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La calle de Barcelona diseñada para practicar el noble arte de sentarse a la fresca (y con las mejores vistas)

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En la capital catalana apenas quedan espacios libres de turistas, pero esta premiada rehabilitación de un antiguo barrio de barracas, obra de Ramon Bosch y Bet Capdeferro, es un ejemplo de arquitectura pensada para la vecindad

Un hombre espera sentado en la puerta de su casa-barraca, en 'su' espacio de la calle Marià Labèrnia. | 


En verano se ven cosas que vosotros no creeríais: seres humanos untados en litros de crema protectora mientras rotan y giran y se retuercen y sudan sobre la arena de la playa como pollos asados al sol, seres humanos saltando en manada desde balcones mallorquines poniendo a prueba su más que dudosa inmortalidad, seres humanos avanzando en colas inabarcables por los museos y delante de cada vista pintoresca y cada edificio monumental al ritmo del chasquido de cien mil clics de cien mil selfies. Porque ese es el signo de los veranos de nuestro tiempo: el selfi. La expresión última de la hiperconexión y, a la vez, de la soledad.
El selfi es el vehículo de la presencia verificada por el grupo. Nadie sabría que hemos estado en el Palacio Real o en la Sagrada Familia si no viesen nuestro selfie. Nadie sabría que fuimos, efectivamente, nosotros quienes paseamos frente al Guggenheim de Bilbao si no comprueban que la cara que aparece delante del perrito floreado de Jeff Koons es la nuestra. Nadie creerá que subimos al Parc Güell si no están al otro lado del disparador de nuestro teléfono móvil. Y sin embargo, no lo están. Al otro lado del objetivo no hay nadie; solo un palo de selfi.

El lugar al que no ha llegado Instagram

A poco menos de un kilómetro del Parc Güell pero a mil palos de selfi de distancia se levanta el Turó de la Rovira, uno de los promontorios que anticipan el macizo de Collserola justo al final —o al principio— del plano que lleva Barcelona hasta el mar. Si el parque de Gaudí es uno de los reclamos turísticos más frondosos de la Ciudad Condal, el Turó de la Rovira es uno de los sitios más verdaderos y, de momento, menos turistificados de Barcelona.


barcelona el carmel
Un zapatero trabaja en la puerta de su casa, en el barrio de El Carmel, donde los inmigrantes de interior se asentaron en barracas y calles sin asfaltar. | ARXIU NACIONAL DE CATALUNYA


Si bien su primera colonización se llevó a cabo a principios del siglo XX por familias acomodadas en casas de veraneo, la esencia del Turó de la Rovira se definió en primer lugar con el emplazamiento de los búnkeres antiaéreos con los que la República defendió la ciudad durante la Guerra Civil, y más tarde, ya en los años cincuenta, por los asentamientos autoconstruidos que la inmigración interior levantó en los bordes de las calles empinadas del monte. Eran poco más que barracas malamente ejecutadas que sobrevivieron durante mucho tiempo sin ni siquiera los servicios básicos de electricidad o saneamiento. En fotos antiguas de la calle Marià Labèrnia se ven los Seat 600 recostados contra las fachadas y los neumáticos en calzadas que aún eran pistas de tierra.
La zona se fue adecentando con el paso de los años, y aunque también se benefició de la renovación general de la ciudad con objeto de los Juegos Olímpicos, hasta hace menos de una década aún era un lugar semiolvidado, tomado por los coches que aparcaban ocupando la mitad de sus estrechas cuestas.


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Antes de la rehabilitación, la calle Marià Labèrnia, antao patio común de las barracas, estaba tomada por los coches. |ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


Fue a partir de 2010 cuando los sucesivos consistorios municipales decidieron rescatar el Turó de la Rovira. En 2011, aprovechando su valor cultural y antropológico, el Museu d'Història de Barcelona habilitó el emplazamiento de los búnkeres como espacio patrimonial y, un año después, el Ajuntament de Barcelona encargó la rehabilitación del espacio urbano de los enclaves habitados del Turó de la Rovira, en especial de la calle Marià Labèrnia.
La idea era conectar el nodo del Turó de la Rovira con los demás hitos urbanos de la ciudad mediante nuevos caminos peatonales. Los arquitectos Ramon Bosch y Bet Capdeferro, responsables del proyecto, consideraron desde el principio que la intervención debía ser tan poco invasiva en su materialización física como transformadora en su realidad urbana. Se terminó en 2016 y en 2018 fue premio en la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo y premio FAD de la Opinón.

Tomar la calle: el noble arte de sentarse a la fresca



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ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


La operación es mínima: apenas un ensanche y una reconstrucción de las aceras, transformadas en plataformas horizontales levemente escalonadas. Sin embargo, el resultado cívico es ejemplar. Como esas plataformas tienen un pavimento distinto, a cada casa autoconstruida, a cada barraca original o reformada le corresponde un fragmento de espacio urbano, un fragmento de calle. Y se lo apropia. Y lo ocupa. Lo ocupa con mesas y sillas, con bancos, con sombrillas y con conversaciones. Lo ocupa con vecinos y con vecindad. En un lugar que era inaccesible y tomado por el coche, y en un mundo donde las personas somos nodos de comunicación a larga distancia, Bosch y Capdeferro recuperan el noble arte de sentarse a la fresca. La calle Marià Labèrnia ya no es solo calle, es una sucesión lineal de plazoletas peatonales. Sus creadores la llaman "Calle Plaza".


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Vista de la calle Marià Labèrnia desde el Turó de la Rovira, después de la rehabilitación. | ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


Pasear por allí una mañana de verano nos traslada a un paisaje mental que va a una velocidad del tiempo distinta. Si las conexiones digitales contemporáneas se sustentan en redes tirantes y tersas, puestas al límite, sentarse a hablar en la calle —en tu calle— es una red relajada. Y ambas maneras de relacionarse son perfectamente válidas, solo deberíamos darnos cuenta de que una no invalida la otra.


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El estudio de arquitectos planteó un espacio peatonal que supusiera una intervención poco invasiva, pero transformadora. |ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


Por otro lado, tal y como abandera el proyecto de Bosch y Capdeferro, también deberíamos darnos cuenta de que las mejores arquitecturas, especialmente si son urbanas, no son las más caras sino, precisamente, las que favorecen las relaciones de sus habitantes. Porque con el fin de la crisis, se diría que el mundo de la arquitectura ha vuelto a la maldición del star system. Los concursos vuelven a premiar proyectos megalómanos, los ayuntamientos vuelven a buscar edificios emblemáticos que coloquen a su ciudad en el mapa y los turistas vuelven a viajar para hacerse selfis.
De hecho, los búnkeres del Turó de la Rovira comienzan a aparecer en las guías turísticas y sus atardeceres se han visto colonizados de jóvenes no siempre civilizados. Es algo que no puede prohibirse y, en el fondo, es inevitable, pero al menos es un espacio público donde aún no es necesario pedir turno para ir, como en el Vessel de Nueva York.


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La operación consistió en un pequeño ensache y la reconstrucción de las aceras, transformadas en plataformas horizontales levemente escalonadas. Cada una con un pavimento distinto, de modo que a cada casa autoconstruida le corresponde un fragmento de calle, y se lo apropia. | ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


En realidad, es muy probable que todas esas personas que esperan su turno para fotografiarse en el Vessel junto a cientos de personas que hacen lo mismo en el mismo sitio estén más solas que el señor que sonríe al fotógrafo sentado en la calle-plaza de delante de su casa. Y eso que no tiene casi nada: un plano horizontal, una silla ocupada y una mesa de plástico. Enfrente, una silla vacía también de plástico, esperando. Porque a la espera, nadie está solo.


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La horizontalidad, explican los arquitectos en el dosier del proyecto, garantiza la accesibilidad a todas las viviendas de la calle. | ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO


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Una última plataforma recoge el espacio urbanizado en el punto de contacto con el pinar existente. | ESTUDIO BOSCH CAPDEFERRO
https://elpais.com/elpais/2019/08/20/icon_design/1566324542_062882.html?por=mosaico

Simone de Beauvoir influencio el Siglo XX

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El segundo sexo era existencialista


Simone de Beauvoir



Simone de Beauvoir nació en París en 9 de enero de 1908, en el seno de una familia acomodada. Fue hija del abogado Georges de Beauvoir y de Françoise de Brasseur. Simone y su hermana Helène recibieron una educación burguesa asentada en los valores de la religión católica. Su padre, cuya vida se debatió siempre entre la vieja aristocracia de Saint-Germain y la burguesía, en realidad no perteneció a ninguna de las dos clases, hecho que condicionó sin duda su postura y relación con el mundo. Pese a que pudiera parecer un librepensador en materia de religión, sus ideas políticas eran afines a las de la extrema derecha. Se opuso al sufragio universal, y, por prejuicios aristocráticos, también a la República. Por su parte Françoise, la madre de Simone, defendió siempre los valores que le inculcaron sus padres: un profundo sentido del puritanismo, el rechazo de todo materialismo y la creencia en la fe como fuente de alimento de la existencia.
Georges de Beauvoir no tuvo suerte en los negocios, sobre todo debido a su irresponsable suegro (un banquero y especulador de Verdún que terminó en la cárcel), que lo instigó a participar en empresas arriesgadas que terminaron por conducirlo a la ruina. Esa fue la razón por la que, en 1919, los Beauvoir se vieron obligados a abandonar su domicilio en el barrio de Montparnasse para instalarse en un pisito de la calle Rennes, húmedo y poco luminoso, sin ascensor ni agua corriente. Simone y Helène tuvieron que compartir habitación, y además a los Beauvoir no les quedó más remedio que prescindir del servicio, algo realmente impensable en los círculos burgueses de la época. El padre de Simone, para hacer frente a su grave situación económica, encontró trabajo como vendedor de publicidad en un periódico. Sus aspitaciones aristocráticas pronto se desvanecieron y su desprecio por los pobres era cada día más evidente, probablementwe porque él se había convertido en uno de ellos, Atrás quedaron los canódromos, teatros, salones y cafés, solo el resentimiento y la insatisfacción ocupaban un lugar en su mente. Frecuentaba los burdeles de la ciudad y regresaba a casa a altas horas de la madrugada apestando a alcohol. Françoise de Brasseur, por su parte, siguió desempeñando el papel de buena y comprensiva esposa, aunque su carácter evidentemente terrminó tambien por resentirse de esa otra vida que su marido llevaba, por lo que las peleas entre ambos se hicieron cada vez más frecuentes.
La infancia y adolescencia de Simone y Helène estuvieron desde un principio determinadas por los convencionalismo sociales y morales sustentados sobre una ferrea moral cristiana. Sin embargo, la joven Simone no tardó demasiado en interesarse por la lectura y la cultura en general, esa cultura que la llevaría más tarde a erigirse como una de las intelectuales más comprometidas y activas de la Francia de mediados del siglo XX.


Simone de Beauvoir




La Sorbona y Jean-Paul Sartre


En 1927, Simone de Beauvoir se licenció en Filosofía en la Sorbona. Allí conoció a Jean-Paul Sartre, en hombre con el que iniciaría una relación que, salvo breves interrupciones, iba a durar prácticamente toda su vida. "Sartre correspondía exactamente al compañerpo con el que yo había soñado desde los 15 años. Era el doble en quien encontraba, incandescentes, todas mis manías. Siempre podía compartirlo todo con él", escribió en Memorias de una joven formal.. Sartre, desde un principio, la llamó Castor, y (como dijo en más de una ocasión) de ella le gustó que tenía la inteligencia de un hombre y la sensibilidad de una mujer (sic). Simone hacía tiempo ya que se había independizado, que había abandonado para siempre el hogar familiar. Estaba entusiasmada con su libertad.
Se incorporó al círculo de Sartre, al tiempo que enseñaba Filosofía en distintos lugares de Francia, como Ruán, Marsella o París.. Entre 1941 y 1943 fue profesora en la Sorbona. Sin embargo, su carrera se vio truncada cuando se produjo la ocupación alemana de París a causa de la Segunda Guerra Mundial; entonces decidió abandonar la docencia para dedicarse por entero a escribir. Durante ese período, Simone formó parte de la Resistencia francesa y escribió su primera novela, La invitada (1943), donde abordó la ideología existencialista de la libertad y la responsabilidad individual, que volvería a aflorar posteriormente en novelas como La sangre de los otros(1944) y Los Mandarines (1954)


Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre

Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre
Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre




El existencialismo: inyección de vida


Terminada la guerra, Simone comenzó a colaborar con Sartre en la revista Les Temps Modernes (1945), de la que el filósofo fue fundador y director. Los postguerra abría una brecha por la que fluyeron nuevas ideas capaces de poder representar a una juventud también distinta. El existencialismo, término acuñado por el filósofo Gabriel Marcel (1889-1973), fue la corriente intelectual que, alejada de la filosofía tradicional, estaba en condiciones de ir más allá de sus propia teorías y convertirse en un modo de vida, porque ofrecía una nueva ética a esa Francia que había quedado escindida por la guerra. El existencialismo fue el paradigma de la libertad que rompió finalmente con los valores del pasado. La lucha tenía, por fin, un sentido. En su ensayo Por una moral de la ambigüedad (1947), Simone de Beavoir dice: "El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí mismo por su mera presencia en el mundo. El hombre es hombre solo por su negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente hacia el futuro y lo dirige hacía cosas con el propósito de dominarlas y darles forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la voluntad de vivir".


Simone de Beauvoir


Esa aspiración de lucha por la libertad constituye uno de los principales postulados del existencialismo. Sin embargo, es sabido que el camino de la libertad es arduo y costoso. De lo que se trataba era de sostener que la vida carece de sentido, es vacía y absurda, y el hombre solo puede otorgarle un significado a través de la acción. No obstante, a diferencia de Sartre, que con el existencialismo articuló un completo sistema filosófico, Beauvoir se valió de él para escribir un par de ensayos y algunos artículos, pero nada más. Para ella ensayo y novela no debían estar separados. El existencialismo era una filosofía de la libertad, el portador de una nueva ética tanto en el ámbito público como en el privado, una filosofía del esfuerzo, que une al mundo y al individuo y que sostiene que la liberación del hombre no puede hallarse en el egoísmo, aunque tampoco debe ser ilusoria. "El hombre es libre: pero su libertad solo es real y concreta en la medida en que está comprometida, es decir, solo si tiende hacia un objetivo y trata de realizar algun cambio en el mundo", afirmó Beauvoir. A través de Les Temps Modernes (que durante más de veinticinco años se convirtió en uno de los principales iconos de la vida intelectual francesa), Sartre y Beauvoir defendieron sus tesis. Y fue allí donde Simone publicó también los primeros capítulos de El segundo sexo.


Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre




La lucha feminista


El segundo sexo se publicó en 1949. Se trata del ensayo feminista más importante del siglo XX. En esta piedra angular del feminismo, la autora analiza, desde una perspectiva histórica, social y filosófica, la condición de las mujeres en las sociedades occidentales. El segundo sexo está dividido en cuatro partes: en la primera, Beauvoir examina lo femenino desde el el punto de vista de la ciencia; en la segunda, reflexiona sobre el tema desde la perspectiva de la historia, en la que la mujer ha sido siempre una presencia-ausencia (salvo algunas excepciones, la mujer ha sido lo que el hombre ha querido que fuera); en el tercer apartado, estudia los mitos femeninos más antiguos y llega hasta la imagen de la mujer creada por la literatura; la cuarta parte, y última, es una reflexión sobre la vivencia femenina en las diferentes edades de la vida, de la infancia a la vejez. El segundo sexo es un tour de force, un extraordinario ensayo sobre los determinantes históricos y psicológicos de la condición femenina. De esta obra se vendieron 22.000 ejemplares en una semana. Simone de Beauvoir alcanzó una enorme popularidad. Algunos aprovecharon la ocasión para tacharla de neutrótica, frígida, reprimida y frustrada, de mujer envidiosa y amargada, al tiempo que ella no dejaba de recibir cartas y cartas de mujeres de todo el mundo expresándole su apoyo y satisfacción. Esta obra márca un antes y un depués en la historia del feminismo.. Su vigencia se debe sobre todo a la amplitud con la que Beauvoir se enfrentó al texto, a su concepción igualitaria de los seres humanos y al analisis totalizador que realiza de la concepción femenina en Occidente desde diferentes ámbitos (histórico, psicológico, ontológico, científico, mitológico y sociológico).


Simone de Beauvoir y Nelson Algren
Simone de Beauvoir y Nelson Algren




Nelson Algren y Sartre (de nuevo)


En 1947, Simone viajó a Estados Undios para dar unas conferencias. En Chicago conoció al escritor norteamericano Nelson Algren, con el que iniciaría una relación que iba a durar hasta 1964. Cuando Simone conoció a Nelson, Sartre mantenía un romance con la actriz Dolores Vanetti (una más de su larga serie de conquistas), lo que había sumido a Simone en un estado de profunda inquietud. Nelson Algren apareció en el momento adecuado. Las cartas que le escribió Simone a lo largo de varios años (más de seiscientas páginas de correspondencia) ponen de manifiesto una pasión amorosa sin precedentes, que duró al menos cinco años, antes de que se transformara en amistad para acabar, por último, en una sartra de reproches y recriminaciones.
Simone se enamoró de Algren, sin embargo su amor no fue tan fuerte como para dejar a Sartre, tal como le suplicaba Algren que hiciera. El escritor norteamericano detestaba la dependencioa que tenía Simone de Sartre. Pese a que ella intentara en vano expicárselo en más de una ocasión ("No podría ser la Simone que amas si pudiese abandonar mi vida con Sartre"), Algre, decepcionado, optó por poner fin a la relación. Cuenta Lisa Appignanesi en Simone de Beauvoir que el tema del amor fue una de las principales preocupaciones en la obra de la escritora: "Es la evocación de las mujeres enamoradas, infelizmente enamoradas, lo que da a sus libros su verdadera vitalidad".


Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir


En los años 50 y 60, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre se habían convertido en los embajadores intelectuales de la izquierda, en una de las parejas públicas que gozaba de mayor popularidad, no solo en Francia sino en el mundo entero. Su postura política radical, sus artículos, sus conferencias, sus viajes y su apoyo incondicional a las causas justas contribuían diariamente a acrecentar su imagen de intelectuales comprometidos.


Simone de Beauvoir y Claude Lanzmann
Simone de Beauvoir y Claude Lanzmann


En 1950 Simone conoció al comunista Claude Lanzmann (que se había incorporado al Comité de Redacción de Les Temps Modernes) y, de pronto, volvió a despertarse en ella el amor. Tenía 42 años y apenas acababa de superar la depresión que le había acarreado la ruptura amorosa con Algren. Lanzmann era diecisiete años menor que ella, pero por primera vez Simone se comprometió en el proyecto de vivir con alguien. Con el joven Lanzmann, Simone se sentía de nuevo viva. Se sentía rejuvenecida, no le pesaba ya la edad y no volvió a padrecer crisis de ansiedad. En 1954, Los Mandarinesmereció el Premio Goncourt, uno de los galardones más prestigiosos de Francia; la vida le volvía a sonreir. Sin embargo, ella temía de nuevo que Lanzmann se opusiera a su relación con Sartre. Por su parte, el filósofo, que había puesto fin a su relación con Dolores, seguia mantenientdo romances con otras mujeres. No obstante, su salud comenzabva a verse amenazada: las imprevistas subidas de presión sanguínea, su consumo desmesurado de alcohol y de drogas comenzaron a preocupar a Simone.


Simone de Beauvoir




Una heroína


A los 48 años, la escritora francesa comenzó a escribir su autobiografía, Memorias de una joven formal, que se publicó en 1958. A esta primera entrega le siguieron otras tres: La fuerza de la edad (1960), La fuerza de las cosas (1963) y Final de cuentas (1972). Estos cuatro tomos se convirtieron en un modelo a seguir para muchas mujeres de la época. Simone de Beauvoir se erigía como la heroína de su proia obra, a la par que se convertía también en una figura admirada por sus lectoras. Ella era la mujer que había satisfecho sus aspiraciones, la mujer emancipada que había dado rienda suelta a sus anhelos y que había sido capaz de mantener un compromiso con sus propias responsabilidades.
En 1970 Simone publicó La Vejez, un ensayo en donde observa que los viejos son el resultado de una fracaso social; aligual que a los pobres, los inmigrantes o los enferos mentales, la sociedad los ha convertido en una nueva clase de marginados. Desde la publicación de La Vejez, la escritora se consagró a cuidar a Sartre, su compañero enfermo, hasta que este murió, en 15 de abril de 1980. Un año después, Simone publico La ceremonia del adiós, un homenje a su amigo fallecido que, junto con Una muerte muy dulce (donde relata el fallecimiento de syu madre), constituye uno de los testimonios más lúcidos y afectivos de toda su narrativa. Simone murió el 14 de abril de 1986 en París, a las 16:00 horas, ocho horas antes de que se cumpliese el sexto aniversario de la muete del filósofo.



Mónica Monteys (este artículo apareció en el el número 111 (junio de 2006) de la revista Que leer)



Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre




https://mujeres-riot.webcindario.com/Simone_de_Beauvoir.htm

Josephine Baker La Diosa de Ebano

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La Diosa de Ebano

Josephine Baker
Josephine Baker ataviada con su famoso cinturón de bananas (París, 1927)



Freda Josephine Carson nació en Saint Louis, Missouri, el 3 de junio de 1906, en el seno de la familia de Eddie Carson, quien era percusionista de vaudeville, y Carrie McDonald, lavandera.
Al poco tiempo, Eddie abandonó a su familia y la madre de Josephine se casó con Arthur Martin, un hombre desempleado, por lo que la situación económica de la familia no sería la mejor por mucho tiempo. Así, Josephine abandonó la escuela y pasó su infancia trabajando como doméstica y niñera para ayudar a la subsitencia de su grupo familiar, que se vio ampliado con dos hermanas y un hermano. Además, como toda persona negra en aquella época, fue víctima de duras situaciones de racismo.
A los trece años, esta joven trabajaba como mesera en The Old Chauffeur's Club, donde conoció a quién sería su primer marido por un corto tiempo, Willie Wells. Acostumbrada a trabajar desde niña, Josephine nunca dependió de sus compañeros sentimentales económicamente, por lo que nada la detuvo en su búsqueda de la felicidad. En 1921 contrajo matrimonio por segunda vez con Willie Baker, de quién se divorció también, aunque conservó su apellido.


Josephine Baker
Josephine Baker en 1925


Al alcanzar la edad de diecisés, se convirtió en bailarina y se unió a un grupo de danza de Philadelphia y viajó con The Jones Family Band y The Dixie Steppers, pero al principio fue rechazada como artista pues la consideraban torpe y demasiado oscura. En 1923, logró unirse al coro de The Dixie Steppers que representaban la comedia musical Shuffle Along de Sissle and Blake, y se trasladó a Nueva York. Prontó logró presentarse en Broadway, en el espectáculo Chocolate Dandies. De igual forma, actuó en el Plantation Club y en el Cotton Club de Harlem.
Luego en 1925, y antes de los diecinueve años, se tralada a París como corista de La Reveu Négre, donde brillaría con su rutina Danse Sauvage. Su primera presentación en la ciudad de las luces fue el 2 de octubre de 1925, sobre la escena del teatro Music-Hall de los Campos Elíseos, donde bailó vestida sólo con un cinturón hecho de bananas. Con su talento y belleza, Josephine se ganó en instantes al público parisino, ávido de exotismo, y así en sólo tres meses consiguió un primer papel en La Folie du Jour en el teatro Folies Bergère y alcanzó el estrellato.


Josephine Baker


Josephine Baker
París, Enero de 1928 - Josephine Baker, estrella del Follies Bergere y dirigiendo su propio negocio


Josephine Baker


Para 1927, era la artista del espectáculo mejor pagada de todo Europa y rivalizaba con Gloria Swanson y Mary Pickford por ser la mujer más fotografiada de todo el mundo.
Se dice que se le debe a esta Venus Negra, como era llamada frecuentemenete, el éxito del charleston en Europa. Su influencia fue tal que las mujeres parisinas de marcada blancura, se aplicaban cremas de nueces para oscurecer su piel y parecerse a la imponente americana Baker.
Una voz privilegiada para el jazz, un sensual cuerpo que mostraba con orgullo levemente cubierto con extravagantes trajes, y una verdadera aptitud para la danza, fueron la explosiva fórmula con la que Josephine, también conocida como la Perla Negra o la Diosa Criolla haría historia.


J'ai Deux Amours (1930)
J'ai Deux Amours (1930)


Josephine Baker


En 1930 se dedicó profesionalmente al canto donde también cosecharía grandes éxitos. Por la misma época, participó en varios largometrajes como La Sirena de los Trópicos (1927), Zou-Zou (1934) y La Princesa Tam-Tam (1935). Como disfrutara de una posición económica más que holgada, trasladó a su familia desde Saint Louis hasta Les Milandes, en Francia.
A pesar del sorpendente éxito en Europa, Josephine no era aceptada del todo por el público de Estados Unidos, para los que era inaceptable que una mujer negra disfrutara de ese poder y esa sofisticación. En 1936, ella intenta actuar de nuevo en su tierra natal en el Ziegfeld Follies, pero regresa a Europa, despreciada por su propia gente y con varias ingratas críticas de los periódicos estadounidenses.
Josephine no sólo era extravagante en el escenario. Amaba a las mascotas y por ello llegó a tener un leopardo, un chimpancé, una culebra, un cerdo, una cabra, una lora, un perico, varios peces, tres gatos y siete perros.


Zou-Zou (1934) - Josephine Baker       La Princesa Tam-Tam (1935) - Josephine Baker
Carteles de las películas Zou-Zou (1934) y La Princesa Tam-Tam (1935)


Josephine Baker y Maurice Chevalier (1939)
2 de Diciembre de 1939 - Josephine Baker y Maurice Chevalier son aclamados
por los soldados franceses tras actuar en primera línea del frente



En 1937, agradecida con el público francés por su aceptación, adquiere la nacionalidad francesa y se casa por tercera vez con Jean Lion, de quin se divorciará de igual forma. Además, participó en la II Guerra Mundial siviendo de entretenimiento a las tropas aliadas y fue condecorada por ello con la Cruz de Lorena, en oro.
Luego, en 1947 se casó con el director de orquesta Joe Bouillon, con quien decidió adoptar a doce niños. Ella los llamaba "la tribu del arcoiris", porque los niños eran de etnias diferentes, ya que ella quería demostrar que la diferencia étnica no impedía que las personas se vieran como hermanos. Los llevó por todo Estados Unidos y Francia para que todos vieran que felices eran a pesar de las diferencias.
Josephine Baker regresó a Estados Unidos con la intención de luchar por la integración y contra la discriminación racial durante la década de los cincuenta. Exigía que en sus presentaciones, el público estuviera integrado, y cuando el Strok Club de Nueva York la rechazó inició una batalla periodística, por lo que la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP) eligió el 20 de mayo como día de Josephine baker en reconocimiento a sus esfuerzos.


Paris 1959 - Josephine Baker
Paris 1959 - Josephine Baker con su marido Joe Bouillon
y siete de sus nueve hijos adoptivos



Berlín Oeste 1963 - Josephine Baker
Actuación de Josephine Baker en Berlín Oeste (18 de Mayo de 1963)


La estrella volvió a divorciarse, y en Estados unidos encontró una íntima amistad con el artista Robert Brady. Nunca se casaron legalmente, pero vivieron juntos, y en 1973 realizaron una ceremonia simbólica por la cual quedaron unidos hasta el fin de sus días. Esto lo supo poca gente, pues Josephine temía que la ridiculizaran y no tomaran en serio lo que era fundamental para ella.
Ese mismo año, se presentó en el Carneguie Hall, y aunque tenía temores por sus experiencias anteriores, eta vez fue ovacionada por un público muy afetuoso y emocionado. La situación fue más que satisfactoria para ella, pues al fin era verdadeamente aceptada por su propia gente.


Josephine Baker
Josephine Baker en 1969


París, 15 de Abril de 1975 - Funeral de Josephine Baker
París, 15 de Abril de 1975 - Funeral de Josephine Baker. Asisten entre otros la Princesa
Grace de Mónaco (con gafas) así como varios veteranos de la Resistencia Francesa



El 8 de abril de 1975, esta valiosa y valiente mujer de sesenta y ocho años realizó una presentación especial en el Teatro Bobino en París para celebrar los cincuenta años de su carrera. Entre la numerosa audiencia, se encontraban personalidades como la Princesa Grace de Mónaco y Sophia Loren.
Pocos días después, la leyenda llegó a su fin, pues Josephine entró en coma y murió el doce de abril de 1975 por una hemorragia cerebral. La procesión funeral que desfiló por las calles de París fue enorme. Josephine Baker fue la primera mujer americana a la que le otorgaron honores militares en Francia. Fue enterrada en Mónaco.




Josephine Baker


Josephine Baker

Jean Paul Sartre: “Nunca estuve desesperado, nunca sentí la angustia”

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La última entrevista concedida por el gran escritor francés


El pasado mes de marzo, en su número 800, el semanario francés Le Nouvel Observateur inició la publicación de una larga entrevista con Jean Paul Sartre, que se publicó en tres números sucesivos. En esta larga conversación, mantenida con su colaborador Paul Victor -que aquí revela su verdadero nombre, Benny Levy-, el gran pensador vuelve sobre sus posiciones iniciales, matizándolas muchas veces, mostrando en la mayoría su implacable coherencia. EL PAIS ha adquirido los derechos exclusivos para España de esta entrevista, que ahora aparece como una especie de testamento final y que publicaremos en sucesivas entregas. Hoy, como introducción, publicamos el principio de la primera entrega, en la que Sartre habla sobre todo de la esperanza.










Benny Levy. Desde hace algún tiempo te preguntas acerca de la esperanza y la desesperación. Son temas que apenas has abordado en tus escritos.
Jean Paul Sartre. En todo caso, no de la misma manera. Siempre he pensado que todo el mundo vive con esperanza; es decir, cree que algo que ha emprendido, o que le afecta, o que afecta al grupo social al que pertenece, está realizándose, se realizará y le será favorable, tanto a él como a las personas que constituyen su comunidad. Pienso que la esperanza forma parte del hombre; la acción humana es trascendente, es decir, apunta siempre a un objeto futuro a partir del presente en que la concebimos y en que intentamos realizarla; pone su meta, su realización, en el futuro, y en el modo de obrar está la esperanza; es decir, el hecho mismo de proponerse una meta como algo que debe alcanzarse.


Jean-Paul Sartreampliar foto
Jean-Paul Sartre AFP


B. L. Has dicho que la acción humana tiende a un fin en el futuro, pero inmediatamente añade que esta acción era vana. La esperanza se frustra necesariamente. Entre el camarero, un caudillo -Hitler o Stalin-, un borracho parisiense, el militante revolucionario marxista y Jean Paul Sartre, todas estas personas tenían, al parecer, algo en común: que todas ellas fracasaban, en cuanto tales, en la medida en que se proponían ciertos fines.
J. P. S. No he dicho exactamente eso, estás exagerando. He dicho que, en efecto, no alcanzaban nunca exactamente lo que perseguían, que siempre había un fracaso...
B. L. Has afirmado que la acción humana proyecta un fin en el futuro, pero has dicho también que este afán de trascendencia desemboca en el fracaso. Nos has descrito, en El ser y la nada, una existencia que proyectaba fines inútilmente, aunque con perfecta seriedad. El hombre se marcaba metas, sí, pero, en el fondo, el único fin al que aspiraba era a ser Dios, lo que tú llamabas ser causa de sí. De ahí, sin duda, el fracaso.
J. P. S. Bien, no he perdido del todo esa idea de fracaso, aunque esté en contradicción con la idea misma de esperanza. No hay que olvidar que yo no hablaba de esperanza en la época de El ser y la nada. Fue más tarde cuando se me ocurrió, poco a poco, la idea del valor de la esperanza. Nunca he contemplado la esperanza como una ilusión lírica. Siempre he pensado, aun sin decirlo, que se trataba de un modo de atrapar el fin que me proponía como algo susceptible de realización.
La desesperada condición humana
B. L. Tal vez no hablabas de la esperanza, sino de la desesperación.
J. P. S. Sí, hablaba de la desesperación, pero, como he dicho tantas veces, no es lo contrario de la esperanza. La desesperación era la creencia de que no podían alcanzarse mis fines fundamentales y que, por consiguiente, había en la realidad humana un fallo esencial. Y, por último, en la época de El ser y la nada yo no veía en la desesperación más que una visión lúcida de lo que era la condición humana.
B. L. Me dijiste un día: «He hablado de desesperación, pero en broma, porque era el tema de moda: entonces se leía a Kierkegaard. »
J. P. S. Exacto; por mi parte, nunca estuve desesperado, nunca consideré, ni de cerca ni de lejos, que la desesperación fuera una cualidad que me perteneciese. Por consiguiente, era, en efecto, Kierkegaard quien influía mucho sobre mí en ese aspecto.


B. L. Es curioso, porque, en realidad, no te gusta Kierkegaard.
J. P. S. Sí, pero he estado sometido a su influencia. Se trataba de palabras que para otros podían ser una realidad. Por tanto, quería darles cabida en mi filosofía. Era la moda; pensé que faltaba algo en mis conocimientos personales sobre mí si de ellos no podía extraer la desesperación. Mas era preciso considerar que si otros hablaban de ella es que para ellos debía existir. Pero fíjate en que apenas se en cuenta la desesperación en mi obra a partir de entonces. Fue sólo un momento. Es lo mismo que veo en muchos filósofos, a propósito de la desesperación o de cualquier otra idea filosófica: hablan de oídas del tema en sus primeros tiempos, le dan un gran valor, y luego, poco a poco, no vuelven a hablar de ella, porque se dan cuenta de que su contenido no existe para ellos, de que es algo que han recibido de los demás.

"Conocí la miseria de los otros"

B. L. ¿Y ocurre esto también con la angustia?
J. P. S. Nunca he sentido angustia. Esta es una de las nociones claves de la filosofía de 1930 a 1940. Procedía también de Heidegger. Se trata de nociones que manejaba uno continuamente, pero que para mí no correspondían a nada. Es cierto, yo conocía la desolación o el hastío, la miseria, pero...
B. L. ¿La miseria?
J. P. S. Bueno, la conocía a través de otros, la veía, si prefieres. Pero la angustia y la desesperación no. En fin, no insistamos en ello, puesto que no afecta a nuestra indagación.
B. L. Al contrario, siempre es importante saber que no has hablado de la esperanza, y que cuando hablabas de la desesperación en el rondo no era tal tu pensamiento.
J. P. S. Mi pensamiento era ciertamente mi pensamiento, pero lo colocaba bajo un epígrafe, la «desesperación», que me era ajeno. Lo más importante para mí era la idea de fracaso. La idea de fracaso relativa a lo que podríamos llamar un fin absoluto. En efecto, lo que no se dice en El ser y la nada, de esta manera es que cada hombre, por encima de los fines teóricos o prácticos que tiene en cada instante y que se refieren, por ejemplo, a cuestiones políticas o de educación, etcétera, por encima de todo esto, cada hombre tiene un fin, un fin que yo llamaría, si me lo permites, trascendente o absoluto, y todos aquellos fines prácticos no tienen sentido más que en relación con tal fin. El sentido de la acción de un hombre es, pues, este fin, que varía, por otra parte, según cada hombre, pero que se caracteriza por ser absoluto. Y la esperanza -lo mismo que el fracaso- va unida a este fin absoluto, en el sentido de que el verdadero fracaso se refiere a él.
B. L. ¿Y es inevitable ese fracaso?
J. P. S. Aquí llegamos a una contradicción de la que no he salido todavía, pero de la que espero salir gracias a estas conversaciones. Por un lado, conservo la idea de que la vida de un hombre se manifiesta como un fracaso; no consigue lo que intenta. Ni siquiera consigue pensar lo que quiere pensar o sentir lo que quiere sentir. Esto conduce en resumidas cuentas a un pesimismo absoluto. No es lo que yo pretendía en El ser y la nada, pero ahora estoy obligado a hacerlo constar. Además, a partir de 1945, he ido pensando cada vez más -y actualmente estoy convencido- que la característica esencial de la acción emprendida es, como te decía hace un momento, la esperanza. La esperanza significa que no puedo emprender una acción sin esperar realizarla. Y no creo, como te digo, que esta esperanza sea una ilusión lírica, sino que está en la naturaleza misma de la acción. Es decir, que la acción, al ser al mismo tiempo esperanza, no puede estar abocada desde el principio al fracaso, absoluto y seguro. Esto no quiere decir que deba alcanzar necesariamente su fin, sino que debe mostrarse en una realización del fin, propuesto como futuro. Y hay en la misma esperanza una especie de necesidad. La idea de fracaso no tiene un fundamento profundo en mí, en este momento; por el contrario, la esperanza, en cuanto relación del hombre con su fin, relación que existe incluso si éste no se alcanza, es lo que está más presente en mis pensamientos.

El fracaso de la inmortalidad

B. L. Pongamos un ejemplo: el de Jean Paul Sartre. Siendo niño, decide escribir, y esta decisión le consagra a la inmortalidad. ¿Qué dice Sartre, en el ocaso de su obra, de esta decisión? Esta opción entre opciones que fue la tuya, ¿ha sido un fracaso?
J. P. S. He dicho a menudo que era un fracaso en el plano metafísico. Quería decir con eso que no he hecho una obra sensacional, del tipo de la de Shakespeare o de Hegel y, por tanto, en relación a lo que yo hubiera querido, es un fracaso. Pero mi respuesta me parece muy falsa. Ciertamente, yo no soy Shakespeare ni Hegel, pero he creado unas obras tan cuidadas como he podido; algunas de ellas han sido fracasos, seguramente; otras, menos; y otras han sido éxitos. Y con eso basta.
B. L. Pero, ¿y el conjunto con respecto a tu decisión?
J. P. S. El conjunto ha sido un logro. Sé que no he dicho siempre lo mismo, y en este punto estamos en desacuerdo, pues pienso que mis contradicciones importaba poco y que, a pesar de todo, he seguido siempre una misma línea.
B. L. ¡Ya estamos ante la «recta intención»! En tal caso, ¿no cree que el fracaso vaya indisolublemente unido a la posición del fin en el elemento de lo absoluto?
J. P. S. No lo creo. Por otra parte si se quiere descender hasta lo innoble, se puede estimar que no he pensado nunca de mí, sin deja de pensarlo de los demás. Veía cómo se equivocaban, cómo, aun cuando creyeran haber acertado era el fracaso total. Por mi parte me decía que al pensar así y al escribirlo, lo realizaba, y realizaba de un modo más general mi obra. Desde luego, no lo pensaba con claridad; si no, me hubiera dado cuenta necesariamente de esa enorme contradicción; pero de todos modos lo pensaba.

La innoble diferencia

B. L. Pero, ¿qué diferencia hay entre el anhelo de ser del camarero, ese camarero henchido de seriedad del que hemos hablado al principio, y el ansia de inmortalidad de Sartre, prescindiendo de todo lo innoble? ¿O es que sólo lo innoble constituye la diferencia?
J. P. S. Creo, a pesar de todo, que la idea de inmortalidad hacia la que me dejaba ir muy a menudo cuando escribía y hasta que he dejado de escribir era un sueño. Creo que la inmortalidad existe, pero de esa manera. Intentaré explicarme un poco más adelante. Creo que en la manera como yo aspiraba a la inmortalidad tal como la concebía, yo no era tan diferente del camarero o de Hitler, pero que la manera como yo trabajaba en mi obra era diferente. Era limpia, era moral, ya veremos qué quiere decir esto. Así, pues, considero que un cierto número de ideas que acompañan necesariamente a una acción -por ejemplo, la idea de inmortalidad- son sospechosas son turbias. Mi trabajo no ha estado presidido por la voluntad de ser inmortal.
B. L. Pero, ¿no se puede partir de esa diferencia? Tú nos hablas de la obra como de un pacto de generosidad, de un pacto de confianza entre el lector y el autor. La labor de escritor ha sido siempre lo esencial para ti.
J. P. S. La labor social...
B. L. ¿No es esa labor social la expresión de un deseo al menos tan fundamental como ese deseo de ser de que nos hablas en El ser y la nada?
J. P. S. Sí, pero pienso que hay que definirlo. Pienso, si quieres, que hay una modalidad distinta a la primera modalidad de espíritu de seriedad. Es la modalidad moral. Y la modalidad moral implica que dejamos, al menos a aquel nivel, de tener como fin el ser; ya no queremos ser Dios, ya no queremos ser causa sui; es otra cosa la que buscamos.
B. L. Después de todo, esta idea de causa sui sólo surge a partir de una tradición teológica muy determinada.
J. P. S. Así es, si quieres.
B. L. Del cristianismo a Hegel.
J. P. S. De acuerdo, si te empeñas. Es mi tradición, no tengo otra. Ni la tradición oriental, ni la tradición judía. Carezco de ellas a causa de mi historicidad.
Copyright EL PAIS. Le Nouvel Observateur.

Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras - un singular autorretrato

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12 de enero de 2009

Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras (1)


Cuando en junio de 1975 Jean Paul Sartre cumplió setenta años, el periodista francés Michel Contat (1938), uno de los máximos conocedores de la obra sartreana, sostuvo con él una prolongada conversación. En ella, su condición de filósofo, novelista, cuentista, dramaturgo, psicólogo, sociólogo, periodista y militante político quedó expuesta con la misma familiaridad que sugiere todo lo cotidiano, y configuró un singular autorretrato. Lo que sigue es la primera parte de la entrevista publicada el 6 de julio de 1975 por el diario "La Opinión" de Buenos Aires.

Desde hace un año escuchamos cómo se trasmiten rumores más o menos benevolentes sobre su estado de sa­lud. Usted acaba de cumplir setenta años. Sartre, ¿podría decirnos cómo se siente?

Es difícil decir que me siento bien, pero tam­poco puedo decir que me siento mal. Desde hace dos años me ocurrieron una serie de accidentes. En particular me duelen las piernas cuando ca­mino más de un kilómetro y, en general, me li­mito a recorrer esa distancia. Por otra parte tengo molestias a causa de la tensión, bastante fuertes pero que, sin embargo, desaparecieron bruscamen­te en estos últimos tiempos: tenía una hiperten­sión bastante grave, y, ahora, luego de un trata­miento con medicamentos, volví a un estado casi de hipotensión. En fin, tuve hemorragias, sobre todo en la parte posterior de mi ojo izquierdo -el único de mis dos ojos que ve dado que mi ojo derecho prác­ticamente perdió la vista cuando yo tenía tres años- y, en estos momentos, todavía veo las for­mas vagamente, veo las luces, los colores, pero ya no veo los objetos, ni distingo las caras. Y, en consecuencia, no puedo leer, ni escribir. Más exac­tamente, puedo escribir, es decir, formar pala­bras con mi mano. Actualmente lo hago de una manera más o menos conveniente, pero no veo lo que escribo. Y la lectura me es absolutamente im­posible: veo líneas, espacios entre las palabras pero no puedo distinguir a las propias palabras. Privado de mi capacidad para leer y escribir no tengo ninguna posibilidad de realizar actividades como escritor: mi oficio de escritor está comple­tamente destruido. Sin embargo todavía puedo hablar. Y por eso, mi próximo trabajo será, si la televisión logra encontrar quien los financie, una serie de pro­gramas donde intentaré hablar de los setenta años de este siglo. Dicho trabajo lo hago en común con Simone de Beauvoir, Pierre Victor y Philippe Gavi que también expresan sus ideas y que, además, se encargan de la tarea de redacción que yo soy incapaz de realizar por mí mismo; yo hablo frente a ellos y ambos toman notas, por ejemplo, o bien discutimos y luego ellos redactan el proyecto sobre el cual nos hemos puesto de acuerdo. A veces también escribo; es decir que anoto el contenido de un discurso que deberá ser incluido en esas emisiones. Pero sólo ellos lo po­drán leer y decir por mí. Esa es mi situación actual. Aparte de ello, me encuentro muy bien. Duermo muy bien. El men­cionado trabajo con mis camaradas, lo hago con eficacia. Mi espíritu, probablemente, es tan agu­do -no más pero tampoco menos- como hace diez añas y mi sensibilidad sigue siendo la mis­ma. Mi memoria, la mayoría del tiempo, es bue­na, salvo en lo que respecta a los nombres: a menudo tengo que hacer un esfuerzo para recor­darlos y, a veces, se me escapan... Puedo servir­me de los objetos que reconozco tal como están. En la calle camino solo sin demasiadas dificul­tades.

No poder escribir, de todos modos, es un gol­pe considerable. Usted habla de ello con sereni­dad...

En un sentido eso me quita toda razón de ser: fui y no soy, si usted quiere. Sin embargo yo debería estar abatido, pero, por una razón que ig­noro, me siento bastante bien. No me siento tris­te, ni tengo momentos de melancolía pensando en lo que he perdido.

¿No se rebela?

¿Contra quién?, ¿contra qué quiere usted que yo me rebele? No vea en esto una actitud estoica -aunque, usted sabe, siempre tuve simpatía por los estoicos-. No, simplemente es así y nada puedo hacer al respecto; entonces, no tengo razón para estar afligido. He tenido momentos penosos porque todo esto, en un momento dado, hace dos años, fue más grave. Tuve una especie de leves delirios. Recuerdo que me paseaba por Avignon, donde yo estaba con Simone de Beauvoir, buscan­do allí una muchacha que me había dado una cita, en cierto lugar, en un banco. Por supuesto no había tal cita... Ahora, todo lo que yo puedo hacer es acomo­darme a lo que soy, dar vueltas las cosas, eva­luar las posibilidades y servirme de ellas lo me­jor posible. Es la pérdida de la vista, por supues­to, lo que más me molesta y ello, de acuerdo con los médicos que he consultado, es irremediable. Es molesto porque siento muchas cosas como pa­ra tener ganas de escribir. No todo el tiempo, pero sí en ciertas oportunidades.

¿Se siente inactivo?

Sí. Me paseo un poco, me leen los diarios, es­cucho la radio, a veces entreveo lo que pasan por televisión y, en efecto, esas son actividades de la inactividad. El único objetivo de mi vida era escribir. Yo escribía sobre lo que previamente ha­bía pensado, pero el momento esencial era el de la escritura. Pienso siempre, pero al convertirse la escritura en algo imposible, la actividad real del pensamiento, en cierto modo, está suprimida. Lo que de aquí en adelante me estará prohibido es algo que muchos jóvenes de hoy despre­cian: el estilo, digamos la manera literaria de ex­poner una idea o una realidad. Ello necesaria­mente demanda correcciones -correcciones que, a veces, se renuevan cinco, seis veces-. Yo ni si­quiera puedo corregirme una ves, porque no puedo releerme. Por lo tanto, lo que escribo, o lo que digo, permanece en su primera versión. Alguien puede releerme lo que he escrito o dicho y puedo, en rigor, aportar algunas correcciones de detalle, pero eso nada tendrá que ver con lo que sería un trabajo de reescritura hecho por mi propia pluma.

