El mundo académico de la filosofía tardó tiempo en asimilar que uno de los grandes filósofos del siglo XX, el alemán Martin Heidegger (1889-1976) —autor del rompedor Ser y tiempo (1927)—, simpatizó con el nazismo y aclamó a Hitler. Sólo fue un “error pasajero”, dijeron al principio, ya que el propio filósofo así lo dejó dicho en su célebre entrevista para Der Spiegel. Sus admiradores se tragaron el hueso: peccata minuta si fue nazi circunstancial y a medias; además, él mismo escribió: “Hay grandeza en el errar” y “el extravío es el regalo oculto de la verdad”. Otro delicado asunto ha salido a la luz con la publicación en Alemania desde 2013 de las sucesivas entregas de los
copiosos Cuadernos negros: Heidegger, además de nazi, también fue antisemita. Así parecen mostrarlo algunas anotaciones (pocas, pero relevantes) que salpican aquí y allá los pensamientos misceláneos de estos
Cuadernos, y así lo ven estudiosos como Peter Trawny, Donatella di Cesare y Nicolás González Varela en sus interpretaciones. Es menester añadir que, en efecto, a Heidegger hay que “interpretarlo” sin descanso, pues la claridad de estilo no se contó entre sus cortesías (si es que tuvo alguna); escribía en una jerga particular, críptica y oscura hasta para los iniciados.
Trotta comenzó en 2015 la publicación de los Cuadernos negros en castellano, ahora ve la luz el segundo volumen de los cinco proyectados, con notas de 1938 y 1939. En Alemania van ya por la cuarta entrega. Con la aparición allí del tercer volumen (Schwarze Hefte, 1939-1941) comenzó el escándalo, pues incluye entradas filosóficas con referencias explícitas y poco laudatorias a “los judíos” y “el judaísmo”. Trawny fue el primero en airear estos pasajes y extrajo la conclusión de que Heidegger desarrolló un antisemitismo teórico y filosófico (“ontohistórico”) al comienzo de la II Guerra Mundial, que más adelante ocultó (¿por vergüenza?). Su antijudaísmo habría sido sólo de carácter metafísico, ni racial, ni biológico, y “secreto”, no interfirió en su filosofía esencial. Di Cesare y Varela van más allá: a la luz de las nuevas evidencias, sostienen que toda su filosofía admite una lectura antisemita.
Hasta hace poco tiempo era impensable un Heidegger antijudío; es más, sus numerosos alumnos y discípulos judíos lo liberaron de dicha culpa. ¿Cómo hubiera vuelto a tratarlo Hannah Arendt —examante judía del filósofo— después de la guerra, sin estar convencida de que él nunca los odió?, se pregunta Trawny. Tampoco Hans Jonas ni Paul Celan lo tacharon de antisemita; sin embargo, sólo ahora se ve que Heidegger profesó un antisemitismo que, aunque revestido de metafísica todo lo que se quiera, en el fondo nada se diferenciaba del que admitían gran parte de los alemanes que siguieron a Hitler en busca de una “gran Alemania” no sometida al “yugo” de otras potencias, insuflado por los tópicos antisemitas difundidos por la propaganda nazi.
Según explica la profesora Di Cesare en su demoledor libro, Heidegger pertenece a una “corriente histórica alemana” de aversión al judío en la que se inscriben Kant, Hegel, Schopenhauer y hasta Nietzsche con su postrer “anti-antisemitismo”. Estos grandes filósofos albergaron prejuicios contra la “raza maldita”: por ejemplo, que los judíos son hábiles mentirosos y se enmascaran para embaucar a los incautos. Heidegger elevó este prejuicio —entre otros— a escala metafísica; a su entender, los judíos eran culpables del “olvido del ser”; con sus patrañas y mentiras filosóficas serían los abanderados de esa “metafísica” que ha ensombrecido al ser verdadero en su historia. Los judíos son “calculadores”, escribe Heidegger en 1941 (en uno de los textos más polémicos), y ese “calcular” estremece asimismo “la historia del ser” y es parte esencial de la Machenschaft o “maquinación” —una de las caras de “la técnica”— que “manipula la vida” y “conspira” para dominar el mundo y borrar del mapa a Alemania. Pero los judíos no están solos en su pisoteo del “ser” —Heidegger escribe en los Cuadernos negros una forma antigua de la palabra alemana Sein:“Seyn”, con ello da a entender que se ha perdido el sentido originario del término. Ciria lo traduce por “diferencia de ser”—. A los judíos los apoya “el bolchevismo” (“el judeobolchevismo internacional”) junto con “América”. Estas potencias causan la guerra mundial y la oscuridad que reina en un mundo del que “han huido los dioses” de Hölderlin, aniquilados por “el cristianismo” (otro conspirador). ¡En fin!
