de la exageración», de Julio Ortega.
7Franco Rodríguez (2000), en su artículo «El género autobiográfico y la construcción del sujeto autorreferencial», centra el interés de una autobiografía en la figura del individuo: «[...] el nacimiento del género corresponde al establecimiento y consolidación de la burguesía de Occidente; concretamente responde a su valoración exacerbada del concepto de individualidad. La autobiografía es el resultado, entonces, de la conciencia individual que se considera digna de interés tanto para los demás como para la historia» (22).
8Anais Nin (1903-1977). Su obra consiste fundamentalmente en los siete tomos de sus Diarios, además de algunos ensayos y cuentos eróticos de poca importancia.
9En relación a este tema, Michela Craveri (2000), en su artículo sobre «Permiso para vivir: La lectura simbólica de la vida exagerada de Bryce Echenique», afirma: «La estrecha relación entre vida y literatura se puede considerar como constante en su producción, desde las obras de la trilogía La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz y La última mudanza de Felipe Carrillo. [...] Dichas novelas se pueden leer como una autobiografía anunciada desde el punto de vista formal y por la expresión metafórica de su experiencia vital» (268).
10En relación al estatuto genérico que le cabe al texto que estudiamos, más allá de la referencia al género de las memorias desde el título mismo, también se le puede considerar, siguiendo los criterios esbozados por Franco Rodríguez, como una autobiografía parcial que desemboca en memoria: «Es autobiografía cuando el texto relata el período de la infancia, la adolescencia o la vejez, en el sentido de que son acontecimientos privados, propios del sujeto, de su vida íntima. Por su parte, las memorias son el relato del período productivo de la persona, es decir, cuando desempeña un cargo reconocido socialmente» (11).
Recibido: 27 de Enero de 2016; Aprobado: 14 de Marzo de 2016

SUICIDIO DE STEFAN ZWEIG (Dossier)

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Los últimos días de Stefan Zweig

  • Un nuevo libro de George Prochnik, recién publicado, narra la peripecia del escritor austriaco que, tras huir de Hitler, se suicidó junto a su esposa Lotte en Petrópolis en 1942

  • Zweig emigró a Inglaterra, EEUU y finalmente a Brasil para buscar un refugio espiritual que nunca encontró

  • En su último mensaje, expresó la esperanza de un nuevo amanecer tras el ocaso de la barbarie nazi

El suicidio del escritor austriaco fue el fruto de un proceso de desarraigo que se inició con su huida de Austria en 1934 y se perpetuó con una existencia errante que le llevó a Londres, Bath y Nueva York. El profesor George Prochnik cuenta ahora esos últimos días en el libro 'The Impossible Exile' (Other, 2014), que desvela muchos detalles sobre las tribulaciones del matrimonio Zweig.
Hace unos días Prochnik fue el protagonista de una velada en el sótano de una librería neoyorquina. A media luz y en torno a unas botellas de vino austriaco, los escritores Anka Muhlstein, André Aciman y Katie Kitamura diseccionaron el libro y evocaron el eterno retorno de Stefan Zweig.
Aciman comparó al escritor austriaco con Italo Svevo y Alberto Moravia y dijo que siempre le había parecido "un autor francés que escribía en alemán". Muhlstein apuntó que sus novelas habían envejecido mejor que sus biografías. Kitamura subrayó "su incapacidad patológica para tomar partido" contra Hitler en aquellos tiempos oscuros y dijo que encontraba "enternecedora" su indecisión.
"Su habilidad para comprender el sufrimiento de las personas era formidable", explica a EL MUNDO el profesor Prochnik. "Por eso sorprende que pusiera a su mujer en una situación así. Lotte no sólo transcribía sus textos. Hacía sugerencias que los mejoraban. El informe del forense explica que ella se suicidó unas horas después de su esposo y eso abre muchos interrogantes sobre lo que ocurrió".
Zweig había nacido en una familia de judíos vieneses en noviembre de 1881 y se había formado entre Berlín y París. Amigo de Sigmund Freud y Richard Strauss, sentía debilidad por los corazones solitarios, coleccionaba partituras manuscritas de sus músicos favoritos y siempre sintió un enorme miedo a envejecer.
El exilio de Zweig coincidió con el final de su primer matrimonio, que concluyó abruptamente cuando su primera mujer le sorprendió con su joven secretaria Lotte en un hotel de la Costa Azul. Unos meses antes, el escritor había decidido abandonar su mansión de Salzburgo amedrentado por la presión de la aviación nazi, que arrojaba panfletos sobre la ciudad. Zweig donó algunos de sus libros a la Biblioteca Nacional Austriaca y partió rumbo a Londres con su segunda mujer.
El estallido de la II Guerra Mundial le llevó mudarse a una casa a las afueras de Bath. Allí se abandonó a la lectura y trabó amistad con su jardinero británico pero sufrió por el cielo plomizo y por la escasa vida social. "Me siento más aislado que en ningún otro lugar del mundo", dijo a un amigo en 1939. "¿De verdad crees que los nazis no llegarán hasta aquí?". Hitler nunca llegó a invadir el Reino Unido pero los aviones de la Luftwaffe destruyeron Bath en abril de 1942.
Para entonces Zweig y su segunda esposa Lotte se habían mudado a Nueva York. El escritor austriaco había descubierto la ciudad con apenas 30 años en 1911. Al llegar, había preguntado a un conserje perplejo por el paradero de la tumba del poeta Walt Whitman y había expresado sus impresiones sobre la metrópoli: lo mejor eran los helados y lo peor la manía de los espectadores de la ópera de alumbrar con linternas los libretos en mitad de la función.
Zweig no volvió a Nueva York hasta 1935 y lo hizo en medio de una fuerte polémica por su silencio sobre Hitler, a quien se resistía a criticar en público pese a los primeros indicios de su persecución. Muchos judíos le llamaban epicúreo y le reprochaban su decisión de seguir trabajando con el músico Richard Strauss, que durante un tiempo mantuvo buenas relaciones con el régimen alemán.
"Nunca hablaría contra Alemania", dijo Zweig durante la rueda de prensa que se celebró en la sede de la editorial Viking. "El artista que cree en la justicia nunca puede fascinar a las masas ni darles eslóganes. El intelectual debe permanecer cerca de sus libros. Ningún intelectual ha estado preparado para lo que requiere el liderazgo popular".

"Se negaba a llorar como si hubiera muerto"

Ninguno comprendió el drama del escritor mejor que el periodista neoyorquino Joseph Brainin, que escribió entonces: "Tenía la cara de un hombre desilusionado que intentaba agarrarse a la desesperada al espejismo de una Europa que ya no existía y que se negaba a llorar como si hubiera muerto". Sus palabras reflejan muy bien los dilemas que sufría entonces Zweig, incapaz de aceptar el naufragio de su sueño europeísta, expulsado de la ciudad que había moldeado su carácter y humillado al ver cómo el nazismo se apropiaba del idioma alemán.
Su impresión de Nueva York empeoró durante su segunda visita. Central Park le parecía el patio arbolado de un castillo cuyas almenas eran las azoteas de los rascacielos y la actividad frenética de la ciudad le hacía extrañar aún más si cabe la cultura europea de la conversación. Pero ese descontento no evitó que Zweig emprendiera unos meses después una gira por varias ciudades de Estados Unidos y pronunciara una conferencia en el Carnegie Hall.
Su llegada en julio de 1940 fue muy diferente. Al fin y al cabo, el escritor y Lotte llegaban huyendo de la guerra y no sabían muy bien dónde querían vivir. Se alojaron provisionalmente en el hotel Wyndham. Pero cuatro días después Zweig hizo cola en el consulado británico buscando opciones para volver. No quedaba sitio en ningún avión durante meses y la presencia de los submarinos alemanes hacía imposible cruzar el Atlántico en una embarcación.
El escritor echaba de menos los cafés europeos y frecuentaba a menudo la biblioteca de la Quinta Avenida. "Zweig lo pasó muy mal en Nueva York", explica a EL MUNDO el profesor Prochnik. "Se sentía acosado por los otros refugiados centroeuropeos, que no dejaban de llamarle para pedirle dinero". Entre ellos se encontraba su amigo Klauss Mann, al que Zweig le pareció "un sonámbulo que escucha su nombre". "No somos sino fantasmas o recuerdos", le dijo entonces el escritor, que confesó que no sabía si merecía la pena seguir viviendo como una sombra en Nueva York.

Una angustia que lo paralizaba

En los días buenos se definía con sorna como "ex escritor y experto en visados". En los días malos sufría lo que sus amigos llamaban el síndrome de la mujer de Lot: una angustia que lo paralizaba al contemplar la destrucción del continente al que había dedicado su obra y en cuya unión nunca dejó de creer.
Se podría decir que su despedida de Manhattan fue la fiesta que organizó en su hotel el 4 de junio de 1941. Entre los invitados estaban Hermann Broch, Klaus Mann y WH Auden y también su hermano Alfred, que se había instalado en un apartamento del Upper East Side.
Ni Zweig ni Lotte se encontraban a gusto y enseguida empezaron a buscar un refugio fuera de Manhattan. Se alojaron unos días en New Haven y sopesaron la posibilidad de mudarse a Princeton o a Harvard. Pero al final se instalaron en el suburbio anodino de Ossining, cuya estación de tren les permitía llegar a la ciudad en apenas una hora y cuyas calles ofrecían al escritor la tranquilidad necesaria para escribir 'El mundo de ayer'.
El matrimonio se instaló en el número 7 de Ramapo Road con el único objetivo de concluir el libro, cuyo nombre fue cambiando a medida que avanzaba su redacción. Zweig pensó en titularlo 'Europa fue mi vida,'Los años irrecuperables' o 'Nuestra generación'. Escribió 400 folios en unas semanas en una especie de trance que sólo abandonaba para comer y dormir.
Ossining nunca fue un hogar para el matrimonio, que evaluó la posibilidad de mudarse a Cuba y al final se decantó por poner rumbo a Brasil. Los Zweig embarcaron el 15 de agosto de 1941 y emplearon el viaje para aprender algunas nociones de portugués. Antes de partir, el escritor le entregó su máquina de escribir a su amigo Joachim Maas y le dijo: "Puedes quedártela como un regalo. Ya no la necesitaré más".
No era la primera vez que Zweig viajaba a Brasil. El régimen de Getúlio Vargas lo había recibido con honores de Estado en 1936 y el escritor austriaco se había enamorado de los paisajes y de la diversidad racial. "Durante esta semana he sido Marlene Dietrich", escribió entonces a un amigo sobre su recepción.
Esta vez nadie le esperaba en Río de Janeiro y enseguida empezó a buscar alojamiento fuera de la ciudad. Se decantó por una casa en la histórica villa de Petrópolis: una ciudad donde levantó su palacio de verano el emperador Pedro II y donde se instalaron cientos de alemanes atraídos por un clima fresco y por su cercanía a la gran ciudad.
La izquierda brasileña se ensañó con el ensayo 'Brasil, país de futuro', que desembarcó en las librerías unos meses después de la llegada de su autor. Muchos reprocharon a Zweig sus tópicos y su respaldo implícito a la dictadura de Vargas. Pero el libro vendió miles de ejemplares y el escritor austriaco escribió una carta subrayando su pasión por el país.
El refugio del matrimonio era una casa separada por 50 escalones de la Rua Gonçalves Dias que el ayuntamiento convertiría después en un museo con un enorme tablero en homenaje a su último libro 'Novela de ajedrez'.
Al atardecer, Zweig daba largos paseos por la selva con su esposa y leía los ensayos de Montaigne, en cuyos márgenes hacía anotaciones sobre la mejor forma de conservar su libertad. Eligió su barbero y el café en el que leía la prensa todas las mañanas y montó en el porche un escritorio en el que empezó a revisar su libro sobre Balzac.

Encantado con su intensidad dramática

Sus amigos en Petrópolis eran un médico alemán, varios intelectuales franceses y la poetisa chilena Gabriela Mistral. El primer día de 1942, Zweig describió a un amigo su fascinación por 'La Malquerida' de Jacinto Benavente. Dijo que le había encantado su intensidad dramática y que era una obra 'freudiana' antes de Freud. "Lo que ocurre ahora será útil para la siguiente generación pero no para la nuestra o para aquellos que murieron y que quizá eran los más sabios", escribía unas líneas más adelante. "Ellos han concluido su vida mientras nosotros caminamos como sombras de nosotros mismos".
Zweig siguió releyendo clásicos como Tolstoi o Goethe y bajó con su esposa al carnaval de Río siete días antes de morir. Al día siguiente del jolgorio, varios amigos vieron su reacción al leer en un café de Río las noticias sobre los avances nazis en Asia y Oriente Próximo. "Europa se ha suicidado", repetía una y otra vez.
Al volver a Petrópolis, Zweig donó sus libros a la biblioteca y envió sus manuscritos a varios a archivos fuera de Brasil. Su 'fox terrier' se lo regaló a su casera en una enigmática carta en la que explicaba: "Lo siento mucho pero hemos tomado otra decisión que seguir alquilando su bonita casa durante más tiempo".
Zweig quemó los papeles que le quedaban en una hoguera en el jardín e invitó a cenar el sábado 21 de febrero a su amigo Ernst Feder, que escribió en su diario que el escritor y su esposa habían sido muy amables y que les habían dicho que no estaban durmiendo bien.
Dos días después, un criado encontró los cadáveres del matrimonio tendidos sobre su cama: Stefan con una corbata oscura perfectamente anudada y Lotte recostada sobre su esposo con un kimono y sin ropa interior. Sobre la mesilla unas monedas, una caja de cerillas y un vaso vacío. "Saludo a todos mis amigos", escribió Zweig en su carta de despedida. "Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí".

https://www.elmundo.es/cultura/2014/06/19/53a1d172e2704e334b8b4593.html

Enganchados a Stefan Zweig

Seis títulos se suman al resurgimiento del autor austriaco que representó como pocos la idea de una Europa culturalmente unida

Zweig, visto por Antonio Santos. Ilustración incluida en 'Stefan Zweig, la tinta violeta'.
Zweig, visto por Antonio Santos. Ilustración incluida en 'Stefan Zweig, la tinta violeta'.
En su nota de suicidio firmada en febrero de 1942, Stefan Zweig pedía disculpas, por las molestias que aquello sin duda le iba a ocasionar, a la dueña de la casa que tenía alquilada en Petrópolis (Brasil), ciudad a la que había ido a parar este escritor austriaco judío huyendo de los nazis y de la Segunda Guerra Mundial. Tenía 60 años. Le encontraron junto a su esposa, que también se envenenó, impecablemente vestido, con la corbata anudada, en una habitación perfectamente ordenada. Sus amigos, repartidos por el mundo, empezaron a recibir sus cartas de despedida los días, las semanas siguientes.
Su suicidio explica mucho de cómo era esta persona educada, minuciosa, que tenía la certeza de que nunca iba a poder volver a su casa porque había dejado de existir, porque todo su mundo había dejado de existir”, explica el escritor y periodista Jesús Marchamalo sobre aquel hombre que había llegado a ser extraordinariamente popular, que había vendido cientos de miles de libros y llenado auditorios gigantescos para escucharle hablar de literatura, que había sido amigo de toda la intelectualidad de la época —FreudMannRilkeRoth, Rolland, Gorki...— y cuya vida es, en sí misma, la historia de Europa, desde la tranquilidad de un mundo que parecía inamovible a finales del siglo XIX hasta su quiebra total e irreversible en los años treinta y cuarenta del XX.
Una vida que Marchamalo acaba de plasmar, junto a las ilustraciones de Antonio Santos, en Stefan Zweig, la tinta violeta. El libro empieza: “Escribía con una letra pulcra, redonda y firme. Una caligrafía cuidada, en folio y cuartillas de papel grueso…”. Recién publicado por Nórdica, esta pequeña biografía ilustrada forma parte del aluvión de títulos que del autor y en torno a él se está produciendo en España; han sido cerca de 40 entre 2014 y 2018, a los que se están sumando otra media docena más en este primer semestre de 2019.
Aparte del de Nórdica, Acantilado aporta dos volúmenes más a esa lista: la biografía Americo Vespucio (ya en las librerías) y, el próximo mayo, Encuentros con libros, una recopilación de sus textos sobre literatura. Con ellos, ya son 38 las obras del autor austriaco que ha publicado en formato físico esta editorial que ha tenido mucho que ver en el renacer en España de una figura, durante muchas décadas, olvidada.
Mark Gelber, profesor jubilado de la Universidad de Ben-Gurión del Néguev, en Israel, y uno de los principales especialistas en Zweig, apunta que ese olvido fue muy acusado, pero también que el resurgimiento está ocurriendo en todo el mundo, especialmente en el “ámbito anglosajón y la Europa central”, impulsado por “nuevas ediciones, nuevos estudios, nuevas biografías, películas…”, añade en referencia, entre otros, al filme de 2017 de María Schrader Stefan Zweig, adiós a Europa. Y lo cierto es que hay mucho que rescatar, pues la suya es una obra gigantesca que superó en vida los 75 volúmenes entre poemarios, obras de teatro, novelas, cuentos, biografías, ensayos y hasta el libreto de una ópera que, junto a otros escritos, han dado lugar después de su muerte a un buen puñado más. 
Stefan Zweig, a la izquierda, y Joseph Roth, en Bélgica en 1936.
Stefan Zweig, a la izquierda, y Joseph Roth, en Bélgica en 1936. GETTY IMAGES
Que los derechos de autor de las obras de Zweig hayan pasado al dominio público en Europa (esto ocurre transcurridos 70 años de la muerte del creador) ayuda a ese resurgir. Y, aunque en España ese plazo de caducidad es de 10 años más y no quedarán liberados hasta 2023, la cercanía hace que “adquirir derechos sea mucho más sencillo y económico”, admite Rubén Hernández, editor de Errata Naturae. En todo caso, explica su apuesta de La revolución interior —que, junto a las biografías Balzac (Paidós) y Magallanes (Capitán Swing), completa la lista de nuevos libros del austriaco en este primer semestre— de la siguiente manera: “Nos interesó mucho la lucidez espeluznante de Zweig, un hombre que estaba viviendo en esa época no solo el horror del exilio y la persecución por parte de los nazis, sino el derrumbe del mundo tal como él lo conoció y lo amó, a manos del totalitarismo”. La revolución interior recupera una selección que Zweig hizo de textos poco conocidos de León Tolstói, con ensayos y ficción, incluido un cuento inédito hasta ahora en castellano del clásico ruso titulado Nicolás Varapalo. “La propuesta de lucha frontal de Tolstói contra todos los excesos del Estado frente al individuo y su libertad última inalienable, si bien para Zweig no dejaba de ser una propuesta utópica, implicaba una defensa fundamental de todo humanismo auténtico”, añade el editor.
Gran admirador de Tolstói, Zweig fue invitado en 1928 a la Unión Soviética para la celebración del centenario del escritor ruso y allí logró llenar un auditorio de Moscú de 4.000 personas “que pagaron para escuchar una conferencia suya”, señala Marchamalo. Fue, probablemente, el punto álgido de su carrera: inmensamente popular, sus libros se habían traducido a 50 idiomas y se vendían a centenares de miles; viajero empedernido había recorrido la India y visitado Norteamérica-, se movía por Europa como si fuera el salón de su casa. 
La Gran Guerra, vista por Antonio Santos. Ilustración incluida en 'Stefan Zweig, la tinta violeta'.
La Gran Guerra, vista por Antonio Santos. Ilustración incluida en 'Stefan Zweig, la tinta violeta'.
Pero también fue aquella la víspera del inicio del fin. Judío y antibelicista militante —participó en la Primera Guerra Mundial como cronista propagandista—, el ascenso del nazismo al poder significó la inclusión en la lista de libros prohibidos de 15 de sus obras; algunas fueron quemadas en las calles. “Zweig se consagró a ‘la idea europea’, es decir, a una Europa culturalmente unida, y sus escritos se caracterizan por el pensamiento global y la búsqueda de la paz mundial”, explica el profesor Gelber. El día de febrero de 1934 que la policía registró su casa de Salzburgo, con la excusa de buscar armas, comprendió definitivamente que su fama no le iba a proteger.
Comenzó entonces un angustioso peregrinar —Londres, París, Nueva York, Buenos Aires…— junto a Lotte Altmann —que se convertiría en su segunda esposa— mientras veía cómo se iba quedando solo —Joseph Roth murió en París en mayo de 1939; Sigmund Freud, en Londres pocos meses después— y cómo el fascismo iba sumiendo Europa en el horror. Ese es el paisaje desolador en medio del cual llegó a Brasil en el verano de 1941. Apenas seis meses después, él y Altmann se suicidaron tomando una buena cantidad de un somnífero llamado Veronal.
Ahí termina Stefan Zweig, la tinta violeta, con las cartas de despedida enviadas a sus amigos —“Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy de aquí antes que ellos”, escribió— y con el sobre que dejó en la mesilla con un reloj, unos gemelos, un anillo y un alfiler de corbata que legaba a un sobrino de su primera esposa. “Mi aspiración cuando escribo estas biografías es que cuando alguien las termine tenga ganas de leer la obra del autor”, confiesa Marchamalo. Para empezar con Zweig, recomienda su autobiografía, Un mundo de ayer. Gelber, por su parte, señala como un encuentro óptimo Novela de ajedrez.




















































































































































Stefan Zweig

LA CARTA DE SUICIDIO DE ZWEIG
Después de huir de los horrores de la guerra en Europa, Zweig y su esposa buscaron un refugio donde pudiesen retomar sus vidas. Decepcionados por Londres y Nueva York, esperaban comenzar de nuevo en Brasil. Pero la huida constante, el encuentro con las multitudes de refugiados judíos como él y la sensación de que su mundo cultural estaba perdido, lo llenaron de desesperación. No pudo encontrar la fuerza para empezar una nueva vida.
El suicidio de Zweig fue muy criticado. Pero no fue el único: otros intelectuales judíos, refugiados de la guerra, como el escritor Ernest Toller en Nueva York y el filósofo Walter Benjamin en Portbou se suicidaron antes que él.

La policía local encontró la nota de suicidio de Zweig. Fritz Weil, un empresario judío-alemán de Petrópolis, la tradujo del alemán al portugués y quiso adquirirla, pero no se lo permitieron. Finalmente en 1972 Weil consiguió comprársela a un policía jubilado, y en 1992 la donó a la Biblioteca Nacional de Israel en memoria de su familia política que murió en el Holocausto.

La carta
“Declaración
Por mi propia voluntad y en plena lucidez

Cada día he aprendido a amar más este país, y no habría reconstruido mi vida en ningún otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma.

Pero comenzar todo de nuevo cuando uno ha cumplido sesenta años requiere fuerzas especiales, y mi propia fuerza se ha gastado al cabo de años de andanzas sin hogar. Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal, su más preciada posesión en esta tierra.

Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos.

Stefan Zweig, Petrópolis, 22/2/1942”

CLAVE 1942 SUICIDIO DE STEFAN ZWEIG


Un criado, siguiendo la rutina impuesta por el escritor Stefan Zweig, llamó suavemente a la puerta de su habitación. Eran las 8 en punto de esa mañana, lunes, y nadie respondió. Al mediodía insistió. Preocupado, le comentó a la muchacha encargada de la cocina sus presentimientos, pero ésta lo tranquilizó, debió escribir hasta muy tarde .


14 de noviembre 1991 , 
A las cuatro, decidió golpear con vigor la puerta y, a continuación, sin ocultar el nerviosismo, llamó a gritos a su patrón.
Al caer la tarde, ayudados por un grupo de vecinos, derribaron la puerta. No fue una escena macabra, sino una escena de solidaridad. El dormitorio estaba ordenado en extremo. En la mesita de noche, alineados, dos vasos con restos de veneno y cuatro cartas... Y sobre el lecho impecable y sereno el famoso escritor abrazado a su esposa.
Según declaraciones de los legistas, el poderoso veneno lo habían ingerido a las 6 de la mañana.
El brillante escritor Stefan Zweig, luego de un peregrinar por el mundo, huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, había resuelto emprender la postrer etapa de su vida el tránsito a la muerte en la más idílica de las ciudades brasileñas, Petrópolis, a miles de kilómetros de su Austria de donde huyó en 1934, escapando de la persecución nazi que se cernía sobre la comunidad judía de Europa.
Y para ese último viaje, el de la muerte, convidó a su segunda esposa.
Stefan Zweig, dueño de una maravillosa pluma, tuvo la virtud de adivinar desde muy joven la inmensa posibilidad que se abría para la literatura, al incorporar las nuevas técnicas del picoanálisis a la descripción de sus personajes históricos.
Maestro de la biografía, buceó profundamente en la psiquis de aquellos grandes personajes históricos que recreó: María Estuardo, Fernando de Magallanes, José Fouché y María Antonieta, entre otros. El famoso escritor, más que retratarlos, los radiografiaba, diseccionaba, interpretaba sicológicamente y los convertía en seres de carne y hueso, dueños de pasiones, emociones, fanatismos, flaquezas, manías y fragilidades.
Huyendo de la amenaza nazi y del militarismo alemán, Zweig se había refugiado en Inglaterra en 1934. Desde entonces, sucesivos golpes emocionales fueron dejando una inexorable huella en su sensible personalidad. La ocupación de su natal Austria por los ejércitos nazis 11 de marzo de 1938 lo deprimió en extremo. Luego la declaración de guerra de Inglaterra contra la Alemania nazi, en septiembre de 1939, lo hizo partir hacia Argentina para escapar del fantasma de la violencia.
En agosto de 1941, a bordo del vapor Montevideo , ancló en Río de Janeiro y se enamoró del Brasil. Viajó por gran parte de ese país para reunir en forma laboriosa y metódica material para el último libro que publicó, El Brasil en el Futuro .
Dos meses antes del suicidio, la pareja judía se radicó en Petrópolis, plácida capital imperial, de grandes palacios, donde reinara Pedro II del Brasil.
Por extraña paradoja, esa misma semana se reunían en Wannsee, cerca de Berlín, los altos jerarcas nazis para coordinar los detalles de la solución final : el genocidio de los judíos europeos hacinados en los campos de concentración.
Ese lunes fatídico, fueron halladas, sobre la mesa de noche, cuatro cartas de despedida. Una de ellas, dirigida a Claudio de Souza, presidente del Club de Escritores del Brasil, decía así: Antes de abandonar la vida por mi propia voluntad quiero decir mi última palabra, la cual es para agradecer a este maravilloso país Brasil la hospitalidad con que me recibió. Cada día pasado en este país me ha servido a mí para amarlo más y en ningún otro podría haber cifrado yo mayores esperanzas de poder reconstruir mi vida.
Después de haber visto caer la tierra donde se habla mi lengua y a mi patria espiritual Europa destruyéndose, y habiendo llegado ya yo a la edad de 60 años, sería necesaria una gran fortaleza para reconstruir mi vida, pero mis energías están agotadas por largos años de peregrinación de quien no tiene patria.
Por ello creo que ha llegado el momento de poner fin a una vida que estuvo dedicada únicamente a la tarea espiritual de considerar la libertad humana y la mía propia como la más grande riqueza de la Tierra.
Al partir, dejo un emocionado adiós para todos mis amigos.
(firmado) Stefan Zweing. Petrópolis. Lunes 23 de abril .