¿No podría usted utilizar un grabador, dictar, volverse a escuchar, grabar sus correcciones?

Pienso que hay una diferencia enorme entre la palabra y la escritura. Lo que uno escribe, lo puede volver a leer. Pero uno lo lee lenta o rápidamente; dicho de otro modo, us­ted no decide el tiempo que debe permanecer in­clinado sobre la frase porque lo que no anda en esa frase, a primera vista no puede aparecer; quizás hay algo en ella, quizás sea una mala re­lación que dicha frase tiene con la frase prece­dente o con la que sigue o con el conjunto del parágrafo o del capítulo, etcétera. Todo eso supone que usted mire su texto un poco como un garabato, al que le cambia pala­bras de aquí y de allá, luego vuelve sobre ese cambio y hace otro, al que a su vez modifica, un elemento, en seguida, que se encuentra mucho más lejos y así hasta el infinito. Si yo escucho un grabador, el tiempo está definido por la velocidad con que pasa la cinta y no por mis propias necesidades. Es decir, estaré siempre más allá o más acá del tiempo que me otorga el aparato.

¿Intentó grabar?




Lo intentaré, lo intentaré, se lo digo con toda lealtad, pero estoy seguro de que eso no me satisfará. Por mi pasado, por mi formación, por los elementos esenciales de mi actividad hasta aho­ra, yo ante todo, soy un hombre de letras y es demasiado tarde para cambiar. Si hubiera perdi­do la vista a los cuarenta años, eso tal vez podría haber sido diferente. Quizás habría aprendido otras téc­nicas de expresión, como el uso del grabador, del cual otros escritores se sirven seguramente. Pero en lo que a mí respecta, no veo que él pueda dar­me lo que la escritura me permitía. Dentro de mí mismo, la actividad intelectual si­gue siendo lo que era, es decir, un control de la reflexión. Por lo tanto puedo tener en el pla­no reflexivo, con relación a lo que pienso, una actividad correctiva, pero ella sigue siendo sub­jetiva. Una vez más, el trabajo del estilo, tal como lo entiendo, supone necesariamente la escritura. Muchos jóvenes, hoy, no tienen ninguna preo­cupación por el estilo y piensan que lo que hay que decir, hay que decirlo simplemente y eso es todo. Para mí, el estilo -que, por el contrario, no excluye la simplicidad- es ante todo una manera de decir tres o cuatro cosas en una. Está la frase simple, con su sentido inmediato y luego, por debajo, simultáneamente, diferentes sentidos que se ordenan en profundidad. Si uno no es ca­paz de hacer que el lenguaje rinda esa plurali­dad de sentidos, no vale la pena escribir. Lo que distingue a la literatura de la comuni­cación científica, por ejemplo, reside en que la primera no es unívoca; el artista del lenguaje es aquel que dispone de las palabras de tal manera que, según como las ilumine, el peso que les dé, significan una cosa y otra y aún otra, cada vez en diferentes niveles.


Sus manuscritos filosóficos están escritos al correr de la pluma, casi sin tachaduras; por el contrario, sus manuscritos literarios, son extrema­damente trabajados, depurados. ¿Por qué esa di­ferencia?


Es la diferencia de objetos: en filosofía, cada frase sólo debe tener un sentido. El trabajo que hice en "Las palabras", por ejemplo, al intentar dar sentidos múltiples y superpuestos a cada frase, sería un mal trabajo en filosofía. Si tengo que ex­plicar qué es, pongamos, el "en-sí" y el "para-sí", ello quizás resulte difícil; puedo utilizar diferentes demostraciones para lle­gar a ello, pero es necesario permanecer dentro de ideas que deben poder volver a cerrarse: no es en ese nivel que se encuentra el sentido completo -que puede y debe ser plural a nivel de la obra completa-; tampoco quiero decir, en efecto, que la filosofía, como la comunicación científica, sea unívoca. En la literatura que, de alguna manera, siempre tiene que ver con lo vivido, nada de lo que digo se expresa totalmente mediante lo que yo diga. Una misma realidad puede expresarse prácticamente con un número infinito de formas. Y el libro íntegro es quien indica el tipo de lectura que requiere cada frase, y hasta el tono de voz que, a su vez, requiere esa lectura, se haga o no en voz alta. Una frase de tipo puramente objetivo, como a veces encontramos en Stendhal, forzosamente deja caer una multitud de cosas, pero esa frase comprende en sí misma a todas las otras y por lo tanto contiene un conjunto de significaciones que el autor debe tener constantemente en su es­píritu para que sucedan todas ellas. En conse­cuencia, el trabajo de estilo no consiste tanto en cincelar una frase como en conservar permanentemente en su espíritu la totalidad de la escena, del capítulo y, más allá, del libro íntegro. Si con­serva esa totalidad, usted escribe la frase exacta. Si no la tiene, su frase se hará añicos o parecerá gratuita. Dicho trabajo es más o menos largo, más o me­nos laborioso, según los autores. Pero, de una ma­nera general, siempre es más difícil escribir -di­gamos- cuatro frases en una que una dentro de una sola, como pasa en la filosofía. Una frase como "Pienso, luego existo" puede tener consecuen­cias infinitas en todas direcciones, pero, en tanto frase, ella tiene el sentido que Descartes le dio. Mientras que cuando Stendhal escribe: "En cuanto pudo ver el campanario de Verriéres, Julien se volvió de pronto", diciendo simplemente lo que su personaje hace, nos da lo que Julien Sorel siente y, al mismo tiempo, lo que siente Madame de Renal, etcétera. Por lo tanto, hay evidentemente más dificultad en encontrar una frase que valga por muchas que encontrar una frase como "Pienso, luego existo". Y esta frase, supongo, Descartes la encontró de gol­pe, en el mismo momento que la pensó.

¿El no poder leer es para usted un obstáculo en contra?

Por el momento, yo diría que no. No puedo tomar conocimiento por mí mismo de ninguno de los libros que podrían interesarme y que actualmente aparecen, pero hay gente que me habla de ellos o me los leen y yo me mantengo al corriente de lo que se pu­blica. Simone de Beauvoir me ha leído muchos libros que hemos terminado completamente, obras de todas clases. Sin embargo, yo tenía el hábito de leer los li­bros o revistas que recibía y no poder hacerlo más es un empobrecimiento. Pero, para mi trabajo actual sobre esos programas históricos, si yo en­tro en contacto con una obra -digamos de socio­logía o de historia-, da lo mismo si la escucho leída por Simone de Beauvoir o si la leo con mis propios ojos. Por el contrario, si tuviera no sólo que asimilar conocimientos, sino criticarlos, exa­minar si dichos conocimientos son coherentes, si el libro está construido según sus propios principios, etcétera, esa lectura no seria suficiente. Entonces tendría que pedir a Simone de Beauvoir que me los leyera varias veces y que se detuviera no sólo en cada frase, sino por lo menos, en cada parágrafo. Simone de Beauvoir lee y habla extremadamente rápido. La dejo que vaya a su velocidad habitual y soy yo quien intenta adaptarse al ritmo de su lectura. Ello demanda, por supuesto, un cierto es­fuerzo. Y además, intercambiamos reflexiones al final de cada capítulo. El problema es que jamás este elemento de crítica reflexiva, que se encuen­tra presente en forma constante cuando uno lee un libro con sus ojos, no resulta claro durante una lectura en voz alta. Lo que domina, simple­mente, es el esfuerzo por comprender. El elemento de crítica permanece en el trasfondo y sólo en el momento en que Simone de Beauvoir y yo com­paramos nuestras opiniones siento que saco de mi espíritu lo que estaba escondido por la lectura.

¿No es penoso para usted el haber caído, así, bajo la dependencia de los otros?


Sí, aunque decir penoso es demasiado, puesto que, lo digo una vez más, nada me es penoso en este momento. A pesar de todo, esta dependencia me es un poco desagradable. Yo estaba habituado a escribir solo, a leer solo y aún hoy creo que el verdadero trabajo intelectual exige soledad. No digo que ciertos trabajos intelectuales -y hasta ciertos libros- no puedan ser hechos entre va­rios. Pero el verdadero trabajo, el trabajo que conduce simultáneamente hacia una obra escrita y hacia reflexiones filosóficas, no veo cómo se lo puede hacer entre dos o tres. En esta época, con nuestros métodos actuales de pensamiento, la re­velación de un pensamiento frente a un objeto implica soledad.


¿No piensa que todo eso es algo muy parti­cular en usted?
Me sucedió que hice un trabajo colectivo, en la Escuela Normal, por ejemplo, o más tarde, en El Havre, en común con otros profesores, un pro­yecto de reforma de la enseñanza universitaria. Olvidé lo que allí decíamos y por eso no debía valer gran cosa. Pero todos mis libros, aparte de "Tenemos razón para rebelarnos" y las "Conversa­ciones sobre política que mantuve alguna vez con David Rousset y Gérard Rosenthal, los escribí ín­tegramente solo.


¿Le molestaría que lo interrogara sobre usted?

No, ¿por qué? Estimo que cada uno debería poder decir, frente a quien lo entrevista, lo más profundo de sí mismo. Según mi opinión, lo que vicia las relaciones en­tre la gente es que cada uno conserva, con rela­ción al otro, algo escondido, secreto, no necesa­riamente con todos, pero sí con quien habla en cierta circunstancia. Pienso que la transparencia debe sustituir, en todo momento, al secreto, e imagino muy bien el día en que dos hombres no tengan secretos el uno para el otro porque ya no lo tendrán para nadie, porque la vida subjetiva, tanto como la vida ob­jetiva, será ofrecida, será donada totalmente. Es imposible admitir que entreguemos nuestro cuer­po como lo entregamos y que escondamos nues­tros pensamientos, dado que, para mí, no hay di­ferencia de naturaleza entre el cuerpo y la con­ciencia.

En realidad, ¿no es cierto que sólo le entre­gamos nuestros pensamientos a aquellos a quie­nes entregamos nuestro cuerpo?

Entregamos nuestro cuerpo a todo el mundo, aún fuera de toda relación sexual: mediante la mirada, mediante los contactos. Usted me entrega su cuerpo, yo le entrego el mío: existimos cada uno como cuerpo gracias al otro. Pero no existi­mos de la misma manera como conciencia, como ideas, aunque las ideas sean modificaciones del cuerpo. Si quisiéramos existir realmente para el otro, si quisiéramos existir como cuerpo, como cuerpo que pueda, por lo tanto, ser desnudado perpetuamente -aún si no lo hacemos nunca- para el otro, las ideas tendrían que aparecer como procedentes del cuerpo. Las palabras son trazadas por la lengua en la boca. Todas las ideas deberían aparecer como eso, aún las más vagas, las más fugaces, las me­nos apresables. Dicho de otro modo, en ello no debería haber más esa clandestinidad, ese secreto que en algunos siglos se creyó que constituía el honor del hombre y de la mujer, lo cual me pa­rece una tontería.
Para usted, ¿cuál es el obstáculo principal que impide esa transparencia?
Ante todo, el Mal. Por ello entiendo los actos que están inspirados por principios diferentes y que puedan llegar a resultados que desapruebo. Dicho Mal hace difícil la comunicación de todos los pensamientos porque yo no sé en qué medida la otra parte tiene los mismos principios que yo para formar los suyos. En cierta medida, dichos principios pueden, por cierto, ser aclarados, discutidos, establecidos; pero no es verdad que yo pueda discutir de cualquier cosa con cualquiera. Lo puedo hacer con usted, pero no lo puedo ha­cer con mi vecino o con el transeúnte que atravie­sa la calle; en última instancia, él preferirá pe­lear a discutir conmigo hasta el final. Por lo tanto hay en efecto, un "referente a mí", nacido de la desconfianza, de la ignorancia, del miedo que hace que a cada instante no le tenga confianza al otro, o le tenga poca... Por otra parte, en forma personal, yo no me expreso so­bre todos los puntos con la gente que encuentro, pero intento ser lo más traslúcido posible por­que estimo que toda esta región sombría que te­nemos en nosotros mismos -a la vez sombría para nosotros y sombría para los otros-, sólo la podemos iluminar intentando ser claros con los otros.
¿Esa transparencia, usted la buscó primero en la escritura?
Primero, no; al mismo tiempo. Si usted quie­re, ha sido mediante la escritura donde llegué más lejos. Pero también está la conversación de todos los días, con Simone de Beauvoir, con otros, con usted -dado que hoy estamos juntos-, donde me propuse ser lo más claro y lo más verídico posible, para intentar entregar en forma total mi subjetividad... En efecto, yo no se la doy, no se la doy a nadie porque quedan cosas que, aún a mí me cuesta decirlas, que yo me las puedo decir a mí pero que no se las puedo decir a los otros. Como todos, tengo un fondo sombrío que rehusa ser expresado.
¿El inconsciente?
En absoluto. Hablo de lo que yo sé. Siempre hay una especie de pequeña franja que no se expresa y que no quiere ser expresada, pero que quiere ser sabida, sabida por mí. No podemos de­cirlo todo, usted lo sabe bien. Pero pienso que más tarde, es decir, después de mi muerte, y quizá, des­pués de la suya, las gentes hablarán cada vez más de sí mismas, lo cual causará un gran cambio. Pienso que ese cambio está ligado, por otra parte, a una verdadera revolución. Hace falta que un hombre exista íntegramente para su vecino, que igualmente deba existir ínte­gramente para él, para que se establezca una verdadera concordia social. Hoy no es realizable, pero pienso que lo será cuando se haya cumplido el cambio entre las relaciones económicas, cultu­rales y afectivas, primero por la supresión del extrañamiento material que es, en mi opinión como lo he demostrado en la "Crítica de la razón dialéctica", el fundamento de todos los antagonis­mos pasados y actuales entre los hombres. Sin duda, entonces habrá otros antagonismos nuevos que no puedo imaginar, que nadie puede imaginar, pero que no obstaculizarán una forma de sociedad donde cada uno se dará íntegramente. Una sociedad semejante, por supuesto, sólo po­dría ser mundial, puesto que si subsistiera en un solo lugar del mundo desigualdades y privilegios, los conflictos inducidos por dichas desigualdades, poco a poco, ganarían de nuevo el cuerpo social íntegro.
¿Acaso la escritura no nace del secreto y del antagonismo?
Ciertamente, la escritura nace del secreto, pero no olvidemos que ella apunta a esconder ese secreto y a mentir -en­tonces, no es interesante-, o a dar una exposición sumaria de dicho secreto, y hasta intentar agotar­lo dando testimonio de lo que uno es frente a los otros -y en ese caso, marcha en el sentido de la traslucidez que yo pido-.
Una vez, en 1971, usted me dijo: "Ya es tiem­po de que diga por fin la verdad". Y agregó: "Pe­ro no la podré decir sino en una obra de ficción". ¿Por qué?
Entonces yo proyectaba escribir una novela corta. En ella hubiera querido transmitir de ma­nera indirecta todo lo que pensaba decir precedentemente en una especie de testamento político que habría sido la continuación de mi autobiogra­fía y cuyo proyecto había abandonado. El elemen­to de ficción iba a ser muy débil; con un persona­je del que el lector tendría que decir: "Este hom­bre en cuestión es Sartre". Lo cual no significa que, para el lector, debiese haber coincidencias entre el personaje y el autor, sino que la mejor manera de comprender al perso­naje hubiera sido de buscar en él lo que le llegaba de mí. Eso era lo que yo hubiera querido escribir: una ficción que no sea sólo eso. Es lo que en la actualidad significa simplemente escribir. Nosotros nos conocemos poco y no nos podemos entregar todavía hasta las últimas consecuencias. La ver­dad de la escritura acontecería si yo dijese: "Tomo la pluma, me llamo Sartre y esto es lo que yo pien­so".
¿Una verdad no se puede enunciar en forma independiente de quien la expresa?
No es interesante. Es suprimir al individuo y a la persona del mundo en el cual vivimos y atenerse a las verdades objetivas. Se puede llegar a las verdades objetivas sin pensar la propia verdad; pero, si se trata de hablar a la vez de la objetivi­dad que uno es y de la subjetividad que está de­trás de esta objetividad y que forma parte del hom­bre con la misma validez que su objetividad en ese momento, hay que escribir: "Yo, Sartre". Y, como ello no es posible en la hora actual, porque no nos conocemos suficientemente, el rodeo me­diante la ficción permite acercar mejor esta tota­lidad objetividad-subjetividad.
¿Usted diría entonces que acercó más su ver­dad a través de "Roquentin" o "Mathieu", que al escribir "Las palabras"?
Probablemente; o más bien, pienso que "Las palabras" no es más verdadera que "La náusea" o que "Los caminos de la libertad". No porque los hechos que allí relato no sean verdaderos sino porque "Las palabras" es también una especie de novela, una novela en la cual creo pero que, a pesar de todo, sigue siendo una novela.
Cuando usted dice que ha llegado el tiempo finalmente de decir la verdad, se podría compren­der también que, hasta ahora, usted no hizo otra cosa que mentir.
No, mentir no, sino decir la mitad de la ver­dad, un cuarto de la verdad... Por ejemplo, yo no he descripto las relaciones sexuales y eróticas de mi vida. Por otra parte, no veo la razón para hacerlo sino dentro de otra sociedad donde todo el mundo pusiera sus cartas sobre la mesa.

13 de enero de 2009


Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras (2)


Segunda parte de la entrevista publicada el 6 de julio de 1975 por el diario "La Opinión" de Buenos Aires, realizada por el periodista francés Michel Contat (1938) al filósofo, dramaturgo, novelista y periodista político francés Jean Paul Sartre (1905-1980), uno de los principales representantes del existencialismo, aquella escuela filosófica nacida en los años '30 como una reacción ante la crisis de conciencia a nivel social y cultural que imperaba en Alemania, desde donde se difundió al resto de Europa, especialmente a Francia.

Pero usted mismo, ¿está seguro de sa­ber todo lo referente a Sartre? ¿Nun­ca intentó psicoanalizarse?

Sí, pero en absoluto para poner en claro cosas que no habría podido comprender por mí mismo. En el momento en que retomé "Las palabras", de la que había escrito una primera ver­sión alrededor de 1954 -versión sobre la cual volví en 1963-, le pedí a un amigo psicoanalista, Pontalis, si quería psicoanalizarme, más por curiosi­dad intelectual, por el propio método psicoanalítico, que para poder comprenderme mejor. Con to­da razón, Pontalis estimó que teniendo en cuenta las relaciones que existían entre nosotros desde hacía veinte años, a él esa tarea le era imposible. Para mí, por otra parte, era sólo una idea en el aire y no volví a pensar en ella.
De todos modos, muchas cosas concernientes a la manera como usted ha vivido la sexualidad podemos inferirlas de la lectura de sus novelas.
Sí, y hasta de mis obras filosóficas. Pero todo eso sólo representa un momento de mi vida sexual. Y allí ella no está detallada lo suficiente y con toda su complejidad como para que me puedan encontrar verdaderamente. Entonces, me dirá us­ted, ¿para qué hablar de ella? Le responderé: por­que el escritor, según mi parecer, debe hablar del mundo íntegramente cuando habla de sí mismo íntegramente. La función del escritor es hablar de todo, es de­cir, del mundo en tanto objetividad, y al mismo tiempo de la subjetividad que se opone a esa ob­jetividad, que está en contradicción con ella. El escritor debe dar cuenta de esa totalidad develán­dola hasta el final. He ahí por qué está obligado a hablar de sí mismo, y, en definitiva, eso es lo que hizo siempre más o menos bien, más o me­nos completamente, pero siempre.
¿Dónde está entonces la especificidad de la escritura? ¿No sería posible hablar de esta tota­lidad? ¿Hacerlo oralmente?
En principio es posible, pero en los hechos uno no dice tanto mediante el lenguaje oral como mediante la escritura. Las gentes no están habitua­das a servirse del lenguaje oral. Las conversacio­nes más profundas que actualmente se pueden te­ner son aquellas que mantienen los intelectuales entre ellos. No se trata necesariamente de que és­tos estén más cerca de la verdad, sino que en los tiempos que corren, tienen conocimientos, un mo­do de pensamiento -psicoanalítico, sociológico, por ejemplo-, que les permite alcanzar en cierto punto la comprensión de sí mismos y de los otros al cual las gentes que no son intelectuales no lle­gan naturalmente. El diálogo, en general, se en­tabla de tal manera que cada uno piensa haberlo dicho todo cuando, en realidad, los verdaderos pro­blemas comienzan más allá de lo dicho.
En suma, cuando usted habla de esa verdad que ahora es el momento de decir, ¿se trataría de expresar ciertas cosas que fueron calladas o cosas que usted no había comprendido antes?
Se trataría, sobre todo, de ubicarme en cierta postura, donde, necesariamente, se me revele cierto género de verdad que aún no conocía. Se tra­taría, mediante el rodeo de una ficción verdade­ra -o de una verdad ficticia- de retomar las ac­ciones, los pensamientos de mi vida para intentar hacer de ello un todo, observando bien sus preten­didas contradicciones y sus límites, para ver si aquellos límites eran verdaderos, si no me habían forzado a considerar tales ideas como contradic­torias cuando en realidad no lo eran, si había in­terpretado bien tal o cual acción que yo cometí en cierto momento...
¿Y quizá también para escapar a su propio sistema?
En efecto, en la medida en que mi sistema no podía explicarlo todo, se hacía necesario que yo me ubicara fuera de él. Y, como soy yo quien hizo el sistema, había muchas posibilidades para que recayera en él, y, en consecuencia, ello habría pro­bado que la verdad, para mí, no podía ser conce­bida fuera de ese sistema. Pero eso habría podido significar también que dicho sistema sigue siendo válido a un cierto nivel, aún cuando no alcanzara la verdad profunda. La verdad siempre hay que encontrarla, porque ella es infinita. Lo cual no quiere decir que no se obtengan verdades. Y yo pienso que si hubiera po­dido hacer lo que yo quería, intentar aquella no­vela corta que debía expresar mi verdad, con un poco de suerte habría obtenido algunas verdades, y verdades no sólo sobre mí, sino sobre la época que me contiene. Pero no habría logrado la ver­dad íntegra. Simplemente habría dejado entender que ella es alcanzarle aún cuando hoy nadie sea capaz de alcanzarla.
¿De eso se ocuparía usted si en estos momen­tos pudiera escribir?
Sí, y en cierta manera yo siempre me ocupé de ello.
Sin embargo, sabemos por las "Memo­rias" de Simone de Beauvoir que, a partir de 1957 más o menos, usted trabajó con un sentimiento de extre­ma urgencia. Simone de Beauvoir dice que usted emprendía "una agotadora carrera contra el reloj y contra la muerte". Me parece que si experimen­taba una urgencia tan desesperada, era porque estimaba que sólo usted era capaz de decir algo que debía ser dicho absolutamente. ¿Es exacto?
En cierto sentido, sí. Es a partir de ese mo­mento que yo escribí la "Crítica de la razón dia­léctica"; el libro me absorbió con fuerza y se tomó todo mi tiempo. En él trabajaba diez horas por día, masticando pastillas de un medicamento psicotrópico, corydrane -tomaba veinte por día finalmente- y, en efecto, sentía que había que terminar el libro. Las anfetaminas me daban una rapidez de pensamiento y de es­critura que por lo menos era el triple de mi ritmo normal y yo quería ir rápido. Era la época en que yo había roto con los co­munistas luego de los acontecimientos de Buda­pest. La ruptura no era total pero los lazos esta­ban rotos. Antes de 1968, el movimiento comunis­ta parecía representar a toda la izquierda, de ma­nera que romper con el partido creaba una suer­te de exilio. Cuando se cortaba con aquella izquier­da, uno se dirigía hacia otra izquierda, como lo hicieron los que se fueron con los socialistas, o bien uno se quedaba en una especie de espera y lo único que quedaba por hacer era intentar pen­sar hasta el fin aquello que los comunistas rehu­saban pensar. Escribir la "Crítica de la razón dialéctica" representó para mí una manera de arreglar mis cuen­tas con mi propio pensamiento fuera de la acción que sobre el pensamiento ejercía el Partido Comu­nista. La "Crítica..." es una obra escrita contra los comunistas, al mismo tiempo que seguía siendo marxista. Consideraba que el verdadero marxismo estaba completamente retorcido, falseado por los comunistas. En estos momentos, no pienso en ab­soluto lo mismo.
A ello volveremos. Ese sentimiento de urgencia que usted experimentaba, ¿no venía también de los primeros desgastes de la edad? En 1954, en Moscú, usted tuvo una primera quiebra en su sa­lud.
Fue una quiebra bastante benigna -una cri­sis de hipertensión- que yo interpreté como un inconveniente momentáneo debido al exceso de trabajo y a esa primera estadía en la Unión Soviética que no era agradable y que me había fatigado. No tuve la impresión de que algo había cambiado, pe­ro la tuve un poco más tarde cuando De Gaulle tomó el poder. Yo escribía "Los secuestrados de Altona" y un día, durante el invierno de 1958, co­mencé a sentirme algo inseguro. Me acuerdo de ese día, en casa de Simone Berriau. Estaba bebiendo un vaso de whisky, lo quise volver a poner sobre la mesa y, naturalmente, lo dejé caer al suelo. No era una torpeza; era una pertur­bación del equilibrio. Simone Berriau se dio cuen­ta de inmediato y me dijo: "Vaya a ver un médi­co, algo anda mal". Y, en efecto, algunos días des­pués, yo garabateaba en lugar de escribir, escribía frases desprovistas de sentido, sin relación con la pieza y que espantaron a Simone de Beauvoir.
¿Usted mismo tuvo miedo en ese momento?
No, pero vi que yo estaba deteriorado. Nunca tuve miedo. Pero me detuve; durante dos meses creo que no hice nada. Y luego, me puse a traba­jar de nuevo. Lo cual retrasó un año "Los secuestrados...".
Me parece que, en esa época, usted sentía una fuerte responsabilidad con respecto a sus lectores, con respecto a usted mismo, con repecto a esos "mandamientos que le cosieron bajo la piel", como usted dice en "Las palabras". Se trataba, en suma, de escribir o reventar. ¿A partir de qué momento comenzó a distenderse, si acaso alguna vez lo logró?
En todos estos últimos años, luego que aban­doné "El idiota de la familia" sobre Flaubert. En ese libro también trabajé enormemente con pastillas de corydrane. Trabajaba en él en forma intermitente desde hacía quince años. Escribía otra cosa. Luego volvía nuevamente a Flaubert. Sin embargo, no lo terminaré. Pero no me siento realmente desgraciado por ello dado que pienso que lo esencial de lo que tenía que de­cir, ya lo he dicho en los tres primeros tomos. Cualquiera podría escribir el cuarto a partir de los tres primeros que yo escribí. De todos modos, esa biografía de Flaubert inconclusa me pe­sa como un remordimiento. En fin, "remordimien­to" quizá sea demasiado fuerte; después de todo, las fuerzas de las cosas me obligaron a abando­narlo. Yo quería terminarlo. Y, al mismo tiempo, ese cuarto tomo era a la vez el más difícil para mí y el que menos me interesaba: el estudio del estilo de "Madame Bovary". Pero, se lo digo, lo esen­cial está hecho aún cuando la obra quede en sus­penso.
¿Eso vale para el conjunto de su obra? Casi podríamos decir que una de las características principales de su obra es que está inconclusa... ¿Eso le...?
¿Si eso me molesta? En absoluto. Porque to­das las obras son inconclusas: todos los hombres que hacen una obra literaria o filosófica, no la terminan. ¡Qué quiere usted!, ¡el tiempo existe!
¿Hoy no se siente aguijoneado por el tiempo?
No, porque he decidido -digo bien: he decidi­do- que yo he dicho todo lo que tenía que decir. Esta decisión implica que corto con todo aquello que aún tendría que decir y no lo digo, porque considero como esencial lo que he escrito. El resto, me digo, no vale la pena, son de esas tentaciones que uno tiene, como el escribir una novela sobre tal o cual tema y que luego abandonamos. En verdad, no es del todo exacto: si yo me pu­siera en el verdadero estado de exigencia en que se encuentra un hombre que tiene muchos años por delante y que goza de buena salud, diría que no la he terminado, que no he dicho todo lo que quería decir. Por eso, no quiero decírmelo. Si aca­so me restan diez años de vida, está muy bien, no está mal.
¿Y cómo piensa ocupar esos diez años?

Con trabajos como esos progra­mas de televisión que preparo y que considero que deberán formar parte de mi obra. Con un libro de diálogos que ya he comenzado con Simone de Beauvoir, que es la con­tinuación de "Las palabras", pero que esta vez es­tará dividido en temas y que no será hecho con el estilo de "Las palabras", dado que ya no puedo tener estilo.
Pero usted le concede menos tiempo a los pro­yectos de lo que habla.
Les concedo menos tiempo porque no puedo concederles más. Porque, a los setenta años, no puedo esperar que en los próximos diez años de eficacia que me quedan por vivir, vaya a producir la novela o la obra filosófica de mi vida. Sabemos qué son los diez años de vida que van de los setenta a los ochenta...
Lo que está en cuestión no es tanto su edad como su semiceguera...
En mí, la edad se siente por el hecho de la semiceguera -que es un accidente; yo habría podido tener otros síntomas- por la simple proxi­midad de la muerte que es un hecho absolutamen­te innegable. No es que yo piense en ella; no pien­so nunca, pero sé que ella va a venir.
¡Usted lo sabía antes!
Si, pero no pensaba en ella; verdaderamente, no. Usted sabe que en cierta época hasta me creí inmortal. Hasta los treinta años más o menos. Pe­ro ahora, me siento muy mortal, sin pensar nunca en la muerte. Simplemente sé que estoy en el úl­timo período de mi vida; es decir, que ciertas obras me están vedadas. Por su amplitud, no por su di­ficultad, pues creo que estoy casi en el mismo ni­vel de inteligencia que hace diez años. Lo impor­tante para mí es que aquello que había que hacer ya está hecho. Bien o mal, poco importa, pero en todo caso lo he intentado. Y además, me quedan diez años.
Usted me hace acordar de Gide que en "Teseo" decía: "Ya hice mi obra, he vivido...". El tenía setenta y cinco años y esta misma serenidad, esta satisfacción del deber cumplido. ¿Usted dice lo mismo?
Exactamente.
¿Con el mismo ánimo?
Habría que agregar otras cosas. Yo no pienso en mis lectores de la misma manera que Gide. Yo no pienso en la acción de un libro de la misma manera que él. Yo no pienso en la sociedad futura como él la pensaba, tomando únicamente al in­dividuo. Sí, en un sentido yo hice lo que tenía que hacer.
¿Está contento con su vida?
Mucho. Pienso que si hubiera tenido más posibilidades habría podido encarar mejor muchas más cosas.
Y también si usted se hubiera cuidado un poco. Porque, finalmente, usted se destrozó la sa­lud escribiendo la "Crítica de la razón dialéctica".
¿A qué viene eso de la salud? Vale más es­cribir la "Crítica de la razón dialéctica" -lo digo sin orgullo-, vale más escribir una obra larga, apretada, importante de por sí, que gozar de bue­na salud.
Hace algunos meses usted me dijo, con un poco de humor y otro poco de melancolía: "Estoy declinando, ya he sido". ¿Hoy tiene la sensación de ser un desconocido?
Desconocido no, si se entiende por ello la manera como lo fueron algunos escritores y poetas del siglo XIX. Pero no muy bien conocido, sí.
Cuando usted era niño, tenía dos ambiciones: hacer una obra y ser célebre. ¿A partir de qué momento supo usted que lo había logrado?

Siempre creí que lo lograría; sin embargo, jamás tuve la impresión muy neta de haber lo­grado el éxito. En fin, luego de la guerra creo que lo logré.
Dicho de otra manera, esa notoriedad más bien pesada le cayó encima en 1945...
Muy pesada...
¿Le agradó?
Figúrese que no, porque esa fama se compuso de tantos insultos y hasta de calumnias que era irritante. No era desesperante, nada de eso, por­que más tarde le encontré un cierto encanto, pero al comienzo, me fue infligida de la manera más desagradable, como es el odio.
¿Le afecta el odio?
Ahora no, pero en esa época recién lo cono­cía. Yo acababa de sufrir la ocupación alemana, que no era muy graciosa, y me encontré con el odio de mis contemporáneos, que me producía un efecto singular. Luego, finalmente, todo se arregló muy bien. Siempre me han odiado; pero, lo que fue importante es que los jóvenes siempre tuvie­ron buenas relaciones conmigo, por lo menos hasta 1968. Quiero decir que los acontecimientos de mayo de 1968 se me escaparon de las manos: ni siquiera me dí cuenta de lo que se aproximaba. Luego, después de 1968, me aproximé a ellos, o a algunos de ellos y continué teniendo un público de jóvenes. Ahora es diferente, las cosas comienzan a cambiar: es tiempo de hacer las valijas...
¿Siente que los jóvenes intelectuales ya no lo leen más, que lo conocen a través de falsas ideas que se hacen de usted?
Creo que es una lástima, para mí.
¿Para usted o para ellos?
A decir verdad, también para ellos. Pero pien­so que se trata sólo de un momento.
En el fondo, ¿usted aceptaría con todo gusto la predicción que acaba de hacer Roland Barthes al decir que a usted lo van a redescubrir y que eso ocurrirá muy pronto y con toda naturalidad?
Lo espero.
¿Y cuál es la parte de su obra que usted es­pera que sea importante para la nueva generación?
"Situaciones", "San Genet, comediante y mártir", "Crítica de la razón dialéctica" y "El Diablo y el buen Dios". Las "Situaciones", si usted quiere, es la parte no filosófica que más se aproxima a la filosofía crítica y política. Eso me gustaría que quedara y que se leyera. Y también "La náusea". Considero que, desde el punto de vista propiamente literario, es lo mejor que yo hice.

13 de enero de 2009

Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras (3)


El filósofo y literato francés Jean Paul Sartre (1905-1980) alcanzó una gran popularidad en la segunda mitad del siglo XX tanto por sus libros como por su activa participación en la vida política. Precisamente esta última hizo que fuese considerado como un símbolo viviente del pensador comprometido con las causas políticas y sociales. A continuación, la tercera parte de su sentido autorretrato a través de la entrevista realizada por el periodista francés Michel Contat (1938) publicada el 6 de julio de 1975 por el diario "La Opinión" de Buenos Aires.

Después de mayo de 1968 usted me dijo: "Si releyeran todos mis libros se darían cuenta de que, profunda­mente, no he cambiado y que siem­pre sigo siendo anarquista...".



Eso es muy cierto. Y lo podrán ver en los programas de televisión que yo preparo. Sin em­bargo, he cambiado en este sentido: yo era anar­quista sin saberlo cuando escribí "La náusea". No me daba cuenta de que lo que allí escribía podía te­ner un trasfondo anarquista; yo veía la relación sólo en la idea metafísica de la "náusea", en la idea metafísica de la existencia. Luego, mediante la filosofía, descubrí al ser anarquista que está en mí. Pero no lo descubrí bajo ese término por­que hoy la anarquía nada tiene que ver con la anarquía de 1890.
En efecto, usted nunca ha sido reconocido por el movimiento que se proclama anarquista.
Nunca. Por el contrario, yo estaba muy lejos de él. Pero ocurre que jamás acepté que sobre mí se ejerciera ningún poder y siempre he pensado que la anarquía, mejor dicho una sociedad sin poderes, debe ser realizada.
En suma, usted sería el pensador de una nue­va anarquía, de un socialismo libertario. ¿Por ello es que no protesta realmente cuando un amigo le afirma que usted será el Marx del siglo XXI?
Ah, usted sabe cómo son los profetas de ese género. Pero, en fin, por qué protestaría yo, dado que deseo que todavía me lean dentro de cien años -aunque no estoy realmente seguro-. Pero deseo que se trabaje retomando el trabajo que yo hice y sobrepasándolo.
No obstante, ¿reconoce que a pesar de recha­zar todo poder, usted mismo ha ejercido uno?
Yo tuve un falso poder: el de ser profesor. Pero el poder real de un profesor consiste por ejemplo, en prohibir que se fume en la clase -yo no lo hacía-, o de eliminar alumnos -yo siempre los aprobaba-. Yo transmitía un saber. De acuer­do con mi opinión, eso no es un poder, o más bien eso depende de cómo se enseñe. Pregúntele a Pierre Bost si yo pensaba ejercer un poder sobre mis alumnos y si lo tenía.
¿No piensa que la celebridad le ha otorgado poder?
No lo creo. Quizás a raíz de mi celebridad un agente de policía me pueda pedir mis documentos con mayor educación. Pero fuera de eso no veo que yo tenga poder. No creo tener otro poder que el de las verdades que yo digo.
En el fondo a usted le duele medir su propia notoriedad...
No lo sé. En estos momentos no sé muy bien si lo que digo tiene valor todavía o si las otras corrientes literarias y filosóficas que ocupan el mundo intelectual no me han enmascarado o tapado completamente.
Es posible que Deleuze o Foucault hoy sean más leídos que usted por los jóvenes intelectuales franceses. Por otra parte, son mucho menos céle­bres que usted en el extranjero y, por cierto, me­nos leídos. Cuando usted quiso visitar a Andreas Baader en su prisión alemana, le dieron autorización. ¿Por qué? Porque usted era una estrella intelectual. Una parte de la prensa alemana lo insultó. ¿Por qué? Porque temía que fuera escuchado...
Sobre esto no hubo otra repercusión que ese furor sagrado de la prensa y de las gentes que me escribieron. Dicho en otra forma, pienso que esa visita a Baader fue un fracaso. La opinión alemana no fue modificada. Más bien la volvió en contra de la causa que yo pretendía sostener. Dije muy claro, al comienzo de mi conferencia de prensa, que yo no tomaba en consideración los actos que se le reprochaban a Baader sino que sólo consideraba las condiciones de su detención; los periodistas juzgaron que yo sostenía la acción política de Baader. Por lo tanto, creo que todo fue un fracaso, lo cual no impide que si tuviera que hacerlo nuevamente, lo haría.
Lo quiera o no, Sartre no es un cual­quiera... Usted mismo ha deseado ser célebre...



No sé si lo deseo todavía. Lo de­seaba antes de la guerra de 1939; lo he deseado mucho después, durante los pocos años en que me mimaron, como usted sabe. Pero ahora...

Es lo que yo digo: usted lo es...
Lo soy, pero no lo siento; estoy aquí, con­verso con usted... Bueno, todo esto que charlamos aparecerá públicamente, pero en el fondo todo eso me importa poco...
Si usted había deseado ser célebre, fue de alguna manera para existir. Uno de mis amigos decía los otros días: "El nuevo pensamiento es: hablan de mí en los periódicos, luego soy".
Alguien que quiere ser célebre no es eso lo quiere: lo quiere todo. Quiere ser conservado en la memoria de los hombres independientemen­te de los periodicuchos que lo perpetúan. Tendrá lectores, pero porque los hombres conservan su memoria y no a la inversa. Nunca he pensado en los periódicos o en cualquier otro escrito sobre mí como algo que deba inmortalizarme y satisfacer­me. Ese era el rol que le asignaba a mi obra, aún antes de haber escrito la primera línea: ella de­bía inmortalizarme, porque ella era yo. Sólo yo podía ocuparme de mí mismo. Los otros podrían sacar provechos turbios de ella. Pero para saber quién soy verdaderamente, lo que soy y lo que valgo, sería necesario un psicoanálisis perfecto que no existe.
Usted mismo explicó en "Las palabras" que su deseo de gloria era consecuencia del temor a la muerte y también de un sentimiento contingente: el de la gratuidad injustificable de su existencia.
Exactamente. Pero una vez que se adquiere la gloria, nada cambia; siempre uno sigue sintiéndose injustificado.
¿Y no cree que en una sociedad que no legi­tima desde el comienzo a sus miembros -como era el caso en la sociedad teocrática o en la so­ciedad feudal-, el deseo de gloria personal es un poco el deseo de todos?
Un individuo es legitimado por la sociedad si él lo quiere. En realidad, no es legitimado por nada, pero la mayoría de la gente no se da cuenta. Una madre es legitimada por sus hijos, una hija por su madre, etcétera. Ellos se las arre­glan entre sí...
Sin duda. Pero, ¿quizá porque en su infancia usted no sentía ninguna clase de legitimación es que deseó con tanta fuerza ser glorioso y por eso mismo lo logró?
Eso lo pienso. Creo que uno se vuelve célebre si quiere; no por los dones o por las disposiciones innatas. ¿Pero qué conclusión saca usted de todo esto?
Pienso que a usted le cuesta darse cuenta lo que es para los otros. Creo que fue Claude Roy quien dijo: "Sartre no sabe que es Sartre".
No lo sé en absoluto. Pero pienso que usted tampoco lo sabe.
Yo sé qué es usted para mí.
Sí, pero justamente, usted es uno de mis ínti­mos que no me ven como un personaje. Pero en cuanto a las gentes que no me conocen, ¿cómo podría saber yo lo que soy para ellos? No obtengo de mí ninguna imagen apresable; apresable por mí. Hay gentes que dicen después de haberme visto: "Y bien, no es como para temerlo". Es de­cir, que esperaban que lo fuera. Hay otros que me dicen: "Me gustaron sus libros", pero todo eso no me da una estatura exterior: sólo representan relaciones conmigo y eso es todo.

Pero, al mismo tiempo, usted aparece cons­tantemente en el diario, pronto estará en la tele­visión, o en las obras que le consagran. Usted sabe muy bien que su nombre está mucho más difun­dido en el público que el de la mayoría de la gente.

Sí, de eso tengo mis dudas. Ahora no lo sé. Desde hace algunos años no lo sé.

¿Dice eso con pesar?



No, le diré que no me importa. Porque quería escribir sobre el mundo y sobre yo mismo es que lo hice. Quería ser leído y eso sucedió. Cuando uno es muy leído, hablan de celebridad. Bueno, de acuerdo, soy célebre... Con ello he soñado to­da la vida, desde que era chico, y de cierta ma­nera lo he logrado. Pero ese afán representaba otra cosa, no sé muy bien qué. Y eso no lo tuve...

Dicen que usted tiene el genio de la publici­dad.
Creo que es falso. Nunca hice nada por bus­car la publicidad.
Causó escándalos...
¡Oh! Ahora no...
La prueba: hace poco, con esa visita a Baa­der...
Los diarios dijeron que yo estaba chocho. Aun si sólo se tratara de descalificarme, hasta ahora no lo habían dicho. Es la edad. Ve usted, siempre volvemos al mismo tema.
Aunque en todo lo que acabamos de decir, la edad no estaba realmente presente, ¿a partir de cuándo se sintió envejecer?



Es complicado, porque, en cierta forma, el hecho de haber perdido el uso real de la vista, de no poder caminar sino un kilómetro, etcétera, ya es envejecer, puesto que, efectivamente son enfermedades que no son tales, con las cuales yo puedo vivir, pero que llegan porque estoy al final del camino. Por lo tanto, todo eso es ver­dadero. Pero, por otro lado, realmente no pienso en ello. Yo me veo, me siento, trabajo como cualquiera que tuviera cuarenta ó cincuenta años. No siento la vejez. Sin embargo, a los setenta años, uno es un hom­bre viejo.

¿Piensa que esto ocurre con la mayoría de los hombres de su edad?
No lo sé. No se lo puedo decir. No me gusta la gente que tiene mi edad. Toda la gente que conozco es mucho más joven que yo. Con ellos me entiendo mejor; tienen las mismas necesidades, las mismas ignorancias, la misma sabiduría que yo. La gente que más veo, casi todas las mañanas actualmente, Pierre Víctor y Philippe Gavi, ambos tienen treinta años. Y ahora con usted, con quien me siento como con alguien que tuviera la misma edad. Sé que usted es mucho más joven que yo, pero no lo siento.
Pero, ¿qué es lo que le molesta en la gente que tiene su edad?
¡Son viejos! ¡Son jodidos!
Yo a usted no lo encuentro jodido...
Sí, pero yo no soy como la gente de edad. La gente de edad vuelve sobre sus ideas, tiene ideas fijas, se siente molesta por lo que se escribe hoy... ¡Oh, son jodidos! La edad es un castigo en la mayoría de los casos. Y además pierden todo aquello que tenían de frescura. Me es bastante desa­gradable encontrar a viejos a los cuales yo conocí cuando eran jóvenes. La gente de más edad con la cual puedo conversar son los muchachos de "Les temps modernes" que tienen quince o veinte años menos que yo. Con ellos la cosa aún camina. Pero el contacto que yo tengo es con gente de treinta años.
¿Y ellos buscan dicho contacto?
En todo caso no soy yo el que lo busca.
Por otra parte, es una de las cosas que pue­den sorprender en usted. ¿Nunca toma la iniciativa en un encuentro?
Jamás. No tengo curiosidad por la gente.
Sin embargo, una vez usted escribió: "Tengo la pasión por comprender a los hombres...".
Sí. Una vez que yo tengo a un hombre frente a mí tengo la pasión por comprenderlo, pero no me movería de un lugar a otro para verlo.
Esa es una actitud de solitario.
Solitario, sí. Tenga en cuenta que estoy ro­deado de gente, pero son mujeres. Hay varias mu­jeres en mi vida. Simone de Beauvoir es la única, en cierto modo, pero en fin... hay varias.
Lo cual le debe llevar un tiempo considerable. Y sobre todo cuando en el fondo lo único que deseaba era escribir. Una ver usted me dijo: "La única cosa que verdaderamente me gusta hacer es sentarme a una mesa y escribir, filosofía preferentemente".
Si, eso es lo que siempre quise verdaderamente. Y siempre me han mantenido un tanto alejado de mi mesa: había que hacer un gran esfuerzo para volver a ella.
¿No le gusta estar solo cuando no tra­baja?

Me gusta mucho estar solo en ciertos casos. Antes de la guerra, me gustaba mucho. Algunas noches, cuando el "Cas­tor" no estaba vacío, iba a cenar solo en el "Bal­sar", por ejemplo; yo sentía mi soledad...

Esto no le ocurrió a menudo desde el final de la guerra...