Un recorrido por los “pensamientos y reflexiones” de los Cuadernos negrosestremece, y no sólo por la perspicacia sui géneris del gran filósofo al diagnosticar la política de su tiempo, ni por su antijudaísmo, más bien es a causa de su enrevesamiento y plúmbea gravedad; sin que nunca transmitan un sentimiento de alegre levedad, machacan al lector con redundancias infinitas sobre el olvido del Seyn. Los comentaristas se preguntan cómo es que Heidegger dio permiso para publicar estos cuadernos como corolario a sus obras completas (más de 100 volúmenes). ¿Había olvidado parte de lo que allí escribió?, ¿fue una manera taimada de revelar la verdad secreta de sí mismo? Lo cierto es que en esto del antisemitismo, engañó a todos, amigos y enemigos.
Dolió mucho en círculos intelectuales que, tras la guerra, y sometido también él a un proceso de “desnazificación” por los aliados, Heidegger no se pronunciara en contra del Holocausto. Manifestó que no veía necesidad de hacerlo porque mientras que los antiguos nazis clamaban sus disculpas, él no tenía nada que reprocharse. En sus libretas negras de 1945, sin embargo, sí dejó traslucir su dolor por la derrota de Alemania, convertida según él en “campo de concentración” a merced de “americanos y rusos”. Pero ningún lamento por los judíos. Si éstos murieron, también los alemanes: “La sangre joven más valiosa de la nación”. ¡Todos en paz! Su clamoroso silencio hirió entonces a la filosofía. Ahora es el propio Heidegger quien ha quedado herido de muerte para siempre. Sus lectores tendrán que apencar con su antisemitismo, con una filosofía unida al drama político de la historia y con un personaje mucho más mendaz de lo que pensábamos.
Encuentros con Heidegger
Por Rodolfo Alonso *
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Martin Heidegger, René Char y Paul Celan. |
“En el curso de mi viaje a Francia”, escribe Martin Heidegger (1889-1976) en 1955, “estaría muy contento de conocer a Georges Braque y a René Char.” (Es decir, un pintor riguroso y ejemplar, mentor de la más pura vanguardia, y un poeta excepcional, activo militante juvenil en el surrealismo, que iba a abandonar por otras cumbres, y no mucho después heroico comandante del maquis, que combatió la ocupación nazi hasta su fin.) Se vieron con Char en el jardín de otro filósofo, Jean Beaufret, quien recuerda: “Bajo las ramas de un castaño, un filósofo y un poeta hablan de lo que saben y de lo que son.” Y señala que ambos “aprenden la lengua de su diálogo.”
Después habría tres encuentros más, siempre en verano. En 1966, y a invitación de René Char (1907-1988), primera permanencia de Heidegger en Thor, cerca del entrañable L´Isle-sur-Sorgue, en Provenza, lugar natal del poeta. En 1969, última de las tres estadías en Thor. Beaufret, François Fedier, François Vezin, Patrick Lévy y otros, participaron de los seminarios y entrevistas. En 1959, Char es vertido por primera vez al alemán. Entre sus traductores se encuentra el más que significativo poeta Paul Celan (1920-1970). Toda su familia fue tragada por el infierno de Auschwitz y él mismo había escapado por milagro. Pero hilos más sutiles que la traducción terminarían relacionándolos. Celan escribe a su mujer el 2 de agosto de 1967: “La lectura en Friburgo tuvo un éxito excepcional: mil doscientas personas me escucharon durante una hora conteniendo la respiración, después, Heidegger vino hacia mí”. La carta se detiene en ese punto. Era inusual que el filósofo acudiera a oír poetas. Paul Celan lo visita en su cabaña de la Selva Negra, y aunque se negó a fotografiarse juntos, a esa reunión alude su poema Todtnauberg. Para George Steiner hubo dos encuentros más (Heidegger volvió a escucharlo), en junio de 1968 y marzo de 1970, un mes antes de que Celan se arrojara finalmente al Sena.
Según Steiner: “Somos testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía y la filosofía en el pensamiento occidental (un fenómeno exquisitamente ‘triangular’ si tomamos en cuenta las inspiradas traducciones que Celan hiciera de Char)”. Y más adelante, “Cuando René Char, el gran poeta francés y líder de la Resistencia le dio la bienvenida a Heidegger, el gesto fue de fascinación anárquica y carismática reciprocidad. Char no sabía alemán; Heidegger hablaba poco francés. Ambos reverenciaban a Heráclito y la luz del sol.”