La mujer detrás de Stefan Zweig


Tolstoy tuvo a Sofia BehrsDostoievsky a Anna GrigoryevnaNabokov a Vera y Stefan Zweig tuvo a Frederike von Winternitz: las cuatro fueron cultas, las cuatro estaban avanzadas a su época, las cuatro pusieron todo su talento y tesón al servicio de sus maridos. Y éstos no siempre lo supieron reconocer, mucho menos valorar o tener en cuenta. La historia tampoco es que las haya tratado bien: muy pocas personas conocen las inmensas contribuciones de ellas a la literatura universal. 
Sin SofiaTolstoy nunca hubiese triunfado: fue ella la que copio y transcribió a mano siete veces (¡siete veces!) la larguísima “Guerra y Paz”. También transcribió “Anna Karenina” y el resto de sus obras. Incluso los diarios. Aparte de transcriptora, también fue traductora y editora, se ocupó de las finanzas familiares, cuidó la finca familiar de Yasnaya Poliana y crió a trece hijos. 
Anna Grigoryevna también sirvió de secretaria y taquígrafa a su esposo, Fiodor Dostoievsky (se dice que llegó a tomar tanta simpatía por algunos de sus personajes que incluso lloraba al escribir lo que él dictaba si éstos fallecían). Vera Nabokova fue la cocinera, criada y niñera de su marido, además de su editora y asistenta. Fue ella la que salvó el manuscrito de “Lolita” varias veces de ser quemado o lo rescató de la papelera. Se dice que, incluso, cuando él estaba dando clases de Literatura rusa en la Universidad de Cornell, ella siempre le acompañaba al aula y se sentaba a su lado. Tan inseparables parecían que se rumoreó, con guasa, que quizás Vera llevaba siempre una pistola para proteger a su esposo. Tanto hizo por él que Stacy Schiff, autor de la biografía “Vera, señora de Nabokov” (premio Pulitzer de biografía en el 2000, aquí publicada por Alianza Literaria en el 2002), llegó a decir que “abogados, editores, familiares, colegas, amigos estaban de acuerdo en una cosa: él no hubiese llegado a nada sin ella”.  
Tampoco hubiese sido nada T.S. Eliot sin Esme Valerie Fletcher, o Mark Twain sin Olivia Langdon. 
Y, también hay que decirlo, Virginia Woolf le debió muchísimo a su marido, Leonard, quien cuidó de ella, se hizo cargo de la casa, arregló el jardín y dirigió una editorial. Eugen Boissesain, marido de Edna St. Vicent Millay, se consideraba “feminista” y reconoció haberse casado con ella “para darle un hogar estable y liberarla de las tareas domésticas para que pudiera escribir”. 

El inmenso precio personal de casarse con escritores de éxito

Ser cónyuge de un escritor o escritora de inmenso éxito y prestigio ha conllevado aparejado renunciar a cualquier atisbo de individualidad o ganas de destacar: se han sacrificado enormemente, hasta el punto de pasar a ser un apéndice de sus parejas y un simple pie de página en la historia. 
Pocas mujeres de escritores han explicado sus experiencias. De Sofia Behrs conservamos sus diarios, los cuales, por cierto, no se publicaron en Rusia hasta 1978 y en inglés hasta 1985. En español tuvimos que esperar hasta el 2010 (editorial Alba Clásica, con introducción de Doris Lessing). También escribió una autobiografía y un libro de memorias. En ellas nos retrata con detalle su matrimonio con un hombre cruel y difícil, totalmente indiferente a su mujer y a sus hijos, sumamente crítico e irascible. Un auténtico infierno, vaya. 
En el otro extremo tenemos las famosas “Cartas a Vera” de Vladimir Nabokov (RBA2015, con traducción de Marta Rabón y Marta Alcaraz). Vera destruyó sus cartas a Vladimir por considerarlas “poco interesantes”, con lo que sólo tenemos el testimonio directo de él. Y él se erige como el ejemplo de perfecto casado, fiel y feliz (la realidad no era tan idílica). Lo que sí que es cierto es que ella fue una esclava, aunque todo parece indicar que ese matrimonio la satisfacía enormemente. 
En medio de estos dos extremos tenemos ahora una pequeña joya que nos desvela la vida privada de un escritor de culto. Acantilado publica la correspondencia entre Stefan Zweig y Friderike, quien primero fue su admiradora, luego su amante, posteriormente su esposa y más tarde su ex-mujer, cuando él la dejó por Lotte Altmann, su secretaria y treinta años menor que él. A pesar de la infidelidad e humillación, Friderike y Stefan siguieron carteándose hasta el suicidio de él, en Petrópolis. La mañana del 22 de febrero de 1942, él le escribía su última carta, diciéndole: “Recibe todo mi afecto y cariño, y levanta el ánimo sabiendo que ahora estoy tranquilo y feliz”. Por la noche, él y Lotte se tomarían una sobredosis de barbitúricos. Los criados encontrarían los cadáveres al día siguiente. 
Friderike explicó su matrimonio con Zweig en “Destellos de vida”, que “Papel de liar” publicó en castellano en 2009. Son unas memorias que, si bien no llegan al altísimo nivel de “El mundo de ayer” (ni tampoco lo pretende), sí que explican con detalle la vida cosmopolita del matrimonio Zweig. Es un testimonio directo del paisaje intelectual de la Europa de entreguerras, donde se codeaban con Rilke y ToscaniniHesse era un íntimo y ocasionalmente veían a Einstein. Sus horizontes culturales no tenían límites, los estímulos al pensamiento y la erudición eran constantes y, sin embargo, representaban al mismo tiempo unas barreras infranqueables. Aquel mundo, en el fondo, no era para ella un paraíso, sino una fortaleza de la que no podía escapar. Ella no pertenecía a ese sanedrín más que como consorte; su labor era la de simple apoyo y soporte. No podía aportar nada, no tenía voz propia. “No tengo un mundo propio”, se lamentaba, “no tengo un trabajo propio (..) Mi círculo se ha extendido, pero no puedo salir de él”. 
No es que Stefan Zweig la atormentara como Tolstoy con Sofia, ni que la ninguneara.Stefan Zweig nunca permitió que se convirtiera en una simple mecanógrafa o secretaria encargada de tomar dictados y pasarlos a limpio. Él insistió en que le ayudase a investigar, en que se encargase de traducir citas, que leyese los libros que le enviaban a él, que los resumiese y que redactase cartas de agradecimiento en su nombre.
Es decir, no trataba a Friderike como a una administrativa, sino como asistente cualificada, intelectualmente preparada y capaz. Pero, aunque suponía un reconocimiento a su valía, tampoco sabía ensalzar las cualidades de ella, ni motivarla para desarrollar sus propias habilidades. Que las tenía. 
Si en “Destellos de vida” vemos a una mujer fuerte y preparada, en la “Correspondencia” que mantiene con Stefan y que ahora publica Acantilado se confirma su personalidad robusta, mucho más resistente que la de él. También descubrimos su talento literario, su aguda capacidad de observación y sus dotes organizativas, además de su inmensa inteligencia relacional y unas dotes psicológicas que le permiten tratar el carácter difícil de Stefan, sus “crisis de pesimismo”, sus confusiones interiores (se ha sugerido que él podría haber sido bipolar). 
De las cartas, sin embargo, también se desprende que ella se subyuga a él y a su fama y prestigio desde el principio. Renuncia a tener una vida propia para administrarle a él una “fortaleza de paz”, un remanso de tranquilidad, en el que él pudiese crear y triunfar. Des del principio, desde la primera carta, su admiración por él es tan grande que no se plantea ni un segundo hacer nada que no sea continuar ensalzándolo. A pesar de que él le fuese infiel, a pesar de que él no acabara de valorarla como merecía. Ella lo puso en un pedestal y nunca lo destronó. Stefan Zweig era para ella un semidiós al que rendir homenaje, adular y honrar constantemente; cualquier crítica, por insignificante que fuera, hubiese sido una blasfemia. 
La esposa y el semidiós
Podríamos justificar su comportamiento argumentando que a una mujer de su época no le quedaban muchas más opciones. Y sería verdad, aunque sólo en parte. Porque Friderike era una mujer que se salía del molde. 
Friderike Maria Burger nació el 4 de diciembre de 1882, en el seno de una familia judía. Tuvo una esmerada educación y fue a la Universidad de Viena, en un momento en que poquísimas mujeres acudían a una facultad y muchas estaban vetadas en muchos colegios profesionales. Luego se casó con un funcionario de alto nivel, Feliz Edler von Winternitz, comenzó a publicar artículos en algunos periódicos y, más tarde, dio clases de francés y de historia para complementar los magros ingresos familiares. 
En 1906, al cumplirse el segundo aniversario de bodas, dio a luz a su primera hija. Tenía 26 años. Ese mismo año, mientras su marido estaba en un balneario cercano a Viena, la joven Friderike se desplazó a la ciudad para pasar unos días. Una noche, en una cena en un jardín, divisó a un joven poeta y dramaturgo, un año mayor que ella, y que comenzaba a despuntar en los teatros. Se llamaba Stefan Zweig, y su cómoda situación familiar le permitía centrarse en la literatura. Su padre tenía una fábrica textil en el norte de Bohemiay su madre descendía de una familia de banqueros. 
En aquel encuentro no se cruzaron ninguna palabra, pero Friderika no lo pudo olvidar. Seis años más tarde se volvieron a ver. Era el 24 de julio de 1912Friderike, que acaba de ser madre por segunda vez, veraneaba de nuevo en la estación balnearia de Gars am Kamp y fue a pasar unos días en Viena, donde vivía su suegro, Jakob von Winternitz. Esa noche del 24 de julio decidió ir a la fonda Riedhof, un local frecuentado por funcionarios, oficiales, médicos y escritores. Entre ellos estaba aquella noche Stefan Zweig, ya un autor celebrado y un hombre que disfrutaba de su soltería. 
Ella dio el primer paso y le envió una carta a laKochgasse 8, Distrito VIII de Viena, para manifestarle su profunda admiración. Y así, casualmente, como si fuese el guión de alguna obra de él (“Carta de una desconocida” viene enseguida a la mente), comenzó una relación que duraría años. Es una lástima que muchas de las cartas de él de este período se hayan perdido; sobre todo la carta con la que contesta a esta primera misiva. 
Lo que sí sabemos es que, cuando se conocieron en persona, tres meses después de la primera carta, Stefan dejaría escrito: “Tarde con Frau v.Wi. Una buena conversación con una mujer verdaderamente sensible, que es probablemente más tierna de lo que uno puede imaginar”. 
Siguieron las cartas y las visitas, y ella incluso reseñó las obras de teatro de Zweig para la prensa alemana. Se cree que fue por aquel entonces cuando consumaron su relación, aunque siguieron con vidas separadas. Ella pasó una temporada en los Alpes con sus hijas; él se fue a París a trabajar. Él veía a más mujeres, ella lo sabía y no parecía importarle. 
Luego, cuando la relación con su marido es insoportable, ella decide divorciarse y se lo comunica. Él no le oculta que, en aquel momento, tiene una relación con una parisina, Marcelle. Ambas mujeres conocen el triangulo amoroso y ninguna se queja. Al menos, Friderike no dice nada. 
Cuando finalmente se casaron, él asumió que ella ni sería posesiva ni le demandaría demasiadas atenciones. Las hijas de ella, pensó él, la mantendrían ocupada y a él lo dejarían tranquilo. Y así fue: ella reinaba en la domesticidad, y su principal encargo era protegerlo a él de preocupaciones y, sobre todo, distracciones. Aunque le mantenía informado de todo y su vida social era extensa, Friderike sabía perfectamente que su cometido era que él tuviera su propio espacio para desarrollarse y triunfar.
Tanto era así que, en 1917, él le encarga que busque una casa apropiada. Ella encuentra el reducto perfecto: una pequeña casa del siglo XVII en Salzburgo, con fontanería antigua y sin electricidad, pero con un encanto inmenso. Ella la compró y la reformó y allí vivirían, a partir de 1920, sus años más felices y fecundos (o, al menos, fecundos para él). Durante los trece años que viviría allí, Zweig escribiría 50 obras. Su fama internacional fue inmensa; se convirtió en el escritor más famoso de su generación y en el más traducido. Y fue gracias, en gran parte, a ella. Ella le sirvió de editora, de crítica literaria y de guardiana.
Pero el cuento de hadas tuvo un final abrupto. Los nazis subieron al poder, el matrimonio Zweig se rompió, él perdió toda esperanza de que su mundo volviese a ser el que una vez conoció. En «El mundo de ayer» relata esa angustia que le generaba que todo, absolutamente todo, en lo que había creído se desmoronase, se corrompiese, desapareciese para siempre. Son el testimonio de un ser de una sensibilidad elevada, producto de una Europa refinada, cultísima y ciertamente elitista. Son las memorias realmente de un europeo en el sentido más magnífico y exquisito del término. Un hombre obsesionado con la cultura en el sentido más amplio, de la literatura, la música y el arte, pero que, sin embargo, no presta excesiva atención a su vida personal. Las pistas sobre su vida privada son escasísimas.
Él no podrá soportarlo y acabó rindiéndose. Ella, siempre más fuerte y resolutiva que él, fue capaz de rehacer su vida. En 1940 dejó definitivamente Europa y partió a Nueva York con sus dos hijas y los maridos de éstas. Tres años más tarde, ayudó a fundar el «Writers Service Center«, una suerte de refugio, fonda y agencia literaria para refugiados europeos. También pondría en marcha la «American-European Friendship Association«, una asociación cultural para fomentar los lazos trasatlánticos.
En 1945, a la edad de 62 años, encontró un refugio perfecto: una pequeña casa en Connecticut, cerca de un lago, donde pasaría lo que le quedaba de vida. Y, una vez más, a pesar de los desaires que había sufrido, de la humillación por haber sido abandonada por otra, se dedicó a que nadie olvidara a Stefan Zweig. Durante tres décadas fue su principal memorialista. En 1954, en la editorial Hastings House, publicó incluso la correspondencia que había mantenido con su marido. La obra que ahora, por fin, nos trae Acantilado.
Friderike murió el 18 de enero de 1971. Nunca sabremos si en lo último que pensó fue en él. Pero seguramente fue así.

Stefan Zweig: el rapto de Europa

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 11 noviembre, 2018 Antonio García Vila

Stefan Zweig: el rapto de Europa
La editorial Acantilado continúa, infatigable, su tarea de recuperación de uno de los europeos modélicos que contribuyó, en buena medida, a forjar la idea, un tanto romántica, bastante ingenua, de un mundo pasado si no ideal, al menos brillante, cultivado, sensible y lujosamente decadente: el mundo de ayer.
Era, no lo olvidemos, un mundo despótico e imperialista, un mundo marcado por unas jerarquías inapelables y una miseria sin cuento. Era el mundo que relucía en los dorados vieneses, en su pintura novedosa, en su música rupturista, en su literatura  crítica y su filosofía de vanguardia, y que se ocultaba en los suburbios, en la doble moral, en la prostitución y el desempleo. Un mundo mítico, es cierto, pero que ha ejercido sobre las generaciones siguientes un efecto deslumbrante que inducía a sortear la realidad y confiar en un sueño.
Friderike y Stefan Zweig
Stefan y Friderike Zweig fueron dos personajes aquilatados en ese sueño, dos escritores de su época, dos representantes de esa alta burguesía letraherida condenada a la extinción. Friderike publicó varios libros con moderado éxito, y siempre mantuvo una vida culturalmente activa, aunque fue Stefan Zweig el autor que, en verdad, logró una extraordinaria fama y devino arquetipo del hombre de letras del momento, del intelectual culto, sensible, civilizado, dialogante; un arquetipo que con él prácticamente desapareció, suplantado por  los intelectuales comprometidos, por los escritores políticamente activos, por los artistas furiosos empeñados en hacer saltar la tradición por los aires. El mundo de ayer se convirtió, sin que Zweig ni muchos otros como él siquiera lo atisbaran, en el mundo de las dos guerras mundiales, en el de los fascismos y la revolución soviética, en el de las ideologías radicales, extremistas, y los medios de masas; en el de las democracias, la propaganda y el consumo. Y Zweig parecía seguir mirando al pasado, a los momentos estelares de la humanidad, a los antiguos maestros, a las luchas espirituales… Y, sin ver salida para el presente, se suicidaría sin asistir al fin de la Segunda Gran Guerra: el nuevo mundo no era su mundo.
Fue un escritor de best sellers de calidad –en Alemania, hasta 1933, se habían publicado más de un millón trescientos mil ejemplares de sus obras, y sus libros se habían traducido a más de veinte idiomas-, de novelas breves muy populares en su época, y de ensayos soberbios y arrebatados, así como de biografías muy personales, de corte psicológico y existencial, a menudo deliciosas, que poco tienen que ver con los exhaustivos tratados a los que nos hemos, ahora, acostumbrado. Es cierto que no todas sus obras han envejecido igual. Sus novelas largas pueden resultarnos un tanto afectadas, ya caducas, restos de ese mundo de memorias que quedó, irremisiblemente, atrás. Y en ciertas biografías y ensayos hay que acordar, de antemano, que se está de parte del autor. Que se le concede el beneficio de la complicidad y la indulgencia del que observa desde la distancia. Pero cuando Zweig acierta, cuando asume el tono adecuado, el ritmo preciso, la idea afortunada, tiene pocos rivales: es espléndido. Sensible, inteligente, discreto, sensato… Un escritor de raza, un pensador informado, un humanista digno, revestido de la autoridad que su obra respalda.
Fue buen amigo de sus amigos, y Joseph Roth, el maravilloso cronista de ese mismo fin del imperio, sin la impagable ayuda de Zweig, tanto económica como anímica y afectuosa, como muestra su correspondencia con él, probablemente hubiera sucumbido aún antes a su compleja personalidad autodestructiva, aunque en las cartas entre los esposos sea ella la que, en alguna ocasión, solicita ayuda para Roth y es Stefan el que, rotundo, se niega.  Friderike, una vez muerto su marido, publicó una biografía suya que da buena cuenta de todos esos años y de sus relaciones, convenientemente edulcorada. Él, en sus célebres memorias de un europeo, ni siquiera la mencionó a ella, a pesar de lo mucho que se había esforzado en contribuir al triunfo del escritor. Stefan Zweig fue un marido respetuoso siempre, y atento en la mayoría de las ocasiones, aunque las diferencias entre ambos, insalvables a la postre,  llegarían a romper la pareja. Fino psicólogo de sus personajes femeninos, la vida resultaba aún más complicada que la ficción. Y Zweig lo comprendió demasiado tarde.
Stefan Zweig: el rapto de Europa
Zweig y Lotte Altmann
Ahora, ofrecida por la editorial Acantilado, podemos revisar una amplia selección, ejemplarmente editada, de la correspondencia de la pareja, desde el comienzo mismo de su relación, cuando ella se incorpora como parte de un triángulo amoroso, pues Zweig tenía en ese momento una amante, hasta esa última carta que el escritor dedica a su antigua compañera antes de su suicidio, en Petróplis, junto a su nueva pareja, su joven secretaria Lotte. En ella encontramos muchos datos anodinos, las preocupaciones económicas, su desprecio a la clase media, los apelativos cariñosos y cursis, y sus desencuentros, sus fricciones en cuanto a la educación de las hijas que Fridrike aportaba de su anterior matrimonio, sus quejas y sus reproches. El día a día de un escritor de gran éxito, de una pareja culta, relativamente acaudalada. Asistimos, igualmente, a ese, quizá inevitable, cinismo del que no escapa Zweig. En su estancia en Marsella queda patente: acaba de comer opíparamente, disfruta de un estupendo hotel… y admira lo bien que viven los meridionales, mientras él ha de volver al brumoso norte. Pero a continuación señala que lo más “bonito” (las comillas son suyas) es ver la suciedad, a los niños jugando con sus excrementos,  a los mendigos… El “hedor de Oriente” que se impone. Y al lector le queda la duda de si, cuando entrecomilla “bonito” Zweig es irónico, lo cual parece lo lógico, o es que no encuentra, de verdad, un adjetivo que precise esa atracción, ese cínico placer que descubre.
La primera página del manuscrito a María Antonieta

Sea como sea ,el escritor es tratado como un embajador, de reunión en reunión, de conferencia en conferencia; admirado y leído por Einstein, por colegas y políticos, pero él no se muestra satisfecho: no por vanidad, al contrario, sino porque entiende las deficiencias de su propia obra, los límites que, ahora, desde la distancia, distinguimos pronto. Sea una ironía cruel, sea una verdadera atracción, muy propia de los intelectuales occidentales, fascinados a menudo por un oriente que ignoran e idolatran, lo que el comentario de Zweig muestra, lo que ratifican sus cartas, a pesar de la ingenua ilusión con que llega a Brasil, y sus memorias, es su absoluta entrega a una Europa que le dio a luz, le amamantó, le mimó y, al final, le abandonó. Una Europa, en verdad, que desapareció delante de sus empavorecidos  ojos: una Europa raptada.
Y esa Europa, el escritor no podía hallarla en Suramérica. No buscaba una nueva vida, un nuevo mundo. Quería su viejo continente, sus antiguas relaciones, sus libros, sus reliquias de grandes hombres, que coleccionaba con devoción adolescente. Quería a Beethoven, a Goethe; añoraba el aire frío de Suiza, la luz de París, la exquisita cortesía de los bien educados, los libros, muchos libros, y gente “de su nivel” para conversar. En Brasil encontraba jóvenes de colores hermosos, un patriarcado primitivo, niños negros que parecían animalitos: el paraíso. Pero no le bastaba: en seguida se cansa. Quería, al fin y al cabo, habitar en sus memorias. Y, por ello, ya solo pudo morir: suicidarse. Gracias a él nosotros, hoy, podemos habitar, aunque sea como turistas curiosos, admirados, el mundo de ayer. Asomarnos a esa hermosa, legendaria, Europa raptada. Antes, claro, de la llegada de los bárbaros… Friderike, en sus memorias, pide al lector que comparta su estupor al conocer la noticia de la muerte. No es posible. Compartimos la pena, por Stefan y por la tristemente olvidada Lotte, una mujer joven y quebradiza, que se envenenaría con el desesperado Zweig, y comprendemos su derrota. Compartimos, también, la nostalgia. No puede, sin embargo, sorprendernos.