Recuerdo, hace tres o cuatro años, tuve que pasar una noche totalmente solo y ello me regocijó. Estaba en casa de una amiga que no se en­contraba. Bebí. Estaba borracho perdido. Regresé a casa a pie y Puig, mi secretario, que había ve­nido a ver si todo iba bien, me seguía de lejos. Después me caí, él me recogió, me sostuvo y me llevó a casa. Eso fue lo que hice con mi soledad. También, cuando le digo a Simone de Beauvoir que me gusta estar solo pero que me lo impiden, ella siempre dice: "Usted me hace reír".
¿Como vive hoy?
Mi vida se ha vuelto muy simple dado que no puedo desplazarme mucho. Me levanto a las ocho y media de la mañana. A menudo duermo en casa de Simone de Beauvoir y vuelvo a la mía después de haber tomado el desayuno en un café que está por el camino; a menudo en aquél que más me gusta, el "Café Libertad" que verdade­ramente tiene el nombre que me conviene, en la esquina de la calle de la Gaité y del bulevar Edgard Quinet, a dos cuadras de mi casa. Me siento en mi elemento en el barrio de Montparnasse. Antes de la guerra, viví mucho tiempo en un pequeño hotel en la calle Cels, el "Mistral" -que todavía existe- entre el cementerio de Montparnasse y la avenida del Maine; luego viví también en un hotel de la calle Gaité. Cuando dejé Saint Germain des Prés, después que me pusieron una bomba en mi departamento del n° 42 de la calle Bonaparte, viví doce años en el nº 222 del bulevar Raspail. Ahora vivo cerca de la nueva torre de Montparnasse. Casi todos mis íntimos viven en Montparnasse y yo conozco un poco a la gente del barrio, los mozos de los cafés, la vendedora de diarios, algunos comer­ciantes.
¿Y sigue haciendo la vida de café?
Sí, es mi vida, siempre he vivido así. No es exactamente una vida de café: yo almuerzo tarde, cerca de las dos, y me quedo cuatro horas en el café. De tanto en tanto, pero raramente, ceno con Simone de Beauvoir en un restaurante. A veces ocurre que descubro uno que ella intenta que conozca; por mí mismo no iría, no tengo curiosidad.
Actualmente, ¿se encuentra con mucha gente?
Siempre la misma, pero muy po­ca. Sobre todo mujeres, las que están muy cerca de mí en la vida. Y además tres o cuatro hombres, regularmente: los muchachos de "Les temps modernes", una vez cada quince días, los miércoles...
¿Para qué mantiene esa regularidad en sus hábitos? Cada semana se repite como la prece­dente, cada una de las personas que usted ve en su día, en su hora, son siempre las mismas...
Pienso que eso se debe a que hacen falta hábitos regulares para escribir de una manera productiva. No he escrito tres novelas en mi vida; he escrito muchas, muchísimas páginas. No se puede escribir una obra un tanto abundante sin una disciplina de trabajo. Dicho esto debo confesar que yo escribo en todos lados. Por ejemplo, yo escribí algunas páginas de "El ser y la nada" sobre una pequeña cumbre de los Pirineos cuando viajábamos en bicicleta con Simone de Beauvoir y Michael Rost. Yo había llegado primero, me senté en el suelo bajo las rocas y comencé a escribir. Lue­go, los otros me alcanzaron, se sentaron a mi lado y yo continuaba escribiendo. Evidentemente yo escribí mucho en el café. Por ejemplo, una gran parte de "El aplazamiento". Y "El ser y la nada" fue escrito en "La coupole" y en "Les trois Mousquetaires" de la avenida del Mai­ne y luego en el "Flore". Pero a partir de 1945, 1946, cuando vivía en casa de mi madre en el nº 42 de la calle Bonaparte, y luego, después de 1962, en el boulevard Raspail, casi siempre escribí en mi escritorio. Pero también escribía cuando estaba de viaje, y yo siempre hice muchos viajes... Por lo tanto, esos hábitos de los que usted habla datan del tiempo en que yo organizaba mi vida en función de mis horas de trabajo: de nueve y me­dia o diez, a una y media y luego de cinco o seis hasta las nueve. Así fue como trabajé toda mi vi­da. En estos momentos son casi horas muertas. Pero las conservo, tengo los mismos horarios. Por ejemplo, en este momento me reúno en casa entre las diez y media y las once con mis camaradas que hacen los programas de televisión con Simone de Beauvoir y yo, y trabajamos todas las mañanas hasta la una y media o hasta las dos. Y luego voy a almorzar a una de las cervecerías del barrio y regreso a casa a eso de las cuatro y media. En general, Simone de Beauvoir está allí, con­versamos un momento y después ella me lee ya sea las obras que necesitamos para los programas de televisión, ya sea un libro cualquiera, ya sea "Le Monde" o "Liberation" u otros diarios. Eso nos to­ma hasta las ocho y media o nueve y luego, la mayoría de las veces volvemos juntos hasta su es­tudio cerca del cementerio de Montparnasse y paso la velada con ella, casi siempre escuchando mú­sica o, a veces, ella continúa su lectura y casi siem­pre me acuesto a la misma hora, a eso de las doce y media...
La música ocupa un lugar importante en su vida. Pocos lo saben...
La música siempre tuvo impor­tancia para mí, a la vez como una distracción y como un elemento principal de cul­tura. Todo el mundo hacía música en mi familia: mi abuelo tocaba el piano y el órgano, mi abuela tocaba bastante bien el piano, mi madre también lo hacía y cantaba. Mis dos tíos -sobre todo mi tío Georges, cuya mujer también era música- eran excelentes pianistas, y usted sabe que el primo Alberto tampoco era nada malo tocando el órgano... Resumiendo, en casa de los Schweitzer todo el mundo hacía música y toda mi infancia la viví rodeado de una atmósfera musical. A la edad de ocho o nueve años, me dieron cla­ses de piano. Y después no toqué más, hasta los doce anos, en La Rochelle. Allí, en la casa donde vivía con mi madre y mi padrastro, había un gran salón donde sólo se entraba en las recepciones y donde reinaba un gran piano de cola. Entonces, volví a aprender solo tocando primero partituras de operetas y luego a cuatro manos con mi madre, obras de Mendelsshon, por ejemplo. Y poco a poco, cosas más difíciles: Beethoven, Schumann, más tarde Bach, con una digitación poco correcta. Pero finalmente llegué a tocar casi en el "tempo" jus­to, sin verdadera precisión pero, en general, respetando el compás. Finalmente, llegué a tocar cosas bastante difí­ciles, como Chopin y las sonatas de Beethoven, sal­vo las últimas que son muy difíciles, de ellas sólo tocaba una parte. Y tocaba Schumann, Mozart y también arias de óperas y operetas que yo canta­ba; tenía voz de barítono, pero nunca la trabajé. Ni el piano, por otra parte; jamás hice ejercicios de velocidad. Pero, a fuerza de tocar los mismos trozos, lograba tocar de una manera casi audible. Hasta di lecciones de piano cuando tenía veintidós años, en la Escuela Normal. Finalmente, tocar el piano para mi se transformó en algo importante. Por ejemplo, durante la siesta, en el nº 42 de la calle Bonaparte, Simone de Beauvoir venía a trabajar en casa y ella comen­zaba a leer o a escribir frente a mí, y yo iba y me sentaba al piano, a menudo durante dos horas. Tocaba por placer, ya sea una nueva partitura que descifraba, ya sea por enésima vez un pre­ludio o una fuga de Bach, o una sonata de Bee­thoven.
¿Tocó alguna vez para los amigos?
No, jamás nadie me lo pidió. Más tarde to­qué con mi hija adoptiva, Arlette; ella cantaba o tocaba la flauta y yo la acompañaba. Lo hicimos durante muchos años y luego, se lo juro, en estos momentos evidentemente ya no puedo tocar. Por otra parte, me detuve un poco antes de ese acci­dente que tuve en el ojo, a causa de mis manos que habían perdido su agilidad y que me costaba coordinar. Entonces, ahora escucho mucho más música que antes. Puedo decir que tengo una bue­na cultura musical que va de la música barroca hasta el atonalismo. Casi todas las noches, en casa de Simone de Beauvoir, escuchamos discos, toda clase de obras y a veces, durante el día, por la radio escucho los programas de "France Musíque", que en su conjun­to no están tan mal.
¿Cuáles son sus compositores predilec­tos?
Yo diría Beethoven, que para mí es el músico más grande, Chopin, Schumann y, en la música moderna, los tres cé­lebres atonalistas: Schoenberg, Alban Berg y Webern, a quienes quiero mucho, sobre todo a Webern y también a Berg, el de "Concierto a la memoria de un ángel" y "Wozzeck", evidentemente. A Schoenberg lo quiero un poco menos porque es demasiado profesoral. Y hay un músico que me gusta mucho. Bela Bartok. Lo descubrí en Norteamérica, en 1945, cuando estaba en Nueva York. Antes no lo cono­cía en absoluto. Bartok fue y es todavía, una de mis grandes simpatías en música. Y, además, también me gusta mucho Pierre Boulez; no tiene genio pero sí un gran talento. Como usted ve, mis gustos son eclécticos. También me gusta mucho la música antigua: Monteverdi, Gesualdo, las óperas de la época; en general me gustan mucho las óperas. Como usted ve, la música, antes de mis acciden­tes físicos, ocupaba cuatro horas de mi jornada y ahora aún más. Evidentemente, si yo hubiera po­dido elegir entre perder el oído y perder la vista, yo habría preferido perder el oído, pero ello me habría molestado mucho, por causa de la música, precisamente.
¿Nunca compuso?
Sí, hasta llegué a componer una sonata, que está escrita. Creo que el sello Castor todavía la tiene. Se parecía un poco a Debussy, no me acuer­do muy bien. Me gusta mucho Debussy y Ravel también.
¿Y no siente animadversión por algún músico en particular?
Verdaderamente no. Si usted quiere Schubert, sobre todo por sus canciones. No hay comparación con las canciones de Schumann, por ejemplo. Las de Schubert son toscas y bajamente melódicas. ¡Tome la melodía de una canción de Schumann y compare! Habiendo dicho esto, resulta curioso que yo no haya hablado de música en mis libros. Pienso que es porque no tenía que decir gran cosa que ya no se supiera. Está ese prefacio que escribí hace un tiempo para el libro de Rene Leibowitz -uno de los pocos músicos que conozco personalmente-, pero allí hablo menos de música que del problema de la significación en música y ese no es por cierto uno de mis mejores textos.
Y también está el famoso pasaje de "La náu­sea" que podría hacer creer que usted detestaba la gran música: "Y las salas de conciertos desbor­dan en humillados y ofendidos... Creen que la belleza les es compatible. Que tontos".
Es verdad, nunca he considerado que la mú­sica realmente haya sido hecha para ser escucha­da en conciertos. A la música hay que escucharla por la radio o en los discos, o interpretada por tres o cuatro amigos. Escuchar música rodeado por un montón de gente que uno no conoce y que no escuchan de la misma manera que usted, no tiene sentido. La música está hecha para ser escuchada individualmente por cada uno. En todo caso, se puede admitir el concierto de música sinfónica -aunque también ella ha sido hecha para ser es­cuchada a solas- pero en lo que respecta a la mú­sica de cámara, a la música íntima, es absurdo.
¿Y usted prefiere la música íntima?
Pienso que nadie supo en verdad hacer sinfo­nías; es algo demasiado difícil.
¿Aún Beethoven?
Aún Beethoven. Aunque, en todo caso, la "No­vena" sea una hermosa sinfonía.

Su rechazo por el concierto, en el fondo, ¿no es un rechazo de las ceremonias y de la mundanidad?

Quizá haya algo de eso. En todo caso, ademas de mis amigos propiamente dichos -que raramen­te me invitan- nunca busco a la gente. Siempre he detestado eso, las invitaciones a comer con desconocidos; allí no se come, lo comen a uno.

14 de enero de 2009

Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras (4)

Unas semanas antes de la publicación en el diario "La Opinión" de Buenos Aires -el 6 de julio de 1975- de la entrevista realizada por el periodista francés Michel Contat a Jean Paul Sartre, el diario anunció que publicaría su "Autorretrato a los setenta años" y recomendó a los lectores que reservaran su ejemplar. Este, efectivamente, fue reservado por miles de lectores y se agotó. En los años '70, y hasta su muerte, Sartre había recuperado en nuestro país sus fueros de intelectual comprometido y había defendido al único acontecimiento latinoamericano del siglo XX que había gozado de repercusión permanente, sobre todo en la Argentina: la revolución cubana. Lo que sigue es la cuarta parte de aquella histórica entrevista.

Sin embargo hubo un período en que a usted le gustaba conocer gente nueva...

Sí, por ejemplo, después de la guerra, me encontré con Hemingway, Dos Passos... Me encontraba con escritores como Salacrou, Leiris, Queneau, Cocteau... Sí, mantenía las relaciones que todo escritor mantiene con los escritores de su época. Todo eso comenzó sólo a partir de 1942 o 1943. Todos los escritores a quienes yo veía esta­ban en contra de los nazis y estaban en la resis­tencia de uno u otro modo. Después de la guerra, me encontré con escritores norteamericanos, italianos, algunos ingleses. Y además estaban los que pasaban por Francia y pedían verme: entre 1945 y 1948 mucha gente quería encontrarse conmigo.

¿Y por qué esas relaciones literarias, que a me­nudo eran tan amistosas, se perdieron?



Fue a causa de ellos y también por mi causa. En cuanto a los escritores extranjeros, simplemen­te estaba la distancia y el hecho de que yo escribo muy pocas cartas. Nunca mantuve correspondencia con los escritores. Entonces nos veíamos de tanto en tanto, cuando llegaban a París. Con los escri­tores franceses, es diferente; está el hecho de que he perdido mi vista, pero nunca tuve la menor desavenencia. Sin embargo, a causa de que nues­tras ocupaciones y nuestras preocupaciones se vol­vían muy diferentes... Usted sabe cómo ocurre esto. Con otros, a pesar de nuestras diferencias, yo seguía teniendo excelentes relaciones. Por ejemplo, lo quería mucho a Cocteau a quien había conocido en 1944 y a quien vi a menudo hasta el fin -cené con él algunos días antes de su muerte-. Lo encon­traba muy simpático y mucho menos payasesco de lo que era en la vida o de lo que ahora se le atribuye. Sobre todo, era él quien hablaba. Hablaba de su manera de ver el mundo, de sus ideas, a las que yo sólo prestaba poca atención porque lo consideraba un tanto superficial. Era un brillante conversador, tenía sensibilidad pero pocas ideas, lo cual no quiere decir que yo no lo estime como un poeta de gran valor.

En el fondo, durante todo ese periodo, usted formó parte de la farándula parisina.
En verdad, yo no formaba parte de esa farándula. Más bien fue el teatro el que me llevó a encontrarme con gente que de otro modo no hubiera conocido nunca. Así me encontré con Colette en casa de Simone Berriau, con la cual tenía una gran familiaridad porque todas mis piezas, salvo "Los secuestrados de Altona", fueron montadas en su tea­tro. Ella conocía muchísimas personas y recibía agradablemente. Quería mucho a Yves Mirande, que vivía con ella en esa época, y que me divertía mucho. Recuerdo un día en que yo hice una lectura de "El Diablo y el buen Dios" a la manera de Jouvet. De aquella pieza sólo había escrito una parte, el primer acto. Por otra parte, Jouvet había pedido permiso a su con­fesor para ponerla en escena. Entonces, Jouvet me iba a escuchar leer ese primer acto en el salón de Simone Berriau. Mirande estaba al lado de él. Jouvet no decía ni una palabra; escuchaba mi lectura con las cejas fruncidas y una actitud pen­denciera. Y cuando terminé, luego de un largo si­lencio, Mirande dijo: "Tus palabras son de vitrio­lo". Ese fue el único comentario porque de inme­diato Jouvet se levantó y se excusó: al día siguiente partía para América. ¡Pobre Mirande, que buscaba un cumplido y que sólo había encontrado ese clisé de la vieja época! Ese género de cosas -siempre ligado al teatro- era mi única concesión a la farándula parisina. Si no, yo siempre recibía a la misma hora, después del tra­bajo matinal, a eso de la una, a la gente que que­ría verme, que quería mostrarme un libro que ha­bían escrito, personas que querían pedirme mi opi­nión sobre tal o cual cosa...
Todavía hoy usted recibe a los jóve­nes que trabajan sobre una u otra de sus obras.



Sí, siempre los recibo. El otro día vi a estudiantes secundarios, amigos de Puig, que tenían que hacer un trabajo sobre "La puta respetuosa" y que querían que yo les expusiera un poco mis ideas con respecto al tema de dicha pieza.

Pero hubo una época en que parecía divertirlo el encuentro con celebridades.
En realidad, nunca fui yo quien pidió verlas. Me escribían o entraban en contacto conmigo por intermedio de Jean Cau y yo decía sí o no. Fue así como me encontré con un actor que me gustaba mucho, Eric von Stroheim. Lo vi varias veces, pero las conversaciones que uno puede mantener con gen­te así, aún cuando son un poco sinceras, siempre tienen algo de afectado. Si uno se encuentra con un hombre que se vuelve célebre es más interesan­te, se puede ver por qué etapas, por qué grados pasa. Uno puede aprehender su transformación y su ser. Pero si uno ve a un señor que ya es el "se­ñor Chaplin" o el "señor von Stroheim", sólo ve lo que éste está habituado a dejar filtrar y el perso­naje está allí, permanentemente. No es que re­presente, ha sido atrapado por el personaje.
Y al mismo tiempo, ¿usted no es atra­pado por su propio personaje?
No, porque yo no tengo realmen­te un personaje. Sé bien que existe una imagen de mí, pero, precisamente, es la de los otros, no la mía. Yo no sé cuál es la mía; no pienso gran cosa sobre mí, sobre mi en tanto indi­viduo. Cuando pienso reflexivamente, mas bien es sobre ideas que son válidas para todos. Yo me interesé en mí mismo a eso de los diecinueve años y, más tarde, cuando me observaba para escribir "Lo imaginario" y cuando urgaba en mi conciencia. En cuanto a "Las palabras", se trata­ba de comprender mi infancia, para saber en qué se había convertido lo que yo era en el momento en que escribía. Pero habrían sido necesarios mu­chos otros libros para explicarlo. Y es lo que yo hago actualmente con Simone de Beauvoir, cuando tengo tiempo de volver a ese volumen autobio­gráfico: intento explicar cómo han cambiado las cosas, cómo ciertos acontecimientos actuaron sobre mí. No creo que la historia de un hombre esté inscrip­ta en su infancia. Pienso que hay épocas muy im­portantes también donde las cosas se insertan: la adolescencia, la juventud y aún la edad madura. Lo que yo veo como más neto en mi vida, es un corte que hace que haya dos momentos casi com­pletamente separados, al punto que, estando en el segundo, no me reconozco muy bien en el primero, es decir, antes y después de la guerra. La guerra verdaderamente ha dividido mi vida en dos: ella comenzó cuando yo tenía treinta y cuatro años, terminó cuando yo tenía cuarenta, y ello, en verdad, fue el paso de la juventud a la edad madura. Al mismo tiempo, la guerra me re­veló ciertos aspectos de mí mismo y del mundo. Por ejemplo, gracias a ella conocí la alienación profunda que implicaba el cautiverio; gracias a ella conocí también la relación con las gentes, co­nocer al enemigo, al enemigo real, no al adversa­rio que vive en la misma sociedad que usted y que lo ataca verbalmente, sino al enemigo que puede hacerlo arrestar y conducir a la cárcel haciendo una simple señal a otros hombres armados. Y luego, allí conocí también, oprimido, abatido pero existiendo todavía, al orden social, a la so­ciedad democrática, en la medida precisamente en que ella estaba oprimida, destruida y por la que luchamos para conservar su valor, esperando que después de la guerra renaciera. En ese momento fue, si usted lo quiere, que yo pasé del individualis­mo y del individuo puro de la preguerra, a lo so­cial, al socialismo. Ese fue el verdadero giro de mi vida: antes, después. El antes me llevó a escribir obras como "La náusea" donde la relación con la so­ciedad era metafísica, y el después me condujo lentamente hasta la "Crítica de la razón dialéctica".
El año 1952, en que usted se acerca a los comunistas, y después el año 1968, ¿representaron para su vida giros decisivos?



1952 no fue muy importante. Durante cuatro años estuve muy cerca de los comunistas, pero mis ideas no eran las suyas; ellos lo sabían. Me usa­ban sin embarrarse demasiado y dudaban que si ocurría un acontecimiento como el de Budapest, yo me haría a un lado; lo cual ocurrió en verdad. Objetivamente, ello puede representar un giro im­portante, pero subjetivamente no significa gran cosa porque yo tenía casi formadas mis ideas y no las he abandonado mientras estuve cerca de los co­munistas; las recuperé y las desarrollé en la "Cri­tica de la razón dialéctica". El año 1968 sí fue importante. Para todo el mun­do. Pero para mí particularmente, porque si yo me aproximé a los comunistas fue finalmente porque antes de 1968 no había nada a su izquierda, salvo los trotskistas que en el fondo son unos co­munistas desgraciados. Si hubiera habido un mo­vimiento izquierdista después de la guerra, yo me habría comprometido con él de inmediato.

Fuera de sus íntimos, los de "la familia" como usted dice, ve muy poca gente. ¿Y a los que escriben sobre su obra también les cierra su puerta?



No, a la gente que trabaja sobre mis obras y a la que puedo ayudar en ello, la recibo con todo gusto. Como a ese joven crítico que usted conoce, Michel Sicard, quien realiza un estudio sobre "El idiota de la familia". Muy a menudo, universitarios británicos o norteamericanos que preparan una tesis sobre tal o cual aspecto de mi obra, tienen que hacerme preguntas dado que en mis libros las respuestas existentes son ambiguas. Hay tantas interpretaciones posibles en las cosas que dice un escritor... Entonces, hay que aprovechar mientras esté vivo...

A la inversa, ¿ha ocurrido que algunos co­mentaristas le hayan aclarado ciertos aspectos de su obra?
No. Nunca aprendí nada de mis comentaristas. Sin embargo, desde 1945 yo pensaba que ello sucedería, que un día alguien escribiría sobre mí algo que me aclarara algún aspecto de mi pensamiento. Yo veía que cuando uno leía a Zola o a Hugo en 1940, ponía cosas que dichos autores consciente­mente no habían puesto y que, por consecuencia, se los descifraba de otro modo. Entonces, yo pen­saba que lo mismo ocurriría con un escritor vivo, lo cual no es verdad; hay que estar muerto para que eso ocurra. O que el comentarista sea él mis­mo más avanzado que el escritor a quien estudia, que lo haya redondeado completamente, que ya esté un poco más alejado, más adelantado, pero eso es algo muy raro.
Verdaderamente, ¿no hay nada útil en la enor­me masa de estudios que ya le han consagrado?
Sería ir demasiado lejos. Pero puedo decir que en el conjunto de lo que he leído sobre mi -por supuesto que no he leído todo, apenas una décima parte- no aprendí nada. O bien encuentro una exposición fiel de mis ideas, en el mejor de los casos, o bien no puedo acordarle ningún valor a las impugnaciones que se me hacen porque ellas se fundan sobre una incomprensión flagrante -para mí- de lo que quise decir.
En todo caso hay alguien que desde hace mucho tiempo y con constancia discute sus ideas: su viejo camarada Raymond Aron.
Pero, con respecto a ello, yo conozco demasia­do las ideas de Aron. Sé demasiado hacia dónde va. En lo que a mí concierne, hace mucho tiempo que he sobrepasado su punto de vista. Cuando él escribe sobre mí, expone su pensamiento y no me aporta nada en lo que concierne al mío. He leído su último libro, donde él impugna la "Critica de la razón dialéctica". Plantea problemas, preguntas, que tiene mucho derecho a hacerlas desde su pun­to de vista pero que no me ccnciernen en absoluto. Según mi opinión, disfraza mi pensamiento para impugnarlo mejor.
Aron, con más tristeza que amargura, dice que usted nunca respondió a sus argumentos sino mediante injurias...
Lo he insultado poco en mi vida. Lo insulté -si se quiere- en 1968, porque su posición en aquel momento me parecía insoportable. Que este pro­fesor, inteligente, instruido, no tenga en cuenta los acontecimientos de mayo de 1968 tal como lo hizo, muestra una limitación de su inteligen­cia y de su conocimiento; no comprendió lo que pasaba.
No es una razón para insultarlo.
Sí. Lo hice voluntariamente. Para mí era una manera de marcar que por sí mismo se ponía fuera de la sociedad anunciada por Mayo del '68 y de retomar esta exclusión por mi cuenta. Antes de eso, él era un profesor con ideas con las cuales yo podía no estar de acuerdo pero que las exponía en la Sorbona frente a estudiantes que po­dían discutirlas. Todo eso yo lo aceptaba perfec­tamente antes de 1968. Pero, cuando vi lo que pensaba de sus ex alumnos que impugnaban el sis­tema universitario íntegro, pensé que nunca ha­bía comprendido a sus alumnos. Es al profesor a quien yo atacaba, al profesor hostil a sus propios estudiantes y no al editorialista de "Le Figaro" que bien puede decir lo que quiera.
En general, usted se presta a la discusión de ideas...
Yo escribo libros; allí hay ideas y sólo se pue­de responder a ellas escribiendo otros libros.
Pero usted no le respondió a Merleau Ponty, ni a Lévi Strauss, ni a Raymond Aron, que sin embargo escribieron libros para impugnar los suyos.
No, ¿por qué? Yo dije lo que tenía que decir; ellos dieron un punto de vista diferente al mío. Los que no están de acuerdo con lo que escribieron sobre mí sólo tienen que decirlo. Yo no tengo por qué hacerlo. Eso no es desprecio. Por ejem­plo, estoy lejos de despreciar a Lévi Strauss, por el contrario, lo considero como un buenísimo et­nólogo; pero ha escrito páginas sobre la "Crítica de la razón dialéctica" que, según mi opinión, son absurdas. Pero no tengo por que decírselo, ¿Para qué?
¿Y el simple intercambio de ideas?
Detesto la discusión de ideas entre intelec­tuales, uno siempre está por debajo de sí mismo. Se dicen grandes tonterías...
¿Usted no descubrió su pensamiento formulándolo frente a un interlocu­tor?
No. Se lo pude formular a Simone de Beauvoir en un momento en que todavía estaba poco sólido. Le expuse las grandes tesis de "El ser y la nada" que aún no estaba escrito. Era durante los primeros meses de la guerra pasada; le expuse todas mis ideas cuando estaban en vías de formación.
¿Porque ella estaba a un mismo nivel de co­nocimiento filosófico que usted?
No sólo por eso, sino porque ella era la única que podía tener un nivel para conocerme a mi mismo, para saber qué es lo que yo quería hacer. Por lo tanto, era el interlocutor perfecto, el inter­locutor que uno no tiene nunca. Fue una gracia única. Probablemente hay muchos escritores, hombres o mujeres, quienes fueron ayudados y amados por alguien muy inteligente. Tal es el caso de George Elliot, por ejemplo: su segundo marido la ayudó mucho. Lo que es único entre Simone de Beauvoir y yo es esa relación de igualdad.
¿Y de alguna manera ustedes se dan, el uno al otro, la aprobación?
Exacto. Es esa la fórmula que conviene. Las críticas que llegan después, en los diarios o las revistas, más o menos me pueden agradar, pero en verdad no cuentan. Desde "La náusea" siempre ocurrió así.
¿Tuvo que defenderse de las críticas de Simone de Beauvoir?
¡Ah, muchísimo! Por otra parte, hasta nos insultamos... Pero yo sabía que ella finalmente tendría razón. Lo cual no quiere decir que yo acepte todas sus criticas, sino la mayoría.

¿Usted es severo con ella como ella lo es con usted?

Absolutamente. El máximo de severidad. No tiene sentido hacer críticas que no sean severas, cuando se tiene la suerte de amar al que o a la que uno critica.

Su único interlocutor, según entiendo, sería Simone de Beauvoir, pero sus discusiones de estudiante con Paul Nizan o Raymond Aron, ¿de al­guna manera no le dejaron algo?

No verdaderamente. Yo discutí mucho con Politzer, con Aron, pero ello no sirvió para nada. Con Nizan si, un poquito. Lo que nos separó al uno del otro solamente fue que él se volvió marxista, es decir que adoptó un pensamiento que todavía no era el suyo cuando nos hicimos amigos y que tenía implicancias mucho más ricas de lo que él creía. De golpe, yo me encontraba frente a un pensamiento que comprendía mal, que todavía co­nocía bastante poco -yo habla leído "El Capital" pero sin comprenderlo, es decir sin que me trans­formara- y este pensamiento se volvía molesto, como gesticulante, maldito, farsante; porque otro, otro a quien yo quería, se servía de él como si, al mismo tiempo, fuera una verdad seria y una burla hacia mi persona. Me sentía impugnado por el marxismo, porque era el pensamiento de un amigo y porque venía a travás de nuestra amistad. Y el marxismo si­guió siendo, por lo menos hasta la guerra, algo que me molestaba, que me incomodaba, que me indicaba que yo no conocía todo y que había que aprender. Y yo no lo lograba. En un momento da­do, en El Havre, leí obras de Marx y obras marxistas; pero no las retenía, no veía el sentido que podían tener. Fue durante la guerra, durante la ocupación, que el marxismo comenzó a convertirse en algo fuerte para mí, cuando formé parte de un grupo de la Resistencia donde había comunistas. Y lue­go, después de la guerra, llené docenas de cua­dernos con notas para una moral que siento haber perdido; esas notas no eran otra cosa que una discusión con el marxismo.

¿Mantiene usted, aún ahora, la autonomía del existencialismo dentro del marxismo, como lo decía en 1957?

Sí, totalmente.

Por lo tanto, ¿usted acepta todavía la etique­ta de existencialista?

Esa etiqueta es estúpida. Por otra parte, no soy yo quien la eligió, como usted bien sabe. Me la pegaron y yo la acepté. Hoy, no la aceptaría, pero nadie me llama ya "existencialista", salvo los manuales, donde eso no quiere decir nada.

Etiqueta por etiqueta, ¿usted prefiere la de "existencialista" o la de "marxista"?



Si fuera absolutamente necesaria una etiqueta, me gustaría más la de "existencialista".

Hay una prueba de que el existencialismo no ha conocido el acceso al poder. Ahora bien, muchas gentes afirman hoy que el marxismo, al instituirse como ideología de un poder -el poder soviético- ha revelado su naturaleza profunda como pensamiento de poder. ¿Qué piensa usted de ello?

Es verdad. En ese sentido pienso que aún cuan­do haya sido adulterado en la Unión Soviética el marxismo, de todos modos se encuentra dentro del sistema soviético. El marxismo no es, en absoluto, una fi­losofía alemana o inglesa del siglo XIX que ha servido como cobertura a un sistema dictatorial del siglo XX. Pienso que marxismo es lo que está con certeza en el corazón del sistema soviético y que no ha sido desnaturalizado por éste.

Pero también usted juzga que el régimen soviético es un fracaso completo. ¿Ello no invalida lo que usted decía en 1957: "El marxismo es la filosofía indispensable de nuestro tiempo"?

Pienso que hay aspectos esenciales del marxismo que permanecen: la lucha de clases, la plusvalía, etcétera. El elemento de poder contenido en el marxismo es lo que ha sido adoptado por los soviéticos. En tanto que filosofía del poder, pienso que el marxismo ha dado su medida a la Rusia soviética. Estimo que hoy, como intento decirlo un poco en "Tenemos razón para rebelarnos", hace falta otro pensamiento que tenga en cuenta al marxismo para superarlo, para rechazarlo y retomarlo, encerrarlo en sí mismo. Es la condición para llegar a un verdadero socialismo. Creo haber indicado, con muchos otros que hoy lo piensan, las vías de esa superación. Es en ese sentido que querría trabajar ahora, pero estoy demasiado viejo para hacerlo. Todo lo que deseo es que mi trabajo sea retomado por otros. Deseo, por ejemplo, que Pierre Victor haga ese trabajo, como intelectual y militante, tal cual él quiere cumplirlo.

¿Y usted ve en Pierre Victor dibujarse las ma­yores posibilidades para que un trabajo semejante se logre?

Sí. Es de todos los que he conocido el único que, desde ese punto de vista, me satisface por completo.

Lo que usted parece apreciar en él es la radicalización de sus ambiciones. Es lo que usted apreció también en Alberto Giacometti.

Sí, es exactamente la misma cosa. Nizan no tenía una ambición tan radical. El Partido Comu­nista le impedía llegar hasta el final de su radi­calismo. Si no hubiera muerto, esto quizá habría ocurrido, porque, según él, el Partido lo había trai­cionado.

En el fondo, la gente que usted estima, ¿no son aquellos que tienen una "sed de absoluto", como se decía en el siglo XIX?

Sí, por cierto. Aquellos que quieren todo. Es lo que también yo quise. Naturalmente, nunca se logra, pero hay que quererlo.

¿Hay otros contemporáneos suyos por quienes sienta una estimación tan íntegra? Usted había proclamado su estimación y amistad por Fidel Castro.

Sí, pero no sé en qué se ha convertido. Nos rechazó cuando protestamos por la prisión de Heberto Padilla. Estuvo violento con nosotros, que lo fuimos mucho menos con él, porque yo aún sen­tía amistad, en el fondo, por el hombre a quien había conocido. Me había agradado, cosa muy ra­ra; me había agradado mucho.

¿Y quién otro?



Mao. Siento una gran estima, por Mao, por lo menos hasta hace algunos años. No comprendí muy bien la "revolución cultural", no por que esté contra ella en absoluto, sino porque no logré una idea precisa de lo que significaba y pienso que eso tampoco está claro en los hechos. Uno de los últimos viajes que me gustarla hacer es un viaje a China. Yo la vi en cierto mo­mento de su historia, en 1955. Y luego vino la "revolución cultural". Me gustaría volver a ver China ahora, creo que la comprendería mejor.

¿La admiración es un sentimiento que usted conoce?
No. Yo no admiro a nadie y no quisiera que me admiraran. Los hombres no tienen que ser admirados: son todos iguales, todos semejantes. Le que importa es lo que hacen.
Sin embargo, usted me dijo un día que admiraba a Victor Hugo...
Oh, muy poco. No le puedo ex­presar el sentimiento exacto que tengo por Victor Hugo. Hay muchas cosas que se le pueden reprochar y otras que en verdad son muy hermosas. Era confuso y complicado; enton­ces, yo me libraba de él diciendo que lo admiraba. Pero, en verdad, no lo admiro más que a otro, No, la admiración es un sentimiento que supone que uno es inferior al que admira. Por lo tanto, usted lo sabe, según mi opinión todos los hombres están en una línea de igualdad y la admiración nada tiene que hacer entre los hombres. Estimar es el verdadero sentimiento que uno puede exigir de un hombre con respecto a otro hombre.
¿Más que querer?
No, querer y estimar son dos aspectos de una misma realidad, es una misma relación con el otro. Lo cual no quiere decir que la estima sea absolu­tamente necesaria al amor ni el amor a la estima. Pero cuando se tiene ambas cosas, se sabe cuál es la verdadera actitud de un hombre con respecto al otro. Todavía no hemos llegado allí. Llega­remos cuando lo subjetivo esté totalmente al descubierto.
Pero, ¿cómo explica que usted sea inconstante en la amistad y constante en sus relaciones amorosas?
Yo no soy inconstante en la amistad. Digamos, si usted quiere, que mis amistades contaron menos que mis relaciones amorosas. ¿Por qué dice usted que yo soy inconstante?
Pienso en Camus, por ejemplo.
Pero yo nunca estuve en contra de Camus. Estuve en contra del papel que mandó a "Les Temps Modernes" llamándome "Señor Director" y desarro­llando ideas insensatas sobre el artículo de Francis Jeanson -una crítica de "El hombre rebelde"-. El podía contestarle a Jeanson, pero no como lo hizo; su artículo fue lo que me enco­lerizó.
¿Y la ruptura posterior no lo afectó a usted?
No, en verdad, no. Ya nos veíamos mucho me­nos y, los últimos años, cada vez que nos encontrábamos me gritaba que yo había hecho esto, que yo había dicho aquello, que yo había escrito algo que le desagradaba. Y me gritaba. Todavía no estábamos enemistados pero la situación se había vuelto menos agradable. Camus estaba muy cam­biado. Al comienzo, no sabía que era un gran es­critor; era un chistoso y juntos nos divertíamos mucho. Tenía un lenguaje muy crudo -yo tam­bién, por otra parte- y contábamos un montón de porquerías y su mujer y Simone de Beauvoir se hacían las escandalizadas. Durante dos o tres años, tuve buenas relaciones con él, verdadera­mente. No podíamos ir muy lejos en el plano in­telectual porque él se espantaba rápidamente; en efecto, tenía un costado de pequeño bribón arge­lino, muy pícaro, muy chistoso. Probablemente es el último buen amigo que tuve.
En fin, hay mucha gente que ha desaparecido de su vida y, sobre todo, son hombres.
Hay muchas mujeres que también han de­saparecido de mi vida. A veces, a causa de la muer­te o por otras causas. Pero, en conjunto, no veo que yo haya sido más inconstante que cualquier otro con mis amistades. Mis relaciones con Pierre Bost, por ejemplo, son muy antiguas. De aquellos a quienes llamá­bamos "la familia", todavía los veo a casi todos... Pouillon, por ejemplo, es mi amigo desde hace treinta y cinco años... Sin embargo, mis relaciones con Giacometti tu­vieron un final extraño, un malentendido que no comprendí bien, pero eso es otra historia... También él, en cierto modo, se volvió contra mí poco antes de su muerte y, en mi opinión, fue un malentendido de su parte.
Mucha gente le sorprende que usted haya mantenido como secretario durante tanto tiempo a alguien como Jean Cau, teniendo en cuenta en lo que luego se convirtió, cuando paso a una militancia de derechas a través de su admiración por Charles de Gaulle.
Escuche, la evolución de Jean Cau no me con­cierne para nada...






14 de enero de 2009

Jean Paul Sartre. Veinte mil palabras (5)

Durante el tercer cuarto del siglo XX, la voz de Jean Paul Sartre llenó el mundo con su ateísmo existencialista y demolió todos los valores morales, sociales y religiosos. La terminología sartreana era aceptada como verdad absoluta por los intelectuales de buena parte del planeta y la prensa, la radio y la televisión reproducían con devoción hasta sus declaraciones más triviales. La entrevista que le concedió al periodista francés Michel Contat al cumplir los setenta años fue una de las más valiosas, tanto por la variedad de los temas tratados como por la profundidad con que lo hizo. Lo que sigue es la quinta y última parte de esa famosa charla, que fuera publicada el 6 de julio de 1975 por el diario "La Opinión" de Buenos Aires.

Volvamos a las mujeres...

Mi trato con las mujeres siem­pre fue mucho mejor, porque la re­lación sexual propiamente dicha per­mite más fácilmente que lo objetivo y lo subjetivo se den conjuntamente. Las relaciones con una mu­jer, aún cuando uno no se acueste con ella, son más ricas, pero si uno lo ha hecho o hubiera podi­do hacerlo, lo son todavía más. En primer lugar, hay un lenguaje que no es la palabra, que es el de las manos, el de los rostros. No hablo del len­guaje sexual propiamente dicho. En cuanto al len­guaje mismo, viene de lo más profundo, viene del sexo, cuando se trata de una vinculación amo­rosa. Con una mujer, la totalidad de lo que uno es está ahí.

Lo que me sorprende, desde que lo conozco, es que cuando usted habla de sus amigos, a me­nudo dispara sin piedad contra ellos...



¡Porque yo sé como son!, y como soy yo. Del mismo modo puedo ser muy severo conmigo mismo.




Si tuviera que ser severo con usted mismo, ¿qué diría?




En general, me reprocharía no haber llegado hasta el final de mi radicalización. Naturalmente, durante mi vida he cometido una multitud de erro­res, grandes o pequeños, que pueden provenir de tal o cual causa, pero el fondo del asunto, cada vez que he cometido una falta fue por no ser lo bastante radicalizado.




Sorprendentemente, de lo que usted está des­pojado es de culpabilidad.




Es verdad, no tengo; de ninguna clase. Jamás me siento culpable, y no lo soy. En mi familia rápidamente me hicieron sentir que yo era un niño valioso. Al mismo tiempo, sin embargo, existía el sentimiento de mi contingencia que se opo­nía un poco a la idea de valor, porque el valor es un torbellino que supone ideologías, alienaciones, y la contingencia es la realidad desnuda. Pero encontré un truco: atribuirme el valor porque yo sentía la contingencia que los otros no sentían. Entonces, yo me convertía en el hombre que ha­blaba de la contingencia y, por lo tanto, en el hombre que había puesto todo su valor para bus­car el sentido y la significación de la contingencia. Eso está muy claro.


¿Y usted no piensa que en la manera como actúa con el dinero, por ejem­plo, se podría encontrar rastros de culpabilidad?



No lo creo. La primera cosa que tengo que de­cir es que yo no pertenecía a una familia en la cual la relación del dinero con el trabajo se com­prendiera claramente, como algo duro y penoso. Mi abuelo trabajaba mucho, pero trabajaba es­cribiendo y, para mí, leer y escribir era divertirse. El escribía, se divertía; yo había visto las pruebas que corregía y eso me divertía; además, estaban los libros en su gabinete de trabajo y también hablaba con la gente, les daba lecciones de alemán. Todo eso le producía dinero. Como usted ve, la relación no era clara. Luego, cuando yo escribí, el nexo entre el dine­ro que yo recibía y los libros que yo hacía era com­pletamente nulo; no lo comprendía dado que con­sideraba que el valor de un libro se establecía en el transcurso de los siglos. En consecuencia, el di­nero que me producían mis libros era una especie de signo contingente. Si usted quiere, la primera relación de mi vida con el dinero ha perdurado. Es una relación tonta. Estaba mi trabajo, mi manera de vivir, mi es­fuerzo, que me agradaba -siempre estuve conten­to escribiendo- y, accesoriamente, mi oficio de profesor ligado un poco a todo eso, no me irrita­ba, me gustaba hacerlo. En esas condiciones, ¿por qué tenían que darme dinero? Y sin embargo me lo daban.




Hablando de culpabilidad, yo pensaba más bien en su manera de gastar el dinero.




Para gastarlo, ante todo era necesario que lo tuviese. Yo pude gastar sólo a partir de los dieciocho, diecinueve años, cuando estaba en la Es­cuela Normal y daba lecciones a los más adelanta­dos que, por consiguiente, me pagaban. En ese momento, tuve un poquito y pude gastar. Pero, ¿qué gastaba? Ese papel moneda que recibía des­pués de un trabajo, del cual estaba satisfecho. No sentí el valor de la moneda, de lo que cuesta, de lo que es difícil conseguir; sentí billetes de papel que yo daba tal como los recibía, por nada.




¿Usted habrá querido comprarse cosas, poseer?




También me ocurría que yo no gastaba todo lo que recibía, por lo tanto me compraba cosas. Pero nunca quise tener una casa o un departa­mento para mí. Dicho esto, no pienso que haya la menor culpabilidad en mi manera de disponer del dinero. Yo lo gastaba porque podía hacerlo y por­que aquellos que me interesaban tenían necesidad de él. Nunca he dado dinero para lavar una culpa o porque aquél me pesara como tal.




Una cosa que me sorprendió cuando lo conocí, al principio, fue que usted siempre llevaba grandes rollos de billetes consigo. ¿Por qué?




Es verdad, a veces llevaba en mi bolsillo más de un millón. Muchas veces me reprocharon el llevar demasiada plata. Simone de Beauvoir, por ejemplo, encontraba ridículo todo eso y, efectiva­mente, es idiota. Pero, a decir verdad, ahora no lo hago, no porque podría perderlo o porque po­drían desvalijarme, sino a causa de mi vista: confundo los billetes y eso puede crear situaciones mo­lestas. Lo cual no impide que me guste mucho lle­var conmigo mi dinero y me desagrada no poder hacerlo. Le diré que es la primera vez que me pre­guntan por qué... Sé que sacar del bolsillo un fajo de billetes lo convierte a uno en un potentado grosero. Me acuer­do de un hotel en la Costa Azul donde íbamos a menudo Simone de Beauvoir y yo. Un día, la reem­plazante de la patrona se quejó a Simone de Beau­voir de que, para pagarle, yo había sacado dema­siado dinero... Y sin embargo no soy un poten­tado grosero. No, creo que si me gusta llevar con­migo mucho dinero, en cierta manera corresponde a cómo vivo entre mis muebles, al modo como llevo mi traje de todos los días, casi siempre el mismo, mis anteojos, mi encendedor, mis cigarrillos. Esa idea de tener conmigo la mayor cantidad de cosas posibles definen mi vida íntegra, todo lo que representa mi vida cotidiana en ese momen­to. Por lo tanto: la idea de ser totalmente íntegro en el momento presente, lo que yo soy, de no de­pender de nadie, de no tener nada que pedir sea a quien fuere, de disponer inmediatamente de to­das mis posibilidades. Ello representa una especie de manera de sentirme superior a la gente, lo cual evidentemente es falso, y yo lo sé.




A menudo usted también da propinas excesi­vas.

Siempre.



Lo cual puede ser molesto para quienes la re­ciben.

En eso, usted exagera.



No será usted quien me enseñe que es necesa­rio que la reciprocidad sea posible para que la generosidad no sea, en cierta manera, humillante.




La reciprocidad no es posible, pero la amabi­lidad lo es. Los mozos de café aprecian que yo les dé fuertes propinas y me lo devuelven siendo ama­bles. Mi idea es que, desde el momento en que un hombre vive de nuestras propinas, yo quiero darle lo más que puedo, porque pienso que, si de mí de­pende que un hombre viva, es necesario entonces que viva bien.




¿Usted ha ganado mucho dinero?




Sí, he ganado dinero.




Si sacamos la cuenta de lo que usted ganó, nos encontraríamos con una suma enorme. ¿Qué hizo con ella?




Me costaría decirlo. Se la di a la gente, la gas­té en cosas mías, generosamente. Generosamente quiere decir libros, viajes -yo gasté mucho en via­jes-. Antes, cuando tenía más dinero que ahora, mi tendencia era llevar conmigo mucho más de lo necesario.




¿Por miedo a que le faltara?




Quizá un poco. Mi abuela me decía siempre cuando me daba plata: "Si rompes un vidrio, ten­drás que pagarlo". De eso me quedó algo. Todavía hoy, cuando en mi cuenta no me queda gran cosa, no me siento muy contento. Tal es el caso en la actualidad. Y conocí períodos en que estuve sin un centavo. Mi madre una vez me dio doce millones para que pagara mis impuestos. Si usted quiere, yo siempre gasté más dinero del que tenía... No pre­veía mis impuestos... Desde hace algunos años, la editorial Gallimard retiene de mi cuenta lo nece­sario para pagar al fisco...




¿Y en qué gasta usted su dinero?