Steiner no se ahorra hoy ninguna afirmación sobre el nazismo del filósofo. ¿En ese entonces Char no intuía lo mismo que Celan? La cuestión sigue abierta, pero algo es real. El miércoles 26 de mayo de 1976, René Char despedía al filósofo con estas palabras: “Martin Heidegger ha muerto esta mañana. El sol que lo ha acostado le ha dejado sus útiles y no ha retenido más que la obra. Ese umbral es constante. La noche que se ha abierto ama de preferencia.”
Como las intensas, inmensas preguntas que inquietaron a los tres toda su vida, quizá también a nosotros sólo nos quedan más preguntas.
* Poeta, traductor, ensayista.
Martin Heidegger (Messkirch, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de septiembre de 1889 - Friburgo de Brisgovia, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de mayo de 1976) fue un filósofo alemán, considerado, junto con Edmund Husserl y Ludwig Wittgenstein, como el pensador más influyente del siglo XX y de la filosofía contemporánea. Tras sus inicios en la teología católica, desarrolló una filosofía que influyó en campos tan diversos como la teoría literaria, social y política, el arte y la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño, el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia.
Los negros cuadernos de Heidegger
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Martin Heidegger
Las obras completas Martin Heidegger, las famosas Gesamelte Werke, sin incluir la correspondencia, se extienden por 94 volúmenes, con cientos de apretadas páginas cada uno. Las de Hegel y Nietzsche no son más breves. Los alemanes son así, no escriben libros, escriben bibliotecas. El mismo autor participó en el proyecto de la edición, al lado de su hijo, el Dr. Herman Heidegger, otros miembros de la familia, y un pequeño y cerrado círculo de colaboradores del maestro.
Entre las indicaciones del autor, la más misteriosa fue la de disponer, para el final de la empresa, la publicación de treinta y cuatro cuadernos empastados en hule de color negro, los codiciados Schwarze Hefte(Cuadernos negros), escritos a lo largo de treinta años y rigurosamente inéditos. Para los lectores del “rey de la filosofía” (Hanna Arendt), el interés no podía ser exagerado. ¿Por qué Heidegger, quien nunca fue tímido, más bien lo contrario a la hora de publicar sus escritos, seminarios, cursos y conferencias, decidió publicarlos de manera póstuma?
Sobre una serie de cuestiones, el filósofo había estado lejos de ser transparente. Especialmente, en el alcance de su vinculación con los nazi, y la influencia de su ideología en su breve desempeño como rector de la Universidad de Friburgo. Para los críticos más radicales, el proyecto heideggeriano sería indisociable de la irracionalidad milenarista de los ideólogos nazis. Es el caso del profesor Victor Farías en su no exento de fanatismo Heidegger y el nazismo. Para otros, como George Steiner y la misma Arendt, la cuestión no era tan sencilla y podría tratarse de una lectura parcial, estimulada por el tono oracular, a menudo impenetrable, de la escritura de Heidegger. En vivo, a pesar de las reiteradas demandas, el filósofo nunca ofreció explicaciones. Ahora, muerto, algunos de sus admiradores esperaban que lo hiciera. La lectura de los Cuadernos negrosno los hará sentirse más tranquilos.
Los Cuadernos negros, siguen una progresión cronológica, pero no debemos asumirlos como diarios, sin embargo. En ningún momento se señala el día en que fueron escritas las entradas, limitándose a indicaciones de los meses y el año. Recuerdan a los copiosos y maravillosos Notebooks de Coleridge. No son pocas las coincidencias y muchas las divergencias. La primera y definitiva, es que tomó años a la profesora Kathleen Coburn y poner orden al opiáceo caos de los papeles de Coleridge; mientras que el pensador alemán dejó todo listo para la publicación. Al final, son dos magníficos monumentos a las capacidades del ingenio humano. Por su parte, más discreta, la profesora Hanna Arendt, seguramente conocedora de los Cuadernos, gracias a su privilegiada relación con Heidegger, escribió los suyos que serían publicados, también de manera póstuma, como Denktagebuch (Diario de pensamientos), un título que se justifica por el interés de la autora en señalar el día de sus entradas. En el caso de Arendt, las notas fueron escritas a lo largo de veinte años, mientras que al maestro le tomó cuatro décadas. En las primeras entradas de ambos “diarios” filosóficos se nos ofrece una buena idea del ideario de ambos de cada uno. Arendt, en junio de 1950:
El mal radical es lo que no ha debido producirse; es decir, aquellocon lo que no nos podemos reconciliar;con lo que nunca, bajoninguna circunstancia puede aceptarse como un destino; antelo que uno no puede guardar silencio.