Stefan Zweig, Friderike Zweig. Correspondencia (1912-1942).
Edición de Jeffrey B. Berlin y Gert Kerschbaumer. Barcelona, Acantilado, 2018.
Trad. Joan Fontcuberta. 520 pp.
Foto de portada: Stefan Zweig y Joseph Roth

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Stefan Zweig, el triunfo de la perfección sobre el caos

El viejo topo


Nota de edición: Tal día como hoy [22.02] en 1942 Stefan Zweig, exiliado, se quitó la vida en Brasil: había perdido la esperanza. Había dejado atrás Salzburgo y Viena, de donde tuvo que huir como un criminal, al convertirse en un autor proscrito, con sus obras prohibidas. 
Hay autores que no conocen el terror a la página en blanco. Mary Shelley, por ejemplo, decía admitir humildemente que la invención no consiste en crear a partir de la nada, sino a partir del caos, en disponer los materiales y dar forma a sustancias oscuras e informes, en la capacidad de captar las posibilidades de un asunto y en el poder de moldear y adaptar ideas sugeridas en relación con él.
Cada autor determina los porcentajes exactos de autobiografía, lectura e imaginación que componen su obra. La propia experiencia vital es fundamental para el proceso creativo. Las lecturas cincelan la sensibilidad y, a través de la imaginación, la escritura confiere a lo relatado belleza, en cualquiera de sus interpretaciones, incluida la llamada estética de la fealdad o de la crueldad, dependiendo de la finalidad y del concepto ético que se maneje, o de la ausencia del mismo.
Multitud de aspectos pueden explicarse desde infinidad de perspectivas y ángulos relacionados con las humanidades. La interrelación de disciplinas artísticas, es decir, la existencia de dependencias mentales y de estilo entre la música y la pintura, o entre estas y la literatura, de unos principios y unos efectos psicológicos comunes a diferentes artes, la transmutación de sensaciones auditivas en sensaciones visuales o viceversa, es una cuestión naturalmente asimilada y abiertamente reconocida por los autores artísticos actualmente. Pero no siempre ha sido así.
Con la directriz de lo interdisciplinar se debe abordar el arte y la literatura de las primeras décadas del siglo XX, sobre todo las vanguardias, y se puede profundizar en las que tuvieron lugar en los años sesenta, momento de eclosión de la música y de la pintura. El análisis de todo lo referente a la interacción de códigos, sean pictóricos, literarios o musicales, la concepción multidisciplinar, se viene haciendo desde hace tiempo.
En la obra de ficción de Stefan Zweig (Viena, 28 de noviembre de 1881 – Petrópolis, 22 de febrero de 1942) hay verdad y belleza como supremo ejemplo del ideal platónico de la creación, elevación estilística contra el naturalismo, una exquisita sensibilidad, un profundo conocimiento del ser humano en general, y de la psique femenina en particular, minuciosas e insuperables descripciones de los estados de ánimo de sus personajes, de estados del alma, psicoanálisis y teoría de la interpretación de los sueños, como admirador y amigo de Freud que fue, influencias de, entre otros, Balzac, Dickens y Dostoievski, poesía… música, en el más amplio sentido de la palabra. A partir de la obra Epicoene, o la mujer silenciosa, del poeta y dramaturgo del Renacimiento inglés Ben Jonson, compuso el libreto de la ópera La mujer silenciosa (Die schweigsame Frau, 1934), de Richard Strauss. Coetáneo de varios de los más grandes compositores clásicos, proclamó que el valor más vivo de su presente fue la gloriosa herencia de la música, y que lo gloriosamente realizado en el espacio de una manifestación de arte siempre vale para todas las demás.
Y todo ello como maestro indiscutible de la novela breve, impulsado por su confesa naturaleza de lector impaciente que no soportaba que le hicieran perder el tiempo con páginas superfluas. En suma, el grueso de su obra completa rezuma intelectualidad y sapiencia con mayúsculas. Las de un premio Nobel.
El misterio de la creación artística
Para Zweig, de todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación, el arcano más profundo de nuestro mundo, de naturaleza extraterrenal, a través del cual lo inmortal se hace visible a nuestro mundo transitorio. Habla entonces de un milagro llevado a cabo por un ser humano, pues «la máxima virtud del espíritu humano consiste en procurar hacerse comprensible a sí mismo lo que en un principio le parece incomprensible».
Nos define la creación artística como un proceso interior que tiene lugar en el espacio aislado e impenetrable del cerebro del artista. El esfuerzo supremo y más noble del que es capaz la humanidad. Un acto sobrenatural en una esfera espiritual que se sustrae a toda observación. Y considera que toda nuestra fantasía y toda nuestra lógica no pueden facilitarnos sino una idea insuficiente del origen de una obra de arte, el misterio más luminoso de la humanidad. «No estamos en condiciones de participar del acto creador artístico; sólo podemos tratar de reconstruirlo, exactamente como nuestros hombres de ciencia tratan de reconstruir, al cabo de miles y miles de años, unos mundos desaparecidos y unos astros apagados.»
La génesis de la obra de arte y el proceso creativo
Stefan Zweig nos dice sobre su proceso creativo:
En realidad, escribir me resulta fácil y lo hago con fluidez; en la primera redacción de un libro dejo correr la pluma a su aire y fantaseo con todo lo que me dicta el corazón… en cuanto termino de poner en limpio el primer borrador de un libro, empieza para mí el trabajo propiamente dicho, que consiste en condensar y componer, un trabajo del que nunca quedo suficientemente satisfecho de una versión a otra… Este proceso de condensación y a la vez de dramatización se repite luego, una, dos o tres veces en las galeradas; finalmente se convierte en una especie de juego de cacería: descubrir una frase, incluso una palabra, cuya ausencia no discriminaría la precisión y a la vez aumentaría el ritmo. Entre mis quehaceres literarios, el de suprimir es en realidad el más divertido.
Asimismo considera sorprendente el hecho de que poseamos tan pocas confesiones sobre el origen de una obra artística, y para explicarlo se apoya en el ensayo The philosophy of composition, de Edgar Allan Poe, donde este afirma: «… yo mismo he pensado muchas veces cuán interesante habría de ser un artículo en que un autor —si fuera capaz de ello— nos describiera con todos los detalles cómo una de sus creaciones alcanzó paso a paso el estado definitivo de la perfección. Muy a pesar mío, no soy capaz de decir por qué jamás ha sido entregado al mundo semejante informe».
Y nos ofrece la respuesta a por qué el artista no nos describe su modo de crear, la experiencia más importante de su vida. Porque todo proceso creativo verdadero supone un estado apasionado, una situación de éxtasis (del gr. ekstasis, ‘estar fuera de sí mismo’), un estado de concentración absoluta que constituye un elemento ineludible, la verdadera médula del secreto: «El artista sólo puede crear su mundo imaginario olvidándose del mundo real».
Como ejemplo de la intensidad que puede alcanzar ese olvido de sí mismo, esa existencia fuera del mundo verdadero, nos pone a Arquímedes. Y a Balzac de la intensidad que la concentración espiritual puede alcanzar en grandes hombres creadores. Escribió su biografía, Balzac, la novela de una vida (1920), y la incluyó en Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski).
Un día que Honoré de Balzac se encontraba escribiendo en su estudio, un amigo entró sin avisar. Al notar su presencia, se dio la vuelta y se puso en pie de un respingo. Muy exaltado, se le acercó. Lo agarró del brazo y, con lágrimas en los ojos, exclamó: «¡Qué horror! La duquesa de Langeais ha muerto». El amigo, que conocía bien la alta sociedad parisina, se quedó perplejo. Nunca había oído hablar de tal dama. Tras observarlo detenidamente, Balzac reparó desconcertado en su propia confusión. La duquesa no existía, era la protagonista de la novela en la que estaba trabajando y, justo en ese instante, él mismo acababa de darle muerte con su pluma sobre el papel.
Debido a ese ensimismamiento absoluto, semejante al del creyente durante la oración y al del soñador durante el sueño, el artista no sabe de qué modo ha procedido, incluso hay veces que ni siquiera sabe lo que ha producido. Como prueba nos señala a Goethe y a Corot, el gran pintor impresionista francés.
Además incide en que no hay que confundir la inspiración con la creación, de la cual resulta la obra artística. En que, puesto que sólo somos capaces de comprender lo que se ofrece visiblemente a nuestros sentidos, la inspiración de un artista tiene que tomar formas terrenales para resultarnos terrenalmente comprensible.
Y en que sólo podemos intentar descubrir algo del secreto del artista, acercarnos humildemente al profundo arcano de sus creaciones, a una parte de cómo se han ido formando las obras que conocemos y admiramos cual perfectas, mediante la observación de la transición de la idea a la realización artística en sus trabajos previos, las huellas que deja en el lugar de su acción al realizar su tarea, las únicas huellas visibles, «el hilo de Ariadna que nos permite encontrar nuestro camino de regreso en ese laberinto misterioso». De ahí la importancia de la conservación de manuscritos.
En este sentido, a Stefan Zweig le debemos brillantes, como todo lo suyo, descripciones de dos métodos enormemente diferentes de componer música, que a su vez precisan de dos estados de ánimo dispares durante el rapto creador, pero con similar resultado de genialidad y perfección. En uno, el artista parece asumir una actitud meramente pasiva durante la creación, de modo que el genio de la inspiración dicta y él no es más que el escribiente, el instrumento, el ejecutante de una orden superior: «No necesita trabajar, luchar, esforzarse por su trabajo, sino que le basta copiar obedientemente lo que se le acerca como en un sueño divino. No trabaja en absoluto; algo trabaja dentro de él y en su lugar».
Fue el caso de Mozart, en su opinión «el genio tal vez más grande de la música», de Händel al componer El Mesías, de Schubert en sus lieder, de Bach, Rossini y Haydn. En el lado opuesto sitúa a Beethoven, genio de igual rango a Mozart, y a Wagner, con un proceso de composición mucho más lento y dificultoso, menos divino y mucho más humano.
En sus ensayos, nos hace saber de Beethoven:
Corría horas enteras campo traviesa, sin fijarse en nadie, cantando, murmurando, gritando salvajemente, ora marcando el ritmo con las manos, ora lanzando los brazos al aire en una especie de éxtasis; los campesinos que de lejos le veían, tomábanle por un loco y le esquivaban con cuidado. De vez en cuando se detenía y registraba con el lápiz unas cuantas de esas notas, apenas legibles, en su cuadernillo de apuntes.
En El amor de Erika Ewald (1904), una de sus primeras novelas, una joven profesora de piano se enamora de un violinista que, pese a su juventud, ha alcanzado una fama completamente fuera de lo común como virtuoso de su instrumento. La acción se desarrolla en Viena, entonces «la ciudad de más de un millón de habitantes». Y, justo antes de producirse el conflicto, los vemos caminando juntos «por una antigua y amplia avenida bordeada de acacias» que él le cuenta «había sido el camino favorito de Beethoven, paseando por el cual había inventado muchas de sus más hondas creaciones». El nombre del compositor les pone a «ambos de un tono serio y solemne», porque les hace pensar «en su música, que había hecho su vida más rica y profunda en tantas horas dichosas». De modo que todo les parece «más trascendente y grande porque comienzan a pensar en él».
Acto seguido asisten a una escena en una fonda donde unos músicos callejeros tocan las antiguas melodías populares vienesas y un viejo vals de Johann Strauss, ante el cual «Erika se volvió a sentir asombrada del poder que la música tenía sobre su alma, pues de repente se sintió ligera, como meciéndose, flotando».
Un poco más adelante ella se dará cuenta, ante el lento pero después irreprimible despertar de su sensualidad, de que frente a la vida «le faltaba el alegre paso de baile de un temperamento risueño, frívolo, que, olvidando con rapidez, salta por encima de los abismos del dolor, oscuros aunque llenos de secretos». Porque en su naturaleza «todos los grandes acontecimientos y todos los sucesos sobresalientes, además de provocar una conmoción general en el alma, pulsan también la cuerda grave y sorda de un secreto dolor y de una íntima melancolía, cuyo sonido llega a ser tan elevado y penetrante que todos los demás sentimientos se disuelven en él perdiendo su ser».
La música ejerce un inmenso poder sobre Erika. Siempre se busca a sí misma y a sus sueños en la música, sus débiles nervios son fácilmente excitables y sucumben al hechizo de una música sentimental. Sólo conoce las solitarias alegrías que con su inocente capacidad poética encuentra en libros, cuadros, paisajes y piezas musicales. «Un alma tierna y débil y tímida, que teme la vida sin más y su brutal fealdad.» A Erika la música la hechiza, enloquece y eleva en ensoñaciones por encima de todas las realidades, especialmente una canción popular de melancólica melodía, una canción de amor compuesta por él para ella, y que tendrá una importancia capital en el desenlace de la historia, una canción que la tiene subyugada y dominada sin que ella lo hubiese sospechado desde que él se la interpreta al comienzo de la relación.
Dos de los capítulos o de las catorce miniaturas históricas que conforman su libro Momentos estelares de la humanidad, «La resurrección de Georg Friedrich Händel, 21 de agosto de 1741» y «El genio de una noche, La marsellesa, 25 de abril de 1792», nos instruyen deleitándonos con su vibrante estilo en cómo El Mesías y el himno francés fueron creados en un brevísimo espacio de tiempo. En otro momento, nos cita el rápido proceso de composición de «La marsellesa», de Rouget de Lisle, contrario al de otro de los más famosos poemas de la literatura universal, «El cuervo», de Poe.
Zweig nos explica como pocos autores que en el arte no existe una medida común, que cada artista tiene su propio método y sus propias dificultades y, en consecuencia, se toma su propio tiempo: Lope de Vega y Balzac mucho menos que Goethe y Flaubert, como en pintura Van Gogh menos que Leonardo, y Goya y Frans Hals menos que Holbein y Durero.
La cuestión moral
Luego el proceso creativo parte de la condición previa de la concentración y de dos elementos contrarios, lo inconsciente o lo consciente, la inspiración divina o el trabajo humano, la alada inspiración pura o el trabajo consciente y penoso, aunque es cierto que suelen estar mezclados misteriosamente en el artista. Y, según Stefan Zweig, procedan las ideas, en un instante de iluminación, bien de las profundidades de la naturaleza humana, bien de la altura del cielo, la fórmula verdadera de la creación artística es inspiración, trabajo, trabajo, trabajo, paciencia, deleite y tormento. «Cada artista agrega al gran arcano de la creación uno nuevo: su misterio propio, personal. Las diferencias se hallan en la técnica, en el método, en el procedimiento de trabajo de los distintas artistas.»
En muchos artistas, lo creador es un estado permanente, otros son absolutamente incapaces de escribir siquiera una sola línea cuando no se sienten llamados interiormente. Para Zweig, la perfección lo es todo, y todo camino que conduce a ella es acertado. Cada artista debe ser creador y maestro de su propio arcano.
Aquí radica para él el compromiso ético o moral del artista. «De cada hombre sólo sabemos verdaderamente lo que es cuando le vemos y conocemos dedicado a su trabajo.»
Pero participar del secreto de su creación no puede ofrecer un deleite artístico perfecto mientras sólo sea pasivo. Esto es, que para comprender y aprender no basta con mirar o contemplar la obra ajena, sino que también hay que preguntarse y buscar, ya que «ninguna obra de arte se manifiesta a primera vista en toda su grandeza y profundidad». Es más, para Stefan Zweig «no tenemos ningún derecho moral a contemplar cómoda y tranquilamente la acción sacrosanta y más apasionada de otro hombre». Es nuestro deber dar lo mejor de nosotros mismos para comprenderle, esforzarnos por penetrar en su misterio personal y acercarnos así al arcano de su arte para poder admirarnos de su inconmensurabilidad. «No tengo yo noticias de deleite y satisfacción más grandes que reconocer que también le es dado al hombre crear valores imperecederos, y que eternamente quedamos unidos al Eterno mediante nuestro esfuerzo supremo en la tierra: mediante el arte.»
La elevación de lo informe y difuso a la perfección: la eterna lucha del arte
Entre otras personalidades, Stefan Zweig tuvo amistad con Arturo Toscanini (Parma, 25 de marzo de 1867 – Nueva York, 16 de enero de 1957), considerado por muchos el mejor director de orquesta no sólo de su época sino también del siglo XX, célebre por su incansable perfeccionismo. Contrario a los regímenes fascistas de Alemania e Italia, Toscanini emigró a EE. UU., donde dirigió la Orquesta Sinfónica de la NBC, fundada para él en 1937, en la Radio Nacional hasta 1954. Su actividad como director de actuaciones en directo lo convirtió en el primer director de orquesta estrella de los modernos medios de comunicación masivos.
Fruto de esa amistad y de la profunda admiración, prologó el libro de Paul Stefan dedicado a la figura del director (Toscanini, 1936). Ese prólogo constituye una magnífica loa del afán perfeccionista del artista y, por ende, un espléndido trabajo ensayístico con declaración de intenciones propias, pues no en balde comienza con la cita de la segunda parte de Fausto: «Amo al que pretende lo imposible». Para Zweig, si bien la perfección es atributo únicamente de Dios y no del hombre, sólo podemos aspirar a alcanzar una extrema aproximación a ella mediante una lucha paciente, tenaz, atroz y fanática por lo cabal de la cual no se debe desistir, ya que «toda voluntad que se observa continuamente en alcanzar lo inalcanzable y en hacer posible lo imposible logra en el arte y en la vida un irresistible poder». Stefan Zweig representa la veneración del arte en sus formas más elevadas como manifestación de lo moral y, si vio en Toscanini a un hombre único «castigado por el demonio de la perfección» en una época disuelta y quebradiza, a un hombre extraordinario ejemplo de fidelidad a la visión propia de la obra, que enseñó a una época confusa e incrédula el respeto por los valores más sagrados, él mismo se nos revela así a nosotros. Para él, alcanzar la suprema grada del arte supone hacer parecer natural lo difícil y normal lo perfecto. Y advierte ante posibles autocomplacencias: «Lo heroicamente conquistado carece de duración en su elemento creador, y es imposible de retener para siempre con los sentidos, con el alma. Cada perfección debe re-crearse y reconquistarse de obra en obra, de hora en hora. El arte es una lucha eterna, nunca es un fin, sino siempre un comienzo».
Que Toscanini se convirtiera en el primer director de orquesta estrella de los modernos medios de comunicación masivos le mereció la siguiente reflexión:
Tal severidad moral del concepto y del carácter es un acontecimiento dentro de nuestro arte y de nuestra existencia. Nada hay más peligroso para la dignidad y el ethos del arte que lo untado y cómodo de nuestra actividad artística ordinaria, que la ligereza con que, por obra del fonógrafo y de la radio, se pone lo más sublime al alcance aun del más despreocupado, a cada hora; pues esa comodidad hace olvidar a los más el esfuerzo de la creación y los induce a asimilar el arte sin tensión y sin respeto, como la cerveza y el pan. El arte es una labor sacra, una misión apostólica por lo inalcanzablemente divino de nuestro mundo, y no un regalo del azar, sino una merced justa, no un placer tibio, sino también una penosa creación.
Goethe, Hölderlin, Novalis, Nietzsche, Rilke y Hofmannsthal: contra el naturalismo
Stefan Zweig contemplaba su tiempo como una época dominada por «un genio o un demonio» que quería del arte sólo la realidad inmediata, el presente, lo perecedero, indiferente y hostil a las grandes figuras de símbolo, que había barrido de sus inclinaciones la poesía, y del teatro, la cohesión del discurso, que renegaba del pasado, de la consagración de leyes heredadas, de los eternos vínculos de las normas y las formas, de la tradición sagrada, de las obras eternas, clásicas. En su opinión, Nietzsche fue «la última voz alemana que creó una gran poesía y levantó ditirámbicamente el idioma a nuevas magnificencias». Y que, después de Nietzsche, sólo había habido dos grandes austríacos, Rainer Maria Rilke y Hugo von Hofmannsthal, que se mantuvieron en el terreno alemán de la tradición clásica como custodios del alto verbo. Valoró la muerte de ambos como el fin en las letras alemanas de la supremacía de la pura creación literaria indiferente a su época.
Nunca comprendió el naturalismo, el creer suficiente oír la lengua de paso en la calle, en una conversación casual, para crear lo más valioso. Contrapunto perfecto a esta concepción suya pueden considerarse las siguientes palabras de Henry Miller en el prólogo de Los subterráneos, de Jack Kerouac, fechado en 1959:
Suele decirse que el poeta, o el genio, se adelanta a su propia época. Es cierto, pero solamente debido a que es un ser profundamente de su época. «¡No os detengáis!», nos va diciendo. «Todo esto ya ha ocurrido antes millones de veces.» («Siempre adelante», decía Rimbaud.) Pero los que se resisten a cambiar no entienden esta clase de palabras. (Todavía están rezagados en relación con Isidore Ducasse.) ¿Qué hacen, pues? Le derriban de su alta percha, le matan de hambre, de una patada le hunden los dientes en la garganta. A veces son menos misericordiosos incluso: hacen como si el genio no existiera. […] El buen poeta, o en este caso «el prosista bop espontáneo», siempre está atento al son de su época: el swing, el beat, el ritmo metafórico disyuntivo que brota tan veloz, tan alocada, tan peleonamente, y de forma tan increíble y tan deliciosamente salvaje, que nadie llega a reconocerlo una vez transcrito en el libro. Mejor dicho, sólo lo reconocen los poetas. […] Cuando alguien pregunta: «¿De dónde saca todo eso?», la respuesta es: «De ti». No hay que olvidar que Kerouac se ha pasado toda la noche despierto, escuchando con los ojos y las orejas. Toda una noche de mil años. Lo oyó en el útero, lo oyó en la cuna, lo oyó en la escuela, lo oyó pegando la oreja a la pared de la bolsa de la vida, allí donde un sueño vale oro. Y, además, ya está casi harto de oírlo. Quiere dar un nuevo paso adelante. Quiere reventar.
En la oración conmemorativa para el funeral cívico de Hofmannstahl, celebrado en el Burgtheater de Viena en 1929, Zweig destacó el hecho de que aquel empezara a ser reconocido como «un poeta justamente en el momento en que se consideraba imposible y anticuada la creación poética de corte clásico», que supiera «encerrar un universo de sentimientos en la materia más frágil y delicada», que fuera uno de esos jóvenes poetas geniales y perfectos considerados en todos los tiempos y en todos los pueblos «como la única prueba valedera de que lo poético procede de los dioses, de que la suprema labor de las artes nunca puede ser conquista y elaboración, sino sólo gracia de las alturas […] nos dio tanto como una generación entera».
En su década lírica, lo consideró el mejor poeta moderno después de Goethe. Y el poeta lírico de mayor envergadura después de Novalis y Hölderlin. El mayor conocedor de las normas y los valores de la obra de arte. Autor de auténticas obras maestras en su género. Un amante heroico de lo eterno e inmaculado, nacido como él en Viena, «esta ciudad juguetona e inclinada solamente a la ligereza». Creador de «versos magníficamente grabados, como los de Lutero y Hans Sachs», que imprimió «a la forma casi superada de la ópera, una vez más, el sello real de lo poético». De El caballero de la rosa dijo que es «la más perfecta comedia austríaca», «la más permanente obra escénica de la época» en su comunión de poesía y música. De sus escritos en prosa, que poetizan y constituyen la cima de la literatura alemana acerca de temas de arte. Y de su prematura muerte, que supuso la caída de «la suprema instancia de la justicia normativa de nuestro mundo subvertido en sus valores», de la superioridad del espíritu sobre la materia, de la perfección sobre el caos, de lo duradero y eterno en «una época que descansa sólo en lo deleznable».
Porque, sobre todas las cosas, Stefan Zweig creía posible un arte elevado y noble que ha de servir a lo absoluto.
El alma del austríaco
Existe una fotografía en blanco y negro, perteneciente a una serie propiedad de Ullstein Bild/Getty, en la que aparece Stefan Zweig en Ossining (Nueva York), en 1941, a los siete años de su itinerante exilio huyendo del nazismo y apenas un año antes de su suicidio en Petrópolis (Río de Janeiro). Como era su costumbre, impecablemente vestido, camisa blanca, pajarita negra y, en esa ocasión, sin chaqueta, sentado en un pequeño sillón de mimbre con las piernas cruzadas, mirando de perfil derecho al horizonte, en el jardín de entrada de una casa cuyo porche principal, con seis peldaños y sostenido por dos columnas con sendos capiteles de estilo jónico, aparece de fondo. No resultaría extraño, al menos así me lo imagino yo, que en ese momento resonara en su cabeza una composición de alguno de los geniales compositores que vio nacer su amada Austria, algún libreto de ópera suyo o, simplemente, como había proclamado en el funeral cívico del gran poeta compatriota y amigo Hugo von Hofmannsthal, «una parte del alma del austríaco es siempre música».
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/stefan-zweig-el-triunfo-de-la-perfeccion-sobre-el-caos/



Trailer de 'Stefan Zweig: Adiós a Europa', de Maria Schrader


Los diarios de Ionesco: confesiones íntimas de un poeta del absurdo

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El autor de la famosa 'La cantante calva' se inspiró para escribir esta obra en un manual de inglés que estaba estudiando; fracasó y triunfó al mismo tiempo

ANTONIO PANIAGUA. COLPISAMADRID
Ningún adivino habría profetizado jamás que el autor de esa obra de teatro llamada 'La cantante calva', que dejó perplejos a los espectadores en su estreno en 1950, ingresaría veinte años después en la Academia francesa.
Nacido en Slatina (Rumanía), Eugène Ionesco (1909-1994) tuvo una vida azarosa y atormentada: un padre al que aborrecía, una madre a la que vio cómo intentaba suicidarse cuando solo era un niño y, para colmo, la desolación de la guerra y los azotes del nazismo y el estalinismo.
La editorial Páginas de Espuma ha reunido en un solo volumen lo más destacado de los diarios de este hombre angustiado y depresivo, quien encontró en lo trágico y lo cómico la manera de reflejar el destino contradictorio, vulnerable y absurdo del ser humano.
En 1948, Eugène Ionesco escribe 'La cantante calva' a partir de un manual de inglés. Ionesco había decidido aprender ese idioma, para lo cual se hizo con un método de conversación franco-inglesa que, como un estudiante aplicado, se dedicó a copiar concienzudamente. Lo sorprendente es que este dramaturgo del absurdo encontró en el texto verdades sorprendentes que estimó debía comunicar a sus contemporáneos.
Elogios
Así nació esta obra señera del teatro del absurdo, estrenada el 11 de mayo de 1950. Un público atónito contempló el espectáculo y lo tachó de tomadura de pelo monumental. No en vano, en el escenario no aparecía ninguna cantante, ni calva ni con pelo. Pese al fracaso de la velada, la obra recibió elogios entusiastas de Jacques Lemarchand, Raymond Queneau y Jean Paulhan, además de dos de los padres del surrealismo: André Breton y Benjamin Péret.
«¿Esto es lo que quisimos hacer hace treinta años!», exclamaron. El caso es que desde 1956 'La cantante calva' se sigue representando en el Teatro de la Huchette de París, lo que supone un caso extraño de supervivencia teatral.
Escritura febril
Desde que alumbró 'La cantante calva', Ionesco se entregó febrilmente a la escritura dramática, trabajo que se plasma en títulos como 'El asesino sin sueldo', en el que nace el personaje de Bérenguer, que aparecerá más tarde en otras muchas obras, y 'El rinoceronte', texto que supuso su consagración definitiva y cuyo éxito mundial truncó la inspiración de Ionesco.
Para conjurar la crisis, se entregó a la redacción de 'Diarios en migajas', compuestos de retazos de su infancia feliz en Chapelle-Anthenaise y de reflexiones acerca de las más variadas cuestiones, desde el psicoanálisis a la muerte, pasando por la soledad, el hastío de vivir, la opresión del tiempo o las confesiones a su psiquiatra.
En la segunda parte de estos diarios, 'Presente pasado, pasado presente', destacan los anhelos del adolescente Ionesco por abandonar Rumanía y volver a París.
El escritor revela la aversión por su padre («todo lo que he hecho, lo he hecho, en cierta forma, contra él») y su ideario político y filosófico, en el que descuella su repudio hacia cualquier forma de totalitarismo y de la violencia de Estado.
Poesía
Elogia la figura de André Breton, quien dio «una cuarta dimensión a la poesía»; se alinea con la causa sionista, lamenta el devenir de la revolución soviética y denigra la incomprensión de la izquierda occidental hacia los disidentes de los países comunistas. «Ningún Sartre, ninguna Simone, podría admitir el presentar sus textos a unas comisiones de ayudantes, o de generales, vestidos de uniforme», escribe Ionesco.
El dramaturgo sabía de qué hablaba al abordar la cuestión de los regímenes totalitarios por haber nacido en Rumanía, aunque él siempre se consideró francés.