Después de todo, fuera de los viajes, yo gasto poco en mí. El restaurante una vez por día, pero siempre acompañado -lo cual hace diez mil fran­cos viejos por día-, los cigarrillos, en ropa muy raramente, a los libros los recibo -gasté bastante en ellos, pero hace ya mucho tiempo-, la emplea­da de servicio, un departamento relativamente costoso -doscientos mil francos viejos de alquiler mensual-. Pero en fin, eso no representa lo que gasto por mes.




¿Cuánto gasta usted por mes?




¿Teniendo en cuenta todo? Hay gente que financieramente depende de mí: esto hace un millón y medio de francos viejos por gastos fijos, más lo que gasto para mí, alrededor de trescientos mil francos de los de antes. Por lo tanto, en total, casi un millón ochocientos mil francos viejos por mes. Y, en efecto, todos los meses Puig saca los setecientos cincuenta mil francos viejos de la mensualidad que me deposita Gallimard por mis libros, más un millón, general­mente.




Y ese millón, ¿de donde proviene?




De la Sociedad de Autores; por una parte, de mis obras que se representan en Francia o que son adaptadas para la radio o la televisión, y de Giséle Halimi -que es mi agente literario para el extran­jero-; por otra parte, de mis piezas o de films, de las entrevistas, etcétera. Todo eso me produce mucho más que mis libros propiamente dichos. El año pasado creo que hubo que pagar quince millones al fisco. Y además, hay una jubilación de mi profe­sión liberal, que representa ochocientos mil fran­cos viejos, más o menos, cada semestre. Lo que me produce más, es lo que pasa por las manos de Giséle Halimi; dos veces por año me entregan va­rios millones, lo cual es mucho. Pero, actualmente, por primera vez no hay nada y yo me pregunto cómo voy a hacer para arreglármelas.




¿Ya no es cuestión, pues, de ayudar a grupos como el de Liberación, cosa que antes hiciera a menudo?




Eso no, ya no lo puedo hacer.




Cambiemos de tema. En 1967 usted decía: "La Pléiade es una lápida, yo no quiero que me entierren mientras esté vivo". Más tarde usted cambió de opinión, y dentro de poco, Michel Rybalka y yo vamos a publicar sus novelas en La Pléiade. ¿Por qué se ha vuelto usted en contra de esa primera decisión?




Sobre todo por la influencia de quienes les había pedido una opi­nión y que me dijeron que eso estaría bien. Y ade­mán La Pléiade publicó a otros autores vivos, por lo tanto no tiene ya tanto ese carácter de lápida. Ser publicado en La Pléiade representa simplemen­te un paso a otro tipo de celebridad; me coloco al lado de los clásicos, mientras que antes yo era un escritor como los otros.




En suma, ¿una consagración?




Esa es la palabra. Sí. Más bien me causa placer. Y es verdad que estoy apurado por ver publicado esos tomos de La Pléiade. Pienso que eso provie­ne de la infancia, cuando la celebridad consistía en ser publicado en una gran edición, muy bien cuidada, que las gentes se disputaban. Me debe quedar algo de eso. Aparezco en la misma colec­ción que Maquiavelo...




Usted ya es un escritor clásico... Un escritor clásico y "comprometido". ¿Pero no teme que la parte más difundida de su pensamiento -las no­ciones de libertad y de responsabilidad individual- obstaculice una toma de conciencia política real?




Es posible. Pero pienso que ese género de ma­los entendidos siempre suceden cuando una obra cae en manos del público. La parte más viva y más profunda de un pensamiento es a la vez la que puede aportar una mayor dosis de bien y, si es mal comprendida, la mayor dosis de mal. Pienso efec­tivamente que una teoría de la libertad que no explique al mismo tiempo lo que son las alienacio­nes, en qué medida la libertad puede dejarse ma­nipular, desviar, volverse contra sí misma, una teoría semejante puede engañar muy cruelmente a alguien que no comprenda todo lo que la misma implica y que cree que la libertad está en todos lados. Pero, si se lee bien lo que yo he escrito, no creo que se pueda cometer un error semejante. Sobre ello, y dentro de un plano político, me ex­plicaré mejor en mis audiciones de televisión. Ese será uno de los grandes temas de dos o tres pro­gramas con los cuales cerraré el ciclo. Pero, en ese momento, lo explicaré teniendo en cuenta casos precisos, concretos; no haré filosofía, o por lo me­nos, lo que tengo que decir no será expresado filo­sóficamente.




¿Y usted piensa convencer a la gente?




No lo sé. Lo voy a intentar.




En un último artículo publicado en "Les Temps Modernes", Francois George escribe esto: "Si mis ideas fracasaron en su propósito de convencer a más gente, sin duda es porque no eran totalmente ver­daderas". ¿Diría usted una frase de este género?


Está muy bien dicho y es lo que todo el mun­do piensa en un momento determinado. Lo cual no prueba que sea verdad; hay ideas que para convencer llevan mucho más tiempo. Cada uno tiene sus momentos de desaliento. Entonces pien­so que, en efecto, en tales momentos, yo habría podido decir algo similar. Pero, a la vez, es hacerle demasiado honor "a toda la gente" -porque es la verdad de las ideas lo que aquí se cuestiona y no a toda la gente- y admitir que las ideas verda­deras triunfan de inmediato -lo cual es igualmente falso-. Imaginemos que Sócrates haya dicho una frase de este tipo al morir. ¡Qué risa! Su pensamiento actuó sobre el mundo, pero mucho después.



¿Y usted tiene la impresión de que su pensamiento ha actuado sobre el mundo?




Espero que lo hará. Pienso que uno tiene po­cos datos referentes a la importancia que han te­nido sus ideas durante su vida y eso está bien.




Las cartas de los lectores, por ejemplo, ¿no lo inquietan a este respecto?




Son cartas de un lector, ¿qué representa él? Por otra parte, ahora me escriban mucho menos. Durante un tiempo sí, recibí muchas cartas. Aho­ra casi no me escriben, y las cartas que recibo me interesan menos; que me digan que me quieren no me causa gran efecto, no quiere decir gran cosa.




¿Y usted tiene la impresión de que en eso consis­te la vejez, en la indiferencia?




¡Yo no dije que era indiferente!




Entonces, ¿qué es lo que le interesa en verdad?




La música, ya se lo dije. La filosofía y la po­lítica.




¿Pero eso lo excita?




No, no hay cosa por grande que sea que me excite. Me coloco un poco por encima...




¿Hay algo que querría agregar?




Todo, en un sentido, si usted quiere, y en otro, nada. Todo, porque con relación a lo que hemos formulado, queda el resto, lo cual demandaría una profundización cuidadosa. Pero eso no se puede hacer en una entrevista. Es lo que siento cada vez que concedo una. En cierto sentido, una entrevis­ta es frustrante; y lo es porque, en efecto, habría muchas más cosas por decir. La entrevista hace nacer al mismo tiempo las respuestas que se dan y también su contrario, las cosas no dichas. Pero, al margen, pienso que, como retrato de lo que soy a los setenta años, esto era lo que había que hacer.




Usted no opinará, como lo hizo Simone de Beauvoir, que fue "estafado"...




Oh no, yo no diría eso. Por otra parte, ella misma, usted lo sabe, explicó con razón que no quiso decir que había sido estafada por la vida, sino que se sentía estafada dentro de las circuns­tancias en que escribía el libro "La fuerza de las cosas", el tercer tomo de sus memorias. Es decir, después de la guerra de Argelia, etcétera. Pero yo no diría eso, yo no he sido estafado por nada, no he sido decepcionado por nada. He visto gentes, buenas y malas -las malas por otra parte, nunca lo son sino con relacion a ciertos fines-; he escrito, he vivido, no tengo nada que lamentar.




En suma, hasta ahora, ¿la vida ha sido buena para usted?




En conjunto, si. No veo qué es lo que podría reprocharle. Ella me ha dado lo que yo quería y, al mismo tiempo, me hizo reconocer que no era gran cosa. Pero, ¿qué pode­mos hacer? Hay que conservar la risa. Ponga usted: "Acom­pañamiento de risas".





BREVE HISTORIA DE GOOGLE

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Los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin se conocieron en 1995, en la universidad de Stanford como alumnos de ciencias de computación.

En Enero de 1996, Larry y Sergey empezarón a colaborar en un buscador llamado BackRub. Larry tomó nota para crear una nueva clase de servidor que fuera usado en computadoras normales en lugar de grandes y costosas máquinas. Como no tenían mucho dinero, tomaron prestadas las computadoras que funcionaban de los despachos de su departamento.

Un año más tarde adquirieron un terabyte de discos a precio de promoción y construyeron su propio computador en el dormitorio de Larry, el cual fue el primer centro de datos de Google.
Sergey inició una oficina de negocios y los dos empezaron a contactar posibles inversionistas que quisieran una licencia de la mejor tecnología de búsqueda disponible.

Tras muchos esfuerzos y dedicación, en septiembre de 1998 Google Inc. abrió sus puertas en Menlo Park, California. Era la puerta de un garaje alquilado. Lista Google.com, aún en beta, respondía 10 mil solicitudes por día.
Los medios de comunicación empezaron a escuchar acerca del Website y de sus buenos resultados de busqueda. Ese diciembre de 1998, PC Magazine nombró a Google en el top 100 de sitios web y buscadores.
Era el principio de una gran aventura y de un imperio de más de 1 billón de dólares.
Más información en  Emotify.com/acy145

Sergey Brin y  Larry page en su oficina garaje en 1998.

 

Merodeando en torno a «El hombre sin atributos» de Musil por José María Guelbenzu

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Seix Barral, Barcelona
Trad. de José M. Sáenz, Feliú Formosa y Pedro Madrigal
1.560 págs. 57,10 €




En una nota destinada a un ensayo, Robert Musil dice de sí mismo que «las dos objeciones típicas que se me hacen [son]: que cuento demasiado y demasiado poco». Nada es más cierto en lo que se refiere a su monumental novela El hombre sin atributos, pero lo es en tanto en cuanto sustituyamos la palabra objeción por la palabra característica. Si aceptamos que se trata de una objeción estaríamos abriendo la trampilla por donde caería a plomo, pendiendo de una soga, el cuerpo vacío de la novela; si lo aceptamos como característica, nos empezamos a mover en la dirección de una de las aventuras narrativas más sugerentes y misteriosas del pasado siglo, cuya irradiación en el presente puede llegar a ser tan calurosa como luminosa.
En efecto, la novela de Musil cuenta demasiado poco. La anécdota es, más o menos, como sigue: un joven matemático llamado Ulrich, inteligente, reflexivo en grado sumo, que no carece de cualidades sino al contrario, es invitado a participar en una empresa de carácter nacional creada para conmemorar mundialmente el septuagésimo jubileo del emperador de Kakania. La empresa se denomina Acción Paralela y en ella concurren numerosos personajes pertenecientes a los distintos estamentos de la buena sociedad kakaniense. La esposa de un alto funcionario, Diotima, se convierte en la abeja reina de este enjambre y por él zumban, en pos de una idea que dé sentido a la magna empresa, el empresariado, el gobierno, la milicia, el funcionariado, profesionales, esposas... y Ulrich, el hombre sin atributos. Porque, en efecto, el dislate de tamaña empresa de alcance imperial es que, una vez constituida, todos deben afanarse en hallar la idea que la justifique. La contrafigura de Ulrich parece ser el filósofo, economista, magnate, empresario y autor de numerosos libros, Peter Arnheim: el hombre con atributos. Fuera de la Acción, pero afectados por su carácter centrípeto, existen otros personajes, que ya mencionaré, y de los avatares de todos ellos es de lo que trata todo el primer libro; es decir: no de los avatares, sino de las conversaciones, reflexiones y análisis de todos y cada uno de los discretos y hasta cómicos avatares. Y esto último concierne a la segunda característica: que cuenta demasiado, ciertamente, pues no hay asunto que asome que no se medite o se discuta minuciosamente.
En cuanto al Libro Dos, todo sigue en el mismo tono, los asuntos son igualmente poco emocionantes en el sentido tradicional de la palabra, y la Acción Paralela va perdiendo fuelle y reciclando participantes mientras la línea argumental se bifurca para abrir un nuevo camino que nace del encuentro entre Ulrich y su hermana Agathe, quienes hasta entonces han vivido totalmente alejados el uno del otro; un nuevo camino que será dominante. Conque, en lo tocante a la anécdota y sin entrar en mayor detalle, esto es todo lo que la novela ofrece: demasiado poco; pero, ¿pueden cubrirse un total de más de mil quinientas páginas de formato maior con tan modesta peripecia argumental?: eso es demasiado.
¿Qué o quién es un «hombre sin atributos»? «[Ulrich] veía con asombrosa nitidez toda la capacidad, atributos y aptitudes –menos la de ganar dinero, porque nunca la necesitó– que tiempo atrás había apreciado en sí mismo, pero había perdido la posibilidad de aplicarlos.» En esa cualidad está una posible definición. Ulrich es un hombre que sí posee atributos, pero que carece de ellos en la medida en que no los emplea (de manera que puedan cuantificarse y medirse). Eso es lo que descubre Ulrich un buen día leyendo un titular de periódico donde se hace referencia a un equino participante en un concurso como «un genial caballo de carreras». ¿Genial? ¿Ese atributo es realmente aplicable a quien se aplica? Entonces hay que aceptar que un caballo de carreras supera a un gran intelectual en la medida que su trabajo puede ser medido sin discusión y el mejor se reconoce así sin duda alguna; el deporte y la objetividad han llegado a suplantar a los anticuados conceptos del genio y la grandeza humana; y si el esfuerzo de un caballo de carreras permite que éste pueda ser calificado de genial, Ulrich se permite concluir que la «pasividad activa era el arma que debería estar al alcance de todos [pues] parecía propio de un hombre sin atributos». Ulrich, reconociéndose entonces como «hombre sin atributos», decide tomarse unas expectativas vacaciones durante las cuales, sin embargo, se integra en la Acción Paralela, tiene relaciones amorosas, observa, conversa y medita. Su intención, sin embargo, está más cerca de intentar desentrañar el mundo que de adocenarse: si no usa sus atributos, no puede evitar tenerlos. Así pues, pasividad activa. Anteriormente, se ocupó en ser distinguido (estilo), sintió pasión por las máquinas (ingeniería) y se dedicó a la matemática (ciencia). Y cuando decide concederse unas vacaciones para dar a sus facultades un empleo apropiado, comienza a trabajar el sentido del humor de Robert Musil; porque la novela es una colosal meditación sobre el mundo en la época de la gran crisis, el hundimiento de la vieja Europa, que ha de dar paso a una modernidad cuyo impulso no es superior a su perplejidad. Si en el impulso está Arnheim –no el reino de Kakania––, en la perplejidad está Ulrich. Y en su magnitud está su finitud.
Sin embargo, «aquella combinación de espíritu, negocios, comodidad y cultura general [de Arnheim, el hombre con atributos] le resultaba intolerable en sumo grado [a Ulrich]». Una amiga, Clarisse, reconoce en un momento dado que un hombre sin atributos no dice «no» a la vida sino «todavía no». Con esa actitud es con la que inicia Ulrich su periplo: tras un inicio –o primera parte del Libro Uno– en que quedan fijadas las dos posiciones extremas y perpendiculares al eje Ulrich-Arnheim (que son la nietzscheana Clarisse y el brutal asesino Moosbrugger), así como las principales figuras que van a representar a la «intelligentsia social» kakaniense, nuestro héroe se interna en la Acción Paralela y entrando y saliendo de sus salones y reuniones, tratando a gente de dentro y de fuera, incluso haciendo el amor por razones diversas ––pero sin convicción suficiente–, y conversando, discutiendo, presintiendo y analizando el inmenso territorio donde se cuece el sentido y el futuro de la gran crisis que impregna a Kakania en su más complaciente estado de decadencia, nos mostrará la farsa más seria que imaginarse pueda. Porque, aunque parezca un contrasentido respecto a la densidad de su escritura, lo que el Libro Uno ofrece es el curso de una humorística e inteligentísima farsa gracias a un caudal de una densidad intelectual aplastante.
La Acción Paralela es un proyecto nacional de exaltación de Kakania en la figura de su emperador, que aglutina a su alrededor a decenas de partícipes que a su vez se subdividen en centenares de colaboradores que redactan toda clase de proclamas y programas, que organizan, administran, se reúnen, dictaminan, ordenan, analizan y consultan. Pero una vez que el tinglado se ha levantado y las funciones son adjudicadas, el principal problema se evidencia hasta para los más tontos: se necesita una idea que dé sentido a todo el evento. A partir de ese momento ––y sin que una sola rueda de la enorme maquinaria montada deje de funcionar–, la ocupación principal de las cabezas de la Acción Paralela será encontrar el centro que aglutina la celebración del acontecimiento; la idea, en fin, que lo genera y lo justifica; pero como ésta no existe, la burocracia se enreda cada vez más en sí misma tejiendo una verdadera malla de estupidez, lo cual hace que, como se dice muy cómicamente, «en la Acción Paralela no había cosa increíble que pareciera demasiado grande». La situación es, pues, grotesca y por ahí respira la implacable escritura de Robert Musil.
Pero hay otro hueco, otra falta de centro, que está simbolizado en el anillo de Clarisse, la esposa del amigo de Ulrich, Walter. Claudio Magris ha visto muy bien el papel de Clarisse en esta narración. Dije antes que el eje Clarisse-Moosbrugger es perpendicular al eje Ulrich-Arnheim. Bien: Magris se refiere al demente asesino Moosbrugger como abocado «al delirio del autismo, al solipsismo desenfrenado que sustituye la realidad objetiva por otra, determinada únicamente por las perturbaciones emotivas»; en cuanto a Clarisse, «se consume en la locura, porque pretende distinguir y vivir simultáneamente la totalidad del mundo y de sus posibilidades, poseer y designar activamente el infinito». Situados los dos en los extremos de ese eje, Moosbrugger representa –según Magris– la anulación del signo mientras que para Clarisse todo es signo. La cuestión –eso lo ve con agudeza Magris– es que en ese eje laten simultáneamente la poesía y la locura, y ese eje corta perpendicularmente (formando algo así como la cruz que delimita –y centra, ahora sí– simbólicamente el libro) al otro, al que lleva a su vez en cada uno de sus extremos al hombre con atributos (Arnheim) y al hombre sin atributos (Ulrich). Clarisse y Moosbrugger están lejos de todo centro por exceso, y Arnheim y Ulrich por defecto. Ahora bien, la narración sí tiene un centro: ese cruce, o cruz, de ejes que fija un punto de irradiación de lectura. La Acción Paralela es, siguiendo con la imagen, un esfuerzo de colosales dimensiones que ocupa de modo permanente al tejido social de Kakania desde arriba hacia abajo, y la Acción se convierte en un plano de materia inconsistente donde todo el mundo se apresura a interesarse o enfrascarse en una ocupación sin otro referente que la ocupación en sí misma.Todo el Libro Uno está centrado en esa referencia que permite al lector situarse dentro del plano por el que se desvanece Kakania. De este modo deja Musil paradójicamente recogido el campo de significado de toda esta materia desbordante.
Ulrich declara: «Mi pensamiento es éste: la realidad siente un deseo absurdo de irrealidad». La propuesta de la escritura de Musil es un presente sin dirección, un presente que está ahí, como la escritura misma, con toda su capacidad de seducción y confusión creada por el detalle, la masa de detalle sin dirección precisa, el hervidero también. Y si esa escritura respira como presente ¿qué hace la vida?; la vida es, a la vez, ese presente multiforme sin centro que lo aglutine y la gran pregunta, la última ansiedad del texto: la busca de la verdad. Sólo que en el reino de la sinrazón la verdad está en otra parte y hacia esa verdad sólo puede uno apuntar dirigiéndose, al parecer, a la belleza. ¿Vive en ella el deseo de irrealidad de la realidad? ¿Es ese el camino del espíritu, del alma? ¿Es, en fin, el nudo de las relaciones entre razón y sentimiento? En tal dirección se instala la línea medular del Libro Dos. Si la realidad misma siente un deseo de irrealidad, según percibe Ulrich, en tal percepción está el origen tanto de la perplejidad inactiva como del movimiento de Ulrich hacia la belleza. Ulrich llegará a anotar sus ideas sobre el sentimiento en un cuaderno y su lucidez responderá cada vez más a una búsqueda donde todo se desvanece, como quien se interna en un pantano hasta que se lo come la bruma. Porque en su lucidez no deja de comprender lo movedizo del suelo por el que camina obligadamente; así, por ejemplo, tras contemplar la existencia de la moral como reglamentación del comportamiento social llega a una conclusión sustancial: «¡Todo es moral, pero la moral no es moral en sí misma!». El hombre sin atributos es, dentro de su pasividad activa, un gran observador y analista, pero un sujeto en el que la inacción no ha prendido más allá del instinto de supervivencia.
El Libro Dos, que está incompleto, apaga una luz y abre una ventana. La luz que se apaga es la de la Acción Paralela, la ventana que se abre es la relación entre Ulrich y Agathe, su hermana, que aparece ahora. Es el momento en que Ulrich, en su deseo último de desentrañar el mundo, comienza a cuestionar el papel del sentimiento. Hasta ese momento, todo su fuerte ha sido la relación entre el alma –el espíritu– y el análisis –la pasividad de disponer de los atributos, pero «todavía no» utilizarlos–. Frente a esa actitud Musil ha colocado la del espíritu concebido como ánimo de conquista en la actividad práctica e interesada de Arnheim. Atraídos de una manera extraña y nueva para ellos, Ulrich y Agathe se encuentran en una situación de vida sin centro, con una pregunta (¿cómo vivir?), con una situación extrema de Ulrich («había llegado [...] a no querer hacer ya nada que fuese indiferente al alma») y con la necesidad de una solución que desbordase la pereza de Agathe y la reticencia expectativa de Ulrich. Dice el texto:
«–Mi querida Agathe, hay un círculo de problemas que tiene un gran perímetro y carece de centro. Y todos responden a la pregunta siguiente: "¿Cómo tengo que vivir?". También Agathe se había levantado, pero seguía sin mirarle. Se encogió de hombros:
–¡Hay que intentarlo! –dijo». Antes de llegar a este punto, la narración ha tomado definitivamente su nuevo rumbo; de pronto la situación gira sobre el capítulo 21 del Libro Dos para proseguir su trayectoria de manera definitiva (o «provisionalmente» definitiva); la suma de los capítulos 21 y 24 no deja lugar a dudas: nos encaminamos hacia una teoría de los sentimientos en su relación con la razón. El grito de Ulrich («matemática y mística: ¡mejoramiento práctico y aventura desconocida!») comienza a forzar un movimiento en la pareja. Ulrich dice: «He dicho a Agathe que probablemente la belleza no es más que haber sido amado»; un poco después: «La historia, el acontecer e incluso el arte se hace por carencia de felicidad. Y una tal carencia no reside en las circunstancias, en que éstas no nos dejen alcanzar la felicidad, sino que estriba en nuestro sentimiento [que] es portador de la cruz de la doble particularidad: no tolera a ningún otro junto a sí y él mismo no dura»; y concluye: «Así retorno otra vez a la pregunta: ¿Es el amor un sentimiento? Creo que no. El amor es un éxtasis». En el éxtasis se detiene la novela, pero su autor no pensaba terminar ahí. Simplemente, lo sorprendió la muerte. A esta narración, en cambio, la muerte no la sorprendió.
La pregunta que sigue (¿qué hay tras la unión de los hermanos?) se queda en el borde mismo del texto de Musil. Como sabemos, ésta es una novela inacabada. Existen capítulos posteriores y documentación abundante, pero nadie ha sido capaz de aventurar la conclusión del libro. En realidad, creo que seguiría siendo una novela inacabada aunque Musil hubiese vivido muchos años más, porque ese ilimitado e improductivo lienzo blanco sobre el que pudo trazar una cruz de la que se desprende en línea recta un encuentro hacia la belleza, no es un lugar estable; pocas veces se habrá dicho con más precisión de una novela que es «un mundo» como en esta que nos ocupa: lo es de tal modo que resulta inabarcable. Ese era su destino. Claudio Magris hace una reflexión que me parece sumamente aguda: «El hombre sin atributos, con su infinitud rectilínea y despiadada que no deja nada tras de sí –no es casualidad que el mundo de Musil ignore la procreación y la descendencia, la continuidad y la repetición edípica– es la epopeya que plasma el desmoronamiento de un orden cultural milenario, mientras que por ejemplo el Ulises de Joyce es la epopeya circular y edípica, paterna y materna, que recobra, salva y conserva la continuidad de aquel orden, como la antigua odisea». En efecto: esta narración es un territorio nuevo y, si es un mundo, lo es en la medida que se trata de un mundo por descubrir. Pero Musil rompe radicalmente con la tradición, la antigua odisea no existe ya: ésta es la nueva odisea. Esa es la orfandad en que nos deja su libro.
Por lo tanto, no hay tradición sobre la que alzarse, cualquier apoyo aparece como insolvente. La frase de Marx («Todo lo sólido se desvanece en el aire») parece una premonición. La disolución de una cultura crea, además, movimientos sísmicos que afectan directamente a la novela. Ulrich hace notar el culto que la cultura europea da al «mundo interior», pero señala que es tratado como un mero anejo del exterior. Eso supone que cuanto acontece en el interior ha de ser devuelto, como un acto reflejo, hacia el exterior. Su narración pretende romper esta dinámica y, para eso, nada como reconsiderar una cita de Swedenborg que el mismo Ulrich lee: «El hombre piensa partiendo del tiempo; el ángel, del estado; de manera que la representación natural de los hombres se trueca en los ángeles en una representación espiritual [...]. Y ya que los ángeles [...] no pueden hacerse un concepto de lo que es el tiempo, tienen también otra representación de la eternidad, distinta de la de los hombres terrestres; la entienden como un estado inacabable, no un tiempo inacabable». La cita no ocupa su lugar en el libro por casualidad; en cierto modo, bien podemos permitirnos pensar que la búsqueda del otro lado, de ese l'inconnu al que Baudelaire apela al final de sus Flores del mal, se intuye claramente en el éxtasis místico y carnal que se produce en el capítulo «Viaje al paraíso». Siguiendo con esa imagen, bien podríamos pensar que al otro lado quizá se encuentre un sentido distinto de la eternidad que se convierta en una nueva referencia del deseo.
La escritura de El hombre sin atributos es, como artificio, la plasmación de ese deseo de un mundo nuevo en la medida que se trata de una escritura huérfana, una escritura que se crea a sí misma, que no es epopeya odiseica del orden milenario sino nueva odisea. En lo único que coincide esta escritura con la tradición es en el uso de un estilo que recuerda al estilo alto; en lo que coincide con la vanguardia es en la minimización de la historia. La escritura se constituye ella misma en la historia narrable, es un flujo que nunca retrocede, pero cuyo trayecto es claro y rectilíneo: simplemente, obliga a leer rompiendo los esquemas estructurales tradicionales, pero, en el caso de Musil, sin aferrarse a la descomposición formal de las vanguardias; al mismo tiempo, participa del carácter de obra abierta que deja en suspenso el género novela como narración, no como escritura en curso. Quizá convenga aquí remitirse a un ensayo del autor: El hombre matemático (1913): «La matemática (recordemos que Ulrich es matemático) es un lujo temerario de la pura ratio, uno de los pocos que existen hoy en día».
Musil propone que toda la existencia que discurre a nuestro alrededor ha surgido materialmente de la matemática y en ella se basa; que de ciertos fundamentos, los matemáticos hicieron ideas utilizables, las cuales, empleadas primero por los físicos y aplicadas después por los técnicos, levantaron y organizaron nuestra existencia y que, entonces, los matemáticos, «siempre hozando más adentro» cayeron en la cuenta de que en la base del asunto había algo que no encajaba: entonces miraron debajo y encontraron que el edificio de la existencia estaba en el aire. Así que vivimos gracias a un error productivo, por así decirlo. Esta sugerente imagen le hace pensar que «no hay posibilidad de otro sentimiento tan fantástico como el del matemático». ¿El matemático más fantástico que el artista?, nos preguntamos nosotros con asentado recelo. ¡Cielos! ¡Esa gente tan precisa! Pero en esta proposición hay una visión de futuro muy tentadora: «Los matemáticos no son cabezas huecas o banales fuera de su oficio [...], hacen en su terreno lo que nosotros tendríamos que hacer en el nuestro. En eso consiste lo llamativo de su doctrina y lo ejemplar de su existencia. Son una analogía del hombre espiritual que ha de venir». Y dicho esto último, no nos causará ya sorpresa esta formidable propuesta: «Hace ya mucho que lo que se trata de alcanzar es el pensamiento como tal. Que con todas sus exigencias de profundidad, osadía y novedad, se ve restringido por el momento a lo exclusivamente racional y científico. Pero se expande vorazmente alrededor, y tan pronto alcanza al sentimiento, se convierte en espíritu. Dar ese paso es cosa del escritor». Ahora sí está describiendo el trayecto de esa nueva odisea que pretende elaborar, cuya existencia física se llama El hombre sin atributos y que modifica muy seriamente el sentido de lo narrativo. Las relaciones entre pensamiento y literatura narrativa quedan muy seriamente conmovidas gracias a semejante conclusión.
Porque –sigo citando a Musil-«la cuestión de si una obra de arte es oscura por debilidad de su creador o le parece oscura al lector por debilidad suya, es algo que se puede comprobar. Habría que ir disolviendo uno a uno los elementos espirituales que la constituyen. A pesar de un cómodo prejuicio de literato, los más decisivos de todos ellos son ideas» (Sobre los libros de Robert Musil, 1913). No creo que nadie vaya a acusar a Musil de que las novelas han de ser de tesis o algo semejante tras esta declaración, porque la manera en que expresa el sentido último del pensamiento dentro del texto literario es impecable. Ahora ya no estamos en las definiciones más o menos voluntariosas del concepto de «obra abierta», sino en el meollo mismo de la razón por la que puede modificarse seriamente la narratividad de un texto. ¿Es este el camino de la novela –o lo que vaya a ser– del futuro? Lo que no pasaría de ser una afirmación arriesgada está sostenido, insisto en ello, por un texto narrativo excepcional: su propia obra.
En Apuntes sobre el conocimiento del escritor (1918), Musil redondea su proposición, en primer lugar, subrayando que «es la estructura del mundo y no la de sus propias aptitudes la que le señala al escritor su tarea». ¿No serán los términos de esta definición el origen de un verdadero y sustancial cambio de posición en la definición de lo que hasta ahora se ha llamado el compromiso del escritor? En segundo lugar, exponiendo con sencillez algo que ahora resulta definitivamente sugerente: «Y ya sólo queda la cuestión de saber si el escritor ha de ser un hijo de su tiempo o un progenitor de los tiempos». Musil, aun a costa de ser derrotado por lo que de imposible tiene su obra, está eligiendo, sin el menor género de dudas, la segunda opción.
Sólo ahora creo que puede entenderse y encuadrarse tanto el formidable esfuerzo del autor como la cualidad de inacabable de su novela. También el «cuerpo» de su escritura. Efectivamente, Musil ya no necesita del apoyo de la estructura narrativa clásica, pero tampoco se ocupa de romperla y mostrar los pedazos, método muy apetecido por las vanguardias en general. Su camino es único y poderosamente construido y constructivo. No necesita pasar por la fase de romper y despedazar lo existente; él, sencillamente, construye otra cosa (y, consecuentemente, empuja a Ulrich y Agathe hacia el otro lado).
No quisiera dejar de lado en este merodeo algún apunte sobre lo que antes he llamado conexiones con, o exigentes reminiscencias de, el estilo alto. El registro es semejante, pero el modo no lo es; y no lo es porque si bien Musil conoce y domina ese estilo noble, en ningún momento se refugia en él. Musil efectúa una síntesis del psicologismo, el expresionismo y el uso personal y vanguardista de lo grotesco que desemboca en un estilo único de una amplitud expresiva extraordinaria, siempre elegante –y me refiero a lo elegante de una composición que posee la firmeza de lo que está llamado a ser un clásico. En primer lugar, quisiera hacer notar una característica expresiva muy particular. Veamos este texto: «–¿Cuña? –interrumpió Agathe, como si la pronunciación de aquella palabra viril y activa hubiera de causar necesariamente disgustos»; obsérvese cómo la palabra cuña es inmediatamente activada en cuanto se la adjetiva con unos calificativos inesperados, pero muy eficientes: su capacidad de sugestión es sorprendentemente nueva. Ahora veamos un modelo de imagen audaz y distinta: «Era como un patinador que se acercaba y se alejaba a voluntad sobre una reluciente superficie espiritual». O esta descripción de Diotima, la musa de la Acción Paralela: «Le parecía ridículo todo lo que ella hacía y era, sin embargo, tan hermosa, que aquello le resultaba triste» (la redacción de orden tradicional hubiera sido: «Era un mujer cuya hermosura sólo era comparable a su vacuidad»). O esta expresión de humor serio: «Ella, leyendo en sus pensamientos, descubrió que se le había extraviado algo de cuya posesión no había sabido gran cosa: el alma. ¿Qué es? La podemos definir negativamente: es aquello que escapa y se esconde al oír hablar de progresiones algebraicas». O esta muestra de fortuna expresiva a la hora de dar una vuelta de rosca a un modo clásico de describir: «Los ojos del presidente se soltaron de los papeles; como dos pájaros abandonan una rama, así ellos la frase en la que se habían posado». En fin, son muestras de un abanico de escritura que no perdona ruptura y no se rinde al riesgo, pero tampoco reniega de su experiencia literaria. No en vano Thomas Bernhard lo consideraba un escritor de prosa absoluta.
Intentar abarcar esta novela inabarcable es tarea imposible; leerla, en cambio, es todo lo contrario. Se necesita espíritu, curiosidad y tiempo pero, ¿qué mejor que emplearlos en una cumbre de la novela de nuestro tiempo que ya navega por el nuevo siglo bajo un estandarte cuyo lema reza «el Arte es un mediador entre lo conceptual y lo concreto»? En todo el pasado siglo, quizá nunca se haya mostrado tan arriesgadamente la relación entre pensamiento y literatura como en este libro.
01/04/2002

Agnes Heller Teoría de los sentimientos y Sociología de la vida cotidiana PDF

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Agnes Heller, nació en 1929 (Hungría), realizó sus estudios de filosofía en la Universidad de Budapest, donde fue ayudante de Grörgy Lukács de 1955 a 1958, destacando como una de las más brillantes discípulas. Autora de una extensa obra profusamente traducida, está considerada como la representante más significativa de la llamada Escuela de Budapest.
Heller está considerada como la representante más significativa de la llamada Escuela de Budapest. En palabras de Heller: “Hay teoría de los sentimientos desde que existe pensamiento teórico. El campo de acción permitido por la sociedad actual, y el pensamiento determinado por ella, producen, perpetúan y reproducen la alienación de los sentimientos. El hombre está unificado pero la personalidad está escindida. El valor que elijo es la personalidad unificada que se autorrealiza en las tareas presentadas por el mundo. Esa personalidad existe sólo como tendencia, como excepción”.


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12 ago. 2016 - Leer y Descargar: 73.AGNES HELLER.Colección 73.TAPA.




Ágnes Heller una de las pensadoras más influyentes del siglo XX

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Muere la filósofa húngara Ágnes Heller, superviviente del Holocausto

Fue una de las pensadoras más influyentes del siglo XX, autora de una obra muy amplia, que reflexionó sobre la historia, la razón y la vida cotidiana

Resultaba chocante el contraste entre el físico de Ágnes Heller (Budapest, 1929) la filósofa húngara fallecida este viernes a los 90 años, y la fuerza de su pensamiento y de su biografía. Menuda y solo aparentemente frágil, sobrevivió al Holocausto en Budapest —la mitad del millón de judíos asesinados en Auschwitz eran húngaros— y a la represión estalinista posterior a la Segunda Guerra Mundial, que le obligó a exiliarse durante décadas. Sin embargo, desde Estados Unidos y desde Australia elaboró un pensamiento basado en un profundo conocimiento de la historia, pero también de la vida cotidiana, a medio camino entre la filosofía y la sociología, que logró atravesar fronteras hasta convertirla en una de las pensadoras más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
Obras como Historia y futuro ¿sobrevivirá la modernidad?El hombre del renacimientoSociología de la vida cotidiana, Crítica de la ilustración o Para cambiar la vida son algunos títulos de Heller publicados en España, donde su pensamiento encontró una amplia difusión. Fue colaboradora habitual de EL PAÍS desde los años ochenta y publicó su último artículo en este periódico el pasado mes de abril, sobre el tema que más le preocupaba en este momento: el giro autoritario del primer ministro húngaro Viktor Orbán y el peligro que esto representaba para la democracia en Europa. Como superviviente de los totalitarismos nazi y soviético, sabía perfectamente cuáles podían ser las consecuencias de quedarse de brazos cruzados ante un asalto contra las libertades.
Creía que la historia no se repetiría y pensaba que estábamos muy lejos de los años treinta, pero a la vez estaba convencida de que la democracia estaba en peligro en algunos países de Europa, porque consideraba que el Estado de derecho no se basa solo en votar. También le preocupaba el asalto contra la razón por parte del extremismo islámico y el peligro que el nacionalismo representaba para la UE. Además, fue una importante pensadora feminista, un tema sobre el que afirmaba: "Es la única revolución que no considero problemática y es la mayor de nuestro tiempo, porque no es una movilización contra un periodo histórico, sino contra todos los periodos. La única totalmente positiva, tal vez junto al desarrollo de los derechos humanos".
Este diario la entrevistó en Budapest en el verano de 2017. Vivía en un luminoso y desordenado apartamento con impresionantes vistas sobre el Danubio, lleno de libros y de revistas sobre todo tipo de temas, que mostraban que su enorme curiosidad intelectual nunca se apagó. La Academia Húngara de Ciencias anunció el viernes por la noche su fallecimiento, aunque no precisó la causa. Según el portal húngaro 444.hu, falleció mientras nadaba en el lago Balatón, donde muchos ciudadanos de la Europa comunista pasaban sus vacaciones. Curiosamente, fue allí donde comenzó a resquebrajarse el telón de acero cuando a miles de ciudadanos de Alemania del Este que estaban en Hungría se les permitió abandonar el país hacia Occidente.
Heller no tenía ningún problema en responder a preguntas sobre cualquier tema, ni en recordar el Holocausto. Narraba la forma en que sobrevivió a la Shoah, cuando los nazis con el apoyo de los fascistas húngaros, los Flechas Cruzados, organizaron primero la deportación a Auschwitz de los judíos de Budapest y luego su asesinato en masa en la propia ciudad cuando, ante la inminencia de la llegada de los soviéticos, los trenes hacia la muerte dejaron de salir. "Como todo el mundo que consiguió salir vivo de aquello, fue por accidente. Mi padre fue asesinado en Auschwitz, mi madre y yo estuvimos a punto de morir, pero de alguna forma nos libramos. Los Flechas Cruzadas mataron a muchos judíos junto al Danubio, pero pararon antes de llegar a nuestra casa. También me dispararon, pero como soy baja, el tiro pasó por encima de mi cabeza. En otro momento nos pusieron en una cola. Supe que no debíamos quedarnos allí porque nos iban a matar y logramos escapar. Aunque eso no fue suerte, sino instinto".
Tras la Segunda Guerra Mundial, primero estudió y luego enseñó Filosofía en la llamada Escuela de Budapest, que impulsaba el filósofo marxista Georg Lukács. Después de la invasión soviética de 1956 que aplastó un intento de liberalización del régimen comunista húngaro, se convirtió en disidente y acabó por exiliarse, primero como profesora en Melbourne (Australia) y luego en la New School for Social Research de Nueva York. Hasta el final de sus días, dio conferencias y seminarios por todo el mundo.
Como otros filósofos arrollados por el siglo XX, reflexionó sobre la Ilustración y sobre cómo se podía haber pasado de la esperanza que despertó la razón –se consideraba deudora de pensadores de la modernidad como Spinoza y Kant– a los horrores del totalitarismo. Fue marxista en sus orígenes, aunque luego se despegó de cualquier marco teórico que cercenase su voluntad de buscar respuestas.
Perdió la confianza en la razón, porque sin ella no se hubiesen podido construir los campos nazis o soviéticos ni organizar la deportación de millones de personas, pero nunca en el ser humano. Preguntada sobre sus creencias, respondió en aquella entrevista: "¿Tengo que creer en algo? Tal vez pueda responder a su pregunta. Creo en algo: las personas buenas existen, siempre han existido y siempre existirán. Y sé quiénes son las buenas personas".
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Ágnes Heller, nadadora contra corriente

Superviviente del Holocausto, discípula de Georg Lukács, la filósofa húngara fue muy influyente en la Nueva Izquierda con su "sociología de la vida cotidiana" y su inconformismo.

Ángel Rivero 23 julio 2019

Ágnes Heller nació el 12 de mayo de 1929 en el gueto de Budapest, Hungría, en una familia judía diezmada por el Holocausto. Su padre murió en Auschwitz y ella y su madre a duras penas pudieron escapar de perecer del mismo modo. En 1947 quedó deslumbrada por una conferencia del filósofo marxista Georg Lukács y abandonó sus estudios de ciencias para convertirse en su alumna. Con otros discípulos de Lukács formaron la Escuela de Budapest, cuyo propósito teórico, bajo la dirección del maestro, era dar nueva vida al marxismo, rescatando a un joven Marx, filósofo y humanista, y que contraponían a la reseca escolástica del diamat (materialismo dialéctico) que se había convertido en dogma en los países del socialismo real.
Este trabajo teórico alimentaba sin embargo una ambición mayor, tenía el propósito práctico de democratizar el socialismo, es decir, de transformar las sociedades socialistas en sociedades libres. Para Lukács era un dogma que el peor socialismo estaba siempre por delante del mejor capitalismo y que abolida la propiedad privada había quedado expedito el camino de la emancipación hacia una humanidad superior. Es decir, el futuro glorioso de la humanidad empezaba necesariamente en el gris y autoritario socialismo instaurado a partir de 1917 en Rusia y tras la Segunda Guerra Mundial en los países de la Europa Central Oriental.
Dentro de la división del trabajo en de la Escuela, Heller se ocupó de profundizar en la antropología marxista y en esa línea formuló su teoría de las necesidades radicales, que la hizo famosa. Esta teoría sostenía que el cambio social emancipador encontraba su impulso en el desarrollo constante en los hombres de necesidades cualitativamente superiores que, al entrar en conflicto con la realidad social, impulsaban a estos a trascenderla en un sentido positivo. Este optimismo antropológico auguraba que la emancipación humana se vería coronada por una humanidad que atesoraría lo mejor de su genio creador y de su trabajo. Sus libros sobre el hombre del Renacimiento o sobre Aristóteles son buena prueba de esta idea de que los hombres se crean a sí mismos y que esa creatividad humana es promesa de su emancipación. Heller enmarcaba esta transformación dentro de una revolución social, la revolución de la vida cotidiana que mostraba, al otro lado del Telón de Acero, una proximidad con las luchas culturales de la Nueva Izquierda y su desafiante inconformismo. Su sociología de la vida cotidiana también tuvo un eco inmenso.
Sin embargo, las autoridades de la Hungría comunista no simpatizaron con el proyecto. Lukács, un personaje idiosincrásico, aceptó siempre las reprimendas inquisitoriales de las autoridades socialistas y las tradujo en confesiones públicas de herejía, las tristemente famosas autocríticas, y en promesas de enmienda.
Pero esta aceptación del autoritarismo dogmático siempre estuvo acompañada de momentos de juvenil activismo revolucionario: en 1919 participó activamente en la revuelta bolchevique húngara como comisario político con Béla Kun, y en 1956 se sumó con entusiasmo a la revolución democratizadora impulsada valientemente por Imre Nagy del que fue Ministro de Cultura. Aplastada la revolución por los tanques soviéticos que colocaron al sanguinario János Kádár como nuevo dirigente, la represión se cebó con el maestro y con sus discípulos. Lukács ya no pudo protegerles, como había hecho hasta ese momento. Paradójicamente, la fe de Lukács en el socialismo como camino de emancipación no se debilitó y asumió sin rechistar las demandas de la ortodoxia. Pero en sus discípulos sí empezaron las dudas.
La Nueva Izquierda de Occidente, tal como aparece pintada en uno de sus documentos fundacionales, “La carta a la Nueva Izquierda” de C. Wright Mills, de 1960, buscaba una revolución de la vida cotidiana apelando a los nuevos movimientos sociales que movilizaban demandas que, a la postre, acabarían, eso creían, con el capitalismo: la libertad sexual, el pacifismo, el feminismo, la lucha de los negros por los derechos civiles, etc. Esta Nueva Izquierda, como testimoniaron el propio Wright Mills o Marcuse, era también crítica del mundo soviético y con el realismo socialista. Sin embargo, el socialismo como sinónimo de la emancipación final de la humanidad, como objetivo en el que la resolución de todos los conflictos tendría lugar y donde la humanidad viviría feliz y reconciliada, se mantenía. Sin embargo, la fe en el socialismo se fue debilitando en los discípulos de Lukács y, en particular, en Ágnes Heller.
En los años setenta la represión arreció y, tras la muerte de Lukács en 1975, los discípulos se quedaron completamente huérfanos frente al régimen. Ágnes Heller perdió su trabajo, lo que en una sociedad en la que el trabajo está monopolizado por el Estado significaba morirse de hambre; Ferenc Fehér, su segundo marido, contaba con humor que él fue castigado, como profesor que era, a dar ocho horas de clase cada día. Sin duda, esto ayudó a que fuera un narrador extraordinario de todo tipo de historias.
En 1977 se les autorizó/empujó a abandonar el país y se exiliaron en Australia, donde trabajaron en la Universidad de La Trobe, Melbourne. Como señaló Heller, las autoridades húngaras los ayudaron a librarse de su propio autoengaño, el dogma de Lukács: el socialismo no es reformable en un sentido democratizador. Esto les llevó a una autocrítica democrática en la que realizaron un imponente análisis del socialismo como sistema de dominación: lo calificaron de dictadura sobre las necesidades. Por supuesto, la noticia de que el socialismo no tenía arreglo no fue nada bien recibida por la Nueva Izquierda de Occidente, que no quería oír tal cosa y que prefería pensar que Heller se había pasado al enemigo.
Pero no era así. El experimento socialista fue conceptualizado como un callejón sin salida de la modernidad. Por ello el estudio de la modernidad se hizo perentorio. Para Heller, la modernidad como una forma de vida sin certidumbres y sujeta siempre al cambio es una condición no transcendible. Estamos en la modernidad para quedarnos y esto nos arroja a la incertidumbre, pero también a la libertad. El socialismo buscaba regresar a un tiempo estático como el de la sociedad tradicional, pero sin sus inconvenientes, y de esta manera resolver la cuestión social, pero la modernidad no tiene salida.
La crítica al socialismo real vino por tanto acompañada de una revalorización de la democracia liberal y del convencimiento de que la cuestión social no puede abordarse sino por medio de la política, esto es, mediante las instituciones de la democracia. En 1986 Heller pasó a ocupar la cátedra Hannah Arendt de la New School for Social Research y allí fue donde la ética ocupó un lugar central en su trabajo: estamos arrojados a la contingencia, pero podemos darnos un destino, este es el mensaje de su ética de la personalidad. Con el final del comunismo en Hungría, en 1989, regresó a su tierra y compaginó su docencia allí con el trabajo como profesora emérita en la New School for Social Research y con conferencias por todo el mundo. Así vivió hasta el final de sus días. El pasado viernes 19 de julio, con noventa años, en Balatonalmádi, en la orilla norte del lago Balatón, se lanzó al agua para nadar sola, una de sus grandes pasiones, y ya no regresó con vida.