Para la leída autora de Eichmann en Jerusalén las prioridades son éticas. La vida activa y la contemplativa son expresiones de este ethos. Una preocupación que se reitera en sus mejores libros. Por su parte, Heidegger en la primera página de los Cuadernos, de acuerdo a la edición italiana de Bompiani (hay traducción castellana en Editorial Trotta), fechada en octubre de 1931:
¿Qué debemos hacer?¿Quiénes somos?¿Por qué debemos ser?¿Qué es el ente?¿Por qué ocurre el ser?
De estas preguntas procede de forma unitaria el filosofar.
Y será esta, precisamente, una de las preocupaciones centrales de Heidegger en el primero de los cuatro tomos de los Hefte, ese “olvido del ser”, esa lamentable circunstancia que sólo puede ser superada a través de la vieja aletheia (develación) de los griegos, la cual ha sido desterrada por la “tiranía de la técnica”. La misión del filosofar es volver la aletheia al centro de la metafísica occidental, “osándose a todo”; el cual es, tomado de Platón, el epígrafe de la obra. Al parecer, en el ejercicio de este “osar”, Heidegger, durante estos años que coinciden con los de su efímero rectorado, llegó a creer que el nazismo y Hitler, su profeta podían propiciar el regreso de la “verdad del ser”:
Es una gran fortuna y experiencia que el Führer hayaestimulado una nueva realidad que coloca nuestropensamiento en el camino correcto con la fuerza de unimpacto. De otra manera, con toda su profundidad, habríapermanecido extraviado en sí mismo, y sólo con grandesdificultades habría encontrado el modo de ser eficaz.
(otoño 1932)
Se ha querido ver en esta “simpatía por el diablo”, una expresión de la adhesión de Heidegger a la ideología nazi; pero, en el mismo 1932, el filósofo manifestaba sus reservas ante las pretensiones del movimiento encabezado por Hitler:
En qué sentido el nacionalsocialismo no puede ser nuncael principio de una filosofía, sino que debe ser puesto por debajode la filosofía como principio. En qué sentido, por otra parte,el nacionalsocialismo puede ciertamente revestir determinadasposiciones y pueda así alcanzar una nueva posición fundamentalen el enfrentamiento con el ser… (sólo en tanto) entienda serverdadero, cuando sea capaz y esté en capacidad de prepararuna verdad originaria y darle curso.
Las referencias a Hitler no se repiten en este primer tomo de los Cuadernos, y a partir de 1936 es posible sentir un cierto distanciamiento que no llegaría a la total ruptura. Esta “filiación oscura¨ le ha sido criticada a Heidegger con entusiasmo digno de mejores causa. Se tiende a olvidar que casi toda Alemania y casi toda Europa sentía una terrible atracción por el Führer. En algunos casos, como Italia, de manera directa, y en otros, como Inglaterra y Francia, de manera escandalosa. Se justificaba el proyecto nazi con el argumento de que Hitler era la única defensa del cristianismo ante la amenaza del ateísmo comunista. En su apreciable introducción al filósofo, George Steiner se refiere con lucidez al polémico asunto:
El engaño y la presunción de Heidegger consistieron en creer que podía influir en la ideología nazi… Era un necio error… Pero, para noviembre de 1933, ya no se sentía nada bien entre sus colegas nazis. Su participación oficial en el movimiento duró sólo nueve meses y renunció –vale la pena insistir- antes de que Hitler tuviera todo el poder. Muchos intelectuales notables hicieron cosas peores.
(George Steiner, Martin Heidegger. Chicago University Press. Trad. castellana FCE, 1983).
El silencio del filósofo sobre su acercamiento al nazismo, que tanto se le fuera reclamado, sólo es comparable al que reservó sobre los ataques que recibió por parte de las autoridades del partido: a partir de 1933, las clases de Heidegger eran vigiladas o prohibidas; su estudio sobre Kant no pudo ser reeditado; el dedicado a las enseñanzas de Platón ni siquiera publicado. A todos los editores alemanes se les prohibió, por un decreto de la Gestapo, mencionar sus escritos y se le impidió salir de Alemania sin permiso. En 1934 fue excluido de la lista de participantes en el congreso de Filosofía de Praga y, en 1937, se le impidió asistir al de Paris. Sin contar que la Universidad de Friburgo comenzó a ser boicoteada para evitar que la juventud de Alemania fuera corrompida con sus enseñanzas. (Jean-Michel Palmier, Les écrits politiques de Heidegger. L’Herne 1968).