Eugène Ionesco: Los hombres hacen todo lo posible para que sus semejantes sean destruidos

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Figura central del teatro del absurdo y creador de un texto decisivo como
 La cantante calva, el dramaturgo habla de Shakespeare, Freud,
 los totalitarismos, la idea del mal y la tristeza que asuela al hombre
Esta entrevista con el gran dramaturgo rumano-francés, autor de "La cantante calva" y "Rinoceronte", se publicó en LA NACION en 1974.
Las 11 y 20 de la mañana. El sol radiante inunda un piso alto del boulevard Montparnasse. Es el domicilio cálido, lleno de cuadros un Miró dedicado "con admiración", íconos, recuerdos, chucherías y antigüedades de Eugene Ionesco. El dramaturgo viste traje gris claro y pulóver también claro. Tiene sesenta y un años, estatura mediana, ojos de mandarín chino que recorren el living para, de pronto, clavarse sorpresiva y bondadosamente en uno. El gesto es medido y la voz, generalmente pausada, a veces se quiebra un poco. Raras veces levanta el tono.
–Señor Ionesco, ahora que se va a reponer, ¿por qué Macbett?
–Macbett me interesaba desde hacía tiempo. Usted sabe: es el problema del mal y, más especialmente, del mal asociado al poder. Estoy, por cierto, influido por Shakespeare, puesto que esta pieza es una especie de parodia o de paráfrasis de su Macbeth, pero estoy también muy influido por las ideas de Ian Kott, nuestro contemporáneo, que ha analizado agudamente esa obra. Descubrió que en Shakespeare, en sus "crónicas reales", había un déspota absoluto, un tirano, un corrupto, un criminal que era derrocado por un joven príncipe, bello, noble, generoso, aparentemente lleno de buenas intenciones, que mataba al rey y se instalaba en su lugar. Como consecuencia del asesinato se convertía a su vez en corrupto, tirano y criminal. Otro joven príncipe, bello, noble y generoso, aparentemente animado por nobles sentimientos, derrocaba a su vez al nuevo rey y, al derrocarlo, también se transformaba en tirano, corrupto y criminal. Es decir, considero que todos quienes quieren el poder, todos quienes quieren dominar a través de los otros son, independientemente de las ideologías que proponen, paranoicos, un tanto locos y pueden llegar a ser criminales.
"El mal existe y, contrariamente a lo que pueden decir algunos utopistas o socialistas, el mal existe en sí. La prueba es que reviste un número indefinido de aspectos y uno de ellos es el político. Se introduce de manera solapada y asume las apariencias más dignas. Las ideologías diferentes y opuestas, cuando están animadas por la pasión, no son sino esa misma pasión, ese instinto asesino, ese odio que los hombres tienen por los hombres cuyas conciencias son intercambiables. En lo que me concierne, estoy totalmente desesperado y considero que la aventura humana debe terminarse. Además, los hombres hacen inconscientemente todo lo posible para que sus semejantes sean destruidos. Mucho me temo que lo conseguirán. A mi entender el mejor analista de esa situación y de ese instinto destructor no es Marx sino Freud, quien, al final de su vida, lanzó un grito de desesperanza al descubrir que la humanidad, fuese a través del socialismo, de las democracias, de las monarquías o de los fascismos, iba irremisiblemente a su perdición. En el caso de Hitler vimos no hace mucho cómo quería hacer la grandeza de Alemania.
"También vimos que los comunistas, con Stalin a la cabeza, proponían un ideal de justicia, de libertad y de paraíso. La historia es astuta, como decía Lenin, y lo mismo sostenía Hegel mucho antes que Lenin. Es lo contrario de los deseos conscientes. En lugar de la felicidad, la desgracia.
"La explotación del hombre por el hombre ha sido reemplazada por una explotación mayor aún, por una tiranía más grande aún que la llevada a cabo por la burguesía. Si el hombre no detestara al hombre, no existirían las tiranías y todas las cosas podrían arreglarse. Por ello, retomé de Shakespeare, de Ian Kott, de [Alfred] Jarry, y del grito de El idiota de Dostoievski, esa actitud del mal en el mundo que reaparece constantemente bajo distintas formas. Le aclaro que, para diferenciarlo del Macbeth de Shakespeare, para que fuera pronunciado más fácilmente por los franceses y también porque la verdadera pronunciación escocesa no era Macbeth sino Macbett, es que empleé esa grafía.
–Usted, que es un hombre que defiende la libertad del hombre, que ama al hombre…
–Oh, no sé si lo amo porque odio tanto su violencia y odio tanto el odio que se tiene a sí mismo que acabo por tener odio dentro de mi mismo. Odio a tal punto el odio que me vuelvo rencoroso.
–¿El hecho de ser académico, en cierta manera, no limita su libertad?
–En absoluto. En la Academia, además de este rumano-francés, hay dos rusos, Joseph Kessel y Henry Troyat, un medio o cuarto de ruso, Maurice Druon, y un estadounidense, Julien Green. Está integrada por la gente más auténticamente libre que conozco. Solitarios que, al reunirse, dejan de ser tales para, después, volver al estado primigenio. Usted ignora que en los regímenes totalitarios hay numerosas academias y muchos artistas eméritos del pueblo. Lo son a condición de servir el poder. Yo soy académico porque considero que un escritor en el poder debe tener una posición social tan importante como la de un general del ejército, un duque o un ministro. Firmo los manifiestos o las tomas de posición: Ionesco, de la Academia Francesa. Además, en la Academia, hay anarquistas moderados como Jean Rostand y gentes de izquierda o progresistas como Kessel. Hay también grandes sabios como M. de Broglie, que es uno de los mayores físicos del mundo, y muchos otros que poseen enorme erudición, enorme cultura. Están todos desengañados, porque, pese a su cultura, a su experiencia intelectual y humana, o a causa de su edad, son impotentes. Pero si fueran poderosos sería todavía peor… Entre todos esos académicos hay una gran cortesía, una gran educación. Ahí se ha atrincherado lo que queda del viejo respeto que alguna vez el hombre tuvo por el hombre.
(Pausa con un dejo de orgullo casi esplendoroso.)
"Por favor, no se olvide que, además de miembro de la Academia Francesa y otras de menor cuantía, soy sátrapa del Colegio de Patafísica."
–¿Y cuál es su posición política, si tiene una?
–La posición política es un problema extremadamente arduo. Sé muy bien que los hombres están con la soga al cuello. Querrían tener una llave maestra para solucionar todos los problemas; saben, sin embargo, que no existe. Por el momento mi política es abstenerme, no enfrentar violencia con violencia porque la historia, sobre todo la de estos últimos siglos, me enseña que todo va de mal en peor. Desde la Revolución Francesa no hay sino revoluciones, matanzas. La situación actual y verdadera no es muy brillante que digamos.
El teléfono suena insistentemente. Lo contesta Mme. Ionesco, quien, deslizándose sobre multicolores alfombras, informa puntualmente a su marido de cada llamada. Bebemos café mientras Ionesco vacila, carraspea y luego arremete:
–Puede ser que la humanidad se salve. Quizás. No sé. Tal vez será en el momento en que se haya superado el problema económico y que en lugar de hombres políticos, si no llegamos a tener sabios como Platón, quizá tengamos máquinas cibernéticas para dirigirnos, para distribuir las mercaderías, los bienes y, además, para destruir toda ambición política, toda tendencia a hacer las cosas por la violencia. La bomba atómica no es para defendernos sino para matarnos. Creo que hemos llegado al período más trágico y apocalíptico de la historia.
(Estar con Ionesco y no hablar de teatro con el autor de posguerra más escenificado sería imposible. Sobre todo cuando nunca soñó con ser dramaturgo. Con mucho de niño…)
–…Todos somos un poco infantiles, hasta el que cree no serlo. Me encanta jugar con personajes desde mi primera obra, La cantante calva, donde, claro está, en momento alguno aparecía una cantante sin pelo, ni siquiera con peluca. Así, desde el primer momento, tuve ya materia de discusión con periodistas, cuando no con espectadores. Lo curioso es que había escrito la pieza para divertirme y leérsela a mis amigos. Nicholas Bataille se atrevió a montarla en 1950 con un resonante fracaso, que se repitió en 1952. Sólo en 1957, en su segunda reposición, anduvo como los dioses. Desde entonces no he dejado de ser representado.
(Luego vinieron casi treinta obras, con títulos como La lección, El rey se muere, Víctimas del deber, El rinoceronte, hasta llegar a su recientemente estrenada ¡Este formidable prostíbulo!)
–Y pensar que iba a dedicarme a ensayos serios y a hacer crítica. Hace poco me di el gusto de escribir mi primera novela, Le solitaire, suerte de diario para muchos, menos para mí. Esta vez volqué el tema al lector para hablarle directamente, sin necesidad de hacerlo teatralizar o de usar intermediarios. Es un soliloquio, una aspiración a monólogo literario.
(Cambio brusco de tema y con marcha atrás.)
–¿Es usted uno de los autores, o al menos su nombre figura en el programa, de la longeva y discutida Oh, Clacuta!?
–Sí, sí. Hice un sketch de diez minutos que no es un sketch erótico, sino antierótico. Habrá notado que son imágenes de vejez y decadencia o de belleza que esconde el esqueleto. Creo, no, en verdad sé que en ese texto hay mucha más influencia de [Hieronymus] Bosch que de los escritos pornográficos modernos. Por otra parte, quise hacerlo justamente porque acababa de ser nombrado en la Academia Francesa y para probar que no retrocedía ante ninguna audacia literaria.
–Habló usted de Jarry, de Ian Kott, de Shakespeare. ¿Cuáles son sus influencias literarias, o a quiénes reconoce como sus pares literarios?
–Estamos influidos por todo lo que leemos. Pero las influencias más profundas no soy yo quien puede descubrirlas. Son los que se interesen por mi obra y quieran analizarla los que las advertirán. En fin, no veo nada claro el asunto, salvo tener la certeza de la influencia de Kafka y, también, paradójicamente, de la de Dostoievski.
–¿Qué preferiría usted? ¿El autor actual hablando o su libro?
–Elegiría el libro porque la conversación es siempre insuficiente y no tengo espíritu de charla. Hay que zambullirse en uno mismo y encerrarse en su soledad. Solamente en la obra de arte o en los escritos lo que hay de más profundo en un ser se devela. Prefiero, antes que hablar con un colega, hacerlo con el hombre universal, el hombre de todas partes, el hombre concreto. Cuando hablo de la muerte, todo el mundo me comprende. La muerte no es burguesa, ni socialista. Lo que surge de lo más hondo de mi ser, mi angustia más profunda es lo común. No es cuestión de que uno quiera o no estar comprometido. Está comprometido por el solo hecho de estar vivo, de estar consciente. El primero de todos los compromisos es el de la existencia; los demás son accidentales. El solitario está tan profundamente comprometido como el miembro del partido; unirse a un grupo, adherirse a un programa, es una manera torpe, bulliciosa y quizás peligrosa de hacer lo que es inevitable en cualquier caso. Quizás sea también una manera más fácil, una delegación de responsabilidad, una forma de escapismo, un sistema de alejamiento.
–¿Cuál sería el consejo que daría a un Ionesco debutante?
–No escribir obras de teatro ni novelas. Retirarse a un monasterio y rezar.
–¿Se considera un hombre feliz o cree que la palabra felicidad no existe?
–Creo que vivimos en el infierno. Todo es ilusorio. No hay felicidad.
–¿Hay una salida del infierno?
–Lo veremos, o no lo veremos.
El debatido Ionesco me autografía un libro y, ya en la despedida, proclama su razón existencial:
–Ninguna sociedad ha podido abolir la tristeza humana, ningún sistema político nos puede liberar del dolor de vivir.

Bio

Profesión: dramaturgo
Nacido en Rumania en 1909, Ionesco fue uno de los pilares del llamado teatro del absurdo, en el que militaron Samuel Beckett, Jean Genet y Arthur Adamov, entre otros. Miembro de la Academia Francesa, es autor de obras decisivas tales como La cantante calvaRinocerontes Las sillas, algunas de las que se encuentran entre las más representadas en los escenario internacionales
Su Obra:

Teatro:
  • La cantante calva (1950)
  • La lección (1950)
  • El porvenir está en los huevos (1951)
  • Las sillas (1952)
  • Amadeo o cómo salir del paso (1953)
  • L'impromtu de l'alma (La improvisación del alma) (1955)
  • El nuevo inquilino (1956)
  • El rinoceronte (1959)
  • El rey se muere (1962)
  • Delirio a dúo (1962)
  • La photo du colonel (1962)
  • El Cuadro (1962)
  • El peatón del aire (1962)
  • La sed y el hambre (1964)
  • Jacques o la sumisión (1970)
  • Jeux de massacre (El juego de la peste) (1970)
  • Macbett (1972)
  • Ese formidable burdel (1973)
  • El hombre de las maletas (1975)
  • Voyages chez les morts (Viajes al otro mundo) (1980)
  • Novedades del frente de Batalla
  • Cállate (1981)

Ensayos:
  • La tragédie du langage (1958)
  • Expérience du théâtre (1958)
  • Discours sur l'avant-garde (1959)
  • Notas y contranotas (1962)
  • Découvertes (Descubrimientos) (1969)
  • Antídotos (1977)
  • Le blanc et le noir (El blanco y el negro) (1981)
  • Prefacio al libro Qu'a-t-on fait de Rhinocéros d'Eugène Ionesco à travers le monde?: Allemagne, France, Roumanie, Iran, Japon, U.S.A. (1995) de Ahmad Kamyabi Mask.

Diarios, novelas y artículos:
  • La Vase (1956)
  • Le Piéton de l'air (1961)
  • Journal en miettes (1967). Publicado en español por Editorial Guadarrama en 1968: «Diario» con traducción de Marcelo Arroita-Jauregui
  • Présent passeé, Passe présent (1968). Publicado en español por Guadarrama: «Diario II»
  • Le solitaire (1973)
  • La vase (El barro) (1970). Guion
  • El solitario (novela) (1974)
  • Cuentos para niños menores de tres años (1976)
  • Un hombre en cuestión (1979) Recopilarión de artículos
  • La búsqueda intermitente (1987) Diario
Eugène Ionesco nació el 26 de noviembre de 1909 en Slatina (Rumanía). Era hijo de un abogado rumano, Eugène Ionesco, y de una mujer de nacionalidad francesa, Therese Zicard. En 1914 se marchó de Rumanía para residir junto a su familia, sus padres y su hermana menor Marilina, en París. Once años después y tras el divorcio de sus progenitores, Eugène regresó al país rumano tras quedar bajo custodia paterna. Después de concluir sus estudios secundarios estudió Literatura y Francés en la Universidad de Bucarest. Durante la década de los 20 y comienzos de los años 30, Ionesco trabajó en Rumanía impartiendo clases de francés al mismo tiempo que daba inicio a su carrera literaria escribiendo poesía y crítica literaria. En 1936 contrajo matrimonio con Rudica Burileanu y dos años después se volvió a marchar a Francia, adquiriendo el mismo año la nacionalidad gala. En 1944 tuvo a su hija Marie-France.

El encuentro entre Brecht y Ionesco en París, 1954

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La primera gira parisina del Berliner Ensemble en 1954, en la que representamos Madre coraje y sus hijos, se convirtió en un éxito sin apenas precedentes en París. La prensa nos festejaba. Incluso el diario de la derecha Le Figaro se apresuró a pedir que se concediera al Berliner Ensemble el Premio del Teatro de las Naciones. Sin dejar de apreciarlo, a Brecht le azoraba tanto entusiasmo. Cuanto mayor el estrépito de los aplausos, tanto más se retiraba él, satisfecho. Una tarde, cuando todavía tronaban en las butacas del público los aplausos, fue a cobijarse en el rincón más recoleto del pequeño café situado ante el teatro Sarah Bernhardt en donde estábamos. Y ahí le pilló. Ante él, subitáneamente, se plantó Eugène Ionesco, el célebre representante del teatro del absurdo. Tras unas salutaciones tal vez demasiado cordiales, Ionesco, que hablaba muy bien alemán, le espetó a Brecht: „Yo le acuso a usted del asesinato de los sentimientos en la escena, de practicar el terror de la razón. Usted roba a los hombres el derecho a la desesperación“. Y tras el oportuno aplauso del rimero de admiradores de que se había hecho acompañar, Ionesco puso el broche: „No se moleste usted en vano, señor Brecht, este mundo es incognoscible”.
Brecht meneó un poco la cabeza de aquí para allá, como usaba cuando una situación le resultaba incómoda, y repuso amigablemente: “Si el mundo es incognoscible, señor Ionesco, ¿de dónde saca usted que lo es? “ Hasta donde yo sé, nunca más Ionesco volvió a interpelar a Brecht con cosas que tuvieran que ver con la razón.
Manfred Wekwerth, Köthe, 1929, fue el intendente del Berliner Ensemble. Amigo y colaborador de Brecht y disciplinado y deslumbrado asistente, por indicación de Brecht, a las famosas clases de filosofía impartidas por el joven filósofo marxista Wolfgang Harich en la Universidad Humboldt de Berlín a comienzos de los 50, Wekwerth ha publicado en los últimos años sus importantes memorias (Erinnern ist Leben. Eine dramatische Autobiographie, Ed. Faber & Faber, Leipzig 2000, 461 págs. –Recordar es vivir. Un drama autobiográfico—). Para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la muerte de Brecht,  el próximo Nº 2 de SinPermiso semestral en papel (que aparecerá en noviembre de 2006) se publicará traducida al castellano una importante entrevista concedida por Weckerth en junio pasado sobre “El teatro de Brecht y la filosofía de la praxis”.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Si le ha interesado este artículo, recuerde que sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita y considere la posibilidad de contribuir a mejorar el proyecto realizando una DONACIÓN

Fuente:
Ossietzky, 28 agosto 2006

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Bertolt Brecht. (Alemania, 1898-1956) La excepción y la regla (1930), Los fusiles de la madre Carrar, Madre Coraje y sus hijos, La ópera de cuatro centavos, La irresistible ascensión de Arturo Oui, Terror y Miseria del Tercer Reich, Tambores en la noche, Vida de Galileo. Fundó Brecht el Berliner Ensemble y en Berlín, en inmejorable compañía, tuve ocasiones de ver representadas las piezas de ese autor. Aunque Brecht ya había fallecido, el teatro era lugar de admiración y homenaje para él; sus obras causaban impacto. Pude también visitar su casa en Berlín y escuchar anécdotas de su vida, como cuando su mujer le compró una máquina de escribir nueva y se enojó porque lo que él quería era su máquina vieja. Además, nos contaron de cuando le compraron un abrigo nuevo y no lo quiso porque prefería su gabardina vieja.

Leer a Ionesco en el siglo XXI Elena Poniatowska

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Nacido en noviembre de 1909 en Slatina, Rumania, Eugen Ionescu adoptó el nombre de Eugène Ionesco y la lengua francesa para crear una serie de piezas dramáticas que desde un primer momento provocaron grandes rechazos y entusiastas adhesiones. Figura principalísima del “teatro del absurdo”, el autor concedió en 1962, en París, una entrevista a Elena Poniatowska que aquí rescatamos.

Han pasado 22 años de la muerte del rumano Eugenio Ionesco y la sociedad actual se parece cada vez más a un escenario repleto de rinocerontes que él imaginó.
Nacido en Rumania en 1909, Eugenio Ionesco es sin lugar a dudas el creador del teatro de vanguardia. La cantante calvaLas sillasLa lecciónEl nuevo inquilino y El rinoceronte recorren el mundo. De escenario en escenario, Alemania, Inglaterra, Yugoslavia, Holanda, Francia, Estados Unidos, Japón, Polonia, Suiza, Brasil, Argentina, México, Italia, Finlandia, Escandinavia, los espectadores ríen a carcajadas… Bueno, no todos; algunos, irritados, abandonan su butaca: “De nosotros no se burla nadie”. Cuando vio La cantante calva, mi madre recordó que después de cenar mi padre y ella decían exactamente lo mismo que la pareja en el escenario: “Hoy, los ejotes se cocieron demasiado”.
Las obras de Ionesco no caen en el vacío: seducen o repelen pero jamás dejan indiferentes. Orson Welles las repudió porque, según él, Ionesco le dio la espalda a la política. Kenneth Tynan en The Observer rebatió el “culto a Ionesco”, alegando que sólo se dirigía a unos cuantos robots solitarios y que su teatro estaba al margen del teatro del mundo (el grande, el verdadero). Philip Toynbee se indignó porque Ionesco llamó a Sartre, Osborne, Miller y Brecht “los nuevos autores del teatro de bulevar, ya que representan un conformismo de izquierda tan lamentable como el de derecha. No ofrecen nada que no se haya dicho en discursos políticos”. Airados, muchos críticos le respondieron que su teatro era la desintegración total; que él no sólo estaba en contra del realismo sino de la realidad misma, que sus parlamentos no tenían sentido y que la comunicación entre los hombres ―según él― era imposible. ¡Gorki, Chéjov, Arthur Miller, Brecht, Sean O’Casey, Osborne, Sartre, Tennessee Williams, ellos sí expresaban la vida humana con términos en los que todos podemos reconocernos!

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Eugène Ionesco
© Wikicommons

Pude entrevistar a Ionesco en París gracias a la rumana Lizica Codreanu, amiga de mi tía Bichette, quien lo persuadió de recibir en su casa a una “petite mexicaine”. Cuando le dijo mi nombre, preguntó: “¡Ah! ¿Ahora los mexicanos tienen apellidos polacos?”. Esto fue en septiembre de 1962 y lo entrevisté para el periódico Novedades. Su departamento en la calle de Rivoli, en un edificio de aspecto modesto, parecía un decorado de teatro. En la acera un café con mesas era atendido por una mesera gorda y desgreñada ―los puños en la cintura―, quien le preguntaba al cliente escondido tras su periódico: “¿Qué quiere? No voy a contemplarlo todo el día”. ¡Parecía obra de Ionesco! Las cuatro habitaciones que formaban su piso tenían muebles anticuados, sillones forrados de seda violeta, un taburete a rayas amarillas y violetas, floreritos y esquineritos más bien feos, y encima de todo ello cuadros de Poliakoff, Chagall, Derain, el belga Bram van Velde. Para ir a su estudio, Ionesco me hizo atravesar una recámara donde vi sus pantuflas en el piso. También su escritorio presentaba un amontonamiento de hojas, libros, recortes y cuadernos mezclados con unos rinocerontitos de peluche y de hueso que sus admiradores le regalaban. Arriba, en los estantes, Platón, Kant, Jaspers, Sainte-Beuve, Ernst Jünger, Hölderlin, Heidegger, Kierkegaard, Pasternak, Teilhard de Chardin y hasta Nabokov con su Lolita miraban el desorden ionescano con filosofía…
―Señor Ionesco, ¿está usted en contra de las ideologías?
―Yo sólo sé que se ha matado en nombre de Dios, de la Justicia, de la Patria, del Orden, de la Gloria. Son los salvadores de la humanidad los que fundaron las inquisiciones, los que inventaron los campos de concentración, los que construyeron los hornos crematorios, los que establecieron las tiranías y son los guardianes de la sociedad los que hicieron las cárceles. A mí me parece que las cárceles nacieron antes que los crímenes.
―Señor Ionesco, la revolución es siempre de izquierda. Sin embargo, usted que ha revolucionado el teatro, nunca se ha considerado de izquierda. ¿Cómo me puede explicar eso?
―Mire usted, hay que ir más allá de la política; adelantársele. Esa es la revolución indispensable. Revolución del espíritu. Hoy los espíritus están encadenados a dogmas mentales que los aplastan. La única revolución que vale es poner a la revolución en entredicho y volver a plantearla. Hoy, como en la época del nazismo, surge el mismo culto a la personalidad, el mismo aliento de profeta, la misma infalibilidad del revolucionario que se cree un santo y sobre todo la misma histeria colectiva. Cada vez que veo a un líder de masas, desconfío y espero las consecuencias. Cuando veo a un “buen apóstol” huyo como si viera a un demente armado con un puñal.
―¿Sólo huye? ¿No toma partido?
―Tomo partido contra todos los partidos y en contra de aquellos que no tienen partido.
―Pero ¡no está usted ni con unos ni con otros! En nuestra época todos toman partido. Hay que participar en lo que pasa en el mundo ¿o usted no se siente partícipe?
―Rechazar ser partícipe es una forma de participar. Al tomar en cuenta las cosas y al rehusarlas, participo. Esto prueba que estas cosas existen para mí, dolorosamente…
―Señor Ionesco, ¿cree usted en los héroes? ¿Tiene usted algún héroe?
―¡Ninguno! O más bien tengo uno. El que se atreve a pensar distinto a los demás y se atreve a quedarse solo.
―¿Y usted está solo?
―Hay varias maneras de estarlo.
―Pero ¿usted es el que está solo en medio de los rinocerontes que hacen todos lo mismo?
―No, no es eso. La soledad no quiere decir que uno esté separado de los demás. Los pensamientos en común, las acciones en común, las diferentes ideologías comunitarias no engendran sino la camaradería, el compañerismo. La camaradería no es ni amor; ni siquiera amistad. La camaradería es la soledad de varios que caminan el uno junto al otro.
―¿Y qué es el amor, la amistad? Saint-Exupéry dijo alguna vez que el amor era mirar juntos en la misma dirección.
―El amor tiene un grado más alto que la amistad. La amistad es también una forma de amor pero la camaradería no le llega ni a los tobillos.
―Entonces nosotros, los camaradas, los compañeros, ¿somos rinocerontes?
―¿Usted se considera rinoceronte, Mademoiselle Poniatowska?
―Sí, puesto que camino con los demás.
Se hace un silencio y Ionesco aguarda:
―Oiga, señor Ionesco, ¿y por qué es usted reaccionario?
Ionesco me mira con súbito interés.
―No creo serlo. Me he dado cuenta de que, así como en París, la gente se odia porque se odia a sí misma a través de los demás.
―¿Usted se odia?
―No.
―Al decir que la gente se odia, ¿piensa usted en las guerras?
―Sí. En el mundo no hay más que conflictos y las guerras son los conflictos más espectaculares. El odio es permanente. Cuando se dice que las guerras y las revoluciones son conflictos de clase es falso. Los hombres se baten entre sí no sólo por conflictos económicos o políticos sino porque el hombre se odia a sí mismo y proyecta ese odio en el otro, en su esposa, en su amante. Los conflictos colectivos sólo subliman y canalizan esta autodetestación.
―Hoy que tanto se predica la justicia social,el amor al prójimo, las condiciones de vida de las mayorías…
―Siempre está uno en conflicto consigo mismo. ¿O está usted muy satisfecha de sí misma? Los hombres detestan su propia condición de hombre aunque no siempre saben que se detestan.
―Señor Ionesco ¿cree usted que la “rinocerontitis” es una enfermedad?
―En Le Monde, en 1960, me hicieron la misma pregunta cuando salió El rinoceronte. Siempre me ha impresionado, a lo largo de mi vida, lo que puede llamarse “la opinión pública” y su rápida evolución, su contagio, una verdadera epidemia. De pronto, la gente se deja invadir por una nueva religión, una nueva doctrina, un nuevo fanatismo. He presenciado verdaderas mutaciones mentales. Cuando la gente ya no comparte la misma opinión, se convierten en rinocerontes que fácilmente te matarían por no pensar igual que ellos.
―¿Usted sintió que lo querían matar?
―No, porque los rinocerontes son cándidos y feroces a la vez. Y la historia nos ha demostrado en el curso de este último cuarto de siglo que las personas no sólo parecen rinocerontes sino que lo son. Para mí, es muy posible que algunas conciencias individuales representen la verdad en contra de eso que llamamos la historia. Son siempre algunas conciencias aisladas las que representan ante el mundo la conciencia universal. Los mismos revolucionarios han estado, al principio, aislados al grado de no saber si tenían o no razón… Pero usted me pregunta de política y yo no soy político, ¿por qué no me pregunta de literatura?
―Bueno, ¿cuáles son sus escritores preferidos?
―Antes me gustaba Proust. Ahora me importa Michaux. También me importan obras como la de Kleist, Catherine de Hederbrouder; Weingarten y Dubillard. ¡También me atraen mucho Kafka y Borges!
―Y además de Borges, ¿conoce usted a otro escritor latinoamericano?
―Sí, a Octavio Paz.
―¿Y le gusta?
―Sí, claro. En Francia tenemos muy buenos autores teatrales. Genet, Beckett, Pichette, Vauthier, Schehadé, Audiberti, Ghelderode, Adamov, George Neveux, pero no los coloco en el mismo plano que Kafka y Borges. Esta es sólo una afirmación estratégica.
―¿Y no menciona usted al gran Bertolt Brecht?
―A mí no me gusta Brecht porque es didáctico, ideológico. No es primitivo, es primario. No es sencillo, es simplista. No da en qué pensar. Es un reflejo, la ilustración de una ideología. No enseña nada: reedita. Por otra parte, el personaje brechtiano es plano; no es más que “social”. Le falta dimensión en profundidad, dimensión metafísica. Para mí no es más que un títere. Esto ya lo he dicho hasta por radio…