VIDA COTIDIANA: AGNES HELLER

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La Sociología de la vida Cotidiana la elabora Agnes Heller en el año de 1967 y se publicará en Hungría en 1970. La primera edición en español apareció diez años después, en 1977. Ediciones Península, Barcelona, se encargaría de hacerlo y de ahí provienen los extractos que aquí se presentan (págs. 5 – 26). Por su valor teórico se incluyen también partes del Prefacio, elaborado por G. Lukacs. 



Del Prólogo a la edición castellana


Reconoce Agnes Heller (AH) que para György Lukacs el pensamiento cotidiano es la fuente primitiva del pensamiento, es decir, del comportamiento, estético y científico. Ambos brotan del pensamiento cotidiano para diferenciarse y regresar luego, en el proceso de la recepción, al lugar de donde salieron.


Hegel se convirtió en la figura decisiva porque en él por principio, la vida cotidiana queda fuera de la filosofía. En consecuencia, el objeto de la filosofía es la alienación y el posterior retorno del espíritu universal a la historia universal. Pero en este retorno, el hombre particular y su vida no cuentan absolutamente para nada. El hombre particular sólo cuenta en la medida en que es portador del espíritu universal y, con ello, una personalidad histórico universal. A lo sumo, la vida de los hombres adquiere significación en la medida en que realizan contra su voluntad el espíritu universal: “El derecho del espíritu universal está sobre todos los derechos particulares”.


Heller: se trataba por tanto, de elaborar una concepción teórica en la cual la vida y la racional, plena de sentido, de cada hombre individual fuesen simultáneamente y, a su vez, pensables cuando menos.


Heidegger: en El ser y el tiempo colocó, más que ningún otro, la vida cotidiana y su análisis en el centro de la filosofía. Pero… describe la vida cotidiana como una vida enajenada por principio: en efecto, el punto nodal es el estar arrojados a esta vida alienada. Sólo habría una salida para el individuo y sólo en un sentido negativo: a saber, la elección del ser para la muerte como ser auténtico.


Heller: esto significaba por tanto, que debía elaborarse una concepción que, como teoría de la vida cotidiana, no negase su afinidad con la alienación y, sin embargo, afirmase al mismo tiempo que junto a la estructura intrascendible de la vida cotidiana y a pesar de ella, una vida cotidiana no alienada es también al menos concebible.


La visión de Marx entraña la supresión de la alienación, la apropiación de la riqueza social –de la totalidad de la cultura- por parte de cada individuo particular. En el espíritu de tal utopía el socialismo constituye una cualidad vital, su idea conductora es el sentido de la vida de los individuos, y la transformación revolucionaria de la vida social es sólo su instrumento: la concreción de este valor dominante constituye el hilo conductor de todo el discurso la teorización que elabora HK acerca de la vida cotidiana.


Así, el libro puede disponerse alrededor de dos focos: la estructura de la personalidad y la estructura de las objetivaciones.


La teoría de la personalidad polemiza con la tradición esencialista, según la cual el hombre consta propiamente de dos hombres: uno sustancial y otro fenoménico… es indiferente cómo se conciba la bien como caótico mundo de los instintos, como razón pura, o como núcleo humano no corrompido por la sociedad. La antropología de AH descansa sobre el supuesto de que la esencia humana no es el punto de partida, ni el al que se superponen las influencias sociales, sino que constituye un resultado, sobre el supuesto de que el individuo se encuentra desde su nacimiento en una relación activa con el mundo en que nació y de que su personalidad se forma a través de esta relación. El individuo no puede ser nunca idéntico a la especie humana pero puede mantener una relación consciente con ella –en este caso la personalidad no es particular sino individual. Quise mostrar que cada hombre puede ser una individualidad, que puede haber también en la vida personalidades individuales, que también la vida cotidiana puede configurarse individualmente.


El segundo foco teórico es el escenario de este protagonista: el mundo de las objetivaciones.


El primer lo constituyen el lenguaje, el sistema de hábitos y el uso de objetos. Le llama la esfera de la objetivación que es en sí. Sin la apropiación activa de este nivel no hay vida cotidiana en absoluto, pues sin ella no existe tampoco socialidad.


Cuanto menos enajenada es la vida cotidiana, en mayor grado se relaciona el hombre, dentro también de lo cotidiano, con otros niveles -superiores- de las objetivaciones. Se trata de una superposición de las relaciones con los niveles de objetivación cotidianos y no cotidianos.


Heller: el primer foco de la teoría va contra la concepción hegeliana y el segundo contra la heideggeriana.


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Del Prefacio, escrito por Gyorgy Lukacs, 1971


LA VIDA COTIDIANA COMO MEDIACIÓN Y TOTALIDAD ESPECÍFICA 


El decisivo estado de condicionamiento en que se encuentra la totalidad de las expresiones vitales, de los modos de vida, etcétera, del hombre no puede ser descrito de u modo realista con una combinación inmediata entre principios causales puramente objetivos y el mundo de sus efectos concretos. Las ciencias sociales de nuestros días, en cambio desprecian a menudo esta zona intermedia concreta, aquélla en la que se encuentra el nexo real, considerándola como un mundo de mera empiria que, en cuanto tal, no es digno de un análisis científico en profundidad destinado a examinar las constituciones internas. Me: La vida cotidiana como mediación persona-sociedad o realidad social.


Pero cuando se reflexiona resulta que por el contrario, solamente a través de la mediación de una esfera tal pueden ser comprendidas científicamente las interrelaciones e interacciones entre el mundo económico social y la vida humana. Los hombres –en su particularidad- se adaptan a las formas sociales que sus fuerzas productivas hacen nacer cada vez concretamente. En la medida en que tales adaptaciones se realizan, como de costumbre, inmediatamente en actos particulares, esto se verifica precisamente en actos particulares de hombres particulares, en el interior de grupos concretos de un proceso social conjunto concretamente determinado. La mayoría de los hombres que forman parte inmediatamente de la sociedad… estos, en la mayoría de sus modos particulares de reaccionar a las pretensiones de la propia socialidad, reaccionan en cuanto hombres particulares de manera particular; el ser de cada sociedad surge de la totalidad de tales acciones y reacciones.


Marx … ha definido su esencia [de la sociedad] la historia de la sociedad muestra que este ir más allá de la genericidad muda, biológica, se objetiva por último en las formas ideológicas más elevadas: en la ciencia, filosofía, arte, etcétera. Esto significa que los hombres que forman parte de ella crean productos con la ayuda de los cuales están en condiciones de realizar su generacidad a un nivel cada vez más alto (cada vez menos inmediatamente particular).


Este proceso de desarrollo del género humano sería incomprensible si intentásemos establecer una relación inmediata entre la base que actúa objetivamente y sus máximos resultados … no podría jamás hacer realmente comprensibles en su auténtico y preciso ser-así la génesis concreta, la esencia interna de los productos concretos que de este modo alcanzan el ser, los tipos de comportamiento concretamente esenciales.


Precisamente su inmediatez objetiva, que surge del modo de reaccionar y de actuar de los hombres particulares, da lugar en la vida cotidiana a una zona de mediación, apta para superar este aparente abismo de pensamiento.


Por consiguiente, la esencia y las funciones histórico-sociales de la vida cotidiana no suscitarían interés si ésta fuese considerada una esfera homogénea. Pero precisamente por esto, precisamente como consecuencia de su inmediato fundamentarse en los modos espontáneo-particulares de reaccionar por parte de los hombres a las tareas de vida que la existencia social les plantea, la vida cotidiana posee una universalidad extensiva. La sociedad sólo puede ser comprendida en su totalidad, en su dinámica evolutiva, cuando se está en condiciones de entender la vida cotidiana en su heterogeneidad universal.


La vida cotidiana constituye la mediación objetivo-ontológica entre la simple reproducción espontánea de la existencia física y las formas más altas de la genericidad ahora ya conciente, precisamente porque en ella de forma ininterrumpida las constelaciones más heterogéneas hacen que los dos polos humanos de las tendencias apropiadas de la realidad social, la particularidad y la genericidad, actúen en su interrelación inmediatamente dinámica. … No comprenderíamos nunca correctamente los procesos reales si no estudiásemos el significado de las interrelaciones –basadas en la particularidad inmediata- de tales tendencias, precisamente en la vida cotidiana, en el teatro real de su resolución.


Así la vida cotidiana, la forma inmediata de la genericidad del hombre, aparece como la base de todas las reacciones espontáneas de los hombres a su ambiente social, la cual a menudo parece actuar de una forma caótica. Pero precisamente por esto está contenida en ella la totalidad de los modos de reacción, naturalmente no como manifestaciones puras, sino más bien caótica-heterogéneas.


Para AH las conexiones prácticas e histórico-ontológicas de la vida cotidiana con las posiciones de valor auténticas de la genericidad (ética, filosofía, arte, praxis social y política) constituyen un problema central … su exposición siempre está orientada hacia las formas particulares de objetividad y de actividad de la vida cotidiana como totalidad específica.


Se hace comprensible así la extrema y paradójica heterogeneidad de la vida cotidiana: su base ontológica está constituida por la espontaneidad inherente a la naturaleza particularista de las actividades humanas que necesariamente acompañan a las reacciones primarias de los hombres a su humanización y se expresan en ella.


Y precisamente esta escala –que llega de la 

particularidad inmediata hasta las posiciones más generales y elevadas, para dejar tras sus espaldas, en la expresión de la genericidad humana, todo mutismo y realizarse precisamente como ser para-sí- define la esfera ontológica de la vida cotidiana. Justamente en esta evidente heterogeneidad de sus componentes, en su heterogeneidad inmediata, en su “ilimitación”, etc., que parece contradecir directamente nuestras ideas usuales sobre la “esfera de vida”, precisamente aquí se expresa la auténtica constitución ontológica de la vida cotidiana. Sólo de este modo ésta puede convertirse en el factor ontológico general, fundamentador, de mediación entre “esferas de vida” diversas, delimitables.


Es decisivo a los fines de este resultado [la vida cotidiana como factor de mediación, en su verdadera figura, universal] el hecho de que la Heller mantiene firmemente con gran coherencia la prioridad del ser. En el plano ontológico resulta que el contraste, la heterogeneidad constituye realmente una de las determinaciones importantes del ser mismo, pero, precisamente en y a causa de la heterogeneidad de sus componentes, éste se halla en condiciones de producir efectos inesperados reales y concretos.



Del Capítulo I, Sobre el concepto abstracto de “vida cotidiana”



Para reproducir la sociedad es necesario que los hombres particulares se reproduzcan a sí mismos como hombres particulares.

La vida cotidiana es el conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social. En toda sociedad hay una vida cotidiana y todo hombre, sea cual sea su lugar ocupado en la división social del trabajo, tiene una vida cotidiana. Sin embargo, esto no quiere decir de ningún modo que el contenido y la estructura de la vida cotidiana sean idénticos en toda sociedad y para toda persona. La reproducción del particular es reproducción del hombre concreto, es decir, el hombre que en una determinada sociedad ocupa un lugar determinado en la división social del trabajo. Los hombres tienen en común entre ellos actividades que –haciendo abstracción de su contenido concreto- son comunes a las de los animales. Y se trata de las actividades que sirven para conservar al hombre en cuanto ente natural … se desprende de qué modo la conservación del particular, incluso la más elemental –natural-, es en lo concreto un hecho social.


El hombre sólo puede reproducirse en la medida en que desarrolla una función en la sociedad: la autoreproducción es, por consiguiente, un momento de la reproducción de la sociedad. Por tanto, la vida cotidiana de los hombres nos proporciona, al nivel de los individuos particulares y en términos muy generales, una imagen de la reproducción de la sociedad respectiva, de los estratos de esta sociedad. Nos proporciona, por una parte, una imagen de la socialización de la naturaleza y, por otra, el grado y el modo de su humanización.


Examinando los contenidos que la vida cotidiana de cada particular tiene en común con la de otros hombres, llegamos en último análisis a lo no humano. El resultado será diverso si, por el contrario, examinamos la vida cotidiana no desde el punto de vista de los rasgos comunes, sino desde el de la relativa continuidad. En este caso constatamos que, en el proceso de socialización y de adecuación al género, en la vida cotidiana se determinan nuevas categorías, las cuales posteriormente o se conservan, o al menos se despliegan por algún tiempo, y por lo tanto se desarrollan, o bien retroceden. Es decir, la vida cotidiana también tiene una historia. Y esto es cierto no sólo en el sentido de que las revoluciones sociales cambian radicalmente la vida cotidiana, por lo cual bajo este aspecto ésta es un espejo de la historia, sino también en cuanto los cambios que se han determinado en el modo de producción a menudo (y tal vez casi siempre) se expresan en ella antes de que se cumpla la revolución social a nivel macroscópico, por lo cual bajo este otro aspecto aquélla es un fermento secreto de la historia.


¿Qué significa que el particular se reproduce? Todo hombre al nacer se encuentra en un mundo ya existente, independientemente de él. Este mundo se le presenta ya “constituido” y aquí él debe conservarse y dar prueba de capacidad vital. El particular nace en condiciones sociales concretas, en sistemas concretos de expectativas, dentro de instituciones concretas. Ante todo debe aprender a “usar” las cosas, apropiarse de los sistemas de usos y de los sistemas de expectativas, esto es, debe conservarse exactamente en el modo necesario y posible en una época detrminada en el ámbito de un estrato social dado. Por consiguiente, la reproducción del hombre particular es siempre reproducción de un hombre histórico, de una particular en un mundo concreto.


No todos aprenden a usar las cosas e instituciones, a orientarse en los sistemas de usos en igual medida. Sin embargo, cada uno debe adquirir una capacidad media, debe tener un mínimo de capacidad práctica en las cosas más importantes, sin lo cual es imposible vivir. Tal adquisición tiene lugar “naturalmente”.


La apropiación de las cosas, de los sistemas de usos y de instituciones no se lleva a cabo de una vez por todas, ni concluye cuando el particular llega a ser adulto; cuanto más desarrollada y compleja es la sociedad tanto menos está concluida. Cuanto más dinámica es la sociedad, cuanto más casual es la relación del particular con el ambiente en que se encuentra al nacer, tanto más está obligado el hombre a poner continuamente a prueba su capacidad vital, y esto para toda la vida, tanto menos puede darse por acabada la apropiación del mundo con la mayor edad. El particular, cuando cambia de ambiente, de puesto de trabajo, de capa social, debe aprender nuevos sistemas de usos, Aún más: vive al mismo tiempo entre exigencias diametralmente opuestas, por lo que debe elaborar modelos de comportamientos paralelos y alternativos.


La sociedad más dinámica, si bien obliga al hombre a una lucha continua contra la dureza del mundo, le ofrece, al mismo tiempo, varias alternativas. [Para] quien vive en una comunidad restringida sus posibilidades de movimiento son extremadamente limitadas. Pero desde que ha surgido la “sociedad pura”, el “mundo acabado” en el que el hombre se encuentra al nacer no es idéntico al mundo con el que se encuentra en contacto directo. Después de haberse apropiado de los usos de este mundo más inmediato, tiene varias ocasiones para escoger por sí mismo su ambiente directo (amigos, trabajo, familia…); puede escoger un “pequeño mundo” suyo relativamente nuevo, aunque dentro de límites precisos más o menos amplios.


Prescindiendo del momento y del modo en que el hombre se apropia de las diversas capacidades (manipuladoras y orientadoras), éstas son posteriormente ejercitadas siempre y con continuidad. Lo que obviamente no quiere decir “cada día”. Entre las capacidades ejercidas con continuidad, algunas son cotidianas en el estricto sentido del término (comer, vestirse, etc.), otras, por el contrario, son características de una fase determinada (o de ciertas fases) de la vida del particular (el cuidado de los hijos, por ejemplo).


En el ámbito de una determinada fase de la vida el conjunto (el sistema, la estructura) de las actividades cotidianas está caracterizado, por el contrario, por la continuidad absoluta, es decir, tiene lugar precisamente “cada día”. Este constituye el fundamento respectivo del modo de vida de los particulares, aunque sólo la tendencia fundamental, general, es continua de un modo absoluto.


En la vida cotidiana el hombre se objetiva en numerosas formas. El hombre, formando su mundo (su ambiente inmediato), se forma también a sí mismo. El término “formar” parece aquí a primera vista exagerado; en efecto, hasta ahora hemos subrayado siempre que la peculiaridad de las actividades cotidianas –ya que el particular madura para un mundo “acabado”- es la interiorización casi adaptativa de este mundo. En el término “madurar”, hay que ponerlo de relieve, incluimos también el sentido de “educar”. Yo soy representante de aquel “mundo” en el que otros nacen. En mi educar (en el modo en que yo presento el mundo “acabado”) repercutirán también mis experiencias personales, cuando comunico mi mundo, expreso también estas experiencias, cuando “transmito” mi mundo, contemporáneamente me objetivo también a mí mismo en cuanto me he apropiado ya de este mundo. Es evidente que esto no es solamente válido para la educación, sino siempre y en toda situación de la transmisión de experiencias específicas, cuando se dan consejos e incluso se dan ejemplos conscientemente. En mi relación con la vida cotidiana dada, en mis afectos y reflexiones respecto a estas relaciones, en la eventual “descomposición” de las actividades cotidianas, nos enfrentamos, y esto subrayado, con procesos de objetivación.


Cuando decimos que el particular se objetiva en la vida cotidiana, debemos, una vez más, hacer una precisión: el particular forma su mundo como su ambiente inmediato. La vida cotidiana se desarrolla y se refiere siempre al ambiente inmediato. [El ámbito cotidiano de un rey no es el reino sino la corte]. Todas las objetivaciones que no se refieren al particular o a su ambiente inmediato, trascienden lo cotidiano.


Todo esto no significa que el radio de acción de las objetivaciones de la vida cotidiana se quede en el particular y su ambiente inmediato, éste alcanza hasta las objetivaciones más elevadas. En tal caso hallamos “solamente” una repercusión, una resonancia, no una relación directa [hallamos el fenómeno causado por una piedra lanzada al agua,., no el movimiento ondulatorio provocado por una borrasca]. 


Todas las capacidades fundamentales, los afectos y los modos de comportamiento fundamentales con los cuales trasciendo mi ambiente y que yo remito “al mundo entero” alcanzable por mí y que yo objetivo en este mundo, en realidad yo me los he apropiado en el curso de la vida cotidiana. Por lo tanto, no se trata tan sólo de que la acción ejercida en mi ambiente continúa repercutiendo de modo imperceptible e invisible, sino también de que yo mismo, sin las capacidades de que me he apropiado en este ambiente, sin mis objetivaciones ambientales, sería incapaz de objetivar en formas más elevadas mis capacidades humanas. La vida cotidiana hace de mediadora hacia lo no cotidiano y es la escuela preparatoria de ello.


En la vida cotidiana la actividad con la que “formamos el mundo” y aquella con la que “nos formamos a nosotros mismos” coinciden. La fisonomía específica del particular, la estructura fundamental de su personalidad llegan a ser a través de la apropiación de la respectiva socialidad concreta, a través de la participación activa de ésta. Hay que repetir que aquí hablamos solamente de la estructura fundamental de la personalidad; la cualidad concreta de la personalidad no se desarrolla tan sólo en la vida cotidiana, hay casos en que ésta alcanza un completo florecimiento precisamente en las objetivaciones genéricas superiores. La unidad de la personalidad se realiza en la vida cotidiana. Aquéllos para los cuales la actividad genérica consciente representa en cada momento el contenido esencial de la vida, realizan la unidad de la personalidad también en la vida cotidiana. Para la mayoría de los hombres la vida cotidiana es “la vida”.




Lecturas recomendadas: 

Heller, A. (1985). Historia y Vida Cotidiana. México: Grijalbo. En particular el capítulo “La estructura de la vida cotidiana”. Págs. 39 – 95. 

Heller, A. (1982). La Revolución de la Vida Cotidiana. Barcelona: Ediciones Península.


¿Por qué Heidegger es el filósofo más importante del Siglo XX ... (DOSSIER) LIBROS pdf

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Heidegger era nazi. ¿Lo es su filosofía?

La publicación de los cuadernos íntimos del pensador alemán ha desatado el debate sobre si su antisemitismo contaminó o no toda su filosofía



Heidegger, señalado con una cruz, en un acto de propaganda nazi.
Heidegger, señalado con una cruz, en un acto de propaganda nazi. U. B.
El mundo académico de la filosofía tardó tiempo en asimilar que uno de los grandes filósofos del siglo XX, el alemán Martin Heidegger (1889-1976) —autor del rompedor Ser y tiempo (1927)—, simpatizó con el nazismo y aclamó a Hitler. Sólo fue un “error pasajero”, dijeron al principio, ya que el propio filósofo así lo dejó dicho en su célebre entrevista para Der Spiegel. Sus admiradores se tragaron el hueso: peccata minuta si fue nazi circunstancial y a medias; además, él mismo escribió: “Hay grandeza en el errar” y “el extravío es el regalo oculto de la verdad”.
Otro delicado asunto ha salido a la luz con la publicación en Alemania desde 2013 de las sucesivas entregas de los copiosos Cuadernos negros: Heidegger, además de nazi, también fue antisemita. Así parecen mostrarlo algunas anotaciones (pocas, pero relevantes) que salpican aquí y allá los pensamientos misceláneos de estos Cuadernos, y así lo ven estudiosos como Peter Trawny, Donatella di Cesare y Nicolás González Varela en sus interpretaciones. Es menester añadir que, en efecto, a Heidegger hay que “interpretarlo” sin descanso, pues la claridad de estilo no se contó entre sus cortesías (si es que tuvo alguna); escribía en una jerga particular, críptica y oscura hasta para los iniciados.
Trotta comenzó en 2015 la publicación de los Cuadernos negros en castellano, ahora ve la luz el segundo volumen de los cinco proyectados, con notas de 1938 y 1939. En Alemania van ya por la cuarta entrega. Con la aparición allí del tercer volumen (Schwarze Hefte, 1939-1941) comenzó el escándalo, pues incluye entradas filosóficas con referencias explícitas y poco laudatorias a “los judíos” y “el judaísmo”. Trawny fue el primero en airear estos pasajes y extrajo la conclusión de que Heidegger desarrolló un antisemitismo teórico y filosófico (“ontohistórico”) al comienzo de la II Guerra Mundial, que más adelante ocultó (¿por vergüenza?). Su antijudaísmo habría sido sólo de carácter metafísico, ni racial, ni biológico, y “secreto”, no interfirió en su filosofía esencial. Di Cesare y Varela van más allá: a la luz de las nuevas evidencias, sostienen que toda su filosofía admite una lectura antisemita.
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Martin Heidegger. 
Hasta hace poco tiempo era impensable un Heidegger antijudío; es más, sus numerosos alumnos y discípulos judíos lo liberaron de dicha culpa. ¿Cómo hubiera vuelto a tratarlo Hannah Arendt —examante judía del filósofo— después de la guerra, sin estar convencida de que él nunca los odió?, se pregunta Trawny. Tampoco Hans Jonas ni Paul Celan lo tacharon de antisemita; sin embargo, sólo ahora se ve que Heidegger profesó un antisemitismo que, aunque revestido de metafísica todo lo que se quiera, en el fondo nada se diferenciaba del que admitían gran parte de los alemanes que siguieron a Hitler en busca de una “gran Alemania” no sometida al “yugo” de otras potencias, insuflado por los tópicos antisemitas difundidos por la propaganda nazi.
Según explica la profesora Di Cesare en su demoledor libro, Heidegger pertenece a una “corriente histórica alemana” de aversión al judío en la que se inscriben Kant, Hegel, Schopenhauer y hasta Nietzsche con su postrer “anti-antisemitismo”. Estos grandes filósofos albergaron prejuicios contra la “raza maldita”: por ejemplo, que los judíos son hábiles mentirosos y se enmascaran para embaucar a los incautos. Heidegger elevó este prejuicio —entre otros— a escala metafísica; a su entender, los judíos eran culpables del “olvido del ser”; con sus patrañas y mentiras filosóficas serían los abanderados de esa “metafísica” que ha ensombrecido al ser verdadero en su historia. Los judíos son “calculadores”, escribe Heidegger en 1941 (en uno de los textos más polémicos), y ese “calcu­lar” estremece asimismo “la historia del ser” y es parte esencial de la Machenschaft o “maquinación” —una de las caras de “la técnica”— que “manipula la vida” y “conspira” para dominar el mundo y borrar del mapa a Alemania. Pero los judíos no están solos en su pisoteo del “ser” —Heidegger escribe en los Cuadernos negros una forma antigua de la palabra alemana Sein:“Seyn”, con ello da a entender que se ha perdido el sentido originario del término. Ciria lo traduce por “diferencia de ser”—. A los judíos los apoya “el bolchevismo” (“el judeobolchevismo internacional”) junto con “América”. Estas potencias causan la guerra mundial y la oscuridad que reina en un mundo del que “han huido los dioses” de Hölderlin, aniquilados por “el cristianismo” (otro conspirador). ¡En fin!
Un recorrido por los “pensamientos y reflexiones” de los Cuadernos negrosestremece, y no sólo por la perspicacia sui géneris del gran filósofo al diagnosticar la política de su tiempo, ni por su antijudaísmo, más bien es a causa de su enrevesamiento y plúmbea gravedad; sin que nunca transmitan un sentimiento de alegre levedad, machacan al lector con redundancias infinitas sobre el olvido del Seyn. Los comentaristas se preguntan cómo es que Heidegger dio permiso para publicar estos cuadernos como corolario a sus obras completas (más de 100 volúmenes). ¿Había olvidado parte de lo que allí escribió?, ¿fue una manera taimada de revelar la verdad secreta de sí mismo? Lo cierto es que en esto del antisemitismo, engañó a todos, amigos y enemigos.
Dolió mucho en círculos intelectuales que, tras la guerra, y sometido también él a un proceso de “desnazificación” por los aliados, Heidegger no se pronunciara en contra del Holocausto. Manifestó que no veía necesidad de hacerlo porque mientras que los antiguos nazis clamaban sus disculpas, él no tenía nada que reprocharse. En sus libretas negras de 1945, sin embargo, sí dejó traslucir su dolor por la derrota de Alemania, convertida según él en “campo de concentración” a merced de “americanos y rusos”. Pero ningún lamento por los judíos. Si éstos murieron, también los alemanes: “La sangre joven más valiosa de la nación”. ¡Todos en paz! Su clamoroso silencio hirió entonces a la filosofía. Ahora es el propio Heidegger quien ha quedado herido de muerte para siempre. Sus lectores tendrán que apencar con su antisemitismo, con una filosofía unida al drama político de la historia y con un personaje mucho más mendaz de lo que pensábamos.
Encuentros con Heidegger
Por Rodolfo Alonso *
Martin Heidegger, René Char y Paul Celan.
Martin Heidegger, René Char y Paul Celan.

“En el curso de mi viaje a Francia”, escribe Martin Heidegger (1889-1976) en 1955, “estaría muy contento de conocer a Georges Braque y a René Char.” (Es decir, un pintor riguroso y ejemplar, mentor de la más pura vanguardia, y un poeta excepcional, activo militante juvenil en el surrealismo, que iba a abandonar por otras cumbres, y no mucho después heroico comandante del maquis, que combatió la ocupación nazi hasta su fin.) Se vieron con Char en el jardín de otro filósofo, Jean Beaufret, quien recuerda: “Bajo las ramas de un castaño, un filósofo y un poeta hablan de lo que saben y de lo que son.” Y señala que ambos “aprenden la lengua de su diálogo.”
Después habría tres encuentros más, siempre en verano. En 1966, y a invitación de René Char (1907-1988), primera permanencia de Heidegger en Thor, cerca del entrañable L´Isle-sur-Sorgue, en Provenza, lugar natal del poeta. En 1969, última de las tres estadías en Thor. Beaufret, François Fedier, François Vezin, Patrick Lévy y otros, participaron de los seminarios y entrevistas. En 1959, Char es vertido por primera vez al alemán. Entre sus traductores se encuentra el más que significativo poeta Paul Celan (1920-1970). Toda su familia fue tragada por el infierno de Auschwitz y él mismo había escapado por milagro. Pero hilos más sutiles que la traducción terminarían relacionándolos. Celan escribe a su mujer el 2 de agosto de 1967: “La lectura en Friburgo tuvo un éxito excepcional: mil doscientas personas me escucharon durante una hora conteniendo la respiración, después, Heidegger vino hacia mí”. La carta se detiene en ese punto. Era inusual que el filósofo acudiera a oír poetas. Paul Celan lo visita en su cabaña de la Selva Negra, y aunque se negó a fotografiarse juntos, a esa reunión alude su poema Todtnauberg. Para George Steiner hubo dos encuentros más (Heidegger volvió a escucharlo), en junio de 1968 y marzo de 1970, un mes antes de que Celan se arrojara finalmente al Sena. 
Según Steiner: “Somos testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía y la filosofía en el pensamiento occidental (un fenómeno exquisitamente ‘triangular’ si tomamos en cuenta las inspiradas traducciones que Celan hiciera de Char)”. Y más adelante, “Cuando René Char, el gran poeta francés y líder de la Resistencia le dio la bienvenida a Heidegger, el gesto fue de fascinación anárquica y carismática reciprocidad. Char no sabía alemán; Heidegger hablaba poco francés. Ambos reverenciaban a Heráclito y la luz del sol.”
Steiner no se ahorra hoy ninguna afirmación sobre el nazismo del filósofo. ¿En ese entonces Char no intuía lo mismo que Celan? La cuestión sigue abierta, pero algo es real. El miércoles 26 de mayo de 1976, René Char despedía al filósofo con estas palabras: “Martin Heidegger ha muerto esta mañana. El sol que lo ha acostado le ha dejado sus útiles y no ha retenido más que la obra. Ese umbral es constante. La noche que se ha abierto ama de preferencia.”
Como las intensas, inmensas preguntas que inquietaron a los tres toda su vida, quizá también a nosotros sólo nos quedan más preguntas.
* Poeta, traductor, ensayista.
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Martin Heidegger (Messkirch, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de septiembre de 1889 - Friburgo de Brisgovia, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de mayo de 1976) fue un filósofo alemán, considerado, junto con Edmund Husserl y Ludwig Wittgenstein, como el pensador más influyente del siglo XX y de la filosofía contemporánea. Tras sus inicios en la teología católica, desarrolló una filosofía que influyó en campos tan diversos como la teoría literaria, social y política, el arte y la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño, el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia.
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Los negros cuadernos de Heidegger

POR Alejandro Oliveros
Martin Heidegger
Las obras completas  Martin Heidegger, las famosas Gesamelte Werke, sin incluir la correspondencia, se extienden por 94 volúmenes, con cientos de apretadas páginas cada uno. Las de Hegel y Nietzsche no son más breves. Los alemanes son así, no escriben libros, escriben bibliotecas. El mismo autor participó en el proyecto de la edición, al lado de su hijo, el Dr. Herman Heidegger, otros miembros de la familia, y un pequeño y cerrado círculo de colaboradores del maestro.
Entre las indicaciones del autor, la más misteriosa fue la de disponer, para el final de la empresa, la publicación de treinta y cuatro cuadernos empastados en hule de color negro, los codiciados Schwarze Hefte(Cuadernos negros), escritos a lo largo de treinta años y rigurosamente inéditos. Para los lectores del “rey de la filosofía” (Hanna Arendt), el interés no podía ser exagerado. ¿Por qué Heidegger, quien nunca fue tímido, más bien lo contrario a la hora de publicar sus escritos, seminarios, cursos y conferencias, decidió publicarlos de manera póstuma?
Sobre una serie de cuestiones, el filósofo había estado lejos de ser transparente. Especialmente, en el alcance de su vinculación con los nazi, y la influencia de su ideología en su breve desempeño como rector de la Universidad de Friburgo. Para los críticos más radicales, el proyecto heideggeriano sería indisociable de la irracionalidad milenarista de los ideólogos nazis. Es el caso del profesor Victor Farías en su no exento de fanatismo Heidegger y el nazismo. Para otros, como George Steiner y la misma Arendt, la cuestión no era tan sencilla y podría tratarse de una lectura parcial, estimulada por el tono oracular, a menudo impenetrable, de la escritura de Heidegger. En vivo, a pesar de las reiteradas demandas, el filósofo nunca ofreció explicaciones. Ahora, muerto, algunos de sus admiradores esperaban que lo hiciera. La lectura de los Cuadernos negrosno los hará sentirse más tranquilos.
Los Cuadernos negros, siguen una progresión cronológica, pero no debemos asumirlos como diarios, sin embargo. En ningún momento se señala el día en que fueron escritas las entradas, limitándose a indicaciones de los meses y el año. Recuerdan a los copiosos y maravillosos Notebooks de Coleridge. No son pocas las coincidencias y muchas las divergencias. La primera y definitiva, es que tomó años a la profesora Kathleen Coburn y poner orden al opiáceo caos de los papeles de Coleridge; mientras que el pensador alemán dejó todo listo para la publicación. Al final, son dos magníficos monumentos a las capacidades del ingenio humano. Por su parte, más discreta, la profesora Hanna Arendt, seguramente conocedora de los Cuadernos, gracias a su privilegiada relación con Heidegger, escribió los suyos que serían publicados, también de manera póstuma, como Denktagebuch (Diario de pensamientos), un título que se justifica por el interés de la autora en señalar el día de sus entradas. En el caso de Arendt, las notas fueron escritas a lo largo de veinte años, mientras que al maestro le tomó cuatro décadas. En las primeras entradas de ambos “diarios” filosóficos se nos ofrece una buena idea del ideario de ambos de cada uno. Arendt, en junio de 1950:
El mal radical es lo que no ha debido producirse; es decir, aquellocon lo que no nos podemos reconciliar;con lo que nunca, bajoninguna circunstancia puede aceptarse como un destino; antelo que uno no puede guardar silencio.
Para la leída autora de Eichmann en Jerusalén las prioridades son éticas. La vida activa y la contemplativa son expresiones de este ethos. Una preocupación que se reitera en sus mejores libros. Por su parte, Heidegger en la primera página  de los Cuadernos, de acuerdo a la edición italiana de Bompiani (hay traducción castellana en Editorial Trotta), fechada en octubre de 1931:
¿Qué debemos hacer?¿Quiénes somos?¿Por qué debemos ser?¿Qué es el ente?¿Por qué ocurre el ser?
De estas preguntas procede de forma unitaria el filosofar.
Y será esta, precisamente, una de las preocupaciones centrales de Heidegger en el primero de los cuatro tomos de los Hefte, ese “olvido del ser”, esa lamentable circunstancia que sólo puede ser superada a través de la vieja aletheia  (develación) de los griegos, la cual ha sido desterrada por la “tiranía de la técnica”. La misión del filosofar es volver la aletheia al centro de la metafísica occidental, “osándose a todo”; el cual  es, tomado de Platón, el epígrafe de la obra. Al parecer, en el ejercicio de este “osar”, Heidegger, durante estos años que coinciden con los de su efímero rectorado,  llegó a creer que el nazismo y Hitler, su profeta podían propiciar el regreso de la “verdad del ser”:
Es una gran fortuna y experiencia que el Führer hayaestimulado una nueva realidad que coloca nuestropensamiento en el camino correcto con la fuerza de unimpacto. De otra manera, con toda su profundidad, habríapermanecido extraviado en sí mismo, y sólo con grandesdificultades habría encontrado el modo de ser eficaz.
(otoño 1932)
Se ha querido ver en esta “simpatía por el diablo”, una expresión de la  adhesión de Heidegger a la ideología nazi; pero, en el mismo 1932, el filósofo manifestaba sus reservas ante las pretensiones del movimiento encabezado por Hitler:
En qué sentido el nacionalsocialismo no puede ser nuncael principio de una filosofía, sino que debe ser puesto por debajode la filosofía como principio. En qué sentido, por otra parte,el nacionalsocialismo puede ciertamente revestir determinadasposiciones y pueda así alcanzar una nueva posición fundamentalen el enfrentamiento con el ser… (sólo en tanto) entienda serverdadero, cuando sea capaz y esté en capacidad de prepararuna verdad originaria y darle curso.
Las referencias a Hitler no se repiten en este primer tomo de los Cuadernos, y a partir de 1936 es posible sentir un cierto distanciamiento  que no llegaría  a la total ruptura. Esta “filiación oscura¨ le ha sido criticada a Heidegger con entusiasmo digno de mejores causa. Se tiende a olvidar que casi toda Alemania y casi toda Europa sentía una terrible atracción por el Führer. En algunos casos, como Italia, de manera directa, y en otros, como Inglaterra y Francia, de manera escandalosa. Se justificaba el proyecto nazi con el argumento de que Hitler era la única defensa del cristianismo ante la amenaza del ateísmo comunista.  En su apreciable introducción al filósofo, George Steiner se refiere con lucidez al polémico asunto:
El engaño y la presunción de Heidegger consistieron en creer que podía influir en la ideología nazi… Era un necio error… Pero, para noviembre de 1933, ya no se sentía nada bien entre sus colegas nazis. Su participación oficial en el movimiento duró sólo nueve meses y renunció –vale la pena insistir- antes de que Hitler tuviera todo el poder. Muchos intelectuales notables hicieron cosas peores.
(George Steiner, Martin Heidegger. Chicago University Press. Trad. castellana FCE, 1983).
El silencio del filósofo sobre su acercamiento al nazismo, que tanto se le fuera reclamado, sólo  es comparable al que reservó sobre los ataques que recibió por parte de las autoridades del partido: a partir de 1933, las clases de Heidegger eran vigiladas o prohibidas; su estudio sobre Kant no pudo ser reeditado; el dedicado a las enseñanzas de Platón ni siquiera publicado. A todos los editores alemanes se les prohibió, por un decreto de la Gestapo, mencionar sus escritos y se le impidió salir de Alemania sin permiso. En 1934 fue excluido de la lista de participantes en el congreso de Filosofía de Praga y, en 1937, se le impidió asistir al de Paris. Sin contar que la Universidad de Friburgo comenzó a ser boicoteada para evitar que la juventud de Alemania fuera corrompida con sus enseñanzas. (Jean-Michel Palmier, Les écrits politiques de Heidegger. L’Herne 1968).
 La historia de Heidegger no hacía sino repetir la de muchos filósofos anteriores. Comenzando con el divino Platón cuando acudió, lleno de esperanzas, a Siracusa, llamado por el tirano para que lo asistiera en la organización del gobierno. La realidad siempre es más dura que el deseo y el encomiable proyecto, en el cual casi pierde la vida, terminó en el fracaso y  el regreso penoso del filósofo a Atenas. Pareciera que, en su enorme vanidad, los “amigos de la sabiduría” alimentan la aspiración de ser solicitados por los amos del poder, o los pretendientes, para poner en práctica sus ideas. Después de Platón, Aristóteles, menos idealista, tuvo más éxito con Alejandro; en todo caso, mucho más que el pobre Séneca, quien se desangró en el intento. Se cuenta que, después de la guerra, cuando por fin Heidegger pudo volver a enseñar, un colega, al encontrárselo en un pasillo de la universidad, le preguntó, “¿De regreso de Siracusa, profesor Heidegger?”.
El primer tomo de los Cuadernos negros se extiende por casi 700 páginas, muchas de las cuales, como las dedicadas a Hölderlin, uno de sus “descubrimientos”, en una época en la cual el alucinado bardo no era aceptado sin reservas, o a Nietzsche y el nihilismo, al olvido del ser, o la huida de los dioses,  además de contarse entre las mejores dedicadas a esos temas, tienen la atracción de lo inconcluso, de lo inmediato. Sobre muchos de sus colegas se expresa de manera que no lo haría, ni lo hizo, en sus libros publicados; Dilthey y Jaspers, por ejemplo. Otras páginas, igualmente reveladoras, las dedica al tema de la acción y el compromiso; las cuales, desarrolladas en otros libros de estos años, van a gravitar de manera decisiva en la conducta de “hombres de acción”, como los miembros de la resistencia francesa;  con uno de ellos, el más arriesgado y lúcido, el poeta René Char, mantendrá una de las amistades más francas de su alta edad, y  a quien  dedicará las mejores de sus irregulares incursiones en la poesía. Sobre la meditación y el actuar:
Meditación: la insistencia en la acción.
Meditación! Meditación? Concédele a la acción su propio derecho, pero en base a ellas hazte capaz de la meditación originaria, en base al secreto abierto del esencial desplegarse del ser.
En esta Venezuela indigente, este llamado de Heidegger debe entenderse como complemento al fragmento citado de Arendt cuando nos recordaba que el mal radical, que es el que vivimos, no puede, bajo ninguna circunstancia, aceptarse como  destino, como fatalidad, y que la responsabilidad de la polis y del individuo, es insistir en la acción y concederle su propio derecho.
Coda
Uno de los mejores aportes de la modernidad a la historia del estilo fue, siguiendo el modelo de Nietzsche, quien continuaba el de los filósofos pre-socráticos, privilegiar la escritura fragmentaria. Heidegger, aventajado estudioso del autor de  Zaratustra, nunca dejó de sentirse atraído por esta sintaxis tan poco académica. Los Cuadernos negros son la realización secreta de esa afinidad. Para el encargado de la edición alemana, el profesor Peter Trawny, se trataría de un nuevo recurso expresivo: “Preguntarse cómo estos distintos modos de expresarse están relacionados, se encuentra entre las tareas más importantes de un pensador que se dedique a comprender en su conjunto el pensamiento de Martin Heidegger”. No puede uno menos que recordar la frase atribuida a Hegel, según la cual habría dejado a la humanidad  la “tarea de entenderlo”. Diario o no diario, “diario filosófico”, notebooks, cahiers(como los de Valéry), “cuadernos” o como se les quiera llamar, los Schwarze Hefte, al menos el primero de ellos, y no tienen por qué ser de otra manera los restantes, son una empresa  admirable. Son el testimonio de la agobiante dedicación de un hombre a pensar el ser, su olvido y su verdad, día tras día a lo largo de décadas; un proyecto que, independientemente de los resultados tan diversos, tomó a los griegos casi cien años. Estos fragmentos son el legado de un filósofo que lo dejó todo, y arriesgó no menos, para dedicarse a la reflexión sobre el asunto más exigente: mantener viva la necesidad de volver a la pregunta por el ser, antes de que el ser nos abandone, como ya nos abandonaron los dioses.
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“El filosofo más genial”. “El acontecimiento filosófico más importante desde Hegel”. “El hombre que cambió la forma en que la humanidad comprende el concepto del ser”. Estas son algunas de las frases que se oyen con mayor frecuencia sobre el filósofo Martin Heidegger. Y no se equivocan. Este alemán está en la lista de pensadores más importantes de la historia. Su libro El ser y el tiempo forma parte del canon occidental y su importancia es equiparable a la de la filosofía griega y a nombres que todo el mundo conoce desde el colegio como Montaigne, Descartes o Kant. Su obra, además, ha influido campos tan diversos como la psicología, la arquitectura, el cine y la teoría literaria."






Heidegger y el Nazismo 







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8 jul. 2014 - Descarga formato: PDF< Si tiene dificultades en la descarga, siga estas instrucciones. Sinopsis. Ser y Tiempo, pese a ser una obra que quedó incompleta, ... El traductor tomó los primeros contactos con Martin Heidegger en ...

 





10 Libros PDF De Martin Heidegger


#01. Heidegger y la crítica contemporánea de la modernidad jurídica / Eric Herrán (leer aquí)
#02. Adiós a Heidegger / Julio Quesada Martín (leer aquí)
#03. "El ser y el tiempo" de Martin Heidegger, en la traducción de José Gaos (leer aquí)
#04. En el centenario de Martin Heidegger / Jorge Uscatescu (leer aquí)
#05. Carta sobre el humanismo / Martin Heidegger  (leer aquí)
#06. La época de la imagen del mundo / Martin Heidegger (leer aquí)
#07. Martin Heidegger - Construir, habitar, pensar (leer aquí)
#08. La pregunta por la técnica / Martin Heidegger (leer aquí)
#09. La cosa / Martin Heidegger (leer aquí)
#10. Caminos / Martin Heidegger (leer aquí)
#Bonus. Ontología del hombre y deconstrucción / Heidegger, Sartre / Derrida, Sloterdijk (leer aquí)

¿Qué le está haciendo Internet a nuestros cerebros? Por Nicholas Carr PDF

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¿Está Google volviéndonos estúpidos? • Nunca un sistema de comunicación ha ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos como hace hoy Internet. Pero a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura

“Dave, para. Para, por favor. Para, Dave. ¿Vas a parar, Dave?” Así suplica la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y fantásticamente conmovedora escena casi al final de 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick. Bowman, tras haber sido enviado a la muerte en el espacio interplanetario por la máquina descompuesta, está tranquila y fríamente desconectando los circuitos de memoria que controlan su “cerebro” artificial. “Dave, estoy perdiendo la mente —dice HAL, con tristeza—. Me estoy dando cuenta. Lo estoy sintiendo.”

Yo también me estoy dando cuenta, lo estoy sintiendo. En los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, cambiando el esquema de su circuito neural, reprogramando la memoria. No es que esté
perdiendo la mente —hasta donde puedo decir—, pero me está cambiando. No estoy pensando del modo que antes lo hacía.
Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha.