La historia de Heidegger no hacía sino repetir la de muchos filósofos anteriores. Comenzando con el divino Platón cuando acudió, lleno de esperanzas, a Siracusa, llamado por el tirano para que lo asistiera en la organización del gobierno. La realidad siempre es más dura que el deseo y el encomiable proyecto, en el cual casi pierde la vida, terminó en el fracaso y el regreso penoso del filósofo a Atenas. Pareciera que, en su enorme vanidad, los “amigos de la sabiduría” alimentan la aspiración de ser solicitados por los amos del poder, o los pretendientes, para poner en práctica sus ideas. Después de Platón, Aristóteles, menos idealista, tuvo más éxito con Alejandro; en todo caso, mucho más que el pobre Séneca, quien se desangró en el intento. Se cuenta que, después de la guerra, cuando por fin Heidegger pudo volver a enseñar, un colega, al encontrárselo en un pasillo de la universidad, le preguntó, “¿De regreso de Siracusa, profesor Heidegger?”.
El primer tomo de los Cuadernos negros se extiende por casi 700 páginas, muchas de las cuales, como las dedicadas a Hölderlin, uno de sus “descubrimientos”, en una época en la cual el alucinado bardo no era aceptado sin reservas, o a Nietzsche y el nihilismo, al olvido del ser, o la huida de los dioses, además de contarse entre las mejores dedicadas a esos temas, tienen la atracción de lo inconcluso, de lo inmediato. Sobre muchos de sus colegas se expresa de manera que no lo haría, ni lo hizo, en sus libros publicados; Dilthey y Jaspers, por ejemplo. Otras páginas, igualmente reveladoras, las dedica al tema de la acción y el compromiso; las cuales, desarrolladas en otros libros de estos años, van a gravitar de manera decisiva en la conducta de “hombres de acción”, como los miembros de la resistencia francesa; con uno de ellos, el más arriesgado y lúcido, el poeta René Char, mantendrá una de las amistades más francas de su alta edad, y a quien dedicará las mejores de sus irregulares incursiones en la poesía. Sobre la meditación y el actuar:
Meditación: la insistencia en la acción.
Meditación! Meditación? Concédele a la acción su propio derecho, pero en base a ellas hazte capaz de la meditación originaria, en base al secreto abierto del esencial desplegarse del ser.
En esta Venezuela indigente, este llamado de Heidegger debe entenderse como complemento al fragmento citado de Arendt cuando nos recordaba que el mal radical, que es el que vivimos, no puede, bajo ninguna circunstancia, aceptarse como destino, como fatalidad, y que la responsabilidad de la polis y del individuo, es insistir en la acción y concederle su propio derecho.
Coda
Uno de los mejores aportes de la modernidad a la historia del estilo fue, siguiendo el modelo de Nietzsche, quien continuaba el de los filósofos pre-socráticos, privilegiar la escritura fragmentaria. Heidegger, aventajado estudioso del autor de Zaratustra, nunca dejó de sentirse atraído por esta sintaxis tan poco académica. Los Cuadernos negros son la realización secreta de esa afinidad. Para el encargado de la edición alemana, el profesor Peter Trawny, se trataría de un nuevo recurso expresivo: “Preguntarse cómo estos distintos modos de expresarse están relacionados, se encuentra entre las tareas más importantes de un pensador que se dedique a comprender en su conjunto el pensamiento de Martin Heidegger”. No puede uno menos que recordar la frase atribuida a Hegel, según la cual habría dejado a la humanidad la “tarea de entenderlo”. Diario o no diario, “diario filosófico”, notebooks, cahiers(como los de Valéry), “cuadernos” o como se les quiera llamar, los Schwarze Hefte, al menos el primero de ellos, y no tienen por qué ser de otra manera los restantes, son una empresa admirable. Son el testimonio de la agobiante dedicación de un hombre a pensar el ser, su olvido y su verdad, día tras día a lo largo de décadas; un proyecto que, independientemente de los resultados tan diversos, tomó a los griegos casi cien años. Estos fragmentos son el legado de un filósofo que lo dejó todo, y arriesgó no menos, para dedicarse a la reflexión sobre el asunto más exigente: mantener viva la necesidad de volver a la pregunta por el ser, antes de que el ser nos abandone, como ya nos abandonaron los dioses.