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Eugène Ionesco
© Wikicommons

―¿Y Arthur Miller?
―No. Prefiero a Henry Miller. Como escritor Arthur no aporta nada nuevo.
―Y usted, señor Ionesco, ¿es religioso?
―¡Qué pregunta indiscreta!
―Bueno, de ser religioso, ¿qué religión escogería?
―Sería budista.
―¡Ah, qué bueno! También Octavio Paz me dijo que de ser algo sería budista. ¿Y cuáles son los autores que más odia?
―¡Ah, eso es un secreto! La gente suele creer que uno habla mal de los demás por envidia.
―¿Y usted no siente envidia de nadie?
―Sí. Fui celoso de todos los que lograban escribir porque yo no encontraba la manera de expresarme. Por azar fui a dar al teatro porque lo odiaba. Bueno, en realidad no lo odiaba. Odiaba el teatro literario, parlanchín, impuro.
―Al hablar de teatro literario, ¿se refiere usted a Giraudoux?
―Entre otros.
―¿A Jean Anouilh?
―De ese no puedo hablar mal porque él habló bien de mí. Pero, sí, es malo. Sabe usted, Kafka me llama mucho la atención. Durante años se alegó que era un escritor reaccionario, que podía dañar la labor constructiva del régimen. Para mí, los que no aman a Kafka es porque no lo comprenden o son ellos los reaccionarios.
―¿Y la izquierda es reaccionaria?
―Claro que puede serlo. Soy de los que piensan que izquierda y derecha no significan nada. Cada vez que el espíritu se cierra, hay reacción. Cada vez que un régimen en el poder se vuelve dictadura y dirigismo, hay reacción. Los sistemas cerrados; las cárceles del espíritu; he aquí la reacción. ¡Diez años es el máximo que puede dársele a un partido revolucionario! Después se transforma en dictadura.
Ionesco, chaparrito, los ojos pequeños, algo verdes, respondió a quienes lo tacharon de reaccionario: “Darles un mensaje a los hombres, querer dirigir el curso del mundo o salvarlo es negocio de los fundadores de religiones, de los moralistas o de los políticos quienes, aquí entre nosotros y entre paréntesis, lo hacen bastante mal, como lo hemos comprobado. Un dramaturgo se limita a escribir obras en las que ofrece un testimonio no un mensaje didáctico; un testimonio personal, afectivo, de su angustia y de la angustia de los demás o, lo que es más raro, de su felicidad. O bien expresa sus sentimientos trágicos o cómicos sobre la vida. Una obra de arte nada tiene que ver con las doctrinas”.
Una de las obras de Ionesco de mayor éxito es El rinoceronte, que describe la lucha del individuo contra la mayoría y la defensa del alma única e irremplazable ante la “masificación” o el “adoctrinamiento”: los hombres en rebaño viven igual, piensan igual, comen igual, se visten igual y aspiran a lo mismo. “Me parece más valioso ―explicó entonces Ionesco― que el hombre encuentre solo y por sí mismo sus soluciones que la ideología implantada en la masa que le impide pensar”.
Antes de despedirme, no sé por qué le conté que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México tenía años en el poder; Ionesco confirmó:
―Tenga usted la seguridad de que es reaccionario o dictatorial. ¡Una de dos! ¡Que un partido se diga revolucionario, no significa que lo sea! Muchos de los revolucionarios que se dicen de izquierda ya no son ni revolucionarios ni de izquierda. Son simplemente reaccionarios, puesto que los han aprisionado unos mitos fijos. Pero ya no hablemos de esto… Yo soy un hombre solo y sus preguntas me hacen sentir un poco más solo…
Eugène Ionesco murió en París el 28 de marzo de 1994 y dejó un vacío más grande que un rinoceronte. Sus obras, consideradas joyas del “teatro del absurdo”, son una verdadera lección para nuestra sociedad, apenas salida de un siglo XX caracterizado por la presión de las masas. Parece mentira que en pleno siglo XXI la “rinocerontitis” siga siendo la enfermedad de muchos y al que piensa diferente lo veamos como el enemigo a vencer. Hoy que los jóvenes se dejan llevar por las marcas en boga y si no consiguen los tenis anhelados se sienten excluidos, El rinoceronte de Ionesco es una lección para todo aquel que valore la libertad del individuo sobre todas las cosas.

PREFACIO Mircea Eliade MEFISTÓFELES Y EL ANDRÓGINO

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PREFACIO
Según A. N. Whitehead, la historia de la filosofía occidental no es, en definitiva, más que una serie de notas a pie de página a la filosofía de Platón. Es dudoso que el pensamiento occidental pueda mantenerse en lo sucesivo en este «espléndido aislamiento». Y es precisamente esta necesidad de apertura, de confrontación o encuentro con los «desconocidos», los «extraños» y sus mundos —universos insólitos, no familiares, exóticos o arcaicos— lo que la caracteriza muy especialmente con respecto a las épocas anteriores. Los descubrimientos de la psicología profunda, juntamente con la llegada de grupos étnicos extraeuropeos al horizonte de la historia,
desencadenaron, en efecto, la invasión de los «desconocidos» en el campo, tanto tiempo cerrado, de la conciencia occidental.
Como se ha dicho repetidas veces, el mundo occidental está en trance de modificarse radicalmente a causa de estos descubrimientos y de estos encuentros. Desde finales del siglo pasado, las investigaciones de los orientalistas han familiarizado progresivamente al Occidente con la dimensión de lo fabuloso y
excéntrico de las sociedades y de las culturas asiáticas. La etnología moderna, por su parte, descubría mundos espirituales oscuros y misteriosos, universos que, aun admitiendo que fuesen el fruto de una mentalidad prelógica —como en cierto momento creyó Lévy-Bruhl—, no por ello dejaban de ser menos extraños al paisaje cultural familiar a Occidente.
Pero es la psicología profunda la que ha desvelado más tierras ignotas y la que ha dado lugar a las confrontaciones más dramáticas. El descubrimiento del inconsciente puede parangonarse con los descubrimientos marítimos del Renacimiento y los descubrimientos astronómicos consecutivos a la invención del telescopio. Porque cada uno de estos descubrimientos alumbra mundos de los que ni siquiera se sospechaba su existencia. Cada uno opera una especie de «ruptura de nivel» que quiebra la imagen tradicional del mundo, revelando las estructuras de un universo hasta entonces no imaginado. Ahora bien: tales «rupturas de nivel» no se producen en vano. Los descubrimientos astronómicos y geográficos del Renacimiento no solamente modificaron por completo la imagen del universo y el concepto del espacio, sino que aseguraron, por tres siglos al menos, la supremacía científica, económica y política de Occidente, abriendo el camino que conduce irremisiblemente hacia la unidad del mundo.
Los descubrimientos de Freud suponen otra «apertura», pero en esta ocasión hacia los mundos sumergidos del inconsciente. La técnica psicoanalítica inauguró un nuevo modo de descensus ad inferos. Cuando Jung reveló la existencia del inconsciente colectivo, la exploración de estos tesoros inmemoriales —los mitos, los símbolos, las imágenes de la humanidad arcaica— comenzó a parecerse a las técnicas oceanográficas y espeleológicas. Al igual que las inmersiones en las profundidades marinas o la
exploración de las cavernas habían revelado organismos elementales, desaparecidos hace mucho tiempo de la superficie de la tierra, los análisis ponían de manifiesto formas de la vida psíquica profunda, hasta aquel momento inaccesibles al estudio. La espeleología brindaba a los biólogos organismos terciarios e
incluso secundarios, formas zoomórficas primitivas no fosilizables, es decir, formas que habían desaparecido de la superficie de la tierra sin dejar huella. Mediante el descubrimiento de los «fósiles
vivientes» la espeleología avanzaba considerablemente en el conocimiento de las modalidades arcaicas de la vida. Algo semejante ocurría con las formas arcaicas de la vida psíquica. Los «fósiles vivientes», amparados en las tinieblas del inconsciente, se hacían accesibles a la investigación gracias a las técnicas elaboradas por los psicólogos de las profundidades.
Es significativo que tanto la fructificación cultural del psicoanálisis como el interés creciente por el estudio de los símbolos y de los mitos hayan coincidido en gran medida con la intervención de Asia en la historia y, sobre todo, con el despertar político y espiritual de los «pueblos primitivos». Después de la segunda guerra mundial, el encuentro con los «otros», con los «desconocidos», había llegado a ser para los occidentales una fatalidad histórica. Y más aún, desde hace algunos años, los occidentales no sólo experimentan de un modo cada vez más vivo lo que significa la confrontación con los «extraños», sino que además se dan cuenta de que comienzan a ser dominados por ellos. Esto no implica necesariamente que los occidentales vayan a ser avasayados u oprimidos, sino únicamente que sentirán la presión de una espiritualidad «extraña», no occidental. Porque el encuentro —o el choque— entre civilizaciones es siempre, a fin de cuentas, un encuentro entre espiritualidades, y más aún entre religiones.
Un verdadero encuentro implica el diálogo. Y para entablar un diálogo provechoso con los representantes de las culturas extraeuropeas es indispensable conocer y comprender estas culturas. La hermenéutica es la respuesta del hombre occidental —la única respuesta inteligente— a las solicitaciones de la historia
contemporánea, al hecho de que Occidente está llamado (casi diría que condenado) a la confrontación con los valores culturales de los «otros». Ahora bien: en este caso, la hermenéutica encontrará su auxiliar más preciado en la historia de las religiones.
Cuando la historia de las religiones se convierta en la «disciplina total» que debería ser, se comprenderá que tanto el mundo del «inconsciente» como los mundos «extraños» de los no occidentales se dejan analizar mucho mejor desde la perspectiva de los valores y de los comportamientos religiosos. Todavía no se ha comprendido claramente que las «aperturas» practicadas por los psicólogos y por los exploradores del pensamiento arcaico son equiparables a la aparición masiva de los pueblos no europeos en la historia; que no se trata solamente de una ampliación considerable del horizonte científico (como sucedió con los descubrimientos científicos geográficos y astronómicos del Renacimiento), sino también,
y muy especialmente, de la experiencia del encuentro con los «desconocidos». Pero, seamos o no conscientes de ello, el encuentro con lo «completamente diferente» determina una experiencia de estructura religiosa. Esto no excluye que nuestra época pase a la posteridad como la primera en redescubrir las «experiencias religiosas difusas», abolidas por el triunfo del cristianismo. No excluye que la atracción sentida por las actividades del inconsciente, el interés por los mitos y los símbolos, el gusto por lo exótico, lo primitivo, lo arcaico, los encuentros con los «otros» —con todos los sentimientos ambivalentes que ello significa—, todo esto aparezca algún día como un nuevo tipo de religiosidad. Por el momento, presentimos que todos estos elementos posibilitan el comienzo de un nuevo humanismo
que no será el remedo del antiguo. Porque ahora se trata muy especialmente de las investigaciones de los orientalistas, de los etnólogos, de los psicólogos de las profundidades, de los historiadores de la religión a las cuales se pretende integrar a fin de llegar a un conocimiento total del hombre. Estos investigadores no
han cesado de desvelar el interés humano, la «verdad» psicológica y el valor espiritual de los numerosos símbolos, mitos, figuras divinas y técnicas atestiguados tanto entre los asiáticos como entre los «primitivos». Estos documentos humanos habían sido estudiados anteriormente con la frialdad y la indiferencia que los naturalistas del siglo adoptaban para el estudio de los insectos. Ahora se comienza a caer en la cuenta de que estos documentos expresan situaciones humanas ejemplares, que forman parte integrante de la historia del espíritu. Ahora bien: la actitud apropiada para captar el sentido de una situación humana ejemplar no es la «objetividad» del naturalista, sino la simpatía inteligente del exegeta, del intérprete. Era precisamente la actitud lo que debía ser cambiado. Pues el comportamiento más extraño, el más aberrante, debe ser considerado en tanto que hecho humano, quedando fuera de nuestra comprensión si se le considera únicamente como un fenómeno zoológico o como un caso teratológico. Abordar un símbolo, un mito o un comportamiento arcaico en cuanto expresión de situaciones existenciales supone ya reconocerle una dignidad humana y una significación filosófica. Esta actitud habría parecido ridícula y absurda para un erudito del siglo XIX. Para él, el «salvajismo» o la «estupidez primordial» no podían representar más que una fase embrionaria y, por consiguiente, «acultural» de la humanidad.
Pero como dije anteriormente, lo que ahora importa es articular e integrar los resultados de estas investigaciones, guiadas por un espíritu totalmente distinto al del siglo XIX, con el propósito de llegar a un conocimiento más exacto del hombre. Un día no lejano, Occidente no sólo tendrá que conocer y comprender los universos culturales de los no occidentales, sino que además se verá obligado a valorarlos como parte integrante de la historia del espíritu humano. Ya no los considerará como meros episodios infantiles o aberrantes dentro de una historia ejemplar del hombre. Pero hay algo más: el encuentro con los «otros» ayudará al hombre occidental a conocerse mejor a sí mismo. El esfuerzo realizado para
comprender correctamente los modos de pensamiento ajenos a la tradición racionalista occidental, y en primer término para descifrar la significación de los mitos y de los símbolos, se traduce en un
enriquecimiento considerable de la conciencia. Es cierto que los psicólogos de las profundidades se han dedicado a estudiar la estructura de los símbolos y el escenario de los mitos en un intento por captar el dinamismo del inconsciente. Pero el encuentro con las culturas extraoccidentales, regidas por símbolos y alimentadas por mitos, debe llevarse a cabo mediante otro enfoque: no se trata de «analizar» culturas como se analizan los sueños de un paciente, esto es, «reduciéndolos» a signos que descubran ciertas modificaciones en el psiquismo profundo; en lo sucesivo se trata de ver en ellas las creaciones culturales de pueblos extraoccidentales, de intentar comprenderlas con la misma pasión intelectual que se ha puesto en comprender el mundo homérico, los profetas de Israel o la filosofía mística del maestro Eckhardt.
Dicho de otro modo: se deben abordar —y felizmente se ha comenzado a hacerlo— los símbolos, los mitos y los ritos oceánicos o africanos con el mismo respeto y el mismo deseo de aprender que los que se han dispensado a las creaciones culturales occidentales. Porque estos ritos y estos mitos revelen en ocasiones aspectos terribles o aberrantes, no por ello resultan menos expresivos de situaciones paradigmáticas vividas por hombres pertenecientes a sociedades de tipos diferentes y empujados por otras fuerzas históricas distintas a las que han forjado la historia de nuestro mundo occidental. En nuestra opinión, la voluntad de buena comprensión hacia los «otros» produce un enriquecimiento de la
conciencia occidental. Este encuentro podría incluso conducir a una renovación de la problemática filosófica, del mismo modo que el descubrimiento de las artes exóticas y primitivas ha abierto, desde hace casi medio siglo, nuevas perspectivas al arte europeo. Me parece, por ejemplo, que un estudio profundo sobre la naturaleza y función de los símbolos podría estimular el pensamiento filosófico occidental y dilatar su horizonte. Es sorprendente que los historiadores de las religiones hayan sido inducidos a poner
de manifiesto las audaces concepciones de los «primitivos» y de los orientales acerca de la estructura de la existencia humana, la caída en la temporalidad, la necesidad de conocer la «muerte» antes de acceder al mundo del espíritu; en todo esto se reconocen ideas bastante próximas a las que ocupan hoy el centro de la investigación filosófica occidental. Y cuando en las ideologías religiosas arcaicas y orientales se encuentran concepciones comparables a las de la filosofía occidental «clásica», la confrontación no es menos significativa, ya que estas concepciones no proceden de las mismas premisas. Así, por ejemplo,
cuando el pensamiento indio o ciertas mitologías «primitivas» proclaman que el acto decisivo que fundamentó la actual condición humana tuvo lugar en un pasado primordial, puesto que lo esencial
precede a la actual condición humana, sería muy interesante para la filosofía y la teología occidentales el comprender cómo se ha llegado a esta concepción y por qué razones.
Si el descubrimiento del inconsciente forzó al hombre occidental a una confrontación con su propia «historia» secreta y larvada, el encuentro con las culturas extraoccidentales le obligará a penetrar muy profundamente en la historia del espíritu humano, persuadiéndole, quizá, de que ha de asumir esta historia
como parte integrante de su propio ser. En efecto, el problema que se plantea ya, y que se planteará con una intensidad cada vez más dramática a los investigadores de la próxima generación, es el siguiente: ¿por qué medios recuperar todo lo que es todavía recuperable en la historia espiritual de la humanidad? Y esto por dos razones: primera, el hombre occidental no podrá vivir indefinidamente desgajado de una parte tan importante de sí mismo como es la constituida por los fragmentos de una historia espiritual de la cual es incapaz de descifrar la significación y el mensaje; segunda, tarde o temprano, el diálogo con los «otros» —los representantes de las culturas tradicionales, asiáticas y «primitivas»— deberá comenzar, no ya en el lenguaje utilitario y empírico actual (que sólo es capaz de llegar a las realidades sociales, económicas, políticas, médicas, etc.), sino en un lenguaje cultural capaz de expresar realidades humanas y valores espirituales. Tal diálogo es inevitable y está escrito en la fatalidad de la historia. Sería una trágica ingenuidad el seguir creyendo que podemos proseguir indefinidamente en el mismo nivel mental en el
que actualmente estamos situados.
Los trabajos aquí reunidos dan idea del empeño de un historiador de las religiones preocupado por hacer inteligibles un cierto número de comportamientos religiosos y de valores espirituales pertenecientes a los no europeos. No he dudado en recurrir a hechos culturales familiares tomados de la tradición occidental
cada vez que ofrecían un término de comparación capaz de aclarar nuestra búsqueda. Y mediante semejantes aproximaciones será como lograremos descubrir las perspectivas del humanismo del futuro. Los cuatro primeros capítulos fueron leídos en las Eranos* de Ascona, entre 1957 y 1960, lo cual explica su estilo oral. Cuando me dispuse a agrupar estas exposiciones en su volumen, y aunque la tentación fue grande, no intenté modificación o ampliación alguna, ya que corría el riesgo de que cada tema se
convirtiese en un libro. Por tanto, me limité a añadir algunas referencias a publicaciones recientes.
Una vez más, mi querido y sabio amigo el doctor Jean Gouillard ha tenido a bien el contribuir a una mejor presentación para la edición francesa de estas páginas. Reciba aquí la expresión de mi sincera gratitud.

MIRCEA ELIADE

Universidad de Chicago, noviembre de 1960

* Serie de conferencias, cuya iniciativa se debió especialmente a C. G. Jung, leídas en Ascona (Suiza). Estas conferencias fueron editadas en forma de anuario a partir de 1933, y en sus páginas figuran nombres relevantes

Mircea Eliade, en su juventud durante su estancia en la India 
Mircea Eliade, en su juventud durante su estancia en la India

Biografía
   Mircea Eliade (1907-1986) está considerado como uno de los más relevantes historiadores de las religiones. Nacido en Rumania y licenciado en filosofía en la universidad de Bucarest, se trasladó a los 21 años a la India, sintiendo que la educación en su país natal no podía aportarle algo que encontraba a faltar para comprender el alma humana -una carencia que intuyó que podría completar viviendo y asimilando la cultura oriental que la India podía ofrecerle.
   Deseando leer textos clásicos del hinduismo que no habían sido traducidos a lenguas occidentales, sobretodo acerca del yoga y del tantra, pasó tres años en Bengala estudiando el sánscrito con Dasgupta. Seguidamente se retiró durante un año en los Himalayas, en Hardwar, para practicar yoga como discípulo de Swami Shivanananda. La estancia en la India representó el gran período de formación intelectual de Eliade, en el que elaboró su visión de la religión, desde su etapa en las sociedades cazadoras y las agrícolas, las primeras culturas que dominaron los metales, las grandes religiones... En la India aborigen pudo enlazar también las creencias cosmológicas de los pueblos ágrafos indoeuropeos, que en illo tempore abrazaban la totalidad del espacio eurasiático.
   Pero principalmente fue la práctica del yoga lo que aportó a Eliade un pilar que faltaba en su cultura religiosa occidental: más allá de los sistemas filosóficos y de los rituales, que había hallado tanto en Europa como en la India, la férrea práctica de lo que él denominaría las técnicas psicofisológicas del yoga, le llevaría a experimentar estados místicos de la consciencia, o sea: la experiencia directa de lo sagrado, algo que suponía la validación de todo el sistema filosófico y ritual posterior -una abstracción que Eliade encontraba falta de sentido sin la piedra angular de la experiencia extática.
   A su retorno a Europa, Eliade emprendió una carrera literaria que se dividiría en dos ramas, en cierta manera complementarias: por una parte el estudio riguroso del fenómeno religioso, que culminó con su voluminosa Historia de las creencias y de las ideas religiosas, y por otra parte las novelas de base autobiográfica, en las que recreaba de forma fantástica las experiencias espirituales que vivió durante su estancia en la India, sobretodo durante el período de Hardwar.
   Si Jung, el psiquiatra suizo, representa el intento de articular y dar a comprender a la mente occidental la fenomenología de la experiencia mística, mediante el estudio de los 'símbolos de la mente inconsciente', Eliade representó durante el siglo XX la articulación y la pedagogía del fenómeno religioso, pero no tan sólo el propio de la historia occidental, sino el proceso religioso que aconteció en Eurasia desde el neolítico en las sociedades de cazadores, hasta el advenimiento de las grandes religiones como el budismo, el mazdeísmo y el cristianismo. Junto a Campbell, Eliade sobresalió en escribir unos libros a la vez doctos y de una gran claridad, que a la vez se convirtieron en enormemente populares. Lejos de usar un estilo especulativo, abstracto y confuso, sus trabajos facilitaron la recuperación del respeto acerca del fenómeno religioso, tan vilipendiado en occidente a lo largo del siglo XIX.
   Entre sus obras más conocidas, destacan 'El mito del eterno retorno', 'Yoga. Inmortalidad y libertad', 'El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis', 'Lo sagrado y lo profano', 'Tratado de historia de las religiones', 'Cosmología y alquimia babilónicas', 'La noche bengalí'.
   Después del redescubrimiento de los enteógenos, y por haber escrito el inmortal El Chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Eliade ha sido criticado por no haber incluido y estudiado las plantas visionarias en el complejo chamanístico expuesto en el libro. Existe confusión acerca de este punto, pero de todas maneras ha de considerarse que Eliade escribió el libro sobre chamanismo en 1951, cuando los estudios sobre enteógenos estaban aun en pañales. Y en cierta manera es normal que Eliade centrara su atención en las técnicas arcaicas del éxtasis, pues su acceso a experiencias místicas aconteció como consecuencia de la práctica del yoga.
   En cierto modo Eliade dio un primer paso en relación a la comprensión de las experiencias espirituales inducidas por enteógenos, al intuir que el yoga suponía una técnica psicofísica para alcanzar estados místicos de la consciencia. Así, una de las principales objeciones que se plantearon a la relación de los enteógenos con las experiencias espirituales era que estas no podían ser inducidas por algo físico, y menos una determinada molécula, ya que en occidente se consideraba desde antaño que lo espiritual y lo materialeran reinos distintos y sin relación alguna. Eliade, al intuir que las experiencias espirituales de los yoguis podrían ser articuladas por una técnica y unas prácticas físicas, corporales, abrió una primera posibilidad y entendimiento a la relación entre mente y materia, entre cuerpo y espíritu.
   Años más tarde, sintiendo demasiado ardua la revisión de sus escritos a la luz de lo que había aportado la etnobotánica, Eliade reconoció la importancia del papel de los enteógenos en el fenómeno religioso, si bien comunicó esta posición sólo a nivel privado a personas como Peter Furst o E. Jünger, con quien dirigió la publicación Antaios.

   Citas:

   « (...) mi objetivo consistía únicamente en hacer inteligible al mundo moderno -lo mismo occidental que oriental, a la India lo mismo que a Tokio o a París- unas creencias religiosas y filosóficas poco conocidas o mal comentadas.» (La Prueba del Laberinto)

   «La historia de las religiones se refiere a lo más esencialmente humano: la relación del hombre con lo sagrado. (...) Las crisis del hombre moderno son en gran parte religiosas en la medida en que suponen la toma de conciencia de una carencia de sentido» (La Prueba del Laberinto)

   «Un día no lejano, Occidente no sólo tendrá que conocer y comprender los universos culturales de los no occidentales, sino que además se verá obligado a valorarlos como parte integrante de la historia del espíritu humano.» (Diarios -1960-)

Famosa imagen de Eliade con C.G. Jung, ambos pipa en mano
Famosa imagen de Eliade con C.G. Jung, ambos pipa en mano
   

Fukuyama, ¿esta vez en el lado bueno?