Creo que sé qué está pasando. Desde hace ya más de una década, he estado pasando mucho tiempo en línea, buscando y navegando y a veces añadiendo a la gran base de datos de Internet. La red ha sido una bendición para mí como escritor. Puedo hacer en minutos la investigación que en un tiempo requería días en salas de la biblioteca o de las publicaciones periódicas. Unas pocas búsquedas en Google, algunos “clics” rápidos en hiperenlaces(1) y obtengo el dato revelador o la cita sucinta que andaba buscando. Incluso sin estar trabajando, es muy probable que esté hurgando en la espesura de la información de la Red: leyendo y escribiendo correos, escaneando titulares y blogs,viendo videos y escuchando podcasts o sencillamente saltando de enlace en enlace. (A diferencia de las notas al pie, a las que muchas veces se asimilan, los hiperenlaces no sólo señalan obras que guardan relación con el tema, sino que lo lanzan a uno a ellas.)
Para mí, como para otros, la Red se está convirtiendo en un medio universal, el conducto de casi toda la información que fluye a mis ojos y oídos y entra en mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un almacén tan increíblemente rico de información son muchas y éstas han sido ampliamente descritas y debidamente aplaudidas. Clive Thomson escribió en Wired: “La retentiva perfecta de la memoria de silicón puede ser una enorme ayuda al pensamiento.”

Pero la ayuda tiene un precio. Como señaló el teórico de los medios de difusión Marshall McLuhan en los años sesenta, éstos no son sólo canales pasivos de información. Suministran la materia para el pensamiento, pero también conforman el proceso del pensamiento. Y lo que la Red parece estar haciendo es socavar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora captar la
información del modo en que la Red la distribuye: en una corriente de partículas en rápido movimiento. En un tiempo fui un submarinista en el mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo en una moto acuática. No soy el único. Cuando les menciono mis problemas con la lectura a amigos y
conocidos —la mayoría de ellos hombres de letras— muchos dicen estar experimentando algo similar. Mientras más usan la Red, más tienen que luchar para concentrarse en escritos largos. Algunos de los bloggers que sigo también han comenzado a mencionar el fenómeno. Scout Karp, quien escribe un blog sobre los medios de difusión en línea, confesó hace poco que ha dejado por completo de leer libros. “Hice el master en literatura en la universidad y era un voraz lector de libros —escribió—. ¿Qué ha pasado?” Y especula la respuesta: “¿Y si todo lo que leo es en la red, no se debe a que la forma en que leo haya cambiado, o sea, que esté sólo en busca
de comodidad, sino porque mi forma de PENSAR ha cambiado?”
Bruce Friedman, quien escribe regularmente blogs sobre el uso de las computadoras en la medicina, también ha descrito la forma en que Internet ha cambiado sus hábitos mentales. “He perdido casi por entero la capacidad de leer y absorber un artículo largo en la red o impreso”, escribió a principios de año.Friedman, patólogo miembro de larga data de la facultad de la Escuela de Medicina de
la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica conmigo. Su forma de pensar, dijo, ha tomado una calidad de “staccato”, que refleja la forma en que escanea con rapidez pasajes cortos de texto de muchas fuentes en línea. Ya no puedo volver a leer La guerra y la paz —admitió—. He perdido la capacidad de hacerlo. Me resulta difícil absorber incluso un blog de más de tres o cuatro párrafos. Lo leo por encima.”
Las anécdotas por sí solas no demuestran mucho. Y todavía estamos en espera de experimentos neurológicos y psicológicos a largo plazo que brinden una imagen definitiva de la forma en que el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio recién publicado de los hábitos de investigación en línea, realizado por académicos del University College de Londres,indican que muy bien podemos estar en medio de un cambio radical en la forma en que leemos y pensamos. Como parte de un programa de investigación de cinco años, los estudiosos examinaron registros de computación que documentan el comportamiento de visitantes de dos populares sitios de investigación, uno operado por la Biblioteca Británica y el otro por un consorcio educacional del Reino Unido, que brindan acceso a artículos de revistas, libros electrónicos y otras fuentes de información escrita. Encontraron que las personas
que usan los sitios exhibían “una forma de actividad como de quien está echando una ojeada”, en que saltaban de una fuente a otra y pocas veces regresaban a una que ya hubieran visitado. Típicamente leían sólo una o dos páginas de un artículo o libro antes de “saltar” a otro sitio. A veces salvaban un artículo largo, pero no hay pruebas de que regresaran a él y lo leyeran de verdad. Los autores del estudio informan: Es evidente que los usuarios no leen en línea en el sentido tradicional; de hecho hay indicios de que están surgiendo nuevas formas de “leer” según los usuarios navegan horizontalmente por los títulos, los índices y los resúmenes buscando ganar rapidez. Casi parece que van en línea para evitar leer en el sentido tradicional.
Gracias a la ubicuidad del texto en Internet, por no mencionar la popularidad de los mensajes de texto en los teléfonos celulares, pudiéramos estar leyendo más hoy que en los años setenta u ochenta, cuando la televisión era nuestro medio preferido. Pero es un tipo distinto de lectura y detrás de él hay un tipo distinto de pensamiento… tal vez incluso un nuevo sentido del ser. “No sólo somos lo que leemos —dice Maryanne Wolf, psicóloga del desarrollo de la Universidad de Tufts y autora de Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain (Proust y el calamar: La historia y la ciencia del cerebro lector)—. Somos como leemos.” A Woolf le preocupa que el estilo de lectura que promueve la Red, un estilo que coloca la “eficiencia” y la “inmediatez” por encima de todo lo demás, esté debilitando tal vez nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la prensa impresa, hizo comunes y corrientes las largas y complejas obras de prosa. Cuando leemos en línea, dice, tendemos a convertirnos en “meros descodificadores de información”. Nuestra capacidad de interpretar textos, de hacer las
ricas conexiones mentales que se forman cuando leemos con profundidad y sin distracción, sigue en gran medida desconectada.
Leer, explica Wolf, no es una habilidad instintiva de los seres humanos. No está grabada en nuestros genes del modo que lo está el discurso. Tenemos que enseñar a nuestras mentes a traducir los caracteres simbólicos que vemos al lenguaje que comprendemos.
Y los demás medios u otras tecnologías que usamos al aprender y practicar el arte de la lectura desempeñan un papel importante en la conformación de los circuitos neurales que se encuentran en el interior de nuestros cerebros. Los experimentos demuestran que los lectores de ideogramas, como los chinos, desarrollan un sistema de circuitos mentales para la lectura muy diferente del sistema que se encuentra en quienes, como nosotros, cuya lengua escrita emplea el alfabeto. Las variaciones se extienden a lo largo de muchas regiones del cerebro, incluidas las que rigen funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de estímulos visuales y auditivos. Podemos también prever que los circuitos tejidos por nuestro uso de la Red sean distintos a los tejidos por nuestra lectura de libros y otras obras impresas.
En algún momento de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir: una Malling-Hansen Writing Bal, para mayor precisión. Le fallaba la vista y mantener los ojos enfocados en la página se le había hecho agotador y doloroso y muchas veces le
provocaba fuertes dolores de cabeza. Se había visto obligado a reducir su escritura y temía que pronto le sería necesario abandonarla. La máquina de escribir lo rescató, al menos de momento. Una vez dominada la mecanografía al tacto, podía escribir con los ojos cerrados, usando sólo las yemas de los dedos. Las palabras podían fluir de nuevo de su mente a la página.
Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su obra. Uno de los amigos de Nietzsche, un compositor, observó un cambio en su estilo de escribir. Su prosa, ya de por sí tersa, se había hecho más comprimida, más telegráfica. “Puede que con este instrumento incluso te adaptes a nuevos giros idiomáticos —le escribió el amigo en una carta observando que, en su propia obra, sus “«ideas» en música y lenguaje solían depender de la calidad de la pluma y el papel”.Tienes razón —repuso Nietzsche—, nuestro equipo de escribir participa en la formación de nuestros pensamientos.
Bajo el influjo de la máquina, escribe el académico alemán de los medios de difusión Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche “cambió de argumentos a aforismos, de pensamientos a juegos de palabras, del estilo retórico al telegráfico.”
El cerebro humano es casi infinitamente maleable. La gente pensaba que nuestro engranaje mental —las densas conexiones que se forman entre los 100 billones de neuronas que se encuentran dentro de nuestros cráneos— estaba en gran medida fijado para el momento en que alcanzábamos la edad adulta. Pero los investigadores del cerebro han descubierto que no es así. James Olds, profesor de neurociencia que dirige el Instituto Krasnow de Estudios Avanzados en la Universidad George Mason, afirma que incluso la mente adulta “es muy plástica”. Las neuronas normalmente rompen conexiones viejas y forman nuevas. Según Olds, “el cerebro tiene la capacidad de reprogramarse a la carrera, cambiando la forma en que funciona.”
Según usamos lo que el sociólogo Daniel Bell ha llamado nuestras “tecnologías individuales” —los instrumentos que amplían nuestras capacidades mentales más bien que físicas— inevitablemente comenzamos a adoptar las cualidades de esas tecnologías.
El reloj mecánico, que comenzó a usarse corrientemente en el siglo XIV, brinda un ejemplo convincente. En Technics and Civilization (Técnicas y civilización), el historiador y crítico de la cultura Lewis Mumford describió la forma en que el reloj “desasoció el tiempo de los sucesos humanos y contribuyó a crear la idea de un mundo independiente de secuencias matemáticamente mensurables”. El “marco abstracto de tiempo dividido” se convirtió en “el punto de referencia de la acción y el pensamiento”.
El tictac metódico del reloj contribuyó al surgimiento de la mente científica y del científico, pero también se llevó algo. Como observó el difunto científico de computación del MIT(2) Joseph Weizenbaum en su libro de 1976, Computer Power and Human Reason: From Judgment to Calculation (El poder de la computadora y la razón humana: del juicio al cálculo), la concepción del mundo que surgió del empleo extendido de los instrumentos de llevar el tiempo “sigue siendo una versión empobrecida del antiguo, porque descansa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base de la antigua realidad y, de hecho, la constituían.” Al decidir cuándo comer, trabajar, dormir, levantarse, dejamos de escuchar a nuestros sentidos y comenzamos a obedecer el reloj.

El proceso de adaptación a nuevas tecnologías intelectuales se refleja en las cambiantes metáforas que usamos para explicarnos a nosotros mismos. Cuando llegó el reloj mecánico, las personas comenzaron a pensar que sus cerebros operaban “como mecanismos de relojería”. Hoy, en la era del software, hemos llegado a pensar que operan “como computadoras”. Pero los cambios, nos dicen las neurociencias, son mucho más profundos que la metáfora. Gracias a la plasticidad de nuestro cerebro, la adaptación se produce también en el nivel biológico.
Internet promete tener efectos de especial alcance en la cognición. En un trabajo publicado en 1936, el matemático británico Alan Turing demostró que era posible programar una computadora digital, que en aquella época existía sólo como máquina teórica, para que realizara la función de cualquier otro dispositivo de procesamiento de información. Eso es lo que estamos presenciando hoy. Internet, un sistema de computación inconmensurablemente poderoso, está subsumiendo la mayoría de nuestras otras tecnologías intelectuales. Se está convirtiendo en nuestro mapa y nuestro reloj, nuestra imprenta y nuestra máquina de escribir, nuestra calculadora y nuestro teléfono,nuestro radio y nuestra televisión.
Cuando la Red absorbe un medio, ese medio se recrea a la imagen de la Red. Inyecta el contenido del medio con hiperenlaces, anuncios de parpadeo y otras baratijas digitales y rodea el contenido con el contenido de todos los demás medios que ha absorbido. Un mensaje nuevo de correos, por ejemplo, puede anunciar su llegada mientras estamos revisando los últimos titulares de un sitio de prensa. El resultado es dispersar nuestra atención y difundir nuestra concentración. Tampoco termina la influencia de la Red en los márgenes de la pantalla de la computadora. Al irse sintonizando las mentes de las personas al enloquecido conjunto de medios de Internet, los medios tradicionales deben adaptarse a las nuevas expectativas del público. Los programas de televisión añaden textos que se deslizan por la pantalla y anuncios que surgen de repente; revistas y diarios acortan sus artículos, introducen resúmenes en cápsulas y rellenan sus páginas con fragmentos de información fáciles de rastrear.
Cuando en marzo de este año The New York Times decidió dedicar la segunda y tercera páginas de cada edición a resúmenes de artículos, su director de diseño Tom Bodkin explicó que los “atajos” darían a los lectores atribulados un “tanteo” rápido de las
noticias del día ahorrándoles el método “menos eficiente” de volver las páginas y leer los artículos. Los medios antiguos tienen poca opción más que jugar con las reglas de los medios nuevos.
Nunca ha desempeñado un sistema de comunicación tantos papeles en nuestras vidas —o ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos— como hace hoy Internet. Pero, a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura. Aproximadamente por el tiempo en que Nietzsche comenzó a usar su máquina de escribir, un joven serio llamado Frederick Winslow Taylor fue con un cronómetro a la planta Midvale Steel de Filadelfia y comenzó una histórica serie de experimentos destinada a mejorar la eficiencia de sus maquinistas. Con aprobación de los propietarios de Midvale, tomó a un grupo de obreros, los puso a trabajar en varias máquinas de elaborado de metales y registró y midió el tiempo de cada uno de sus movimientos así como las operaciones de las máquinas. Dividiendo cada tarea en una secuencia de pequeños pasos discretos y luego ensayando formas distintas de realizar cada una,
Taylor creó un conjunto de instrucciones precisas —un “algoritmo” pudiéramos decir hoy— de cómo debía trabajar cada obrero.
Los empleados de Midvale rezongaron sobre el estricto régimen nuevo, diciendo que los convertía en poco más que autómatas, pero la productividad de la fábrica se disparó.
Más de cien años después de la invención del motor de vapor, la Revolución Industrial al fin había encontrado sus bases filosóficas y su filósofo. La apretada coreografía industrial de Taylor —su “sistema”, como le agradaba llamarlo— fue aceptada por fabricantes de todo el país y, con el tiempo, de todo el mundo. Procurando la mayor rapidez, eficiencia y producción, los dueños de fábricas utilizaban los estudios de tiempo y movimiento para organizar el trabajo y configurar las tareas de sus trabajadores.
El objetivo, como definió Taylor en su célebre tratado de 1911, The Principles of Scientific Management (Los principios de la gestión moderna), era identificar y adoptar, para cada tarea, “un mejor método” de trabajo y con ello efectuar “la sustitución gradual
de la ciencia por la regla empírica en todas las artes mecánicas”. Una vez que se aplicara este sistema en todos los actos de trabajo manual, aseguró Taylor a sus seguidores, brindaría una reestructuración no sólo de la industria, sino de la sociedad, creando la utopía de la eficiencia perfecta. “En el pasado el hombre había sido lo primero —declaró—, en el futuro lo será el sistema.”
El sistema de Taylor sigue en gran medida con nosotros: sigue siendo la ética de la manufactura industrial. Y ahora, gracias al creciente poder que los ingenieros en computación y codificadores de software ejercen sobre nuestras vidas intelectuales, la ética de Taylor comienza a regir también la esfera de la mente. Internet es una máquina diseñada para la recolección, transmisión y manipulación automatizada de información y sus legiones de programadores están concentrados en encontrar el “mejor método
 único” —el algoritmo perfecto— para llevar a cabo cada movimiento mental de lo que hemos llegado a describir como “trabajo de conocimiento”.
La sede de Google, en Moutain View, California —el Googleplex— es el santuario supremo de Internet y la religión que se practica dentro de sus paredes es el taylorismo. Google, al decir de su ejecutivo principal, Eric Schmidt, es “una compañía fundada en torno a la ciencia de la medición” y se esfuerza en “sistematizar todo” lo que hace. Según el Harvard Business Review, haciendo uso de los terabytes de datos de conducta que recoge mediante su motor de búsqueda(3) y otros sitios, realiza miles de experimentos diarios y utiliza los resultados para refinar los algoritmos que controlan cada vez más la forma en que las personas encuentran información y extraen significado de ella. Lo que Taylor hizo para el trabajo manual, Google lo está haciendo para el trabajo mental.
La compañía ha declarado que su misión es “organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil”. Procura desarrollar “el motor de búsqueda perfecto” al que define como algo que “entiende exactamente lo que uno quiere decir y le devuelve exactamente lo que desea”. Al entender de Google, la información es un tipo de producto, un recurso utilitario que puede extraerse y procesarse con eficiencia industrial. Mientras más sean las piezas de información a las que uno pueda “acceder” y mientras con mayor rapidez podamos extraer lo esencial de ellas, más productivos nos hacemos como pensadores.

¿Dónde termina esto? Sergey Brin y Larry Page, los dotados jóvenes que fundaron Google cuando hacían su doctorado en ciencias de computación en Stanford, hablan con frecuencia de su deseo de convertir su motor de búsqueda en una inteligencia artificial, una máquina al estilo de HAL que sea posible conectar directamente a nuestros cerebros. “El motor de búsqueda supremo es tan inteligente como las personas… o más—afirmó Page hace unos años en un discurso—. Para nosotros, trabajar en búsqueda es
una forma de trabajar en inteligencia artificial.”
En una entrevista concedida a Newsweek en 2004, Brin comentó: “No hay dudas de que si uno tuviera toda la información del mundo unida directamente al cerebro, o un cerebro artificial que fuera más listo que el propio, estaría uno mejor.” El año pasado Page dijo en una convención de científicos que Google “en realidad trata de construir una inteligencia artificial y de hacerlo en gran escala”.
Una ambición de este tipo es natural, incluso admirable, para un par de genios matemáticos con vastas cantidades de dinero a su disposición y un pequeño ejército de científicos de computación en su empleo. Google, una empresa fundamentalmente científica, está motivada por un deseo de usar la tecnología, en palabras de Eric Schmidt, “para solucionar problemas que nunca antes se han solucionado” y la inteligencia artificial es el problema más difícil que hay. ¿Por qué no habrían de ser Brin y Page quienes lo resolvieran? De todos modos, su suposición fácil de que estaríamos “mucho mejor” si una inteligencia artificial complementara, o incluso sustituyera, nuestros cerebros resulta inquietante. Ésta indica una creencia en que la inteligencia es producto de un proceso
mecánico, una serie de pasos discretos que es posible aislar, medir, optimizar. En el mundo de Google, el mundo en que entramos al entrar en línea, hay poco espacio para la falta de claridad de la contemplación.La ambigüedad no es una apertura para la visión, sino una falla que debe arreglarse. El cerebro humano es sólo una computadora anticuada que necesita un procesador más rápido y un disco duro mayor. La idea de que nuestras mentes deben operar como máquinas de procesamiento de datos de alta velocidad no sólo está incorporada al funcionamiento de Internet, sino que es
también el modelo comercial reinante de la red. Mientras con mayor rapidez naveguemos por la Red —mientras más enlaces podamos cliquear y más páginas veamos— más oportunidades ganan Google y otras empresas de recopilar información sobre nosotros y alimentarnos anuncios.
La mayoría de los propietarios de Internet comercial tienen interés financiero en recopilar los mendrugos de datos que dejamos atrás cuando revoloteamos de enlace en enlace… mientras más mendrugos, mejor. Lo último que desean estas empresas es fomentar la lectura pausada o el pensamiento concentrado, lento. Es interés económico suyo llevarnos a la distracción. Puede que yo sea sólo una persona que se preocupa más de lo debido. Del mismo modo que existe una tendencia a glorificar el avance tecnológico, existe una tendencia opuesta a esperar lo peor de todo instrumento o máquina nueva. En la Fedra de Platón, Sócrates se lamentaba del desarrollo de la escritura. Temía que, según las personas comenzaran a confiar en la palabra escrita como sustituto del
conocimiento que antes llevaban dentro de las cabezas, en palabras de uno de los personajes del diálogo, “dejaran de ejercitar su memoria y se hicieran olvidadizas”. Y como podrían “recibir una cantidad de información sin instrucción adecuada”, se les “considerara muy conocedores cuando la mayoría es bien ignorante”. Estarían “llenas de la presunción de sabiduría en lugar de verdadera sabiduría”. Sócrates no se equivocaba —la nueva tecnología muchas veces tuvo los efectos que temió—, pero fue miope. No podía prever las muchas formas en que la escritura y la lectura servirían para extender la información, estimular ideas nuevas y expandir el conocimiento (cuando no la sabiduría) humana. La llegada de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV provocó otra ronda de rechinamiento de dientes. Al humanista italiano Hieronimo Squarciafico le preocupaba que a disponibilidad fácil de los libros condujera a pereza intelectual, haciendo a los hombres “menos estudiosos” y debilitando sus mentes. Otros aducían que los libros y publicaciones impresas baratas socavarían la autoridad religiosa, degradarían el trabajo de eruditos y escribas y extenderían la sedición y el libertinaje. Como observa el profesor de la Universidad de Nueva York Clay Shirky: “La mayoría de los argumentos que se opusieron a la imprenta fueron correctos, incluso proféticos.” Pero, de nuevo, los agoreros no fueron capaces de imaginar la miríada de bendiciones que brindaría la palabra impresa. De modo que sí, deben mostrarse escépticos hacia mi escepticismo. Puede que aquellos que descarten a quienes critican Internet por considerarlos luditas o nostalgistas tengan
la razón y de nuestras mentes hiperactivas, alimentadas de datos, surja una era dorada de descubrimiento intelectual y sabiduría universal. Pero, de nuevo, la Red no es el alfabeto y aunque pueda sustituir a la imprenta produce algo por completo diferente. El tipo de lectura profunda que promueve una secuencia de páginas impresas es valiosa no sólo por el conocimiento que adquirimos de las palabras del autor, sino por las vibraciones intelectuales que esas palabras desencadenan en nuestras propias mentes. En los espacios de calma abiertos por la lectura sostenida, sin distracción, de un libro o, si a eso vamos, por cualquier otro acto de contemplación, realizamos nuestras asociaciones, trazamos nuestras propias inferencias y analogías, promovemos nuestras propias ideas. La lectura profunda, como afirma Maryanne Wolf, es indistinguible del pensamiento profundo. Si perdemos esos espacios de quietud o los llenamos de “contenido”, sacrificaremos
algo importante no sólo de nuestro propio ser, sino de nuestra cultura. En un ensayo reciente, el dramaturgo Richard Foreman describió con elocuencia lo que está en juego: “Procedo de una tradición de cultura occidental en que el ideal (mi ideal) era la
estructura compleja, densa, como una catedral de la personalidad de alta educación y expresión, el hombre o mujer que llevaba dentro de sí una versión individualmente construida y singular del patrimonio completo de Occidente.[Pero ahora] veo dentro de todos nosotros (yo incluido) la sustitución de la compleja densidad interna por un nuevo tipo de ser que evoluciona bajo la presión de la sobrecarga de información y la tecnología de lo “instantáneamente disponible”.Según se nos drena de nuestro “repertorio interno de denso patrimonio cultural”, concluyó Foreman, nos arriesgamos a convertirnos en “gente tan extendida y fina como una crepa según nos conectamos con la vasta red de información a la que se accede tan sólo tocando un botón.”
Me persigue esa escena de 2001. Lo que la hace tan conmovedora, y tan extraña, es la respuesta emocional de la computadora al desmonte de su mente: su desesperación cuando se va oscureciendo un circuito tras otro, su súplica infantil al astronauta —“Lo estoy sintiendo. Lo estoy sintiendo. Tengo miedo”— y su reversión final a lo que sólo puede recibir el nombre de estado de inocencia. La emanación de sentimientos de HAL contrasta con la impasibilidad que caracteriza a las figuras humanas del film, que hacen lo que tienen que hacer con eficiencia casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen preparados de antemano, como si siguieran los pasos de un algoritmo.
En el mundo de 2001, las personas se han hecho tan similares a máquinas que el carácter más humano resulta ser la máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía de Kubrick: según confiemos en las computadoras para mediar nuestra comprensión del mundo es nuestra propia inteligencia la que se aplana hasta convertirse en inteligencia artificial.

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El libro más reciente de Nicholas Carr, The Big Switch: Rewiring the World, from

Edison to Google, se publicó en el año 2008.

Notas:

1.- Hyperlink (hiperenlace, hipervínculo, nexo) Puntero existente en un documento

hipertexto que apunta (enlaza) a otro documento que puede ser o no otro documento

hipertexto. [Fuente: RFCALVO]

2.- Instituto Tecnológico de Massachussets.

3.- Search engine (motor de búsqueda, buscador, indexador de información) Servicio

WWW que permite al usuario acceder a información sobre un tema determinado

contenida en un servidor de información Internet (WWW, FTP, Gopher, Usenet,

Newsgroups...) a través de palabras de búsqueda introducidas por él. Los más conocidos

son Yahoo, WebCrawler, Lycos, Altavista, DejaNews... En España empiezan a existir

indexadores en lengua castellana, con nombres tan castizos como Ole y Ozú. [Fuente:

RFCALVO].



LIBRO COMPLETO pdf ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?'

SUPERFICIALE

biblio3.url.edu.gt/Libros/2014/Superficiales-Carr-2010.pdf

Un mundo distraído

La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro 'Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?' El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".


El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro,Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?(Taurus).

MANUEL CASTELL LA ERA DE LA INFORMACION

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Castells Manuel La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. 1 México siglo XXI 1996. PRÓLOGO LA RED Y EL YO. -¿Me consideras un ...



INTERNET Y LA SOCIEDAD RED

Introducción.

Internet es el tejido de nuestras vidas en este momento. No es futuro. Es presente. Internet es un medio para todo, que interactúa con el conjunto de la sociedad y, de hecho, a pesar de ser tan reciente, en su forma societal (aunque como sabemos, Internet se construye, más o menos, en los últimos treinta y un años, a partir de 1969; aunque realmente, tal y como la gente lo entiende ahora, se constituye en 1994, a partir de la existencia de un browser, del world wide web) no hace falta explicarlo, porque ya sabemos qué es Internet. Simplemente les recuerdo, para la coherencia de la exposición, que se trata de una red de redes de ordenadores capaces de comunicarse entre ellos. No es otra cosa. Sin embargo, esa tecnología es mucho más que una tecnología. Es un medio de comunicación, de interacción y de organización social. Hace poco tiempo, cuando todavía Internet era una novedad, la gente consideraba que, aunque interesante, en el fondo era minoritario, algo para una elite de internautas, de digerati, como se dice internacionalmente. Esto ha cambiado radicalmente en estos momentos. Para recordarles brevemente la progresión, les diré que la primera encuesta seria sobre usuarios de Internet que yo conozco, de finales del noventa y cinco señalaba que había unos nueve millones de usuarios de Internet. En este momento estamos en torno a los trescientos cincuenta millones de usuarios en el mundo. Las previsiones conservadoras prevén que, para mediados del año 2001, llegaremos a setecientos millones, y en torno a 2005-2007, a dos mil millones como mínimo. Es verdad que constituye sólo una tercera parte de la población del planeta, pero esto quiere decir, ponderando en términos de las sociedades más desarrolladas, que en las sociedades de nuestro contexto las tasas de penetración estarán en torno al 75% u 80%. 

De hecho, en todo el planeta los núcleos consolidados de dirección económica, política y cultural estarán también integrados en Internet. Eso no resuelve ni mucho menos los problemas de desigualdad, y a ellos me referiré más adelante. Pero en lo esencial, esto significa que Internet es ya y será aún más el medio de comunicación y de relación esencial sobre el que se basa una nueva forma de sociedad que ya vivimos, que es lo que yo llamo la sociedad red. Pese a ser tan importante, Internet es tan reciente que no sabemos mucho sobre ella. Y en esa situación, cuando hay un fenómeno de gran relevancia social, cultural, política, económica, pero con un escaso nivel de conocimiento, se generan toda clase de mitologías, de actitudes exageradas. Yo creo que muchos intelectuales europeos y españoles ya han entendido, analizado, criticado, rechazado Internet, señalando, por anticipado, todas las posibles alienaciones que va a generar. Yo me acuerdo de que en los años 95-97 participé en la comisión de expertos sobre la sociedad de la información que nombró la Comisión Europea, y allí, en una comisión de quince expertos, en la que yo obviamente estaba en absoluta minoría, se trataba de ver cómo se podían paliar los efectos devastadores que podría producir Internet en la sociedad, en la política y en la cultura. Predominaba una reacción defensiva.. Frente a un fenómeno de extraordinaria importancia, del que, por otro lado, se tiene un escaso conocimiento, ha aparecido una extraordinaria mitología en torno a Internet. Por ello, quiero centrar mi conferencia en algo que quisiera que fuera práctico. Voy a intentar, aunque haya algunos aspectos teóricos, resumir qué sabemos de Internet en términos comparativos, qué sabemos sobre lo que es Internet hoy, a partir de información empírica. Trataré de resumirlo en diez puntos. 

1. Lecciones de la historia de Internet.


En el primer punto, quiero incluir algunos elementos sobre la historia de Internet. No voy a contarles la historia de Internet, que creo que es conocida, o puede conocerse fácilmente a través de Internet, sino cuáles son las enseñanzas que tienen valor analítico, si examinamos la historia de la red durante estos años. La primera lección sobre Internet es que se desarrolla a partir de la interacción entre la ciencia, entre la investigación universitaria fundamental, los programas de investigación militar en Estados Unidos -una combinación curiosa- y la contracultura radical libertaria. Las tres cosas a la vez. Simplemente señalo que el programa de Internet nace como programa de investigación militar pero que, en realidad, nunca tuvo aplicación militar. Éste es uno de los grandes mitos que hay. No hubo aplicación militar de Internet; hubo financiación militar de Internet, que los científicos utilizaron para hacer sus cosas, sus estudios informáticos y su creación de redes tecnológicas. A ellos se añadió la cultura de los movimientos libertarios, contestatarios, que buscaban en ello un instrumento de liberación y de autonomía respecto al Estado y a las grandes empresas. La cuarta fuente que se desarrolló más fue la cultura empresarial, que, veinticinco años más tarde, se encargó de dar el salto entre Internet y la sociedad. 

Segunda lección sobre Internet: el mundo de la empresa no fue en absoluto la fuente de Internet, es decir, Internet no se creó como un proyecto de ganancia empresarial. Incluso hay una anécdota reveladora: en 1972, la primera vez que el Pentágono intentó privatizar lo que fue el antepasado de Internet, Arpanet, se lo ofreció gratis a ATT para que lo asumiera y desarrollara. Y ATT lo estudió y dijo que ese proyecto nunca podría ser rentable y que no veía ningún interés en comercializarlo. Recuerden de todas maneras que eran más o menos los años en que el presidente de Digital, una gran empresa de informática, declaró que no veía ninguna razón para que alguien quisiera un ordenador en su casa, o pocos años después de que Watson, el presidente de IBM, declarase que en el año 2000 en el mundo sólo habría cinco ordenadores, y que todos serían, obviamente IBM Mainframe. No fue la empresa la fuente de Internet. 

Tercera lección: Internet se desarrolla a partir de una arquitectura informática abierta y de libre acceso desde el principio. Los protocolos centrales de Internet TCP/IP, creados en 1973-78, son protocolos que, se distribuyen gratuitamente y a cuya fuente de código tiene acceso cualquier tipo de investigador o tecnólogo. 

Cuarta lección: los productores de la tecnología de Internet fueron fundamentalmente sus usuarios, es decir, hubo una relación directa entre producción de la tecnología por parte de los innovadores pero, después, hubo una modificación constante de aplicaciones y nuevos desarrollos tecnológicos por parte de los usuarios, en un proceso de feed back, de retroacción constante, que está en la base del dinamismo y del desarrollo de Internet. El ejemplo más claro de la principal aplicación de Internet lo ofrecen los científicos que crearon Arpanet, el antepasado de Internet, quienes, en realidad, no sabían muy bien qué hacer con Arpanet. En principio, la crearon para comunicarse entre sus centros de información, entre los superordenadores con que contaban, pero lo habían hecho con la idea de que al compartir tiempo de ordenador, podrían obtener mayor capacidad de utilización de ordenadores. Pero se encontraron que tenían más capacidad de procesamiento informático de la que necesitaban. Con lo cual intentaron ver qué otro tipo de cosas podían hacer. Una de las aplicaciones que desarrollaron casi por azar, y que se convirtió en el principal uso de Internet a partir de 1970, cuando se inventó, es la aplicación que hoy día está siendo el uso mayoritario de Internet, el correo electrónico. En el intento de buscar otras aplicaciones, se enviaron varios mensajes entre ellos y se dieron cuenta de que lo que intentaban buscar ya lo habían encontrado, es decir, desarrollar el correo electrónico. Hay mil ejemplos de este tipo de relación. Entonces y ahora los usuarios modifican constantemente la tecnología y las aplicaciones de Internet. Esto es una vieja historia de la tecnología. Fue también el caso del teléfono: la historia social del teléfono en Estados Unidos (investigada, en particular, por Claude Fischer) muestra que el teléfono se inventó para otras cosas, pero los usuarios le dieron la vuelta y crearon otras aplicaciones. Pero con Internet se ha hecho mucho más todavía, porque la flexibilidad, la ductibilidad de esta tecnología permite el efecto de retroacción en tiempo real. 

Quinta lección de la historia de Internet: en contra de la muy difundida opinión de que Internet es una creación norteamericana, Internet se desarrolla desde el principio a partir de una red internacional de científicos y técnicos que comparten y desarrollan tecnologías en forma de cooperación, incluso cuando Internet era algo que estaba dentro del Departamento de Estado estadounidense. La tecnología clave de Internet, la conmutación de paquetes, el packet switching, la inventan en paralelo, y sin establecer comunicación alguna durante mucho tiempo, Paul Baran en Rand Corporation en California y Donald Davies, en el National Physics Laboratory de Gran Bretaña. Por tanto, la tecnología clave ya se desarrolla en paralelo entre Europa y Estados Unidos. El desarrollo de los protocolos TCP/IP se hace por Vinton Cerf, en Estados Unidos colaborando estrechamente con Gérard Lelan del grupo francés Cyclades. El caso más interesante es que el world wide web, que es el programa de browser que permite la navegación que hoy practicamos todos, lo creó Tim Berners-Lee, un británico, trabajando en sus horas libres, sin que se lo pidiera nadie, en el CERN de Ginebra. Por otro lado, el desarrollo de Internet en base a redes libertarias comunitarias, que crearon toda clase de nuevas aplicaciones como las conferencias o los boletines o las listas de correo electrónico, no salieron del Departamento de Defensa, salieron de los grupos libertarios que se organizaron a través y en torno a las redes de Internet. Estos grupos eran desde el principio -es decir, desde 1978 y 1980, que es cuando empezó USENET- internacionales y se desarrollaron de forma aún mucho más internacional precisamente en la medida en que Arpanet pertenecía al gobierno norteamericano. El desarrollo de lo que luego sería Internet por su lado libertario, por su lado de base, tenía que ser mucho más internacional, porque dentro del aspecto más central de Internet, Arpanet sólo podía ser norteamericano por las barreras gubernamentales. 

Sexta lección: desde el principio Internet se autogestiona, de forma informal, por una serie de personalidades que se ocupan del desarrollo de Internet sin que el Gobierno se meta demasiado con ellos. Nadie le dio mucha importancia a Internet y se creó una especie de club aristocrático, meritocrático, que, todavía hoy, ha generado instituciones absolutamente únicas. El gobierno de Internet lo tiene hoy una sociedad de carácter privado apoyada por el Gobierno norteamericano y por gobiernos internacionales pero que es privada, se llama ICANN-por cierto, en su comité ejecutivo hay gente de Barcelona, de la Politécnica-, y que tiene, entre otras cosas, la característica de que elige su consejo de administración ejecutivo por votación global entre cualquier persona que se quiera apuntar a ICANN mediante correo electrónico. En estos momentos están terminando la votación en que 165.000 personas de todas partes del mundo han votado una lista de candidatos abierta. Esta autoridad es la que en principio distribuye los dominios, acuerda los protocolos, etc. 

Y en fin, la última observación que quiero hacer sobre la historia de Internet es que el acceso a los códigos de Internet, el acceso a los códigos del software que gobierna Internet, es, ha sido y sigue siendo abierto, y esto está en la base de la capacidad de innovación tecnológica constante que se ha desarrollado en Internet. Mencioné antes el TCP/IP, pero recuerden también que UNIX, es un código abierto que permitió el desarrollo de USENET News, la red alternativa de Internet, el world wide web es abierto. Apache, que es el programa de software que hoy en día maneja más de dos terceras partes de los world wide web servidores del mundo, es también un programa de código abierto. Y tal es, obviamente, el caso de Linux, aunque Linux es fundamentalmente para las máquinas UNIX a través de las cuales funciona Internet. 

Estas reflexiones sobre la historia de Internet me sirven para indicar hasta qué punto es un tipo nuevo de tecnología en su forma de organización. La famosa idea de que Internet es algo incontrolable, algo libertario, etc., está en la tecnología, pero es porque esta tecnología ha sido diseñada, a lo largo de su historia, con esta intención. Es decir, es un instrumento de comunicación libre, creado de forma múltiple por gente, sectores e innovadores que querían que fuera un instrumento de comunicación libre. Creo que, en ese sentido, hay que retener que las tecnologías están producidas por su proceso histórico de constitución, y no simplemente por los diseños originales de la tecnología. 

2. La geografía de Internet.


Pasemos ahora al segundo punto de mi exposición. Para seguir un modelo clásico de la enseñanza, como empecé por la historia ahora seguiré con la geografía. ¿Cuál es la geografía de Internet? Internet tiene dos tipos de geografía: la de los usuarios y la de los proveedores de contenido. 

La geografía de los usuarios hoy día se caracteriza todavía por tener un alto nivel de concentración en el mundo desarrollado. En ese sentido, digamos que las tasas de penetración de Internet se acercan al 50% de la población en Estados Unidos, en Finlandia y en Suecia, están por encima del 30-35% en Gran Bretaña y oscilan entre el 20-25% en Francia y Alemania. Luego está la situación española en torno a un 14%, Cataluña un 16-17%. En todo caso, los países de la OCDE en su conjunto, el promedio de los países ricos, estarían, en estos momentos, en un 25-30%, mientras que, en el conjunto del planeta, está en menos del 3% y, obviamente, si analizamos situaciones como la africana, como la de Asia del sur, está en menos del 1% de la población. En primer lugar, existe una gran disparidad de penetración en el mundo, pero, por otro lado, las tasas de crecimiento en todas partes, con excepción de África subsahariana, son altísimas, lo cual quiere decir que los núcleos centrales, también en el mundo subdesarrollado, estarán conectados dentro de cinco a siete años a Internet. Ahora bien, esa geografía diferencial tiene consecuencias en la medida en que llegar más tarde que los demás genera una disparidad de usos, puesto que como los usuarios son los que definen el tipo de aplicaciones y desarrollo de la tecnología, los que lleguen más tarde tendrán menos que decir en el contenido, en la estructura y en la dinámica de Internet. 

En lo que se refiere a la geografía de los proveedores de contenido hay un hecho que conviene resaltar. Se suponía que, en principio, las tecnologías de información y de telecomunicación permitirían que cualquiera se pudiera localizar en cualquier lugar y proveer, desde allí, al mundo entero. Lo que se observa empíricamente es lo contrario. Hay una concentración mucho mayor de la industria proveedora de contenidos de Internet, así como de tecnología de Internet, que de cualquier otro tipo de industria y se concentra fundamentalmente en las principales áreas metropolitanas de los principales países del mundo. Uno de mis estudiantes, Matthew Zook, esta terminando su tesis de doctorado, que presenta el primer mapa mundial sistemático de las empresas de contenidos de Internet: según su análisis, estas empresas están totalmente concentradas en las principales áreas metropolitanas. La razón es muy sencilla: precisamente porque la tecnología permite localizarse y distribuir desde cualquier parte, lo esencial para producir contenido en Internet es tener información y conocimiento, lo que se traduce en personas con esa información y ese conocimiento, que están sobre todo concentradas en los grandes centros culturales y grandes áreas metropolitanas del mundo. En el caso español, obviamente Barcelona y Madrid, en este orden, representan más de las tres cuartas partes de las empresas de provisión de contenido de Internet que existen en España, y la tendencia se acentúa. 

También en el aspecto propiamente geográfico, les recuerdo la relación entre el desarrollo de Internet y las formas de telecomunicación interactiva y el desarrollo de las formas urbanas. Aquí también hay una paradoja aparente: se pensaba que Internet y las tecnologías de información podían contribuir a la desaparición de las ciudades y al hecho de poder trabajar todos desde nuestras montañas, desde nuestros campos, nuestras aldeas. En realidad, estamos en el momento de mayor tasa de urbanización de la historia de la humanidad. Estamos a punto de llegar al 50% de población urbana en el planeta, en el año 2025 estaremos en los dos tercios, y hacia el final del siglo en torno a las tres cuartas partes, o sea, cerca del 80% de la población del planeta estará concentrada en áreas urbanas, y esa concentración urbana se deberá sobre todo a la concentración metropolitana en grandes regiones metropolitanas. Lo que está ocurriendo es la concentración de población en grandes centros de actividad y de emisión de información, y dentro de esos grandes centros, difusión interna en una especie de proceso de extensión espacial porque Internet permite, por un lado, conectar de metrópoli a metrópoli y, dentro de la metrópoli, conectar oficinas, empresas, residencias, servicios, en un área muy grande desde el punto de vista espacial. En concreto, la idea de que íbamos a trabajar todos desde casa está desmentida empíricamente. Internet lo que permite es algo distinto: permite trabajar desde cualquier sitio, no es el teletrabajo lo que se está desarrollando. Para darles datos de California, el lugar más avanzado en ese sentido, si aplicamos la definición de operativa de teletrabajo, vemos que las personas que trabajan al menos tres días por semana en su casa no llegan al 2%, y de ésas, la mitad, sorprendentemente, no tienen ordenador en casa. O sea, que no trabajan por Internet; trabajan por teléfono, porque son los que hacen las llamadas que les molestan a ustedes a la hora de cenar. Lo que Internet permite es trabajar desde casa, y el desarrollo de Internet móvil, el desarrollo de la telefonía móvil en estos momentos, permite trabajar en el transporte, mientras se está de viaje, en el lugar de trabajo, etc. El desarrollo geográfico que permite Internet es la oficina móvil, la oficina portátil, la circulación del individuo siempre conectado a Internet en distintos puntos físicos del espacio. Eso es lo que ocurre y no el teletrabajo, una vez que se desmienten los mitos toflerianos por la observación empírica. Por eso yo nunca hago predicciones, porque siempre nos equivocaríamos y siempre se equivocan los que las hacen. Yo trabajo sobre los datos que hay, que suelen salir por el otro lado, precisamente porque la sociedad toma las tecnologías y las adapta a lo que la sociedad hace. 

3. La divisoria digital.

El tercer punto del análisis que les estoy presentando es el relativo a la divisoria digital, es decir, la idea de que Internet está creando un mundo dividido entre los que tienen y los que no tienen Internet. ¿Qué sabemos de esto? Por un lado, es cierto que hay una gran diferencia de conectividad y observamos que aquellas personas que no tienen acceso a Internet tienen una debilidad cada vez más considerable en el mercado de trabajo. Observamos también que los territorios no conectados a Internet pierden competitividad económica internacional y, por consiguiente, son bolsas crecientes de pobreza incapaces de sumarse al nuevo modelo de desarrollo. Pero, por otro lado, lo que también observamos es un desarrollo considerable de la conectividad. Insisto, las tasas de crecimiento de Internet en todas partes son altísimas, y lo que hoy día se llama la divisoria digital, digital divide en Estados Unidos, que es, fundamentalmente, la falta de conectividad en nuestro tipo de sociedades, distinto del Tercer Mundo, está dejando de ser un problema. Los datos que señalaban, por ejemplo, en Estados Unidos, que los negros, los latinos y las mujeres utilizaban mucho menos Internet están cambiando radicalmente. Un estudio, que parece serio, del Jupiter Communications de hace tres meses señala que los siete países altamente desarrollados que ellos analizan sistemáticamente respecto del desarrollo de Internet, entre los que no se encuentra España -Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Australia, Canadá, etc.-, observó que por primera vez a finales de mayo de este año el número de mujeres usuarias de la red era superior al de hombres. Lo mismo sucede entre los negros y los latinos en Estados Unidos. Entre los universitarios negros y latinos hay la misma tasa de penetración de Internet que entre los no negros y no latinos estudiantes. Obviamente, hay menos negros y latinos en la universidad, pero es un tema de educación más que un tema de discriminación sistemática en términos étnicos. Por tanto, la conectividad como elemento de divisoria social está disminuyendo rapidísimamente. Pero lo que sí se observa en aquellas personas, sobre todo estudiantes, niños, que están conectadas, es que aparece un segundo elemento de división social mucho más importante que la conectividad técnica, y es la capacidad educativa y cultural de utilizar Internet. Una vez que toda la información está en la red, una vez que el conocimiento está en la red, el conocimiento codificado, pero no el conocimiento que se necesita para lo que se quiere hacer, de lo que se trata es de saber dónde está la información, cómo buscarla, cómo procesarla, cómo transformarla en conocimiento específico para lo que se quiere hacer. Esa capacidad de aprender a aprender, esa capacidad de saber qué hacer con lo que se aprende, esa capacidad es socialmente desigual y está ligada al origen social, al origen familiar, al nivel cultural, al nivel de educación. Es ahí donde está, empíricamente hablando, la divisoria digital en estos momentos.

4. Internet y la Nueva Economía.

El cuarto punto de mi exposición es el que examina la relación entre Internet y la nueva economía. Lo esencial aquí es que la nueva economía no es la economía de las empresas que producen o diseñan Internet, es la de las empresas que funcionan con y a través de Internet. Ésa es la nueva economía y eso es lo que está ocurriendo en todo el mundo. Es cierto que el desarrollo de los usos de Internet empieza primero en aquellas empresas de alta tecnología y empresas de creación de equipos de Internet y de programas de software que lo aplican a su propia organización, pero, a partir de ahí, se está difundiendo rapidísimamente a todo tipo de empresas, creando un nuevo modelo de organización empresarial. Se habla mucho del comercio electrónico. El comercio electrónico tiene interés, pero se incide demasiado en la idea de la venta del comercio electrónico, el llamado bussines to consumers B2C, la venta a los consumidores. Esto sólo representa el 20% del total de las transacciones electrónicas comerciales en Internet. El 80% son transacciones de empresa a empresa para relaciones comerciales entre las empresas y esto se está acentuando en estos momentos (B2B). Es decir, que el volumen crece y, por tanto, al crecer el volumen global, también crece el número de transacciones hacia los consumidores. El volumen que crece mucho más, en términos absolutos y relativos, es el de relación de empresa a empresa. ¿Qué está ocurriendo? Que casi todo el trabajo interior de empresa, de relación con los proveedores y de relación con los clientes se está haciendo por la red. Es el modelo que yo he desarrollado con el nombre del Modelo Cisco Systems, que es el nombre de la empresa productora del 85% de equipamientos de telecomunicaciones del backbone de Internet en el mundo, de routers y switches(enrutadores y conmutadores) El 90% de las ventas de esta empresa y de sus transacciones se hacen mediante la relación a través de su web de los proveedores de la empresa y los clientes, sin que la empresa haga nada más que poner la ingeniería, poner la web, actualizarlo cada hora, garantizar calidad y organizar la red de proveedores. Es la mayor empresa industrial del mundo, es la segunda empresa de mayor valor de mercado en el mundo, 400.000 millones de dólares, más de cinco veces el valor de General Motors, cuando en realidad sólo cuenta con treinta y cinco mil personas y es una empresa que produce máquinas, ordenadores, pero que solo tiene una fábrica. Es una empresa casi enteramente virtual, aunque tiene oficinas con personas que hacen funcionar la máquina virtual; pero es virtual, no produce nada, pero de lo que hace, se produce el 85% del equipamiento mundial que hace funcionar Internet. 