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El polémico politólogo estadounidense alerta del auge de movimientos nacionalpopulistas y autoritarios entre las democracias consolidadas, pero lo atribuye a un problema de identidades humilladas


Fukuyama, ¿esta vez en el lado bueno?Ampliar foto
Cuando uno abre este libro de Francis Fukuyama y, nada más empezar a leer, lo primero con lo que se tropieza es con la afirmación literal de que el mismo “no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016”, no puede evitar que se establezca una inicial corriente de simpatía hacia el autor.
Es posible que esta reacción desconcierte a algún lector que no se hubiera sacudido del todo la imagen que acompaña a Fukuyama desde que, a mediados de 1989, publicara su célebre trabajo sobre el fin de la historia. Como muchos recordarán, en aquel momento fue objeto de innumerables críticas, buena parte de ellas inmisericordes, amén de desacertadas, en la medida en que se empeñaban en malinterpretar su escrito, haciéndole decir lo que no decía; esto es, que habíamos llegado al mejor de los mundos posibles y que en lo sucesivo nada nuevo podía ocurrir.
En realidad, lo que Fukuyama afirmaba no era algo muy distinto de lo que a lo largo de aquella década —que fue, no se olvide, la de la imparable descomposición del imperio soviético— andaban afirmando un sinfín de autores, algunos de ellos inequívocamente progresistas; a saber: que la humanidad no había conseguido ir más allá de un modelo de organización de la vida social con dos caras: una era la economía de mercado, y la otra, la democracia liberal. Quizá el problema fue que algunos sectores de izquierda todavía no habían digerido la constatación del rotundo fracaso de la ambiciosa propuesta emancipatoria que había atravesado, hasta definir por completo sus límites, todo el siglo XX, fracaso que se visibilizó, justo el año en el que Fukuyama publicaba su escrito, con la caída del muro de Berlín. Resumiendo la cosa de una forma tan breve como simplificadora: que tal vez durante un rato nuestro autor tuvo razón.
Es cierto que luego dejó de tenerla, pero no porque la democracia liberal pasara a un estadio superior, sino porque su propia supervivencia se encuentra seriamente amenazada. El escenario mundial, sin duda, ha cambiado. Aquella oleada de democratización que multiplicó por tres (de 35 a casi 120) el número de democracias electorales en todo el mundo desde principios de los años setenta hasta 2000 ha derivado en lo que Larry Diamond ha calificado como recesión democrática. Y es que, en efecto, la dupla que se dibuja en el horizonte ya no es la fantaseada por los liberales más clásicos; esto es, una democracia liberal unida a una economía de mercado.
Las amenazas a este modelo le están llegando a la democracia desde diversos frentes. En primer lugar, el frente autoritario, que propone un modo de producción capitalista de una extraordinaria productividad merced precisamente a su desdén hacia los mínimos estándares democráticos. El nombre de esta nueva dupla capitalismo/autoritarismo que nos amenaza es, a nadie se le escapa, China. Fukuyama no se sorprende por ello, ni tampoco por la deriva neoautoritaria de Rusia. Lo que de veras le sorprende y preocupa es, además de la caída del número total de democracias en el mundo, el auge de movimientos nacionalpopulistas y autoritarios en el seno de las propias democracias consolidadas.
Pero de nuevo Fukuyama tiene razón solo durante un rato. Porque es difícil continuar acompañándole durante toda la travesía de su discurso cuando saca de nuevo a pasear al hegeliano que lleva dentro y se abona a la tesis de que lo que desde siempre ha impulsado la historia humana ha sido la lucha por el reconocimiento. Más aún, en su opinión gran parte de lo que tendemos a creer que se produce por motivaciones económicas en realidad responde a una demanda de reconocimiento, razón por la cual no puede satisfacerse simplemente por medios económicos.
Fukuyama, ¿esta vez en el lado bueno?
Hábil e inteligente como es, Fukuyama no niega la existencia de determinados problemas materiales, pero rebaja su importancia, desactivándolos en gran medida. No deja de admitir que el orden mundial liberal no ha beneficiado a todos, así como que la economía de mercado presenta insuficiencias, pero esquiva el cuestionamiento de ambas a base de llevar los problemas al terreno de las identidades humilladas. Sin embargo, lo que se esfuerza por soslayar tal vez sea una cuestión de todo punto insoslayable; a saber: el carácter estructuralmente injusto, por desigual, del sistema en el que hoy viven todos los habitantes del planeta.
No se trata, pues, de poner en duda la existencia de una serie de anhelos anclados en lo más profundo del alma humana. De lo que se trata es de puntualizar la extrapolación que lleva a cabo Fukuyama cuando subsume en lucha por el reconocimiento cualquier reivindicación, de cualquier orden, que se plantee. Porque de la misma manera que él puede decir que en muchas ocasiones reivindicaciones de apariencia económica esconden en realidad aspiraciones relacionadas, pongamos por caso, con la identidad nacional, no es menos cierto que en otras lo que se presenta como reivindicación nacional esconde un claro carácter de clase, y no creo que haga falta poner ejemplos porque bien cerca andamos sobrados de ellos. En consecuencia, tal vez no sea cuestión de enredarse en debatir cuáles son los auténticos anhelos que albergan los ciudadanos en el fondo de sus corazoncitos, sino de intentar elaborar políticas públicas eficaces contra la desigualdad y a favor del bienestar de la mayoría, asunto en el que se supone que todos deberíamos estar de acuerdo. Fukuyama incluido, claro está.
Identidad. Francis Fukuyama. Traducción de Antonio García Maldonado. Deusto, 2019. 206 páginas. 19,95 euros.

Francis Fukuyama: «La izquierda debería volver a representar una identidad nacional»

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Francis Fukuyama. Foto: Djurdja Padejski
Mundialmente conocido por la optimista defensa del liberalismo de ¿El fin de la historia?, el politólogo estadounidense se enfrenta con creciente angustia al auge del extremismo. En Identidad (Deusto), Fukuyama disecciona el volantazo que ha sufrido la política en los últimos años, donde las demandas de carácter identitario han subyugado a la democracia liberal con nefastas consecuencias.



A comienzos de la década de los 90 el resquebrajamiento y definitivo desplome de la Unión Soviética invitaba a un esperanzador optimismo para la democracia, que se tradujo en una palpable expansión global de esta. De ello se hizo eco el politólogo norteamericano Francis Fukuyama (Chicago, 1952) en su primero ensayo y luego libro ¿El fin de la historia?, que alcanzó resonancias mundiales. Tres décadas después, nuevos enemigos amenazan una democracia en la que Fukuyama nunca ha dejado de creer.
En su nuevo libro Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento (Deusto), el politólogo responde al auge de la autocracia y el extremismo diseccionando las claves que hacen peligrar en muchos países la libertad democrática. Unos problemas que, a su juicio, estriban en el fundamental cambio que ha sufrido la política en la última década, en la que el concepto de ciudadanía ha sido sustituido por las demandas de carácter identitario que exacerban el odio antiinmigratorio y abren la puerta a políticas supremacistas y chovinistas.
Pregunta. La escalada de la democracia que parecía imparable en los 90 está en recesión, ¿qué ha ocurrido?
Respuesta. Existe un gran número de causas que explican este paulatino auge de los líderes autoritarios a nivel global, pero principalmente, debemos fijarnos en los cambios económicos provocados por la globalización, la pérdida de empleos de la clase trabajadora y los altos niveles de migración, que han amenazado el estatus de muchas personas. Pero el problema más grave no es simplemente la escalada antidemocrática global, casi esperable en regímenes como los de China o Rusia, países muy seguros en la defensa de sus modelos alternativos, sino el perturbador auge del populismo en el seno de las democracias liberales, que se hizo muy presente en 2016 con la elección de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en Reino Unido. Este paso en dos de las democracias más antiguas y estables del mundo fue muy significativo y tuvo gran repercusión y creó una especie de agujero en el orden internacional.
P. Durante el siglo XX el espectro político se desplegaba de izquierdas a derechas en función de la economía o las políticas sociales, pero afirma usted que hoy el elemento clave es la identidad, ¿por qué?
R. Desde hace unos años el sentimiento identitario prima para los votantes sobre muchas otras cuestiones. La prueba la vemos en el alzamiento de los partidos que basan su política en preservar y potenciar la identidad nacional y en atacar la inmigración, como Orbán en Hungría o Trump en Estados Unidos, que está debilitando la economía a costa de hacer de la lucha contra la inmigración y la defensa de las fronteras el centro de su política. Este discurso reaccionario de protegerse de la globalización y preservar la cultura nacional se ha extendido a partidos de izquierda y derecha, pero la derecha lo ha captado y aprovechado mucho mejor porque los grupos de de izquierda están más comprometidos con los derechos humanos globales.
«Si el auge del populismo identitario se debiera sólo a la crisis económica hubiéramos asisitido a un repunte de la izquierda que no se ha producido»
P. Se ha apuntado como una causa clave del surgimiento del populismo nacionalista la crisis económica y la posterior recesión, ¿desaparecería este clima con una mejora de la economía?
R. Creo que la explicación convencional de que todo esto se produjo como una reacción a la situación económica es errónea y simplista. Es cierto que muchas personas de clase trabajadora perdieron sus empleos por culpa de las fábricas de China, Vietnam y el resto de países en desarrollo, pero no creo que la situación política actual se solucionase exclusivamente con un repunte de la economía. Si miras hacia Francia, por ejemplo, donde a la existencia del Frente Nacional se unen ahora las protestas de los «chalecos amarillos», descubres que los franceses gozan de uno de los mayores programas de protección social que existen en el mundo. O si miras a Polonia y al partido que ha tomado el poder en los últimos años, Ley y Justicia, no te lo explicas, siendo uno de los países más exitosos en integrarse en la Unión Europea la década anterior a la llegada de este partido al poder. Si fuera sólo un problema económico y de justicia social hubiéramos visto un auge del populismo de izquierdas, de líderes que protegieran y apoyaran a los trabajadores, pero no ha sido así.
P. Ese concepto de identidad puede ser ambiguo y polisémico, ¿en qué sentido lo utiliza usted, cómo podríamos definirlo?
R. Es una parte intrínseca del ser humano, la tercera pata de nuestra psicología, junto a la razón y el deseo. La identidad se basa en la creencia humana universal de que uno tiene una dignidad interna que no se reconoce. Todo el mundo aspira a la dignidad, y como afecta a un intangible como el deseo de reconocimiento, de estima, trasciende el bienestar material y económico. Por ejemplo, en el Brexit, la gente puso en una balanza las pérdidas económicas de salir de la Unión Europea, quizá perder su trabajo, frente a su deseo de preservar la identidad nacional y parar la inmigración. Y ya vimos el resultado.
«El aspecto específicamente moderno de esto es la alta valoración moral que se coloca en ese auténtico yo interior, y la creencia de que la sociedad circundante debe cambiar su evaluación de ese yo. Puede tomar la forma de nacionalismo, autoexpresión individual o solidaridad con otras personas dentro de un grupo marginado«, explica el autor. Pero este concepto que ha revolucionado la política tradicional y está llamado a definir su futuro inmediato, no es un invento reciente, como explica Fukuyama. En su libro, el politólogo rastrea los orígenes del surgimiento de identidad individual, primero religiosa y luego social, política. «La identidad se ha estado desarrollando en Occidente durante siglos. Comienza con la Reforma de Lutero, cuando empezó, todavía en un ámbito religioso, a pensarse que el individuo interior era más importante que el resto de reglas externas y estructuras sociales. Y después se fue generalizando y secularizando a través del pensamiento de filósofos como Kant y Rousseau«.
Sin embargo, esta búsqueda de la identidad, en principio positiva y beneficiosa para el ser humano, ciertos peligros, como advierte el politólogo, la formación de grupos que intenten imponerse a la sociedad como los nacionalismos étnicos o modelos de fundamento religioso como el islamismo. Además, a mediados del siglo pasado, «muchos partidos de izquierda comenzaron a redefinir la desigualdad no como un problema de toda la ciudadanía y del proletariado, sino más bien como una característica de grupos particulares como minorías raciales, inmigrantes, mujeres, homosexuales…», explica Fukuyama. «Los derechos pasaron a ser considerados no como la reivindicación de los individuos, sino de grupos que se escindieron del conjunto de la ciudadanía. Este tipo de políticas de identidad corre el riesgo de centrarse en características biológicas como la raza o la etnia a expensas del universalismo de los verdaderos derechos liberales», lamenta el autor.
«Para volver a su lugar político, la izquierda necesita poder hablar sobre la nación y la identidad nacional»
P. Para explicar el fracaso de la izquierda en los últimos años, usted apunta que ésta ha perdido su secular espíritu universalista y su sentido de clase, ¿qué debe hacer para recuperar su posición en la política?
R. Creo que la izquierda se equivocó cuando comenzó a reconceptualizar el significado de desigualdad. En el siglo XX, el objeto de la desigualdad injusta era la clase trabajadora. Pero poco a poco los partidos fueron centrando sus reclamaciones en estos pequeños grupos perdiendo el contacto con esa clase obrera tradicional. Esa es una de las razones por las que los antiguos votantes comunistas o socialistas se han pasado a la derecha populista, porque la izquierda ya no los representa, representa a otra gente. Para volver a su lugar la izquierda necesita poder hablar sobre la nación y la identidad nacional, no en la forma exclusiva y agresiva que adoptó a principios del siglo XX, sino en términos de ideales democráticos como el constitucionalismo, el estado de derecho y la igualdad democrática. Y es muy deseable que lo logre.
P. Saliendo de la política occidental, ¿son el capitalismo de estado chino o la plutocracia rusa las únicas alternativas a nuestro capitalismo, como sus líderes propugnan?
R. No creo que Rusia sea un competidor real, ya que no ha logrado crear una economía moderna y competitiva basada en otra cosa que no sean las exportaciones de energía. Además, su sistema político sigue siendo altamente personalista alrededor de Vladimir Putin. Por su parte, el partido comunista chino ha logrado crear una dictadura mucho más institucionalizada, aunque eso está siendo cuestionado por la abolición de los límites de mandato de Xi para la presidencia. Sin embargo, por motivos obvios, el modelo de China es muy difícil de replicar.
P. Repasa varios modelos con diverso éxito de integración cultural, como Estados Unidos, Francia, Reino Unido… ¿por qué es importante integrar a toda clase de ciudadanos?
R. Estados Unidos ha tenido un éxito relativo en la creación, al final de la era de los Derechos Civiles, de una identidad nacional que no se basaba en el origen étnico o la religión, sino en ideas de democracia. Francia también tiene una tradición republicana que surge de la Revolución Francesa que enfatiza la ciudadanía basada en la cultura francesa y no en la raza. Pero la clave es que en todos estos países, y cada vez más a nivel global, las sociedades se vuelven cada vez más diversas, y creo que nunca podremos alcanzar la paz social y desarrollar un sentido de pertenencia a la comunidad basándonos en cosas como la identidad, la raza y la religión, sino con las ideas. Es lo que llamo en el libro identidad de credo, creer en los principios democráticos, la constitución, el imperio de la ley, la igualdad, cierto orden político, todo ello básico para incluir a la gente. Todo esto puede conseguir la creación de un nuevo tipo de identidad basada en una comprensión liberal de la identidad nacional integrada en una comunidad democrática.
«El Estado todavía es el baluarte del poder en el mundo porque la democracia es mucho más legítima a nivel nacional. La UE es una utopía»
P. Muchos analistas hablan del fin de los Estados, pero usted defiende lo contrario, que son más necesarios que nunca, ¿por qué? ¿Es la Unión Europea una utopía?
R. La idea detrás de la UE es noble, pero en realidad todavía no existe una identidad europea que haya reemplazado a las identidades nacionales de los Estados miembros. El Estado todavía es el baluarte del poder en el mundo porque la democracia es mucho más legítima a nivel nacional, y el nivel nacional sigue siendo la sede del poder real en la Europa contemporánea. Esta es la razón por la cual la reintegración debe ocurrir en este nivel.
P. El libro termina hablando de soluciones, ¿cómo es posible conciliar esas identidades? ¿Qué necesita la democracia liberal, cuestionada en muchos frentes, para triunfar?
R. Para empezar, creo que las identidades son algo muy flexible, que tiene muchos niveles. El problema a nivel político es cómo lograr integrarlas y hacer sentir a la gente miembros de una comunidad democrática. No es una pregunta sobre si la identidad nacional reemplaza al resto sino cómo puede complementar a todas esas identidades religiosas, sexuales, individuales… e interactuar positivamente en una democracia. Porque lo que está claro es que la democracia liberal es el mejor sistema posible, en el que la elección democrática está limitada por un sistema constitucional que impide la concentración excesiva de poder en un ejecutivo. A largo plazo, este sistema apoya mejor el crecimiento económico, resiste la corrupción a gran escala y protege los derechos de las poblaciones minoritarias.

Nigel Calder: periodista y autor prolífico que hizo mucho para educar al público en la comprensión de la ciencia

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Fue una figura clave en la creación de una revista científica semanal británica de gran éxito. Fue un autor prolífico que publicó casi 40 libros populares. Pero, sobre todo, educó, entusiasmó e inspiró a innumerables millones de televidentes, llevándolos desde la comodidad de sus salas de estar a la estimulante alta frontera de la ciencia moderna.
Nigel Calder era hijo de Lord Peter Ritchie-Calder, un periodista que creía apasionadamente en el potencial de la tecnología para mejorar la sociedad. Calder nació en Londres en 1931 y creció allí durante la Segunda Guerra Mundial; la familia fue bombardeada fuera de su hogar durante el Blitz. Fue educado en Merchant Taylors 'School y, después del Servicio Nacional, en la Universidad de Cambridge. Fue allí, estudiando ciencias naturales, donde conoció y se casó con su esposa, Liz. Celebraron su aniversario de bodas de diamantes a principios de este año.
El lugar que los Calders eligieron para criar a su familia, y, de hecho, vivir para toda su vida de casados, fue elegido, al igual que muchas cosas en la vida, completamente al azar. Mientras hacía autostop, el oficial de vivienda de Crawley New Town les dio un aventón a Calder y su esposa. Entonces, Crawley lo fue.
Después de graduarse en 1954, Calder tomó un trabajo como físico investigador con Philips en su Laboratorio Mullard en Surrey, no lejos de Crawley. Sin embargo, todo cambió en 1956, cuando Percy Cudlipp, ex editor del London Evening Standard, y Tom Margerison comenzaron una revista semanal de noticias científicas, New Scientist. Calder, que siempre había sido comunicador y científico, se convirtió en editor de ciencias y se desplazó a un pequeño edificio de oficinas en un callejón tranquilo que conducía a Gray's Inn en Londres.
"Tuvimos que inventar una revista", escribió Calder en la edición del 50 aniversario de New Scientist. "Nadie, ni siquiera el editor, podía saber exactamente cómo sería hasta que salieran las primeras copias de la imprenta". Las ventas de la revista fueron buenas pero la publicidad escasa y, en el verano de 1957, la empresa parecía precaria. Pero entonces, la revista tuvo una suerte extraordinaria: los rusos lanzaron el Sputnik 1, dando a luz a la era espacial, y de repente todos estaban interesados ​​en una revista científica popular. New Scientist nunca miró hacia atrás.
En 1962, Cudlipp murió, a la temprana edad de 57 años. Calder asumió su trabajo y se convirtió en el segundo editor de New Scientist. Allí se quedó por cuatro años más. Pero en 1966, escribió un documental científico para la BBC, Rusia: Debajo de los Sputniks. Fue bien recibido, por lo que renunció a un trabajo asalariado para seguir una carrera independiente en televisión, un movimiento valiente dado que era padre de tres niñas y dos niños.
Calder floreció en la televisión. Su fuerte fue idear conceptos para intrigar, informar e inspirar, y convertirlos en documentales de gran éxito de dos horas, acompañados de un libro superventas. El primero, en 1969, fue El universo violento . Era el momento del aterrizaje del Apolo 11 en la Luna, por lo que Calder no podría haber elegido un mejor momento. En el libro, subtitulado "Un relato de testigos oculares de la nueva astronomía", Calder escribió: "Vivimos en un suburbio relativamente pacífico de una galaxia silenciosa de estrellas, mientras que a nuestro alrededor, muy lejos en el espacio, ocurren eventos de violencia inimaginable". Hay objetos tan desordenados que parecen violar incluso las leyes de la física ".
En 1972, The Restless Earth presentó la idea de la deriva continental, que, a pesar de ser propuesta por Alfred Wegener en la década de 1920, solo se estaba convirtiendo en la corriente principal. Ilustra el gran talento de Calder para atrapar una ola científica, detectando una nueva idea en la ciencia antes de que emergiera completamente a la luz del día. La "tectónica de placas", como se la conoció, seguía siendo tan controvertida que, por un tiempo, los estudiantes de geología tuvieron que confiar en la Tierra inquieta .
Durante la década de 1970, Calder descubrió y explicó la genética en The Life Game , la ciencia del clima en The Weather Machine y la relatividad en el Universo de Einstein. Resumió el inmenso poder de las matemáticas de Einstein en 11 palabras: "Sus ecuaciones incorporan el origen y el destino de todo el universo".
En las décadas de 1980 y 1990, Calder trabajó cada vez más estrechamente con la comunidad científica europea, como miembro del Grupo de Iniciativa para la Fundación Scientific Europe y editor general de su libro, Scientific Europe. Regresó a la televisión, cambiando al Canal 4 para la Nave Espacial Tierra, otra producción mundial sobre el impacto de la tecnología espacial en nuestra comprensión del planeta.
Durante la década de 1990, gran parte de su trabajo fue para la Agencia Espacial Europea. Fue durante esta década que Calder se vio envuelto en un debate climático. En The Manic Sun: Weather Theories Conffounded , informó sobre el controvertido trabajo del físico danés Henrik Svensmark, quien afirma que el clima responde principalmente a la cubierta de nubes, que según él se rige por las fluctuaciones en las partículas de alta energía del espacio conocidas como rayos cósmicos.
Calder estaba predispuesto a contar esa historia porque había visto cómo, en el caso de Wegener y la deriva continental, un hombre, a pesar de tener razón, había sido congelado por la comunidad científica. Él escribió: “Cuando los científicos nazis mostraron su solidaridad contra la doctrina judía de la relatividad, en un libro llamado Cien contra Einstein, el tipo peludo gruñó que eso sería suficiente. Quiso decir que la evidencia adversa de Nature producida por un investigador solitario podría destruir teorías que ninguna cantidad de despotricar podría tocar ".
A principios del siglo XXI, Oxford University Press encargó a Calder que escribiera Magic Universe: The Oxford Guide to Modern Science . Fue preseleccionado para el Premio Aventis de Libros de Ciencias. En su tiempo libre, Calder también era un entusiasta marinero. Ganó el premio al Mejor Libro del Mar por su libro de 1986, The English Channel , sobre la hidrología, la historia y la economía de ese estrecho tramo de agua.
¿Cómo se recordará a Nigel Calder? "Como alguien que explicó el universo al mundo", dijo su hijo Simon, corresponsal de viajes de The Independent . "Y, con mi madre, un padre amable y sabio que crió a cinco hijos y los capacitó para hacer cosas interesantes con sus vidas".


Nigel David McKail Ritchie Calder, escritor científico: nacido en Londres el 2 de diciembre de 1931; se casó con Elisabeth Palmer en 1954 (dos hijos, tres hijas); Murió Crawley, Sussex el 25 de junio de 2014.