Hay muchísimos otros ejemplos. Si les interesa, les puedo contar ejemplos de la mayor empresa de construcción de edificios en San Francisco, WebCor, cuyo centro es también un web site en el que los usuarios se relacionan con los diseñadores, los arquitectos, los constructores, los empleados municipales. Todo esto está en la web y todos los pasos que una empresa de construcción tiene que dar para llevar a cabo una construcción se hacen en la web. Con esa tecnología ha sido capaz de reducir a la mitad el tiempo de producción de un edificio, con un tercio del personal de gestión, limitando los costes en un 50%. Como pueden imaginarse, las otras empresas de construcción están rápidamente pasando a la red. Un ejemplo más cercano sería Zara. Zara es una empresa Internet que en estos momentos -les estoy hablando de la misma Zara donde ustedes compran su ropa- cuenta con 2001 almacenes en el mundo, en treinta y cinco países diferentes. En estos almacenes cada vendedor lleva una pequeña maquinita en la que registra cada compra que se hace con una serie de datos, con los que el director de cada almacén hace un informe semanal, lo pasa por red a la sede central en La Coruña, donde 200 diseñadores procesan por ordenador y determinan las tendencias de mercado, envían directamente a las fabricas que cortan los patrones y producen la ropa. Con este sistema, enteramente basado en la comunicación electrónica, y procesado por Internet Zara ha reducido a dos semanas el tiempo necesario para rediseñar un producto desde el momento en que se decide ponerlo en el mercado en cualquier parte del mundo. El modelo Benetton, que había logrado hacer el ciclo en seis meses, fue arrinconado por GAP, que lo consiguió en dos meses, a partir de una conexión que no era Internet, y Zara lo ha logrado en dos semanas, con lo que está ganando cuotas de mercado rápidamente en todo el mundo y, en este momento, el valor de capitalización de mercado de la empresa matriz de Zara, una empresa familiar, es de 2.000 millones de dólares. Podríamos seguir poniendo ejemplos, pero yo creo que la idea la tienen aquí. Es decir, lo primero que está haciendo Internet en la economía es transformar el modelo de empresa. Lo que fue el fordismo, la gran empresa industrial basada en la producción estándar y en la cadena de montaje, es hoy día la capacidad de funcionar en red, de articular directamente el mercado, insumos y proveedores y organización interna de la empresa on-line en todas las tareas. 

El segundo cambio que produce Internet o, mejor dicho, la base material sobre la que se produce este cambio es la transformación del funcionamiento del capital. Y aquí también, muy esquemáticamente, la primera transformación es: el centro de la economía global son los mercados financieros globalizados que funcionan mediante conexiones entre ordenadores. Esto no es técnicamente hablando Internet porque no esta basado en los protocolos de Internet, pero es una red de redes de ordenadores, que esta convergiendo rápidamente con la red Internet.. Esta red es lo que subyace, la articulación, la interdependencia y también la volatilidad del mercado global financiero. Segundo: Internet ha permitido el desarrollo vertiginoso de la transacción financiera electrónica, el desarrollo de mercados financieros, mercados bursátiles como el Nasdaq, que son mercados electrónicos, sin un lugar físico en el espacio; el desarrollo de los principales mercados de futuro del mundo como es el mercado suizo-alemán Eurex, que es enteramente electrónico, o Liffe en Londres o Matif En Francia; el desarrollo de redes de ***brokers, de redes de corredores de bolsa como Instinet, que, hoy día, canaliza algunas de las transacciones más importantes del mundo; el desarrollo de empresas de corredores como Charles Schwabb que es mayoritariamente electrónica. En estos momentos el NewYork Stock Exchange, la Bolsa de New York, se planeta la creación de una bolsa de forma mixta, que sea a la vez electrónica, virtual y física. En Europa, en torno al proyecto, hoy aplazado, de fusión entre las bolsas de Frankfurt y de Londres, que prefigura la fusión de las bolsas europeas en uno o dos centros bursátiles, se está planteando la conexión del Nasdaq americano con un equivalente de Frankfurt y un equivalente japonés, con lo que se crearía, por lo tanto, un Nasdaq global, enteramente electrónico. Es decir, los valores de nuestras empresas, de todas las empresas, tendencialmente, se están negociando ya y se van a negociar cada vez más en términos de interacciones electrónicas, puramente electrónicas, no físicas. Esto genera un nuevo tipo de transacción económica, genera una velocidad, una complejidad, una dimensión de mercado mucho mayor, una capacidad de reacción de los inversores casi instantánea y la dependencia de mecanismos de cálculo, de modelos matemáticos predictivos activados a velocidad octoelectrónica mediante conexiones Internet. Esto cambia los mercados financieros, cambia las finanzas mundiales y, por consiguiente, cambia nuestra economía. 

Un tercer elemento que quería señalar es que la economía Internet está cambiando los métodos de valoración económica. El desarrollo de las empresas de Internet y de las que más innovadoramente se han lanzado por esta vía se basa/sobre todo en la existencia de capital-riesgo que permite financiar ideas antes de que haya producto. Es así como funciona el sistema: un innovador tiene una idea y, generalmente en estos días, articulada no sobre Internet sino a través de lo que se puede hacer con Internet; esta idea la vende a una empresa de capital-riesgo que proporciona los fondos iniciales para empezar a arrancar; con ese capital-riesgo se compra talento y se instala Internet; con eso se empieza a producir algo, pero no mucho, desde luego no ganancias, con lo cual se sale en oferta pública y el mercado lo valoriza o no lo valoriza. Cuando no lo valoriza, la empresa desaparece y se vuelve a intentar; cuando lo valoriza, con esa valorización de mercado que no se produce en torno a beneficios sino a una promesa, entonces es cuando realmente hay recursos para pasar de esa promesa de innovación a una innovación material, a una producción material que vuelve a salir al mercado, que vuelve a generar valor. Es decir, se crea valor a partir de la innovación en base a la valorización del mercado de las iniciativas que se desarrollan en términos de empresa. Hemos pasado a una economía en la que la expectativa de generación de beneficios a través de la empresa es reemplazada por la expectativa de generación de nuevo valor en el mercado financiero. Y eso depende fundamentalmente de la capacidad de relación con ese cálculo de las empresas Internet. Es decir, el ejemplo de la industria Internet está siendo en estos momentos seguido en el conjunto de las otras ramas industriales. Eso genera una gran volatilidad financiera, pero al mismo tiempo genera también un extraordinario aumento de riqueza y de productividad. Hay empresas sobrevaluadas, otras menos, pero, en realidad, la tendencia es ascendente, los ciclos económicos van a seguir; en cualquier caso, recuerden que, por mucho que hayan caído los valores tecnológicos, el Nasdaq está todavía un 35% por encima de su valor de hace doce meses, cuando el Dow Jones, el índice equivalente de la economía tradicional, está a un -1,2% para el mismo periodo. Es decir, la capacidad de creación de valor en base a un nuevo modelo de anticipación de expectativas ha salido también de la economía Internet. 

5. La sociabilidad en Internet.

Permítanme cambiar de tercio rápidamente para entrar en quinto punto de mi conferencia, que es el tema más cargado ideológicamente del análisis de Internet, el tema de la sociabilidad en Internet, de la interacción social o individual en Internet o el tema de las comunidades virtuales de Internet. Como saben, este tema está dominado por las fantasías de los futurólogos y de los periodistas no bien informados, aunque hay periodistas muy bien informados. Aquí se ha hablado de que Internet aliena, aísla, lleva a la depresión, al suicido, a toda clase de cosas horribles, o bien, por el contrario, que Internet es un mundo extraordinario, de libertad, de desarrollo, en el que todo el mundo se quiere, en el que todo el mundo está en comunidad. ¿Qué sabemos empíricamente de esto? Sabemos bastantes cosas. Sabemos, por ejemplo, por un estudio que acaba de hacer British Telecom, un gran estudio de observación realizado a lo largo de un año en una serie de hogares en los que se utilizaba Internet, que no cambia nada. Es decir, que la gente que hacía lo que hacía, lo sigue haciendo con Internet y a los que les iba bien, les va mucho mejor, y a los que les iba mal, les va igual de mal; el que tenía amigos, los tiene también en Internet y, quien no los tenía, tampoco los tiene con Internet. Es un estudio intelectualmente muy conservador, pero lo cito y les doy la referencia porque es un estudio muy espectacular. Se llama Aquí no pasa nada. Pero sí que pasa. Internet es un instrumento que desarrolla pero no cambia los comportamientos, sino que los comportamientos se apropian de Internet y, por tanto, se amplifican y se potencian a partir de lo que son. 

Esto no significa que Internet no sea importante, quiere decir que no es Internet lo que cambia el comportamiento, sino que es el comportamiento el que cambia Internet. Estudios más de tipo panel, como los que realiza el principal investigador de sociología empírica de las comunidades de Internet, Barry Wellman, de la Universidad de Toronto muestran la realidad de la vida social en Internet. He aqui lo que senalan sus resultados: en primer lugar, las comunidades virtuales en Internet también son comunidades, es decir, generan sociabilidad, generan relaciones y redes de relaciones humanas, pero no son las mismas comunidades que las comunidades físicas. Esto puede parecer una verdad de perogrullo, pero había que investigarlo y mostrarlo. Las comunidades físicas tienen unas determinadas relaciones y las comunidades virtuales tienen otro tipo de lógica y otro tipo de relaciones. ¿Qué tipo de relaciones? ¿Cuál es la lógica específica de la sociabilidad on line? Lo más interesante es la idea de que son comunidades personales, comunidades de personas basadas en los intereses individuales y en las afinidades y valores de las personas. Es decir, en la medida en que se desarrollan en nuestras sociedades proyectos individuales, proyectos de dar sentido a la vida a partir de lo que yo soy y quiero ser, Internet permite esa conexión saltando por encima de los límites físicos de lo cotidiano, tanto en el lugar de residencia como en el lugar de trabajo y genera, por tanto, redes de afinidades. Por ejemplo, las investigaciones en Canadá y en Estados Unidos mostraron que, aparte de Internet, los individuos tenían normalmente, como término medio, no más de seis lazos íntimos de relación fuera de la familia y, al mismo tiempo, cientos de lazos débiles. Parece que es una cosa que en los últimos diez años se ha mantenido como establecida. Entonces, lo que ocurre es que Internet es apta para desarrollar lazos débiles, para crear lazos débiles, pero no es apta para crear lazos fuertes, como media, y es excelente para continuar y reforzar los lazos fuertes que existen a partir de relación física. En fin, en esto, que parece también bastante lógico, lo que me importa es que viene avalado empíricamente por la síntesis de los estudios que se han desarrollado. En este sentido, la tendencia que se está desarrollando es hacia la disminución de la sociabilidad de base comunitaria física tradicional. Hay una tendencia hacia la disminución de la sociabilidad basada en el barrio. Hay un declive de la vida social dentro del trabajo, en general, en el mundo. Lo que está ocurriendo es que la sociabilidad se está transformando mediante lo que algunos llaman la privatización de la sociabilidad, que es la sociabilidad entre personas que construyen lazos electivos, que no son los que trabajan o viven en un mismo lugar, que coinciden físicamente, sino personas que se buscan: yo quiero encontrar a alguien a quien le guste salir en bicicleta conmigo, pero hay que buscarlo primero. Por ejemplo, ¿cómo crear un club ciclista? o ¿cómo crear un club de gente que se interese por la espeleología? Esta formación de redes personales es lo que Internet permite desarrollar mucho más fuertemente. 

Cuando Wellman intentó medir qué influencia tenía Internet sobre las otras sociabilidades, encontró algo que contradice los mitos sobre Internet. Es lo que el llama "cuanto más, más", es decir, cuánto más red social física se tiene, más se utiliza Internet; cuanto más se utiliza Internet, más se refuerza la red física que se tiene. Es decir, hay personas y grupos de fuerte sociabilidad en los que es correlativa la sociabilidad real y la virtual. Y hay personas de débil sociabilidad, en las que también es correlativa la débil sociabilidad real y virtual. Lo que ocurre es que, en casos de débil sociabilidad real, hay algunos efectos compensatorios a través de Internet; es decir, se utiliza Internet para salir del aislamiento relativamente. Lo que algunos estudios hacen es medir esta correlación y constatan que se trata de personas que utilizan mucho Internet, que están aisladas socialmente, por tanto Internet aísla. El proceso de causalidad es distinto, Internet se utiliza como medio para aquellas personas aisladas, pero fundamentalmente hay un efecto acumulativo entre sociabilidad real y sociabilidad física, porque la virtual también es real, y sociabilidad virtual. La otra serie de estudios, como los realizados por Marcia Lipman, en Berkeley, que ha estudiado cientos de comunidades virtuales, señalan otro dato fundamental, y es que las comunidades virtuales son tanto más exitosas, cuanto más están ligadas a tareas, a hacer cosas o a perseguir intereses comunes juntos. 

La idea de que Internet es un lugar donde la gente habla de cualquier tontería, se cuentan chismes etc., es absolutamente superficial. Esto es extremadamente minoritario, no mucha gente tiene tiempo de hacerlo. Lo que ocurre es que estas historias de las identidades falsas, de que la gente se disfraza de cualquier cosa, de que se cuentan lo que no son, hacen las delicias de los sociólogos posmodernos. Es verdad que esto existe, pero se da sobre todo en los adolescentes ¿Y qué hacen los adolescentes, en general? Inventarse identidades, experimentar identidades, pasarse ratos de cháchara sobre cualquier cosa, siempre que pueden, crear una contracultura propia de experimentación identitaria. Y esto también lo hacen en Internet. Pero, estudiando a través del conjunto de la sociedad, fuera de los mecanismos de adolescentes, lo que se observa es, más bien, que el Internet instrumental, es decir, la utilización de Internet para desarrollar tareas políticas o personales, o de intereses concretos, es lo que realmente genera los niveles de interacción más fuertes. Por tanto, más que ver la emergencia de una nueva sociedad, totalmente on line, lo que vemos es la apropiación de Internet por redes sociales, por formas de organización del trabajo, por tareas, al mismo tiempo que muchos lazos débiles, que serían demasiado complicados de mantener off line, se pueden establecer on line. Por ejemplo, uno de los elementos más interesantes en esto es el desarrollo de organizaciones de interayuda entre las personas mayores: el Seniornet en Estados Unidos es una de las redes más populares de información, de ayuda, de solidaridad, de reforzamiento de una vivencia compartida, etc. O las redes de información religiosa y de compartir valores religiosos. O las redes de movilización social. 

6. Los movimientos sociales en Internet.

Y aquí paso al sexto punto de lo que sabemos de Internet: su relación con los movimientos sociales. Lo que sabemos es algo ya bastante analizado en los medios de comunicación: la mayor parte de movimientos sociales y políticos del mundo de todas las tendencias utilizan Internet como una forma privilegiada de acción y de organización. Esto simplemente quiere decir que Internet es un instrumento. Pero, ¿qué es lo específico?, ¿qué le confiere especificidad a la movilización social a partir del hecho de que se haga por Internet? Bien, hay tres rasgos que son fundamentales en la interacción entre Internet y los movimientos sociales. El primero es que asistimos en la sociedad, fuera de Internet, a una crisis de las organizaciones tradicionales estructuradas, consolidadas, tipo partidos, tipo asociaciones de orientación directamente política, y además se produce la emergencia de actores sociales, fundamentalmente a partir de coaliciones específicas sobre objetivos concretos: vamos a salvar a las ballenas, vamos a defender tal barrio, vamos a proponer nuevos derechos humanos en el mundo, vamos a defender los derechos de la mujer, pero no con una asociación, sino con campañas concretas. Es decir, en general, en la sociedad hay un salto de los movimientos sociales organizados a los movimientos sociales en red en base a coaliciones que se constituyen en torno a valores y proyectos. Internet es la estructura organizativa y el instrumento de comunicación que permite la flexibilidad y la temporalidad de la movilización, pero manteniendo al mismo tiempo un carácter de coordinación y una capacidad de enfoque de esa movilización. 

Segundo rasgo: los movimientos sociales en nuestra sociedad se desarrollan, cada vez más, en torno a códigos culturales, a valores. Hay movimientos reivindicativos tradicionales, pero los movimientos más importantes -medio ambiente, ecologismo, mujeres, derechos humanos- son movimientos de valores; por lo tanto, son movimientos que dependen sobre todo de la capacidad de comunicación y de la capacidad de llevar a cabo un reclutamiento de apoyos y de estímulos mediante esa llamada a los valores, a los principios y a las ideas. Son movimientos de ideas y de valores. Pues bien, Internet es fundamental porque se puede lanzar el mensaje como éste: "aquí estoy, éste es mi manifiesto, ¿quién está de acuerdo conmigo?, y ¿qué podemos hacer?" La transmisión instantánea de ideas en un marco muy amplio permite la coalición y la agregación en torno a valores. En este sentido, una de las ideas más falsas sobre Internet es la idea del famoso cómic publicado en el New Yorker de hace muchos años de dos perros en un ordenador en el que uno le dice al otro: "Ves, en Internet nadie sabe qué eres un perro". Pues miren, sí. En Internet se sabe qué es un perro, porque si usted quiere organizar a los perros en Internet y se presenta como gato, va a organizar a los gatos. Con lo cual, la bandera de organización, de comunicación, de afirmación de un cierto valor tiene que ser firmada en términos de lo que se quiere ser, porque los movimientos sociales que se constituyen, se constituyen en torno a lo que dicen que son, no se constituyen de forma manipulada, atrayendo a alguien para lo que no es. Eso puede ser una manipulación, pero, en general, las manipulaciones no suelen prosperar. 

El tercer rasgo específico de los movimientos sociales es que, cada vez más, el poder funciona en redes globales y la gente tiene su vivencia y se construye sus valores, sus trincheras de resistencia y de alternativa en sociedades locales. El gran problema que se plantea es cómo, desde lo local, se puede controlar lo global, cómo desde mi vivencia y mi relación con mi mundo local, que es donde yo estoy, donde yo vivo, puedo oponerme a la globalización, a la destrucción del medio ambiente, a la masacre del Tercer Mundo en términos económicos. ¿Cómo se puede hacer esto? Pues bien, Internet permite la articulación de los proyectos alternativos locales mediante protestas globales, que acaban aterrizando en algún lugar, por ejemplo, en Seattle, Washington, Praga, etc., pero que se constituyen, se organizan y se desarrollan a partir de la conexión Internet, es decir, conexión global, de movimientos locales y de vivencias locales. Internet es la conexión global-local, que es la nueva forma de control y de movilización social en nuestra sociedad. 

7. La relación directa de Internet con la actividad política.

El séptimo punto de mi conferencia: Internet también tiene una relación directa con la actividad política organizada, tanto a nivel de partidos, como a nivel de gobiernos de distintos tipos. Aquí hay toda clase de proyectos, de ideas. En principio, Internet podría ser un instrumento de participación ciudadana extraordinario, podría ser un instrumento de información de la clase política, de los gobiernos y de los partidos a los ciudadanos en su conjunto y de relación interactiva. Podría ser un ágora política y sobre esto escriben todos los futuristas. Ahora bien, en la práctica, hay algunas experiencias interesantes de democracia local, curiosamente local, como la Digital City, la ciudad digital de Amsterdam (hoy en seria crisis), las redes ciudadanas de Seattle, el programa Iperbole en Bolonia (también en declive en este momento); pero en general, lo que se observa es que los gobiernos, las administraciones, los partidos políticos han confundido Internet con un tablón de anuncios. En general, se limitan a exponer la información: aquí tienen nuestra información para que se entere de lo que hacemos y así me ahorra trabajo o, si lo desea, dígame su opinión. Lo que sucede es que no se sabe qué pasa con esa opinión. En general, hay escasísimos ejemplos de práctica interactiva cotidiana del sistema político con los ciudadanos. Por tanto, una de las fronteras de investigación que yo quisiera desarrollar sobre Internet es de qué manera Internet puede permitir la desburocratización de la política y superar la crisis de legitimidad de los gobiernos que se produce en todo el mundo, a partir de/ una mayor participación ciudadana permanente, interactiva, y a una información constante de doble vía. En realidad, lo que se observa es que esto no se produce. 

Hay un libro interesante que acaba de publicarse sobre las relaciones de Internet y algunos sistemas parlamentarios que muestra, a partir de estudios empíricos, que en realidad todos los parlamentos tienen web site, todos los partidos tienen Internet en todos los países desarrollados, pero son vías, insisto, unidireccionales de información, para captar la opinión, para convertir simplemente a los ciudadanos en votantes potenciales y para que los partidos obtengan la información para saber cómo ajustar su publicidad. Yo diría que, en este sentido, el problema no es de Internet. El problema es del sistema político y, una vez más, tenemos un leitmotivde la conferencia que les estoy intentando transmitir, que es la idea de que la sociedad modela a Internet, y no al contrario. Allí donde hay una movilización social, Internet se convierte en un instrumento dinámico de cambio social; allí donde hay burocratización política y política estrictamente mediática de representación ciudadana, Internet es simplemente un tablón de anuncios. Hay que cambiar la política para cambiar Internet y, entonces, el uso político de Internet puede revertir en un cambio de la política en sí misma. 


8. La privacidad en Internet.


Muchos debates sobre Internet en estos momentos plantean la idea del efecto de Internet sobre la privacidad y sobre la capacidad de control de nuestra vida íntima a través de Internet. Aquí hay dos elementos: la relación gobiernos-ciudadanos y la relación privacidad-Internet. En la relación gobiernos-ciudadanos, hay algo que pone muy nerviosos a los gobiernos y es que, realmente, no pueden controlar Internet. Hay muchas razones, pero una mucho más decisiva que las demás. Podemos argumentar si técnicamente se puede o no se puede. Parece que no es tan fácil como algunos pensaban y, para demostrarlo, siempre se cita el caso de Singapur. Acabo de recibir una ponencia de los sociólogos de Singapur que estudian Internet que muestra, empíricamente, la incapacidad del Gobierno de Singapur para controlar Internet en este momento, debido a que, por razones económicas y financieras, se han tenido que abrir al exterior. Naturalmente, China, Singapur y otros muchos países quisieran utilizar Internet para los negocios y no suprimir para la libre expresión ciudadana. En Singapur parece que ya no les funciona ese control. En China les funciona porque, aunque no controlan la difusión de información en Internet, luego pueden buscar a la persona que ha recibido o difundido la información y llevarla a la cárcel, lo que es otra forma de control. Pero, Internet como tal, parece difícil de controlar. En cambio, la razón fundamental no es solamente técnica, sino que es una razón institucional: en Estados Unidos no se puede hacer, porque hay varias decisiones de los tribunales federales y en particular, la que eliminó el Acta de Decencia en la comunicación que Clinton presentó en 1995 para censurar Internet argumentando la pornografía infantil. 

El Tribunal Supremo de Estados Unidos, de hecho la Corte Federal, que luego fue refrendada por el Tribunal Supremo, declaró que es cierto que en Internet hay toda clase de problemas, es cierto que en Internet la libre expresión conduce a excesos, es cierto que Internet es el caos de la expresión. Pero, añade textualmente: "los ciudadanos tienen un derecho constitucional al caos". Yo creo que la idea de un derecho constitucional al caos es profundamente innovadora y hace que, a partir de ese momento, en la medida en que Internet es una red global, al no haber control en Estados Unidos, se busca cualquier circuito para sortear el obstáculo y poder expresarse. Recuerden que Internet está diseñada técnicamente para interpretar cualquier censura como un obstáculo técnico y reconfigurar la vía de transmisión. Además del hecho de que los gobiernos no controlen Internet -la única forma de hacerlo sería desenchufarlo, como hace Irán, Afganistán, aunque ya veremos qué pasa con el Internet móvil-, de lo que la gente se está dando cuenta es de que hay un problema mucho más profundo que el control de los gobiernos sobre la libertad de expresión, y es la desaparición de la privacidad a través de un mundo en el que vivimos conectados a la red. Scott McNealy, que es un gran empresario de Silicon Valley, el presidente de Sun Microsystems el año pasado, para que no le molestaran más con este tema, hizo una declaración espectacular con la que yo y la mayoría de gente coincidimos: "¿Privacidad en Internet? Olvídese de eso. Usted ya ha perdido su privacidad para siempre". ¿Qué significa eso? Significa que cualquier cosa que hagamos en la red se puede detectar electrónicamente. El problema es quién está interesado, cómo, cuándo, de qué manera, cómo se hace, etc. Pero existe la posibilidad de hacerlo. El FBI lo puede hacer en estos momentos, ya que ha desarrollado un nuevo programa, Carnivore, evidentemente con autorización judicial, pero ya se sabe. Esto lo puede hacer cualquier tipo de empresa que disponga del famoso cookie en su programa; es decir, en este momento, si una persona no quiere dar su dirección y sus características a empresas que comercializan con este tema, tiene que hacer una verdadera investigación, hacer toda clase de clics, salir de toda clase de servicios, y prácticamente aislarse. 

En Estados Unidos ya existen empresas que empiezan a comercializar la política. Hay una empresa que se llama Aristotle que ha desarrollado este sistema, Aristotle, para la campaña presidencial actual a partir de informaciones obtenidas en numerosos bancos de datos comerciales, ha elaborado perfiles de personalidad y los ha cruzado con patrones de voto geográficos a niveles muy pequeños, de barrio, y ha establecido la tendencia de voto potencial para ciento cincuenta y seis millones de ciudadanos estadounidenses y lo está vendiendo a los distintos candidatos. Igualdad de oportunidades. Cualquiera que pague se lo lleva. No es el espionaje de un partido contra otro: es comerciar con la intimidad política de cada uno de ellos. La Unión Europea tiene una política mucho más estricta de protección de la privacidad, pero, sin entrar demasiado en los detalles, la capacidad tecnológica de la legislación europea es muy débil. Hay muchas formas de escaparse de esa legislación. Pero, por ejemplo, a Yahoo o America On Line, fuera de sus redes europeas, no los controla la legislación europea y, aunque usted sea europeo, está conectado a una red global. Y si cualquier empresa, cualquier portal de este tipo, dispone de la información, puede vendérsela a cualquier empresa europea. El hecho de estar en una red global quiere decir que no hay privacidad. Éste es uno de los aspectos más importantes. Les recomiendo la lectura de un libro de Lessig sobre este tema que se llama Code. Lessig, en ese libro, ha planteado una cuestión fundamental en que la privacidad aparece como esencial, y es el debate sobre la capacidad de encriptado. 

El encriptado permitiría que cada persona pudiera determinar su código. El encriptado es simplemente un código que se autoconstruye y para el que no existe una capacidad tecnológica de desencriptado con métodos normales; sólo podrían hacerlo los servicios secretos, trabajando con ordenadores durante mucho tiempo. Lo que ocurre es que el encriptado está prohibido por los gobiernos, también en Estados Unidos, con el argumento de que los traficantes de drogas y otras gentes de mal vivir lo podrían utilizar para hacer sus negocios por Internet. Pero, de todas formas, ya hacen sus negocios por Internet y se comunican de otras mil formas. Pero este encriptado sería realmente un sistema que permitiría a las personas guardar su información y que ésta no pudiera ser interferida. La batalla del encriptado es, en estos momentos, la batalla de la privacidad. 

9. Internet y los Medios de Comunicacion.

Un último tema antes de concluir, la relación entre Internet y la transformación de la comunicación a través de los medios de comunicación. Internet está transformado radicalmente los medios de comunicación, pero no por la convergencia de Internet y la televisión en un mismo medio tecnológico, la famosa caja que tendrá usted encima de su televisor y que llega a todos, lo que se llama la Web TV. Lo que realmente existe es un mueble que dispone al mismo tiempo de Internet y de televisión, pero son dos sistemas. Aunque se puede transmitir televisión por Internet tecnológicamente, no es muy interesante, no es muy efectivo y, sobre todo, si se pretendiera transmitir de verdad la televisión que tenemos, la masa de televisión por Internet, no habría capacidad de banda previsible en los próximos veinte años para hacerlo en ningún país, ni siquiera en Estados Unidos. Es decir, la capacidad de banda de transmisión para transmitir el enorme volumen que representaría toda la televisión que se transmite hoy día simplemente es impensable, carísimo e ineficaz. ¿Quién tiene la manía de recibir exactamente a través del mismo canal televisión e Internet? No tiene ningún sentido. 

En cambio, lo que Internet sí está haciendo es convertirse en el corazón de articulación de los distintos medios, de los multimedia. Es decir, de ser el sistema operativo que permite interactuar y canalizar la información de qué pasa, dónde pasa, qué podemos ver, qué no podemos ver y ser, por tanto, el sistema conector interactivo del conjunto del sistema multimedia. Esto es lo que Internet está configurando. Está también cambiando los medios de comunicación y, en particular, contra lo que la gente cree, los medios de comunicación escritos. ¿En qué sentido? Bueno, el modelo futuro ya está aquí, como casi todos los llamados modelos futuros. Es el modelo de utilización de Internet en los medios de comunicación que se emplea en el grupo Chicago Tribune, que acaba de comprar Los Angeles Times. La sala de redacción del Chicago Tribune, que está siendo estudiada por uno de mis estudiantes, consiste en una sala totalmente integrada en Internet en la que los periodistas procesan información en tiempo real y de ahí sale hacia el Chicago Tribune, Los Angeles Times, otros periódicos en Estados Unidos, una serie de cadenas de radio y varias estaciones de televisión. ¿Qué tiene de original esto? Esa información llega en tiempo real y se continúa procesando en tiempo real; es decir, es un medio de comunicación masivo, continuo e interactivo al que pueden acceder distintos usuarios planteando preguntas, criticando, debatiendo. 

Toda esa información llega a los periodistas, que van siendo reemplazados por otros periodistas en la misma sala de prensa, que continúan procesando de forma ininterrumpida esa información. Eso ya existe y es el modelo que rápidamente está siendo adoptado por los grandes grupos multimedia y de prensa. Junto a eso, Internet está revolucionando la comunicación por su capacidad de cortocircuitar los grandes medios de comunicación. El hecho de que sea una comunicación horizontal, de ciudadano a ciudadano, quiere decir que yo puedo crear mi propio sistema de comunicación en Internet, puedo decir lo que quiera, puedo comunicarlo. Por primera vez hay una capacidad de comunicación masiva no mediatizada por los medios de comunicación de masas. Ahí se plantea el problema de credibilidad. ¿Cómo entonces se puede creer uno lo que aparece en Internet? El año pasado, en el congreso de editores de periódicos norteamericanos estaban aterrorizados porque había una serie de empresarios de Silicon Valley que decían que se acaban los periódicos: el New York Times desaparece, todo será on line. Mi posición en ese momento era: habrá periódico on line, el mismo periódico o algo distinto on line, por televisión, por radio, y en papel, en distintos formatos para distintos momentos de utilización y distintos contextos de utilización. Pero el problema esencial, cuando todo está en Internet, es de credibilidad, y es ahí donde los medios de comunicación siguen teniendo un papel esencial, ya que la gente tiende a dar mayor credibilidad a La Vanguardia, al New York Times, a El País o a El Periódico de Cataluña que a lo que Manuel Castells pueda poner en la red en un momento determinado. En ese sentido, el brand name, la etiqueta de veracidad, sigue siendo importante, a condición de que esa etiqueta se respete, con lo cual la credibilidad de un medio de comunicación se convierte en su única forma de supervivencia en un mundo de interacción y de información generalizada. 

10. Conclusión: La sociedad red.

En conclusión, Internet es la sociedad, expresa los procesos sociales, los intereses sociales, los valores sociales, las instituciones sociales. ¿Cuál es, pues, la especificidad de Internet, si es la sociedad? La especificidad es que es constituye la base material y tecnológica de la sociedad red, es la infraestructura tecnológica y el medio organizativo que permite el desarrollo de una serie de nuevas formas de relación social que no tienen su origen Internet, que son fruto de una serie de cambios históricos pero que no podrían desarrollarse sin Internet. Esa sociedad red es la sociedad que yo analizo como una sociedad cuya estructura social está construida en torno a redes de información a partir de la tecnología de información microelectrónica estructurada en Internet. Pero Internet en ese sentido no es simplemente una tecnología; es el medio de comunicación que constituye la forma organizativa de nuestras sociedades, es el equivalente a lo que fue la factoría en la era industrial o la gran corporación en la era industrial. Internet es el corazón de un nuevo paradigma sociotécnico que constituye en realidad la base material de nuestras vidas y de nuestras formas de relación, de trabajo y de comunicación. Lo que hace Internet es procesar la virtualidad y transformarla en nuestra realidad, constituyendo la sociedad red, que es la sociedad en que vivimos. 


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MANUEL CASTELL
Frente al aluvión de datos que rodea al mundo tecnológico, Castells cree que la tecnología es el indicador del cambio social y cultural, y que internet sería medio y expresión de ese cambio. La brecha digital entre países, la implantación de la sociedad de la información en España y varios apuntes de alto voltaje sobre el modelo que representa internet son algunos de los temas que aborda. 

-En la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, celebrada en diciembre de 2003 en Ginebra bajo el auspicio de la ONU, se esperaban medidas para asegurar que la mitad de la población mundial estuviera conectada a internet antes del año 2015. Sin embargo, los principales temas han quedado pospuestos y la impresión general es que la cumbre no ha funcionado. ¿Cuál es su opinión? 

Yo estoy en el comité asesor de Kofi Annan, secretario general de la ONU, en tecnologías de la información, pero al mismo tiempo soy absolutamente crítico sobre lo que ha pasado en Ginebra. Se veía venir que la cumbre no serviría para nada, y la culpa no es de Kofi Annan ni de las Naciones Unidas. Es de los gobiernos que abordaron esa reunión con un objetivo primordial: cómo controlar internet. Ése era el propósito, aunque se hablase de solidaridad mundial. 

-Uno de los aspectos más chocantes de la cumbre han sido los discursos en favor de la sociedad de la información pronunciados por dirigentes de países como Irán, que censuran internet y cualquier libertad de expresión... 


-Existe un amplio repertorio de lo que yo llamo el síndrome chino, es decir, de gobiernos que sólo quieren internet para lo que les gusta: para vender productos, para estar en el mundo, para dar una imagen, pero que no están dispuestos a aceptar que la gente utilice la red libremente para informarse, asociarse, criticar... Les molesta e intentan prohibirlo y controlarlo; esa actitud ha hipotecado Ginebra. 

-Kofi Annan dijo que en la red actual sobran contenidos lúdicos dirigidos a los usuarios de los países ricos y faltan contenidos sociales que podrían cambiar la vida de millones de personas que viven en zonas pobres... 

Es así. Mucha de la información básica sobre educación, salud, agricultura y otros temas que necesita la gente de zonas poco desarrolladas y que cambiaría su nivel y sus expectativas de vida podría divulgarse fácilmente a través de internet. Hay estados, como Sudáfrica o Chile, que están haciendo cosas en este sentido, pero la mayoría hace muy poco o nada. Y, además, en muchos países las telecomunicaciones son sólo un sector especulativo. 

-¿Quién debe poner en la red los contenidos sociales que faltan? 


Donde la sociedad civil y el mercado no llegan, ahí deben actuar los gobiernos y las instituciones públicas, incluida la ONU. Pero ésta depende de los gobiernos y ya hemos visto lo que ha pasado en Ginebra. 

-Varias naciones africanas han pedido la creación de un fondo común para el desarrollo global de la sociedad de la información, y los países ricos han dicho que tienen que estudiar el tema. ¿Ve este fondo como un sistema viable y útil? 

Sin duda. Yo lo propuse hace tiempo y lo mismo han hecho otros expertos. Hace falta un nuevo Plan Marshall. Lo llamo así recogiendo el nombre del plan con el que EE UU ayudó a Europa tras la Segunda Guerra Mundial, en una operación que fue beneficiosa para ambas partes. Ahora se trata de que el Norte ayude al Sur a entrar en la sociedad de la información. Los fondos necesarios deberían ser aportados por los gobiernos y por las multinacionales del sector, cuidando que las partidas se asignasen a proyectos concretos y vigilando su aplicación. 

-Siempre que se habla de estos temas aparecen las dudas sobre si las inversiones en tecnología e información deben o no ser prioritarias sobre otras más clásicas... 
-La tecnología es transversal, impregna todos los aspectos de la sociedad. Hay que entender que internet es, en la sociedad de la información, el equivalente a la corriente eléctrica en la época de la revolución industrial. Son la base del desarrollo del futuro y en muchos casos la única manera de mejorar la economía, la salud o la enseñanza de las zonas en desarrollo. El reciente regreso de Manuel Castells a España para trabajar en la Universitat Oberta de Catalunya, un centro pionero en la enseñanza virtual, y hacerse cargo del Internet Interdisciplinary Institute le ha servido para retomar contacto con la realidad del país. En el estudio que ha dirigido y publicado con el título de La societat xarxa a Catalunya ("La sociedad red en Cataluña"), habla de la existencia de una importante brecha digital entre la población, a causa de la edad y la educación. 

-¿Cómo actúan ambos elementos en la creación de esta brecha? 

-Se cruzan y complementan. Si observamos a las generaciones jóvenes, hasta 30 años, vemos que tienen un nivel de estudios similar al de otros países de nuestro entorno y que son usuarios habituales de la red. En cambio, entre los mayores de 50 años, el nivel de estudios es mucho más bajo (herencia directa del franquismo) y el número de usuarios de la red es bajísimo. Hay un contraste brutal entre la población joven, que está participando en el cambio tecnológico, y la población mayor, que está quedando al margen. 

-Algunos pensarán que esto es ley de vida... 

-Sí, pero es un error. Estamos hablando de personas que tienen por delante una expectativa de vida muy larga y que, si no se integran, pueden bloquear el desarrollo de la sociedad de la información y quedar fuera del reciclaje profesional. No podemos ni debemos dejarles al margen. Por ejemplo en Cataluña, que dentro de España es una zona puntera en internet, hemos detectado que un 39 por 100 de la población no tiene acceso a la red y además confiesa que no le interesa el tema. Esto supone más gente que la que está conectada, que es un 34 por 100. 

-¿Cómo se les puede interesar? 


-Hay que ofrecerles cosas que sirvan. Las campañas y cursillos de alfabetización digital no sirven de nada si no se crean usos y contenidos que atraigan a la gente. Se pueden hacer cosas tan sencillas y efectivas como que los niños enseñen a sus abuelos a usar internet. 

-Hemos visto los pobres resultados de iniciativas oficiales como el "Plan Info XXI" o "Internet para todos". Estudios internacionales confirman que España sigue en la cola de Europa en el uso de las tecnologías de la información. 

-Es un tema de prioridad política y de recursos económicos y humanos. Aquí es donde yo he visto fallar sistemáticamente a gobierno tras gobierno, aunque tengo que destacar que el actual Ejecutivo español está teniendo una gestión especialmente pésima en este ámbito. En su momento me pidieron participar en el Comité de la Sociedad de la Información y me negué. Políticamente no me gusta el signo del Gobierno actual, pero ésa no fue la razón principal, porque el Gobierno del país al fin y al cabo es el Gobierno del país. Es que estaba seguro de que no iban a hacer nada positivo.

-Hay instituciones que piensan que con tener unas páginas en internet está todo hecho... 
Internet implica una triple reforma: tecnológica, de organización y de la forma de utilizar los recursos humanos. Efectivamente, hay muchas Administraciones públicas que piensan que basta con tener portal en internet. Y por eso colocan tablones de anuncios en la red, que son aburridísimos y que no aprovechan los nuevos recursos tecnológicos para establecer otro tipo de servicios, de organización y de relación con los usuarios. En sus escritos y trabajos, Castells analiza el papel simbólico y real que internet tiene como nuevo modelo social, cultural y político. El marco es una sociedad en la que el Estado, las empresas y todo tipo de organizaciones tienden a estructurarse mediante redes cuyo funcionamiento es radicalmente diferente al que propiciaban modelos anteriores, más verticales y rígidos. Internet es el nuevo entorno de comunicación que está afectando a todos los ámbitos de nuestro comportamiento. 

-Vivimos una tensión constante entre lo global y lo local. ¿Sigue sirviendo el lema "piensa globalmente y actúa localmente"? 

Es justo lo contrario: piensa localmente y actúa globalmente. Piensa en función de quién eres tú, tu identidad, tu lengua, tu cultura, tu país... Todo eso es lo que nos da sentido. Pero a partir de ahí, hay que actuar en los circuitos en los que realmente se deciden las grandes cosas, la Unión Europea o los centros de decisión de la geopolítica internacional. Y esto es posible gracias a internet. Estás en tu lugar y desde allí actúas en lo que pasa en el mundo. Véase, por ejemplo, las movilizaciones antiglobalización o contra la guerra de Iraq, aquí y en todo el mundo, que básicamente se han coordinado a través de internet. 

-Internet es un modelo tecnológico abierto, pero la informática comercial está dominada por una empresa. ¿Afecta eso al desarrollo de la sociedad de la información? 

-Sí, negativamente. Como muchos internautas, soy antimicrosoft y creo que vivimos bajo un imperialismo tecnológico que es nocivo por cultura y por efectos económicos. Hay países en los que el coste de un sistema operativo equivale al salario de meses de un trabajador. Los sistemas de código abierto, cuyo emblema es Linux, se están aplicando ya para muchas cosas y en un plazo razonable de tiempo dominarán el escenario. Están elaborados por gente que quiere compartir el conocimiento y permiten que cada uno haga libremente las adaptaciones locales y puntuales que se necesiten, que son infinitas. 

-Esto implica un replanteamiento del concepto de la propiedad intelectual. 

-En la era de la información, hay elementos como los sistemas operativos que son la base de la escritura, del trabajo y de cualquier actividad. Por tanto, no deberían ser propiedad de nadie. Es como si, cuando se inventó la escritura, alguien se hubiese apropiado de ella. 

-¿Cree usted que Microsoft asumirá este cambio? 

-Yo creo que sí. Bill Gates es un excelente comerciante y ya ha dado algún paso en ese sentido, abriendo parte del código de Windows a algunos clientes importantes. Estoy seguro de que reconvertirá su empresa y aceptará la demanda social del código abierto. Otra cosa es que por sus intereses intente alargar al máximo la transición. 

-La sociedad de la información está en marcha, pero con dudas sobre su futuro. ¿Cuáles deben ser las acciones básicas para impulsar su implantación?

-En España hay que combatir la brecha de la que hemos hablado y abordar aspectos de educación, cambio organizativo e introducción tecnológica en todos los ámbitos. Y en el mundo, avanzar en los temas que han quedado pendientes en Ginebra. Pero el problema no es decir lo que hay que hacer, porque ya se sabe. La cuestión clave es si esto se considera una prioridad política y encontrar los recursos financieros y humanos necesarios. 

Àlex Barnet

La revolución de la riqueza Alvin Toffler y Heidi Toffler

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La revolución de la riqueza
Alvin Toffler y Heidi Toffler
Traducción de Julià de Jòdar. Debate.2006. 651 páginas, 29’90 euros


Hegeliano y marxista de formación, Alvin Toffler es en la actualidad, junto con su mujer Heidi, profesor en la National Defense University de Washington. Ambos dirigen una empresa de consultoría, Toffler Associates (toffler.com), que desde hace muchos años asesora a empresas y gobiernos de todo el mundo interesados en la prospectiva y en la influencia de las nuevas tecnologías sobre el desarrollo económico y social.



No deja de ser curiosa la transformación del joven estudiante de izquierdas de la Universidad de Nueva York en el famoso y reputado senior adviser actual, alineado con la política de seguridad desplegada desde Washington por la administración norteamericana. En cierto modo, sólo en cierto modo, recuerda el cambio experimentado por Zyg-munt Bauman, que también partió de Hegel y Marx y ahora explica el mundo desde una posición crítica pero con una carga de complejidad y ambivalencia que no cabe en los viejos maestros alemanes.

Bauman (Poznan, 1925) y Toffler (Nueva York, 1928) coinciden en sus lúcidos análisis del vertiginoso cambio que mueve el mundo actual. Bauman desde su teoría de la sociedad líquida, Toffler desde su larga reflexión sobre la tercera ola. Atentos en sus textos a la transformación de los lazos afectivos y de corresponsabilidad que están teniendo lugar en la vida familiar y amorosa. Transformación que a ellos dos, hombres de una mujer, esposa y compañera de trabajo para toda la vida, les inquieta por sus amplias e inciertas repercusiones individuales y sociales y les sirve de metáfora para advertir que el acelerado cambio actual puede convertirse en un despeñadero.

La revolución de la riqueza es un texto largo y denso del que es difícil afirmar si es más interesante su análisis del pasado o su predicción del futuro. Tanto lo uno como lo otro prenden al lector a páginas implacables que sin duda han de molestar a derecha e izquierda, a ricos y pobres, a creyentes y agnósticos. En todo caso es un libro encadenado a la obra anterior de los Toffler que, como se recordará, saltaron a la fama mundial en 1970 cuando publicaron El shock del futuro (1971), el primer libro de una trilogía que se completó con La tercera ola (1980) y El cambio de poder (1990). En 1993 publicaron War and Anti-War, traducido un año después al español como Las guerras del futuro, obra en la que anticipan el papel de la comunicación en guerras tan características del siglo XXI como las de Afganistán, Iraq o la última de Líbano.

Los cincuenta capítulos que articulan esta obra comienzan por señalar que la revolución de la riqueza no es otra cosa que una fuente de oportunidades para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la Tierra. “La riqueza tiene futuro”, afirman los Toffler, a condición, eso sí, de conocer su génesis y sus fundamentos. El dinero y el bienestar se han producido según los autores a lo largo de tres grandes periodos de cambio. La Primera Ola llegó con la invención, seguramente a cargo de una mujer, de la agricultura. La tribu nómada aprendió a cultivar y aparecieron sobre la Tierra los primeros granjeros. Nace entonces el concepto de trabajo y se inicia un lento aumento de la población dedicada al trabajo manual en un medio rural.

La segunda y gigantesca oleada es la consecuencia de la transformación de las sociedades agrarias en comunidades urbanas e industriales. Dicho cambio aparece según los Toffler hacia 1650. El surgimiento de la Revolución Industrial trae a la historia la estandarización, la especialización, el centralismo y la producción a una escala cuanto mayor mejor. En opinión de los autores, si todos esos ingredientes se ponen sobre la mesa lo que se consigue es burocracia, burocracia piramidal. Hace ya más de trescientos años la revolución científico técnica no sólo cambia la forma de producir bienes, dinero, sino también la organización del mundo y, como se señala en estas páginas, la producción manual es desplazada por la producción en serie. En esta Segunda Ola se expande una cultura en la que la figura del productor queda separada de la del consumidor. Es la ola de la sincronía.

La Tercera Ola comienza según los Toffler a finales de los años 50 del siglo XX con el comienzo de la carrera espacial. Su consecuencia es un cambio que trae una sociedad postindustrial en la que las grandes, inmensas compañías, perciben que la Sociedad de la Información está transformando sus potenciales clientes y que no sólo se está hablando de nuevas tecnologías, hay algo más. De lo que se trata es del paso de la industria al conocimiento. Ya en el ecuador de este volumen los autores desgranan las características, y las consecuencias, del conocimiento en los albores del siglo XXI. 

Uno de los efectos más característicos de la sociedad del conocimiento es la aparición del prosumo. Éste no es sino “una enorme economía oculta, en la que se produce una gran cantidad de economía no detectada, no calculada y no remunerada. Es la economía prosumidora no monetaria”. El término prosumidor lo acuñaron los Toffler en La tercera ola para designar a todo aquel que crea recursos, bienes de todo tipo, servicios o experiencias para su propio disfrute o para ayudar a los demás. Quien haya tenido un ser querido en un hospital sabe bien lo que es un prosumidor, en todas aquellas ocasiones que se ha ocupado de su enfermo. Un prosumidor, con gran frecuencia una mujer, crea riqueza y en el futuro está destinado a ser un elemento crucial en la sociedad propiciada por la revolución de la riqueza. 

La decadencia de las sociedades industriales es imparable en Occidente, tal como argumentan los Toffler en la última parte de este volumen. El nuevo sistema de riqueza emergente no se puede entender en el marco de la economía convencional. El conocimiento es la nueva clave del desarrollo personal y social y dicha clave implica un nuevo concepto del espacio y del tiempo. El prosumidor tendrá, gracias a los avances científicos, nuevas herramientas a su disposición y eso aumentará su productividad. Por otro lado, los combustibles fósiles quedarán substituidos por nuevas energías. Entre ellas los Toffler señalan el helio-3, abundante en la Luna.
Se cierra este volumen con una apuesta por la desaparición de la sociedad de masas. En el mundo de la sociedad opulenta que dibujan los Toffler las economías de conocimiento intensivo permitirían transformar a los trabajadores en creativos de clase media capaces de desarrollar sus iniciativas y perfilar sus actividades preferidas.

Es evidente que La revolución de la riqueza es un magnífico ejercicio de análisis histórico y de la sociedad actual. Documentado y brillante, evidencia una capacidad de observación excepcional. Sin embargo los Toffler parecen tener un punto ciego inmenso en sus retinas porque son incapaces de percibir todo aquello que se relaciona con las consecuencias del cambio para la vida de las personas. Tampoco entran en cuestiones éticas que en el terreno de la biología, la genética y las ciencias de la salud tienen una trascendencia innegable. Al mismo tiempo, el optimismo de los Toffler en torno al papel de la razón y de la ciencia puede parecer excesivo o voluntarista. No obstante, y aunque como ya se ha escrito la periodización de la historia en tres grandes olas o sistemas de producción parece un tanto rígida, lo cierto es que los Toffler no pretenden la finura académica, lo suyo es trazar grandes panoramas, dibujar a grandes trazos el futuro. Y eso, aunque sea con la brocha gorda, lo hacen muy bien aunque molesten a veces.


Bernabé SARABIA



Heidi Toffler & Cía
Nacidos en Nueva York (él en 1928, ella en el 29), los Toffler se conocieron en la Universidad de Nueva York, donde él se doctoró en letras, leyes y ciencia. Como buen radical, en los 50 trabajó como obrero en una fábrica de automóviles y en una fundición de acero. Más tarde se inició en el periodismo como corresponsal en el Congreso y en la Casa Blanca de un diario de Pennsylvania, para formar parte años más tarde de la redacción de la revista “Fortune”.

Profesor visitante de la Russell Sage Foundation y de la Cornell University, en los años noventa reivindica la importancia en la sombra de su mujer, Heidi, como coautora de sus libros más populares: La tercera olaEl schock del futuro y El cambio del poder. A partir de entonces, los Toffler siempre firman de manera conjunta sus libros, ya sea Las guerra del futuroLa creación de una nueva civilización: la política de la tercera ola o La revolución de la riqueza. Más aún: ella desempeña un papel esencial en el The 20th Century: Yesterday's Tomorrows (1999), un documental de Barry Levinson en el que el matrimonio analiza como como será la vida en el siglo XXI teniendo en cuenta cómo los sueños de prosperidad tecnológica de comienzos del siglo XX desembocaron en el terror nuclear.

La importancia de Heidi Toffler no acaba aquí: juntos crearon el Instituto Toffler (Toffler Associates), una compañía de consultoría que trabaja para empresas y gobiernos de todo el mundo. Según su propia definición, el Instituto Toffler asesora a “clientes a quienes les interesa comprender el futuro y preparar a sus empresas para que sean eficientes en un mercado y sociedad definidos por la cada vez más cercana economía de la tercera ola del futuro”. Sus clientes son, insisten, líderes y planificadores empresariales, así como ejecutivos clave y funcionarios de entidades gubernamentales, encargados de la toma de decisiones.
https://www.elcultural.com/revista/letras/La-revolucion-de-la-riqueza/18656

Joya cinematográfica es además una joya historiográfica. PELICULA SENDEROS DE GLORIA

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 Joya cinematográfica es además una joya historiográfica.













Juan Carlos Herrera Hermosilla

La cita del doctor Samuel Johnson “El patriotismo es el último refugio de los canallas”, que el coronel Dax (Kirk Douglas) le lanza al general Paul Mireau (George Macready) podría resumir el mensaje de Senderos de gloria (1957) de Stanley Kubrick.
Brillante historia sobre la macabra futilidad y el horror de los combatientes en las trincheras, frente a la inhumanidad y la ambición en los lujosos cuarteles de los generales durante la I Guerra Mundial, esta obra de Kubrick es, quizá, la mejor película antibélica rodada en la historia del cine. No es la intención del autor mostrar solo la crudeza de las bombas, de los cuerpos fragmentados cubiertos por el barro de las trincheras, sino la barbarie planificada por los generales, debido a su afán de medrar en el escalafón. El soldado es, para ellos, carne de cañón, un simple número entre las bajas.
La secuencia final de la película, en la que una muchacha alemana es obligada por el dueño de la cantina a cantar para las tropas francesas, es la única que tiene una misteriosa belleza redentora, al mostrar la compasión de los duros soldados mientras escuchan la canción. La inicial burla del enemigo alemán, siempre un fantasma que no aparece en ningún momento de la película, simbolizada en la angustia de la camarera de la cantina que canta entre lágrimas Der treue Husar (“El fiel húsar”), contagia de dolor a una tropa que tararea la canción, como una mínima isla de paz antes de regresar al frente, a las trincheras donde abrazar la muerte.
paths

José Antonio Vidal Castaño

imagesSenderos de gloria es la mejor película histórica del cine mundial porque, entre otras cosas, no pretende ser una lección de historia; no pretende emular o imitar a la historia ni a los historiadores, no busca documentar un episodio de la “Gran Guerra” (1914-1918), ni siquiera es un alegato antibeliscista, que si lo es, al uso. La ausencia total de pedagogía histórica, de tentaciones historiográficas es lo que hace a éste film bélico (esto sí), posiblemente, el mejor film histórico de la historia del cine.
Lo que sí pretende Kubrick es ponernos contra la pared, acosar nuestra moral conformista, sacudir nuestra conciencia enferma por la ambición de poder, por sobresalir a costa de los demás, por hacer daño a ese enemigo moral que nos acompaña a diario, que está en todos los frentes y en nuestras propias conciencias.
La cara descompuesta del coronel Dax (Kirk Douglas), cuando atraviesa las infectas trincheras, cuando dirige el ataque a la inexpugnable “colina de las hormigas” en campo alemán, cuando se dirige a sus superiores para desafiarles y avergonzarles, cuando defiende la vida de unos hombres condenados a muerte de antemano; es portadora de la acusación de un atleta moral contra la barbarie y en defensa de los derechos humanos. Dax es el trasunto de Kubrick y éste tan solo nos cuenta una historia (no la historia) que ha elaborado minuciosamente.
Primero una atenta lectura de la novela de Humprey Cobb (1935), inspirada en la historia real de cinco soldados fusilados en 1915 por traición y luego exonerados. Luego la construcción de un guión, con la ayuda de Jim Thompson, autor de El asesino dentro de mí y 1280 almas ¾dos obras maestras¾, que no da respiro al espectador.
Finalmente un rodaje complicado en Alemania. Kubrick tuvo que explicar los movimientos giratorios de cámara que usó en homenaje a un señor llamado Ophüls, inventor del barroco en el cine o algo así, y que la cámara era, en esta película, el ojo del espectador que trata de anticiparse a los hechos, que los acepta o rechaza según le van afectando. Todo muy sencillo y muy complejo a la vez. Kubrick no desmenuza hechos ni documenta el pasado, misión del historiador; ilustra sentimientos a través de personajes para filmar la mejor película histórica que he visto hasta la fecha.

Heidegger: Entre la fascinación y la repugnancia

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09 Mar 2019 ARISTÓTELES ADRADOS Fi


Heidegger: Entre la fascinación y la repugnancia
(apuntes de filosofía para jóvenes, decimoséptima entrega)
En este periplo por la historia de los grandes pensadores de la filosofía occidental, llegamos ahora a uno de los grandes hitos: Martin Heidegger (1889–1976), el filósofo de la oscuridad, del hermetismo —él mismo decía que el intento de hacerse comprensible es el suicidio de la filosofía—.
En capítulos anteriores, nos hemos enfrentado ya a algunos de los grandes “ochomiles” del pensamiento: La Metafísica de AristótelesLa Fenomenología del Espíritu de HegelLa Ética de Spinoza, etc. Textos difíciles, espesos, sin duda. Pero lo que tenemos ahora enfrente de nosotros, por la dificultad que presenta a la hora de acometerlo, podría calificarse como el “Everest” de la filosofía.
"Heidegger, con sus seguidores y sus detractores, es sin ninguna duda el filósofo más influyente del siglo XX"
Una forma muy ilustrativa de acercarse a la obra de Heidegger podría ser la revisión de los diversos adjetivos a los que sus glosadores han recurrido para tratar de describir su pensamiento: difícil, raro, ambiguo, inextricable, abstruso, esotérico… Y si vamos recorriendo la escala de epítetos que le han dedicado, el tono va adquiriendo un cariz más desesperado: desasosegante, místico, extravagante, etc.
El más expeditivo sería, sin duda, el utilizado por Mario Bunge, filósofo y físico argentino, con una piel racionalista demasiado fina como para degustar las “delicatessen filosóficas” de Heidegger. Bunge calificó su obra, se supone que después de una mala digestión, como pseudofilosofía, y el lenguaje que empleaba como propio de un esquizofrénico. Para empezar, le parecía inaudito que se pudieran escribir más de 400 páginas tratando exclusivamente del ser, y, luego, no sin cierta maldad, citaba algunas afirmaciones de Heidegger como ejemplo (eso sí, fuera de su contexto): «El ser es ello mismo»; o la definición de tiempo: «Es la maduración de la temporalidad». A Bunge le parecían frases vacías, carentes de cualquier sentido, bordeando el ridículo.
En cualquier caso, Heidegger, con sus seguidores y sus detractores, es sin ninguna duda el filósofo más influyente del siglo XX, por encima incluso de sus coetáneos Husserl y Wittgenstein. Su obra ha dejado una profunda huella no solo en el campo de la filosofía sino en otras áreas tan diversas como la teología, la teoría política, el arte, la arquitectura o la psiquiatría.
"Pensar en la muerte, tenerla presente en todo momento en el ámbito temporal de la vida, permite al Daseinrealizarse en toda su plenitud"
Pensador de formación nietzscheana, llevó a cabo un ataque radical contra la cultura y el pensamiento occidental, al igual que había hecho el propio Nietzsche. Lo que preocupaba a Heidegger era “el problema del ser”. Para él, la metafísica occidental se había olvidado de su estudio. Sólo los filósofos presocráticos se habían acercado a lo que, según él, debería constituir el objeto central de la filosofía: el ser y su sentido.
El concepto angular de la filosofía heideggeriana es el Dasein, traducido por “ser-ahí”. El Dasein es el hombre concreto, el único que puede interrogarse sobre su propio ser. Su característica esencial es, ante todo, la de “estar-en-el-mundo”.
En su libro Ser y Tiempo, sostiene que nuestra existencia se desarrolla en una dimensión temporal que se extiende desde nuestro nacimiento hasta la muerte. Hemos sido “arrojados” a ella sin nuestra aquiescencia, con la única perspectiva de la muerte (“el hombre es un ser para la muerte”). Ese horizonte nos aboca a la angustia existencial, a vivir inmersos en el miedo a dejar de ser —ya había dicho Platón que la filosofía no era otra cosa que una meditación para la muerte—.
Únicamente, cuando nos enfrentamos a la realidad de la finitud de nuestro tiempo, nuestro yo puede “llegar a ser quién realmente es”, en palabras de Nietzsche. Por ello, pensar en la muerte, tenerla presente en todo momento en el ámbito temporal de la vida, permite al Daseinrealizarse en toda su plenitud. Pero, ¿para qué tratar de interpretar lo que dice Heidegger, pudiendo remitirnos a la sencillez y a la claridad meridiana con la que se expresa?: «El tiempo es lo que hace posible ese “estar-por-delante-de-sí-estando-ya-en”, nos dice. En fin, Heidegger en estado puro…
"Heidegger, para desesperación de sus sufridos traductores, llevó a la lengua alemana hasta límites inverosímiles"
Spinoza dijo que «todo lo excelso es tan difícil como raro», una forma sutil y elegante, por otra parte, de autojustificarse y de autoensalzarse, porque la lectura de su Ética exige también un especial estado de ánimo. Si Spinoza estaba en lo cierto, no hay duda de que Heidegger alcanzó la excelencia, porque al proponer un nuevo objetivo para la filosofía (el ser) y una nueva forma de pensar, se impone a sí mismo la tarea de crear un nuevo lenguaje, con nuevos términos y nuevos conceptos. Para él, “la lengua es la casa de la verdad del ser”, el instrumento que permite pensarse a sí mismo. En este sentido, Heidegger, para desesperación de sus sufridos traductores, llevó a la lengua alemana hasta límites inverosímiles.
Sin embargo, su estilo, una vez que se ha superado esa primera fase de sorpresa ante lo inusual, ante lo desconocido, cautiva, arrastra, arrebata. En sus últimos escritos, es incluso más etéreo y esotérico, con un estilo carente de rigor lógico, asistemático, en algunos momentos rayando en el misticismo. Es la filosofía de alguien más inclinado a crear dudas e incertidumbres que a resolverlas. A pesar de ello, algunos fragmentos son de indudable belleza, llenos de poesía.
La genialidad de Heidegger queda ensombrecida, sin embargo, por el sorprendente apoyo que prestó al régimen nazi. Ello le llevó a actos de auténtica indignidad, como retirar la dedicatoria a su maestro Husserl de su libro Ser y Tiempo porque era judío, o negarse a ayudar a su examante y exalumna Hannah Arendt, que tuvo que huir de Alemania para escapar del Holocausto. Como bien dice Steiner, ante Heidegger siempre estaremos entre la fascinación y la repugnancia.
"Como bien dice Steiner, ante Heidegger siempre estaremos entre la fascinación y la repugnancia"
“Heidegger es siempre profundo, y esto quiere decir que es uno de los más grandes filósofos que hayan existido nunca”, o «quiero parecerme a nuestro gran Heidegger, que no gusta, como los otros hombres, de detenerse sólo en las cosas, sino sobre todo, y esto es muy peculiar en él, en las palabras», son palabras del filósofo español —triste oxímoron, por cierto— Ortega y Gasset. Toda una invitación a su lectura.
Yo también invito, más modestamente por supuesto, al joven Dasein, al joven “ser-ahí-que-está-en-el-mundo” (perdón por esa pequeña broma utilizando la jerga heideggeriana), aficionado a la filosofía, a hojear algún fragmento de Ser y Tiempo, su obra magna. Estoy seguro de que, al hilo de su lectura, seducido por el estilo, no resistirá la tentación de elucubrar, de desarrollar sus propias ideas con un lenguaje también propio. No estará haciendo otra cosa que ampliar los límites de su lengua y, con ello, los límites de su pensamiento y de su mundo. Eso, al fin y al cabo, no es otra cosa que aquello que desde tiempos inmemoriales denominamos filosofar.

https://www.zendalibros.com/heidegger-la-fascinacion-la-repugnancia/

ESPACIO Y TIEMPO EN LAS SOCIEDADES GLOBALES SEGÚN MANUEL CASTELLS

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ESPACIO Y TIEMPO EN LAS SOCIEDADES
GLOBALES SEGÚN MANUEL CASTELLS
Alberto Rojas Rojas
Sociólogo
Profesor UCR-UNA
A finales del Siglo XX Manuel Castells publicó una obra en tres volúmenes que busca analizar y comprender la economía, la sociedad y la cultura dentro de lo que él denomina la era de la información. Para hacerlo, despliega una serie de conceptos que transforman nuestra manera de ver y ubicarnos en el mundo, entre ellos los conceptos de espacio y tiempo. Plantea nuestro autor que cuando el tiempo ya no es una limitación, el espacio se transforma en una posibilidad singular importante, lo que puede observarse en las ciudades y en la forma en que son utilizadas.
Así, aunque en la modernidad muchos sectores de población se refugian en sus hogares o en condominios o residenciales, la ciudad no desaparece por las funciones y servicios colectivos que presta y porque además, los lugares toman una nueva importancia con relación a cómo se vive el tiempo.
“Así pues, ‘el refugiarse en el hogar’ es una tendencia importante de la nueva sociedad. No obstante, no significa el fin de la ciudad. Porque los lugares de trabajo, los colegios, los complejos médicos, las oficinas de servicio al consumidor,
las zonas de recreo, las calles comerciales, los centros comerciales, los estadios deportivos y los parques aún existen y existirán, y la gente irá de unos lugares a otros con una movilidad creciente debido precisamente a la flexibilidad recién adquirida por los dispositivos laborales y las redes sociales: a medida que el tiempo se hace más flexible, los lugares se vuelven más singulares, ya
que la gente circula entre ellos con un patrón cada vez más móvil” (Castells, Vol. 1, p. 431).
Al no estar bajo el imperio del tiempo las personas pueden permanecer y disfrutar del lugar y del encuentro en un sitio específico. En otras palabras, cuando ya el tiempo no es importante podemos significar de diferente forma el lugar.

LA NUEVA DIMENSIÓN DEL TIEMPO

La posibilidad que dan los adelantos tecnológicos para la comunicación en tiempo real, rompe con la temporalidad tal y como la conocimos dentro de la modernidad y en épocas anteriores. En el pasado, la vida se ordenaba alrededor de los ciclos de la naturaleza y hacerse viejo era un privilegio, por el conocimiento y la experiencia que se acumulaba, aspectos que no eran posibles
de almacenar y accesar en ningún otro lugar ni en ninguna otra forma.“En el mundo en desarrollo, la revolución industrial, la constitución de la ciencia médica, el triunfo de la razón y la afirmación de los derechos sociales han alterado este patrón en los últimos dos siglos, prolongando la vida, superando la enfermedad, regulando los nacimientos, mitigando la muerte, poniendo en tela
de juicio la determinación biológica de los papeles desempeñados en la sociedad y construyendo el ciclo vital en torno a categorías sociales, entre las cuales la educación, el tiempo laboral, las trayectorias profesionales y el derecho a la jubilación se convirtieron en las supremas. Sin embargo, aunque el principio de
una vida secuencial pasó de ser biosocial a convertirse en sociobiológico, había (y aún hay) un patrón de ciclo vital al que las sociedades avanzadas tendían a ajustarse, y hacia el que los países en desarrollo trataban de evolucionar. Ahora, los desarrollos organizativos, tecnológicos y culturales característicos de la nueva sociedad emergente están debilitando en forma decisiva este ciclo vital ordenado, sin reemplazarlo con una secuencia alternativa. Propongo la hipótesis de que la sociedad red se caracteriza por la ruptura de la ritmicidad, tanto biológica como social, asociada con la visión de un ciclo vital” (Castells, Vol. 1, p. 480).
Precisamente, Castells afirma que la secuencia entre las cosas se rompe en la sociedad red. Está desapareciendo una secuencia a la que atenerse. El día es igual que la noche; el ayer o mañana se difuminan ante el “tiempo virtual”. La misma idea de progreso se modifica. El progreso es una secuencia en el tiempo en el que, según el ideal, cada vez se vive mejor. Es la historia moviéndose con el impulso de la razón y la industria, por encima de las culturas y sociedades ubicadas espacialmente (Castells, Vol. 1, p. 500). El tiempo estructuró así el espacio: una cosa tras otra, unos fenómenos tras otros en un proceso dinámico de transformación espacial. El espacio se veía así transformado por la secuencia de las cosas que se sucedían. El espacio dependía del tiempo.
La tecnología moderna al tratar de “vencer” al tiempo, rompe esa dependencia. El flujo entre los espacios, en un tiempo atemporal, borra la secuencia y “mata” al tiempo con la simultaneidad. El espacio y el lugar toman un significado diferente.

ESPACIO Y LUGAR

La ciudad global no es lo que parece, más que un lugar, dice Castells, es un proceso. “Un proceso mediante el cual los centros de producción y consumo de servicios avanzados y sus sociedades locales auxiliares se conectan en una red global en virtud de los flujos de información, mientras a la vez restan importancia a las
conexiones con sus entornos territoriales” (Castells, Vol. 1, p. 419).
Observamos en esta afirmación cuatro términos que nos interesan: lugares, flujos, procesos, conexiones.
Los flujos son secuencias de intercambio e interacción entre posiciones que mantienen los actores sociales en las estructuras económicas, políticas y simbólicas de la sociedad (Castells, Vol. 1, p. 445). Los flujos se relacionan con los fluidos de información y conocimientos que deciden, influyen, modelan y orientan, de forma
dominante, los sectores más importantes de la economía, la política, y la cultura mundial, influyendo directamente en el desarrollo y la vida de las sociedades y poblaciones
conectadas y no conectadas. “Son los nodos de la economía global y concentran las funciones superiores de dirección, producción y gestión en todo el planeta; el control de los medios de comunicación; el poder de la política real; y la capacidad simbólica de crear y difundir mensajes ... lo más significativo de las megaciudades es que se conectan en el exterior con redes globales y segmentos de sus propios países, mientras que están desconectadas en su interior de las poblaciones locales que son funcionalmente innecesarias o perjudiciales socialmente desde el punto de vista dominante. ...Es este rasgo distintivo de estar conectado globalmente y desconectada localmente, tanto física como socialmente, el que hace de las megaciudades una nueva forma urbana” (Castells, Vol. 1, pp. 437-438).
Se genera así un espacio dominante y determinante que no es necesariamente un lugar. Un espacio formado por las conexiones entre las diferentes ciudades globales que se constituyen en los polos o nodos del poder y decisión a escala mundial. La ciudad global, entonces, deviene en un espacio o proceso
constituido por sus conexiones, algo diferente a un lugar específico.
Para Castells, un espacio es un proceso, una concreción de relaciones sociales. Es a la vez el soporte material y el producto de prácticas y procesos de reproducción de la vida social, que según nuestro autor, comparten el tiempo. Este soporte material, además, está siempre asociado a un significado simbólico (Castells, Vol. 1,p.
445). Así, el nuevo espacio en las redes globales de poder, es el espacio de los flujos y por ello entiende “... la organización material de las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de los flujos” (ibíd.). Precisamente, a través de los flujos, se comparte el tiempo, que es tiempo simultáneo, y no necesariamente se comparte el lugar o la contigüidad. Castells menciona que el espacio de los flujos está conformado por tres “capas” o soportes materiales. La primera capa la conforman los circuitos electrónicos. La segunda la constituye los nodos o ejes desde donde se producen las decisiones, el conocimiento y la información; se forman de esta manera diferentes redes globales, regionales y sectoriales interconectadas entre sí. Es importante destacar que el destino
de cada localidad está profundamente influido por el lugar y función que juegue dentro de la red o redes en que le corresponda jugar o por su desconexión a tales redes. La tercera capa está constituida por las ubicaciones en donde la elite dominante satisface sus necesidades espaciales: son espacios segregados, seguros con fácil acceso a complejos cosmopolitas de arte, cultura y entretenimiento; lugares de acceso restringido que solo son usados y compartidos por una elite mundial que comparte estilos de
vida cosmopolitas cruzados por una cultura internacional no asociada a ningún lugar específico, cargada simbólicamente como la vida de los distinguidos y los poderosos de la Tierra.
“Desde los pináculos del poder y sus centros culturales, se organiza una serie de jerarquías socioespaciales simbólicas, de tal modo que los niveles de gestión inferiores puedan reflejar los símbolos del poder y apropiarse de ellos mediante la construcción de comunidades espaciales elitistas de segundo orden, que también
tenderán a aislarse del resto de la sociedad, en una sucesión de procesos de segregación jerárquicos que, juntos, equivalen a la fragmentación socioespacial” (Castells, Vol. 1, p. 450).
El aislamiento de acceso controlado se convierte en símbolo de distinción y poder. Las relaciones de contigüidad degradan el estatus. La alienación de los demás se refuerza como símbolo de poder, que por otra parte, refuerza las tendencias de separación entre el ejercicio de la política y la vida cotidiana.
En este proceso se genera una brecha entre el espacio de los flujos y lo local. Lo local está referido al lugar, a una localidad donde estamos contiguos, en donde nos encontramos, nos vemos e interactuamos. “Un lugar es una localidad cuya
forma, función y significado se contienen dentro de las fronteras de la contigüidad física” (Castells, Vol. 1, p. 457). El lugar no es necesariamente una comunidad, aunque puede ayudar a constituirla. En el lugar se interactúa con los otros y con el ambiente; el lugar tiene funciones para quienes lo usan y por ende, tiene diferentes usos; en el lugar las personas se expresan. El lugar es una mediación entre el hogar y el mundo. (Castells, Vol. 1, p. 458). Es un espacio para la vida cotidiana colectiva. Dentro de la sociedad red, los lugares, lo local, juegan un papel insignificante
en la definición de los rumbos de las sociedades y del mundo. Pareciera que las personas viven sus vidas como títeres marcados en sus movimientos más significativos por hilos abstractos, atemporales, ahistóricos, por flujos que están en otro espacio que no es este cotidiano. De esa manera no sería posible constituir identidad como la síntesis entre biografía y tendencias universales.
Sin embargo, para una mayoría de población, la identidad se construye a partir de los lugares y de lo contiguo, fuera de los espacios de poder. Por eso, la identidad desde lo local se construye como resistencia o al revés, la resistencia a las determinaciones de los flujos desde lo local, genera posibilidades de nuevas
identidades. Este factor se profundiza cuando el tiempo pierde importancia y los lugares retoman un papel inusitado como fuente de sentido y significado.
Nos parece que en este punto se puede hacer una lectura semejante a la que hacen los estudios culturales de los procesos de recepción de los medios de información colectiva. En estos procesos se pueden presentar tres tipos de lecturas: la dominante, la negociada y la crítica. En la dominante, se genera la identidad que impone el poder que deviene del espacio de los flujos; la negociada, acepta parte de las imposiciones, pero matizadas con aportes locales y la crítica, implica un rechazo total de la identidad dominante y se expresa en formas y estilos de vida y significación, individuales
y colectivos, de confrontación directa. De todas formas, existe una fractura entre el ejercicio del poder desde el espacio de los flujos y la vida social que se genera en los lugares. Este hecho se complejiza cuando el poder de los flujos separa a los lugares. El poder del espacio de los flujos desconecta y conecta a los lugares desde su lógica marcada por los intereses de cada red. Los lugares van conformando su propia dinámica e identidad sin interactuar y
reconocerse entre ellos, generando una especie de Torre de Babel.
Al respecto, Castells hace dos observaciones muy importantes desde la perspectiva que nos interesa: “...las elites son cosmopolitas; la gente, local. El espacio del poder y la riqueza
se proyecta por el mundo, mientras que la vida y la experiencia de la gente se arraiga en lugares, en su cultura, en su historia. Por lo tanto, cuanto más se basa una organización social en flujos ahistóricos, suplantando la lógica de un lugar específico, más se escapa la lógica del poder global del control sociopolítico de
las sociedades locales/nacionales con especificidad histórica” (Castells, Vol. 1, p. 449).Y más adelante concluye: “Así pues, la gente sigue viviendo en lugares. Pero como en nuestras sociedades
la función y el poder se organizan en el espacio de los flujos, el dominio estructural de su lógica altera de forma esencial el significado y la dinámica de aquellos. La experiencia, al relacionarse con los lugares, se abstrae del poder, y el significado se separa cada vez más del conocimiento. La consecuencia es una esquizofrenia estructural entre dos lógicas espaciales que amenaza con romper los canales de comunicación de la sociedad. La tendencia dominante apunta hacia un horizonte de un espacio de flujos interconectado y ahistórico, que pretende imponer su lógica sobre lugares dispersos y segmentados, cada vez menos relacionados entre sí y cada vez menos capaces de compartir códigos culturales y físicos entre estas dos formas de espacio, quizás nos dirijamos hacia una vida en universos paralelos, cuyos tiempos no pueden coincidir porque están urdidos en dimensiones diferentes de un hiperespacio social” (Castells, Vol. 1, pp. 461-462).No necesariamente estos hechos son inmutables, son tendencias dominantes pero pueden ser quebradas desde otras lógicas determinadas por las necesidades cotidianas de poblaciones. Los intereses de poblaciones o sectores de población pueden entrar en contradicción con los intereses de la lógica espacial dominante y generar movimientos contra hegemónicos para crear o recuperar lugares. O bien, dos lógicas de uso diferentes del mismo lugar, en
respuesta a las tendencias impositivas del espacio de los flujos, puede enfrentar a diferentes sectores de población con intereses diferentes, poco relacionados entre sí y con muy pocos códigos culturales comunes. Desde los lugares, desde lo local se pueden construir y se construyen, espacios e identidades de resistencia
y cuál es su incidencia real en el poder global, es algo que todavía está por verse.

Los 4 mejores cuentos de Jorge Luis Borges

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01 May 2019
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citas de Borges
Una magia despiadada invade el mundo como un soplido de puro invierno. La literatura de Jorge Luis Borges vivió acodada en una realidad desconocida, misteriosa; un espacio virgen que se abre ante nosotros como un alud.
Hoy, en Zenda, seleccionamos cuatro de sus cuentos más emblemáticos, repartidos por algunos de los libros más brillantes que concibió a lo largo de su carrera. Dejad que los ríos os conduzcan.
Utopía de un hombre que está cansado
Un hombre camina por una llanura y se encuentra con una casa habitada por una silueta enorme, un hombre lejano. La magia prosística de Jorge Luis Borges se desboca en este relato que aplasta el tiempo, disloca el pensamiento y nos envía a lugares insospechados. Un poema abatido sobre el cansancio.
***
«Llamola utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar.»
Quevedo
No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma. Yo iba por un camino de la llanura. Me pregunté sin mucha curiosidad si estaba en Oklahoma o en Texas o en la región que los literatos llaman la pampa. Ni a derecha ni a izquierda vi un alambrado. Como otras veces repetí despacio estas líneas, de Emilio Oribe:
En medio de la pánica llanura interminable
Y cerca del Brasil,que van creciendo y agrandándose.
El Aleph
Este relato representa uno de los momentos más importantes de la producción borgiana, y de la literatura del siglo XX.
***
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo; la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.
Las ruinas circulares
Un hombre gris sin nombre que intenta crear a otro hombre a través del sueño. Un relato lleno de formulaciones, metáforas e inspiraciones.
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Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
Emma Zunz
Este relato está incluido en uno de los mejores y más reconocidos libros del autor argentino, El Aleph.
***
El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.

ARS 101: Análisis de redes en organizaciones

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lunes, 25 de mayo de 2015


Teoría y análisis de redes en las organizaciones

cómo las relaciones influyen en el comportamiento

Historia y orientación


La idea de las redes sociales y las nociones de la sociometría y sociogramas apareció hace más de 50 años. Barnes (1954) se le atribuye haber acuñado el concepto de redes sociales, una salida de su estudio de una parroquia isla noruega a principios de 1950.

Supuestos básicos y afirmaciones


Núcleo: El análisis de redes (teoría de redes sociales) es el estudio de cómo la estructura social de las relaciones en torno a una persona, grupo u organización afectan las creencias o comportamientos. Las presiones causales son inherentes a la estructura social. El análisis de redes es un conjunto de métodos para detectar y medir la magnitud de las presiones. El axioma de cada enfoque de red es que la realidad debe ser concebida e investigado desde el punto de vista de las propiedades de las relaciones entre y dentro de las unidades en lugar de las propiedades de estas mismas unidades principalmente. Es un enfoque relacional. En las ciencias sociales y la comunicación de estas unidades son unidades sociales: individuos, grupos / organizaciones y sociedades.
Afirmaciones: Rogers caracteriza a una red de comunicación como un conjunto de "individuos interconectados que están vinculados por flujos de comunicación estampadas" (1986). Una red de comunicaciones estudios de análisis de "los vínculos interpersonales creadas por la esquila de la información en la estructura de la comunicación interpersonal" (1986), es decir, la red.

El análisis de redes dentro de las organizaciones

Alcance:


En general, el análisis de redes se centra en las relaciones entre las personas, en lugar de en las características de las personas. Estas relaciones pueden comprender los sentimientos que la gente tiene uno para el otro, el intercambio de información, o cambios más tangibles como los bienes y el dinero. Mediante la cartografía de estas relaciones, el análisis de redes ayuda a descubrir los patrones de comunicación emergentes e informales presentes en una organización, que puede entonces ser comparada con las estructuras formales de comunicación. Estos patrones emergentes pueden ser utilizados para explicar varios fenómenos organizacionales. Por ejemplo, los empleados tienen lugar en la red de comunicaciones (como se describe por sus relaciones), influye en su exposición y control de la información (Burt, 1992; Haythornthwaite, 1996). Dado que los patrones de relaciones traer empleados en contacto con las actitudes y comportamientos de los otros miembros de la organización, estas relaciones también pueden ayudar a explicar por qué los empleados desarrollan ciertas actitudes hacia los acontecimientos de organización o asuntos relacionados con el trabajo (teorías que se ocupan de estos asuntos se llaman "contagio teorías ", cf. Ibarra y Andrews, 1993; Burkhardt, 1994; Meyer, 1994; Feeley y Barnett, 1996; Pollock, Whitbred y contratista, 2000). Recientemente hay un interés creciente por qué las redes de comunicación surgen y los efectos de las redes de comunicación (Monge y contratista, 2003). Además, hay una cantidad sustancial de la literatura disponible sobre cómo networkdata recogida dentro de las organizaciones, se puede analizar (cf. Rice & Richards, 1985; Freeman, blanco y Romney, 1992; Wasserman y Faust, 1994; Scott, 2000).

Aplicaciones:


Técnicas de análisis de redes se centran en la estructura de comunicación de una organización, que puede ser operacionalizado en varios aspectos. Características estructurales que se pueden distinguir y analizados mediante el uso de técnicas de análisis de redes son, por ejemplo, los patrones de comunicación (formales e informales) en una organización o la identificación de los grupos dentro de una organización (camarillas o grupos funcionales). También funciones relacionadas con la comunicación de los empleados se pueden determinar (por ejemplo, estrellas, porteros, y los aislados). Especial atención se puede dar a los aspectos específicos de los patrones de comunicación: los canales de comunicación y medios de comunicación utilizados por los empleados, la relación entre los tipos de información y las redes de comunicación resultantes, y la cantidad y las posibilidades de comunicación de abajo hacia arriba. Características adicionales que podrían, en principio, ser investigados utilizando técnicas de análisis de redes son la carga de comunicación según la percepción de los empleados, los estilos de comunicación utilizados, y la eficacia de los flujos de información.

Modelo Conceptual (de una sociedad red)


Redes de conexión individuos, grupos, organizaciones y sociedades.
Fuente: Van Dijk 2001/2003

Métodos favoritos

Entrevistas, encuestas.

Alcance y aplicación

Pensar en términos de redes y el método de análisis de redes han ganado terreno en muchas disciplinas, incluyendo la psicología social, la antropología, la ciencia política, y las matemáticas, así como las comunicaciones. El análisis de redes genera información sobre los siguientes tipos de funciones de red: el papel de miembros, el papel de enlace, el papel de la estrella, el papel aislante, el papel-frontera que abarca, el papel de puente, y el papel no participante. El análisis de redes se hace en las organizaciones, la sociedad, los grupos, etc. El modelo de red anima a los planificadores de comunicación e investigadores para utilizar las nuevas variables de causa / efecto en su análisis. Por ejemplo, las propiedades de la red de comunicaciones muy, tales como la conectividad, la integración, la diversidad y la apertura (Rogers y Kincaid, 1981).

Ejemplo

Rogers y Kincaid estudian en Corea cómo las mujeres en un pequeño pueblo se organizaron para mejorar las condiciones generales de vida para ellos y sus familias.

Referencias

Publicaciones clave en análisis de red 


  • Mouge, P. & Contractor, N. (2003). Theories of Communication Networks. Cambridge: Oxford University Press.
  • Berkowitz, S.D. (1988). Afterword: Toward a formal structural sociology. In: Wellman, B. & Berkowitz, S.D. (Eds.). Social Structures, A network approach (477-497). London: Jai Press.
  • Knoke, D. & Kublinski, J.H. (1982). Network Analysis. Beverley Hills: Sage Publications
  • Dijk, J.A.G.M. van (2001). Netwerken als Zenuwstelsel van onze Maatschappij. Oratie 1-11-2001. Enschede: Universiteit Twente.
  • Dijk, J.A.G.M. van (2001). Netwerken als Zenuwstelsel van onze Maatschappij. Tijdschrift voor Communicatiewetenschap, 30), 37-54.
  • Dijk, J.A.G.M.. van (2003). Outline of a Multilevel Theory of the Network Society, In press.
  • Rogers, E.M. & Kincaid, D.L. (1981). Communication Networks: Toward a New Paradigm for Research. New York: Free Press.
  • Barnes, J. (1954). Class and Committees in a Norwegian Island Parish. Human Relations, 7, 39-58.
  • Rogers, E. M. (1986). Communication Technology: The New Media in Society. New York: Free Press.


Publicaciones clave en análisis de redes dentro de las organizaciones


  • Burt, R.S. (1992). Structural holes: the social structure of competition. Cambridge, MA: Harvard University Press.
  • Haythornthwaite, C. (1996). Social network analysis: An approach and technique for the study of information exchange. Library and Infor­mation Science Research, 18, 323-342.
  • Ibarra, H., & Andrews, S. B. (1993). Power, social influence, and sense making: Effects of network centrality and proximity on employee perceptions. Administrative Science Quarterly, 38, 277-303.
  • Burkhardt, M.E. (1994). Social interaction effects following a technological change: a longitudinal investigation. Academy of Management Journal, 37, 869-898.
  • Meyer, G.W. (1994). Social information processing and social networks: A test of social influence mechanisms. Human Relations, 47, 1013-1048.
  • Feeley, T.H., & Barnett, G.A. (1996). Predicting employee turnover from communication networks. Human Communication Research, 23, 370-387.
  • Pollock, T.G., Whitbred, R.C., & Contractor, N. (2000). Social information processing and job characteristics: A simultaneous test of two theories with implications for job satisfaction. Human Communication Research, 26, 292-330.
  • Monge, P.R., & Contractor, N.S. (2003). Theories of communication networks. New York: Oxford University Press.
  • Rice, R.E., & Richards, W.D. (1985). An overview of network analysis methods and programs. In: B. Dervin & M.J. Voight (Eds.), Progress in communication sciences (pp. 105-165). Norwood, NJ: Ablex Publishing Co.
  • Freeman, L.C., White, D.R., & Romney, A.K. (1992). Research methods in social network analysis. New Brunswick, NJ.: Transaction Publishers.
  • Wasserman, S., & Faust, K. (1994). Social network analysis. Cambridge: Cambridge University Press.
  • Scott, J. (2000). Social Network Analysis: A handbook. Second edition. London: Sage.

El mundo crece en las ciudades

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16 mayo, 2017
por Rosa Salvador – El 54,5% de la población mundial ya vive en las ciudades, y llega al 75% en Europa y al 82% en Estados Unidos.
El hombre es ya una especie animal predominantemente urbana: más de la mitad de la población mundial vive en ciudades de más de 300.000 habitantes, y además su crecimiento se ha acelerado desde finales del pasado milenio de forma que se prevé que en el 2050 este porcentaje alcance ya al 70% de la población mundial.
“No es una hipérbole decir que estamos viendo el giro más significativo en el centro de gravedad de la economía de la historia”, señala la consultora McKinsey en su estudio sobre el mundo urbano. Porque no solo la población se acumula en las ciudades sino que aún más aceleradamente lo está haciendo la riqueza, de forma que según la misma consultora si ahora en las 600 ciudades más dinámicas del mundo vive el 23% de la población mundial, allí se genera el 55% del PIB…un porcentaje que llegará hasta el 58% en el 2025.
El ex alcalde de Barcelona, Joan Clos, director ejecutivo ahora de Habitat, la Agencia de las Naciones Unidas para la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible, destaca que el crecimiento urbano acelerado es una consecuencia, insospechada, del desarrollo de la economía del conocimiento.
Joan Clos, director de Habitat: “La urbanización crea valor y riqueza, pero puede generar problemas”
“Creíamos que las nuevas tecnologías de la información propiciarían la deslocalización de esos empleos pero ha sucedido lo contrario: se concentran en las ciudades, o en zonas urbanas específicas, con calidad de vida que se especializan y ganan atractivo para impulsar los nuevos sectores económicos que crean empleos de alto valor añadido”.
Clos recuerda que este fenómeno fue definido por el premio Nobel de Economía, Paul Krugman como la Economía de la Aglomeración: el valor añadido del empleo crece más cuanto mayor es el tamaño de la ciudad. “Por ejemplo en el sector financiero: tenemos a Londres y a 3 ó 4 ciudades más. Y lo mismo está pasando en otros sectores que lideran el crecimiento económico mundial como la biotecnología, la genética, el software o la inteligencia artificial”.
De hecho, desde el principio de la urbanización europea, en la baja Edad Media, las ciudades han ido sido motor del crecimiento por su capacidad para atraer inversiones y trabajadores formados. “En la época industrial la relación entre el crecimiento y el tamaño de las ciudades no era tan directa. Y aunque los servicios estaban en la ciudad la industria y sus empleos podían estar en las periferias, como fue el Baix Llobregat en Barcelona en los años sesenta. Ahora esto no es así”, explica Clos.
En las ciudades conviven los nuevos ricos con millones de pobres en barrios marginales
Los mayores cambios de la urbanización acelerada, sin embargo, los están sufriendo los países en vías de desarrollo, ya que “Europa se urbanizó en el siglo XX y ya tiene el 75% de la población viviendo en ciudades, y de manera similar Estados Unidos, que tiene el 82%” señala Antonio López Gay investigador del Centro de Estudios Demográficos de la UAB. Este crecimiento urbano, recuerda, se vio impulsado inicialmente por las migraciones del campo a la ciudad y más recientemente por la migración internacional.
“La dicotomía campo-ciudad no es nueva, y las diferencias entre estas dos comunidades tampoco son tantas como hace décadas – añade López Gay- porque el mundo rural ya no está aislado y sus habitantes viajan a menudo a la ciudad”. A su juicio las grandes diferencias son demográficas. “La ciudad atrae a los jóvenes, y especialmente a los más formados, desde hace décadas, por lo que las zonas rurales se han ido despoblando y envejeciendo”.
El campo se queda con una población menos cualificada (el 17% de los adultos jóvenes en las pequeñas localidades tienen estudios universitarios frente al 35% en las que tienen más de 100.000 habitantes). “Los habitantes de la ciudad, por ello, son más jóvenes, a menudo viven en hogares no tradicionales (monoparentales, reconstituidos, en pisos compartidos,..) y tienen experiencias personales o familiares de emigración, muchos son de otras etnias, por lo que son más propensos también a viajar y tienen además una visión menos local”. Con todo, recuerda López Gay, integrar esta diversidad también es un reto: evitar la segregación urbana.
En el 2015, las 600 mayores ciudades del mundo concentrarán el 25% de la población y el 58% del PIB mundial
Porque no toda la ciudad es rica: especialmente en las de los países en desarrollo, pero también en las banlieues de París o Bruselas viven millones de personas pobres, sin empleo o con empleos de bajo valor añadido. Y también hay un campo rico. “Las zonas de agricultura subvencionada en Estados Unidos y Europa, muy mecanizadas e innovadoras, son ricas” recuerda Clos, aunque conviven con otras zonas empobrecidas, de viejas industrias en declive. “El Nobel de Economía, Angus Deaton habla de las muertes de desesperación de las comunidades blancas poco educadas de Estados Unidos, un fenómeno que nos ha sorprendido a todos y que explica mucho del apoyo popular a Trump”, señala. El malestar rural no sólo es político, ni se limita a Estados Unidos: en Gran Bretaña el National Health Service ha podido dibujarlo con un mapa de las recetas de antidepresivos.
Las ciudades, propiamente consideradas, también están cambiando. En los centros urbanos hay barrios que crecen, y se disparan de precio, y otros que se marginalizan. Las ciudades, además, con su alta densidad de población, también pierden atractivo para las nuevas clases medias, que añoran un entorno más natural en medio del cemento: se extiende la ciudad difusa, los barrios residenciales, La Moraleja en Madrid, Sant Cugat en Barcelona, o los pueblos pequeños alrededor de las grandes ciudades de Suiza. “La dinámica urbanística está cambiando y es más compleja”, señala Clos.
Publicado en La Vanguardia, Barcelona, 7 de mayo 2017, aquí…
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