BORGES EN EL ESPEJO DE HOY Mario Goloboff

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Su obra marcó un antes y un después en el mundo de las letras y en el de las ideas. Una obra erudita que sabe hablar el lenguaje del pueblo, pensar los problemas de la filosofía y plantearse para siempre como referencia imprescindible y universal. A 120 años de su nacimiento, Jorge Luis Borges sigue interpelando lectores.
Como pocas, la vida y las alternativas de la vida de Jorge Luis Borges se resumen en sus trabajos literarios, sus reflexiones literarias, su actividad literaria y vinculada con la literatura, su producción, su pensamiento literario. Pocos hechos de su biografía están fuera de la permanente ligazón que estableció Borges entre lo vivido y lo leído y escrito. Pasaron cosas interesantes en su transcurso, como en el de todas y todos los morales, pero él mismo escribió alguna vez que era al otro, a Borges, a quien le sucedían, y no a él, que sólo es el que escribe.
Nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, a poca distancia del actual edificio de Tribunales, en la calle Tucumán entre Esmeralda y Suipacha, y prontamente sus padres se mudaron a Palermo, a la calle Serrano, en “la manzana pareja que persiste en mi barrio: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga”. Allí se crió, con la mirada puesta en un jardín y, sobre todo, en una biblioteca, la de su padre, “de ilimitados libros ingleses”, donde él, que no asiste a la escuela hasta la edad de nueve años, aprende las primeras letras y gusta las primeras lecturas: Las mil y una noches, en la versión de Burton; los cuentos y novelas de Kipling, Dickens, Mark Twain; las leyendas de la literatura griega y escandinava; La isla del tesoro, de Stevenson; los cuentos de hadas de los hermanos Grimm; Los primeros hombres en la Luna, de H. G. Wells. Se iniciará en la lectura del español con el Poema del Cid y Don Quijote de la Mancha. Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, será el primer libro de literatura argentina que leerá.
EUROPA, LECTURAS Y ULTRAÍSMO
Conoció el campo en los alrededores de San Nicolás, pasó algunas temporadas de descanso en una casa con espejos de la localidad de Adrogué, y a los 14 años acompañó a sus padres y a su hermana Norah en un primer viaje a Europa; conoce París, el norte de Italia y van a la ciudad de Ginebra, donde el padre debía tratarse del mismo mal que él después padeció, la pérdida paulatina de la vista, y donde debieron quedarse porque estalló la Primera Guerra Mundial. De ahí que cursara el bachillerato en Ginebra, en francés, y debiese permanecer en el Viejo Continente hasta que el conflicto terminó. Esos años le permitieron un contacto estrecho con la lengua francesa (en ella leerá por esa época Tartarín de Tarascón, de Alphonse Daudet; Los miserables, de Victor Hugo; los poemas de Verlaine, los cuentos de Maupassant, las novelas de Flaubert y de Émile Zola, sin dejar la literatura en inglés, en la que frecuentará simultáneamente a Carlyle y a Chesterton), algo con la alemana, que aprendió con un diccionario francés-alemán, “para poder leer a Schiller, a Heine”, y luego, en el viaje de regreso, nociones del árabe.
También la lectura de ciertos libros que se imprimieron para siempre en su conciencia y que marcaron su literatura, especialmente El Golem, de Gustav Meyrink (aparecido en 1916), que lo guió por los primeros caminos de la Cábala.
En 1919 llega a España. Conoce Barcelona y Palma de Mallorca. Habita más tarde en Sevilla, donde toma contacto con el movimiento ultraísta, que por entonces constituye la vanguardia poética española y para cuyas revistas (CervantesTablerosCosmópolisGreciaUltra) traduce a los poetas expresionistas alemanes, y en ellas comienzan a aparecer poemas, cuentos y notas críticas del autor. De los hombres que lo forman (Rafael Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Gerardo Diego, Juan Larrea) se siente profundamente impresionado por el primero, aun cuando entre los sostenedores del ultraísmo se cuentan figuras como Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset. Esa afinidad, cuyas tan personales motivaciones no es difícil intuir, fue durable, y así lo podemos leer: “Iba a ser clérigo y luego colgó los hábitos y se hizo judío. Era un hombre del que uno tenía la impresión de que lo sabía todo y que lo había leído todo”. El mismo Cansinos Assens ha llegado a afirmar: “Ese gran maestro de la literatura que se llama Jorge Luis Borges, el cual me hace el gracioso honor de proclamarse mi discípulo”.
LA PRODUCCIÓN JOVEN
Cuando en 1921 regresa a Buenos Aires, publica con su hermana Norah, Guillermo Juan, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre, la revista mural Prisma, en la que aparece la proclama ultraísta, la que con modificaciones se repetirá en la revista Nosotros, en diciembre de 1921. Junto a los mismos Guillermo Juan y González Lanuza, y a Macedonio Fernández, antiguo amigo de su padre y uno de los hombres cuya personalidad ejercerá más influencia en él, funda la revista Proa, de la que, en su primera época, aparecen tres números entre agosto de 1922 y julio de 1923, y que reaparecerá más tarde, hasta septiembre de 1925. En 1923 se publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, poco advertido por la crítica del momento, aunque entusiastamente saludado en Revista de Occidente por Ramón Gómez de la Serna.
Ese año viaja por segunda vez a Europa, visita París, España y conoce Inglaterra. A su regreso, en 1924, funda la segunda edición de Proa, junto a Ricardo Güiraldes. Evar Méndez comienza la publicación de la revista Martín Fierro, donde colabora, interviniendo en la polémica Boedo-Florida. Esa publicación encabeza al grupo de Florida, en oposición al de cuentistas y poetas populares nucleados alrededor de la revista Los Pensadores. En 1925 aparece su segundo poemario, Luna de enfrente, e Inquisiciones, un libro al que el Borges posterior renuncia, que contenía sus iniciales preocupaciones por Joyce, Quevedo y Unamuno. En 1926 publica El tamaño de mi esperanza, también abandonado luego, en el que se recopilan ensayos sobre Góngora, Oscar Wilde y los argentinos Estanislao del Campo y Evaristo Carriego. En 1928 se conoce su importante trabajo sobre el habla nacional (fruto de una conferencia dada en el Instituto Popular de Conferencias en 1927) titulado El idioma de los argentinos, junto a otros ensayos y a un relato que, modificado después, dará lugar a su célebre “Hombre de la esquina rosada”. En 1929 publica Cuaderno San Martín, y entre 1930 y 1936, su Evaristo Carriego (1930), ensayos de Discusión (1932), “ejercicios de prosa narrativa” contenidos en Historia universal de la infamia (1935) y su “singular” Historia de la eternidad (1936).  En 1937 publica, en colaboración con Pedro Henríquez Ureña, Antología clásica de la literatura argentina y traduce, para la Editorial Sur, A Room of One’s Own, de Virginia Woolf, de quien ya había traducido Orlando el año anterior. Es de advertir que los tres poemarios citados, imbuidos por el localismo y el nacionalismo patriótico y lingüístico, contienen, tempranamente, algunos de sus poemas mayores (“El general Quiroga va en coche al muere”, “Muertes de Buenos Aires. I. La Chacarita. II. La Recoleta”, “Fundación mítica de Buenos Aires”).
LA VIDA DEDICADA A LAS LETRAS
En 1938 fallece el padre (quien nunca quiso que trabajara, sino que se dedicase a la literatura). Comienza a trabajar en una biblioteca municipal ubicada en la zona sur de la Capital. En las navidades, y debido quizás a su paulatina ceguera, sufre un accidente y una septicemia de la que tarda en reponerse. Algunos biógrafos, confirmados por él mismo, atribuyen al hecho el nacimiento de su literatura fantástica, por la circunstancia de que durante su convalecencia comienza los borradores de “Pierre Menard, autor del Quijote”, y de que en “El Sur” parece relatar el incidente con cierto detalle. En 1940 publica Antología de la literatura fantástica, en colaboración con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, que deviene, hasta hoy, un clásico. En 1941 aparece su primer libro de cuentos, El jardín de senderos que se bifurcan, que pasará a integrar más tarde el tomo Ficciones, con el que se postulará, sin éxito, para el Premio Nacional de Literatura, dominado por el realismo casi naturalista. En 1942 la revista Sur consagra la entrega a su desagravio; le rinden homenaje conocidos escritores de entonces: Samuel Eichelbaum, Eduardo Mallea, Ernesto Sabato, el uruguayo Enrique Amorim y el español Amado Alonso. Ese mismo año publica Seis problemas para don Isidro Parodi, con Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo común de H. Bustos Domecq. En 1943 aparecen Los mejores cuentos policiales, seleccio- nados y traducidos con Adolfo Bioy Casares, y una antología de cuentos de Kafka bajo el título de La metamorfosis. En 1944 publica Ficciones. Roger Caillois traduce al francés algunos de sus cuentos. Recibe el Gran Premio de Honor de la SADE, recientemente creado. En 1945 publica El compadrito en colaboración con Silvina Bullrich. En 1946, Dos fantasías memorables, con Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, y Un modelo para la muerte, bajo el seudónimo común de B. Suárez Lynch. Por disposición gubernamental es trasladado del cargo de bibliotecario al de inspector de ferias y mercados, y decide renunciar al puesto, por las razones políticas de la medida. En 1949 publica El Aleph. El magnífico cuento que da título al libro lo dicta desde su original manuscrito a Estela Canto, a quien está dedicado, y a partir de allí y de otros indicios se sostiene que estuvo enamorado de ella. Al año siguiente es designado presidente de la SADE, cargo eminentemente político en la oposición al gobierno peronista. En 1951 aparece La muerte y la brújula, colección de cuentos anteriores y, en colaboración con Delia Ingenieros (hermana de Cecilia, “pionera de la danza contemporánea”, con quien se dice mantiene una relación íntima y es mencionada por él como la que le sugiere la intriga de “Emma Zunz”), Antiguas literaturas germánicas. Aparece Ficciones en Francia, traducido por Paul Verdevoye y Néstor Ibarra. En 1952, los ensayos de Otras inquisiciones. En 1953 publica El Martín Fierro, con Margarita Guerrero.
DESPUÉS DE PERÓN, EL APOGEO
A la caída del gobierno peronista (septiembre de 1955) se produce un vuelco en las relaciones del  escritor con el mundo oficial: es nombrado director de la Biblioteca Nacional, y en 1956, profesor de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese mismo año recibe el Premio Nacional de Literatura y el título de doctor honoris causa de la Universidad de Cuyo. Mientras tanto, ha engrosado considerablemente su producción con diferentes textos: Los orilleros El paraíso de los creyentes (dos argumentos cinematográficos), y un Leopoldo Lugones. También ha sido incorporado a la Academia Argentina de Letras. En 1957 publica con Margarita Guerrero Manual de zoología fantástica. En 1960 se conoce un nuevo libro, El hacedor, que contiene numerosos poemas y escritos en prosa, y publica el Libro del Cielo y del Infierno, con Adolfo Bioy Casares. En 1961 aparece su Antología personal, colección de poemas y textos en prosa.
Con Samuel Beckett recibe el Premio Internacional de Literatura, otorgado por el Congreso Internacional de Editores reunido en Formentor. Ese mismo año, el presidente italiano Giovanni Gronchi le otorga el título de Commendatore. Es invitado a dar cursos en la Universidad de Texas y dicta conferencias en California, Columbia, Harvard, Washington y Yale. En 1962 es condecorado por el gobierno francés con la insignia de Comendador de las Artes y las Letras. Al año siguiente realiza un nuevo viaje a Europa. Visita Madrid, París, Ginebra, Londres, Oxford, Cambridge y Edimburgo, y dicta conferencias. Al regresar a la Argentina recibe el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. En 1964 publica una nueva selección de versos en Obra poética (1923-1964). Ese mismo año, la prestigiosa revista francesa L’Herne reúne colaboraciones de escritores argentinos y franceses dedicadas a analizar su obra en el número que le consagra.
En 1965 publica Literaturas germánicas medievales, en colaboración con María Esther Vázquez. (En más de una oportunidad, la colaboradora dará a entender que el escritor estuvo enamorado de ella.) En 1967 publica El libro de los seres imaginarios (una edición aumentada de Manual de zoología fantástica) y Crónicas de Bustos Domecq, en colaboración con Adolfo Bioy Casares. Se casa con Elsa Astete Millán, de quien poco tiempo después se separa. Viaja a los Estados Unidos, donde dicta un curso sobre poesía en la Universidad de Harvard. En 1968 aparece Nueva antología personal, y en 1969, Elogio de la sombra El otro, el mismo, “el que prefiero”. El mismo año vuelve a los Estados Unidos, donde participa en un Forum de poesía en Nueva York, y en la Universidad de Oklahoma en un seminario sobre su obra. Se inicia la publicación de sus Obras completas, en inglés.
EL ÚLTIMO BORGES
En 1970 publica un nuevo libro de relatos, El informe de Brodie. Recibe el Premio Interamericano Matarazzo Sobrinho en Brasil. En el transcurso de 1971 viaja nuevamente a Europa; dicta conferencias en Londres; la Universidad de Oxford lo designa doctor honoris causa. Viaja a Israel, donde recibe el Gran Premio de la Ciudad de Jerusalén. Publica otro libro de poemas en 1972, El oro de los tigres. En 1973 renuncia a su cargo de director de la Biblioteca Nacional. Recibe en la Ciudad de México el Premio Alfonso Reyes. En 1974 la Editorial Emecé publica en un solo volumen de más de mil páginas sus Obras completas. Al año siguiente la editorial Torres Agüero Editor publica sus Prólogos. Ese mismo año aparecen un nuevo libro de relatos, El libro de arena, y un libro de poemas, La rosa profunda. Durante 1976 publica Qué es el budismo, en colaboración con Alicia Jurado, Libro de sueñosDiálogos Borges Sabato y un libro de poemas, La moneda de hierro. Durante 1977 pronuncia una serie de conferencias en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, en las que habla sobre “La divina comedia”, “La pesadilla”, “La cábala”, “El budismo”, “Las mil y una noches”, “La poesía” y “La ceguera”. En junio aparecen los Nuevos cuentos de Bustos Domecq, escritos en colaboración con Adolfo Bioy Casares. Hasta su fallecimiento, el 14 de junio de 1986, en Ginebra, es de destacar su matrimonio con María Kodama, algún viaje al exterior y ciertos libros: Nueve ensayos dantescos (ensayos, 1982), La memoria de Shakespeare (relatos, 1983) y Atlas (libro de viajes, textos, 1984).
UNA LITERATURA
Como Virgilio, como Dante, como Shakespeare, como Flaubert, Borges es mucho más que un libro o muchos libros, una obra o una poética; es, aunque parezca altisonante decirlo, una literatura. Quizá sólo Franz Kafka comparta esa capacidad de representar en el siglo XX, con algunos textos, la literatura, sus problemas, sus interrogantes, su sentido.
Jóvenes, nuestras relaciones con él no fueron siempre unívocas ni pacíficas. El carácter ciertamente polémico de algunas de sus posturas públicas enmarañaba los contactos entre un escritor que en cada texto crecía y aquellos que lo leíamos con admiración pero queríamos leerlo también con cariño. Sólo más tarde, despejadas ciertas ortodoxias, puestas también en tela de juicio la idoneidad y, sobre todo, la coherencia y seriedad de las actitudes políticas, sociales, de Borges, comenzó a aclararse el panorama de la crítica borgeana en función de ejes más cercanos a la producción textual. Los aportes de la crítica estructuralista, menos glosadora y comentadora que descriptiva y funcional; la utilización de instrumentos que ofreció el psicoanálisis, aplicados ya no a las intenciones de un autor sino al inconsciente de la obra poética, que escribe más y diferente que lo que aquel dice o quiere decir; descongelamientos en el campo del marxismo y la consiguiente aparición de investigaciones no dogmáticas referidas a la producción artística, permitieron nuevas lecturas de su obra. Ella es hoy un componente indispensable en la formación de la conciencia estética de nuestra época y, como tal, insoslayable, omnipresente.
EL LEGADO
Pero como Borges no fue solamente un escritor de ficciones, sino también un inquisidor de la literatura y del lenguaje, abrió muchas puertas a las corrientes más avanzadas de la reflexión lingüística y filosófica, y pensadores como Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Michel Foucault, Umberto Eco o George Steiner encontraron en su obra fuentes de inspiración, incitaciones, motivos y estímulos para sus propias búsquedas. Así como directa o indirectamente las obras literarias de mayor peso lo suponen.
Ideas como la de la función originalmente mágica y poética del lenguaje (y, en consonancia, la vivencia de nuestro idioma como “una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”); debilitar las nociones de paternidad y de originalidad sugiriendo la continuidad subterránea y la unidad secreta del arte y del pensamiento (Gérard Genette); nociones como las del infinito literario, la inexistencia de un texto definitivo, las repercusiones incalculables de lo verbal, el libro no como objeto cerrado sino como pivote de las relaciones más diversas, la lectura como actividad y trabajo transformador, instalan las meditaciones borgeanas en el centro de las preocupaciones culturales de nuestro tiempo y reconocen su marca, su impulso.
Inagotable venero para pensadores, inquietante modelo para escritores, Jorge Luis Borges no deja, empero, una escuela detrás de sí, aunque su literatura, como la de Franz Kafka, la de Marcel Proust, la de James Joyce, la de William Faulkner, tampoco termina en sí misma. Creo que lo intuíamos quienes, en medio de las polémicas que muchas veces alzaron sus reaccionarias declaraciones y actitudes, nos animamos a afirmar que sus textos, viniendo de un hombre irremediablemente vuelto hacia el pasado, estaban destinados al porvenir.

Festival de Woodstock: 6 razones por las que el histórico evento sigue provocando fascinación 50 años después

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Redacción
amigos en WoodstockDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl festival destacó por su atmósfera de paz y amor.
Woodstock.
Cuando se escucha ese nombre, uno piensa inmediatamente en el festival de música que se convirtió en uno de los momentos más icónicos de la cultura contemporánea… y no en la pequeña localidad de 171 kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York que recibe ese nombre.
El evento, que se prolongó durante cuatro días en una granja lechera hace 50 años, aún genera acalorados debates en Estados Unidos y alrededor del mundo sobre el lugar que debe ocupar en la historia.
Pero, ¿por qué esa fascinación por un acontecimiento que muchos asistentes describieron como una experiencia más caótica que emblemática, entre la lluvia, el barro y las drogas?
Aquí te damos 6 razones que lo explican.

Un público enorme

Oficialmente denominado la Feria de Arte y Música de Woodstock, el evento fue organizado por un grupo de cuatro empresarios, liderados por el promotor Michael Lang.
El grupo se mostró dispuesto a financiar el evento a la luz del éxito de acontecimientos similares que empezaban a aparecer en Estados Unidos y Europa, como el Festival Internacional de Música Pop de Monterrey, que en 1967 logró reunir a una espectacular lista de grupos y artistas, entre ellos Simon & Garfunkel, The Who o Jimi Hendrix.
Lang y el resto de empresarios imaginaron un evento para 200.000 personas, e incluso después de que en la venta anticipada se vendieran 186.000 entradas a US$18 (alrededor de US$120 al cambio de hoy), no pensaron que mucha más gente acudiría.
Un técnico de sonido alrededor de miles de personas en Woodstock.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionSe estima que alrededor de 500.000 personas asistieron al evento.
De hecho, su objetivo era ya de por sí mucho más ambicioso que anteriores eventos. Monterrey, por ejemplo, tuvo muchos menos asistentes.
Solamente entre 7.000 y 10.000 tuvieron acceso al recinto donde se tocaba la música.
Se estima que 500.000 personas asistieron a Woodstock, que curiosamente se celebró en una granja lechera en la localidad de Bethel, 70 kilómetros al suroeste de la localidad que lleva ese nombre.
El enorme número de gente convirtió el festival, en un principio pensado como una iniciativa de la que sacar beneficio económico, en un concierto gratuito.
Para hacerse una idea de la enorme cantidad de público que acudió, un dato: por unos momentos, el lugar donde se celebró el evento se convirtió en la tercera ciudad más poblada en el estado de Nueva York.

Paz y amor

En 1969, los estadounidenses estaban profundamente divididos. Había un creciente malestar causado por la guerra de Vietnam y tensiones raciales que provocaron revueltas en 125 ciudades el año anterior, tras el asesinato de Martin Luther King.
Pese al pánico que invadió a los organizadores y a las autoridades cuando el área de Woodstock preparada para el festival se abarrotó de gente, el evento destacó por su ambiente pacífico.
Asistentes al festival de WoodstockDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl Festival de Woodstock se celebró hace 50 años pero aún sigue provocando fascinación.
Se registraron tres muertes: dos por sobredosis de drogas y otra se produjo cuando un espectador, que estaba durmiendo, fue atropellado por un tractor en un campo de heno cercano.
Las cuestiones logísticas no ocasionaron grandes problemas, lo que ayuda a explicar por qué Woodstock destacó.
Varios meses después, la violencia se desató en el Festival Altamont Speedway Free, un evento de California con los Rollings Stones como cabeza de cartel, en el que un asistente fue acuchillado y murió frente al escenario.

De película

Pero, además de sus grandes números y su buen clima, la fascinación por Woodstock también recae en gran parte en el documental oficial grabado durante el encuentro.
Póster del documental sobre Woodstock.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl documental sobre el festival ganó un Oscar.
Dirigido por Michael Wadleigh y editado por un equipo que incluyó a -entonces- quien se convertiría en uno de los pesos pesados de Hollywood, Martin Scorsese, el filme fue un tremendo éxito comercial, convirtiéndose en la quinta película más taquillera de EE.UU. en 1970.
También ganó el Oscar a Mejor Documental en 1971.

La fuerza de las estrellas

También ayudó que los organizadores de Woodstock lograran un cartel lleno de estrellas: Hendrix, The Who, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Still o Nash & Young estaban entre los nombres de artistas más destacados.
Jimi Hendrix actuando en 1969.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionJimi Hendrix fue uno de los grandes artistas que actuó en el festival.
Hendrix, de hecho, protagonizó uno de los momentos más icónicos del festival, gracias a su magnífica interpretación con la guitarra del himno nacional de Estados Unidos.
Algunos grupos que eran menos conocidos internacionalmente en la época también acapararon los focos: el legendario Carlos Santana, entre otros, impulsó su carrera gracias a su actuación en Woodstock.

El fracaso de las secuelas

El misticismo que aún rodea a Woodstock también se debe a sus "secuelas", que no estuvieron a la altura.
La celebración por el 25 aniversario del festival, en 1994, por ejemplo, se hizo más famosa por las luchas de barro y la presencia de patrocinadores corporativos que por otra cosa.
Cinco años después, la situación fue a peor: las celebraciones por el 30 aniversario estuvieron marcadas por los disturbios y la violencia sexual.
Una pareja en el festival Woodstock de 1999.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl Woodstock de 1999 estuvo marcado por los disturbios y el vanadlismo.
El evento que se programó para este año no llegó tampoco muy lejos: los esfuerzos de Michael Lang se toparon con todo tipo de problemas, desde la negación de permisos hasta noticias sobre el rechazo de artistas a acudir porque no se les pagaron sus comisiones anticipadas.
El 31 de julio fue cancelada la iniciativa.

Éxitos de ventas

Pese a que no habrá un segundo Woodstock, la marca del festival sigue estando en auge.
El comercio de productos vinculados con el festival original generan ventas de al menos US$20 millones al año, según la empresa que ha gestionado la mercadería de Woodstock durante 15 años, Epic Rights.
Recuerdos de Woodstock.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos recuerdos de Woodstock generan millones de dólares en ganancias al año.
Y este año se espera que las ventas lleguen a los US$100 millones por la redonda efeméride: 50 años de éxitos.
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Entrevista a Tamara Tenenbaum: “Nos vamos a tener que despedir de las formas de amar que ya no corren más”

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En su libro El fin del amor, querer y coger, la autora argentina escribe, con un formato ensayístico que recurre a la experiencia en primera persona, sobre los vínculos heterosexuales y los cambios en los modelos de relaciones.
Nacida en una familia judía ortodoxa, Tamara Tenenbaum tendría unos cinco años cuando comenzó a cuestionar las reglas que le imponía su educación religiosa y piensa que en esa etapa temprana se formó una subjetividad rebelde que la alejó de su destino previsible. Corría 1994 y la muerte de su padre marcó el comienzo de un quiebre con el pasado. Crecer entre mujeres fue un factor que influyó en su deseo profundo de entender la alteridad de los varones.
Licenciada en Filosofía, escritora y periodista argentina, destaca como referente feminista. En 2017 publicó su libro de poesía Reconocimiento de terreno, en 2018 ganó el premio Ficciones que le otorgó el Ministerio de Cultura argentino por Nadie vive tan cerca de nadie, y este 2019 publicó otro libro, esta vez de ensayo, acerca de las relaciones amorosas y el sexo en tiempo de revisionismo de hábitos patriarcales enquistados. El fin del amor, querer y coger en el siglo XXI (Ariel) sabe captar un aire de época, profundiza en los vínculos y en las dificultades contemporáneas para conectarnos, tanto desde la experiencia propia como la ajena, pero también recurre a bibliografía y funciona como una guía accesible de lectura que nos acerca al pensamiento de Michele Anapol, teórica del poliamor, o a la socióloga marxista Eva Illouz. Sin revelar nuevas verdades pero con un aporte bienvenido a la discusión, el libro de Tamara Tenenbaum tiene los condimentos necesarios para transformarse en un manifiesto feminista. El hilo de sus pensamientos ha encontrado eco, y la cantidad de ventas desde su publicación habla de un fenómeno más amplio que logra captar lectores entre las generaciones más jóvenes que se sienten representadas en el cuestionamiento de los paradigmas sobre el amor con los que crecimos.

El fin del amor: querer y coger, tiene un juego intencional de significados que tal vez no en todos los idiomas ni países se comprenda. Por un lado, habla de fin como final pero también como objetivo. Por otro, querer y coger implica un diálogo entre sentimientos y sexo. Imagino que habrán quedado varios títulos en el camino, ¿qué te llevó a elegir este? 

El subtítulo lo peleé yo, el título lo eligió mi editora, Ana Ojeda. Yo tenía en mente títulos más nerds, como amores precarios, o cosas así, que hoy un poco agradezco que me hayan vetado porque a mí me gusta que el libro funcione como una especie de caballo de Troya. Tiene una portada muy alegre, en algún sentido, y un título que es apto para todo público, a todos nos impacta; después adentro tiene un montón de referencias teóricas, una cantidad ridícula de notas al pie, entonces me gusta que haya quedado un título que no es pretencioso.
Lo elegí por varias cosas. Por un lado, porque siento que cualquiera lo levanta de una mesa de novedades porque sabemos que algo se está terminando, no sabemos bien qué es lo que va a quedar de los modos en que aprendimos a querernos históricamente. A veces nos olvidamos de que los modos que tenemos de coger y de querer están ligados a estructuras políticas, sociales, económicas. Y hoy que queremos un mundo más igualitario y más honesto, ¿por qué habríamos de sostener estructuras que sostuvieron a las parejas contemporáneas, del siglo XX, que nacieron con un determinado orden que involucra la sujeción de las mujeres? Es obvio que hay mucho de esas parejas, incluso partes emocionales que no van a sobrevivir a la abolición del patriarcado. Nos vamos a tener que despedir, hacer un duelo, incluso te diría, de esas formas de amar que ya no corren más. Lo que más me gusta del título es que evoca ese duelo, esa tristeza y esa pregunta.

De un tiempo a esta parte se empezó a cuestionar el amor romántico casi como si fuera un pecado mortal. ¿Es una categoría de amor en decadencia o se mantiene firme? 

Es loco lo del amor romántico, porque siento que se habla contra el amor romántico y a veces no entiendo si estamos usándolo todos de la misma manera. Yo lo que entiendo es que el amor romántico es un sistema de sujeción en el cual a la mujer se le enseña a tener como principal, quizás único, objetivo de vida, encontrar una pareja varón y subordinar todos sus deseos y aspiraciones a ese varón y a esa búsqueda. Creo que esa idea se acabó. O se está acabando, desde los años 60, pero es un proceso lento. Yo pienso en las mujeres incluso de la generación de mi madre, las que tienen cincuenta y pico de años, que se divorciaron masivamente en los 80 en la Argentina, con la idea de que su mundo se rompía para siempre, que había algo de su subjetividad y de su universo que se estaba quebrando, y que ya no eran mujeres completas ni realizadas. Eso se acabó y está bien que se acabe porque nos va a servir para amarnos mejor. El amor más bello es el amor libre, y no hablo solamente del poliamor, sino del amor que se puede ejercer con cierta libertad, del que se podría salir. Todos pueden o deberían poder organizar una vida en soledad. Eso no va en detrimento del amor, sino todo lo contrario, hace que nuestros amores sean más heroicos.

¿Cómo hace entonces el amor romántico para sobrevivir en pleno siglo XXI y fuera de la pantalla del cine? ¿Cómo serán las películas de boy meets girl con todas las variables incluidas, que reflejen nuestras maneras de vincularnos

Para mí, la libertad hace más difícil al amor, pero también más fuerte. En realidad el único obstáculo para el amor es la neurosis. Hay algo que puede seguir apareciendo en las películas, porque el deseo del otro siempre es una cosa muy compleja. Me interesa decir que el fin del amor romántico no es el fin del dolor por amor y el sufrir por amor. Va a seguir doliendo, no tiene que ser violento pero también duele, sobre todo cuando hay deseos que no van para el mismo lado, que es casi siempre.
Entonces yo creo que cada vez más películas van a ser “non-binary meets non-binary” y pueden seguir ocupándose de ese infierno que es el deseo del otro. Especialmente en una época cada vez más individualista en la cual estamos obsesionados con nuestro propio deseo, el deseo del otro es el gran problema siempre, es la parte que no podemos controlar en un siglo en donde queremos controlarlo todo.

Se habla mucho del lenguaje inclusivo ¿Consideras importante esa discusión? 

Yo tomé la decisión de no usar lenguaje inclusivo en mi libro. Muchas veces, cuando hablo de varones y mujeres hablo de os/as, o de personas, y cuando hablo de mujeres hablo en femenino. En mi vida cotidiana suelo usar la "e" para hablar en plural, como en “todes”; no suelo usar el universal masculino. Si no me animo uso el o/a, pero en general el universal masculino me hace ruido. A mí no me obsesiona el uso de la “e”, pero la uso quizás para ver qué pasa, la incomodidad que genera, el desafío a la autoridad y a la academia.
En mi libro no tenía sentido porque es profundamente heterosexual, es un libro que habla de los vínculos entre mujeres y varones. Y no hubiera sido justo ni correcto pretender que habla de otra cosa. Yo creo que el vínculo heterosexual tiene particularidades que tienen que ver, entre otras con que la historia está ligada a la historia de la norma, y no a la disidencia de los vínculos por fuera de la heterosexualidad. Si pongo en todos los pronombres tu chico/chica o chique, pareciera que para hablar de otros vínculos alcanza con cambiar los pronombres y no, si yo quisiera hablar de vínculos que no son heterosexuales tendría que haber escrito otro libro, porque los vínculos no heterosexuales no se organizan de la misma manera.


¿Piensas que arribaremos al tan mentado concepto de “deconstrucción” de Jacques Derrida? 

Estamos deconstruyéndonos, pero la deconstrucción no es un lugar al que se llega. Para Derrida nunca fue eso, no es ni siquiera algo que va hacia delante. Es algo que apareció como el uso más popular del término, pero la deconstrucción es una especie de virtud o voluntad en la cual estamos todo el tiempo cuestionando los cimientos de nuestras propias resistencias. Pero no termina, siempre es algo que está sucediendo, que no llega a ninguna parte. Ni siquiera queda claro hacia dónde va, así que no nos vamos a quedar en ninguna parte.

Es interesante tu propuesta acerca de la cultura del consentimiento frente a la cultura de la violación, que nos obliga a las mujeres a comportarnos como señoritas, a no provocar de ninguna manera a los hombres y tener miedo de salir solas, pero no los educa a ellos para no abusar de su poder. ¿Podrías desarrollar esa idea? 

Yo creo que los varones están cambiando mucho, también, y por eso yo trato de fomentar un feminismo que los incluya, que les permita participar del debate, incluso cuando se equivocan. Nosotras también somos hijas del patriarcado y nos equivocamos, y si nosotras podemos entendernos entre nosotras, también lo podemos hacer con los varones, que son nuestros pares: el privilegio masculino no les quita lo par, igual que a mí no me lo quita ser una chica de clase media universitaria cuando converso con alguien que no tiene privilegios. Podemos hablar y es importante que lo hagamos porque es la única manera en la que vamos a romper la cultura de la violación, que es en la cultura en la que crecimos varones y mujeres y que nos enseñó un rol para los varones y otro para las mujeres, donde el varón tiene que conquistar a toda costa. La cultura de la violación es algo que nos socializó a todos a tener un sexo que no queríamos tener. Charlo mucho con los varones acerca del imperativo de que siempre tienen que tener ganas. Salir de eso a la cultura del consentimiento es salir a la cultura de solamente tener sexo cuando queremos y con gente que quiere tenerlo con nosotros, así de sencillo. Y educarnos a nosotras para decir “no” cuando queremos decir “no” y a ellos a estar atentos a la incomodidad del otro. Todos tenemos que estar atentos al otro. 

Eres parte de una generación millennial que también le habla a los centennials, a los  adolescentes de hoy. ¿Crees que de la mano de ellos vendrá una revolución frente a los vínculos entre pares, o lo revolucionario será mantener relaciones conservadoras frente a la “precariedad de la vida”? 

Soy optimista y rescato cosas de lo nuevo, pero no tengo el fetichismo de la juventud. No creo que los centennials vengan a enseñarnos nada nuevo, como los millennials no vinimos a enseñarles nada a nuestras madres. Creo que la libertad es algo que se viene construyendo desde hace varias generaciones; de hecho, yo no estaría acá hablando con vos si mi abuela no hubiera sido una mujer económicamente independiente, incluso en un matrimonio anticuado. Era profesora de literatura y hace poco me contaron que les recomendaba a sus alumnas cuando se casaban que no dejaran de trabajar. Mi mamá fue a la universidad, se bancó mantenernos a nosotras solas. Su generación se divorció y usó métodos anticonceptivos. La libertad se monta sobre un montón de otras cosas; todos estamos aprendiendo.
Dicho eso, creo que los millennials y centennials estamos a veces en un lugar muy solitario y me parece que vamos a tener que reforzar la apertura hacia los demás, frente a esta posibilidad de apertura mentirosa que nos da la tecnología, de sentir que estamos compartiendo cuando en realidad estamos mostrando, que no es lo mismo.
Para mí lo revolucionario es abrazar la precariedad de la vida, de los vínculos. No la precarización económica y de los vínculos, como dice una filósofa que cito, que es Isabell Lorey. La precariedad metafísica que tiene que ver con que las cosas en el mundo se rompen, por suerte, porque significa que están vivas. Y que tenemos que tratar de construir vínculos que acepten esa precariedad, y no vínculos que traten de fijar lo que no se puede fijar, la idea de casarse para no separarse o cerrar la pareja para no tentarse. La sabiduría que espero que aprendamos las nuevas generaciones es aceptar esa precariedad.


Tamara Tenenbaum

Tamara Tenenbaum nació en Buenos Aires en 1989. Aunque su primer departamento estuvo en Chacarita su infancia transcurrió mayormente en el Once, donde todavía vive su mamá. A los 12 años probó el jamón por primera vez y supo que la calle San Luis no existía fuera de su barrio. Trabaja como periodista y docente universitaria y cuando puede pagarse el tiempo escribe libros. Se recibió de Licenciada en Filosofía por la UBA para no tener que ponerse creativa en las biografías, pero igual nunca se puede resistir.  


Roberta Flack la fascinante vida de la cantante que cambió el soul en Estados Unidos

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 | BBC Extra


Este documental de la BBC explora la fascinante vida de una de las figuras legendarias del góspel y del soul : Roberta Flack.
La cantante estadounidense marcó una época en el soul con grabaciones destacadas como "The First Time Ever I Saw Your Face", "Killing Me Softly" y "Feel Like Makin' Love.
Roberta Flack publicó el álbum "Killing Me Softly" en 1973. Este disco incluye el tema más conocido de su carrera musical : "Killing me softly with his song" que le dio un Grammy en a la mejor interpretación vocal femenina.




Internet Berners-Lee: “La Web ha perdido el rumbo: hay muchas cosas que han ido mal”

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Por 
Tim Berners-Lee habla durante el Web Summit de 2018 en Lisboa, Portugal.

Tim Berners-Lee fue el inventor de la World Wide Web, las famosas WWW que permiten navegar por internet. Pese a ser un optimista empedernido, critica los males que acechan en el mundo online


Este es un año ajetreado para Sir Timothy John Berners-Lee. Se cumplen 30 años desde que lanzó su propuesta para conectar los ordenadores del mundo y estableció la primera comunicación HTTP. Lo reclaman en las grandes conmemoraciones de aniversario, en eventos de todo el mundo y le piden que dé conferencias. En una de ellas nos encontramos con él, en el marco del Enterprise World 2019, organizado por la empresa de software OpenText en Toronto (Canadá). La conferencia es un repaso a la historia de la Web. Berners-Lee dispara manos, brazos y miradas para ilustrar los pasos que se dieron en aquel 1989. Después revisa la evolución de la blogosfera. Destaca "el espíritu increíble" que se vivía al principio: las cosas parecían muy prometedoras, el contenido perjudicial se filtraba por sí solo en la Red. No ocurre lo mismo ahora. Y sobre esto también tiene mucho que decir.
Han pasado 30 años desde la nacimiento de la Web. Si fuera un ser humano, ¿en qué etapa de la vida se encontraría ahora?
Lo que sé es que la Web no tiene el mismo nivel de madurez que un ser humano de 30 años. A lo mejor estaría saliendo de la adolescencia y habría tenido sus primeros problemas con la policía.
¿Por qué?
No hay un solo incidente que resuma todo lo que ha pasado. Hay muchas cosas que han ido mal: las filtraciones de datos en algunas compañías, los aspectos relacionados con la democracia, las cuestiones de privacidad, lo relativo a las minorías...
¿Las fake news y el caso Cambridge Analytica fueron la gota que colmó el vaso?
El escándalo de Cambridge Analytica hizo ver a muchos usuarios que los mecanismos detrás de las compañías que operan en la Web son más complejos de lo que parecen. Con las elecciones de Donald Trump y del Brexit, muchos ciudadanos que pensaban que la Web era una fuerza de la democracia se lo cuestionaron.
¿Son todos estos problemas la consecuencia de una mala evolución de la Web?
Sí. Durante los primeros diez años la evolución de la Web fue bastante beneficiosa. Después vino el crecimiento de diferentes fenómenos que hicieron que los parámetros cambiaran. Igual que ha cambiado la forma en que la gente reacciona y se conecta a internet y la forma en que se explota la Web y a los usuarios.
Uno de los aspectos transformadores ha sido la publicidad online.
Hay quien dice que desde el momento en que la publicidad apareció en internet la web empezó a viajar en una dirección equivocada. Al principio los anuncios eran molestos porque intentaban  venderte cosas que no querías o persuadirte de votar a otro partido. Ahora elclickbait es extremadamente molesto.
Todo esto tiene que ver con la dinámica de la publicidad online, que permite que las compañías usen nuestra información personal para ganar dinero. ¿Se necesita un cambio?
No. El hecho de que la gente se anuncie y haga negocio vendiendo productos es útil. La publicidad comercial me ayuda a encontrar cosas rápidamente, a comprar regalos para mi familia. El problema es la propaganda política. Si pudiéramos prohibir la publicidad electoral, si los políticos solo pudieran publicar documentos y participar en debates para convencer a los ciudadanos, nos iría mejor. En Reino Unido, por ejemplo, no se pueden anunciar en televisión. Si eres un partido político tienes que mostrarte en un debate o hacer una declaración.
Entonces, ¿está a favor de prohibir la publicidad política en ciertas plataformas de la Web?
Lo mejor para la democracia sería que la publicidad política en Facebook se desactivara. Hay muchas cosas que están mal en la forma en que los partidos utilizan la publicidad en esta red social.
Las formaciones políticas recurren a la microsegmentación en las redes sociales: catalogan a los usuarios que forman parte de su audiencia para conocerlos mejor y personalizan los mensajes que les llegan. Esto permite a los partidos políticos llegar hasta las audiencias que más les interesan y decirles lo que quieren escuchar. En España, recurren a esta herramienta desde los partidos ya consolidados (PP, PSOE, Cs, Unidas Podemos, ERC...) hasta los más pequeños (Equo, Pacma...). Pero es una estrategia que se utiliza a nivel global.
Facebook y Google son los dos grandes nombres que han sido la cara visible del problema. ¿Han acumulado demasiado poder los gigantes de internet?
Ha habido una consolidación, sí. Esto generalmente no es bueno para la innovación, pero puede cambiar. Echando la vista atrás se pueden ver momentos en los que ha habido un gran dominio por parte de algunas compañías, como sucedió con AT&T, Netscape, y después, Microsoft. Pero puedes encontrarte con que mientras te preocupas mucho por el aumento de poder de algunas compañías, empiezan a crecer otras.
Google y Facebook también quieren influir en el acceso a internet de millones de usuarios en países en desarrollo. ¿Qué se les debe exigir?
Que sean neutrales. Claramente lo que queremos es que cuando conectes a alguien a internet te asegures de que le das conexión a toda la Red [no solo a los sitios que les interesa a los proveedores]. Creo que no ha habido problemas con el Project Loon de Google. En cuanto a Facebook Free Basics, sé que la red social se ha dado cuenta de que se le ha criticado duramente por no ser neutral.
Si tuviera que pedir un deseo para la Web, ¿cuál sería?
Una corrección del rumbo. La Web se dirigía a sitios buenos, pero se ha salido del camino. Así que necesita cambiar su dirección. Para eso hace falta mucha energía, que muchos agentes trabajen dentro de la sociedad, en la regulación de la tecnología y en la comprensión de las redes sociales.

CREADORAS Las mujeres de la Bauhaus que la propia Bauhaus olvidó

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Ocultas tras el apellido de sus maridos, relegadas al diseño textil o sencillamente ignoradas. Descubrimos la conflictiva relación de la Bauhaus con las mujeres en el centenario de la fundación de esta escuela, que revolucionó la arquitectura y el diseño del siglo XX

Una estudiante posa con una máscara del Ballet Triádico, de Oskar Schlemmer, sentada en la silla Wassily, de Marcel Breuer, en los años 20.


Este año se celebra el centenario de la Bauhaus, la escuela de arquitectura y artes aplicadas que promovió el funcionalismo, y de la que salieron figuras imprescindibles en la historia del diseño. Muchas de estas fueron mujeresemancipadas y con vocación artística, que se matricularon atraídas por las promesas de igualdad de los folletos del centro educativo más progresista de la época. Con el tiempo, en cambio, se enfrentaron a una actitud ambigua por parte del profesorado y, en la mayoría de los casos, a la invisibilidad y la falta de reconocimiento público de su trabajo.
Jugaban al tenis, llevaban el pelo corto, vestían pantalones, iban al cabaret, escuchaban jazz y eran dueñas de su propia sexualidad. Eran las 'flappers', el prototipo de mujer moderna que exportó el cine mudo americano en la gran pantalla y que las jóvenes alemanas asumieron sin pestañear. Con la Primera Guerra Mundial —el reclutamiento de hombres para el frente y las necesidades industriales derivadas del conflicto bélico— las mujeres salieron de casa y accedieron a esferas hasta entonces solo reservadas para los hombres. Por su parte, la Constitución de Weimar de 1919 había dado un paso de gigante en su emancipación, reconociendo sus derechos a voto y a estudiar en cualquier centro educativo.
En ese escenario nació la más revolucionaria escuela de arte y diseño que haya existido nunca: la Bauhaus, un volantazo educativo y pedagógico basado en la experimentación y la creatividad, que buscaba englobar toda la actividad artística en una nueva arquitectura reunificando todas las disciplinas artesanales —escultura, pintura, artes aplicadas y manuales— "como partes inseparables de la misma" y "sin fronteras entre arte monumental y decorativo".
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Las tejedoras en la escalera dela Bauhaus, 1927. T. LUX FEININGER / BAUHAUS-ARCHIVE, BERLÍN
Una utopía que apenas duró 14 años, ya que, reprimida por las fuerzas nazis, que la tacharon de "nido de comunistas", echó el cierre en 1933 dejando, eso sí, un bonito cadáver: tres sedes —Weimar, Dessau y Berlín—, otros tantos directores de altura —Gropius, Meyer y Mies van der Rohe— y un legado que la sitúa como un referente indiscutible de la arquitectura, la tipografía, el diseño industrial, al que siguieron (seguimos) mirando de reojo en busca de musas e inspiración un siglo después.
"La Bauhaus no fue la primera escuela de diseño", aclara Isabel Campi, diseñadora, historiadora de arte, presidenta de la Fundación Historia del Diseño, que no ha parado de estudiar la Bauhaus desde hace 40 años. "Había otras, pero esta fue tan importante porque fue muy dogmática, dejó muchos testimonios escritos, y tuvo grandes profesores, como Klee y Kandinsky. Además evolucionó rápidamente, empezando como escuela de artes aplicadas de vanguardia, mutando hacia una enseñanza metodológica y terminando como una escuela de arquitectura".
Tampoco fue la primera escuela superior mixta de Alemania, pero sus requisitos de admisión dejaban meridianamente claro que abrazaban con igual fraternidad a "todas las personas sin antecedentes, sin limitaciones de edad ni sexo, cuya preparación sea considerada suficiente por el consejo de maestros de la Bauhaus y mientras se disponga de plazas suficientes".
Folletos con sugerentes eslóganes como "¿Estás buscando la verdadera igualdad como mujer estudiante?" eran la horma del zapato de estas jóvenes recién emancipadas con inquietudes artísticas. Algo que se dejó notar ya desde el primer curso, en el que el número de matrículas femeninas fue bastante similar al de masculinas (51 mujeres frente a 61 hombres).
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Autorretrato de Marianne Brandt en su estudio de Gotha. |VG BILD-KUNST, BONN 2019 / BAUHAUS-ARCHIVE, BERLÍN
Pero, ¿fue real esa igualdad que prometían? La respuesta correcta es: con matices. Si bien a priori la escuela no hacía distinciones por cuestión de género, cuando Walter Gropius —el fundador— y sus camaradas se dieron cuenta de que aquello de admitir a las mujeres se le estaba yendo de las manos tomaron medidas. "Había entre el profesorado señores que venían del siglo XIX, con otra mentalidad", explica Campi, "y tenían miedo de dar una imagen de escuela femenina de artes aplicadas porque ellos querían destacar como una escuela superior de arquitectura". Su terror, según expresó el escultor Oskar Schlemmer, era que "dos talleres, el de cerámica y el de tapicería, se convirtieran en los más populares de la escuela".

"Aquí hay demasiadas mujeres"

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Autorretrato de Lucia Moholy, en 1930. | VG BILD-KUNST, BONN 2019 / BAUHAUS-ARCHIVE, BERLÍN
El propio Gropius afirmó: "Es necesaria una estricta selección, sobre todo en cuanto al número demasiado elevado del sexo femenino […]. No debemos hacer experimentos innecesarios". Así, las leyes darwinianas del "sexo fuerte y el sexo bello" debían encargarse de ir haciendo la criba natural (al fin y al cabo, según llegaron a defender algunos de sus integrantes, ellas no estaban capacitadas para la visión tridimensional). Esta selecciónconsistía en empujar sutilmente a las mujeres después de terminar el curso común hacia los "talleres femeninos"—como el textil o el de cerámica—, mientras que los de metal o carpintería quedaban reservados mayoritariamente para los hombres.
Esto no evitó que algunas se rebelaran, como Marianne Brandt, la primera mujer admitida en el programa de metalistería de la Bauhaus, cuyos diseños todavía comercializa hoy Alessi. El libro Bauhaus Gals, de Patrick Rössler, que edita este año Taschen, recoge su historia junto con la de cerca de 90 artistas y artesanas, a través de textos y retratos, descubiertos recientemente en los archivos de la escuela.
La de Lucia Moholy, por ejemplo, quien "tomó fotografías emblemáticas de los edificios de la Bauhaus pero pasó el resto de su vida intentando recuperar los negativos que le fueron ocultados", cuenta el trabajo de Rössler.
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Gertrud Arndt en su serie de autoretratos teatralizados, Dessau 1930. | THE ART INSTITUTE OF CHICAGO. DAVID TRAVIS FUND. © 2014 ARTISTS RIGHTS SOCIETY (ARS), NEW YORK/VG BILD-KUNST, BONN
Aunque en la mayoría de los casos sus nombres quedaron a la sombra del de sus maridos, sus piezas fueron atribuidas a "la Bauhaus" y su reconocimiento les llegó muy tarde, "en general consiguieron salirse con la suya y labrarse su camino", considera Campi.
La universidad intentó disuadir a Gertrud Arndt de estudiar arquitectura, pero brilló como fotógrafa y diseñadora de alfombras. Algunas de las que habían llegado con la vocación de ser pintoras o arquitectas pasaron al plan B e hicieron de la rueca y de la aguja sus instrumentos de expresión… y brillaron, incluso convirtiendo el taller en "uno de los mejores gestionados y el que mejor hizo el tránsito de la arquitectura al diseño", según Campi.

El arte textil que conquistó el MoMA

Una de ellas fue Anni Albers, la primera artista textil en exponer individualmente en el MoMA (1949) y cuya exposición retrospectiva se pudo ver en Tate Modern (Londres) hasta el 27 de enero. Fue alumna de Paul Klee, y con él consiguió desarrollar su propia línea creativa hacia la abstracción. Apabulló con su diseño de un tejido insonoro, reflectante y lavableconcebido especialmente para auditorios y desarrolló un estilo propio y personal que seguiría cultivando durante toda su vida, incluso en Estados Unidos, a donde tuvo que emigrar junto a su marido por la persecución nazi. Allí dio clases en la vanguardista Black Mountain College, la escuela que recogió el testigo de la Bauhaus en el exilio, que alternaba con viajes a Sudamérica para seguir aprendiendo técnicas de civilizaciones precolombinas. Hoy nadie pone en duda su obra.
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Habitación para los niños de la casa Haus am Horn, con los muebles diseñados por Alma Buscher.
También comenzó en el taller textil Alma Buscher, quien sin embargo pronto se dio cuenta de que los hilos no eran lo suyo. Quería "más madera" (literalmente), y dio el salto al taller de carpintería, donde enseguida destacó con sus diseños sagaces y escandalosamente modernos de marionetas y juguetes para niños, que se siguen fabricando hoy.
Su principal obra fueron los muebles de la casa Haus am Horn para la Exposición de la Bauhaus en 1923, toda una declaración de intenciones de los principios de la Bauhaus: un diseño para una vida relativamente asequible desde el punto de vista económico. Se podía ver por ejemplo en la distribución, que mantenía la habitación de los niños en el campo visual de quien estuviera en la cocina, una solución para aquellas familias que no podían permitirse contratar personal de servicio (algo que a su vez definía el rol de la mujer en la familia).

El precio de intentarlo

Batallar en campo de hombres implicaba demostrar el doble para mantenerse a flote y crecer. Marianne Brandt aceptó el reto. No le valía estar en otro equipo que no fuera el de Vulcano, y se batió el cobre bien batido hasta que la admitieron en el taller de metal. Esto le costó no pocas novatadas, como que le mandaran hacer todas las tareas repetitivas y tediosas con la esperanza de que tirara la toalla. Al final, hasta su profesor, el escultor László Moholy-Nagy, tuvo que rendirse a la evidencia y reconocer que tenía ante sus ojos a una superestrella, que incluso acabaría sustituyéndolo en su cargo.
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Silla Barcelona, firmada por Mies van der Rohe, y que algunos atribuyen a su pareja, Lilly Reich. En la imagen está en la reconstrucción que se hizo en 1986 del pabellón alemán que diseñaron ambos para la Exposición universal de Barcelona de 1929. | VILANOVA PEÑA
Su extraordinaria capacidad para unir funcionalidad y diseño hizo que sus icónicas piezas se siguieran produciendo incluso durante el periodo de entreguerras. Ella es la creadora, nada menos, que de la lámpara de mesa Kandem 702, además de la tetera M 49 y de juegos de café y ceniceros que se exponen entre terciopelos rojos en el MoMA y en el Metropolitan Museum of Art (Met) de Nueva York. Aunque todos sus objetos son reconocidos como algunos de los superventas de la escuela en las épocas de Weimar y Dessaudurante mucho tiempo no le fueron atribuidas y se firmaron con el nombre genérico de Bauhaus y no con el que merecían: Marianne Brandt.
Algo parecido sucedió con Lilly Reich, a la que se ha considerado como "esa gran mujer al lado de Mies van der Rohe". Fue su pareja y también su colega en algunos de sus proyectos más importantes en la década de los 30, como el Pabellón de Alemania en la exposición de Barcelona, la Casa Tugendhat, la Casa Lange o el Café de Terciopelo y Seda, y llego a ser directora del departamento de Diseño de Interiores de la Bauhaus, aunque su nombre ha tardado en trascender.
"Su obra desapareció y fue una investigadora del MoMA la que descubrió, cuando seguía la pista a la documentación de Mies van der Rohe, que había muchos bocetos firmados como L.R. En mi opinión los trabajos de ambos, como en cualquier estudio de arquitectos actual, se fusionan, y puede, por ejemplo, que Mies van der Rohe hiciera la estructura de los muebles y ella, los trenzados y tapizados", explica Campi. Otros historiadores, como Albert Pfeiffer, ven su sombra más alargada y sugieren que no fue él, sino ella, quien diseñó dos de las sillas más emblemáticas de la Bauhaus: la Barcelona y la Brno. ¿Quizás algún día haya quien se refiera a Mies van der Rohe como "ese gran hombre al lado de Lilly Reich"?
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Sueño Nº 28, Amor sin ilusión, 1951, de Grete Stern. | JORGE MARA GALLERY
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Al frente, Otti Berger, artista textil, estudiante y luego profesora de la Bauhaus, y Lis Beyer, también del taller textil, en una barca en el río Elbe en 1927. | BAUHAUS-ARCHIVE, BERLÍN
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La fotógrafa Ellen Rosenberg, conocida como Ellen Auerbach, por su nombre de casada. | KARL-HUBBUCH-STIFTUNG, FREIBURG / MÜNCHNER STADTMUSEUM, SAMMLUNG FOTOGRAFIE
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La fotógrafa Hilde Hubbuch en la casa Haus der Rheinischen Heimat, Colonia, 1928. | KARL-HUBBUCH-STIFTUNG, FREIBURG / MÜNCHNER STADTMUSEUM, SAMMLUNG FOTOGRAFIE
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La artista textil Elisabeth Kadow fotografiada por Annelise Kretschmer en 1929. | MUSEUM FOLKWANG ESSEN/ARTOTHEK
https://elpais.com/elpais/2019/02/04/icon_design/1549295232_577771.html



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